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VIOLENCIA

MORFOLOGÍA DEL HUMOR


JORNADAS DE ESTUDIO Y ANÁLISIS DEL HUMOR DESDE LA
ANTROPOLOGÍA, LA PSICOLOGÍA, LA FILOSOFÍA Y LA COTIDIANIDAD
Días 16, 17, 18 y 19 de mayo de 2006
EDIFICIO EXPO
ISLA DE LA CARTUJA - SEVILLA
Puede visitarnos, contactar y seguir nuestro trabajo en:
www.corchea69.com
Morfología del humor..., pág. 1

MORFOLOGÍA DEL HUMOR


MORFOLOGÍA DEL HUMOR
JORNADAS DE ESTUDIO Y
ANÁLISIS DEL HUMOR
DESDE LA ANTROPOLOGÍA,
LA PSICOLOGÍA, LA FILOSOFÍA,
Y COTIDIANIDAD
Producidas en su totalidad
por
A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES
y realizado bajo convenio con la
Universidad de Sevilla (U.S.).
Días 16, 17, 18 y 19 de mayo de 2006
Edificio Expo
(Isla de la Cartuja, Sevilla)
Morfología del humor..., pág. 3

Padilla Libros Editores & Libreros


Sevilla
© De los autores
© De la presente edición: A.C. CORCHEA 69 PRODUCCIONES

D.LEGAL SE-
ISBN 10: 84-8434-384-7
ISBN 13: 978-84-8434-4

PADILLA LIBROS EDITORES & LIBREROS


C/ Feria no 4 –local uno–
41003 Sevilla (España)

Impreso por Publidisa


SALUDO A LOS CONGRESISTAS

Querido/a amigo/a:

D ESDE La Organización de las Primeras Jornadas


Morfología del Humor te damos la más sincera
bienvenida y nos sentimos tremendamente honra-
dos de poder contar con tu presencia.
Para los pocos que nos dedicamos a este dudoso arte de la
difusión de la cultura y la creación de foros públicos donde
se pueda venir con total libertad a hablar, opinar, reflexionar
y criticar, es en momentos como este en los que encontra-
mos el único sentido de nuestros esfuerzos. Nuevamente
vosotros habéis dado respuesta a la llamada que desde A.C.
CORCHEA 69 PRODUCCIONES os habíamos hecho, y
quizá está vez con más fuerza que nunca. Más de 500 perso-
nas no se reúnen todos los días y menos para sentarse a es-
cuchar, pensar, interiorizar y algunas veces reír o llorar. La
aceptación que nuestras actividades van recibiendo año tras
año, congreso tras congreso, es cada vez mayor y supone
para nosotros un verdadero reto el estar a la altura de lo que
se espera que hagamos, tanto por aquellas instituciones que
confían en nuestra buena gestión y profesionalidad como
por los miles de asistentes que adivinan en nosotros la posi-
bilidad de saciar sus necesidades intelectuales, académicas,
personales o su simple curiosidad por saber un poquito más
de alguna cosa.

–5–
En cada actividad reafirmamos nuestro compromiso con
todos los que confían en nosotros y les recordamos nuestro
lema; Audax sed cogita, sé valiente y piensa, por que sólo
así podremos ser un poco más personas, un poco más com-
pañeros, un poco más ciudadanos del mundo que nos ha
tocado vivir.
A todos decirles que es para nosotros un orgullo, y una
enorme responsabilidad, darles nuevamente la bienvenida.

Por todo, muchas gracias.

–6–
NORMAS GENERALES

L A Organización de este evento se sitúa dentro de


la línea de trabajo que, A.C. CORCHEA 69 PRO-
DUCCIONES como productora de actividades cul-
turales, tiene programada para esta temporada.
Las características de este evento, como todo acto que
sume más de 500 personas, nos hacen exponer, para su
obligado y riguroso cumplimiento, una serie de normas que
habrán de ser observadas y respetadas por todos los asis-
tentes:
• La Organización se reserva el derecho de alterar o cam-
biar el programa. No se admiten devoluciones o cam-
bios en la inscripción.
• La Organización podrá denegar el acceso o expulsar
del recinto a aquellas personas de las que pueda racio-
nalmente presumirse, que van a crear una situación
de riesgo o peligro para él mismo u otros congresis-
tas, de alboroto, o aparenten estados de intoxicación o
conmoción, o que incumpla esta relación de normas.
• Cualquier daño o desperfecto ocasionado por un asis-
tente en el Edifico Expo conllevará la denuncia del
mismo por La Organización a la Dirección del Edifi-
cio Expo para que esta inicie los trámites pertinentes,
no haciéndose La Organización responsable del mis-
mo ni del daño cometido.
• El uso de la placa acreditativa es obligatorio. Por mo-
tivos de seguridad no se permitirá el acceso al audi-
torio a quien no la presente o le sea requerida. Si se

–7–
olvidara, o perdiera, acudan a La Organización para
solventar el problema lo antes posible.
• Está terminantemente prohibido fumar, beber o comer
dentro de las instalaciones del Edificio Expo salvo en
los sitios debidamente especificados para ello. Les re-
cordamos que el Edificio Expo es una edificación en
régimen de propiedad privada estatal, esto incluye es-
caleras y jardines exteriores como zonas propias del
inmueble de carácter privado.
• Queda prohibida cualquier filmación, grabación o
reproducción en el interior del recinto salvo auto-
rización expresa de La Organización (esto incluye
cualquier soporte de reproducción de música, radio,
videojuego o similar).
• Rogamos desconecten sus teléfonos móviles durante
las conferencias, comunicaciones, mesas redondas u
otras actividades.
• Se ruega silencio durante las exposiciones.
• Se ruega máxima puntualidad a los asistentes para no
interrumpir el desarrollo de la actividad congresual.
• Toda conferencia, debate, charla o mesa redonda no
termina hasta que concluya el turno de preguntas y
respuestas.
• Todo asistente tiene la obligación de respetar estas nor-
mas para el buen funcionamiento del evento.

Control de asistencia
LA asistencia a las jornadas no es obligatoria salvo, lógi-
camente, para aquellas personas que deseen recibir un cer-
tificado de asistencia.
Aquellos que deseen recibir el certificado de asistencia y
así beneficiarse de la convalidación del mismo por 3 crédi-
tos de libre configuración reconocidos por la Universidad de
Sevilla, tendrán que demostrar su asistencia a un mínimo,
del 80 % de las jornadas tal y como exigen dicha entidad (6
medias jornadas de las 7 medias jornadas totales).

–8–
El sistema de control de asistencia redunda en el propio
interés del asistente por demostrarla. Cada asistente se res-
ponsabiliza de demostrar su asistencia a las jornadas.
A cada asistente se le ha entregado una placa acreditativa
con un código de barras personalizado la cual tendrá que
llevar siempre consigo y en lugar visible, durante los 4 días
de actividad. En la entrada de la sala se dispondrán lectores
de códigos de barras. El registro de su código de barras por
un ordenador hará las veces de firma. Siga las indicaciones
de la Organización para agilizar esta operación. Al termino
del congreso, previo a la entrega de certificados un progra-
ma informático hará el recuento de la asistencia de cada
cual y dispondrá quienes de ellos son aptos para recibir el
certificado de asistencia y cuales no. La organización ten-
drá preparado además el clásico sistema de firmas que será
usado si aparece algún problema técnico.
Todo asistente que habiendo sido declarado no apto de-
see inspeccionar su computo de asistencia deberá dirigirse a
La Organización durante la entrega de certificados.
Para retirar el certificado de asistencia debe entregarse
a la Organización la placa acreditativa y la respuesta a una
pregunta que se hará pública mediante carteles en la tarde
del Jueves 18 y en la pagina web www.corchea69.com. Esta
pregunta forma parte de un sistema de evaluación que nos
solicita la Universidad de Sevilla. Esta entrega se hará el
día y hora fijado en el programa, no pudiéndose solicitar
con anterioridad o posterioridad a esta fecha (salvo por cau-
sa “muy justificada”). Ante cualquier duda consulte con el
personal autorizado.

–9–
PRESENTACIÓN

MORFOLOGÍA DEL HUMOR


JORNADAS DE ESTUDIO Y ANÁLISIS DEL HUMOR
DESDE LA ANTROPOLOGÍA, LA PSICOLOGÍA, LA
FILOSOFÍA, Y COTIDIANIDAD

Q UÉ es el humor? ¿Qué es la risa? ¿Qué es ese ex-


traño reflujo de sensaciones que nos acompañan
en los momentos de felicidad, bienestar o euforia?
¿Es el humor una sensación aislada, un estado general, un
chispazo? ¿Es el humor un rasgo distintivo del ser huma-
no o lo compartimos con otras especies? ¿Puede el humor
hacernos más felices, integrarnos y jugar un papel impor-
tante en nuestro desarrollo o es algo arbitrario y superfluo?
¿Realmente es el humor un modo de terapia o un nuevo
invento del marketing?
Preguntarnos sobre el humor es adentrarnos a simple
vista en una búsqueda infructuosa sin saber bien hacia dón-
de encaminarnos. Pareciera que los que saben, los erudi-
tos, sienten cierto escozor en reflexionar sobre el humor y
prefieren volcarse en cuestiones aparentemente mucho más
serias y sesudas. Las obras que sobre el humor encontramos
no lo tratan en sí más que como una herramienta, como
artificio, y así grandes nombres de todos los tiempos jugue-
tean con el arte de la risa (ejemplos pueden ser los poemas
sátiros de Catulo o el Candido de Voltaire) pero pocos, o
casi ninguno hasta finales del XIX y el siglo XX sobre todo,

–11–
le entran al trapo, la gran incógnita es qué habría pasado si
no hubiera desaparecido el supuesto libro que Aristóteles
escribió sobre la comedia, ¿habría creado escuela? ¿Habría
escrito San Agustín sobre esto posteriormente, y Descartes,
y Kant? Difícil de creer, ¿verdad?
Hoy pensamos que el humor y la risa son actitudes que
nos separan a los humanos de los animales. Aquella defini-
ción del ser humano como animal racional puede colmatar-
se hoy con la de animal racional y con capacidad de reírse
de los demás y de si mismo. Por ello el humor lo asocia-
mos hoy en día con valores tan universalmente reconocidos
como la humildad, o con el sentido crítico y la inteligencia.
Claro que no es igual reírse uno de su sombra que ante una
reflexión aguda sobre el talante de uno u otro político.
Hay tantos modos de entender el humor como culturas
hubo y habrá sobre la tierra. Es de tal modo la cosa que las
expresiones sociales paganas, donde la fiesta, la algarabía,
el exceso y las risas eran el motor de las mismas que, pasa-
dos los siglos y milenios, aún hoy se siguen celebrando y
deseamos que así siga sucediendo, hablamos de los carna-
vales como es lógico.
El humor es el respiro que nos sirve de puente entre el
mundo real, racional y cuadriculado y la interioridad propia
de cada cual, o a caso nadie se ha reído de algo que no es
capaz de explicar y sólo tiene lógica dentro de su cabeza.
Pero la risa también nos salva de la zozobra, del tedio y de
la rutina de los días, o de los nervios y las tensiones acu-
muladas.
Por todo, es necesario que paremos nuestras miradas en
el humor. Que lo estudiemos y analicemos como lo que es,
uno de los rasgos que nos hacen ser humanos, que nos ha-
cen ser únicos y tan iguales los unos a los otros. Humor,
violencia, empatía, racionalidad, ¿qué es realmente lo que
nos hace llamarnos humanos?

Objetivo de las Jornadas


Religiones mitos e ídolos, el sentido de las ideas, vio-

–12–
lencia o morfología del humor no son mas que piezas de
un ambicioso e ilusionante proyecto donde de la forma más
humilde, pero constante, tratamos de aportar a la sociedad
mas próxima, dentro de nuestras posibilidades, voces, que
debidamente fundamentadas en la experiencia y la sabidu-
ría simplemente sean escuchadas. En una mundo donde el
ruido no permite oír a los que no necesitan gritar para ser
escuchados, aspiramos a crear pequeños espacios de silen-
cio donde se sucedan estos pequeños milagros.
Está claro que el humor es patrimonio del hombre ya que
sólo nosotros somos capaces de percibirlo y desarrollarlo.
Adquiramos las herramientas necesarias para saber qué tan
necesario es, y en qué grado podemos usarlo como utensilio
beneficioso en nuestra vida y en la de los que nos rodea.
Los objetivos de estas jornadas, como viene siendo nues-
tra labor, no son otros que los de ayudar de alguna forma a
proporcionar parte de esas herramientas a un auditorio que,
presumiblemente, ha se ser hábil en el manejo de estas para
considerarse ciudadanos integrados del siglo XXI.

A.C. Corchea 69 Producciones

–13–
PARTICIPANTES EN EL PROYECTO

Organización
La preproducción, producción y postproducción de las
jornadas corre a cargo de A.C. Corchea 69 Producciones.
Así como la elección del tema, la disposición de los bloques
temáticos y la elección de los conferenciantes.
Las Jornadas MORFOLOGÍA DEL HUMOR es una ac-
tividad que se acoge a convenio con la Universidad de Sevi-
lla, reconociendo esta a los asistentes que así lo demanden
y acrediten su asistencia a las Jornadas con tres créditos de
libre configuración curricular.

Patrocinio
El principal patrocinador de las Jornadas MORFOLO-
GÍA DEL HUMOR es la empresa estatal AGESA, la cual
gestiona, entre muchos más inmuebles, el salón del edificio
Expo. El pasado seis de octubre de 2005 tuvo a bien firmar-
se un convenio de mutua colaboración entre AGESA y A.C.
Corchea 69 Producciones, el cual asegura la pervivencia de
nuestras magníficas relaciones en el futuro. Así pues es de
obligado merecimiento celebrar la buena disposición y el
buen talante de AGESA a la hora de apoyar las iniciativas
culturales que modestamente A.C. Corchea 69 Produccio-
nes presenta.
En otro orden, pero no menos importante, debemos des-
tacar las enormes facilidades que desde la Universidad de
Sevilla se nos brindan y la generosa ayuda que siempre nos
dan a la hora de publicitar nuestros eventos, y aún más estas

–15–
Jornadas MORFOLOGÍA DEL HUMOR. Siendo los alum-
nos de la misma los que en su casi total mayoría copan el
aforo del congreso nos sentimos en la obligación de reco-
nocer a la Universidad de Sevilla, si no bien patrocinador
directo del evento, sí copatrocinador y agente propiciador
del mismo.

Colaboración
A.C. Corchea 69 Producciones, en su esfuerzo por man-
tener los máximos de calidad que en otras actividades pasa-
das se marcaron, ha puesto todo su interés, y mejor hacer,
en la producción de las Jornadas MORFOLOGÍA DEL HU-
MOR consiguiendo nuevamente dar a los asistentes una he-
rramienta única de estudio y trabajo y de memoria de todo
lo que pase. El libro que tienes entre tus manos es el trabajo
de meses de antelación a la inauguración de las jornadas
para poder ofrecer un testimonio de primerísima mano so-
bre lo que durante estos días sucederá, sobré qué se dirá y
cómo. Pero esta labor habría sido del todo imposible sin
la inestimable colaboración de la editorial Padilla Libros
Editores y Libreros y su principal responsable el Maestro
Editor Manuel Padilla Berdejo. Esperamos que siempre
podamos contar con sus inestimables conocimientos en el
mundo del libro y la cultura y con su desinteresada amistad,
y que Sevilla siempre pueda beneficiarse de la existencia de
personas como él y su familia.

–16–
COMITÉ CIENTÍFICO

Presidente
DAVID PASTOR VICO

Secretario
Francisco Anaya Benítez

Vocales
Francisco Lira
Manuel Padilla Berdejo
Eva González Lezcano
Susana Martínez Reséndiz

–17–
PROGRAMA

Martes 16/V/2006
9.30-10.30h. Acreditaciones.

11.00-11.30h. Acto inaugural


Inauguración a cargo del presidente de las Jornadas,
Representantes de los patrocinadores,
Representantes de las instituciones.

12:00-13.30h. Conferencia
JAVIER SÁDABA
“Filosofía y Humor”

16.30-18.00h. Diálogo
JAVIER SÁDABA y FRANCISCO ROBLES:
“Ética y Humor”

18.30-20.00h. Conferencia
JOSÉ ANTONIO CALDERÓN:
“La risa, un fino abrelatas para el espíritu”

Miércoles 17/V/2006
10.00-11.30h. Ponencias.
LUIS NÚÑEZ HERNÁNDEZ
“Humoresque: la música como contaminante social”

MANUEL JOSÉ SIERRA HERNÁNDEZ


“Aproximaciones a una noción del humor como estrate-
gia de sostenibilidad”

–19–
12:00-13.30h. Conferencia
JOSÉ Mª ROMÁN SÁNCHEZ
“Sentido del humor y educación”

16.30-18.00h. Conferencia
JOSÉ MANUEL PADILLA MONGE
“Humor y literatura”

18.30-20.00h. Conferencia
FRANCISCO AGUILAR
“El humor como muleta”

Jueves 18/V/2006

10.00-11.30h. Ponencias
JORGE RODRÍGUEZ LÓPEZ
“Filosofía y humor, la filosofía como actividad poco re-
comendable”

JUAN ANTONIO CAMPOS GONZÁLEZ


“La otra filosofía marxista del s. XX.”

12.00-13.30h. Conferencia
MIGUEL ÁNGEL RODRÍGUEZ
“Ontología del Humor; reflexiones en babuchas”

16.30-18.00h. Proyección académica de la película:


La última noche de Boris Grushenko (Woody Allen,
1975).

18.30-20.00h.Comentarios y reflexiones:
JOSÉ ORDÓÑEZ
“La última noche de Boris Grushenko. Homo hilarans o
fenómeno de un criminal de tercera”

–20–
Viernes 19/V/2006
10.00-11.30h. Conferencias
VÍCTOR HERNÁNDEZ ESPINOSA
“El sentido del humor en el quehacer psicoanalítico y
psicoterápico”

12.00-13.30h. Conferencia
JOSÉ MARÍA PÉREZ OROZCO
“En clave de humor”

14.00-15.00h. Entrega de certificados de asistencia.

–21–
Morfología del humor..., pág. 23

CONFERENCIAS
EL HUMOR COMO MULETA
por
FRANCISCO AGUILAR

El humor como muleta


(Resumen)
Morfología del humor..., pág. 25
FRANCISCO AGUILAR (PACO AGUILAR), es un artista muy cono-
cido en el mundo del espectáculo. Desde muy joven ha trabajado
en grupos musicales, entre los que podemos destacar a Yerbabue-
na, donde participaba como cantante. También es compositor. De
su actividad musical pasó a la de guionista y humorista, cuyas ac-
tuaciones hemos visto en infinidad de ocasiones en las pantallas
de TV. Debido a su profesionalidad y popularidad es invitado con
frecuencia a pregonar fiestas, carnavales y otros eventos. Siempe
ha sido un viajero incansable y retoma el gusto yendo y viniendo
a Sanlúcar, para no perder la costumbre. Actualmente conduce
un programa de Radio (RTVA) para discapacitados. Es socio de
honor de la Asociación Andaluza de Esclerosis Múltiple.

–26–
RESUMEN

E L humor es una risa que ha ido al colegio”


Esta frase que a mí se me antoja ocurrente y certera
no es mía por desgracia, sino de aquel genial
humorista gráfico y autor teatral de los años treinta, llamado
Miguel Mihura. Esta definición del humor debería figurar
en los libros de texto y, sobre todo, en los libros de estilo de
determinados medios de comunicación.

El humor positivo y el humor negativo


El humor positivo es cuando nos reímos con alguien y no
de alguien, en cuyo caso sería humor negativo. Para reírnos
de algo o con alguien, con un mínimo de elegancia y savoir
faire, tenemos que empezar por saber reírnos de nosotros
mismos.
El humor propio tiene muchísimo que ver con el amor
propio. La propia aceptación de nuestras carencias y
limitaciones de ese techo de felicidad del que la vida nos
provee por medio del humor... ¡Ay de aquél que no lo
consiga!
Según la definición de los señores de la OMS, a los que
naturalmente yo no voy a llevar la contraria, la Salud es
la ausencia de enfermedad y de males. Pues muy bien;
desde mi punto de vista, el humor –como ustedes se estarán
figurando–, es la aceptación de la enfermedad, porque a ver,
si no, qué le vamos a hacer...

–27–
El miedo y el humor
El miedo, algunas veces, nos hace bromear... incluso de
forma exagerada. En el mundo de los toros y los toreros
se han dado situaciones jocosas sobre todo para explicar el
miedo: Rafael El Gallo, Belmonte, etc. La muerte siempre
ha sido una fuente de chistes, chascarrillos y anécdotas
cuyos mejores viveros han sido los duelos, entierros y
velatorios, sobre todo en Andalucía. Los que, como yo,
pertenecemos a asociaciones de discapacitados y, además,
ejercemos de activistas en este terreno, buscamos ciertas
vías de entretenimiento, escape y divulgación como
festivales cinematográficos, donde se exhiben películas de
nuestra cuerda.
Los humoristas gráficos siempre se parecen a sus monos
y dibujos: Gila, Chumy Chumez, Mingote, Forges...

Velázquez pintó a los acondroplásicos de la Corte, todos


con cara de listos, porque lo eran... y al Rey con un caballo
gordoy una mirada de... ¿inteligencia?

Refranero y discapacidad

Bromas y chistes que soportan los discapacitados

–28–
LA RISA, UN FINO ABRELATAS
PARA EL ESPÍRITU
Por
JOSÉ ANTONIO CALDERÓN
Morfología del humor..., pág. 29
JOSÉ ANTONIO CALDERÓN, después de estudiar Arte Dramático,
Mimo y Pantomima en el Instituto del Teatro de Barcelona, reali-
za cursos de perfeccionamiento en Wroclaw (Polonia), sobre las
técnicas de Tomaszwskis y la pantomima clásica reelaborada por
la escuela polaca.
En 1978 funda MIM-GEST, y más tarde, el Teatro de la Bo-
hemia junto a Jordi Fábregas, estrenando más de veinte espectá-
culos de creación propia que han girado por todo el país y han
participado en distintos festivales nacionales e internacionales.
Paralelamente, ha colaborado como actor en montajes puntuales
de otras compañías como Akelarre de Bilbao, Vol-ras y El Jo-
glars de Barcelona, con apariciones esporádicas en algunas series
de televisión y cine.
Participa en varios festivales internacionales de mimo y pan-
tomima en Polonia, Francia y Barcelona, y en múltiples festiva-
les teatrales nacionales, consiguiendo un premio “Círculo de las
Artes Mágicas” y dos premios “Aplaudiment” a la innovación
teatral, otorgado por el Jurado del Premio Sebastià Gasch de Bar-
celona.
En su trayectoria profesional no sólo ha ejercido como actor,
paralelamente a esta función, ha impartido clases en el Instituto
del Teatro de Barcelona y de Vic, y de forma continuada sigue
con su labor pedagógica en centros y academias teatrales de Bar-
celona, al mismo tiempo, que dirige talleres y montajes.
En esta línea de dirección, ha participado en distintos proyec-
tos y durante tres años dirigió La Cuina de les Arts, una peque-
ña sala anexa al Instituto del Teatro de Barcelona; colaboró con
distintas propuestas –que monta y dirige– en varias Fiestas de la
Merced, de la misma ciudad y, durante dos temporadas, diseñó
y dirigió la línea de espectáculos del Royal Cabaret, un espacio
dedicado a las artes para-teatrales y a nuevas tendencias, ubicado
dentro del Centro de creación contemporánea Tecla Sala de Hos-
pitalet (Barcelona).

–30–
Q UE entre la risa y el llanto sólo hay un paso, es una
frase hecha, pero muy posiblemente acuñada por
los griegos; y si ellos ya lo decían, no debe ser una
simpleza pensar que eso de la risa es algo más serio de lo
que a simple vista puede parecer.
Y digo esto, porque en la antigua Grecia, la tragedia y
la comedia eran consideradas como la doble máscara de
una misma realidad. En esta línea de argumentación diré,
que para algunos eruditos del tema, el origen de esa dua-
lidad, está en esos primeros enfrentamientos del hombre a
los enigmas del mundo y de su existencia; confrontación
que generó desde el principio de los tiempos dos actitudes
pensantes: la mirada constructiva del pensamiento serio,
frente a la deconstructiva del pensamiento cómico. Para
los estudiosos del humor, lo único que separa a la tragedia
de la comedia es ese paso, pero dado hacia atrás, de forma
que permita un cierto distanciamiento de los hechos, y éstos
–por muy trágicos que sean–, siempre contienen el germen
de alguna minúscula semilla de la que puede brotar el hu-
mor.
Otro de los aspectos esenciales que mantienen en común,
la tragedia y la comedia, es: de un lado, la caída trágica; y,
de otro, el batacazo cómico. En la tragedia la intensidad de
la catarsis se mide por la altura desde la que cae el persona-
je. Cuanta más consideración social haya conseguido éste,
más dramatismo contendrá su desplome. En la comedia
ocurre lo mismo, pero su catarsis es un estallido jocoso.
Ante el temor de caer en el aburrimiento, un riesgo que
también comparten ambos géneros, permítanme la ironía

–31–
de afirmar que el nacimiento del pensamiento más serio del
hombre, la filosofía, estuvo precedida de una caída y un
chiste, cuyo protagonista, según las fuentes más respeta-
bles fue Tales de Mileto, uno de los grandes presocráticos.
Cuéntase que estando ocupado Tales en la astronomía y mi-
rando a lo alto, un día cayó en un pozo, y que una sirvienta
de Tracia, de espíritu despierto y burlón, se rió, diciendo
que quería saber lo que pasaba en el cielo y que se olvidaba
de lo que tenía frente a sí y antes sus pies.
Esta anécdota, que puede servir para subrayar algunas de
las formulaciones ya enunciadas, abre un nuevo aspecto de
la risa: la de su apego a la realidad como referente.
De la lectura de las comedías, podemos sacar una visión
más amplia de la vida y las preocupaciones cotidianas de los
griegos, que leyendo las tragedias, centradas en reflexiones
sobre los grandes temas del hombre. El humor necesita de
un referente real al que satirizar o parodiar y, cuanto más se
adentre en ese mal o esa realidad a destripar, y más conoci-
da sea ésta por los espectadores, mayor y más sonoro será
el efecto de su risa.
Es evidente que todo artista necesita partir de algo, pero,
a los autores trágicos, les ocurre con frecuencia que, par-
tiendo de un problema real, tienden –como le ocurrió a Ta-
les de Mileto–, a elevar la mirada y perder el sentido más
nimio de realidad, vuelo mental que no puede permitirse el
autor de comedias ya que ésta es su materia esencial.
Sí Aristófanes hubiera abordado el tema edípico, segu-
ramente, la culpa trágica de Edipo no estaría en el cúmulo
de circunstancias que los Dioses mueven: el abstracto des-
tino, sino en la idiotez de Edipo. Es posible que, además
de dejarlo ciego –por no ver lo que todo el mundo veía–, le
hubiera cortado las orejas por no oír lo que era vox populi
en los corrillos de mujeres tebanas: “pero ese hombre no ve
que esa mujer puede ser su madre”; tan evidente, que así
fue.
Conociendo, como conocemos a las hembras mediterrá-
neas –baste recordar Lisístrata–, alguien con una mirada có-

–32–
mica no se explica cómo en el coro de Sófocles, en ningún
momento, alguna de las señoras no exclame algo parecido.
Si el tema de Edipo hubiera sido tratado por Aristófanes,
posiblemente, la culpa edípica no existiría y en nuestra in-
fancia nos hubiéramos dedicado a idealizar a las vecinas
jóvenes que, sin lugar a dudas, todas estaban mucho mejor
que nuestras madres.
Pero como en la vida, en el arte, primero están los que
construyen las teorías de las grandes preocupaciones del
hombre y, después, van quienes deconstruyen o, para alige-
rarnos de su peso, las minimizan.

En toda creación, divina o humana, el principio es el


caos.
Lo que entendían los griegos por el arte de la comedia
englobaba todas las artes del humor y, la comedia antigua,
era una extraña mezcla de todos los tipos de géneros: desde
la lírica más refinada a las bufonadas de más baja estofa; al
lado de la ironía podía aparecer lo más grotesco; lo lascivo
o lo vulgar junto al ingenio más agudo y punzante; el graz-
nido de una urraca, el rebuzno de un asno, el último chis-
me de la ciudad, aspectos políticos o filosóficos dichos con
ingenio y agudeza por personajes grotescamente vestidos,
todos portadores del indecente phallus, falo que colgaban
de su cintura como emblema de fertilidad.
Tuvieron que pasar siglos para que la comicidad desa-
rrollara y delimitara sus distintos estilos, que a pesar de su
variedad, podríamos dividirlos en dos estructuras básicas:
de un lado, las rupturas de la lógica; y, de otro, la de los
desvelamientos.
En la quiebra de la lógica estarían los siguientes hilos
narrativos: el del absurdo, el del surrealismo y el de la locu-
ra. En la segunda –la reveladora de los verdaderos espíritus
y vicios de lo público–, se mostraría a través de los finos
rasgos de la alta comedia, la comedia de enredo, de situa-
ciones o de costumbres hasta llegar al trazo caricaturesco
de la sátira o la farsa. En un abanico amplio de registros

–33–
que irían desde la popular mofa o burla, la parodia, la frase
ingeniosa y el chiste –con sus rupturas finales absurdas, lo-
cas o irónicas–, hasta llegar al arte supremo y exquisito de
la risa: la ironía.
Dentro de las posibilidades del arte de la risa, está su
capacidad corrosiva para dañar y herir. Ese uso del ingenio
como arma afilada, junto con la peculiaridad de su mirada,
son los dos elementos más importantes a la hora de con-
dicionar las características de sus personajes, a la vez que
marca algunas de las estrategias del arte de la risa.

Ese arma afilada que puede ser el humor.


Desde las dos actitudes pensantes se puede ejercer la crí-
tica, pero mientras que, la del pensamiento serio es razona-
da y admite la réplica y la contrarréplica; la cómica posee
armas como la mofa, la burla, la farsa, la sátira y la parodia,
que le permiten entrar a cuchillo, y de forma pasional, sobre
el objeto de sus críticas sin necesidad de esperar respuesta.
No hay nada más frágil que la risa, la más leve inquietud
en el otro es suficiente para quebrar el nacimiento de un reír
sincero: una elevación de la mirada o una actitud de mínima
autosuficiencia en el ejecutante, puede convertir una ironía
en un sarcasmo y colocar en actitud defensiva al oyente o
al espectador.
De una manera u otra, todos desde nuestra más tierna
infancia conocemos el doble efecto del humor: el gozoso y
el hiriente. ¿Quién de pequeño en el colegio no ha sufrido la
burla de otros niños o ha presenciado la sangrante mofa de
alguien?, ¿quién no ha visto el retrato satírico o la parodia
de algún personaje público hasta su ridiculez?
Como hemos visto, conciente o inconscientemente, to-
dos sabemos que cuando el humor se gira hacía nosotros,
puede convertirse en un arma mortífera para nuestra auto
estima. Ante ese temor, no dejamos que quien nos haga reír
en la calle o desde un escenario sea cualquiera, le exigimos
que sepa manejar los resortes que mueven a la risa, esos
que hacen que una broma no se convierta en pesada o una

–34–
ironía en sarcasmo que pueda herirnos. Esa posibilidad de
dañar que contiene el humor, hace que al menor signo del
mal uso de sus recursos, nos cerremos y sólo nos abramos
ante alguien que domine estos mecanismos: alguien con bis
cómica.

¿A quienes dejamos que nos hagan reír?


El arte de la risa suele tener tres tipos de ejecutantes: el
amigo que todos conocemos y que tiene gracia para contar
anécdotas y chistes; el profesional: actor de comedia o có-
mico; y el tercero, de forma esporádica y fortuita podemos
ser cualquiera de nosotros, siempre que un día caminan-
do pisemos una piel de plátano y nuestra caída haga reír
a otros. Los dos primeros han de estar dotados de ese don
natural que llamamos bis cómica. El ejecutante fortuito, po-
siblemente carezca de ella, pero la situación en la que se ve
envuelto sí la tiene. Cuando nos referimos a alguien con
bis cómica o –en tono coloquial: una persona con gracia–,
nombramos ese don innato que poseen algunos individuos
en el manejo de las distintas formas y miradas cómicas, que
en cada uno se muestra y se manifiesta con peculiaridades,
acentuaciones y variaciones muy diferentes y distintas, que
le dotan de esa chispa para sacar humor de donde los demás
a penas pueden verlo.
Como tanto las personas con gracia como los cómicos,
cada uno poseen características propias, configuradas me-
diante la mezcla de los distintos estilos y personajes hu-
morísticos, difíciles de definir en un concepto que englobe
tanta diversidad en las maneras de hacer humor, me cen-
traré en los profesionales y, dentro de estos, en dos de los
caracteres con más entidad propia dentro de lo cómico: el
irónico y el excéntrico.

La máscara irónica
La máscara cómica del irónico está en el juego lúdico de
su mente. Desde su propia personalidad irónica, el “perso-
naje”, subrayará su ingenio con una mirada, con la cadencia

–35–
de su voz o valiéndose de un sutil gesto o de un cambio
tonal, y bosquejará una caricatura o insertará una sonrisa
en el punto justo de su discurso; todo servido de su oratoria
irónica que es la esencia de su naturaleza y el carácter de
su máscara.
En su ataque, al irónico, le exigiremos que como en los
combates de esgrima, con el florete de su ingenio sólo mar-
que la estocada, sin el efecto hiriente de lo sarcástico.
El peso específico de las formas irónicas cómicas dentro
del humor, le ha llevado a desarrollar por separado sus pro-
pias estructuras formales y constituir carácter y estilo pro-
pio. Si bien la ironía está dentro del humor o, a la inversa,
muchos aspectos del humor contienen ironía, los enmarcaré
por separado ya que, su forma de afrontar el objeto de su
crítica y el uso de su ingenio, también son distintos: en el
irónico el efecto de su ironía es desvelador y, en el humoris-
ta, en ocasiones hiriente.
En su comicidad el irónico apela a la razón del espectador
para que éste le siga, mientras que el humorista apela más a
los sentidos y a los sentimientos: uno, busca la sonrisa de la
mente; y, el otro, el estallido jocoso de los sentidos.
La ironía es un juego lúdico del intelecto, un ejercicio
dialéctico que intenta explotar las posibilidades del contras-
te y la contradicción, desvelando indirectamente el objeto
de su ironía. El humor no merodea, va directo al objeto y lo
hace estallar en una carcajada en ocasiones hiriente.
Estas dos actitudes vienen marcadas por como cada uno
de ellos confrontan la realidad y sus referentes. El irónico
es un idealista que trata de armonizar lo real con lo ideal,
lo que es con lo que debiera ser, fingiendo creer que lo que
debería ser es.
El cómico va directo al objeto de su crítica y se adentra
en él, aparentando creer que es así como las cosas deberían
ser.
Para ilustrar la mirada irónica, recurriré a un ejemplo
de ironía popular que Pierre Shoentjes incluye en su libro
La poética de la ironía: «Dice una madre que ve entrar en

–36–
casa a su hijo perdido de manchas de barro: “Así de limpio
me gustan los niños”». “Incluso en los casos más triviales,
como este” –nos dice Shoentjes– “la ironía se expresa re-
firiéndose a un ideal moral. Al mismo tiempo que ella le
hecha la reprimenda, se da el gusto de imaginarse un mun-
do perfecto en el que los niños serían como ella piensa que
tendrían que ser: limpios y obedientes”.
Para que pueda verse un mismo hecho tratado desde la
otra perspectiva, he recurrido a la invención de una posible
salida humorística del niño, que respondería: “Mamá, sí yo
me lavo, lo que pasa es que nací sucio”.
En la respuesta humorística inventada del niño, él apa-
renta creer que es así como nacen y son los niños: sucios.

La máscara excéntrica
Dentro del humor, he seleccionado el personaje del ex-
céntrico, porque, junto con el irónico, la configuración de
su carácter me parecen uno de los más interesantes, ya que
permite explorar los aspectos del humor más rompedores:
el absurdo, el surrealismo o la locura.
En el mundo del humor, el excéntrico, nace a principio
de 1900, tras una fuerte crisis en Europa de los circos. Obli-
gados por estas circunstancias, algunos payasos buscan re-
fugio en el cabaret y en los teatros de revistas y, en esa
adaptación: de los grandes espacios del circo al pequeño
cabaret; del público familiar al adulto; algunos deciden salir
sin el disfraz de sus pinturas, lo que en el argot se deno-
mina: a cara limpia. Esa desnudez de su máscara externa,
fuerza la búsqueda de una máscara interna –que exige ma-
yor contención gestual–, al mismo tiempo, el público adulto
condiciona el contenido de su discurso.
A esos aspectos modificadores, habría que añadir las in-
fluencias de las vanguardias culturales centro europeas, que
a principio de ese siglo toman el cabaret como centro de sus
proclamas: el movimiento Dadá y el cabaret literario.
Todos estos condicionantes, moldean y modulan a los
viejos payasos, ayudándoles a adquirir agudeza y sutilidad

–37–
en sus maneras de expresar el humor; formas, que acaban
configurando la caracterología del excéntrico. Si bien es
verdad, que algo de esa excentricidad ya la poseía el clown,
ésta se regía por imitación de ciertas reacciones infantiles, y
es en estas circunstancias, cuando se convierte en excentri-
cidad adulta y se configura como carácter y un estilo dentro
del humor.
La inmensa mayoría de los actores cómicos del cine
mudo, provienen de esta hornada de artistas de variada
gama: de las melodramáticas y poéticas pantomimas de
Chaplín a la verborrea absurda y desbordada de los herma-
nos Marx.
Del excéntrico, me limitaré a transcribir la definición del
Diccionario: “Extravagancia o rareza de carácter. De carác-
ter raro. Que está fuera de su centro o que tiene un centro
diferente. Pieza que gira alrededor de un centro que no es su
pieza de figura; tiene por objeto transformar el movimien-
to circular continuo en rectilíneo o alternativo”. En contra-
posición, sobre el vocablo serio el Diccionario dice: “Que
carece de frivolidad; grave, severo en sus acciones y en el
modo de proceder. Contrapuesto a jocoso o bufo”.
La gravedad y severidad del semblante siempre fueron
vistas por la iglesia como propias de “almas profundas”.
No digo que no sea preocupante eso de no estar cen-
trado, sobre todo para quienes lo padecen, porque al resto
de los humanos el que estén descentrados nos causa risa.
Desde mi punto de vista, el estar muy centrado es mucho
más preocupante y peligroso para los demás, que el estar
descentrado. Un exceso de centralidad puede llevarte, como
la historia ha demostrado, a girar sobre un punto fijo, como
suele ocurrirles a esas “almas profundas”. Y, en esos ca-
sos, llegas a creer que todo gira alrededor de nuestro eje
de creencias, incluso negarnos a admitir que existan otras
órbitas. Algo que ya sufrió Galileo y, si se salvó, fue porque
cuando afirmó “pero se mueve”, lo hizo con voz bajita.
Aún estando fijada sobre un punto falso, la centralidad
siempre ha estado mejor vista que lo descentralizado. Al-

–38–
guien erradamente centrado, vivirá tranquila y equivocada-
mente centrado toda su vida o, al menos, quinientos años,
que es lo que tarda en verificar las centralidades erróneas el
Vaticano.
Si un hombre centrado y serio criticara el centro de otro
hombre serio y centrado, ese acto sería considerado por
quien lo recibe, como un ataque destructivo a sus referentes
y su lectura subliminal sería: “éste quiere eliminar mi cen-
tro, para en su lugar poner el suyo”. En una situación como
ésa, nadie oiría a nadie y, si ésta se diera en un teatro, un
gran número de público se marcharía.
Cosa que no ocurriría con un excéntrico, ya que al ser
considerado como raro y descentrado, sitúa al espectador
en un estatus intelectual superior, permitiendo éste, que el
cómico en la búsqueda de su centro ataque el suyo propio, a
sabiendas de que el humorista no tratará de imponerle cen-
tro alguno, ya que sabe que no lo tiene.
Esa condición de que el cómico quede por debajo del
público ya lo tenían claro los reyes, por eso todos los bufo-
nes eran enanos. Actualmente, esta diferencia entre el per-
sonaje y el receptor se ha acortado y ya no es necesaria que,
como en la corte, la distancia sea tan baja, bastará con que
el bufón aparente tener unas cuantas neuronas menos que el
rey, para que sus chanzas no se trunquen en el camino.
Como conclusión, decir que en las artes escénicas, un
cambio en el discurso y las formas de un personaje, exige
de una adecuación en su interpretación. En el arte interpre-
tativo, como en todo arte, las formas y el contenido son
esenciales. En la interpretación, lo que debe decirse marca
el carácter formal del personaje. El discurso del que se nutre
el humor, como ya vimos en párrafos anteriores, proviene
de una mirada y un pensamiento distintos a la lógica común
y, esta particularidad en las formas de ver el mundo y la
existencia, se han de expresar de manera creíble. Esa anor-
malidad en el contenido discursivo, requiere de una adecua-
ción en el carácter del personaje, lo que obliga a dotarlos de

–39–
una cierta singularidad, más o menos acentuada, de acuerdo
con el grado de ruptura de su alocución.
Las dos actitudes pensantes arrancan de una misma ima-
gen primigenia: la del hombre frente al mundo tratando de
explicárselo; pero, mientras la del uno, es un asombro trá-
gico, la del otro es un asombro perplejo. Esa perplejidad,
de una forma u otra, ha de reflejarse en los caracteres de los
personajes cómicos. Esa extrañeza en el procesar de su mi-
rada, necesariamente, configura la óptica de un pensamien-
to diferente y dota al personaje de un contenido discursivo
también distinto, fuera del razonamiento común. Ese racio-
cinio en otras lógicas, le dotan de esa singularidad que, en
el argot teatral, denominamos excéntrica.

Acabaré con una frase hecha: “es de bien nacido ser


agradecido”, para las neuronas es un descanso.

Quiero felicitar a los organizadores de estas jornadas,


por el acierto de dedicarlas al digno arte de la risa, una ma-
nifestación que libera al hombre de los fundamentalismos,
y le confieren esa distinción expresiva que nos diferencian
de otras especies. Eso es así, a pesar de que algunos eco-
logistas digan que no sólo ríe el hombre, que también lo
hacen las hienas. Como hasta la fecha nadie sabe de qué
ríen esos bichos, a excepción de esos agoreros, el resto de
los humanos podemos afirmar que la risa es un modo de
expresión que nos pertenece.
Espero y deseo que después de ver mí actuación y de oír
mi charla, el público asistente salga con una idea más am-
plía del arte de la comedia, aunque dudo que los puntos de
vista de alguien como yo, que nunca he sido persona seria,
sean opiniones para ser tenidas muy en cuenta.

–40–
EL SENTIDO DEL HUMOR EN EL QUEHACER
PSICOANALÍTICO Y PSICOTERÁPICO

Por
VÍCTOR HERNÁNDEZ ESPINOSA
Morfología del humor..., pág. 41
VÍCTOR HERNÁNDEZ ESPINOSA, psiquiatra, psicoanalista y psico-
terapeuta. Ex presidente de la Sociedad Española de Psicoanálisis.
Miembro de Honor de la Asociación Catalana de Psicoterapeutas.
Ex profesor de la Universidad de Barcelona. Profesor del Master
de Psicoterapia de la F.V.B. (Univ. Ramón Llull). Supervisor clí-
nico en varias Instituciones de Asistencia Pública.

–42–
EL SENTIDO DEL HUMOR EN EL QUEHACER
PSICOANALÍTICO Y PSICOTERÁPICO

(RESUMEN A DESARROLLAR)

E N un debate que se celebró en Barcelona hace un par


de años con el título de “Hablando de cosas serias:
el humor y el psicoanálisis” se comentaba cómo el
humor permite abordar temas delicados y cómo se le llega
a asimilar a un sentido (el sentido del humor), que sería un
sentido metafórico en relación a los sensoriales, pero que,
como los otros sentidos, contribuiría a proporcionarnos los
datos necesarios para formarnos una idea más o menos pre-
cisa del mundo en que vivimos, especialmente del mundo
relacional y de las emociones. En este sentido, el sentido
del humor –y perdonen la redundancia– sería como un sexto
sentido que se constituiría reuniendo la capacidad de intui-
ción –clásicamente considerada como sexto sentido– con el
sentido del humor y con el tacto personal, entendido como
“la percepción delicada de qué decir y hacer sin ofender”.
El sentido del humor y lo que podríamos llamar sentido del
tacto serán pues, elementos de gran importancia en el mun-
do de las relaciones personales y, muy especialmente, en el
de las relaciones terapéuticas.
Revisando la escasa literatura psicoanalítica sobre el
sentido del humor, llama la atención que más de un autor
destaque como función importante del humor en los trata-
mientos psicoanalíticos la de facilitar el trabajo con temas y

–43–
ansiedades de fondo narcisista. La utilización adecuada del
humor (o sea, el humor usado con tacto humano) evitaría
que los especiales sentimientos de humillación que produce
la concienciación de estas ansiedades narcisistas sean una
amenaza para la preservación del vínculo terapéutico (la tan
traída y llevada, y a veces injustamente denostada, alianza
terapéutica) y pongan en peligro el proceso mismo del psi-
coanálisis o la psicoterapia. Visto así, el humor favorecería
la alianza terapéutica y reforzaría la capacidad para sopor-
tar la ansiedad y el dolor mental. En efecto, los sentimien-
tos propios de lo que llamamos “herida narcisista”, como la
vergüenza, la humillación, el ridículo, etc., son unos temas
“delicados”, puesto que son vividos como una amenaza
para la consistencia del propio self porque, disminuyendo el
amor propio y la propia dignidad por debajo de los niveles
necesarios para conservar la autoestima, ponen en peligro la
consistencia y la coherencia del individuo y estimulan mo-
vimientos defensivos, generalmente de tipo esquizoide. El
individuo que se siente humillado quisiera desaparecer, que
se le tragara la tierra (“tierra trágame”), como el paciente
que se siente humillado en el análisis puede desaparecer de
la terapia y, de rebote, dejar humillado al terapeuta con la
fantasía de que le ha pasado su sentimiento de humillación
y que así el humillado ya no es él, sino el terapeuta. Y la
verdad es que el paciente, aunque haga una identificación
proyectiva, no deja de tener razón, ya que todo psicoanalista
o psicoterapeuta que pierda a un paciente, debiera quedarse
si no humillado sí por lo menos doblemente preocupado:
preocupado por el paciente, a quien no ha podido ayudar
mejor; y preocupado por sí mismo, que no ha podido o no
ha sabido ayudar mejor.
A la lista de los temas clásicos del humorismo crítico o
mordaz: el marido cornudo, la incompetencia de los médi-
cos (en nuestro caso particular, la de psiquiatras y psicoana-
listas), las irregularidades de la vida clerical y de la política,
temas todos ellos asociados a la vergüenza y el ridículo, ha-
bría que añadir el tema de las actitudes y funcionamientos

–44–
mentales derivados del narcisismo, como los sentimientos y
fantasías –conscientes o inconscientes– de omnipotencia y
omnisciencia, de arrogancia y soberbia, de altanería y des-
precio, a veces grotescamente manifiestos, pero también en
ocasiones disimulados tras apariencias más humildes. Pre-
cisamente, hoy en día no resulta muy difícil encontrar entre
los personajes del mundo de la política y de la iglesia, como
también en el de algunos profesionales, remedos de carica-
turas vivientes de aquellas actitudes, tan recientes algunos
que todavía nos tienen “azorados” (de los azores, aves de
presa; y las Azores, unas islas del atlántico, creo). Azora-
dos estábamos ya hace muchos años bajo la amenaza de un
régimen dictatorial cuando La Codorniz (“la mejor revista
humorística para el lector más inteligente”, como rezaba su
propio slogan) publicó un parte meteorológico informando
a sus lectores de que “reina en España un fresco General
procedente de Galicia”. Al igual que los humoristas gráfi-
cos actuales nos muestran con sus ocurrencias gráficas la
actualidad en sus aspectos más delicados, aquella era una
manera de denunciar por vía humorística una realidad “de-
licada” que, caso de denunciarla directamente, hubiera po-
dido irritar–calentar al fresco General desencadenando una
tormenta más peligrosa que la gota fría. Tomando ejemplo
de los humoristas, algunos psicoanalistas creemos que un
cierto sentido del humor, dosificado con oportunidad y
tacto y transmitido a lo largo de la experiencia terapéutica
como una actitud respetuosa, puede ser beneficioso en el
curso del proceso psicoanalítico facilitando el abordaje de
temas delicados, como las fantasías narcisistas de superio-
ridad y autosuficiencia, sin desencadenar tormentas excesi-
vas que pongan en peligro el tratamiento si el paciente se
siente ofendido y huye o interrumpe la terapia. La huída
del paciente puede ser en algunos casos una medida de au-
toprotección comprensible, pero, en buen sentido común,
siempre es un fracaso del tratamiento.
Un factor del humor, del chiste por ejemplo, es la ex-
pectativa de algo inesperado que, al final, es compartido

–45–
agradablemente, sonrientemente, por ambos interlocutores
con satisfacción y con alivio: el uno porque ha hecho reír o
sonreír al otro y éste porque al final ha compartido con aquél
el sentido “secreto” del chiste (como si se dijera “ahora ya
lo sabemos los dos y podemos reír juntos”). Recuerdo que
nuestro malogrado Eugenio empezaba los chistes diciendo:
“saben aquel del psicoanalista que...”). Igualmente, en el
diálogo psicoanalítico existe una tensión entre alguien que
necesita saber y alguien que se supone que sabe o se espera
que sepa; entre alguien que, aunque en algún lugar oculto
de su ser albergue la fantasía omnipotente de saberlo todo o
casi todo, se encuentra en situación de tener que reconocer
que no sabe ante alguien de quien debe reconocer que sabe
más que él, y alguien –el profesional– que, aún aceptando la
situación de ser el que se supone que sabe más, ha de tener
una noción realista de que, en el fondo, sabe todavía poco
y nunca llegará a saber bastante. Es una tensión narcisista
en la que el paciente, para seguir adelante en su proceso te-
rapéutico, tendrá que pasar por el dolor de una renuncia: o
renuncia a su fantasía omnipotente o, en caso contrario, re-
nuncia a la ayuda que puede prestarle el tratamiento. Como
nos decía Antonio Calderón Willy, por este camino el pa-
ciente narcisista puede llegar a narcisista retirado, que es,
en menor o mayor grado, a lo que ya llegó el terapeuta, que
en su día tuvo que renunciar a sus fantasías de omniscien-
cia; de no haberlo hecho en la medida de lo posible, no sería
un buen terapeuta o, por lo menos, no sería un terapeuta
con sentido del humor. Siempre es una situación dolorosa
en la que un cierto sentido del humor puede tener efectos
mutuamente balsámicos que ayuden a soportar el proceso
curativo de la herida narcisista. Como en la sorpresa del
chiste, que conduce a la risa compartida cuando quien lo
escucha acaba sabiendo su sentido, la tensión narcisista va
cediendo a la satisfacción del trabajo compartido de la se-
sión psicoanalítica si se da ese sentido del humor en el seno
de lo que Poland llama el “tacto” psicoanalítico, que, según
el diccionario, es la “habilidad y cuidado para conducir un

–46–
asunto delicado o para tratar a las personas en casos deli-
cados sin ofenderlas”. Sin tacto y sin sentido del humor,
sin el “sexto sentido psicoanalítico”, puede que el diálogo
psicoanalítico vaya bien, pero también puede ser que acabe
como el rosario de la aurora, con ambos interlocutores fra-
casados y doloridos y con pocas posibilidades de aliviarse
con el cervantino bálsamo de Fierabrás que sería el sentido
del humor.
Parodiando una frase que se cita de Moratín (“el buen
humor es el único bálsamo que dilata la vida”), podríamos
decir que el buen humor es el único bálsamo que alivia el
dolor narcisista del orgullo herido, el único y verdadero bál-
samo de Fierabrás, aunque como éste alivie el orgullo heri-
do pero nada más. Quisiera acabar recordando, con Chaplin,
el mayor genio del humor entrañable, tan entrañable como
el de Willy, que “El humor nos permite ver lo irracional a
través de lo que parece racional. Además, refuerza nuestro
instinto de conservación y preserva nuestra salud de espí-
ritu. Gracias al humor, las vicisitudes de la existencia se
vuelven más soportables. Desarrolla nuestro sentido de las
proporciones y nos revela que lo absurdo siempre gira al-
rededor de la exagerada gravedad”. En fin, puesto que toda
intervención psicoanalítica, al igual que las humorísticas,
tendría que ser concisa, breve y balsámica, pongo punto fi-
nal a ésta para que sea, si no concisa, por lo menos breve y
espero que algo balsámica.

–47–
LA ÚLTIMA NOCHE DE BORIS GRUSHENKO.
HOMO HILARANS O FENÓMENO DE
UN CRIMINAL DE TERCERA

Por
JOSÉ ORDÓÑEZ GARCÍA
Morfología del humor..., pág. 49
JOSÉ ORDÓÑEZ GARCÍA, nació en El Puerto de Santa María (Cá-
diz) en 1957. Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación
por la Universidad de Sevilla se doctoró en la Filosofía en la
Universidad de Granada. Actualmente es profesor de Estética e
Historia de la Filosofía en la Universidad de Sevilla, orientador
Filosófico y Psicoanalista. Es miembro de la Sociedad Española
de Fenomenología, de la Sociedad Andaluza de Filosofía y de
la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Fue fundador de la Aso-
ciación de Estudios Humanísticos y Filosofía Práctica X-XI y el
Grupo E.T.O.R.
Entre sus obras y colaboraciones destacan:
Luis Goytisolo: El espacio de la creación (Barcelona, 1995).
Destino y Poesía: la encrucijada del hombre moderno (Sevi-
lla1996).
La voluntad de conservación: (Notas sobre Estética contemporá-
nea) (Sevilla,1996).
La memoria romántica (Sevilla, 1997).
Variaciones sobre el cuerpo (Sevilla, 1998).
La filosofía a las puertas del tercer milenio (Sevilla, 2005).
Heidegger y la crisis del nihilismo contemporáneo (Sevilla, 2005).

–50–
FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA

Título: La última noche de Boris Grushenko (1975)


Dirigida por: Woody Allen
Interpretes: Woody Allen, Diane Keaton, Georges Adet,
Frank Adu, Edward Ardisson, Féodor Atkine, Albert Au-
gier, Yves Barsacq, Lloyd Battista, Jack Berard, Eva Be-
trand, George Birt, Yves Brainville, Gérard Buhr y Brian
Coburn.
Guión: Woody Allen
Productor: Charles H. Joffe

Sinopsis argumental
Woody Allen vuelve a reinventar de nuevo la sátira épica
e histórica en esta maravillosa farsa sobre el espíritu lite-
rario ruso. Esta película, que la crítica ha calificado como
una de sus obras más visuales, filosófica y elaborada, es un
puente entre las primeras películas de Allen y sus comedias
autobiográficas más oscuras como Annie Hall. Boris Grus-
henko es un cobarde colegial que se enamora de la bella
Sonja que está a punto de casarse con un mal oliente comer-
ciante de arenques. Desolado por la situación, Boris decide
enrolarse en el ejército para volver más tarde convertido en
todo un héroe (si es que se cuenta con algún golpe de suer-
te para ello). Al final Sonja decide casarse con él llevando
una vida rica en filosofía, celibato y... nieve, montones de
nieve... Pero decidido a cambiar su monótona vida, Boris
trama un plan para asesinar a Napoleón, aunque hay algo en
lo que no había pensado: la posibilidad de fracasar y acabar
con sus huesos en la tumba.

–51–
R
1.
EÍRSE. ¡Qué cosa! En la celebérrima novela de
Umberto Eco El nombre de la rosa no está bien
vista la risa. Un monje guarda celosamente docu-
mentos antiguos, entre ellos uno de Aristóteles sobre ella.
También se cuenta que Platón reía poco y que la carcajada
le parecía un exceso reprobable. A lo largo de la Edad Me-
dia la iglesia vaticana veía con malos ojos eso de reírse,
y toda una pedagogía se empleó en la represión y domes-
ticación de las pasiones. ¡Qué infante no ha conocido ese
“niño, no te rías”! Si nos fijamos, a la risa le ha ocurrido
como a otras muchas capacidades innatas nuestras: que ha
sido negada. Y todo sistema educativo no es sino una forma
entre otras de conductismo, un modo de negar, con mayor
o menor intensidad y fortuna, aquello que es en aras de un
deber ser. Se ha intentado o bien modular o bien reprimir ra-
dicalmente nuestra facultad para detectar y constituir situa-
ciones hilarantes. ¿Por qué nos reconocemos sin problemas
en unas facultades y no en otras? El idealismo, en la medida
que supone una actitud correctiva hacia lo que es, va contra
el innatismo, contra lo natural, contra el cinismo y hace una
lectura del sujeto en clave de mejoría, lo cual no es más que
otro modo de una autoconciencia de imperfección.
La risa traiciona todo ideal, lo pone en evidencia. El
mundo perfecto, ése del verum, bonum y pulchrum, ha de
rechazar cualquier fenómeno crítico, cualquier cosa que
muestre la imposibilidad de educarlo todo en el ser humano.
Para los grandes señores del Ideal el mundo es el sitio de la
risa, y ésta, a su vez, una prueba de nuestra naturaleza, de
nuestra ineducabilidad, no de nuestra mala educación. No

–53–
hay buena o mala educación. Lo que hay es o bien una edu-
cación absoluta (el hombre que no ríe), bien una educación
relativa (el hombre que ríe cuando es menester), o bien una
falta de educación (el hombre que se pasa el día riendo). Y,
efectivamente, la falta de educación significa que a uno le
falta la educación, que no la tiene, como le ocurre al niño.
Resulta interesante observar cómo queremos a nuestro hijos
de escasos meses o años, unos seres faltos de educación,
ajenos al ideal. Cómo los padres, que ya somos el ideal a
pesar nuestro, nos deshacemos en atenciones con esos hijos
naturales −y que siempre son naturales– pero que, sin em-
bargo, los convertimos en una materia proyectual. No han
de ser lo que son sino lo que van a llegar a ser conductual y
comportamentalmente a raíz de la intervención educativa.
Ellos son el testimonio de lo imperfecto, de lo real, de los
que reaccionan y no deciden porque aún no han asumido ese
aprendizaje de la represión a través de la decisión, son los
que son porque ríen sin pudor. Ellos ni siquiera están en el
mundo, somos nosotros los educados quienes los vemos en
el mundo. Más allá de éste se encuentra o bien la naturaleza
a carcajadas o bien la ultrametafísica de la radical sobrie-
dad, nuestro mundo de todos los días, el del padre y el del
hijo, es el de la metafísica de la risa. También del llanto, es
cierto, pero este mundo nuestro de la civitas constituye pre-
cisamente ese espacio medio entre la carcajada y el grito de
la selva y ese otro platónico de la seriedad y el susurro. En
este mundo sonreímos y reímos, lloramos y nos quejamos,
pero cuando la contención educativa se relaja entonces nos
carcajeamos, gritamos y dejamos de ser mundanos para ser
reactores afectivos. El mundo nos puso a salvo del grito y
el descojonamiento hilarante. ¡No te rías, niño, que es una
falta de respeto! Así interviene el Ideal como un guarda de
las buenas manera. Y, sin embargo, ese niño que se troncha
de risa ante el tropiezo del otro, o de su batacazo, es el que,
al más puro estilo heideggeriano, realiza la correspondencia
en su sentido más puro. Del mismo modo que cuando uno
llora le echamos una mano emotiva o un rato de consuelo,

–54–
porque es lo que corresponde, de la misma manera hace-
mos con lo hilarante. Una situación es risible no porque un
determinado sujeto la decida sino porque el sujeto se ríe,
y no tiene tiempo para otra cosa, ni se trata de hacer otra
cosa. La reacción es lo natural, mientras que lo cultural es
la represión.
Cuando vemos cómo Boris Grushenko reacciona ante
determinadas situaciones de forma totalmente distinta al
ideal nos reímos: nos reímos de su cobardía, de su prag-
matismo sexual, de su descarado temor a la muerte. Es un
niño rodeado por el Ideal. Todos esos otros convencidos
de lo que no puede ser posible del todo. Pero Boris no se
ríe sino que provoca risa. Y sólo por él podemos reírnos de
Napoleón, sólo por la presencia de Boris se nos manifiesta
el emperador bajo un aspecto hilarante.

2.
Aguantar la risa, mearse de risa, hartarse de reír, mo-
rir de la risa. Son éstas expresiones extremas. Y lo son de-
bido a su emergencia incontrolable, porque se trata de un
fenómeno que resulta de la reacción a una excitación in-
voluntaria. Extremo, por tanto, quiere decir aquí límite, la
racionalidad es incapaz de ponderar y, así, de llevar a cabo
su trabajo desde esa libertad de opción. No se trata de que
consideremos, entonces, a la risa como algo irracional sino
más bien como algo a-racional, imponderable. Cuando se
dice de alguien que tiene o no tiene sentido del humor pa-
rece que se deja caer con ello que eso del humor es algo
gratuito, un don que se recibe o no. Pero también hemos de
tener en cuenta otra cuestión, la de la relación entre sentido
del humor y risa. Sentido del humor es como decir sentido
de la vista o del olfato, y efectivamente, dicho así el humor
se tiene o no se tiene, pero en cualquier caso ni se adquiere
ni se decide tenerlo o no tenerlo. Otra cosa es la risa. Parece
más que cierto y suficientemente comprobado, que todos
reímos de pequeño, y sin embargo no sabemos si el infante
que ríe tiene o no sentido del humor. ¿Por qué? La sonrisa

–55–
o la risa también se deben a una sensación placentera, a una
manifestación de nuestro bienestar interior, no se trata aquí
de límite que nos hace reaccionar más allá de lo ponderable.
El sentido del humor se pone en juego gracias al otro y, ade-
más, a consecuencia de algo que hace ese otro, puede que
incluso el sentido del humor no nos provoque risa siempre.
Es el otro, Grushenko, quien, haciendo gala de un sentido
del humor formidable, nos muestra situaciones que nos re-
sultan graciosas por el modo de desenvolverse en ellas. Así
comprobamos que es el sentido del humor del otro lo que
nos hacer reír. Por tanto, llegamos a esta afirmación: la fa-
cultad de reír parece innata en todos los individuos, pero no
el sentido del humor; no todos tenemos sentido del humor.
Hay muchísima gente que no se ríe con las películas de W.
Allen ni con los gags de Mr. Bean, otras se ríen con W. Allen
pero no le ven la gracia a Mr. Bean por lado alguno. Hay
quienes disfrutan con los chistes que les cuentan y otros que
no los soportan porque les supone una dejación de funcio-
nes de su voluntad. El sentido del humor es un sentido muy
peculiar. Es una provocación, un ejercicio de provocación,
de reto a la voluntad y a la inteligencia, porque no hay sen-
tido del humor sin inteligencia. Lo que el otro nos provoca
con su sentido del humor es una trasgresión, un ponerse al
margen de todo lo previsible y al lado de otra visión de la
cosa. No es una simple sensación de placer, de bienestar
orgánico, como la risa infantil o la sonrisa del adulto tras la
desaparición del picor después de rascarse.
El sentido del humor, en tanto que sedición, invierte los
valores, y da validez sobre todo a la posición del sujeto. La
carcajada ante la autoridad es justamente su desautoriza-
ción, de hecho de la misma forma que la autoridad se con-
cede, se da, y no es posible exigirla más que por la fuerza,
del mismo modo se quita, se le retira al que se le concedió.
Comprobamos, por tanto, que ese sentido del humor, cuando
ríe, está reivindicando la convencionalidad de todas nues-
tras costumbres y creencias, la subjetividad en que se funda
toda posición de valores, toda convicción. Cuando uno le

–56–
dice a otro: “¡No se ría Usted de mí!”, lo único que está
haciendo es mostrar la relatividad de su posición y el hecho
meridiano de que cualquiera se puede reír de cualquiera, de
ahí el “¡como te rías, te castigo!”. Al poner en solfa los va-
lores establecidos, el sentido del humor va contra la genera-
lidad −el “Das Man” que diría Heidegger−, contra la falacia
que supone la aplicación de la generalización a lo concreto.
Cuando Boris Grushenko sube al carro que le llevará a su
pesar tanto a él y como a sus hermanos a la guerra, y vemos
a continuación que cuando parte él aparece en tierra al otro
lado del carro despidiendo a sus hermanos, asistimos a esa
negación de la generalidad a favor de la individualidad. Bo-
ris afirma su posición singular negando el Ideal, lo común,
la alineación, al salir por la otra puerta del carro y dejar
claro que eso no va con él. De otro modo se puede afirmar
que asistimos a una ruptura de los códigos, el humorista los
rompe a la vez que, con su actitud, señala la artificialidad
de todo código. En ningún caso se niega al código, a lo que
se opone es a la absolutización o inamovilidad de un código
cualquiera. No olvidemos que el código del honor, por el
cual los padres de Grushenko le obligan a ir a la guerra, se
relaciona íntimamente, como cualquier otro código ligado
al Ideal, con el principio de placer y con la pulsión de muer-
te. Mientras que nuestro héroe defiende su derecho al prin-
cipio de placer, según el cual hay que evitar toda excitación
que nos produzca malestar, el código le invita a ir contra ese
principio y ubicarse en el goce característico de la pulsión
tanática. Está claro que Boris no se lo pasa bien cuando
lo ponen en peligro, y es lógico, pues sólo se lo pasa bien
en el peligro aquel que se pone en peligro porque disfruta
con ello. El sentido del humor no llega a tanto en nuestro
personaje. Otra cosa es que, viéndose arrastrado al peligro
de forma inevitable, sea capaz de tener sentido del humor,
como cuando quiere derribar a Don Francisco de un bote-
llazo en la cabeza y, al ser descubierto por éste, comienza a
darle botellazos en la cabeza también a Sonia, como si sólo
se tratase de un juego.

–57–
3.
El humor negro, tan característico de la cultura judía, y
presente en esta película, supone un intento para soportar
con elegancia el miedo a la muerte. El desarrollo del filme,
cuyo título verdadero es Love and Dieth (Amor y muerte),
se sustenta en la diatriba entre la pulsión de muerte y la
pulsión de vida. El freudismo de W. Allen resulta aquí más
que evidente, por ortodoxo y elemental. Existir es amar y
morir, aunque en esta obra amos van íntimamente ligados.
Grushenko se arriesga a morir por amor y sólo ama bajo
la presión constante de la muerte. Esos diálogos filosóficos
con Sonia, en las circunstancias menos adecuadas, son el
ejemplo de cómo la seriedad de la existencia puede tornarse
patética. No es lo mismo hablar de temas trascendentales en
una clase de filosofía, o en una tertulia, que en plena batalla
o en el encuentro fortuito con otra persona. El uso de la des-
contextualización o de la improcedencia situacional se hace
maestría en esta obra como en otras de Allen. Hablar de
Spinoza, Kant o Kierkegaard, no es algo raro para muchos
de nosotros, y sin embargo no podemos evitar la carcajada
cuando lo hace Grushenko. ¿Por qué? Porque la seriedad
del tema en la circunstancia menos proclive para hablar de
él es la condición de nuestra risa o nuestra carcajada. Así
aprendemos algo sobre uno de los fenómenos singulares
del humor: presentar lo serio en circunstancias jocosas o lo
jocoso en circunstancias serias. En ambos casos es lo serio
lo que sale mal parado, dicho de otro modo: se trata de la
relatividad de toda seriedad. La insoportable gravedad de lo
serio es la risa, y el sentido del humor no es otra cosa que
el sentido poco fiable de todo aquello que pretende alzar-
se como único y exclusivo. Riendo, uno se excluye de ese
muermo que consiste en tomarse la vida en serio, porque
la paradoja es que sólo se ríe, y a carcajadas, aquel que se
toma la vida en serio. Una vida seria es aquella íntimamente
ligada a la muerte.
¿Por qué no se ríe Boris Grushenko mientras noso-
tros sí nos reímos de él, o del cuadro formado por él y el

–58–
contexto? ¿Por qué provoca risa sin reírse? Uno de nuestros
humoristas más serios ha sido Gila. Así pues, nos reímos
del otro, de lo que hace o dice el otro, y sólo por ello nos
reímos o podemos reírnos de nosotros mismos. Nunca nos
reímos primero de nosotros y después del otro, sino que es
al revés. Porque la risa, como se ve venir, es una reacción
y, en consecuencia, un fenómeno relacional. Sin embargo,
no es decidible, tenemos la capacidad de reír, como la de
rascarnos, pero no decidimos reírnos o rascarnos, a no ser
de forma inauténtica. Podemos asistir a una situación en la
que sabemos que vamos a soltar la carcajada pero in ningún
caso decidimos cuándo.

4.
Nos reímos de lo inevitable. De este modo podemos es-
tablecer una relación entre el sentido del humor y lo real.
No obstante, utilizo aquí la palabra real para aludir al límite,
y a éste, el límite, como la imposibilidad para el sujeto: la
imposibilidad de poder con todo, de decirlo todo, de some-
terlo todo, de educarlo todo... en definitiva un encuentro
subjetivo con el no. Este realismo tiene mucho que ver con
el deseo, porque se funda precisamente en lo que sólo se
puede desear pero nunca conseguir. Así pues, realismo, lí-
mite y deseo componen una secuencia para aludir a lo que
no se somete a la voluntad, al sujeto. ¿Qué le resta a uno
sino aprovecharse del sentido del humor que tiene para so-
portar lo que no se soporta, lo que es indestructible? Amor
y muerte o La última noche de Boris Grushenko, es la pelí-
cula donde Woody Allen trata de hacer algo con los dos fe-
nómenos reales más básicos y originarios. La sexualidad y
la muerte son indecidibles. No nos debe extrañar, entonces,
que el nexo de unión que permite aceptar esos dos compo-
nentes cruciales de nuestra existencia como seres humanos
sea el sentido del humor. Y aunque se dé como algo cierta-
mente obsesivo en Grushenko no dejar de ser, por ello, algo
auténtico.

–59–
¿Queda otra salida? ¿Qué nos cabe esperar ante lo real?
Llorar o reír, también ignorarlo... o hacer como si no su-
piésemos de ello. No querer saber de lo que de hecho sa-
bemos resulta curioso. Sin embargo, entre no querer saber
de lo que ya sabemos y pasarnos el día lamentándonos por
lo que sabemos y no podemos olvidar ni destruir, hay esta
tercera vía del sentido del humor. Es la vía practicable sus-
tentada en la coherencia, la conciencia y el bienestar. Todos
hemos visto cómo la angustia se nos cuela en nuestra vida
a la menor oportunidad, todos hemos comprobado también
cómo algunos sujetos hacen de esa experiencia un apren-
dizaje para subsistir, y aquí es donde el sentido del humor
ofrece sus dotes para seguir adelante. No cabe duda de que
estamos hablando del fármaco o la defensa que encuentra
el sujeto para soportar una relación que nunca pudo decidir,
una relación por lo demás constitutiva del existente. ¿Cómo
puedo odiar a lo que me constituye? ¿Cómo puedo vivir sin
ser eso que soy, una conciencia de lo real que me revela mi
absoluta vulnerabilidad? El bienestar que aporta el senti-
do del humor contra la excitación producida por lo real se
apoya en dos cosas: primero, no lo soslaya; segundo, no
sucumbimos por él. Ni alienados ni angustiados, esto es:
enajenados de lo real o masoquistas por lo real. El disfrute
a pesar de lo real es el horizonte del bienestar implícito en el
sentido del humor. Nada en exceso, decían los clásicos, por
eso a mayor hundimiento mayor carcajada, pero también a
mayor alineación mayor imbecilidad. A un poco menos de
una y otra vive el sujeto sensato, ese que cuando estalla la
guerra huye, que cuando no representa el ideal del amante
para su amada espera su oportunidad para, aunque sea a
desgana y por error, lograr disfrutar de su cuerpo. En fin, tal
vez el sentido del humor y el cinismo estén más cerca de lo
que parecen y no habiten en montañas tan separadas.

–60–
HUMOR Y LITERATURA

Por
JOSÉ MANUEL PADILLA MONGE
Morfología del humor..., pág. 61
JOSÉ M. PADILLA MONGE es Licenciado en Arte Dramático, y trabaja
actualmente en la preparación de una tesis doctoral sobre el monólogo
dramático.
Como director de teatro ha dirigido obras de Cervantes, Chejov, Pi-
randello, Casona y G.Lorca.
Como actor de Teatro: durante más de veinte años en diferentes
compañías interpretando papeles en obras de autores españoles y ex-
tranjeros, como Zorrilla, Valle, Gala, Shakespeare, Dragún, etc.
Ha trabajado como actor en películas dirigidas por Olea, Chavarri,
Bollaín y J.L.Sánchez y M.Rodríguez.
Conferencias y cursos impartidos: en Granada (ciclo: Teatro juve-
nil), Sevilla (Escribir en Sevilla); ponente en las I Jornadas de Autores
andaluces teatrales (CAT); ponente como autor dramático en el Ciclo de
lecturas dramatizadas: “La creación dramática” y estreno de una obra
dramática original (Universidad de Málaga).
Miembro de jurados literarios y teatrales: entre otros: Teatro Juvenil
(Sevilla 1991); Internacional UNESCO (Sevilla 1992); Teatro Joven
(Granada 1992); Teatro de Andalucía (Sevilla 1993); Teatro Universi-
dad de Sevilla (Sevilla 1995).
Libros pblicados: Breviario sobre mónita con que ha de cuidarse
el trato a las sobrinas carnales (Sevilla 1993); Cinco monólogos para
lectores activos (Sevilla 1994);
Dos monólogos para lectores con acompañantes (Sevilla 1994);
Diez monólogos breves para meritorios. Precedido por un estudio so-
bre los monodramas (Sevilla 1994).; ¡Sigue, truhán, sigue! Relación
de las aventura eróticas vividas en menos de 20 días por Don Manuel
de Grosso y Mal-Lara (Sevilla 1994); Diálogos dramáticos (Sevilla
1997); . Lapidario para gente non sancta (Sevilla1997); Diccionario
de la sangre, en colaboración con la Dra. INMACULADA DELGADO COBOS
(Universidad Complutense (Reedición Sevilla 2001); Índices y glosa-
rios de Bosque de Doñana: DEMOSTRACIONES QUE HIZO EL DU-
QUE VIII DE MEDINA SIDONIA A LA PRESENCIA DE S. M. EL REY
FELIPE IV EN E L BOSQUE DE DOÑANA por Pedro de Espinosa. Es-
tudio preliminar de MANUEL BERNAL RODRÍGUEZ (Sevilla 1994); Alberto
Durero, La pequeña Pasión (1511) (Sevilla 2000); Santa Librada, que
la salida sea tan dulce como la entrada. Sobre el parto y postparto (Se-
villa 2002); El culo, taxonomía sobre el trasero (Sevilla 2005)
Como crítico teatral: desde 1991 hasta su desaparición en Diario 16
(más de 300 críticas publicadas).
Como editor-impresor: ha publicado más de 500 títulos (cataloga-
dos en ISBN), tambien como corrector y maquetador de los mismos.

–62–
RESUMEN

P ARA desarrollar el contenido de esta intervención


y llegar una conclusión aceptable es necesario co-
menzar por el principio. Me refiero, lógicamente, al
principio del individuo como componente de una sociedad
organizada, llámese ésta familia, tribu, grupo humano o
conjunto de pueblos. Estas organizaciones sociales basan
su relación en instrumentos de comunicación que les permi-
ta un desarrollo acorde para satisfacer sus necesidades más
inmediatas y otras relativas al rango, jerarquía o posición
que cada individuo disfruta dentro de la organización.
Las pautas de su comportamiento no se producen por
generación expontánea, sino a través del conocimiento y la
experiencia acumulada.

Las costumbres y prohibiciones, condensando siglos de


experiencia acunulada y trasmitida por la tradición oral,
ocupan el lugar de los instintos heredados, facilitando la
supervivencia de nuestra especie. 1

A pesar de este refinamiento del individuo para superar


la carga animal de los instintos más primarios, necesita de
referentes externos a su propia organización social para dar
un sentido superior a su existencia y prolongarla. Lo más in-
mediato es la propia Naturaleza como fuente de sus recursos
1 GUY DE BOSSCHÈRE: De la tradición oral a la literatura. El imperialismo blan-
co contra la cultura original africana. B.Aires, l973, p. 7.

–63–
y en cuyo medio vive pero de la que no puede evadirse.
Se encuentra en un universo cerrado que se pliega sobre sí
mismo y al cual debe domeñar y aliarse. Tiene que luchar
contra el medio pero al mismo tiempo sacar de él los mayo-
res beneficios tanto para él como para su prole.

Y es este universo cerrado y confundido, donde el hom-


bre y la Naturaleza; donde la vida y el mito; donde lo sa-
grado y lo profano se encuentran indisolublemente ligados,
en el cual la oralidad tendrá el privilegio de divulgar.2

La transmisión oral es la primera vía vertebradora para


la difusión de los conocimientos adquiridos ya sean arte-
sanales, de supervivencia, de sentimientos, costumbres, de
historia mágica, mitos, etc. También de sus sentimientos re-
ligiosos. Las primeras manifestaciones de religiosidad ani-
mista se verán pronto enriquecidas con el antropoformismo,
adquriendo una extraordinaria fuerza la representación para
los muchos dioses creados.

[...] uno para cada ser y fenómeno natural importante,


más uno para cada necesidad y temor. Lógico era que al
puntos se les diese nombre; pues si se les había perso-
nificado para poder verlos y rendirles tributo, no menos
necesario era denominarlos para poder diferenciarlos con
comodidad.3

Todos los aparatos religiosos creados como consecuencia


de esta extraordinaria proliferación de deidades obligaban
al hombre a una profunda sumisión del orden superior que
sus administradores (sacerdotes, meidums, chamanes, etc.)
se dedicaban a trazar mediante doctrinas, ritos, ceremonias
y demás teologías. Ya no bastaba la transmisión oral para
perpetuar los mandamientos de estos seres extraordinarios,
sino que fue necesario grabarlos en tablillas o escribirlos
más tarde sobre papiros, pieles curtidas y finalmente en
forma de libros cuyos contenidos, lógicamente, se conside-
2 G. DE BOSSCHÈRE: De la tradición... op. cit., 23
3 JUAN B. BERGUA: Historia de las religiones, t. II, 11-12.

–64–
raban y aún se consideran sagrados. La aparición de otros
dioses menores, uno para cada arte, labor agrícola, desgra-
cia, enfermedad, etc., la desaparición de otros menos gene-
rosos o impropios del lugar, prudujo una elevado trasiego
de deidades, mayores o menores, imposible de controlar.
Las religiones monoteístas vinieron a solucinar este proble-
ma, y los estados de las antiguas cilivizaciones abrazaron
sin el menor pudor para mejor control de sus ciudadanos.
Actualmente seguimos creando dioses. El dinero bien
pudiera ser el nuevo dios que está esperando su lugar pri-
vilegiado en la Mito-logia. Aunque como lo domina todo,
poca falta le hace. Una suma considerable en manos de
alguien le confiere un poder desmesurado. Hoy moderna-
mente también tenemos otros dioses menores: tecnología,
propiedades, combustibles, etc., que ya tienen su propia
teología a través de leyes locales o estatales, mientras que
el dinero adquiere cada vez más universalidad en forma de
estampas llamadas dólares o euros. Dicen que son milagro-
sas, es decir que hacen milagros.
A pesar de que “el hombre es ciencia”,4 no se puede sus-
traer a su historia, por muy tecnificada que se encuentre la
civilización. Somos lo que somos y venimos de donde ve-
nimos, y un puñado de miles de años de historia es apenas
nada en el conjunto de la historia de la Humanidad.
Este maremagnun de deidades de la antigüedad propicia
la aparición de autores como Aristófanes que se planta ante
el Olimpo y arremete contra él y sus moradores, contrapo-
niendo problemas terrenales en los que se ven involucrados
dioses mayores y menores en cuyos enredos salen mal pa-
rados. La crueldad, prepotencia, narcisismo y sadismo de
estos dioses es rechazado a través de argumentos jocosos.
Hablamos de 350 años antes de nuestra era y ya empieza a
manifestarse de una manera sistemática en la literatura el
enfrentamiento entre la cultura mítica y la racional.
4 Así lo afirma KARL PEARSON, cit. por V.GORDON CHILDE en Los orígenes de la
civilización. México 1982.
–65–
Una historia oral o escrita que contenga ambas formas
de pensamiento conducen a un final humorístico.
El pensamiento mítico, queramos o no, conforma nues-
tra cultura y no elegimos conscientemente su utilización,
aflora de manera natural. Así, creemos en la Diosa Fortuna
(suerte) y confiamos a ella nuestros ahorros para verlos cre-
cer o apostar en quinielas o loterías; acudimos a afamados
curanderos en casos de enfermedades extremas de familia-
res o amigos u ofrecemos misas y oraciones para su pronto
restablecimiento, hacemos estaciones de penitencia u otros
sacrificios para liberarnos del pecado; acudimos a echado-
res de cartas; creemos en el Horóscopo; pedimos ayuda a
santos para conseguir trabajo, novio, imposibles, etc.; nos
colocamos collares o anillos para atraer la buena suerte; sa-
bemos que no se debe abrir un paraguas dentro de la casa,
ni dejar unas tijeras abiertas; no pasar por debajo de una es-
calera de mano; utilizamos el refranero popular para justifi-
car nuestras acciones: “Más vale pájaro en mano...”, “Dime
con quién andas...”, “Quien a buen árbol se arrima...”, etc.;
y todo aliñado con el Dios Dinero y otros dioses menores,
como antes se ha explicado.
Con los materiales del pensamiento mítico subyacente
en nuestros genes culturales se construyen nuestras neuro-
sis. Nos transformamos por imperativos sociales en padres
serios, políticos solemnes, administradores corruptos, san-
turrones abnegados, liberadores de esclavos, sádicos o ma-
soquistas.
Llegado a este punto es preciso detenerse un momento
ante la figura de Karl Horney y su trabajdo sobre Neurosis
y madurez.
Mi buen amigo Miguel Vázquez, piscólogo clínico y
gran conocedor de Horney me ha facilitado la información
precisa y metódica para distinguir los trastornos de la per-
sonalidad que Horney especifica. Para no hacer muy larga
esta parte podría resumirse en el siguiente cuadro:

–66–
TRASTORNOS DE PERSONALIDAD

CONTRA HACIA LEJOS DE


Imagen idealizada Imagen idealizada Imagen idealizada
↓ ↓ ↓
PODER AMOR LIBERTAD
Prepotente Modesto Escapista
Perfeccionista
Narcisista
Sádico Masoquista

La personalidad neurótica es incapaz de expresarse con


humor ni tener sentido de él.
Estos tres tastornos conforman un amplio panorama de
nuestras penurias intelectuales y anímicas creyéndonos y
ejercitando como si fuéramos, y nos creemos que lo so-
mos.
Muchos arquetipos literarios están fundamentados en
estos trastornos de personalidad, desde el dictador salvapa-
trias, el avaro, coleccionista, racista, hasta el que enarbola
la bandera de la liberación arropando a un grupo y luego lo
abandona apenas empieza a coexionarse, pasando por los
humanitarios sacrificados que llegan al masoquismo mís-
tico.
La figura neurótica del avaro está recogida en infinidad
de obras de Shakespeare, Goldoni, Lope de Vega, Molie-
re, etc. Siempre resulta engañado y la mofa no va más allá
del enfrentamiento entre la figura del Ser Todopoderoso que
puede administrar vidas y bienes ajenos desde su hierática
postura (pensamiento mítico) incapaz de enfrentarse a la
realidad (pensamiento racional).
La literatura oral o escrita5 recoge infinidad de estos en-
frentamientos imposibles de enumerar en estas líneas.
El choque cultural entre lo mítico y lo racional es, bajo

5 Adoptamos y aceptamos la conocida definición de RAFAEL LAPESA: «Obra


literaria es la creación artística expresada con palabras, aun cuando no se
hayan escrito, sino propagado de boca en boca».

–67–
mi punto de vista, el origen de lo que llamamos humor, que
no tiene que ser, necesariamente provocador de risas.
La comicidad busca otros enfrentamientos más senci-
llos, con grandes contenidos de contradicciones, absurdos,
retruécanos en el lenguaje y situaciones límites provoca-
doras de risa, pero siempre subyace el contenido racional
frente o otros no tan racionales.

–68–
EN CLAVE DE HUMOR

Por
JOSÉ MARÍA PÉREZ OROZCO
Morfología del humor..., pág. 69
JOSÉ MARÍA PÉREZ OROZCO, nació en Montellano (Sevilla) el
12 de abril de 1945. Licenciado en Lengua Moderna, se dedi-
có por más de treinta años a la docencia en distintos pueblos
como Catedrático de Bachiller de Lengua y Literatura. Apegado
a sus raíces y a las de su tierra tuvo siempre cadencia al estudio y
análisis de las costumbres, labores, modos y voces de su entorno
destacando, por ejemplo, como uno de los mayores especialis-
tas en orquídeas de España. Dentro de su amplísima trayectoria
dedicada al mundo de la cultura popular y flamenca destacó su
labor como director en la IV Bienal de Flamenco de Sevilla y
sus constantes trabajos para televisión; recordemos la serie Ca-
minos flamencos (para TVE) o El arriate y Las Andalucías (para
Canal Sur). Algunos de sus libros más destacados son La poesía
flamenca, Lírica en andaluz, Coplas de clase o Joyero de coplas
flamencas.

–70–
Y A de mozalbete empecé a dudar de ese tópico ca-
balgante, tan extendido como descabellado, de
que “los andaluces hablamos mu’ malamente”; la
duda se acrecentaba a medida que me iba iniciando en los
dobles sentidos y en la fluidez y eficacia comunicativas de
las formas orales empleadas por mis paisanos, tanto los aca-
démicamente instruidos como muchos de los considerados
(erróneamente) analfabetos.
Luego se asentó en mí el convencimiento íntimo de la
verdad contraria, a saber: que los andaluces hemos usado
y seguimos usando la lengua de muchas maneras extraor-
dinarias; quizás radique ahí la mayor habilidad comunica-
tiva y artística en la que hayamos destacado a lo largo de la
historia.
Si esa ya firme convicción arraigó en mí sin ninguna base
científica, cuando después ingresé en la Universidad para
especializarme en estudios de Lenguas, ¡ya fue la reoca!
Supe allí que los más grandes maestros conocedores de
la Lingüística y la Literatura españolas (Alarcos Llorach,
Dámaso Alonso, Manuel Alvar y un largo etcétera) incidían
y coincidían en esa misma idea y, además, naturalmente,
aportaban miles de argumentos metodológicamente indu-
dables, que abocaban a conclusiones indiscutibles.
Los dos registros lingüísticos y literarios en que se con-
centran la mayor cantidad, densidad e intensidad de recursos
estilísticos son el Humor y la Poesía. Ahí se dan cita los más
rápidos, efectivos y fecundos hallazgos, que conforman y

–71–
constituyen el óptimo climácico de la recreación lingüística
de la realidad que supone el hecho comunicativo.
Si nos referimos a la Poesía, aparte de la indudable pre-
ponderancia de la presencia andaluza a largo y ancho de
la Historia de la Literatura española, nadie podría dudar el
favorable “reparto estadístico” de grandes poetas en estas
tierras. Podríamos recordar, además, que la Poesía lírica
europea en lengua romance comienza con las jarchas mo-
zárabes, compuestas alrededor del siglo IX en Andalucía. Y,
por si fuera poco, nos queda la mayor: el más ingente pa-
trimonio poético vivo del mundo es la Poesía flamenca: un
corpus de más de doscientas mil coplas (unos ochocientos
mil versos), presentes y activos todavía en la memoria del
pueblo andaluz.
Un buen porcentaje de esas coplas (líricas o narrativas,
sobre todo) vienen cifradas en clave de humor: miles de co-
plas exploran los recónditos vericuetos del laberinto virtual
del Humor, que ha venido acreciendo ese inmenso abani-
co de palabras sin medida y sin control posible. Desde las
descripciones perplejas o inocentes, hasta las actitudes más
escatológicas o groseras, los andaluces han practicado de
continuo el tráfico oral de chascarrillos, chistes, ocurrencias
o coplas; la ceremonia de la comunicación se basa aquí, de
principio, en un clima que permite que buena parte de nues-
tra vida la hagamos en la calle, juntos; a la par, hay una vo-
luntad ancestral que multiplica y estimula los intercambios.
El “entrenamiento lingüístico” es impresionante y la diver-
sidad de los resultados es pasmosa: he aquí algún ejemplo
de la “guasa inocente” y de “la que roza los tabúes”, sin
exagerar en ningún extremo.

Tu ma’re no dice ná’:


Tu ma’re es de las que muerden
Con la boquita cerrá’.

Me dicen que yo me case


Con una mujer de cuarenta

–72–
Yo prefiero dos de veinte,
Que sale la misma cuenta.

La mujé’que, meando,
No hace “joyo”,
Es porque le han quita’o
La cresta al pollo.

El hombre que, meando,


No hace espuma,
Es porque ya no tiene
Fuerza en la pluma.

Por supuesto, no faltan ejemplos de un Humor trágico,


que no conduce a la risa, precisamente; más bien parecen
una tácita y despreocupada comprensión y aceptación de lo
irreparable:

Cada vez que yo me acuerdo


‘que me tengo que morí’,
Echo mi manta en el suelo
Y me “jincho” de dormí’.

Para encauzar nuestro tema falta avistar algunos de los


sentidos que impregnan tradicionalmente el concepto de
“fiesta”. Y es que la fiesta debe de ser tan antigua como la
Humanidad o, quizás mejor, como la misma Vida.
Las primeras fiestas de que tenemos noticia han coinci-
dido en celebrar acontecimientos importantes para la su-
pervivencia, conectadas con la Rueda del Año: es natural,
pues, que la llegada cíclica de la primavera (del latín prima
y ver, primer verano ) y el verano. Se celebraba la explosión
de la naturaleza, la abundancia, la alegría de vivir... y todo
lo relacionado con la fertilidad.
A fuer que las comunidades humanas iban asegurando
su subsistencia, las fiestas se extendieron a lo largo de todo
el año. Algunas de las más antiguas, como la de los Santos

–73–
Inocentes, celebraban irónicamente el invierno. Griegos y
romanos adoptaron y potenciaron estas fiestas antiguas (Lu-
percales, Saturnales, etc.) y las dedicaron a distintas divini-
dades que, a lo mejor, fueron creadas ad hoc.
Así, ya Dionisos en Grecia representó una actitud vital
enfrentada o, quizás complementaria con la de Apolo: lo
apolíneo implicaba la mesura, el orden y el equilibrio. Lo
dionisíaco, vino mediante, suponía el desenfreno, la ruptura
y la exaltación. Y aún hay un grado más en esa exaltación,
que roza el absoluto despendole, en la encarnación de Pan,
aquel semicabrito satirón con flauta que desmantelaba lo
apolíneo desde la raíz: lo que podríamos llamar “sin rey ni
roque”.
Formal y aparentemente, todo esto desapareció con la
llegada al Mediterráneo de las nuevas creencias y cultos
monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e Islam), que comien-
zan a enfocar y entrever la vida con un sentido muy dife-
rente. En el caso que nos afecta más directamente, la Iglesia
católica llego a prohibir la risa, argumentando, que ningún
Evangelio “ortodoxo” contaba que Cristo se hubiera reído
jamás (recordemos qué bien noveló UMBERTO ECO las reper-
cusiones de esa creencia en El nombre de la Rosa).
Y, así, a la chita gritando, las fiestas de la celebración
de la Primavera, se convirtieron en la Semana Santa: una
semana de dolor... pero, además, precedida por cuarenta
días de recogimiento, penitencia, abstinencia y ayuno: es
la Cuaresma.
Pero las tendencias del esoterismo que, al fin y al cabo,
son muchas de ellas expresiones de la antigua sabiduría
tradicional, no remitieron ante la fuerza telúrica de la ale-
gría, el desenfreno, y el humor por parte de todo lo que está
vivo.
...Y renació la Antítesis. Dentro de la férrea disciplina
que imponía Doña Cuaresma, aparecía siempre Don Carnal
(ya veremos si esta espléndida disputa poética medieval de
gran Arcipreste tuvo influencia en la propia denominación
del Carnaval ). La excelente excusa de la autodisciplina

–74–
“exigía” la compensación ancestral del disfrute y el humor.
Ahora, a vuelapluma, es necesario apuntar que, si hay
algún enclave que se pueda considerar “zumo de la cultura
tradicional de Andalucía“, ese lugar es, sin duda,...Cádiz:
EL ENCLAVE DEL HUMOR.
Es muy posible que la actual fiesta de los carnavales ten-
ga raíces en la actitud vital de los goliardos medievales, una
espléndida y divertida recua de clérigos renegados, que le
ponían la cruz a la cara aparente de la realidad. Eran cléri-
gos dionisiacos, desprendidos de la Comunión oficial de los
Santos; los conocemos por sus imponentes escritos poéti-
cos, como los Carmina Burana o los Carmina Catuli; sólo
hay que recordar un versiculillo para retratar su concepción
de la vida y su escala de valores: “meum est propositum /
in taberna mori...” ( tengo la intención / de morirme en la
taberna...
Lo cierto y lo fijo es que el Carnaval se consolidó como
una inversión de los valores de la Cuaresma. Un extraño
amasijo, una especie de contubernio consentido, con el pre-
texto de que, de inmediato, entraríamos, en la oscuridad del
oscurantismo (ojalá sirva la redundancia).
No sabemos cómo ni cuándo, pero en algún momento
(un momento puede ser un día, un año, un lustro o un siglo)
se juntaron la habilidad andaluza para la Poesía y el Humor,
el Carnaval y... Cádiz; llegaron a construir una enorme ma-
quinaria artística, festiva y comunicativa, con la finalidad
de reciclar y “poner a punto” nuestra vida, para recordarnos
con mucho humor pero de una manera “perfectamente se-
ria” que no hay nada seguro, que tampoco nada es “perfec-
tamente serio”, salvo un golpe de ataúd en la tierra.
He conocido varias celebraciones de Carnavales, con
muy diversa índole: por ejemplo, en un pueblo de Cór-
doba, donde viví algunos años, los Carnavales, desde los
disfraces hasta los rituales de comportamiento, eran mar-
cadamente tétricos, más parecidos a la Santa Compaña que
a una celebración orgiástica: otra forma de entender “el
enfrentamiento con lo oficialmente establecido”. Frente a

–75–
otros Carnavales, que inciden más en lo estético o lo es-
pectacular, el Carnaval de Cádiz, ha sido construido como
uno de los mecanismos más ajustados y equilibrados para
conseguir y conquistar el desequilibrio: hay una perfecta
mezcla de rebeldía, de pacífica subversión de valores, de
estética visual, auditiva y vital: todo ello revuelto con una
definitiva salsa de Humor, que, probablemente, sea la pie-
dra fundamental que sostiene, empapa y engrasa todo este
gigantesco y antiguo edificio cultural.
Siento que el Carnaval de Cádiz, es Humor y sólo Hu-
mor. Todo lo demás no es más que la apoyatura coyuntural
que ha cuajado para que el Humor, con mayúsculas, sea
posible.
Mi recordado y querido amigo Fernando Quiñones (otro
trozo de Carnaval) me contó un día que en el Teatro Falla
de Cádiz, siempre era Carnaval, aún durante los años que
estuvo cerrado,
Refería el asunto a un recital con poesías de García Lorca
que se celebró allí, todavía vigente la dictadura. Casi todo el
público en consecuencia, pertenecía a “la progresía”. Cuando
llegó el clímax escénico del recital, un actor vestido de rigu-
roso luto, bajo una luz cenital, comenzó a declamar el “Llanto
por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”. Imaginaos aquella
voz campanuda: “A las cinco de la tarde,/ eran las cinco en
punto de la tarde./ Todos los relojes se pararon a las cinco de
la tarde,/ las cinco en sombra de la tarde...”A mitad del reite-
rativo poema, surgió una voz del gallinero, siempre ocupado
por la claque de Cádiz, que interpeló al recitador, diciéndole
: “Oye, titi, ¿a qué hora dijiste que era eso?...”.
Todo el teatro rompió en carcajadas, incluido el recita-
dor, y, según mi amigo Quiñones, si el propio Lorca hubiera
estado presente, no habría tenido manera de evitar darse a
la risa, porque, decía Fernando... “¡la gracia de Cádiz no se
puede aguantar!”.
Esta anécdota no supone sino un botón –muestra de la
concentración de humores que encuentran en el Carnaval
de Cádiz su máxima expresión–. La clave del Carnaval es

–76–
la Risa. Es posible que sean el Amor y la Risa las dos armas
más poderosas con las que la Creación dotó a ser humano.
Si no hay defensa contra el Amor, ítem más ocurre con el
Humor.
La Risa, eso que nadie ha podido explicar nunca, ni me-
dianamente, es la más potente palanca revolucionaria que
conozco. No hay nada ni nadie que pueda rebelarse ni re-
volverse contra la Risa. Esa Risa que contagia, descoloca,
alegra, enseña, divierte, desaprende, transgrede y nos hace
más sanos y más libres, nos acerca a la adopción temporal
del “otro yo”, nos impregna del espíritu pánico, y nos entu-
siasma (del griego enthousiasmos yo estoy en ti).
Nada hay sagrado pero, a la par, nada se queda sin cariño
en el entramado poético de las chirigotas o las comparsas.
Os traigo un curioso ejemplo de esa “irreverencia reveren-
te” que nos puede ilustrar la doble o triple o cuádruple cara
con que se manifiesta la libertad irredenta e irreductible que
campea en ese espíritu indomable del Carnaval gaditano.
Una de las primeras veces que acudí a la Plaza del Tío de
la Tiza, tuve la oportunidad de escuchar una chirigota que
hacía referencia al accidente que sufrió Don Juan Carlos,
cuando todavía no era nuestro Rey.

El hombre bueno y sencillo


Que quiere ser el Rey nuestro
Ha empezado en cabestrillo
Y terminará en cabestro.

Al lado de esta “broma cuasi real”, apuntaba otra copla


seguida que, en mi opinión, reforzaba el tono cariñoso con
que se cantaba la primera y que daba por supuesto que Don
Juan Carlos iba a ser, de seguro, el Rey de España:

De los árboles frutales


Me gusta el melocotón
Y de los Reyes de España,
Don Juan Carlos de Borbón.

–77–
Bueno, por acabar, acabo ya; pero no se debe pensar que
hemos empezado siquiera. E, intentando seguir el tonillo
menor de los tanguillos carnavaleros, os comunico que no
estoy nada seguro de que lo que venga a decir en la próxima
charla (de la que este texto no es ni aproximado resumen)
pueda o no pueda coincidir en algo con lo que acabo de per-
geñar...porque, sencillamente, es que... ¡Esto es Carnaval!
¡Risa y salud!...

–78–
ONTOLOGÍA DEL HUMOR;
REFLEXIONES EN BABUCHAS

Por
MIGUEL ÁNGEL RODRÍGUEZ
Morfología del humor..., pág. 79
MIGUEL ÁNGEL RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, conocido por “El Sevilla”
nació en Sevilla el 10 de junio de 1970. Es el cantante y líder de
los Mojinos Escozíos, banda de rock creada en 1994 en España,
caracterizada por sus letras humorísticas. Además, es humorista y
especialista en monólogos. Asimismo, ha participado frecuente-
mente en diferentes emisoras de radio a nivel nacional, por ejem-
plo en el programa La jungla de José Antonio Abellán. También
colaboró en televisión con Andreu Buenafuente para TV3, con
Jesús Vázquez para Antena 3 y con Manel Fuentes en La Noche
con Fuentes y Cía. Telecinco. Escribió artículos de humor en la
revista El Jueves durante varios años. Su faceta como cantante
y actor de monólogos la ha ido solapando con el cine y con la
escritura; siendo autor de dos libros de monólogos y reflexiones
con más que buena acogida por parte de público y crítica.
Libros:
Memorias de un Homo Erectus (2002)
Diario de un Ninja (2003)
Películas:
Tu-no (1999)
El Cid, la leyenda (2003)
Isi & Disi, amor a lo Bestia (2004)
Sinfin (2005)
Isi & Disi, alto voltaje (2006)
El camino de los ingleses (2006)

–80–
CONFESIONES DE UN CONFERENCIANTE

Y o, Miguel Ángel Rodríguez El Sevilla, soy un ma-


marracho.
Hablo en primera persona, no por egocéntrico, que
posiblemente, también lo sea, sino por ignorante. No sabría
hablar de la historia del humor, ni de su repercusión social,
ni sabría citar a nadie que haya escrito acerca del tema. Sólo
sabría dar mi punto de vista, mi opinión.
No he leído lo suficiente como para estar a la altura de
un conferenciante. Ni siquiera sé si está bien dicho “confe-
renciante” o “conferenciador”. Ni lo sé, ni existe en mí la
preocupación de mirarlo en el Diccionario. Soy un igno-
rante que da charlas y conferencias por lo mamarracho que
es. O porque a veces, hasta la opinión de un ignorante, es
interesante. Esto me lo dijo mi padre, del cual ignoraba que
era más ignorante que yo.
Lo único que me parece interesante de mi relación con el
mundo de la risa, es el abanico de medios de comunicación
en los que he trabajado, y mi experiencia en ellos. He hecho
radio, cine, televisión, tengo un par de libros publicados, y
he escrito en diferentes revistas, siempre en clave de humor.
Cuando le preguntan a mi hija: “A qué se dedica tu padre”,
ella dice: “Mi padre es El Sevilla”. Cuando me lo preguntan
a mí, digo que soy un mamarracho.

Filósofos sin Fronteras: Dónuts para empezar


Una persona que lleva dos días sin comer, verá en un
dónut ese alimento que le puede aliviar el hambre. Alguien
que lleva un tiempo sin hacer el amor, al meter el dedo por

–81–
el agujero del mencionado dónut, puede recordar la última
vez que tuvo relaciones sexuales, e incluso puede excitarse.
Un estudiante, puede ver en el rosco, el último “cero” que
le pusieron en matemáticas. Sin embargo, lo realmente ridí-
culo es pararse a observar un dónut.
Hay personas que necesitan comerse un rosco de reyes
para saciar el hambre. Hay estudiantes que han sacado tan-
tos “ceros”, que los aros olímpicos le recuerdan a su boletín
de notas. Hay quien siente tanta pasión por las mujeres de
raza negra, que incluso se excita cuando ve un dónut de
chocolate (yo, antes de comerme uno, siempre meto la pun-
tita de la lengua por el agujerillo). Si es ridículo reflexionar
tras observar un dónut, recrearse con el resultado de la re-
flexión, lo es aún más.
Para la gente seria y comprometida, esto son cosas de
gilipollas. Para mí, con todos los respetos, ellos son muy
aburridos, pues la seriedad y el aburrimiento, siempre han
sido hermanos. Yo opino que una persona que se dedique a
la ciencia que estudia la esencia de las cosas sin importan-
cia, no es un gilipollas, es un mamarracho, un payaso, un
bufón: un humorista.
Observar y luego reflexionar sobre lo observado, es la
base de la Filosofía. Quien ejerce este oficio, es el filósofo.
Observar y recapacitar sobre las cosas más insignificantes
y ridículas, es lo que hacemos algunos. Incluso, vivimos
de ello. Sin embargo, no somos considerados filósofos. Ni
queremos. Un filósofo es más inteligente, pero gana menos
dinero.

El mejor de los Mamarrachos


Están los que prefieren presumir de nivel cultural, y
quienes preferimos hacerlo del tamaño de nuestros huevos.
Filosofando, tu mente trabaja, y riendo, se relaja. Ambas
cosas son necesarias en la vida. Está demostrado por seño-
res que han estudiado, que reír es muy sano y ayuda a man-
tenerse joven. Aunque también está comprobado, que la
sociedad avanza más y mejor si tiene más cultura. Siempre

–82–
he defendido que es necesario tener una buena educación,
para valorar si quieres ser o no un maleducado. Por lo tanto,
defiendo que hasta para decidir ser un mamarracho, hay que
tener ciertos conocimientos. Hay que conocer la trayectoria
de la persona más digna, para luego ser un indigno. Para ser
ateo, es imprescindible conocer las doctrinas de las diferen-
tes religiones. Hasta para ser un payaso, hay que tomárselo
en serio.
El Marogia, un personaje de mi pueblo que en paz des-
canse, decía que prefería ser el mejor de los barrenderos
que el peor de los políticos. Fue incluso portada de la pren-
sa, donde salió una fotografía suya barriendo la Avenida de
la Palmera a las tres de la madrugada: decía que no podía
dormir tranquilo, sabiendo que Sevilla estaba sucia. Sin
embargo, jamás un político ha aparecido en la prensa de
una forma tan digna. En mi caso, prefiero ser el mejor de
los mamarrachos.

Los graciosillos
La popularidad de un humorista depende siempre de la
cantidad de gente que se ría con él. Con esto, no estoy di-
ciendo que sea necesario tener público para hacer humor.
A veces, pensamos cosas que nos hacen reír, y no las con-
tamos porque, posiblemente, no se ría nadie más con ellas.
Estamos ejerciendo de humoristas para nosotros mismos.
Es un ejercicio mental muy egoísta, pero también muy ha-
bitual. Es como masturbarse, que a veces, es más placentero
que hacer el amor. Puedes ser el personaje más gracioso de
la historia, y no haber tenido la oportunidad de que la gente
lo sepa.
En cada reunión de amigos, siempre está el que anima la
fiesta. En cada comunidad de vecinos, en cada peña, en to-
dos los gremios, hay un graciosillo. Nadie se sabe más chis-
tes de guardias civiles, que ellos mismos, ni hay nada más
auténtico que escucharle un chiste a su protagonista. Inclu-
so en un cuerpo tan serio, existe el que hace de payasete con
sus compañeros. En el mundo de la comunicación, ocurre

–83–
lo mismo. Entre los locutores serios, entre los presentado-
res, entre artistas y actores, siempre están los graciosillos,
los que se dedican a hacer reír.
Sin embargo, no es tan fácil abrirse camino. A la hora de
dar una noticia, no hay que renovarse, a la hora de hacer un
chiste, es fundamental. Tener éxito en el mundo del humor,
es muy complicado, mantenerse, aún más.
Un humorista tampoco será reconocido, dentro del gre-
mio, como el resto de sus compañeros. Es mu difícil que
le den el premio a la mejor película a una de humor, o que
el mejor actor del año sea un humorista. Sin embargo, este
tipo de eventos, siempre se presentan en clave de humor:
¿Os imagináis la fiesta de la entrega de los Premios Goya,
presentada en plan dramático? Aunque no hace falta, pues
ya es dramático ese humor con el que cada año, premian las
películas más aburridas y menos populares.

No existe la libertad de expresión, (aunque mejor, me ca-


llo)
No es lo mismo hacer humor en radio, que en televisión.
Tampoco es igual contar un chiste de curas en la COPE, que
en la Cadena Ser, ni tendrá la misma repercusión si te ríes
del Rey en Tele 5, que si lo haces en Televisión Española.
Al público le puede hacer mucha gracia. Lo malo es que no
le guste a tu jefe. Con esto sólo quiero decir que la libertad
de expresión, a mayo del 2006, no existe en España, y esto
al humor le afecta directamente. Hay que conocer perfec-
tamente dónde estás trabajando, para saber cómo has de
hacerlo. Tu permanencia en el mundillo, dependerá de qué
forma hagas tu trabajo, y tu éxito, de la cantidad de gente a
la que le guste. El humor, es algo muy complejo.

¿Quién sabe dónde?


Antiguamente, sabías que en España, no se podían hacer
chistes de Franco ni de su entorno, pero en la actualidad,
has de saber que: en Galicia, Fraga es intocable; en Catalu-
ña, si te metes con Pujol, aún puedes tener problemas y no

–84–
aparecer en ciertos medios de comunicación; en Asturias,
no hagas un chiste ni de Fernando Alonso, ni de doña Leti-
cia; en Televisión Española, no puedes criticar ni al Presi-
dente, ni a las comunidades donde gobierne el partido del
Presidente, ni a la forma de actuar del Gobierno central, ni
a Iberia, ni a Radio Nacional, ni al País, etcétera, etcétera,
etcétera.
Fue precisamente en un programa de Televisión Españo-
la donde un compañero contó un problema que había tenido
con Iberia, y tardaron dos segundos en darle la orden al
presentador, para que dijera que la dirección del programa,
no se hacía responsable de la opinión de sus colaboradores.
Además, el compañero se vio obligado a pedir perdón pú-
blicamente.
Si yo personalmente, cuento en un monólogo que Fer-
nando Alonso es un gilipuertas, los Mojinos Escozíos no to-
camos más en Asturias, no volverían a sonar mis canciones
en las emisoras asturianas, bombardearían la página web
de mi grupo con todo tipo de insultos y amenazas, y serían
muchos, los aficionados a la Fórmula 1 que romperían mis
discos, o dejarían de venir a ver a mi grupo.
Una de mis experiencias más positivas en los medios
de comunicación, fue trabajar en Cadena 100, la emisora
musical de la Cadena COPE, que a su vez, pertenece a la
Iglesia. Tenía que escribir y narrar un monólogo a diario, y
la primera semana, casi me despiden por cambiar el final
del cuento de la Heidi. Me dijeron que no podía hablar ni de
preservativos, ni del aborto, ni de la Iglesia en general. De
las relaciones sexuales en la tercera edad, tampoco podía
hablar. Esto no me lo dijeron, pero lo supuse, pues al final
del cuento, el abuelo de la Heidi, terminó acostándose con
todas las viejas del asilo donde se internó.
Lo de no tirarte piedras a tu propio tejado, siempre lo
entenderé. Es normal no morder la mano del que te está
dando de comer.
Como dije antes, todo esto va en contra de los principios
de la Libre Expresión, pero es lo más razonable del mundo:

–85–
si tú me pagas, tú pones las reglas, o lo que es igual, si quie-
ro ganarme la vida con esto, hablo de lo que tú me digas, y
tal vez, no pueda expresarme libremente, pero sí que tengo
la libertad de quedarme a trabajar contigo, o de coger la
puerta.

Cuidado con el perro, que es mariquita


En la dictadura, no se podían hacer chistes ni de la Guar-
dia Civil, como colectivo, ni de curas, ni de militares. Si lo
hacías, eras un rojo y un hereje. Hoy día, no se puede hacer
humor ni de homosexuales, ni de mujeres, ni de negros,
etcétera, y simplemente por hacer este comentario, ya ha-
brá quien me haya tachado de homófobo, de machista o de
racista. Hay que andarse con siete ojos a la hora de hablar
en público, y mirar con lupa cada una de las palabras que
has de decir.
Hace algún tiempo, observando un encendedor, deduje
que era homosexual, pues se recargaba por el culo. Esta
teoría, nos puede resultar graciosa, pero no fundamental. Se
supone que a nuestra sociedad, lo que le importa del tema
de la homosexualidad, es la evolución e integración del
colectivo gay, y agradece que los pensadores contemporá-
neos, aporten sus teorías con el fin de ayudar a comprender
los nuevos tiempos. Lo que a nadie le importa, es que un
encendedor, sea mariquita. A fin de cuentas, esta teoría tuvo
trascendencia social, que era lo que más ilusión me hacía,
pues tuve que disculparme ante cierto grupito gay. Sin em-
bargo, mi único objetivo a la hora de escribir, siempre fue, y
será, el de hacer reír, y jamás, el de ofender a nadie.
He escrito en varias ocasiones acerca de la homosexua-
lidad, con el fin de ayudar a los que me rodean, al igual que
han hecho algunos filósofos serios, y en vez de obtener el
reconocimiento de mi entorno, he sido incluso denunciado.
Ni siquiera sé si es correcto decir mariquita, o gay, (la pala-
bra maricón, ni se me pasa por la cabeza, entre otras cosas,
porque no quiero que me la corten). Es un tema tabú, del
que es mejor no hablar, y mucho menos, hacer chistes. Los

–86–
mariquitas, en particular, tienen mucho sentido del humor,
pero en general, ninguno. Hoy día, tiene más sentido del
humor un guardia civil o un cura.
Por cierto, los teléfonos móviles, también son homo-
sexuales, pues al igual que los encendedores, se recargan
por el culo. Además, son más sensibles, pues oyen, hablan,
vibran...
Si haces un chiste de Mahoma, se te echa encima toda la
comunidad musulmana, pero si lo haces de homosexuales,
se te echa la comunidad gay mundial. Si haces un chiste de
curas, no se queja la Iglesia, se queja si lo haces de curas
mariquitas. Esto de que la Iglesia no se queja, tampoco es
del todo cierto: se queja, pero no denuncia. O sea, que da
igual que se queje. Es como el perro que enseña los dientes,
pero nunca muerde. Aunque en este caso, estamos hablando
de un perro muy grande y con los dientes muy afilados, por
esto, mejor ni acariciarlo. Además, si te metes con un cura,
todo aquel que es católico, ya no se ríe, ni con ese chiste, ni
con ninguno de los que cuentes hasta el día que te retires.
Ocurre igual con los monárquicos. Hay mucha gente que
cree en el Rey, en la Reina y en toda su real familia, y cada
vez son más los humoristas que insultan a la Monarquía.
Que por cierto, es otro perro de dientes afilados, y al igual
que la Iglesia, te dicen que se sienten ofendidos, pero no
denuncian. Las que denuncian son las comunidades orga-
nizadas como las de homosexuales, o las asociaciones de
féminas.
De las mujeres, también hay que tener cuidado con lo
que se dice, pues las feministas están muy organizadas,
tanto o más que los gays, aunque como colectivo, tienen
el mismo sentido del humor: ninguno. Si en un monólogo,
o en una canción, dices que las mujeres son estúpidas, se
enfadarán todas, incluso algunos hombres, pues es de mal
gusto hacer chistes machistas. Sin embargo, si dices que las
mujeres rubias son tontas, se ríen todos los hombres, todas
las morenas, y la mayoría de las rubias, dejando de ser una
expresión machista.

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Si cuentas tus problemas cotidianos con tu mujer, siem-
pre has de terminar siendo un calzonazos, pues si la tonta es
ella (y no es rubia), te conviertes en un humorista machista.
Con una suegra, es diferente. También es mujer, pero es
diferente. Yo nunca me propuse hacerle gracia a las sue-
gras, pues considero, que simplemente por su condición de
madre política, ya no tienen sentido del humor, sobre todo,
cuando están sus hijas de por medio. Sin embargo, a base
de insultarlas, soy un tipo que les cae en gracia. A veces,
cuando llevo algún tiempo sin meterme con las suegras, la
mía me dice que si ya no la quiero.
Contra más radical seas en esto del humor, menos éxito
tendrás. Lo que a unos les hace mucha gracia, a otros les
ofende enormemente, y es muy difícil saber cuándo se va a
acertar, y muy fácil equivocarte.
Con todo esto, no quiero decir que haya que hacer humor
para que se rían los católicos, los homosexuales, o para que
no se enfaden los monárquicos, ni las feministas. Cada uno
hace lo que le parece, o como diría en términos coloquiales,
lo que le sale de las pelotas. Un humorista, no tiene por qué
ser un personaje querido, pero personalmente, para mí es
tremendamente reconfortable y gratificante, que se rían con
mi trabajo los niños, sus abuelos, sus madres, y las amigas
lesbianas de sus padres.
Es sólo una opinión, pero considero más difícil, hacer
reír a cien mil personas que a cien. Si eres humorista de pro-
fesión, son cien mil las personas que disfrutan con tu traba-
jo. Por esto considero fundamental, y casi imprescindible,
el apoyo de los medios de comunicación para su difusión.

Jefes, suegras, funcionarios y otras malas hierbas


Sabiendo de antemano de qué cosas no debemos reírnos,
es también importante conocer cuáles son los temas que no
sufrirán el rechazo de nadie.
El principal recurso de todo humorista es auto-insultar-
se. Si eres feo, presume de ello. Si eres calvo, cuentas tus
problemas con la alopecia. Incluso puedes insultar a los

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vendedores de productos para la caída del cabello, que no
se van a enfadar. Y si se enfadan, que se jodan. No gustar-
les, no tendría mucha repercusión en tu popularidad como
humorista, pues más que un colectivo, son una minoría que
se dedica a timar y engañar a las personas que no tienen
pelo. O por lo menos, eso es lo que piensa la gran mayoría
de la gente, que es hacia la que tú te diriges.
El público se siente identificado contigo cuando hablas
de tus desgracias. Todos estamos cansados de hombres y
mujeres perfectos, que tienen cumplidos todos sus sueños.
Contra más desgraciado seas, más éxito tendrás en el mun-
dillo del humor. Los más graciosos son los feos, los gordos,
los desaliñados, y los que cuentan que son cornudos, borra-
chos, o que no hacen apenas el amor. Particularmente, yo
cumplo todos estos requisitos, y lo peor de todo: la gente se
lo cree cuando lo cuento.
Suegras, funcionarios, jefes, inspectores de hacienda,
son gremios a los que se pueden insultar, pues socialmente,
cada uno tiene aceptado su condición, y la costumbre de ser
atacados.
El personal que trabaja en la Administración, tiene tanta
fama de no hacer nada, que por no hacer, ni se enfadan.
En Lepe, están súper-orgullosos de ser mundialmente co-
nocidos por los chistes con denominación de origen, donde
el lepero, es el más bruto de la historia. Tal vez con los
funcionarios, ocurra lo mismo, que cuando el río suena...
Aunque lo más importante, es que se tomen con sentido del
humor esa fama que tienen. Sólo el que sea realmente bruto
en Lepe, se ofenderá, y sólo se molestará aquel que haga el
vago en la administración. Otro refrán: será por eso de que
se pica, quien ajos come.
A los “Jefes”, también se les puede “dar caña”, pues los
que se portan bien con sus empleados, se reirán, pero los
demás, son tan cabrones, que no tienen ni sentido del hu-
mor. Todo el mundo odia a un jefe cabrón. Y todo el mundo
maldice a Hacienda cuando tiene que hacer la declaración,
o a un Guardia Civil cuando le pone una multa.

–89–
A modo de conclusión
Lo mejor en la vida, no es trabajar, pero ya que hay que
hacerlo, es muy bonito poder dedicarte a lo que más te gus-
ta. Además, la satisfacción personal que supone que la gente
se ría contigo, es impagable. Te sientes como si estuvieses
haciendo el bien por y para los demás. Sin duda, el humor
es algo muy serio, y sólo “hacer el amor”, es más relajante y
gratificante que “hacer el humor”. El mundo sería diferente
si no existiesen los malhumorados.

–90–
SENTIDO DEL HUMOR Y EDUCACIÓN

Por
JOSÉ MARÍA ROMÁN SÁNCHEZ
Morfología del humor..., pág. 91
JOSÉ MARÍA ROMÁN SÁNCHEZ, es Catedrático de Psicología Evolutiva
y de la Educación de la Universidad de Valladolid. Director del Grupo
de Investigación Reconocido en “Psicología de la Educación” dentro
del cual lleva una línea de investigación, iniciada en 1998, sobre “Sen-
tido del Humor y Educación”.
Con catorce años de docencia en la Universidad de Barcelona y die-
ciocho en la de Valladolid, actualmente imparte clases de “Psicología
de la instrucción”, “Psicología de la educación familiar” y “Estrategias
cognitivas de aprendizaje”.
Como investigador principal (o como investigador) ha participado
en doce Proyectos de I+D sobre: “metodologías de enseñanza en educa-
ción secundaria y universidad", “estrategias de aprendizaje en superdo-
tados”, “educación familiar” y “sentido del humor y educación”.
Concretamente en este último campo: Programa para el desarrollo
del “sentido del humor” en el profesorado (2001-03) y El “sentido del
humor” como estrategia de afrontamiento del estrés en el profesorado
(2004-06).
La “producción científica” derivada de esos proyectos es (como au-
tor o coautor) es: 5 tests, 16 libros, 48 capítulos de libro, 44 artículos de
revistas y otras publicaciones.
Dentro de ese mismo marco ha dirigido 21 tesis doctorales.
Son relevantes sus aportaciones al campo de la tutoría La tutoría:
pautas de acción e instrumentos útiles al profesor tutor (Ediciones
Ceac), La tutoría en educación secundaria (Ediciones Ceac) o “El
Modelo CARI de tutoría de alumnos en la universidad” (capítulo de
libro)–,
* al de la estrategias de aprendizaje -ACRA: Escalas de Estrategias
de Aprendizaje (TEA ediciones) o, entre otras, Aprendo si relaciono:
Programa de entrenamiento en estrategias de aprendizaje (Editorial
Aprendizaje Visor)–,
* al de la educación familiar -PEF: Escalas de identificación de
prácticas educativas familiares (Editorial Cepe) o, entre otras, Edu-
cación familiar y autoconcepto en niños pequeños (Ediciones Pirámi-
de)–,
* y al ámbito del sentido del humor: “Modelo dimensional del
sentido del humor” (capítulo de libro), CASH: Cuestionario Auto-ob-
servacional del Sentido del Humor (test), Programa de desarrollo del
Sentido del Humor en el profesorado y otros artículos.
Ha sido –o es– miembro: de Comisiones de Evaluación de Proyectos
de I+D para el MEC y para la ANEP, y de la Comisión de Expertos que
elaboró el Libro Blanco de los Grados de Magisterio para la ANECA.
Finamente, para terminar, poner a la consideración de ustedes “dos
datos” más: ha trabajado como Consejero ECTS en las siguientes uni-
versidades: La Rioja, Las Palmas de Gran Canaria, La Coruña, UAM,
UCM y UEMC. Y, desde junio de 2001, es Decano de la Facultad de
Educación y Trabajo Social de la UVA.–

–92–
(RESUMEN)

E L “sentido del humor”, como constructo psicológi-


co, es considerado tanto un componente de la perso-
nalidad, dentro del Factor I: “extraversión” también
llamado energía, urgencia o asertividad por el Modelo de
los Cinco Grandes Factores de la Personalidad (COSTA Y
MCCRAE, 1992: CAPRARA et al. 1993), como un compo-
nente de la inteligencia, p.e. en la Teoría del desarrollo de
la inteligencia por acumulación de habilidades (Secadas,
1996) o en la Teoría triárquica de la inteligencia (Stern-
berg, 1997).
Es un fenómeno enormemente complejo y multidimen-
sional, y por ende difícil de estudiar científicamente. Como
objeto de estudio científico, tiene que ser acotado para poder
ser analizado empíricamente, por lo que hasta el momento
lo que tenemos son sólo visiones parciales del mismo: frag-
mentación de los conocimientos científicos disponibles.
Dada la complejidad del SH (Sentido del Humor), los
distintos grupos de investigación (por ejemplo: en Ingla-
terra, THORSON, 1993; en Alemania, RUCH, 1996; en Espa-
ña, GARCÍA LARRAURI, 1998; en Bélgica, Saraglou, 2002; en
USA, MARTIN, 2003; en Grecia, ANTONOPOULOU, 2004) que
lo abordan científicamente lo hacen desde puntos de vista
también distintos. Con lo que nos puede ocurrir como en
el cuento de la sabiduría milenaria hindú “Los ciegos y el
elefante”. Estaban tan ansiosos por conocerlo que cuando
se chocan con él cada uno hace una generalización excesiva
de su visión parcial y sensorio-motriz del elefante.

–93–
La investigación científica es humilde, prudente y parsi-
moniosa para no caer en la generalización excesiva de los
ciegos del cuento (que, a fin de cuentas, eso somos los in-
vestigadores). Por tanto lo que digamos del SH, lo diremos
de aquello concreto que hemos acotado y no más. Porque
todavía falta una “definición conceptual” integradora. Falta
más trabajo racional y empírico de integración, de síntesis
superadora de las distintas dimensiones del SH. Y sin ella,
tampoco podemos disponer de una “definición operativa”
que permita medir o manipular con rigor las variables. Falta
rigor en la aplicación de los criterios psicométricos.
Por ello en el ámbito de la psicología se considera al SH,
más que un constructo científico, un fenómeno de estudio
racional cuando no folklórico. Hay importantes preguntas
por responder: ¿Cuál es su grado de estabilidad temporal?
La respuesta condiciona p.e. la construcción de instrumen-
tos de medida ¿De tipo autoinforme? ¿De tipo conductual?
Con las visiones parciales de cada grupo de investigación
(acumulación de conocimientos científicos sobre el SH),
otros investigadores que vendrán detrás, realizarán síntesis
integradoras y comprensivas, provisionalmente verdaderas,
que avanzando en espiral permitirán conocerle cada vez
mejor e intervenir preventiva, correctiva u optimizadora-
mente sobre el SH que es lo que a la postre importa.
Pues bien, en esta conferencia, vamos a abordar el con-
cepto que del SH tienen los profesores, bien en formación
bien en activo. De ahí el título “Sentido del Humor y Edu-
cación”.
Explicaremos cómo hemos identificado los componen-
tes del sentido del humor e este sector de la población espa-
ñola. Y cómo hemos llegado a un concepto empírico del SH
que gira en torno a cuatro dimensiones o factores: modelo
multidimensional del sentido del humor.
Una vez elaborado el modelo, describiremos el instru-
mento construido para medirlo (definición operativa). Para
terminar la conferencia con una descripción de lo que se
puede hacer para mejorar el grado de SH que cada uno po-

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sea. Porque el SH es mejorable. En una escala centil, una
persona puede puntuar 23 y con entrenamiento puede llegar
a mejorarlo posiblemente hasta 31. O tener 82 y con tra-
bajo y entrenamiento puede desarrollarlo hasta 89. Todos
podemos mejorar algo nuestro SH entendido –por supues-
to– según las dimensiones y componentes del modelo mul-
tidimensional del sentido del humor.
Algunas cuestiones que (¡posiblemente!) abordaremos
en esta conferencia (no todas ¡faltaría más!).

DE QUÉ SENTIDO DEL HUMOR HABLAMOS

Aproximación al concepto de SH: Algunas propuestas de


definición. Un modelo multidimensional del SH.
Por qué mejorar el SH y reír más: Beneficios del SH y
la risa en la salud. SH y flexibilidad de pensamiento. SH y
efecto emocional (El humor negro: desafío ante el temor.
Reírse de uno o una misma: la esencia del humor). SH y
función social e interpersonal (Poderoso recurso en las rela-
ciones interpersonales. El humor como elemento de crítica
social). Cuándo el humor es oportuno. Dónde ubicar el SH.
Una llamada de atención al hemisferio derecho.
Dada la complejidad y riqueza del concepto, hoy en
día no parece haber otra posibilidad que la de considerar
múltiples dimensiones para definirlo. De este modo, según
nuestro modelo, se puede considerar que una persona con
SH es aquella que tiene, en mayor o menor grado, estrate-
gias, habilidades y automatismos para percibir relaciones
de forma insólita mostrando el lado divertido o cómico de
las situaciones; para apreciar lo que es y tiene, y disfrutar
de ello; que se ríe frecuentemente y busca y valora lo que le
produce humor; que utiliza el humor para hacerle frente a
las adversidades y en las relaciones interpersonales.
Diferentes trabajos de investigación confirman la contri-
bución del SH y de la risa a una mejor salud física y mental.
El SH supone un factor de resistencia ante el estrés y las
adversidades, tiene una acción positiva contra la ansiedad

–95–
y la tristeza. Da salida a la hostilidad de manera más sana
y adaptada, en definitiva, permite un mayor control sobre
nuestras vidas y unas relaciones más satisfactorias con los
demás. En resumen, podríamos decir que el SH y el opti-
mismo son fuerzas capaces de transformar nuestras vidas
en algo verdaderamente agradable y no meramente sopor-
table.
El uso del humor tiene sus riesgos cuando no se tiene
en cuenta al otro como persona, cuando se utiliza el humor
para reírse de..., ridiculizar a..., o en general cuando no hay
una buena relación en el grupo.
Los datos de que disponemos parecen indicar que la ubi-
cación cerebral de los mecanismos neuronales del SH esta-
rían en una zona de confluencia en la corteza pre-frontal del
hemisferio derecho.

Barreras para el sentido del humor


Tres tipos de obstáculos: provenientes de la sociedad;
que aluden al tipo de personalidad y de estrés y situaciones
que no se saben manejar. El estrés, enemigo número uno
del SH.
Podemos afirmar que según se va creciendo, la risa y el
humor se van perdiendo bajo capas de seriedad, autocon-
trol, inhibición, responsabilidad, miedo e inseguridad.
Algunos de los obstáculos para ir relegando el SH y la
risa provienen de las presiones sociales a las que conside-
ramos hay que plegarse para mantener una buena imagen.
Tampoco favorece el SH el bombardeo permanente de ca-
tástrofes y noticias negativas a las que nos encontramos so-
metidos a través de los diferentes medios.
Otros obstáculos provienen de nosotros o nosotras mis-
mas, nos solemos referir a ellos como rasgos de persona-
lidad o “de carácter” y el mayor inconveniente, es que se
consideran tan arraigados y estables que se tiene la falsa
convicción de que es imposible hacer nada por erradicarlos,
aunque nos perjudiquen.

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Enemigo número uno: el estrés, las preocupaciones, los
problemas de relación y de todo tipo que se van dando en la
vida. En realidad, la forma en que evaluamos las situaciones
y lo que lo que nos decimos a nosotros o nosotras mismas,
así como las estrategias de que se dispongan para hacerles
frente, son factores que están influyendo en la cantidad de
ansiedad que experimentamos.
Disposición mental y expectativas de autocontrol ante las
situaciones, tienen que ver en el éxito para alcanzar una meta
o superar un problema. Este tipo de obstáculos para el SH es
tan habitual, que es necesario comprenderlos para facilitar
una disposición favorable al SH y la risa. Las personas han
de ser sensibles al lenguaje de su cuerpo, a los indicios que
avisan del estrés y poner los medios para remediarlo.
Son importantes las atribuciones, y las consecuencias
para sentimientos y conductas, de las personas optimistas
y pesimistas ante los sucesos positivos de su vida, y sobre
todo ante los acontecimientos negativos, que es cuando más
se requiere disponer de un pensamiento racional y sensato
sin dejarse llevar por las emociones. Es menester cuestio-
narse a fondo las creencias irracionales ante una situación y
hacerlo de modo que se pueda tomar distancia, único modo
de poder introducir un poco de humor en ella.
Como vemos, esta conceptulización del SH, supone una
propuesta muy diferente a la basada tan sólo en provocar
la risa (estrictamente lo que se considera risoterapia), o en
repetirse sin más, delante o no de un espejo, consignas del
tipo “estoy bien, me siento tranquila o tranquilo”, “soy ca-
paz de hacerlo”, “nada me debe perturbar”, etc... Si no le
sigue un trabajo personal de rebatimiento de ideas irracio-
nales y de acción efectiva sobre las causas y su resolución,
creemos que de poco sirven estas consignas.

Promover el sentido del humor


El mejor regalo: educar desde la infancia el SH; Cultivar
la sonrisa y la risa desde los primeros meses de vida; ense-
ñar optimismo y buen humor; favorecer un entorno salu-

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dable. Posteriormente: qué hacer para mejorar el SH y reír
más: Intención de mejorar el sentido del humor; Compor-
tarse como una persona con SH; Importancia de la práctica
continuada.
El mejor regalo que los padres y las madres pueden ha-
cer a sus hijos e hijas es promover su SH. Los efectos be-
neficiosos sobre la salud, la flexibilidad del pensamiento, el
equilibrio emocional y la resolución de conflictos les serán
de gran utilidad a lo largo de la vida.
Desde el nacimiento, con los primeros intercambios, se
puede favorecer la sonrisa y posteriormente la risa. Aho-
ra bien, lo importante es promover estas conductas no sólo
cuando son bebés, que resulta más sencillo, sino a lo largo
de todo su desarrollo, y sobre todo en situaciones de con-
flicto, en medio de las frustraciones y cuando las cosas no
van como se preveían.
Los niños y niñas aprenden y sacan conclusiones acerca
de la naturaleza del mundo y de las personas a través del
comportamiento de sus padres y madres, de lo que ven y
experimentan. Es pues importante ofrecer la posibilidad de
observar el comportamiento de ambos como personas ale-
gres, divertidas y optimistas a la par que reforzar las mues-
tras de humor oportuno y la conducta alegre y juguetona
de los niños. Estas habilidades constituirán una herramienta
muy poderosa para sus aprendizajes futuros y para afrontar
situaciones estresantes.
Los padres y las madres alegres y divertidas, van a crear
lazos más sólidos con sus hijos e hijas y van a ser más atrac-
tivos como figuras de imitación. Y esa actitud no sólo es
compatible con la disciplina y las normas, sino que favore-
ce su mejor aceptación y cumplimiento.
Si bien el ideal es aprender las habilidades que integran
un buen SH desde la infancia, el buen SH se puede retomar
o mejorar en cualquier otra etapa de la vida.
En cualquier momento es posible iniciar la práctica de
las estrategias y habilidades que componen el SH. Para ello
es importante tener la intención de mejorar el SH y abrir

–98–
mente y cuerpo a ello. En este sentido sugerimos empezar
por reflexionar y autoevaluar el actual SH y fijar los obje-
tivos a los que queremos dirigirnos. Se requiere además el
renovado compromiso diario de aprender a pensar en po-
sitivo y comportarnos consecuentemente a pesar de lo que
nos suceda o de las circunstancias: Y, por último, el empeño
para persistir en ello de modo que se convierta en un hábito
de comportamiento.

Referencias:
CARRETERO, H. (2005). Sentido del Humor: Construcción de
una Escala de Apreciación del Humor. Universidad de
Granada. Tesis doctoral.
GARCÍA LARRAURI, B. (2006). Programa de Mejora del Sen-
tido del Humor. Madrid: Ediciones Pirámide.
GARCÍA LARRAURI, B. MONJAS, I. ROMÁN; J.M. y FLORES, V.
(2004). “Sentido del humor: Delimitación conceptual,
evaluación y propuestas de intervención”, en M.I. RUIZ
y otros (eds): Aportaciones psicológicas al desarrollo
difícil (pp. 387-430). Badajoz: Edita Psicoex.
GARCÍA LARRAURI, I. FLORES, V. MONJAS, I. y ROMÁN, J.M.
(2002). “Sentido del humor y variables sociopersona-
les”, en I. MONJAS (comp.): Habilidades sociales: La
competencia personal y social (pp. 175-177). Vallado-
lid: Edita Angelma.
GARCÍA LARRAURI, V. MONJAS, I. ROMÁN, J.M. y I. FLORES,
(2002). “Sentido del humor, rasgos de personalidad y
variables situacionales”, en I. FAJARDO y otros (comps.):
Necesidades educativas especiales: Familia y educación
(pp. 463-478). Badajoz: Edita Psicoex.
ROMÁN, J.M. GARCÍA LARRAURI, V. MONJAS, I. y I. FLORES
(2000): “Componentes del sentido del humor según fu-
turos profesionales de la educación”, en C. MARCHENA Y
R. ALCALDE (coords). La perspectiva de la educación en
el siglo que empieza (pp. 819-827). Cádiz: Servicio de
Publicaciones de la Universidad.

–99–
FILOSOFÍA Y HUMOR

Por
JAVIER SÁDABA
Morfología del humor..., pág. 101
JAVIER SÁDABA, filósofo español, nació en Portugalete, en
1940 y realizó estudios de Teología en Roma antes de optar por
la filosofía, que le llevó a las universidades de Tubinga (Alema-
nia), Columbia (Nueva York, Estados Unidos) y Oxford (Reino
Unido).
En la década de 1970 sus artículos suscitaron un gran interés
por su carácter lúcido y antiautoritario, tanto contra la dictadura
franquista como, más tarde, al plantear una intensa crítica del
régimen democrático. Primero profesor de Ética y más tarde ca-
tedrático de Ética y Filosofía de la Religión en la Universidad
Autónoma de Madrid, ha publicado numerosos ensayos y su fir-
ma aparece con frecuencia en diversos medios de comunicación.
La controversia que mantuvo a finales de la década de 1980 con
el filósofo y escritor Fernando Savater en torno al independen-
tismo y la violencia en Euskadi le proporcionó celebridad como
polemista. Colabora asiduamente con periódicos, revistas y en la
radio, ha intervenido en todo tipo de debates, y trabaja siempre
por defender los derechos de los más débiles

Obras destacadas:
• 1977.– Lenguaje religioso y filosofía analítica.
• 1978.– Qué es un sistema de creencias.
• 1979.– Filosofía, lógica y religión.
• 1980.– Conocer a Wittgenstein.
• 1984.– Saber vivir.
• 1984.– Lenguaje, magia, metafísica. El otro Wittgenstein.
• 1987.– Las causas perdidas.
• 1988.– El amor contra la moral.
• 1989.– Lecciones de filosofía de la religión.
• 1989.– La filosofía analítica actual: de Wittgenstein a Tu-
gendhat.
• 1991.– Saber morir.
• 1993.– Dios y sus máscaras.
• 1997.– Diccionario de ética.
• 1977.– Amor diario.
• 2001.– La vida en nuestras manos.
• 2002.– Filosofía contada con sencillez.

–102–
L A risa es mucho más seria de lo que parece. La risa,
que es la expresión más palpable del humor, no es el
cachondeo por el cachondeo o el divertirse sin más,
por importantes que sean el cachondeo y la diversión. La
risa, como emoción limpia y que sale, liberada, de nuestro
interior, tiene el don de colocar las cosas en su sitio. ¿Y cuál
es su sitio? El de la fragilidad, lo vulnerable, lo que está su-
jeto no tanto a nuestra voluntad sino a las mil y una vueltas
que da este mundo, que nos ofrece, a su vez, la espalda. La
risa, como sugirió bien el filósofo Bergson en un admirable
libro, es el reconocimiento de lo que es la vida; en otros tér-
minos, el reconocimiento de que no somos como las piedras
o como los árboles. Podemos cambiar, estamos expuestos
a cualquier vaivén y, más que seres trágicos, somos, por el
contrario, ridículos. En otros términos, que este mundo tie-
ne mucho de circo, como bien lo supo captar Fellini.
Cabe preguntarse, inmediatamente, qué es el humor. Y
las respuestas son múltiples. Se encuentran en diccionarios,
obras literarias, estudios sobre el humor, y concretamente,
en varios filósofos. Schopenhauer, en concreto, sobresale a
la hora de hacer distinciones entre el humor, la ironía, la sá-
tira y otros parientes de la risa. Y etimológicamente sabemos
que el término “humor” tiene su lejano origen en Grecia.
Los médicos de la antigua Grecia pensaban que una buena
distribución de los fluidos, llamados “humores”, hacía de
nuestro cuerpo algo armónico. Esta concepción se mantu-
vo hasta hace poco. Ya en nuestros días, con los avances

–103–
de la genética y, muy especialmente, de las ciencias del ce-
rebro se vuelve a tener presente que el humor está ligado
a ciertas disposiciones de nuestro genoma, a hormonas y,
sobre todo, a determinados neurotrasmisores. Pero a fin de
cuentas no es necesario andar, como Diógenes con la linter-
na, buscando por todas partes una definición de humor que
nos satisfaga. Es cierto que no es el mismo humor el que se
celebra en todas las culturas. Un chiste de Jaimito es proba-
ble que deje indiferente a un japonés. Y una gracia japonesa
es también más que probable que no provoque en nosotros
mueca alguna de reconocida gracia. A pesar de todo, sí que
poseemos una concepción incuestionable de que existen co-
sas, situaciones y palabras graciosas mientras que otras nos
dejan indiferentes. Por eso, y ciñéndonos a nuestra cultura,
todo el mundo entiende qué es tener “sentido del humor”.
De la misma manera que se entiende qué es eso de ser un
aburrido, un “muermo” o alguien que con su sola presencia
crea ambiente de funeral. Por muchas que sean, repito, las
clases de humor, todos poseemos el olfato suficiente como
para distinguir al que realmente nos va a hacer reír del que
se comporta como si fuera un mueble. Y, junto a ello, es-
tamos seguros de que los primeros nos van a proporcionar
algún gozo o alegría mientras que los segundos no van a
conseguir siquiera provocarnos melancolía; sencillamente
nos dejan fríos, sin ganas de continuar en su presencia y con
muchas ganas de que desaparezcan de nuestra vista.
Una vez dicho lo anterior, se hace presente la siguiente
pregunta: ¿Es lo mismo una filosofía del humor que filoso-
fía y humor? Ciertamente no. Lo poco que hemos expuesto
en las líneas que anteceden es un esbozo de una filosofía del
humor; en otros términos, una reflexión sobre lo que es el
fenómeno humano por excelencia: la risa. Recordemos que
Nietzsche, citando a San Juan Crisóstomo, insistía en que
Cristo, según los Evangelios, no se rió nunca. Y le parecía
una objeción letal a dichos Evangelios. Porque, para él, bien
en tono de desprecio o de exaltación vital, la risa era fun-
damental. Sin tener que tomar al pie de la letra al filósofo

–104–
alemán (mal que le pesara a él), podemos afirmar que un
estudio mínimamente serio sobre el humor se hace eco de
una característica esencialmente humana que, cuando está
ausente, muestra alguna deficiencia del individuo en cues-
tión. Homo risibilis est no es sólo un ejemplo que se utiliza
en lógica o una manera de diferenciar a los humanos de los
animales (una manera, digámoslo de paso, no del todo co-
rrecta puesto que los animales sí se ríen) sino que toca uno
de los aspectos más importantes de la existencia humana. Y
es que la risa, como exponente del humor, no sólo nos hace
más sociables, nos aparta de la violencia, como observaba
acertadamente el etólogo Lorenz, sino que, cuestión deci-
siva, nos humaniza. La risa es una emoción, un afecto, un
sentimiento y una actitud en la que el ser humano se recrea
como individuo consciente del mundo y autoconsciente de
su propia naturaleza. De ahí que el humor consista en estru-
jar la inteligencia, sacarle su jugo, sugerir sin hablar, buscar
complicidad sin necesidad de rodeos, tener la posibilidad
de una expansión sin estar obligado a dar explicaciones o,
en fin, comprender que el sentido de la vida es insondable
y que, por lo tanto, más que tirarse de los pelos, lo mejor es
reír. Se ha llegado a afirmar que una sonrisa (que viene de
subridere o “reír sin grandes carcajadas”) podría parar una
guerra. Sin duda. Y es, sobre todo, el comienzo y la con-
sumación del amor, el reconocimiento de los demás como
colegas que, iguales por naturaleza, no sabemos bien qué
rumbo tomar pero sí sabemos que estamos juntos en el la-
berinto de la existencia. Una filosofía del humor, en suma,
se detiene en los detalles que acabamos de esbozar. Y fina-
lizaría diciendo que el humor es, en buena parte, la cúspide
de la vida. El poeta escribió que sólo nos queda la palabra.
Podríamos corregirle: sólo nos queda el humor.
¿Qué sería, por el contrario, Filosofía y Humor? Se tra-
taría, en este caso, de meterse en las entrañas de los filóso-
fos, en hurgar en su capacidad o incapacidad para el humor.
Digamos, de entrada, que la empresa parece titánica. Por-
que la imagen habitual del filósofo es la de una persona

–105–
introvertida, que se pasa todo el día pensando y para la que
una broma sonaría a profanación. Si uno contempla una es-
tatua, fotografía o dibujo de los filósofos que han poblado
nuestra cultura se encuentra con rostros adustos, concentra-
dos, alejados del ruido de la calle, ajenos a la risa cotidiana.
Es ésa, además, la idea habitual que se tiene del filósofo.
Cuando alguien comenta que se dedica a la filosofía, se le
suele mirar de arriba abajo como si fuera un bicho raro. Y si
un joven se atreve a decir a sus padres que quiere estudiar
filosofía, no sólo oirá todo tipo de admoniciones sobre la
inutilidad de tal disciplina sino que le llenarán la cabeza
hablándole de los abstrusos, peculiares y parásitos que son
unos seres cuyo cometido consistiría, sin más, en pensar.
Scharfstein, en un interesante y poco leído libro, escribió
sobre los filósofos y sus vidas. En un cuadro poco recon-
fortante para los que nos gusta esta fascinante profesión
muestra que casi el ochenta por ciento de los filósofos más
prestigiosos de lo que entendemos por Occidente o no se
casó o no tuvo una relación estable con mujer alguna. Este
hecho invita poco a pensar que tales individuos fueran muy
sociables, prontos a enredarse en los laberintos de los afec-
tos y apasionados con el sexo; y, en consecuencia, es fácil
deducir que de humor, nada o casi nada.
No es extraño, después de lo que venimos diciendo, que
algunos hayan tratado de suplir la supuesta falta de humor
filosófico aportándoselo desde fuera. Y así, nos encontra-
mos con más de un manual que busca enseñar la filosofía
con humor. Es, incluso, una especie de moda. Dentro de esta
tendencia sobresale el ya antiguo y breve libro de DUFFY
quien, con ironía, nos descubre las doctrinas de los grandes
filósofos. Otros han tomado un camino distinto. BARRÉRE
y ROCHE, por ejemplo, en El estupidiario de los filósofos
nos quieren hacer graciosos a los filósofos, a pesar de ellos.
Por eso, toman frases sueltas, tonterías que se le escapan al
genio más consumado. Sólo una a modo de ejemplo. Es-
cribe KANT: “Las mujeres y los judíos son más bien dados
al vino”. Es para reír, o para llorar. Pero en ocasiones la

–106–
gente de talento tiene salidas de tono de este tipo o comete
verdaderas estupideces. Y, rizando el rizo, nos encontramos
con el libro de PERRYMAN, titulado La filosofía del fútbol.
El autor compone el equipo con once filósofos (aunque in-
cluye también a Bob Marley). Como a uno le gusta no sólo
la filosofía sino también el fútbol (y que sería un tema por
sí mismo), no puede por menos que detenerse en uno de
los filósofos más grandes de este último siglo. Me refiero
a WITTGENSTEIN y no me resisto a citar lo que de él escri-
be. “El enigmático defensa central, Wittgenstein, frustró a
muchos con sus acertadas reflexiones, que nunca parecían
llevar exactamente donde él se proponía. Una y otra vez
recorría todo el campo hacia delante en una nueva direc-
ción. Por desgracia, nunca llegaba a completar del todo la
acción con un último pase definitivo que diera la victoria
final a su equipo. Arquitecto de la defensa, Ludwig también
podía ser en ocasiones un rudo destructor de juego. Nunca
le gustó aceptar una derrota y sus entradas al choque hacían
que al delantero más valiente le corriese un escalofrío por
el espinazo. Pero lo que más le preocupaba era la estructura
del equipo. En sus primeros años intentó construir el equi-
po en torno a su mentor mediocampista, Bertrand Russell,
pero con el tiempo llegó a encontrar deficiente el juego de
Russell. Su distribución del balón era demasiado general
y el resultado era que el juego se desarrollaba por todo el
terreno sin ningún efecto práctico. Ludwig llegó a pensar
que la clave estaba en la posesión del balón y, con ello, pro-
porcionó al equipo el necesario sentido del orden”. He de
confesar, y lo digo con toda la seriedad del mundo, que es
una de las mejores descripciones que he leído de la filosofía
de Wittgenstein.
En el párrafo anterior hemos contemplado cómo algunos
han intentado poner ciertas gotas de humor dentro del cam-
po (esta vez ya no de fútbol) del filosofar; y, más concreta-
mente, del filosofar de algunos filósofos puesto que, en un
sentido muy lato, filósofos lo somos todos. Pero, ¿hay real-
mente, y es ésta la última consideración, humor en la misma

–107–
filosofía, sin que tenga que acudir una mano salvadora para
que haga más legibles, humanos y graciosos a los filósofos
con los que nos topamos en las historias de la filosofía al
uso? Creo que sí. Existen lógicos que en su habilidad para
enseñar cómo es el razonamiento lógico recurren a ejem-
plos vivos, llenos de fuerza cómica, convirtiendo el arte de
razonar en un juego divertido. Es lo que le sucedió a ese
extravagante personaje que conocemos como Lewis Carro-
ll. Y esto puede aplicarse a cualquiera de las muchas áreas
que componen la república filosófica. Si ahora nos detene-
mos en algunos de los filósofos el humor, en una segunda
visión de su obra que supere el miedo iniciático, salta a la
vista. Quien haya leído los Diálogos de la Religión Natural
de Hume no sólo gozará con su estilo y reflexionará sobre
lo divino y lo humano. Notará, sobre todo, una leve pero
constante ironía. Se ha asegurado que la ironía es el sello
de lo británico. Y se ha definido la ironía de mil maneras.
Schopenhauer, por ejemplo, consideraba que era “la broma
oculta dentro de la seriedad”. Por mi parte yo me quedaría
con lo que nos enseña la etimología del término “ironía”.
Ésta nos retrotrae hasta un verbo griego relacionado con
un raro preguntar. Y es que en la ironía dejamos al otro en
la perplejidad; una perplejidad que le lleve a notar que está
siendo ridículo en lo que hace o en lo que dice o que ha
preguntado más allá de lo que se puede responder. Hume es
un maestro en este juego. No es extraño que afirmara que le
gustaría que le leyeran en los salones (yo, una vez, imitán-
dole, escribí que a mí me gustaría que me leyeran en las pe-
luquerías y casi todo el mundo se me echó encima, lo cual
demuestra muy poco sentido del humor). El mismo Kant,
en uno de sus libros más ágiles y frescos, dedicados a la éti-
ca, no sé si nos hacer reír pero, sin duda, poco tiene que ver
con la prosa adusta e intratable que se le achaca en general.
Y nada digamos de Schopenhauer. Aunque fue un gruñón y
un solterón egocéntrico nos ha trasmitido aforismos y sen-
tencias agudas, certeras y con gracia. Otro tanto habría que
decir el antes citado Nietzsche. Lástima que ambos, cuando

–108–
se refieren al amor y a las mujeres, pasan la línea roja de la
provocación y rozan la grosería. Y ya más cerca de nuestros
días, Bertrand Russell, incluso en sus iniciales libros de ló-
gica matemática (y nada digamos de sus obras posteriores
de divulgación), nos entrega una literatura plena de encanto
y con aquel fino sentido del humor que veíamos también en
Hume. Podíamos continuar con más ejemplos pero basten
éstos como botón de muestra.
Escribió otro filósofo, éste más desconocido, M. Schlick,
que no hay ética sin humor. Y la ética, recordémoslo, es el
núcleo del filosofar. En efecto, quien es como una bola de
billar, sin poros, sin matices y sin aristas, será incapaz de
moverse y de conmoverse, de cambiar cuando los argumen-
tos o las situaciones le deberían llevar a ello. Dios nos libre
de tales individuos. Tampoco deseo mandarles al infierno
pero estoy seguro de que, si la Iglesia se esmera y vuelve
a poner en su sitio el purgatorio, mucho tiempo tendrían
que padecer en ese fuego purificador. El humor, se ha ase-
gurado, es la sal de la vida. No se puede vivir sin él. Y no
se debe. Por eso, en una ya tercera lectura estoy seguro de
que quien se acerque a los libros de filosofía que sean tales
y no meros remedos o repeticiones de lo ya dicho, se reirá.
Y se reirá como la persona madura que llora cuando lee el
Quijote. Esta última, por una especie de melancólica be-
nevolencia. Aquélla, porque descubre que luchar contra el
misterio y a favor del sentido de la vida no puede por menos
de tener como aliado el humor.

–109–
Morfología del humor..., pág. 111

PONENCIAS
LA OTRA FILOSOFÍA MARXISTA
DEL SIGLO XX

Por
JUAN ANTONIO CAMPOS GONZÁLEZ
Morfología del humor..., pág. 113
JUAN ANTONIO CAMPOS GONZÁLEZ, Licenciado en Filosofía en
la Universidad de Sevilla

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J ULIUS Henry Marx, también conocido como “Grou-
cho” nació en Nueva York en 1890 en el seno de una
familia inmigrante de origen alemán. Fue el tercero de
un total de cinco hermanos. Con él se encontraban: Adolph,
Leonard, Herbert y Milton. Según el propio Groucho en su
autobiografía nos dice que se llama Julius en honor a un tío
suyo que sus padres creían que era rico y que para ablandar
su corazón llamarían a su hijo con su nombre y le harían su
padrino. Con tal gesto lo único que consiguieron es que el
tío Julius se instalara en la casa y que las sospechas de que
no era rico se confirmaran cuando no sólo no aportaba dine-
ro, si no que además pedía prestado. El tío Julius permane-
ció en casa hasta que murió, poco antes de que Groucho se
casara, dejando una deuda de 84 dólares y como herencia
a su sobrino Julius, único heredero, una bola de billar de
marfil y una cajita de píldoras para el hígado. Su segundo
nombre, Henry, también según Groucho, se debe a otro tío
suyo que le prestó un billete de cinco dólares a su madre y
viendo que sería más fácil sacar sangre de un rábano que
recuperar su dinero decidió que le perdonaría la deuda si
ponía su nombre al hijo que inminentemente iba a nacer.
Así concluye esta historia diciendo:

Algún día deberán establecerse nuevas reglas respecto


a eso de poner nombres a los bebés indefensos y cálidos.
Incluso los caballos y los perros son bautizados con más
lógica.

Tanto sus abuelos paternos como maternos fueron emi-


grantes alemanes que huyeron de Europa buscando un fu-
turo mejor. Su familia paterna al llegar al Nuevo Mundo
cambió su apellido Marrix por Marx puesto que parecía más

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americano. El padre de Groucho fue Simon, al que sus hijos
siempre quisieron pero nunca respetaron, de ahí el apodo
que le pusieron y con el que lo llamaban siempre, “Fren-
chy” (francesito) debido a su acento francés puesto que na-
ció en la parte francesa que tras las guerras napoleónicas
adquirió la naciente Alemania. Frenchy, estudió sastrería
consiguiendo, según su hijo, ser el peor sastre de toda la
ciudad de Nueva York debido a que Frenchy insistía en que
él no necesitaba cinta métrica ya que gracias a su destreza
y experiencia podía tomar las medidas del cliente con un
simple vistazo. Así, al pasear por la calle podías identificar
perfectamente a sus clientes ya que siempre llevaban una
manga más larga que otra. Por suerte Nueva York era muy
grande y no lo conocían en todos los barrios. Cuando no
estaba cosiendo pasaba el tiempo jugando al pinacle.
La familia Marx siempre fue muy humilde. Groucho
recuerda con humor lo pobre que eran al decir que de pe-
queño cuando los niños veían al basurero le decían a la ma-
dre: “Mamá, viene el señor de la basura” ella les respondía:
“Decidle que venga la semana que viene que ya tenemos”.
Sus abuelos maternos fueron artistas. Él, Levy Lafe
Schoemberg y ella Fanny dedicaron su vida a ser ferian-
tes ambulantes hasta que comenzó a gestarse en la recién
creada Alemania un clima de antisemitismo animado en
parte por la tolerancia posnapoleónica instaurada cuando la
derrotada Francia cedió los terrenos de Alsacia y Lorena a
Alemania, un país que se gestaba. Previendo el desenlace
que acaecería años después decidieron emigrar a los Esta-
dos Unidos de América, principalmente por estar lejos de
Europa. Así, en 1870 parte el matrimonio Schoemberg con
sus ocho hijos desde Bremen con rumbo al número 376 de
la calle 10 Este de Nueva York. En Alemania él era mago
sablista y ventrílocuo y ella cantante de ópera y arpista.
Tocaba la misma arpa portátil que décadas después encon-
traría uno de los hermanos de Groucho y con la cual se ha-
ría famoso. Ya en América, los artistas decidieron ganarse
la vida con su oficio pero no lograron el menor éxito y es

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que, en palabras de Groucho: “Por alguna razón curiosa,
parecía que no existiera ningún interés por ver actuar a un
ventrílocuo alemán y una arpista que cantaba en idioma ex-
tranjero”. El señor Levy Lafe tuvo que cambiar de oficio y
encauzó su carrera al sector de la reparación de paraguas
con un resultado final de haber arreglado siete paraguas en
toda la ciudad de Nueva York el primer año y haber ganado
la suma de doce dólares y medio. Ante tal éxito y en pala-
bras de su nieto “Lafe decidió retirarse del negocio de la
reparación de paraguas y emprender una nueva carrera. La
nueva carrera consistió en no trabajar ni un día más en su
vida, hasta que murió, cuarenta y nueve años más tarde”.
Pero no sólo los abuelos fueron artistas, Albert, un tío de
Groucho, hermano de Minnie, su madre, había conseguido
hacer carrera en Estados Unidos como cantante en un trío
vocal (agrupaciones de moda a principios de s.XX). Minnie,
viendo cómo su hermano se hacía rico decidió que sus hijos
deberían de ser aristas ya que veía cómo no sólo fracasaban
en la escuela si no que en pocos años estos pasarían de pi-
llos a gamberros y de gamberros a delincuentes. El fracaso
escolar no era únicamente porque no quisieran estudiar, en
el caso de Harpo se debió al acoso y palizas que sufría por
parte de sus compañeros de clase. Un día en que lo tiraron
por la ventana de un primer piso de la escuela se levantó,
se sacudió el polvo de la ropa y se encaminó a su casa con
la firme idea de no volver jamás a la escuela. Tal y como
hizo. Groucho. En su caso, más que una decisión propia
fue una decisión de la madre al ver que la escuela no le
proporcionaría la cantidad de dinero que podía ganar con
el talento que ella veía en él. Así, obligado por la madre, en
parte, y por su apasionado amor a los escenarios se centró
más en esa faceta y se olvidó de los estudios, pero siempre,
incluso en su infancia, se preocupó por aprender y estudiar.
Aficiones que mantendría hasta el final de sus días. Tanto
Groucho como Harpo consiguieron tener entre sus amigos
más cercanos a los artistas e intelectuales más importantes
del panorama norteamericano y europeo.

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Con el afán de la madre de hacer de sus hijos unos ar-
tistas, al menos de alguno de ellos, y con el poco interés
que mostraba el padre por la familia pronto se centró esta
en torno a la figura materna. Auténtico motor y guía de la
familia. Todas las personalidades de sus hijos, y en especial
de la de Groucho, fueron afectadas profundamente por su
relación con la madre. En total Minnie tuvo cinco hijos va-
rones (Julius Henry, Adolph, Leonard, Herbert y Milton),
que artísticamente llegarían a conocerse como: Groucho,
Harpo, Chico, Zeppo y Gummo. Los Hermanos Marx.
Minnie comenzó preocupándose por Leonard, el herma-
no mayor, el más gamberro de todos. Chico, como llegó a
conocerse más tarde, pasaba el día robando y gastándose
el dinero apostando y jugando. Al final de su vida llegó a
admitir que en total se había gastado más de dos millones
de dólares en el juego, debemos de recordar que hablamos
de dos millones de dólares de mediados del s.XX. Sólo había
una cosa que le gustase tanto como el juego. Eran las muje-
res. Todos los hermanos fueron mujeriegos pero Chico era
especial. Porque no sólo se sentía atraído por todas las mu-
jeres, sino que además le resultaba atractivo a ellas. Don y
virtud que gozaron en gran medida el resto de los hermanos
menos Groucho, quien fue un asiduo cliente de bourdeles a
lo largo de todo el país.
En el plano artístico no destacó Leonard. Precisamente
fue Groucho quien mostró más aptitudes artísticas. Tanto
es así que con tan sólo catorce años en 1905 su madre lo
metió en un coro de una iglesia episcopal para que cantara
por un dólar a la semana. Es ese año en el que realiza su pri-
mer casting para trabajar en el llamado “Trio Leroy”. Tras
competir con una treintena de candidatos consigue el pa-
pel como cantante, junto con un rudo muchacho de 14 años
que será bailarín. Leroy y los muchachos realizan una gira
veraniega de diez días por dos ciudades. El resultado no
puede ser más desalentador. Leroy de unos cuarenta años,
el dueño del trío, se fuga con el otro joven miembro del gru-
po dejando a Groucho abandonado a 500 Km. de su hogar

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sin dinero y con deudas en el hostal donde se hospedaban.
Su segundo contrato no fue más exitoso. Ya que aunque la
gira era más larga y ganaba más dinero al final también le
robaron el dinero. En este caso la ladrona fue la cantante
principal de las agrupación, conocida por Lily Seville, que
aprovechando que Groucho se enamoró de ella le confesó
dónde guardaba el dinero y en un momento que Groucho
se distrajo le robó el dinero para fugarse con Renaldo, el
domador de animales. Pero este tropiezo no le hizo dejar
su carrera, al contrario, se había acostumbrado demasiado a
los aplausos como para dejarlos por buscarse la vida de una
forma más “normal”, como hacían sus hermanos. Chico era
recadero y acompañante de películas mudas al piano en un
pequeño cine. Harpo aprendiz de carnicero. Aunque Grou-
cho durante un tiempo, en su adolescencia fue secretario de
una oficina y empleado en una fábrica de pelucas, a medida
que iba actuando cosechaba cada vez mejores críticas y su
nombre iba apareciendo en la prensa escrita con más fre-
cuencia. Esta fama le permitió formar la agrupación “Los
tres ruiseñores” bajo las pertinente reformas y cambios he-
chos por su manager, que por aquel entonces era su madre.
Pasó de ser un trío a un cuarteto (“Los cuatro ruiseñores”) y
pronto todos los miembros fueron Marx así que el cuarteto
no tardó mucho en cambiar su nombre por el de “Los cuatro
hermanos Marx”.
El personaje que hoy conocemos como icono del s. XX,
el hombre pegado a unas gafas, escondido tras un bigote de
betún y con un humeante puro en la boca es en esta época
cuando comienza a gestarse y su personalidad irá arrastran-
do al resto de sus hermanos. Groucho y el resto de Marx no
serán unos artistas de variedades como el resto de compañe-
ros de profesión ya que ellos, pese a ir vestidos como adul-
tos, no se comportarán como adultos. En esta época tienen
los hermanos una media de diecinueve años y, aunque aún
no los tiene el joven Groucho ya lleva varios años unido a
uno de sus, ya mencionados, símbolos más característico.
El puro. Al principio, cuando tenía unos doce o trece años,

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nos dice, fumaba puros de Pittsburg ya que daban tres por
cinco centavos. Según Groucho: “Eran largos delgados y
negros como el alquitrán y el parecido con este no acababa
sólo en el color”. A medida que pasaban estos años de duro
comienzo en el mundo de las variedades iba aumentando
su nivel adquisitivo. Así, con quince años dejó los puros de
Pittsburg, antes de que acabaran con él, para fumar cigarros
de cinco centavos y por último ascendió a la marca “La
preferencia”, que le atrajo por su slogan: “Treinta minutos
en la Habana por quince centavos”. Los compró y tras com-
probar que no sólo no llegó a la Habana, ni tan siquiera a
Florida y que el viaje no había durado ni veinte minutos fue
al estanquero a que le devolvieran el dinero porque se sentía
estafado. No consiguió que le devolviesen sus quince centa-
vos pero siguió fumando esa marca ya que era lo mejor que
había probado hasta entonces. Al pasar estos primeros años
los miembros del grupo ya no tenían edad para ser una for-
mación de tenores infantiles. Se dieron cuenta de que eran
graciosos ya que, entre número y número, algún miembro
hacía algún comentario para entretener al público y así dar
tiempo a algún cambio de decorado o vestuario. Es en estos
momentos cuando Groucho se animó y comenzó a escribir
un gag cómico “Fun in HiSkool” donde él hacía el papel de
maestro y el resto de alumnos. Este sería el comienzo de
uno de los gags más aplaudidos de toda la historia y el co-
mienzo de una de las películas más famosas y divertidas de
los hermanos. Pero aún debían de pulirlo, mejorarlo y am-
pliarlo. De ello se encargó el tío Al. Al final se hicieron unos
cambios que afectarían a todo el futuro del grupo. Chico
decidió ponerse un gorro acabado en pico e imitar el acento
italiano de su peluquero y Harpo decidió usar una gabardina
ya que en un momento del gag se le debería de caer una cu-
bertería de la manga que previamente había robado. Junto
con la gabardina se coloca una peluca rizada pelirroja para
imitar a un inmigrante irlandés. La primera representación
oficial de su estreno como humorista el grupo tuvo buenas
críticas en general, pero hubo una revista que en su opinión

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el único defecto de la representación estaba en las frases
de Harpo. Enfurecido, Harpo decidió que su personaje no
hablaría nunca más.
Fue en Galesburg, Illinois, donde tras una representa-
ción, mientras jugaban a las cartas, con Lou Fisher, un co-
mediante ambulante decidieron cambiar sus nombres por
los apodos que hoy conocemos, el encargado de hacerlo
fue Lou. Así, Julius se pasó a llamar “Grouch” debido a
su carácter (mal humor en inglés), Leonard por perseguir
a las chicas se llamó “Chick” (muchacha en inglés), Adol-
ph, por estar siempre con su arpa se llamó “Harp” (arpa en
inglés) y Milton, el hermano débil e hipocondríaco se lla-
mó “Gummo” (debido a las botas de goma que usaba para
no resfriarse cuando llovía). Todos los apodos acabaron en
“o” debido a unas famosas tiras cómicas de la época llama-
das “Sherlocko the Monk”, en aquella época familiarmente
todos los nombres acababan en “o” entre los amigos así,
los apodos se transformaron en: Groucho, Chicko, Harpo
y Gummo. Posteriormente se uniría el hermano restante
que se llamaría Zeppo, llamado así, se supone, por cómo se
quedó absorto viendo volar un zeppelín de niño. El nombre
de Chico se transformaría definitivamente cuando una me-
canógrafa sin querer olvidó la letra “k” y su nombre quedó
como hoy lo conocemos ya que a Leonard le gustó cómo
resultaba fonética y visualmente. En los últimos años de
su vida Groucho confesó que nunca le había terminado de
gustar su apodo ya que: “Le daba la impresión de ser una
persona que va pegando a los niños por la calle”.
Es en estos años cuando conocerán en Winnipeg a un
cómico inglés que estaba apunto de dar su salto al mundo
del cine, lo cual le hacía estar aterrado ya que iba a cobrar
quinientos dólares y pensaba que era mucho dinero para él.
Estaba tan asustado que estuvo apunto de desistir si no es
por los ánimos que le daban estos cuatro hermanos que aca-
baba de conocer. Este humorista se llamaba Charlie Cha-
plin y fue un gran amigo fiel de todos los Marx desde el
mismo día que los conoció hasta que con el tiempo fueron

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desapareciendo. Cuando coincidían los cinco humoristas se
divertían como niños, recuperando la infancia que nunca
tuvieron ya que todos eran artistas desde pequeño y habían
perdido esos años de inocencia y juegos. Tras el trabajo
iban juntos a las distintas casas de cita de la ciudad en la
que trabajaban y alborotaban las calles jugando a altas ho-
ras de la noche.
La carrera del grupo sufrió un brusco frenazo debido a
la entrada de Norteamérica en la I Guerra Mundial. Minnie,
no sólo no quería que sus hijos fueran alistados, sino que no
quería que lucharan contra el país del que ella venía y del
que tan buenos recuerdos tenía. Aunque ahora se encontraba
inmerso en un ambiente de fascismo y antisemitismo. Para
evitar el reclutamiento obligatorio la familia decide com-
prar una granja y dedicarse al cuidado de aves de corral. Ya
que había una ley gubernamental que eximía a los granjeros
de entre diecinueve y treinta años solteros de la obligación
de alistarse. Paradójicamente ese año se casa Chico por pri-
mera vez ante la sorpresa de su familia, principalmente de
su madre. Esta sería la primera de una serie de mujeres que
sufrieron y padecieron a un Marx como esposo. En el caso
de Groucho fueron tres.
Gummo sí decidió hacer el servicio militar ya que lo pre-
fería antes que actuar, trabajo que detestaba y que le aterrori-
zaba. Nunca más volvió a actuar aunque con los años volvió
al mundo del espectáculo en forma de representante de ar-
tistas en asociación con su hermano Zeppo. Siendo ellos los
últimos representantes de los hermanos Marx. Pero es en
ese momento en el que se alista al ejército cuando la madre
y manager del grupo recurre a Zeppo y le obliga a sustituir
a su hermano. Sin saber que en ese momento estaba salvan-
do a su hijo de la cárcel o de la muerte ya que la noche en
la que sustituyó a su hermano, obligado por su madre, sus
amigos iniciaron un tiroteo en una pelea dando como resul-
tado final varios muertos y detenidos. Por supuesto Zeppo
alejado de los ojos de su madre, centrada en el resto de her-
manos, se convertía por momentos en un delincuente cada

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vez más peligroso. Por suerte su carrera criminal se detuvo
cuando se inició la artística. Al acabar la guerra ocurren dos
cosas fundamentales en la vida de Groucho que ya había
adoptado para sus actuaciones su gran bigote de betún. La
primera fue su primera boda con Ruth. Esposa que tendría
en común con el resto de esposas el ser cristiana, joven y
amante de la vida nocturna. Vida que Groucho no compartía
ya que después del ruido del teatro prefería la tranquilidad
de la casa y además que no le gustaba el alcohol. Cosa que
tendría en común con el resto de sus hermanos. El segundo
de los hechos fundamentales para los hermanos fue el em-
puje que iba logrando el cine. Por lo que decidieron saltar a
este medio animados en gran parte por el incremento eco-
nómico que suponía para sus bolsillos. Debemos de recor-
dar que siempre amaron el dinero y Groucho fue recordado
por muchos como un inmenso tacaño. Pero no era el único
que sentía fascinación por el dinero. A medida que fueron
ganándolo Chico fue abandonando los billares para acer-
carse a los hipódromos. Esta conducta ludópata hizo que
Groucho tuviera muchos y muy duros enfrentamientos con
él debido a su indisciplina y a los líos en los que se metía
debidos a su falta de autocontrol.
La primera película del cuarteto nacería a raíz de una no-
ticia que hablaba del creciente negocio inmobiliario en Flo-
rida y cómo era nido de muchos estafadores. Llevó por título
Los cuatro cocos. La dirigió y escribió George S. Kaufman
afamado dramaturgo y admirado por Groucho. Fue uno de
los más importantes amigos y colaborador del cuarteto. Este
sería el guionista elegido por los hermanos unánimemente,
junto con Ryskind, para ser los encargados de escribir las
mejores películas de los Marx. A lo largo de la relación que
mantuvieron los cómicos con Kaufman se fue perfilando y
limando el estilo del cuarteto. Kaufman para esta película
contrató la que sería conocida como “La hermana Marx”
Margaret Dumont quien era una conocida actriz de teatro en
la época. A lo largo de su vida colaboró con los hermanos
Marx en sus principales películas y en muchas temporadas

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de teatro que servían para presentar y mejorar los gags que
aparecerían en sus próximas películas. Les gustaba conocer
la opinión y respuesta del público. Como curiosidad decir
que antes de rodar la película la representaron 377 veces en
Broadway para limar todos sus sketches. Su segunda pelí-
cula, El conflicto de los Marx (1930) también fue un rotun-
do éxito. En esta ya la productora les dio un presupuesto
más amplio y mejores medios. Tanto es así que contaron
con la orquestación del mejor músico de la época y del que
Groucho era gran admirador, Irving Berlin.
En estos momentos Groucho ya es padre de dos hijos,
Arthur y Miriam, y es esposo de una mujer a la que detes-
ta. La relación ten tensa hizo que Ruth se convirtiera en
una alcohólica y en una comedora compulsiva. Debido,
posiblemente, al carácter y aplastante personalidad de su
esposo. La mejor persona que definió a Groucho fue, sin
duda, Susan, la que llegaría a ser esposa de Harpo. Susan
dijo: “Destruye el ego de la gente. Si eres vulnerable, no
tienes ninguna protección contra Groucho. Sólo se controla
si te tiene respeto. Pero si lo pierde estás muerto”. La de-
bilidad era lo que encontraba intolerable. Él mismo había
sido un niño débil, tuvo miedo a sus vecinos más fuertes,
fue incapaz de superar que su madre lo sacara del colegio
o de resistirse a las personas que hicieron de sus primeros
años profesionales años tan duros. Igual que trataba de su-
primir su fragilidad interior, trataba de destruir a quienes
se la veía. Así, las mujeres más importantes de su vida, las
que intentaron agradarlo, ya fuera en el papel de esposas o
de hijas, fracasaron y se convirtieron en adictas, casi todas
cayeron en el alcoholismo. Esta era la careta más dura del
payaso y la que no se podía quitar. Groucho admitió una
vez que ni él había tenido suerte con las mujeres ni ellas con
él. Su relación con ellas estaba marcada por la contradic-
ción. Era un marido fiel y a la vez despectivo. Era un padre
amante y a la vez insensible. Quizás, la relación que mejor
funcionó fue la que mantuvo con Margaret Dumont en las
películas y simplemente porque se trataba de eso, películas.

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Debemos de suponer que Groucho entendió lo que signifi-
caba ser cómico pero no llegó a comprender completamente
lo que significaba el ser persona tras la cámara y compartir
tu vida con otros. Groucho se encerró en su rol de actor de
ácidos diálogos y escasa moral. Ese personaje que todos
querían por reírse con él en la pantalla del cine, el Groucho
que se convertía en el centro de atención de todas las fiestas
de Hollywood aunque él prefiriese pasar una velada tumba-
do en la cama leyendo el Times o el New Yorker. Groucho
suele recordar la historia de una hombre que va al psicólogo
por estar deprimido. Este, al verlo le dice que la risa es el
mejor remedio para la tristeza y que vaya al circo que ha
llegado a la ciudad porque actúa el gran “Charletto”, el me-
jor payaso del mundo. Al acabar la sesión se va el pacienta
en silencio, cabizbajo y con el gorro entre las manos y en
la puerta el doctor le pregunta su nombre. Este girándose
le dice: “Charletto”. Quizás este sea el mal de los actores.
El no poder separarse de su personaje y sin duda esta en-
fermedad la padeció Julius. En parte por la fama mundial
que le aportó el cine a su personaje y por otra parte como
autodefensa ante el mundo hostil que le rodeaba. Debemos
de recordar que Groucho fue un niño débil, no de salud,
sino de espíritu. Amenazado por los otros niños del barrio
y quizás debido a la sobreprotección materna y la falta de
haber completado su infancia y adolescencia de un modo
normal Julius entendió que Groucho, aunque fuera sólo una
ficción era mucho más fuerte y estaba mejor preparado para
enfrentarse al mundo. Es más, posiblemente el mundo es-
taba más preparado para aceptar a Groucho que a Julius.
Quizás, cuando Groucho se quitaba el maquillaje delante
del espejo del camerino era Julius, el gran Charletto el que
aparecía reflejado, para dolor de su personaje.
Es con el éxito de El conflicto de los Marx cuando muere
la madre del grupo. El New York Times se hará bastante
eco de la desaparición de la auténtica fundadora del grupo
de artistas. Pero no sólo este fue el mayor golpe que se lle-
varon los hermanos y principalmente Groucho. Uno de sus

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temores se había hecho realidad y es que debido al crack de
la bolsa de 1929 perdió gran parte de la fortuna que había
ahorrado. Groucho por aquella época se había deslumbrado
por la facilidad en la que se ganaba dinero invirtiendo, sin
darse cuenta que era aún más fácil perder el dinero inverti-
do. Este hecho le marcó. Pero más profundamente le marcó
el ver cómo compañeros suyos de profesión se habían arrui-
nado ya que el teatro y las variedades estaban pasando de
moda debido al auge del cine. Debemos de hacer mención
a la obsesión compulsiva que tuvo por el dinero siempre.
Obsesión que le hizo padecer de insomnio gran parte de su
larga vida. Tal fue el insomnio que padeció que escribió una
pequeña obra titulada Camas (1930).
Lo que Groucho no podía sospechar era que su estilo
personal, sus diálogos inverosímiles y continuamente car-
gado con una crítica social se convertirían en un “himno a
la anarquía y a la revolución absoluta” que se reía de la pre-
tenciosidad y presunción norteamericana. Estilo que perdu-
raría después de su muerte. Es más, el propio Groucho Marx
fue el símbolo de las protestas juveniles universitarias en
contra de la guerra del Vietnam y la presidencia de Richard
Nixon. Debido principalmente a un comentario irónico mal
entendido que el ya octogenario cómico (recordamos que
hablamos de los 70) hizo a un periodista sobre el presidente
Nixon. Debido a este comentario el FBI. lo investigó bajo el
delito de atentar en potencia contra la vida del presidente (el
número de expediente del caso es el CO-1297009205).
Del grupo de hermanos, J.B. Priestly diría: “Karl Marx
nos mostró cómo los desposeídos acabarán por tomar pose-
sión de todo. Pero yo creo que los Hermanos Marx lo hacen
mejor”.
Con su tercera película Pistoleros de agua dulce los
Marx adquirieron definitivamente la fama mundial que no
perderían jamás convirtiéndose definitivamente en estrellas
de cine. Pero sería su cuarta película Plumas de caballo la
que cerraría el primer ciclo cinematográfico de los Marx.
Entre otros motivos es cuando planea su retirada del cine

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Zeppo, puesto que aunque se veía con talento entendía que
sobraba en el grupo cómico. Nunca se apartó del espectá-
culo ya que se hizo representante teatral y pronto adqui-
rió fama y prestigio. En esta película, Plumas de caballo,
Groucho define a su personaje y hace que este tome como
carácter propio el mirar a la cámara y hablar con los espec-
tadores. Como hace en esta película cuando Chico toca una
pieza al piano y mirando a la cámara nos dice: “Yo tengo
que estar aquí. Pero no hay ninguna razón para que ustedes
no vayan al vestíbulo hasta que se acabe este rollo”. La pe-
lícula se desarrolla en una universidad siendo Groucho el
nuevo rector de esta (El precedente de la película lo mar-
ca el gag ideado por Groucho, anteriormente mencionado,
“Fun in HiSkool”). Se aprovecha la situación para hacer
una crítica, intencionada o no, en la que metafóricamente se
trata el mundo norteamericano de los negocios en el que lo
importante es ganar a cualquier precio y la crítica al sistema
educativo. Reflejo de este último aspecto lo podemos leer
en este fragmento de diálogo:

GROUCHO.— ¿Tenemos estadio?


CLAUSTRO.— Sí
GROUCHO.— ¿Tenemos residencia?
CLAUSTRO.— Sí
GROUCHO.— Bueno, pues no podemos permitirnos las
dos cosas. Mañana empezaremos a derribar la residencia.
CLAUSTRO.— Pero, profesor, ¿dónde van a dormir los es-
tudiantes?
GROUCHO.— Donde siempre han dormido. En las aulas.

Entre la cuarta y quinta película Gummo había sido una


víctima más de la depresión y su negocio había quebrado
por lo que decidieron llevarlo a California, donde ya re-
sidían todos los hermanos por motivos laborales. También
fue cuando murió Frenchy.
La quinta película que harán será la más famosa y recor-
dada y la que marcará el segundo breve y resplandeciente

–127–
ciclo cinematográfico del grupo. La película llevará por tí-
tulo Sopa de ganso y para ella contarán con la dirección de
Leo McCarey, descubridor de Laurel y Hardy y contarán de
nuevo con Margaret Dumont. Sopa de ganso por su mensa-
je antifascista se ha convertido en uno de los clásicos anti-
belicistas en los que se retrata el sin sentido de las guerras
en diálogos como estos:

GROUCHO.— (Disparando una ráfaga con una ametra-


lladora.) Mira cómo corren. Ahora se enteran de que están
en una guerra.
ZEPPO.— Excelencia...
GROUCHO.— Huyen como ratas.
ZEPPO.— Pero señor, tengo que decirle...
GROUCHO.— Recuérdeme que me otorgue la medalla Fi-
refly por esto (Dispara otra ráfaga).
ZEPPO.— Pero, excelencia, está disparando contra nues-
tros propios hombres.
GROUCHO.— Aquí tiene cinco dólares. Guárdelos en el
sombrero. No se preocupe, los guardaré en mi sombrero.

O bien en este otro casi al final de la película:

GROUCHO.— (Dirigiéndose a Harpo que ha sido nombra-


do para atravesar el campo de batalla con la misión casi
suicida de destruir el cuartel general enemigo.) Es usted
un valiente. Vaya y atraviese las líneas (pone una mano de
ánimo en el hombre de Harpo.). Y recuerde, mientras esté
ahí fuera arriesgando la vida y sus miembros, entre disparos
y obuses, estaremos aquí pensando en lo imbécil que es.

En esta película se ocupan del patriotismo, de los ejér-


citos, los aliados, la diplomacia, la nobleza, el sacrificio y
hasta de la convención de Ginebra. La película paradóji-
camente les valió el rechazo de la crítica, el recelo y es-
cepticismo de los presidentes de los distintos estudios de
cine y el reconocimiento unánime de todo el público. No

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importaba la edad o clase social del espectador. Siempre se
reía.
Es tras esta película la que el presidente Roosevelt de-
cide nombrar a Harpo embajador americano en el primer
viaje oficial de los Estados Unidos a la U.R.S.S. para en-
tablar relaciones de amistad con el nuevo país reconocido
por Norteamérica. Allí, Harpo, para ganar el aprecio de los
rusos dirá que es primo de Karl Marx lo que le valdrá la
admiración de estos consiguiendo que le presten absoluta
atención. Allí en Rusia una de sus misiones será representar
un espectáculo que simboliza la amistad entre los dos paí-
ses. En su primera actuación en el Music Hall de Leningra-
do logra tal éxito que fue aplaudido durante más de veinte
minutos. Allí conoció a Maxim Litvinov, el segundo en la
presidencia tras Stalin.
La sexta película del grupo marca un giro en las ca-
rreras de todos los componentes. Colaborarán con Irving
Thalberg, productor de los estudios MGM y que en los 17
años que trabajó para esta compañía produjo éxitos tales
como: Ben-Hur, La viuda alegre, El jorobado de Notre
Dame, Rebelión a bordo, Gran Hotel y Romeo y Julieta
(ante tales logros unos de los edificios de los estudios lleva
su nombre). Groucho narra su primer encuentro con espe-
cial cariño. Recuerda que al conocerse Thalberg les dice a
los Marx que a partir de ese momento harán películas de
verdad, películas en las que no necesitan tantas risas. Es
más, decide que acortará las risas a la mitad y para suplir
esta falta introducirá una historia verosímil con argumento
y les promete que con esa fórmula obtendrán el doble de
beneficios que con Sopa de ganso. Con este propósito na-
ció Una noche en la ópera (1935).Calificada como la más
brillante obra de los Hermanos Marx. Película en la que no
sólo consiguieron los objetivos económicos augurados por
Thalberg, si no que además llegaron al público femenino,
público que se le resistía por el tipo de humor que hacían.
Este acercamiento se debió a que el trío protagonista ya no
se comportaba como uno grupo de bufones desquiciados,

–129–
sino que ahora eran unos personajes con sentimientos que
ensalzaban al amor. En lugar de convertirlo en un chiste
ahora lo fomentan intentando unir como si fueran cupidos a
la joven y enamorada pareja protagonista. Para esta película
Thalberg contó con el joven Sam Wood como director, ayu-
dante de Cecil B. De Mille y contó, además, con un equipo
de seis guionistas y un experto en gags. Thalberg consiguió
realizar la comedia más divertida y vigorosa de la tempo-
rada. Logrando crear la película más coherente, divertida,
sátira y cómica de los hermanos Marx. El trío cómico se
convirtió en el primer equipo de humor del cine sonoro.
A Thalberg se le deben los diálogos, posiblemente, más
brillantes, no sólo de los Marx si no de la historia del cine
en general. Diálogos que todas las personas han oído y co-
nocen, o deberían de conocer:
DUMONT.— Señor Driftwood, hace tres meses me pro-
metió presentarme en sociedad. En todo ese tiempo no ha
hecho otra cosa que cobrar un sueldo fantástico.
GROUCHO.— Usted cree que no he hecho nada, ¿eh?
¿Cuántos hombres supone que cobran un sueldo tan fantás-
tico en nuestros días? Porque puede usted contarlos con los
dedos de una mano, mi buena mujer.
DUMONT.— ¡No soy su buena mujer!
GROUCHO.— No diga eso, señora Claypool. No me im-
porta un comino su pasado. Para mí, siempre será usted mi
buena mujer. Porque la amo. No quería decírselo, pero us-
ted, usted me lo ha arrancado del fondo de mi corazón. La
amo.
DUMONT.— Es difícil de creer cuando me lo acabo de
encontrar cenando con otra mujer.
GROUCHO.— ¿Esa mujer? ¿Sabe por qué me senté con
ella?
DUMONT.— No.
GROUCHO.— Porque me recuerda a usted.
DUMONT.— ¿De veras?
GROUCHO.— Por supuesto. Por eso estoy aquí sentado
con usted. Porque usted me recuerda a usted. Sus ojos, su

–130–
garganta, sus labios. Todo cuanto hay en usted me recuerda
a usted. Excepto usted.
O bien el más famoso de todo los diálogos del grupo
cómico:

GROUCHO.— (Tras una negociación con Chico el repre-


sentante de un cantante de ópera, refiriéndose al cantante.)
¿Podría embarcar mañana?
CHICO.— Si le paga suficiente dinero, podrá embarcar
ayer. ¿Cuánto le va a pagar?
GROUCHO.— Bueno, no lo sé... Vamos a ver, mil dóla-
res la noche... Yo tengo derecho a una pequeña comisión...
¿Qué tal diez dólares por noche?

Ambos negocian el contrato

GROUCHO.— (Leyendo el documento.) “La parte contra-


tante de la primera parte será considerada en este contrato
como la parte contratante de la primera parte y la parte con-
tratante de la primera parte será considerada en este con-
trato”. Miré, ¿porqué vamos a pelearnos por una cosa así?
Mejor la cortamos, ¿de acuerdo?
CHICO.— Sí. De todas formas es demasiado larga. (Am-
bos cortan la parte superior de los contratos.) ¿Qué nos
queda ahora?
GROUCHO.— Bueno, todavía me queda medio metro.
Dice así: “La parte contratante de la segunda parte será
considerada en este contrato como la parte contratante de
la segunda parte”.
CHICO.— Bueno, no estoy seguro.
GROUCHO.— ¿Qué le encuentra?
CHICO.— Nunca segundas partes fueron buenas.
GROUCHO.— Bueno, debería de haber venido al partido
del otro día. La segunda parte fue mejor que la primera.
CHICO.— Escuche. ¿Por qué no hacemos que la primera
parte de la segunda parte contratante sea la segunda parte de
la primera parte? Así tendría algo.

–131–
GROUCHO.— Bueno, mire, ¿para qué vamos a seguir con
esto otra vez hasta el final? ¿Qué dice usted?
CHICO.— De acuerdo. (Rompen una segunda parte del
contrato).
GROUCHO.— Aquí tengo algo que le gustará un montón.
Lo volverá loco.
CHICO.— No, no me gusta.
GROUCHO.— ¿Qué es lo que no le gusta?
CHICO.— Sea lo que sea. No me gusta.
GROUCHO.— Bueno, no vamos a romper nuestra vieja
amistad por una cosa sin importancia. ¿Listo?
CHICO.— De acuerdo. (Rompen otra parte del contrato.)
En cuanto a la siguiente parte, no creo que vaya a gustarle.
GROUCHO.— Bueno, su palabra es suficiente para mí.
(Rompen otra parte.) Pero ¿es mi palabra suficiente para
usted?
CHICO.— Yo diría que no.
GROUCHO.— Entonces esto nos quita dos cláusulas más.
(Que rompen.) Ahora, “la parte contratante de la octava par-
te...”.
CHICO.— No, no me gusta. (La arrancan.)
GROUCHO.— “La parte contratante de la novena par-
te...”.
CHICO.— No, tampoco me gusta. (Lo arrancan. Ya sólo
quedan dos delgadas tiras de papel.) Oiga, ¿cómo es que
mi contrato es más flaco que el suyo?
GROUCHO.— No lo sé. Debe de ser porque es usted más
chico que yo. De todos modos, ahora ya estamos de acuer-
do, ¿no?
CHICO.— Desde luego.
GROUCHO.— (Le ofrece su pluma) Ahora, ponga su nom-
bre aquí abajo y el contrato será legal.
CHICO.— Se me olvidó decirle que no sé escribir.
GROUCHO.— Bah! No importa, la pluma no tiene tinta...
CHICO.— Oiga, espere, espere. ¿Qué es lo que pone
aquí?
GROUCHO.— Oh, es la cláusula acostumbrada. Está en

–132–
todos los contratos. Sólo dice: ”Si cualquiera de las partes
que participan en este contrato no se encontrara en plenitud
de sus facultades mentales quedará automáticamente anula-
do en todas sus cláusulas”.
En esta época Groucho ya se ha separado de su primera
esposa Ruth y es padre de dos hijos. Arthur y Miriam. Cada
uno de ellos escribió una biografía de su padre y aunque co-
inciden al describirlo como un padre preocupado y cariñoso
también coincidieron en describirlo como déspota y frío. El
cambio gradual se produjo a medida que estos iban crecien-
do. En esto coinciden sus dos hijos con su hermanastra Me-
linda. Hija de su segundo matrimonio. La relación paternal
de Groucho se enfriaba y endurecía a medida que sus hijos
dejaban de ser niños.
En el plano social los hermanos iban ascendiendo, prin-
cipalmente la de Groucho. Era uno de los personajes más
famosos de Estados Unidos y por su amor a la música, al
arte y a la cultura en general se rodeó de amigos tales como
los escritores T. S. Elliot y George Bernard Shaw con quien
mantuvo una gran relación de amistad y admiración mutua
por carta. El escritor dijo de Groucho que era el mejor ac-
tor de la historia. Otro amigos del actor fueron el pianista
Arthur Rubinstein, el guitarrista Andrés Segovia y el pin-
tor Salvador Dalí. De quien dijo que estaba “delicadamente
enamorado” de su hermano Harpo. Razón por la que, posi-
blemente, el pintor surrealista español realizó varios cua-
dros de él. El español excéntrico que había encandilado a
directores como Walt Disney y Alfred Hitchcock fue el que
más se prendó de los Marx. Tanta fue la admiración de Dalí
hacia ellos, y en especial hacia Harpo, que intentó escribir
un guión para una posible película, con matices surrealista,
por supuesto, para ellos. El intento fue un fracaso y nunca
llegó a materializarse.
Es entre la sexta y la séptima película en la que suceden
dos hechos importantes en la vida de los artistas. Harpo sor-
prende a sus hermanos y se casa con la que será su única es-
posa, Susan, y a lo largo de los años adoptarán cuatro hijos

–133–
demostrando Harpo sus grandes dotes como padre lo cual
supuso la secreta envidia de Groucho ya que él veía cómo
se deterioraba cada vez más su relación con los suyos. El
otro hecho es la muerte de Thalberg a la edad de treinta y
cinco años. Desaparecía el productor que descubrió la fór-
mula mágica de los Marx. Siempre que habla de él Groucho
utilizará unas palabras cargadas de emociones y confesará
que desde que su amigo murió su interés por las películas
decayó. “Aparecía en ellas, pero mi corazón estaba muy le-
jos. Ya no me divertía el rodaje. Yo era como un perro viejo
que seguía haciendo películas, pero sólo por dinero”
Groucho dirá de la séptima película Una tarde en las
carreras que era una copia de la anterior. Ambas tenían un
cruel y cómico villano, una lacrimosa heroína, una relación
de amor entre bondadosos amantes, una dama rica que en
ambas películas era Margaret Dumont y a los hermanos
Marx correteando de un lado a otro haciendo de locos cupi-
dos. No obstante, fue la película más taquillera de los Marx
llegando a ganar sólo en su exhibición americana cinco mi-
llones de dólares.
El declive llegó con las siguientes películas en las que
la falta de talento detrás de la cámara mostró cómo la re-
petición de la fórmula de Thalberg sin más originalidad y
talento resultaba estéril. Las principales películas de este
período fueron: El hotel de los líos (1938) y Una tarde en el
circo (1939). De esta última en su biografía Groucho resca-
ta una anécdota. En la película tenía que aparecer un gorila
y en Hollywood, afiliado al sindicato de actores, sólo había
una persona que podía hacer de gorila y sólo otra que tenía
una piel de gorila. Al comenzar el rodaje, el actor que ha-
cía de gorila se desmayaba cada cierto tiempo debido a la
asfixia producida por la falta de ventilación del traje. Para
solucionar el problema el actor abrió sin permiso agujeros
en la piel del animal, por lo que el dueño de esta agraviado
abandonó el rodaje. La única solución posible fue continuar
la película con la piel de un orangután. Piel en la que no
cabía el actor que hacía de gorila por lo que tuvieron que

–134–
buscar a uno nuevo. Así en media película aparece un gorila
y en la otra media un orangután. Al final nos dice Groucho
cómo cobraron tanto los dos actores como los dos dueños
de la pieles. A la falta del talento de Thalberg se le unió
que el estudio M.G.M. se llevara del equipo de guionistas
a los dos mejores, Harold Arlen y E. Y. Harburg, ya que les
trasladaron a un nuevo proyecto con más presupuesto que
serviría para lanzar la carrera de una joven actriz llamada
Judy Garland, El mago de Oz.
La caida de los Marx continuaba y así nos encontramos
con dos nuevos proyectos Los Hermanos Marx en el oeste
(1940) y Una tienda de locos (1941). Ambas parecen recor-
dar a las mejores películas de los Marx. En las dos encon-
tramos gags y diálogos dignos de épocas pasadas. Así, en la
primera de ellas, tenemos la escena final del tren en la que
necesitan madera como combustible para que este vaya más
rápido y así alcanzar al villano. Lo consiguen desmontando
y destrozando todo el tren al grito de “¡más madera!” y en la
segunda de las películas el número musical protagonizado
por Groucho y homenajeado décadas después por Woody
Allen, gran amigo y admirador, en su película Everyone
says I love you. Groucho dijo de Allen que por su talento
podía haber sido el sexto hermano Marx. Los homenajes
de Allen a Groucho no acabaron aquí. Lo homenajea ade-
más en Toma el dinero y corre y Hannah y sus hermanas.
Volviendo a Una tienda de locos. Esta película supondría
su primer intento de retirada del cine, aunque fallido. No
obstante, cada hermano ya tenía sus propios proyectos; Así,
Harpo se dedica a su familia, Groucho realiza un acerca-
miento a otros proyectos como escribir columnas en perió-
dicos, dirigir un programa de radio de humor o participar en
uno junto a actores como Cary Grant en el que comentaban
las noticias de la semana. Todos estos fueron proyectos que
fracasaron. Pero con el tiempo llegarían a triunfar. Chico se
dedica a hacer giras con una banda en la que toca el piano
como solista y se gasta el dinero ganado en las actuaciones
en el juego y en mujeres. Vicios que le llevaron a deber

–135–
grandes cantidades de dinero a la mafia. Esta circunstan-
cia hizo que tuviera problemas con sus hermanos ya que
debido a la adicción al juego de Chico ellos le habían guar-
dado 300.000 dólares para que tuviera un dinero para su
jubilación. Chico amenazó con llevarlos a juicio si no le
daban ese dinero que era suyo. Accedieron a la petición y
no le volvieron a administrar dinero. Eran malos tiempos
para los hermanos Marx, eran malos tiempos para los Esta-
dos Unidos. Era, en general, malos tiempos para el mundo.
Recordemos, era el año 1941. Año en que Pearl Harbor es
bombardeado por los japoneses. Lo que supone, de nuevo,
la entrada en guerra por parte de los Estados Unidos. Harpo,
preocupado por la situación del país decide actuar para los
soldados haciendo una gira por distintas bases militares de
la nación.
1941, además, es el año en el que un pequeño actor con
carácter llamado Humphrey Bogart protagoniza El halcón
maltés y al año siguiente rodará la que supondrá su mejor
actuación y su mayor logro profesional. La protagonizará
junto a Ingrid Bergman y la película llevará por título Ca-
sablanca (1942). Cinco años después Los Hermanos Marx
vuelven a las pantallas para actuar en la película Los Her-
manos Marx en Casablanca (1946). Debido a la semejanza
entre títulos el estudio Warner Brothers decide interponer
una demanda a los estudios M.G.M. Este acto será el co-
mienzo de la más grande lucha epistolar de Groucho. (Hay
que decir que Groucho a lo largo de su vida mantuvo rela-
ción por carta con las personalidades más importantes de la
cultura americana y europea. Muchas de esas cartas se con-
servan como tesoro nacional la Biblioteca del Congreso de
los Estados Unidos). En la primera de las cartas que manda
a los estudios Warner Groucho dirá:

«Querido Hermanos Warner. No tenía ni idea de


que la ciudad de Casablanca perteneciera en exclusivi-
dad a la Warner Brothers. Sin embargo, sólo unos días
después de que nuestro anuncio apareciese recibimos

–136–
su amenazador y largo documento legal advirtiéndo-
nos de no usar ese nombre [...] No entiendo su acti-
tud. Incluso aunque pensaran en relanzar su película,
estoy seguro de que la mayoría de los seguidores de la
película sabrán distinguir a tiempo entre Ingrid Berg-
man y Harpo. Yo no estoy seguro de poder hacerlo,
pero por supuesto que me encantaría intentarlo. [...]
Ustedes reclaman su propia Casablanca y que nadie
utilice ese nombre sin permiso. Y ¿el de “Warner Bro-
thers” también les pertenece? Probablemente tengan
derecho a usar Warner, pero qué pasa con “Brothers”?
Profesionalmente, nosotros ya éramos Brothers antes
de que lo fueran ustedes [...] Incluso antes que noso-
tros ha habido otros hermanos, los Smith Brothers, los
Hermanos Karamazov y Brothers. Can you spare a
dime? (“¿Hermanos, pueden darme una limosna?”)».

Continúa la carta hablando de los nombres de los her-


manos Warner, Jack y Harry y cómo antes de ellos hubo un
Jack “el destripador” y un Harry Appelbaum que era vecino
suyo cuando era niño que vivía en la 93 con Lexington.
Groucho dirá que recibió una carta carente de humor del
departamento legal de los estudios Warner en la que se le
pedía el argumento de la película. A lo que Groucho respon-
dió en otra carta:

«No hay mucho que contar sobre la historia. En


ella hago de Doctor de la Divinidad que atiende a los
nativos y, como negocio extra, vende abridores de la-
tas y cáscaras de guisantes a los salvajes. Cuando co-
nozco a Chico, está trabajando en una taberna y vende
esponjas a los parroquianos incapaces de hacerse con
la bebida. Harpo es un cadí árabe que vive en una
pequeña urna griega en las afueras de la ciudad. Paul
Hangover, nuestro héroe, enciende constantemente
dos cigarrillos [...] podría contarles muchas más co-
sas, pero no quiero echársela a perder. Todo esto ha

–137–
sido aprobado pos la Oficina Hays y los supervivientes
de las huelgas del Haymarket de Chicago en 1886».
Los abogados de la Warner, sin darse cuenta de la toma-
dura de pelo pidieron un esbozo más concreto de la pelícu-
la. A lo cual respondió Groucho con una tercera carta:

«Desde la última vez que les escribí, siento co-


municarles que ha habido algunos cambios en el
argumento (...) Hago de Bordello, el novio de Hum-
phrey Bogart. Harpo y Chico son vendedores am-
bulantes de alfombras y entran en monasterios para
gastar bromas [...] Al otro lado del monasterio hay
un hotel lleno hasta los topes de damiselas [...] En la
quinta bobina, Gladstone hace un discurso que albo-
rota la Cámara de los Comunes y el rey rápidamen-
te pide la dimisión. Harpo se casa con un detective
de hotel, Chico explota una granja de avestruces.
Bordello pasa sus últimos días en la casa Bacall.
Esto como puede ver es un escueto esquema».

Las tres cartas tuvieron una gran difusión y los hermanos


Warner fueron el hazmerreír del mundo del cine. Esto au-
mentó la popularidad de Groucho y aprovechando las mie-
les del triunfo se casó con una joven de veinticuatro años,
llamada Catherine M. Ditting, llamada familiarmente Kay.
Que al igual que Ruth, su primera esposa, le dio su juventud
y una hija, Melinda, y él, a cambio le dio, posición social,
solvencia económica y una relación enfrentada que, al igual
que a su primera esposa, la llevó al alcoholismo. Groucho
tenía cincuenta y cuatro años. Ella casi treinta menos.
La película se hizo y estrenó al fin. Tras verla Groucho
sólo pudo decir: «El arreglo es malo, la dirección putrefac-
ta y la fotografía, más vale así, es oscura». No obstante la
película recaudó bastante dinero y las críticas de publica-
ciones de prestigio como Variety, Times, Newsweek y The
New York Times fueron buenas, y en el peor de los casos,
benignas. Esa película sí supuso su retirada, momentánea,

–138–
del cine. Según él, el último día de rodaje acabó tan des-
trozado, tanto psíquica como físicamente, que cuando se
descolgó de una cuerda al acabar la última escena se irguió,
limpió el polvo de la ropa y anunció que lo dejaba. Ninguno
de sus hermanos se sorprendió de la noticia ni le pidió que
reconsiderase sus palabras. Aunque ninguno supuso en ese
momento que aún no habían acabado su carrera en el cine.
Groucho apareció en la película Copacabana con Carmen
Miranda, famosa por sus gorros con frutas. Y dio comienzo
a su larga trayectoria en radio y posteriormente en televisión
con su programa concurso de entrevistas llamado Apueste
su vida gracias al productor Jhonn Guedel que depositó en
él su confianza, y una importante suma de dinero para rea-
lizar el proyecto. Con este programa, cuya mascota era un
pato, se alzó con uno de los premios más prestigiosos. El
premio Peabody, al mejor artista de 1949. Ese año, además,
fue elegido como Mejor Presentador de las Ondas. El for-
mato del programa era muy sencillo. Groucho sentado en
una silla entrevistando a una persona normal y si esta decía
una palabra oculta aparecía el pato “volando” llevando di-
nero en el pico. El programa logró fama gracias a comenta-
rios como el que le hizo a una mujer que decía que el amor
que sentía por su marido era tan grande que por eso había
tenido diez hijos con él. A tal explicación Groucho le dijo:
“A mí me gusta mucho este puro, pero de vez en cuando me
lo saco de la boca”.
Es en estos años cuando Groucho termina de escribir una
obra de teatro titulada A time for Elizabeth, alejada de la
comedia, y comenzada doce años atrás en un intento de su-
perarse a sí mismo y demostrar al mundo que era algo más
que un artista. Un autor. Pese a dedicarle gran esfuerzo y
verter en ella muchas ilusiones la obra no tuvo todo el éxito
que él imaginaba. Este fracaso se vió reflejado y trasladado
a su ya maltrecha relación Kay. Ese año se divorciaron.
Paralelamente a su carrera radiofónica realizó la últi-
ma película con sus hermanos. Pese a que él no tenía in-
terés en participar en ella, como lo demuestran las escasas

–139–
escenas en las que aparece y cómo lo hace (en la mayoría
sólo lo hace hablando ante la cámara, lo que quiere decir
que no rueda con sus hermanos). En esta película se ve ya
las secuelas de la edad en todos los hermanos levantando
en el espectador más penas que risa. Esta película, Amor en
conserva supuso el ocaso de unos artistas y el nacimiento
de una nueva estrella, una muchacha que se daba a conocer
con el nombre de Marilyn Monroe. A la cual seleccionó el
propio Groucho para el papel cuando en un casting para
un pequeño papel secundario le preguntaron que escogiera
entre las distintas candidatas. Groucho sólo las miró, vio el
escote de Marilyn y dijo: “coge a la rubia”. La película fue
una idea original de Harpo que la escribió en colaboración
con Ben Hetch, famoso guionista en la época por escribir
la película de Hitchkock Recuerda. Aunque finalmente y
para desastre de la película no terminó su colaboración y
ni siquiera aparece en los títulos de crédito. Amor en con-
serva fue un completo desastre, que en palabras del propio
Groucho no se debería de haber hecho nunca. Intervino en
dos películas más sin sus hermanos. Ambas de 1950, Mr.
Music con Bing Crosby y Don Dólar con Frank Sinatra, a
quien definió como una persona que se pavoneaba ante los
demás por creer tener importantes amigos (la mafia) y que
se imponía su propio horario de trabajo interrumpiendo y
retrasando los rodajes varias horas al día.
Un Groucho Marx, abuelo desde hacía varios años, de-
cide casarse por tercera vez. La “afortunada” será un jo-
ven llamada Eden. El actor iba envejeciendo mientras que
sus esposas siempre se mantenían en la misma edad. Casi
medio siglo era lo que diferenciaba al matrimonio. Pese a
su edad las características del actor que lo habían hecho
famoso alrededor del mundo: Ingenio, sagacidad, ironía,
rapidez mental y fluidez verbal aún se mantenían frescas
y en forma. Aún tendría ocasiones en los que demostrarlo.
Como cuando la revista sensacionalista Confidential se lan-
zó a su caza acusándolo de dirigir un concurso amañado,
ser un “viejo verde” que sólo se entretenía persiguiendo a

–140–
jovencitas y que su carácter lo hacía un hombre intratable
y desagradable. Ante tales afirmaciones en lugar de reclutar
un ejército de abogados como pretendía la familia. Groucho
mandó una carta al director en la que decía: «Si continúan
publicando artículos difamatorios contra mí, me veré obli-
gado a cancelar mi suscripción». La revista jamás publico
nada más sobre él.
En la década de los 50 Apueste su vida ya había dado
el salto a la televisión siguiendo la misma fórmula que le
había servido en radio y que parecía que en la televisión
seguiría funcionando. El único cambio fue que ahora usaba
peluquín, debemos de recordar que el actor ya había supera-
do la barrera de los sesenta años. El programa se consolidó
superando a importantes concursos de la época y superando
importantes crisis como las investigaciones del FBI. Que
inició investigaciones a varios programas televisivos al des-
cubrir fraudes en diversos concursos televisivos como el
famoso en la época Question (suceso llevado al cine en la
película Quiz Show).
La década termina con otros dos hechos relevantes en la
vida artística de los Marx. La última intervención del trío en
un programa hecho para la CBS titulado El increíble robo
de las joyas. Esta obra consistía para la televisión de trein-
ta minutos de duración consistía en que los Marx robaban
joyas y huían de la policía. La única frase que se pronunció
en todo el programa fue al final de este y la dijo Groucho
cuando los apresa la policía. “No hablaremos antes de ver a
nuestros abogados”. Los índices de audiencia fueron catas-
tróficos. El otro hecho es la publicación por parte de Grou-
cho de su autobiografía, Groucho y yo, después de que otros
como su hijo Arthur ya escribieran obras sobre la vida del
actor. Obra que le supuso grandes e importantes problemas
con su padre por algunos duros pasajes en los que su hijo
habla de la personalidad del actor detrás de las cámaras. El
libro de Groucho, que era más una recapitulación de anéc-
dotas y edulcorados pasajes de su vida, fue un éxito a lo
largo del país. Desbancado únicamente por la obra ¡Harpo

–141–
habla! escrita por su hermano.
La década de los 60 es la década final del trío. Chico,
a quien ya hacía tiempo le fallaba la memoria y al que se
le había diagnosticado una arteriosclerosis muere en octu-
bre de 1961. Sólo se hace auténticamente eco del suceso
el New York Times, quién dirá: «Los estadounidenses han
tenido que aceptar otro hecho devastador. Los Hermanos
Marx nunca volverán a actuar como banda de bufones irre-
verentes (...) La troupe de charlatanes más graciosa del si-
glo se ha roto y ya no hay nada que hacer... Pobre Chico.
Pobres de nosotros».
Por su edad y enfermedades Groucho deja la televisión
para dedicarse a su vida y a hacer apariciones esporádicas
en programas como The Tonight Show. Donde conoció a
escritores como Truman Capote, al que le propuso matri-
monio y a cómicos como Dick Cavett y Woody Allen. Con
quien trabó una gran amistad que duraría hasta el final de
su vida.
Las desgracias no se quedaron sólo en la muerte de Chi-
co y en 1964 muere Harpo. Muere el hermano que fue envi-
diado por los otros miembros del trio. Chico lo envidió por
ser un marido fiel y Groucho por ser un padre ejemplar. Al
año siguiente, en 1965, muere “la hermana Marx”. Marga-
ret Dumont de un ataque al corazón pocos días después de
haber colaborado con Groucho en televisión.
Profesionalmente Groucho escribió otra obra Memorias
de un amante sarnoso (posiblemente escrita por un “ne-
gro”) y Las cartas de Groucho, una recopilación de sus
cartas más importantes, debemos de recordar que estas es-
taban catalogadas como tesoro nacional en la Biblioteca del
Congreso. En el cine Federico Fellini le ofreció un papel en
su Satyricon, que rechazó, y Otto Preminger en su Skidoo,
que sí aceptó. Durante el rodaje Carol Chaning, que tam-
bién actuaba, dijo que se debería de contratar a alguien para
disparar fotos sobre Preminger para retratar su forma de di-
rigir. Groucho previendo el desastre dijo: “alguien debería
de disparar a Otto y punto”.

–142–
La dura década termina con el abandono de su tercera
esposa. Aunque no acabaría ahí sus relaciones con las mu-
jeres. Aún debería de conocer a la que él consideró su cuarta
esposa y auténtico amor, aunque nunca llegó a casarse con
ella. Y ella, casi seguro, nunca llegó a amarlo. Ella, Erin,
era una bella y joven caza fortunas que se acercó a un hom-
bre que tenía más de sesenta años que ella. Se acercó a un
hombre que cada vez estaba más senil y solo. No porque
lo odiaran, sino porque la mayoría de sus amigos se habían
muerto y las nuevas generaciones no lo conocían o sólo co-
nocían su imagen televisiva y ya no era lo suficientemente
famoso ni importante para ellos. Ya no conectaba con ellos
ni con sus preocupaciones. Su relación con Erin le trajo
bastantes problemas con su familia, sobretodo con Arthur,
su hijo, y muchas rupturas amistosas. Erin, por su parte se
convirtió en su representante haciéndole trabajar hasta la
extenuación a veces, dando conciertos y recitales a lo largo
del país, (el más famoso de ellos el recitado en el Carnegie
Hall), y apareciendo en programas televisivos. Por estas in-
tervenciones y junto a declaraciones a revistas y a la repo-
sición de sus primeras películas en universidades Groucho,
en sus últimos años, no sólo vio como su fama volvía a cre-
cer si no que además se convirtió en un símbolo de rebeldía
cultural ante la política de los Estados Unidos llevadas por
la presidencia Nixon. Los jóvenes lo veían como un Don
Quijote de la comedia en perpetua lucha y oposición al sis-
tema. Una lucha contra unos modernos molinos. Groucho
dijo una vez: “Ya no hay películas de los Hermanos Marx
porque nos dedicábamos a la sátira y la sátira está prohi-
bida hoy. Las restricciones-políticas, religiosas y de todo
tipo han acabado con la sátira (...) Mucha gente no parece
darse cuenta de que lo primero que desaparece cuando un
país se está convirtiendo en totalitario son la comedia y los
cómicos”.
En 1976 la Academia de Cine Americana decidió otor-
garle un oscar por “la brillante actividad y los iniguala-
bles logros de los Hermanos Marx en el arte de la comedia

–143–
cinematográfica”. Se lo otorgó su amigo Jack Lemmon y
agarrándola con fuerza dijo: “Ojalá Harpo y Chico estuvie-
ran aquí... y Margaret Dumont... y me gustaría darle las gra-
cias a mi madre porque sin ella hubiese sido un fracaso”.
El resto de sus hermanos, Zeppo y Gummo ya habían
muerto. El sabía que ya era su turno y así, el 19 de agosto de
1977 murió Groucho Marx. Su muerte, como si de una bro-
ma suya se tratase apenas tuvo eco ni trascendencia, porque
por causas del destino tan sólo tres días antes había muer-
to un joven cantante llamado Elvis A. Presley. Tan sólo el
New York Times, al igual que en otras ocasiones, le dio a
la noticia gran relevancia, sin quitar protagonismo al can-
tante. Groucho fue incinerado y sus restos descansan en el
Eden Memorial Park del valle de San Fernando, California.
Y aunque su lápida es muy austera seguro que él a todos sus
visitantes les dice: “Perdonen que no me levante”.
Las obras de los Marx han sido interpretadas como sá-
tiras sociales cómicas en las que se criticaban todos los es-
tamentos y pilares que sostenían a una gran nación. Como
son la política y la economía. Posiblemente llegaron más
lejos de lo que ellos jamás quisieron hacer. Este estilo ca-
racterístico de hacer cine de comedia, el absurdo, ha hecho
que la obra de estos hermanos sea recordada eternamente y
que el estilo tan burlesco e iconoclasta que Groucho mani-
festó ante las cámaras se haya convertido en sí mismo en un
estilo propio de vida. Especialista en el caos, lengua suelta
y rápida, sin miramientos morales, avaro hasta el límite con
el dinero, amante apasionado de todas las mujeres e irres-
petuoso ante cualquier estamento social o persona que lo
represente. Groucho ha sido imitado por muchos y ha ser-
vido de inspiración a muchas creaciones de ficción, como
puede ser el caso de los personajes Bugs Bunny y Krusty el
payaso. Personaje cómico que siempre que aparece en un
programa de entrevistas como artista invitado lleva el mis-
mo vestuario que Groucho cuando iba a The Tonight Show.
Pantalón bombacho de golf y boina a cuadros acabada en
un pom-pom de lana a juego con los pantalones.

–144–
En 1970 aparece la primera tesis dedicada al grupo có-
mico: Los Hermanos Marx: Un estudio de sus películas
como sátira social. En la que se afirma que pese a la sátira
visual la importante en ellos es la verbal y que establecen
una perfecta relación entre realidad y sátira. Posiblemente
los hermanos se verían como el músico español Falla al es-
cuchar como un grupo de estudiantes interpretaba una obra
suya. Ante tantas opiniones distintas y tan serias y rigurosas
sólo pudo decir humildemente que la compuso porque so-
naba bien. Así respondería Groucho, el portavoz del grupo,
lo hicimos simplemente porque hacía reír y a eso nos dedi-
camos. Pese a haber sido el grupo cómico más importante
de la época, con fama a nivel mundial y haberse converti-
do Groucho en un icono del pasado s.XX ellos no pensaron
jamás que podrían cambiar el curso de la Historia con su
humor. Pero quizás sí lo hicieron gracias a películas como
Sopa de Ganso en la que la censura eliminó un diálogo por
considerarlo peligroso ya que en la época un grupo impor-
tante de la sociedad pensaba que la Gran Guerra había sido
conspirada por los fabricantes de armas para aumentar sus
beneficios.

GROUCHO.— Caballeros. ¿Se dan cuenta que la munición


nunca había sido tan barata? Ahora se pueden comprar dos
balas del calibre dieciséis por el precio de una y disparar el
doble de lejos por la mitad de precio. Por cada cinco mil
dólares de compra regalamos un cañón alemán.

Quién sabe si sólo fueron un grupo de cómicos afortuna-


dos por decir los chistes adecuados en el momento preciso
o si por el contrario fueron unas personas conscientes de la
época en la que les había tocado vivir y se comprometie-
ron con esta aprovechando el arma tan poderosa que puede
ser el cine. Nunca se aclarará realmente, pero la verdad es
que si los Marx, Groucho y Harpo principalmente, se ca-
racterizaron por algo estando fuera de pantalla. Siendo ellos
mismos fue porque en sus grupos de amigos más íntimos

–145–
estaban los artistas y los intelectuales más importantes del
momento.
Lo cierto es que todos los Marx han sido admirados y
queridos por millones de personas de varias generaciones
en distintos continentes y así lo demuestra Groucho cuando
concluye su autobiografía narrando un encuentro que tuvo,
en sus últimos años de vida, con una pareja que se cruzó en
Chicago mientras paseaba. Nos cuenta cómo la pareja se le
quedó parada mirándolo en silencio. De repente la mujer
le dijo: “Es usted, ¿verdad? ¿Es usted Groucho?”. Cuando
asintió con la cabeza la mujer lo cogió del brazo y le dijo:
“Por favor, no se muera. Siga viviendo siempre”.
Concluye Groucho la anécdota y su libro diciendo:
“¿Quién podría pedir más?”.

* Nota del Autor: Todas las referencias literales hechas a


diálogos, cartas o sucesos narrados en este ensayo han sido
extraídos de la bibliografía empleada:
MARX, GROUCHO: Groucho y yo. Ed. Tusquets. Barcelona.
2005.
—Camas. Ed. Tusquets. Barcelona. 2005.
—Historias de un amante sarnoso. Ed. Tusquets. Barcelo-
na. 2005.
KANFER, STEFAN: Groucho. Una biografía. R.B.A. Ed. Bar-
celona. 2006.

–146–
HUMORESQUE: LA MÚSICA
COMO CONTAMINANTE SOCIAL

Por
LUIS NÚÑEZ HERNÁNDEZ
Morfología del humor..., pág. 147
LUIS NÚÑEZ HERNÁNDEZ, profesor de Piano Acompañante del
Conservatorio Superior de Granada

–148–
PRESENTACIÓN

M ÁS que respuestas busco preguntas. La respues-


ta produce una sensación placentera en parte por
el objetivo alcanzado, también por el reconoci-
miento al trabajo, y, en resumidas cuentas, por la vuelta al
estado de reposo intelectual inmediato el acierto. La pre-
gunta, sin embargo, la duda, genera movimiento, posibili-
dad de cambio, y se convierte, por tanto, en la esencia del
progreso.
Ahora bien, el que interroga debe saber de la existencia
de una respuesta, eso sí, porque lo contrario conduce direc-
to al desánimo y a la deriva.
Se presenta la ocasión de buscar, Dios nos libre de en-
contrar, la relación entre dos conceptos ubicados, aparente-
mente, en planos distintos: el humor y la música. Es seguro
que, según por dónde empecemos a esculpir, y como no
somos escultores, vayamos improvisando una forma sobre
la marcha a partir del bloque de mármol con que vamos a
trabajar.
La divagación se me antoja como la mejor forma de
discurrir por el espeso bosque de mi ignorancia. El lector
decida si se adentra en él conmigo, provisto con linternas
de curiosidad y machetes de inconformismo. Siempre será
bien aceptada la compañía, aun sabiendo de un final incier-
to y una pronta despedida.

–149–
INTRODUCCIÓN

La música y el humor
Los conceptos música y humor guardan entre sí una es-
trecha relación que heredamos desde tiempos remotos; se
puede decir que desde las primeras manifestaciones huma-
nas con una mínima intención comunicativa.
Viendo el humor como la actitud, positiva o negativa,
de una persona, la música siempre se presenta como la más
eficaces de las herramientas para influir en dicha actitud.
No es la intención de éste que os habla entrar en datos con-
cretos sobre el tema. No se trata de hablar de la teoría del
Ethos griega, ni exponer la de los Afectos del Barroco. Ni
siquiera pretendo discurrir por momentos concretos de la
historia de la música en que tan unida se nos presenta ésta
al humor, como podría ser en la ópera bufa o cómica, o in-
cluso en el cine de nuestros días. Sí es mi intención hacer
de éste un trabajo práctico, útil, que lleve a la reflexión, a
cerca de cómo la música es tan decisiva en el desarrollo del
individuo en la sociedad actual y cómo este dato aparece to-
talmente descuidado en cualquier plan educativo de los que
diseñan y con el que de vez en cuándo nos atacan nuestros
gobernantes.
Y es que mirando el humor como un estado de ánimo
no tenemos más que reconocer en nosotros mismos cómo
determinadas, según un sinfín de rasgos, los cuales no pa-
saré a analizar pormenorizadamente por no desviarme de
la dirección real de este escrito, pueden alterar dicho esta-
do anímico hasta transformarlo radicalmente. Oyendo tal
o cual estilo, autor o tipo de repertorio entraremos en un
proceso de adaptación de nuestro tono anímico e incluso de
nuestra personalidad.
Como he adelantado el fenómeno musical pone en juego
unos parámetros, ya sean determinadas sonoridades, como
escalas (horizontalidades) y armonías (verticalidades), o
determinadas formulas métricas y un largo etc, hasta lle-
gar al mundo inabarcable de la tímbrica. Pues todos estos

–150–
elementos, a veces en su conjunto a veces por separado,
vienen a introducir un mensaje en nuestra conciencia.
A lo largo de la historia las diversas corrientes estéticas
musicales, sometidas en ocasiones por algún criterio extra-
musical, ya sean credos religiosos, o políticas nacionalistas
entre otros, han sabido usar los elementos anteriormente
citados para canalizar el ánimo (humor) del oyente en una
dirección deseada. Desde el redoble de tambor que mantie-
ne el paso firme y el valor del combatiente en el frente hasta
la bella línea horizontal gregoriana que eleva el alma hasta
las cumbres del misticismo religioso, sin obviar los cantos
populares que desde tiempos inmemoriales nos han llevado
a bailar, a cantar heroicidades, a cortejar a la dama, a jugar
o burlarnos de la suerte, de la muerte, de reyes y hasta de
nosotros mismos.
Si bien es verdad que en nuestro tiempo la llamada mú-
sica culta tiende a la deshumanización, es decir, a prescindir
radicalmente de la valoración subjetiva del oyente, existe
otra tendencia, que emana de brotes de expresión popular,
desde las primeras formas jazzisticas ramificándose en los
años sesenta a través del Pop en un sin fin de corrientes,
encasilladas bajo las denominaciones validas, o no de mú-
sica ligera, moderna, o popular; tendencia esta que es la que
interesa en este estudio por dos motivos principales, por ser
decisiva en la formación del individuo desde la adolescen-
cia hasta la madurez; y por ser este estilo musical aceptado
por los grandes medios de comunicación como principal
forma de persuasión atendiendo a diversos fines, casi siem-
pre consumistas.
Pasemos a analizar esta nueva música que a fecha de
hoy ha eclipsado el trabajo de grandes intelectuales del len-
guaje de los sonidos, relegándolos a pequeños salones, y
se ha impuesto al grueso de la población en una perfecta
aplicación según edades, sexos, grupos étnicos, sociales, y
hasta ideológicos; a base de una rítmica incisiva y formulas
melódico-armónicas sencillas y pegadizas.

–151–
EXPOSICIÓN

Está todo perfectamente estudiado. Todos los paráme-


tros que entran en juego en el proceso de realización de
la obra musical se tratan convenientemente para obtener el
producto deseado. Y, además, sobran algunos ingredientes;
Es decir, para que sirve toda la ciencia musical que los tres
últimos siglos nos ha legado. Para que todas esas doctrinas
sobre la estética. Rancias teorías acerca del ordenamiento
de los sonidos en base a una interválica, a una tímbrica, a
un discurso melódico, etc. Pues, todo eso, para nada. La
música nueva no se oye, si acaso se esnifa por los oídos,
hace vibrar al tímpano de forma brutal, y toda esa cadena
de huesecillos que aprendimos de memoria en el colegio
terminan por excitar el nervio auditivo. Ahí empieza todo y
termina lo que en un principio podría llamarse música.
Pero, como decimos, está todo estudiado. Vemos como
los pastores de este rebaño llamado mundo civilizado, colo-
ca en las ondas piedras con nombres propios ya sea Estopa,
Mecano o Melendi, y con qué tino la sitúan en el entrecejo
de las pobres criaturas que, cegadas por el impacto van aco-
rralándose en el ámbito de la pereza, la desidia, la dejadez,
la falta de interés por todo lo que no sea una buena bacanal,
un buen partido de fútbol, un ímpetu consumista descon-
trolado o unas ansias irracionales por todo lo que apesta a
violencia.
Ese producto adulterado al que malintencionadamente
se llama música actual no es más que la moraleja de ese
cuento que llaman modernidad.
La Historia del hombre se divide en periodos alternati-
vos, en unos no se puede hablar, en otros no se puede lla-
mar a las cosas por su nombre, no se sabe que es peor, o
si los dos son igual de malos. Pero, bueno, ya toca hablar;
que bien poder opinar, poder equivocarse. Que placer poder
meter la pata, si eso te excluye de aquel rebaño, o mejor, de
aquella piara que se dirige al acantilado. Y no es que este
que os habla se sienta como un demonio gadareno, ni que

–152–
sufra algún tipo de esquizofrenia, o sí; es simplemente que
no me da la gana de bailar al son que marcan los “señoritos
del imperio” mientras pueda elegir sentarme ante mi piano
y sacar a pasear eso que tan poco conviene al sistema: Mi
pensamiento.

DESARROLLO

Pensar. Ahí está. Lo hemos encontrado. Ese es el verda-


dero problema. ¡Que coño hacen ustedes pensando! ¡Haga-
mos ruido para que estos infelices dejen de pensar! Pensar...
pensar... pensar.
Entonces eso que disfrazan de música no es más que el
antídoto contra el pensamiento. ¡Claro! Quien puede pensar
escuchando una secuencia rítmica capaz de retar a un reac-
tor militar en intensidad sonora. La mente se queda como
la famosa tábula rasa. Si además mezclamos un mensaje
y algunas imágenes de señoritas dispuestas a todo porque
consumas tal o cual producto tenemos el resultado desea-
do, violencia, consumismo, enfermedades relacionadas con
el sedentarismo, alcoholismo, drogadicciones, anorexias.
Ahora si, el féretro avanza al son de la marcha fúnebre
de Chopín. ¡Si por lo menos muertos conserváramos el
oído...!

REEXPOSICIÓN
El humor y la música. Amigos, ni una cosa ni la otra
existen ya. Porque ya no oímos al mirlo en el alba, ni senti-
mos la luz ambarada de la tarde en nuestro rostro. Porque ya
no encontramos placer en el paseo, ni en las letras, porque
ya no queremos, ni amamos; porque nos molesta nuestra
sombra. Porque reímos por no llorar, y eso no es humor, ni
del bueno ni del malo, y porque lloramos por no reír y eso
no es música, ni de la buena ni de la mala.
¡Pensar!
¿Buscamos un culpable? ¡Para qué! Si lo mismo resulta
que la culpa fué del Cha Cha Chá...!

–153–
Lo malo no es que existan cosas malas. Lo malo es que
gusten, eso huele a fondo de pozo, a fin, o quien sabe, la
idea de no poder caer mas bajo se presenta como un finísi-
mo haz de luz que algún día pudiera atraer nuestra atención.
Ese día pensaríamos. Y pensando hallaríamos la rendija por
la que entra tan bello hilo luminoso. Rezaríamos porque no
fuera un foco de luz eléctrica. Eso querría decir que la bes-
tia aguarda, sentada en una roca, nuestra salida del pozo
abandonado. El mito de la caverna pierde encanto si en vez
de una hoguera colocamos un foco de esos enormes que
destruyen el cielo. Prefiero el fuego. Prefiero el chispeante
crujir del madero incandescente. Prefiero el crujir del mástil
del violonchelo cuando hace sonar Bach. Qué placer. Cuan-
do Bach escribía música diseñaba una melodía en el regis-
tro grave que hacía las veces de cimiento, y a partir de la
cual se edificaban aéreas formas a base de líneas melódicas
en los registros medio y agudo que se alternan y entrelazan
en un sensual baile que acaba en sedosas cadencias después
de las cuales empezaba esa gran sinfonía que es el pensa-
miento humano. La meditación. Ahora así oigo al mirlo, y
él no huye ante mis pasos, porque son ingrávidos, como el
pensamiento, como la verdad, como el concepto de bien,
como el amor.
El amor y la música. Amigos, por ahí vamos bien. El
amor y la música.
Pensar.
¿Y el silencio?
Callado, apocado en un rincón, con miedo a hacerse no-
tar en demasía. El silencio pone nervios al rebaño y a los
pastores. Se presenta como un lobo. Pero este lobo parece
asustado, como con miedo a aparecer, furioso, en la esce-
na.
Silencio es sinónimo de quietud en la misma medida que
música es sinónimo de movimiento. Entonces, de qué silen-
cio hablamos. Cual es ese silencio que debería presentarse
como redentor ante tanto caos y tanta opresión. No puede
tratarse solamente de falta de sonido o ruido, no debe ser

–154–
un efímero momento de reposo de las moléculas del entor-
no. El silencio debe no ser , por su puesto. Pero su efecto
ha de resultar purificador en una atmósfera contaminada.
Digamos que el silencio es el sonido del tiempo, es decir,
la manera en que el tiempo actúa sobre nosotros, sobre las
partículas que nos rodean y a modo de un eco transparente y
puro se transforma en energía generadora de orden. Ante la
presencia del silencio cualquier argumento contaminante,
cualquier discurso dañino, cualquier tentativa de destruc-
ción queda carente de sentido, hueca y se hace frágil ante la
fuerza Áurea de la proporción y de la natural tendencia del
número a restablecer los cauces desviados con tan malévola
osadía.
De esta forma, en el fondo maloliente y oscuro de nues-
tro pozo, junto al haz de luz que representa esa triste idea
de máxima degradación de nuestro espíritu, encontramos
ese gran aliado que es el silencio. Vemos aquí qué preciado
tesoro podemos aún encontrar después de haber caído mor-
talmente herido aquejado de esa enfermedad que es la mal
llamada música moderna.
En la verdadera música debemos reconocer necesa-
riamente orden, proporción, luz, silencio, amor, y pensa-
miento. De esta manera deducimos que música es el propio
individuo, el cual busca la verdad como única forma de
conseguir la libertad.

CADENCIA

Y es con este nuevo concepto, el de libertad, con el que


entramos de lleno en la cadencia final de este primer movi-
miento de sonata.
La ejecución de las cadencias de los conciertos clásicos
suelen demandar una interpretación ab libitum, es decir,
con cierta libertad, no sometido a la tiranía del compás ni a
la presión del metrónomo. De hecho, en sus orígenes la ca-
dencia la improvisaba el ejecutante dando rienda suelta a su
capacidad creadora y fantasía. La única concesión ofrecida

–155–
al interprete consistía en dejarle tomar elementos anterior-
mente expuestos y desarrollados para jugar con ellos sin
intervención de ningún otro instrumento.
Así el músico, que es hombre, como el hombre que no
podrá jamás no ser músico, debe haber aprehendido, tras
una intensa tarea de estudio que llamaremos vida, concep-
tos como los que nos condujeron a esta cadencia, es decir,
orden, proporción, luz, silencio, amor, y pensamiento para
llegar ese estado, tan perjudicial para el sistema moderno,
que conocemos como libertad.
Solo desde la perspectiva de la libertad el individuo se
hace dueño de su propio ser, de su alma, de su ánima, de su
estado de ánimo, de su humor.

CODA

El humor es música, y la música en estos días es un llanto


reprimido porque ni siquiera se nos permite llorar. Cuando
nacemos somos como una gota de vida que cae en un océa-
no putrefacto por el residuo que dejó ese viejo petrolero que
se llamó progreso.
Ahora toca pensar.
Hasta cierto punto es saludable pensar que todo es una
gran falsa. Pero solo hasta cierto punto. Aquí, en este punto
debemos empezar a apreciar las aguas cada vez más cla-
ras, porque hemos contrarrestado tanta contaminación con
una fórmula mágica, capaz de depurar toda la podredumbre
del entorno. Esta eficaz receta la llamaremos educación. De
esta forma aún consigo extraer algún concepto que ayude
a comprender el problema que me ocupa. El de la descon-
taminación, claro está. Pero, por qué sale este nuevo ele-
mento tan avanzada ya esta sonata. Muy sencillo. Porque
pienso, con perdón, que esta divagación musical no ha
de tener un final conclusivo, sino que ha de quedar como
una obra abierta. Schönberg decía que ninguna composi-
ción musical estaba definitivamente concluida, que todas
eran susceptibles de ser continuadas. De la misma manera,

–156–
aunque con más humildad, creo que debo poner el punto
final a esta aventura con una duda que espero sea, al menos
para el lector, de fácil aclaración.
¿Es la música, como movimiento generador de orden,
al humor, como estado de ánimo, lo que la educación a la
vida?

–157–
FILOSOFÍA Y HUMOR, LA FILOSOFÍA COMO
ACTIVIDAD POCO RECOMENDABLE

Por
JORGE RODRÍGUEZ LÓPEZ
filósofo muy a su pesar
Morfología del humor..., pág. 159
JORGE RODRÍGUEZ LÓPEZ, licenciado en Filosofía en la Univer-
sidad de Sevilla. Profesor de secundaria

–160–
ADVERTENCIA PRELIMINAR

P ERMÍTANME advertirles, antes de que sigan con la


lectura que tienen en sus manos, que este ensayo, si
es que se puede llamar así, dirigido a Morfología del
humor, las Jornadas de estudio y análisis del humor desde
la antropología, la psicología, la filosofía y la cotidianidad,
que ya de suyo se nomina con cierta irreverencia, al menos
en mi humilde opinión, nace con la sana intención de animar
a filosofar o alimentar la filosofía, según dicen algunos ya
bastante animada o definitivamente forense, nunca deprimir
y convencer del abandono del pensamiento, contradictoria
afirmación esta sobre todo en una sociedad donde la tele-
tontería es el pan nuestro de cada día y el fútbol el único
dios verdadero junto con el dinero. Pensar en este paisaje
después de la batalla más que una heroicidad es un acto de
quintacolumnismo, así que no descarten que mientras leen
esto o asisten al susodicho congreso, la policía o los bom-
beros de Ray Bradbury derriben la puerta y traten de apre-
sarlos por desestabilizadores. La filosofía tiene mucho que
ver con la diferencia y con sentirse diferente; por una parte
el objetivo primordial de todo filósofo es asumir la dife-
rencia en un sistema de pensamiento o lo que es lo mismo,
explicar la realidad cambiante con una razón única e inamo-
vible, al menos de momento para él. Luego, claro está, se
demuestra que no, que la realidad es capaz de cambiar más
rápidamente que evolucionan lo paradigmas filosóficos. No
sólo la filosofía asume la diferencia sino que hace que el fi-
lósofo se transforme en alguien diferente del resto. El padre

–161–
(putativo, dicen las malas lenguas) de la filosofía, el santo
patrón Tales, se cayó en el pozo observando las estrellas,
con el consabido cachondeo de su esclava que, lejos de ser
azotada (al menos eso dicen los mentideros que tratan de
arrojar una imagen del filósofo amable, ideal y manipula-
da), fue objeto de una lección filosófica donde intervenían
aceitunas, tinajas y el lucro. Naturalmente la esclava, que
sabía en su interior que lo que le correspondía tras reírse
de su amo era el castigo público, no logró entender nun-
ca la lección del filósofo y sus comentaros contribuyeron
a empeorar la ya peculiar reputación del pensador de Mi-
leto. Ya pueden comprobar que la risa está hermanada con
la filosofía desde sus inicios, no sabemos muy bien quien
rió el último y mejor, si Tales o la esclava, el caso es que la
espontánea e irreflexiva reacción de la segunda tanto como
la calculada y especulativa respuesta del primero nos hacen
esbozar en nuestros instrumentalizados rostros una sonrisa.
Y de eso va esto.
Como materia prima para la redacción he usado y abusa-
do de mis experiencias, que a nadie han interesado nunca,
en el ámbito de la filosofía y la enseñanza (espero que mis
días sean mucho más largos y que este ensayo no constitu-
ya más que un ebrio y absurdo arrebato autobiográfico que
sólo trate de hacerles reír), las personas que he conocido en
estos años de triste imitación de filósofo que creo que soy
después de todo (pues ya hay quien en su academicismo
sólo reconoce como auténticos filósofos a los “pensadores”
que aparecen en los curricula académicos y estudiantiles)
y las situaciones que me ha regalado el Hado en mi de-
venir especulativo, desde mi formación hasta la formación
de otros. Naturalmente el texto tiene una fuerte carga sub-
jetiva, lo que hace que su valor epistemológico sea nulo.
No sé si para el lector esto es bueno o malo o simplemente
una nueva violentación falogocéntrica de otro tipejo que
dice ser un intelectual. De cualquier forma no encontrarán
aquí una nueva y escandalosa tomadura de pelo del tipo
caso Sokal o la mala leche pedagógica del Schopenhauer de

–162–
“Los fragmentos para la historia de la filosofía”. Sólo pien-
so en voz alta, con todo lo absurdo y humorístico que tiene
esto cuando se hace delante de un docto parnaso de lectores
como ustedes o frente a un atento auditorio de impeniten-
tes seguidores de una zona del conocimiento tan general y
exclusiva al mismo tiempo que apenas llenarían un campo
de fútbol. Somos profetas que clamamos en un desierto lle-
no de ciudadanos sordos. Por que en ocasiones lo gracioso
también tiene su matiz trágico. Y pienso en voz alta para pa-
sar un buen rato y cumplir sonriendo con dos de los princi-
pales mandamientos de la filosofía, pensar y comunicar mis
pensamientos. Aquí sólo encontrarán mi valoración sobre
lo que hago, con más o menos optimismo y la narración de
cómo me sumergí en el turrón filosófico. Gracias de ante-
mano a mis amigos y enemigos. Seguro que tras esta lectura
el número de estos últimos aumentará aritméticamente.

FILOSOFÍA Y HUMOR

La filosofía nace de la carencia. Si recurrimos al mos-


trenco y reductivo método de las etimologías para definir
eso tan poco susceptible de ser definido como la filosofía,
vemos que el término “filósofo”, usado inauguralmente
por el tal vez nunca existente Pitágoras, o eso promete con
los dedos cruzados a la espalda Diógenes Laercio, lo que
no es precisamente garantía de seriedad, viene a significar
“amante de la filosofía”.
Cuenta la leyenda que fue el torero Guerrita al que, en
una de esas tertulias míticas que se formaban en el café
Gijón, que está en Madrid por supuesto, le fue presentado
Don José Ortega y Gasset, de profesión “filósofo”. “¿Qué
le parece, maestro? A lo que el egregio matador respondió:
“que hay gente pa tó”. Personalmente desde que me dedi-
co a esto de pensar, escribir y compartir lo que se piensa
con otros que piensan, he escuchado esta misma anécdota
con una larga lista de diferentes toreros. Seguro que uste-
des también. De este dialogo a una sola tronera han sido

–163–
protagonistas Joselito el Gallo, el Bombita, Manolete, el
antes mencionado Guerrita, incluso Belmonte. El filósofo,
siempre circunspecto y un poco sorprendido por el quite del
torero sea quien fuere, siempre estuvo encarnado por Don
José Ortega y Gasset y este no ha cambiado en el anecdota-
rio filosófico que muchos manejan. Yo me inclino por Bel-
monte, quizás por que este hombre, de gesto serio y a ratos
difícil, se rozó con la intelectualidad de su época antes de
su trágico desenlace, pero vayan ustedes a saber. La verdad
es que Ortega no se esperaba una definición del filósofo tan
certera y tan clara en si misma, “en tanto que sí”, diría algún
pedante, pero conociendo su retórica inflada, seguro que re-
cibió “a porta gayola” el comentario del maestro lidiador.
Los filósofos son gente “pa’ tó”, no solo por que uno se los
encuentra en los escenarios mas variopintos o por que pro-
tagonizan las acciones más insospechadas. Ser gente “pa’
to” conlleva vivir y ese el punto de partida de cualquier
pensador que se precie. Primero es el vivir y luego el filoso-
far y les animo ambas cosas.
Decía el filósofo francés Henri Bergson que cualquie-
ra de ustedes puede llegar a tener una idea aproximada de
cómo es París. Mediante un plano pueden conocer cada
esquina, cada recoveco, cada calle y cada plaza. Mediante
una colección de postales pueden “poner cara” a esa calles
y plazas y a los nombres que las adornan. También pueden
coleccionar testimonios de aquellos viajeros que han estado
en la capital del Sena. Pues bien, si cogen todo este cono-
cimiento y lo asimilan pueden “hacerse una idea” de París;
sin embargo nunca sabrán como es París hasta que lo vivan,
hasta que lo experimenten. No sabrán lo que es París hasta
que pisen sus calles y huelan el aroma de las flores de los
Campos Elíseos. Tras la experiencia, tras el hecho de vivir
vendrán la reflexión, el pensamiento, si quieren ustedes la
filosofía.
La cosa prometía en mi juventud cuando la palabra
“amantes” y “saber” se entrecruzaban tan inesperadamente;
ocurrió que eso de filosofar, y creo que muchos coincidirán

–164–
conmigo, nada tenía que ver con perseguir a las chicas a
sabiendas o con alguna arcana y esotérica técnica de ligo-
teo porque cada vez que sacaba el tema de la filosofía con
mis amigas, a los pocos minutos me encontraba en la más
absoluta de las machadianas soledades. El que ligue gracias
a la filosofía que sepa que no es por la filosofía. Y de la
definición ¡ni hablamos! Cada vez que durante mis años
universitarios (ya lo evito, sí puedo) me enfrentaba a un
texto titulado “¿Qué es filosofía?” (v. Heidegger, Ortega,
Deleuze) terminaba con una confusión si cabe mayor que
la que traía conmigo... aunque la hermenéutica termina por
imponerse, pero es agotador penetrar en la oscuridad de un
texto incomprensible y alumbrar al final que aquello que
dice lo podía haber dicho con otras palabras más simples.
En fin, hay mucho posmoderno por ahí dando rienda suel-
ta a su máxima “si no somos complejos, seamos oscuros”.
Hasta aquí nada que un lector avispado no sepa desde la
escuela secundaria. Pero volvamos a la carencia. Todo lo
que necesitas es amor, decían Lennon y McCartney, filó-
sofos a su manera. El amor, decía San Agustín, es “cari-
tas”, es decir, carencia, lo que falta. Es porque no tenemos
conocimiento que lo buscamos con cierta desesperación, a
veces con cabezonería. Cuando sentimos carencia busca-
mos saber. Ocurrió también que en mi maltrecha y absurda
juventud, cuando sentí la carencia, no era capaz de distin-
guir muy bien que podía llenar el hueco que nace de la nada
del adolecer a los 17 años, el momento de las primeras y
jodidas preguntas sin respuestas.
El humor es tan carente como la filosofía. Emmanuel
Kant, el filósofo con menos sentido del humor del mundo y
el más puntual, y el más ordenado, y, dicen, el más avaro,
en su obra “Crítica del juicio”, alumbraba con la frialdad
del pensador ilustrado pietista que desmonta un tinglado,
cargándose el encanto del mundo weberiano, prisioneros de
la famosa “jaula de hierro”, que el humor es un sentimiento
estético que nace ante la conciencia de percibir una ruptura
en la cadena de causalidades. Dicho así nada tiene ni tendrá

–165–
nunca gracia, la verdad. Ante una causa dada (por ejemplo
un tipo rechoncho y gordote que va a sentarse en una silla),
un efecto contingente a ésta (sigue el ejemplo, alguien apar-
ta la silla y nuestro rechoncho protagonista se cae de culo)
despierta en nosotros la sonrisa, la sorna, incluso la guasa.
Yo no sé a ustedes pero a mí Kant siempre me recordó
al inspector Javert, el implacable policía que persigue cual
“terminator” ilustrado al bueno de Jan Valjean, personajes
ambos de la inmortal obra “Los miserables” del egregio e
ínclito Víctor Hugo. El típico individuo cuadriculado has-
ta los calzoncillos. Baste echar un vistazo al índice de la
“Crítica a la Razón Pura”. Imposible perderse... salvo en la
lectura para el neófito; aquí tienen ustedes el primer ejem-
plo de oscuridad posmoderna, para que vean que Adorno y
Horkheimer tenían razón en eso de que en la modernidad se
encuentran los gérmenes del retroceso en que vivimos y de
los males que sufrimos.
¿Qué es la ironía sino una contingencia entre referente
y sentido buscada y consciente? Si la contingencia es pura
carencia (ya que el ser en su plenitud no es contingente y
por lo tanto carente), entonces no hay nada más humorístico
que lo filosófico ni nada más filosófico que lo humorístico.
Sino fíjense en Sócrates, a base de ironía y sarcasmo con
el tribunal decide cumplir con la condena que se le imputa,
desechando la evasión y el soborno de sus guardianes, e
ingerir finalmente la cicuta que le arrebataría su virtuosa
vida. La monda. Y lo más irónico, a todos nos enseñan que
eso, desde la coherencia más absoluta, es lo que debemos
hacer. Gracias a la providencia, con el paso del tiempo y las
lecturas uno aprende que Platón, el que narró este episodio,
no se revela como el padre del espíritu democrático y que
su propuesta política tiene inquietantes matices totalitarios.
Frente al intelectualismo moral de Sócrates se impone el
“aquí corrió ante que el aquí lo mataron”. En estos días que
tanto se especula burdamente con la figura de Leonardo da
Vinci, María Magdalena y la supuesta figura de un Jesús que
sobrevivió a la crucifixión dejando tras sí descendencia, no

–166–
estaría de más que uno de esos delirantes nuevos escritores
de novela pseudohistórica escribiera un “código Sócrates”,
donde un especialista en filosofía clásica descubre un ma-
nuscrito perdido en un ánfora enterrada junto a un templo
perdido en Tracia, que cuenta como la noche antes de la eje-
cución Sócrates se escapa con Critias y tiene una vida plena
en Éfeso, lejos de todo el mundanal ruido ateniense y entre-
gado a la corrupción de los jóvenes. Naturalmente una secta
milenarista apocalíptica de profesores de filosofía de inspi-
ración platónica, con la intención de mantener el paradigma
socrático y platónico como incuestionable, lo perseguirían
con la intención de asesinarlo, a él ya la atractiva traducto-
ra de copto que conoce durante la peripecia. Imaginen los
documentales en Discovery Channel, “El pasado secreto de
Sócrates”. Imaginen las ventas ¡Tiembla, Dan Brown!
Conviene recordar a los sesudos académicos, que ya
combatiera Santo Tomás de Aquino, que el humor es una
poderosa arma crítica que ya se usaba desde la sofística
contra el envaramiento dogmático de Platón, pasando por
el descaro prematuramente “hippie” del cínico Diógenes de
Sínope y su tonel contra la avasalladora koiné helenística de
Alejandro Magno, desde el Elogio de la locura de Erasmo
de Rótterdam hasta la martilleante aforística nietzscheana.
Nunca abandoné mi capacidad de sonreír y de reír, ni en
mis años de educación secundaria, ni en la universidad, ni
mientras preparé una oposición, incluso cuando me planté
por primera vez frente a un aula llena de adolescentes.

LA LLAMADA

Todo filósofo, antes de serlo, decidió en algún momen-


to cometer el error irreparable de dedicarse al noble arte
de la filosofía, el traspié de sentir la llamada, la desafor-
tunada decisión de escoger el camino equivocado, de me-
ter el dedo en el enchufe con corriente. Un día tenebroso
y lluvioso, típico del “Sturm und Drang”, que despeinado
y agitado nuestro corazón por el rasgar el cielo gris de los

–167–
rayos decidimos gritarle al mundo que íbamos a tratar de
conocerlo y comprenderlo. Tratar de calmar la sed de sa-
ber quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.
Esta llamada varía según la edad y el lugar, cada uno ha
tenido la suya propia, intransferible, personal, en ocasiones
incomunicable y en la mayoría de ocasiones no consiste en
ningún arrebato místico ni en el rapto del interesado por un
carro con caballos alados que te llevan ante la presencia de
la diosa que te muestra las dos vías. Cuando comencé la
carrera me encontré con un alto porcentaje de compañeros
que comenzaba los estudios de filosofía porque no había
sitio en las carreras que ellos tantos deseaban, la inmen-
sa mayoría de estos rebotados desapareció al año siguiente
después de catar las delicias ofrecidas por Deleuze, Gehlen,
Zubiri, Arellano, Kant o Tarsky. En esos primeros días
compartieron aula conmigo periodistas frustrados, sociólo-
gos frustrados, médicos frustrados, enfermeras frustradas,
abogados frustrados. Su frustración se disipó en cuanto se
alejaron de la facultad. No recuerdo a ninguno que dijese
en quinto año, “yo vine aquí porque iba estudiar derecho y
al final me quedé”. Si los había que estudiaban dos carreras
al mismo tiempo. No sé si eso todavía se hace pero lo que
si es seguro es que estos alumnos tienen todo mi respeto
por su amplia capacidad de estudio y sufrimiento. No sé
si reirán mucho, lo que si comprendo es por que la fiesta
dela primavera se pone como se pone. Acto místico o rebote
probabilístico, pregunte a su amigo el filósofo de la cola del
pan qué le inspiró a seguir esta senda perdida de bosque y
su respuesta será distinta, contraria y opuesta a la del otro
filósofo que conoce en el bar que visita cotidianamente para
aligerar penas. La llamada suele ser una lectura o un pro-
fesor o profesora que provocan esta invocación de la sel-
va jacklondiana del filosofaje. En mi caso fue un profesor
que tal vez algunos lectores conozcan. En realidad más que
un docente era más parecido a Leo Bassi, el performance
italiano, permítanme pues omitir su identidad aunque ésta
quedará más que patente en sus métodos de enseñanza.

–168–
Cierren los ojos, imaginen la situación y déjense llevar mo-
mentáneamente. Fue una mañana de enero en un aula de 3º
de bachillerato en un centro de provincias de cuyo nombre
no quiero acordarme. Se presentó un profesor de filosofía
nuevo que, por oscuras razones administrativas no había
llegado a tiempo de comenzar el curso académico en sep-
tiembre como mandan los cánones. Lo habitual, pues la le-
chuza de Minerva levanta el vuelo al atardecer. Entró en el
aula como un huracán, dando voces, haciendo aspavientos,
asestando puñaladas con la mirada, sonriendo de costado
con una ironía que se insinuaba insoportable, asediándo-
nos a preguntas sin, entonces, respuestas. “¿Sabe usted qué
es un esquizofrénico?¡Dime el nombre de un filósofo vivo!
¿No? ¿Y de un filósofo muerto? ¿Y el existencialismo, sabe
usted qué es el existencialismo?” Como nadie era capaz de
contestar, petrificados por la curiosidad y la ignorancia, en
la pasividad típica del chaval que está a la expectativa de
lo que se está desarrollando en clase sin que quiera que le
toque, el tipo se plantó en el pasillo, se clavó de rodillas y
comenzó a gritar “¡Otra clase de imbéciles no, por favor!
¡Dios, otra clase de imbéciles no!”. La carcajada fue gene-
ral. Nos reíamos de nosotros mismos, los ignorantes, pero
él se reía de nosotros, me consta. En ese momento pensé
que si eso era la filosofía, yo quería ser filósofo. Y no era
tanto lo que hacía como lo que decía. Años después me en-
contré con alumnos de este profesor que estaban realmente
resentidos con su metodología, la catarsis no tiene por que
ser agradable y efectiva por que estos resentidos odiaban la
filosofía con todas sus fuerza y, por extensión, a los filóso-
fos, esos extravagantes docentes que están locos.
Prefiero al “filósofo-docente-happening” que al “profe-
sor-somnífero”. Yo fui alumno que repetí curso, se ve que
me gustaba el ambiente del instituto, y esperé con impa-
ciencia al nuevo profesor de filosofía que nada tenía que
ver con el teatro al aire libre y con pintarse la cara con ca-
muflaje. Este nuevo docente nos mostró el lado más acade-
micista de la filosofía y nos aburrió in extremis. A principio

–169–
de curso tomó un ejemplo material que abría de extenderse
en el espacio y el tiempo de la toda explicación filosófica,
se trataba de “la mesa”. Nunca una mesa dio tanto de sí, la
mesa, según Tales era todo humedad, según Anaxímenes
era aire en su mayoría, según Parménides no era más que
una ilusión de los sentidos que quedaba al margen gracias a
la acción de la razón. Naturalmente existía una mesa ideal
en el mundo de la Ideas de Platón aunque a juicio de Aristó-
teles la mesa era la perfecta prueba empírica para demostrar
el paso de acto a potencia o el producto de la técnica, la
mesa era fruto del libre albedrío que explica San Agustín
por que, uno puede hacer o no, incluso puede o no pecar
sobre una mesa, en fin, la mesa es noúmeno pero nosotros
percibimos el mero fenómeno, diría Kant, por lo que nunca
conoceremos la “mesa en sí”. Podría seguir pero no quiero
dormirles.
Naturalmente también he encontrado docentes que nada
más ver la clase ha tratado de hacernos llorar. Así ocurrió
en mi primer día de facultad. Si de algo sirve la Universidad
es para saber que te queda mucho por leer y aprender. El
que acuda a una facultad y se queda satisfecho se engaña
a sí mismo. Es sólo un trampolín. Pero cuando uno llega
novato no espera que le digan lo que nos dijo un tacitur-
no catedrático que aseguraba “que en toda nuestra vida no
tendríamos nunca una idea original, que tal vez no publicá-
semos nunca y que realmente eso de la filosofía no servía
para nada, lo práctico es estudiar derecho o medicina, así
que no sabía qué hacíamos allí...”. Yo tampoco lo sabía muy
bien, estuve a punto de salirme del aula, pero lo pensé más
detenidamente. Seguramente era un discurso que poseía un
oculto sentido del humor que tendría que esforzarme por
descubrir. Tenía que ser eso o tendría que sopesar seriamen-
te la posibilidad de hundirme en mi propia miseria. No ha-
bía ironía en esa palabras, eso es lo malo. Pero me lo tomé
como un desafío. No me iría de allí sin aprender algo y sí él
no sabía que hacíamos allí pues era su problema encontrar
la respuesta a nuestra presencia por que yo lo tenia claro.

–170–
Y sobre lo de tener alguna idea original, bueno, eso estaba
por demostrar. Puede que no llegue a ser un filósofo co-
nocido, de esos que publican un par de ensayos al año y
los llaman para participar en congresos pero al menos nos
encontramos entre Heidegger y la nada. Ignoro si el cate-
drático que sigue en activo continua motivando así a los
alumnos de primer año. Muchos han sido mis docentes y
muchas sus estrategias pedagógicas, desde profesores que
usaban un micrófono con un pequeño amplificador de bol-
sillo como los animadores de hotel, hasta profesoras que
llevaban a los exámenes relojes de cocina con su “tic-tac”
y su alarma incorporada, hasta aquel que nos hizo realizar
un autorretrato a todos aquellos que no habíamos pegado
una foto a la dichosa fichita de las aulas. En fin, de todo un
poco, basta con que examinen sus propias biografías.

EL PRIMER LIBRO

Pero la llamada también tiene lugar mediante la lectura.


Si en estas páginas hay alguna verdad incuestionable es el
destino encadenado entre el filósofo y los libros. Tres fue-
ron mis primeras lecturas filosóficas de adolescencia. Cla-
ro está que luego tuve que releerlas porque muchas de sus
ideas pasaron sobre mi cabeza sin siquiera plantearse entrar
en ella. Las dos primeras fueron novelas filosóficas y la ter-
cera fue un ensayo filosófico tan puro y duro que al día de
hoy sigo sin poder asimilarlo plenamente.
La primera novela fue Por el camino de Swam, primer
volumen del ciclo En busca del tiempo perdido de Mar-
cel Proust. Fue una lectura sugerida por el antes mencio-
nado “filósofo-fura-del-baus”que consiguió transportarme.
Aquello de la magdalena , el té y esa catarata de la me-
moria me impresionó sobremanera en una adolescencia
donde me cuestionaba mi condición de ser-arrojado-quien-
sabe-donde. Hoy en día sigue arrebatándome la lectura de
Proust, sobre todo tras completar el ciclo de sus volúmenes,
y conservo el asombro de aquellos primeros días que me

–171–
movieron a la filosofía y lo disfruto de un modo furtivo,
como si sospechase que esa sensación pudiera desparecer
de un momento a otro.
La segunda novela fue La insoportable levedad del ser
de Milan Kundera, por entonces campaba a mis anchas ig-
norante de los retruécanos verbales de Parménides y Hei-
degger sobre el ser, también que su autor vivía en el pueblo
de al lado, tertuliano habitual en la casa de Juan Diego, el
actor. Tal fue la sensación que me despertó este libro que
deje de ir a clase todo un trimestre para sumergirme en su
lectura compulsivamente. Suspendí todas las asignaturas,
claro está. Entonces como no estudiaba nada, aprendía mu-
cho. Esta novela es el mejor ejemplo del círculo hermenéu-
tico del que hablan Heidegger y Gadamer. No sé cuantas
veces la habré releído, el caso es que siempre saco algo
nuevo que no había visto antes, una interpretación que per-
manecía escondida. En el fondo estas lecturas para lo único
que me han servido es para mantener guardada un poco de
mi juventud perdida, no reconocer que me hago viejo y que
cada día es más difícil encontrar ese asombro que define
al filósofo. Dice Alex de la Iglesia, cineasta licenciado en
filosofía por la Universidad de Deusto, que la vida del es-
tudiante de filosofía consiste en leer los libros de algunos
tipos que ha tratado e comunicar algo, darles más importan-
cia es tontería.
Y llegamos al ensayo. En este caso el libro es el Tao Te
Ching de Lao Tsé. El libro me lo regaló amigo que había
sido comunista en la clandestinidad de los 70. El ejemplar
estaba publicado por una de esas editoriales obreras innomi-
nadas. La vida de Lao Tsé me fascinó. Un filósofo legenda-
rio del que no había constancia histórica registrada y donde
el mito y la realidad se daban la mano. Tardé en saber que
eso no eran tan bueno como mi intuición me indicaba, aun
así, como le ocurre a los patitos cuando perciben la impron-
ta de su madre, sea quien sea el primer ser vivo que ven,
el orientalismo y la mitología se grabaron a fuego en mi
mente y tal vez por eso encaminé mi actividad filosófica ha-

–172–
cia la hermenéutica comparada de los mitos y los símbolos.
Durante años he estudiado este texto extraño y fascinante
y he leído miles de interpretaciones sobre sus enigmáticos
versos, sin embargo el día que más aprendí sobre Lao Tsé
fue el día que una alumna china de 4º de la ESO, a la que
enseñaba a hablar español en los recreos, me explicó qué
significan “Lao Tsé” y “Tao Te Ching”. La alumna me co-
mentó que “Lao Tsé” viene a significar “El maestro” y que
“Tao Te Ching” significa “La ética” o “Libro de ética”. La
verdad es que se trata de una traducción poco erudita y co-
tidiana, pero la grandeza está en lo simple. Muchos lectores
sabrán que, en lo referente al nombre del filósofo chino,
la primera traducción es la más aceptada por el colectivo
académico, siendo su nombre de pila el término “Tsé” co-
locado en segundo lugar, y su “apellido” el primer término
“Lao”. Sin embargo sobre la traducción del título de la obra
existe diversidad de opiniones. La traducción más aceptada
es la de “Libro para adaptarse al camino”, siendo “Tao” el
camino, siendo “Te” la adaptación y “Ching” el libro. El
problema irremediablemente está en ese “camino”. La me-
tafísica occidental ha mirado continuamente a esta antigua
obra, igualable es su complejidad a los Upanisades hindúes.
Se ha comparado el “Tao” o camino con el logos o el Ser
en el sentido parmenídeo; sin embargo ese día mi alumna
china me dio una clave hermenéutica que nunca había pro-
bado, hacer una lectura estricta del texto como si fuese un
libro de ética. Quien se haya atrevido a probar esas arcanas
líneas chinas se dará cuenta que en muchos de sus párrafos
o versos hay indicaciones para mejorar las pautas de acción,
sin embargo en otros la cosa no está tan clara. No obstante
enfrentarse a esa complejidad desde el ámbito de la acción
me llevó a la comprensión y explicación de fragmentos que
hasta entonces no entendía. La verdad gusta de esconderse,
decía Heráclito, y la verdad estaba escondida en la cotidia-
nidad de una niña china que apenas sabía español, trabajaba
hasta 12 horas al día en la tienda de veinte duros de un
padrastro que no quería que estudiase porque lo veía una

–173–
pérdida de tiempo y que tuvo el regalo de señalarme y lla-
marme “maestro” cuando le pregunté por el significado de
los términos “Lao Tsé”.

¡ATLETAS DE LA VIDA!

Filósofos peculiares hay y habrá muchos. El mejor pi-


ropo que he recibido en todo los días de mi vida fue el si-
guiente: “cuando me dijiste que eras un filósofo me temí lo
peor, ahora veo que eres una persona como otra cualquie-
ra”. Sinceramente me alegré por que junto a la condición
de filósofo parece ir anexa la condición de extravagancia,
cuando no la de psiquiatra de urgencia.
Les cuento un chiste: “Un tío que va por la calle y se
encuentra a otro. ¡Qué mala cara traes! –le dice. Y el otro
responde: es que me he encontrado con un amigo y le he
preguntado cómo estaba... tres horitas me ha tenido de pie”.
En nuestra sociedad casi nadie escucha y todos cuentan sus
peripecias, vivimos en la sociedad del desahogo y del des-
cargue. Cuando unos amigos quedan es probable que todos
cuenten sus problemas y que, en consecuencia, nadie los
recuerde luego por que nadie escucha. Durante mis años
en la filosofía me han confundido con cura, psiquiatra, psi-
cólogo o gurú de la autoayuda. No sabía que un filósofo se
pareciese tanto a Paulo Coelho. El filósofo más peculiar lo
conocí mientras trabajaba en televisión. Se trata de Liberto,
Liberto Jimeno, que se presentaba como escritor científi-
co, diplomado por el Instituto Valme de Sociología, de la
escuela crítica del cinismo que trata de contestar a los filó-
sofos cínicos. Decía que no sería hombre sino se interesase
por los problemas económicos. Un tipo extraño y coherente
con sus pensamientos que, lejos de ser un pedante, decía
lo que pensaba sin querer violentar con sus ideas a nadie.
Liberto tiene la misma pinta que esas ilustraciones de la
escuela de Atenas, es uno de esos filósofos anónimos que
se encuentran en segundo plano, todo presencia e identidad

–174–
desconocida. Cuando hablaba su calva despejada se perlaba
de gotas de sudor. Miraba iracundo el horizonte y en voz
alta exhortaba: “¡Atletas, atletas de la vida, defended vues-
tras alas, el derecho es la guerra del ser, el derecho es más
útil a la sociedad en la medida que somos libres para hacer
fluir la razón desde nuestro conciente frente a todo incons-
ciente, no se trata de andar por la vida reclamando ni tam-
poco exigiendo, se trata de andar por la vida posibilitando
el florecimiento del hombre como ser libre! ¡Atletas, atletas
de la vida, defended vuestras alas!” –al mismo tiempo que
levantaba el dedo índice derecho como un juez levanta un
martillo para poner orden en la sala. Cuando se le pregun-
tó por una solución para acabar con el paro dijo que era
necesario “abrir la dinámica de esa propia lucha...¡Guerra
técnica-económica, guerra técnico-económica y guerra téc-
nico-económica! ¡Saber defender los negocios, saber de-
fender los negocios y saber defender los negocios!”. Creía
tener las claves biogenéticas de la humanidad y que su obra
rebosaba amor. En su tarjeta de visita decía ser “Filósofo
Liberto, liberador de mercados, por la cultura que ofrecía
para obtener un arsenal de datos de cobertura y poder hacer
frente a los contingencias hostiles al interés pecuniario de
cada negocio”. Ahí queda eso.
Si no les parece bastante peculiar recurramos a los clá-
sicos y es ahora cuando les recuerdo la figura de Heráclito,
un filósofo que fue un sieso y que dio mala prensa al triste
colectivo de los filósofos. Hosco, misógino, elitista y narci-
sista en extremo, Heráclito de Éfeso era ese yerno que nin-
guna suegra hubiese querido sentado a la mesa de la cena
de Pascua. Hijo de Blisón, nació el año de la 69ª Olimpiada
(así contaban los griegos los años) en Éfeso, ciudad situada
en la costa noroeste de Turquía. Allí nació una joyita que ya
de infante ejercía de niño repelente.
En su infancia admitió “no saber nada pero que iba
aprendiendo inexorablemente”, sin embargo cuando termi-
nó su formación reconoció “saberlo todo”, siendo autodi-
dacta puro y duro. No iba a necesitar una abuela que lo

–175–
alabase ante los dioses. Su única obra, Sobre la naturaleza,
de la que se conservan fragmentos poco claros, fue escrita
adrede incomprensible para que sólo la entendiesen unos
pocos. Esto le costó el mote de “ el oscuro”, no por su tosta-
do tono de piel sino por lo incomprensible y lo enigmático
de sus palabras. Carne de cuplé chirigotero.
La doctrina filosófica de Heráclito se resume en estas
sentencias, “Todo fluye. Todas las cosas provienen del fue-
go y en él se resuelven, se hacen según el logos, la razón,
y en la tensión de contrarios se ordenan. Todo está lleno de
almas y demonios”. Ya ven que tiene cancha interpretativa.
Sólo les diré que contempla la realidad como un ente en
continuo cambio y sólo podemos conocerla gracias al uso
del logos o razón. Lo demás todavía hoy en día lo discuten
los especialistas.
Debido a su carácter misógino y misántropo, elitista y
aristocrático, estaba convencido de que la gente apestaba y
que todos somos ignorantes que no merecemos oportunidad
alguna. Haciendo amigos. Nadie escapaba de la crítica, sino
vean la opinión que tenía del padre de la cultura occiden-
tal, “Homero es digno de ser echado de los certámenes y
ser abofeteado”. Tampoco triunfó con la sutileza que exi-
ge la vida política, sobretodo cuando admitía que “todos
mis conciudadanos efesios deberían morir y los niños ser
expulsados de la ciudad” o “prefiero jugar a los dados que
gobernar la república con vosotros”. No era un hombre po-
pular aunque tampoco fomentó lo contrario, preguntado
“¿Por qué calláis, Heráclito?” éste respondió “Porque voso-
tros habláis”. Rehusó la invitación del rey Darío de Persia
diciéndole que “no le acomodaba” la vida cortesana que
le ofrecía. Chúpate esa. Demetrio en su obra Colombroños
asegura que no quiso viajar a Atenas debido a la alta opi-
nión que de sí mismo tenía.
Fastidiado de los hombres, se retiró a los montes y vi-
vió manteniéndose de hierbas, pero afectado de hidropesía
(retención de líquidos) regresó a la ciudad donde pregun-
tó enigmáticamente a los médicos “si podrían de la lluvia

–176–
hacer sequía” pero no entendieron su demanda. Finalmente
se fue a vivir a un estercolero convencido, si era cubierto
de heces de vaca, de que el calor del estiércol le absorbería
las humedades. No fue así y murió al día siguiente, ya ven,
en la contradicción del convencimiento de que el logos era
seco mientras que él estaba hasta las trancas de humores...
y estiércol.
Aún así no ha sido el filósofo más odiado. Después de
todo sus ideas han servido de base para el progreso del hom-
bre y así se ha reconocido. No obstante Sócrates, siempre
irónico y elegante en la crítica dijo de su obra que “es nece-
sario de un nadador delio para no ahogarse en ella”. Como
para meterse en el agua.
Otro ejemplo. El término “cínico” es un vocablo que se
usa para designar aquella persona de dudosa posición, que
dice digo donde quiso decir diego y además de jacta con
sorna de una situación que no resulta cómoda para su inter-
locutor. Hoy por hoy el cínico es un individuo poco popular.
Para qué engañarnos, es el típico tío que camina por la calle
pensado que dispone de licencia para pisar el cuello de los
demás.
Sin embargo los filósofos cínicos son otra cosa. El tér-
mino “cínico” viene del griego “Cynikós”, que significa
“perruno” o las cualidades de la condición de ser perro. Los
más académicos dicen que estos filósofos se reunían en el
gimnasio de “Cynosarges” o del “perro blanco”. Y como
es habitual ustedes se estarán preguntando ¿qué tiene que
ver la perrunez con la filosofía? Pues mucho. Es el histo-
riador Carlos García Cual el que ha llamado por su nom-
bre a este nutrido y peculiar conjunto de filósofos griegos
que vivieron, en su mayoría, allá por los años en los que
Alejandro Magno hacía temblar al mundo. Su nombre, la
“Secta del perro”. Fueron, sin lugar a dudas, los primeros
“hippies” de la historia. Para que vean que ya está todo in-
ventado. El pensador cínico no llevaba una vida encadena-
da a las posesiones materiales, al contrario confiaba en lo
que da la tierra, no tenía ni poseía objetos, no usaba dinero,

–177–
mendigaba el favor de los conciudadanos, criticaba todo
estilo de vida que conllevase no disfrutar de los dones que
da la naturaleza y que la vida diaria y estresante nos arre-
bata, tales como un amanecer o un atardecer (espectáculos
diarios a los que casi nadie asiste) el olor de las flores y del
resto de la naturaleza (encorsetado en un universo de des-
odorantes y colonias), pasear con tranquilidad y perderse
rumbo a ninguna parte (ajenos a esa obsesión tan nuestra de
llegar cuanto antes no se sabe bien por qué), en fin, aceptar
la vida conforme a la naturaleza, despreciando las normas
sociales establecidas con el optimismo y la indiferencia crí-
tica que tienen los perros.
Como podemos ver, ir contra lo establecido ha sido casi
una constante en la historia de la humanidad y el primer
filósofo que adoptó esta posición del modo más llamativo
y divertido fue Diógenes de Sínope o el cínico. Este pe-
culiar personaje iba contracorriente en todos los sentidos
como lo refleja sus anécdotas cada cual más divertida; ja-
más tuvo posesión alguna y trató siempre de hacer com-
prender a los demás de la inutilidad de estar amarrado a los
objetos. No tenía casa, vivía de aquí para allá, refugiándose
de las inclemencias del tiempo cuando no eran soportables
pero, por ejemplo, aprovechando la lluvia para mejorar su
higiene personal cuando otros corrían a resguardarse. So-
lía reflexionar en el interior de un tonel que, dicho sea de
paso, nunca consideró de su propiedad, tal es así que cuan-
do el tiempo y la circunstancia lo destruyó, ni se desanimó
ni lo lamentó, ahora que tampoco buscó otro. Cuentan los
cronistas que disponía de una sencilla toga como única y
exclusiva prenda de vestuario; un día al entrar en un baño
público la dejó colgada en la entrada, con toda la suciedad
y los piojos imaginables. Pues bien, un filósofo rival suyo,
Calicles, se la cambió por una rica toga con bordados de
oro. Cuando Diógenes salió del baño y no encontró el trozo
de trapo que le servía para cubrir su desnudez, ni que decir
tiene que se fue desnudo a la calle. También cuentan de que
disponía de un cuenco de madera para comer el alimento

–178–
que los ciudadanos le daban cuando mendigaba, pero cuan-
do vio como un niño usaba la palma de su mano para beber,
decidió tirarlo. No es la anécdota más escatológica, dicen
que un día vio a un muchacho masturbarse y comentó “¡Ah,
si frotándome el estómago consiguiese aliviar el hambre!”
Incluso cuenta la leyenda que Alejandro Magno fue a visi-
tarlo para conocer al famoso filósofo que, en esa ocasión,
estaba tomando el sol. “¿qué es lo que quieres, Diógenes?,
el hombre más poderoso de la tierra te concederá lo que le
pidas”, le dijo Alejandro al filósofo. “Pues apártate que me
estás tapando el Sol”. Como pueden ver otro mundo es po-
sible desde la filosofía, incluso hacer ver al más pintado que
todos estamos hechos del mismo lodo perruno.

LA FILOSOFÍA COMO PROFESIÓN POCO RECOMENDABLE.

¿Nunca han tenido que dar explicaciones por su con-


dición filosófica? Porque como adelantaba en el título del
texto, la filosofía es una profesión poco recomendable. Yo
tengo que dar explicaciones al menos dos o tres veces al
día. Todos el mundo me pregunta por qué ser filósofo, por
qué me metí por esa senda escondida, abrupta y llena de
malos momentos. Si les dijese que por vocación, algunos de
ustedes ya comenzará a pensar que estoy loco. La verdad es
que en casa la decisión de estudiar filosofía se tomó de un
modo bastante escéptico. Otro capricho descabellado de un
adolescente sin rumbo fijo ni norte definido. Con lo rentable
que es la fontanería, un oficio con futuro asegurado. Pero
¿Filósofo? ¿Y para qué sirve? ¿Se gana dinero? Quizás de
todas de todas las ciencias, por llamar al conocimiento de
alguna forma, la filosofía es la ciencia más inútil y la mas
perjudicial. Veamos una vez más a los clásicos.
Para empezar en la antigüedad no estaba nada claro quién
era el padre de la filosofía y sus destinos resultan tan incier-
tos como el de todos su herederos. Así uno de los padres
apócrifos de la filosofía es Orfeo Tracio, de muerte incierta

–179–
ya que se duda sobre si fue despedazado por una horda de
mujeres o destrozado por un rayo tal y como aseguraba su
epitafio. Tales, nuestra mejor opción para el inaugural pen-
samiento especulativo, formó parte de los siete sabios de
Grecia que al parecer eran catorce por que al consultar las
listas vemos que el número es demasiado plural. En una
primera lista aparecen Tales, Solón, Periandro, Cleobulo,
Quilón, Biante y Pitaco. Sin embargo algunos añaden a
Anacarsis, Escita, Misón, Queneo, Ferecides, Siro y Epimé-
nides Cretenseo, Pisistrato Tirano. Con el mismo Tales no
estaba la cosa tampoco tan clara ya que existieron cinco Ta-
les en la antigüedad dignos de mención. De cualquier forma
dejemos a un lado a los apócrifos, contraviniendo la ola que
nos invade y recordemos un situación chistosa protagoniza-
da por Tales, antes de narrar su triste final. Entre sus muchas
sentencias atribuidas, está esta: “Entre la muerte y la vida
no hay diferencia alguna”, a lo que un contertulio añadió:
“¿Pues, ¿Por qué no te mueres tú?”, a lo que Tales respon-
dió: “ pues porque no hay diferencia”. Y a eso vamos, al pa-
recer murió mientras asistía como espectador a unos juegos
gimnásticos, quizás debido a un golpe de calor y a su avan-
zada edad. Cuando la multitud se disipó trataron en vano de
despertarle. Nadie había reparado en su agonía. No fue el
único. Biante, uno de los presuntos siete sabios de Grecia,
murió tras el acaloramiento de un pleito que naturalmente
ganó. La truculenta muerte de Periandro es digna de refe-
rir. Mandó a dos jóvenes que le quitaran la vida durante la
noche y que lo enterrasen donde lo encontrasen. Tras estos
envió a cuatro sicarios que acabasen con la vida de los dos
primeros y finalmente contra estos cuatro envió a un ter-
cer grupo. La verdad es que fue individuo de dudoso calaje
moral, acabó con la vida de su esposa mientras estaba en
cinta, animado por cuatro amantes que luego quemó vivas.
No toda muerte es tan planificada, de esta forma, Anacarsis
Escita falleció de un flechazo asestado por su hermano du-
rante una cacería. No sabemos si tras este accidente de caza
se escondía alguna secreta discusión filosófica. Tampoco es

–180–
el caso de Ferecides del cual se duda si se despeñó por un
volcán o si murió comido por los piojos, tal vez no pudo
soportar el picor y se tuvo que arrojar al interior de la tierra.
Cuenta la leyenda que Pitágoras acudió a verlo por que se
encontraba enfermo y a través de una rendija de la puerta,
le enseñó un dedo y le dijo “deduce a partir de esto mi es-
tado”. La enfermedad también acabó con Pitágoras que ex-
piró sobre un banal de habas, toda una tragedia para aquel
que sostenía que se trataba de un fruto de la tierra impuro.
Como comentamos antes el de Heráclito es un caso igual-
mente trágico desde lo filosófico, que murió de hidropesía
ante el convencimiento de que el logos era seco. La falta de
popularidad o la depresión parecen constantes en los filóso-
fos antiguos, no hace falta recordar el aprecio que desperta-
ba entre sus conciudadano el “tábano” de Atenas, Sócrates,
condenado a beber cicuta; siempre me he preguntado cómo
sería la idiosincrasia de ese pueblo griego que tras una con-
dena a muerte tan chapucera conseguía conciliar el sueño
la noche siguiente. Jenófanes, padre de la escuela de Elea,
tuvo una vida novelesca, fue capturado y vendido como
esclavo y fue rescatado por Parmenisco y Orestades en la
recompra, su popularidad fue tal murió pobre, viejo y en el
más absoluto de los abandonos. Empédocles fue acusado
de ser un charlatán y un nigromante; existen seis versio-
nes sobre su muerte, el autoestrangulamiento a los sesenta
años, muerto durante el exilio, suicidio por ahorcamiento,
atropellado por un carro a la edad de setenta y siete, des-
peñado en un acantilado y, la más conocida, tras resucitar
a una mujer y convencido de su condición divina, se arrojó
al interior del volcán Etna, que unos instantes más tarde ex-
pulsó sus famosas sandalias de bronce. Se ve que existe una
desconocida conexión entre los filósofos y los volcanes.
Cualquiera sabe qué ocurriría con un individuo tal que dijo
haber hablado con un hombre que había caído de la Luna.
Para que vea que Sócrates tenía razón, Anaxágoras también
fue juzgado por impiedad y condenado a muerte. Cuando
le comunicaron el veredicto dijo.-“¡Desde hace tiempo la

–181–
naturaleza ha condenado a muerte a mis enemigos”. ¿Se
quedó a esperar su sentencia? ¡No! ¡sobornó a sus carce-
leros antes de ser leída la sentencia! ¿Le fue bien? En ab-
soluto, hubo un segundo juicio y contó con la defensa del
mismísimo Perícles, a pesar de su apasionada defensa, fue
condenado al ostracismo; el destino inexorable propició su
muerte en el exilio, dicen que humillado por la condena, se
dejó morir de hambre en Lampsaco.
No sería justo escribir un ensayo sobre el trágico (y en
ocasiones cómico) destino de los filósofos sin mencionar a
uno que, esta vez sí hay constancia histórica, sonreía muy a
menudo. Se trata de risible Demócrito. Viajero incansable,
astrónomo, médico y taumaturgo, su conocimiento y su for-
ma de reír eran tan conocidos en Grecia que sus coetáneos
lo apodaron “el guasón” o “la sabiduría”. Tan desmesurada
era su carcajada que los envarados académicos de la época
lo llamaban a sus espaladas “el idiota”. Dicen que el ob-
jeto de sus chanzas solía ser Anaxágoras que, cansado de
tanto chiste le negó la entrada en la escuela de Atenas que
éste había fundado. Dice que tenía u poder de deducción
que rayaba lo paranormal, por ejemplo decía: -“esta leche
que bebo ha sido ordeñada de una cabra negra, nacida del
primer parto”, ¡Y así era! Cuentan que también un día sa-
ludó a una amiga de Hipócrates diciéndole: “¡Buenos días,
muchacha!”. A la mañana siguiente le dijo: “¡Buenos días,
mujer!”, y en efecto esa noche había perdido la virginidad
(no sabemos si a manos de Hipócrates). Tomen nota de uno
de sus consejos médico para la impotencia masculina: “res-
tregar la verga con pimienta verde molida, miel y leche de
cabra y así obtendréis una erección a voluntad” (y la viagra
sin inventar). Cuenta Tertuliano que, ante su decrepitud físi-
ca, se cegó para siempre contemplando el sol en un escudo
plateado, y no tener que soportar la visión de la belleza fe-
menina (se ve que la pimienta, la leche y la miel ya no sur-
tían efecto). Finalmente, y cansado de vivir, fue reduciendo
paulatinamente su ración de comida y murió de hambre.
Los grandes satanizados de la filosofía socrática son, sin

–182–
duda, los sofistas. Hay quien ha dicho que se merecían todo
aquello que les pasase tras su enfrentamiento con San Só-
crates. Pues contentos estarán los que conozcan la peripecia
de Protágoras. Paradójicamente sufrió la condena de impie-
dad, debido a su agnosticismo, y fue condenado a muerte,
pero como no quería seguir el ejemplo de Sócrates, huyó
por mar perseguido por un trirreme ateniense, naufragó y
murió ahogado cerca de Sicilia. No es el caso de Gorgias,
que murió a los ciento un años, ¡también de inanición pro-
vocada. El no ya tan joven Platón fue vendido como esclavo
cuando trata de poner en práctica uno de sus descabellados
proyectos políticos, al parecer su amigo Dión lo compró y
le salvó la vida y la reputación.
La historia de la filosofía está llena de cazas de brujas
y sin sabores para los filósofos. Dejando atrás la antigüe-
dad vemos por ejemplo que los gnósticos, en un pronto de
popularidad, terminaron por enterrar sus escritos casi dos
mil años, San Agustín murió amargado por lo aldabonazos
que daban los bárbaros a la puerta de su ciudad, no hace
falta recordar la tragedia que se dio entre Abelardo y Elo-
isa, tampoco hace falta recordar lo popular que era Guiller-
mo de Ockham y el resto de nominalistas. Copérnico tuvo
que disfrutar de su pensamiento revolucionario en silencio
¡Qué decir de Giordano Bruno! Y olisqueando la pira, Ga-
lileo, que al final tuvo que genuflexionar ante la autoridad
eclesial. El aristotelismo vendería caro su pellejo. Incluso
la enseñanza, ya lo demostraremos más tarde, es mala para
la salud, sino que se lo pregunten a Descartes, muerto por
pulmonía por las clases que tenía que darle a la Reina María
Cristina de Suecia en plena madrugada. Leibniz, querido
sobre todo por amargar la victoria infinitesimal de Newton
en querellas de derecho de autor, murió en el más absoluto
de los abandonos, nadie fue a su entierro. Spinoza fue un
desarraigado toda la vida, rechazado por unos y por otros.
Rousseau, paranoico enfermo mental, víctima de sus pro-
pios pensamientos, ¿Qué me dicen de Sade? Sin comenta-
rios. Kant, un triste y hosco paseante que odiaba al mundo,

–183–
suspiraba por su condición de relojero frustrado. Nietzsche,
muerto por el sentimiento atronador del superhombre que
llega o una sífilis mal curada (nunca se sabe), cualquier
forma víctima del flaco favor de su puñetera hermana que
cobraba entradas para que lo vieran postrado y vegetando y
por mutilar sus texto para la gloria del III Reich. ¿No fue un
indeseable Malthus? Muchos economistas de la actualidad
lo siguen a pies juntillas. Russell acusado de polígamo y de
tener una dudosa moral al mismo tiempo que los frankfur-
tianos cogían todos el tren rumbo a cualquier lugar fuera
de su crematoria Alemania, y Benjamin perseguido hasta
quedar exhausto no encuentra otra salida que descerrajarse
un disparo en la cabeza. Sartre muere en una decrepitud
existencial tal que no para de beber y de recibir jóvenes
amantes y doña Simone de Beauvoire se pone a escribir un
libro para contarlo, toda una celebración del adiós ¿Quién
no ha pensado que Freud, el padre del psicoanálisis no es
más que un enfermo después de lo que cuenta del complejo
de Edipo y de Electra? Wilhelm Reich murió apuñalado en
la cárcel de San Quintín, Teilhard de Chardin excomulga-
do, Unamuno muerto en el exilio y menos mal por que si el
pobre, tras vivir el desastre, vive la guerra civil... Heidegger
ya saben ustedes, en extremo germanófilo, me pregunto que
si la condición filosófica otorga cierta bondad, por qué no
defendió a Husserl y se hubiera marchado al exilio quitán-
dose de la solapa la esvástica. Si esto es así, virgencita que
me quede como estoy. Y todo por unas ideas y una cohe-
rencia.

EN LAS FRONTERA EDUCATIVA.

Pocas son las salidas laborales, cada vez menos, a las que
el filósofo puede optar. La enseñanza es la más recurrente,
aunque al paso con que están acribillando a las humanida-
des, los filósofos terminaremos en las esquinas, sobre un
cajón de madera, enarbolando un discurso a los viandan-
tes que hacen oídos sordos. Además el filósofo también es

–184–
percibido con incomodidad y sospecha en una sociedad
cada vez más idiotizada, donde lo contemplativo no es un
valor en alza, somos individuos inquietantes, que provoca-
mos recelos, sembramos la duda, cuando no te confunde
con un cura o un psicólogo. Cuantas veces tendré que decir-
le a los amigos que no soy un aljibe de lágrimas, problemas
y neuras, “pero tú eres un filósofo, estás acostumbrado a
escuchar”. Ojalá no tuviese orejas.
Las salidas laborales de un filósofo son realmente li-
mitadas, lo que hace que nos preguntemos de qué vivían
los clásicos. Cuando miramos en retrospectiva las distintas
biografías de los pensadores de la historia de la filosofía
vemos que o el sablazo al mecenas de turno o la enseñanza
son las principales actividades desplegadas. Además de los
pensadores aristócratas con esclavos a su servicio resulta
demasiado increíble que figuras como Sócrates o Platón no
sacasen partido crematístico a su conocimiento y sus ca-
pacidades filosóficas, a pesar de sus continuas acusaciones
contra la sofística asalariada. De la aclamada Academia
algo se sacaría en claro.
En la actualidad las posibilidades no han variado dema-
siado. Salvo que el filósofo se dedique profesionalmente al
ensayo o la novela, lo que ya sería un logro de dimensiones
épicas en una sociedad donde la falta de cultura es un valor
reivindicado por la masa, la educación es la única salida.
Dos son los ámbitos genéricos, la enseñanza secundaria y
la universidad. Las aspiraciones universitarias son tan limi-
tadas como utópicas, básicamente el becario se mantiene a
la espera de un puesto docente que tiene una categoría casi
vitalicia y toda beca es limitada en el tiempo y el espacio.
La educación secundaria es casi una locura. En la mayo-
ría de ocasiones hay que defender la filosofía ante los alum-
nos y el resto del profesorado. Los docentes no filósofos
piensan que los filósofos no tiene nada que enseñar o en el
mejor de los casos dan asignaturas flojas de contenido, esta
opinión se contagia como el resfriado. Tomen por ejemplo
una signatura tan necesaria como la ética en el último año

–185–
de la educación secundaria obligatoria, lo primero que dicen
los alumnos es “no iremos a hacer un examen ¿verdad?”.
Aunque no soy muy partidario de los exámenes, estos son
necesarios por varias razones, en primer lugar por que sin
una prueba objetiva que bareme el conocimiento del alum-
no y si se propone n trabajo como alternativa, los alumnos
son muy hábiles fusilando trabajos de internet. Casi ningún
alumno lee los libros que se proponen y en clase desprecian
abiertamente los contenidos de las asignaturas amparándo-
se en la promoción automática que tanto daño ha hecho en
las dinámicas escolares. Durante años se han ido facturando
generaciones de analfabetos funcionales desde las escuelas
y los institutos. Este horror instrumental que ha sido denun-
ciado por muchos filósofos en los claustros de profesores
ha sido tomado con el cinismo del que ve en el filósofo a un
alarmista inoportuno.
El panorama no mejora en el bachillerato. En el primer
curso los alumnos se ríen del profesor abiertamente ya que
están dispuestos a pasar parte de su juventud repitiendo cur-
so, en el segundo año están tan agobiados que engullen los
contenidos sin meditar sobre su significados y retienen con-
ceptos como: Tales, el del agua o Marx, el comunista. La
enseñanza de la filosofía, como de cualquier otra disciplina,
puede ser peligrosa. El piropo más trabajado y conseguido
que he recibido de un alumno es “todos los filósofos sois
unos malparidos”. Como ustedes comprenderán tuve que
acompañar al angelito al despacho de jefatura de estudios
para que reconsiderase el significado de tan nobles palabras.
Durante mis guardias de recreo que quitado de las manos de
los alumnos palos, piedras, tenedores incluso algún cuchillo
que, tras cortar el pan para el bocadillo era usado como ma-
terial de prácticas de esgrimas. Fue en un instituto de una
provincia fronteriza donde el hijo de un conocido camello
local, al iniciar un examen de ética, colocó una navaja sobre
el pupitre, y mientras, divertido, observaba mi reacción, me
dijo que reconsiderase mi opción de suspenderlo. Sospecho
que era el mismo que asediaba los coches del parking del

–186–
profesorado, destrozando espejos retrovisores (sin atisbo de
superstición) y pinchando ruedas. Es para pensarlo. Sin em-
bargo esta resistencia al conocimiento tan neta no es nada
comparada con la resistencia mental. Aún recuerdo diverti-
do el día que un orientador de centro, psicólogo, benditos
sean, me llamó a su despacho para recriminarme que mi
explicación del mundo de las ideas estaba traumatizando a
una alumna y no era tanto mi forma de explicar (ya me esta-
ba preocupando) como su contenido. “¿Cómo podía Platón
pensar una cosa así? ¿De qué iba ese tío? Es un argumento
intragable”. Hasta ahí habíamos llegado. “¿Y la psicología
orientativa y terapéutica, querido amigo? ¿Quién les auto-
riza a meter baza en la mete del hombre? ¿El conductis-
mo? ¿La teoría psicoanalítica?, sepa usted que Walden 2 de
Skinner es una obra muy cercana al fascismo y que si usted
comparte algunos de los conceptos de Freud o cualquiera de
sus seguidores le diré que estaban seriamente influidos por
los materialistas dialécticos y los evolucionistas, por lo que
su modo de análisis ha apoyado y fomentado el colonialis-
mo, el imperialismo y una visión antropológica etnocéntri-
ca. ¿Cómo puede usted dedicarse a orientar y a coartar el
libre albedrío?”. Donde las dan las toman. Y aquí es donde
surge el tópico. Puede que tras lo contado muchos piensen
que la filosofía arrastra tras sí una maldición como la del
faraón Tut-hamkamón, pero no. No cambiaría la filosofía
por nada y muchas han sido las sonrisas que han acontecido
a mi asombro filosófico. Y tal vez sea mejor, a pesar de que
en ocasiones uno se torne pesimista. Si me tiene que pillar
el fin, que sea riendo.

–187–
APROXIMACIONES A UNA NOCIÓN DEL HUMOR
COMO ESTRATEGIA DE SOSTENIBILIDAD

Por
MANUEL JOSÉ SIERRA HERNÁNDEZ
Morfología del humor..., pág. 189
MANUEL JOSÉ SIERRA HERNÁNDEZ, arquitecto por la ETSA de
Sevilla

–190–
SINOPSIS

S I la naturaleza es, como dicen, sabia, el humor en-


tonces presenta un fin». Una reivindicación del hu-
mor como fundamento de la supervivencia del ser
humano, que sirvió en el pasado, sirve en el presente y ser-
virá en el futuro hacia un tema tan candente y tan necesario
como es la sostenibilidad. A través de distintas concepcio-
nes culturales y de las diversas formulaciones del humor,
obtener nociones acerca de lo que éste supone para la vida
del ser humano y para su relación con un entorno del cual
procede, depende y debe proteger, hasta concluir que parte
de la fracción del éxito del hombre como especie, descansa
en esta cualidad que le ha permitido mantenerse flexible e
inédito ante los constantes vaivenes de la incertidumbre y
del devenir, puesto que como se termina “el humor es, ante
todo, herramienta del desequilibrio”.

APROXIMACIONES A UNA NOCIÓN DEL HUMOR


COMO ESTRATEGIA DE SOSTENIBILIDAD.

Si la naturaleza es, como dicen, sabia, el humor entonces


presenta un fin. Como parte integrante de la socialidad de
los seres humanos facilita las relaciones, como función cor-
poral es expresión de alegría, tonifica los músculos y alivia
las tensiones producidas en el día a día. Incluso lo encon-
tramos cual alternativa medicinal si somos fervientes de la
risoterapia. Podemos decir entonces que el humor, la risa,
es beneficiosa, sin embargo no dejamos de concebirla como
un maravilloso añadido resultado del algo, objeto secunda-
rio, que alegra la existencia, sí, no obstante prescindible.

–191–
Y a pesar de ello nos es especial porque nos distingue,
porque nos es única, patrimonio exclusivo del ser humano,
tanto que en algunas culturas indígenas americanas no se
considera al recién nacido una persona, un miembro pleno
de la sociedad, hasta que no esboza la primera sonrisa. Para
estas culturas la respuesta está clara, reímos porque tenemos
alma, el humor es patrimonio diferenciador del animal di-
vino, y la divinidad es misterio, por lo que el humor es mis-
terio. Apartándonos del camino de la cuestión sin respuesta
la pregunta es si el humor además de diferenciarnos podría
detentar la función de componente fundamental de nuestra
supervivencia, de nuestra sostenibilidad en un entorno que
muchas veces nos es ajeno. El humor como sentimiento que
configura, o como opción vital: amar, odiar, crear, destruir,
replegarse, luchar,... reír.
A menudo identificamos la risa como proyección de la
alegría que nos desborda en una determinada situación, al
amar, al crear algo, al afrontar con éxito una situación; la
risa como un posible resultado de amar con intensidad, crear
con intensidad, luchar con intensidad,... Y si la risa hace que
nos sintamos bien desearíamos continuar esa situación que
la produce siempre. No obstante no es conveniente amar
eternamente, ciega la vista, ni alargar un momento creativo
hasta el infinito, agota el entendimiento, ni luchar indefini-
damente, abona la crispación. Recordamos la imagen del
Buda que sonríe, Siddharta no elige vivir con intensidad
sino adoptar la vía del medio, eliminar el deseo como fuen-
te de sufrimiento. Y sin embargo sonríe, esto es, el humor
de repente se independiza de la necesidad de la intensidad.
No es necesario amar con intensidad para reír, y de igual
modo, porque también reímos como consecuencia de odiar,
destruir o replegarnos, no es imprescindible sufrir para reír.
Si el sufrimiento es consecuencia del deseo, su opuesto, la
alegría, la risa, no depende de él. Obviando al deseo po-
dríamos integrar todos los sentimientos en una línea única
y definida alcanzando un punto medio para todos del tal
modo que sea imposible distinguir entre origen, trayecto y
destino, y seguir manteniendo el humor intachable.

–192–
El humor por tanto puede ser entendido como respues-
ta, alternativa y opuesto a una noción del deseo, al menos
independiente de él. Al fin y al cabo el deseo parece proce-
der de una necesidad externa, de un estímulo inducido, de
una abducción del individuo. Pero en la falta de la creencia,
porque al fin y al cabo el hombre no es un sujeto puramente
pasivo, de que el deseo surja exclusivamente de un estí-
mulo externo, recuperamos la idea deleuziana de que éste
surja por la propia idiosincrasia del sujeto humano; esto es,
deseamos porque somos, porque después de todo el deseo
nos es natural, al menos tan natural como el humor, de tal
modo que podríamos pensar que podemos pasarnos la vida
amando u odiando; y sin embargo intuimos que esto no
puede ser así. Todo sentimiento y acción debe abrirse al
resto para no degenerar en un ente obsesionado incapaz de
cualquier relación con el entorno. Al final llegamos a otra
posible vía del medio: la de agotar todo sentimiento con
intensidad conformando ciclos de amor-odio, creación-des-
trucción, lucha-repliegue, alegría-tristeza, humor... bucles
en el tiempo y en el espacio que nos hacen retornar a un
origen que a la vez es punto de destino. Dice una antigua
creencia china que a los espíritus malignos sólo les gusta
moverse en línea recta, de este modo se comprende que los
tejados de las casas chinas sean curvos, o que los puentes
adopten trazados zigzagueantes en planta o en sección, para
evitar que estos penetren en los hogares o en las ciudades.
La línea recta conforma la distancia más corta entre dos
puntos, es más rápida, más directa, se tarda menos tiempo,
resulta más eficaz, así como cualquier punto en su trazado
es indistinguible del resto. Sin embargo errar resulta más
humano, caminar dando tumbos, creando bucles y nodos en
el trayecto, puntos de concurrencia, puntos de singularidad,
puntos de relación con la naturaleza circundante,... en defi-
nitiva errar, pero llenando de contenido el camino. Al final
el espíritu maligno no es maligno porque camine en línea
recta sino porque muestra una total indiferencia hacia lo
que le rodea, indiferencia que se perfila hacia la completa

–193–
apatía de dicho espíritu, una apatía que arrastra a lo que toca
hacia el caos, la tristeza y la autodestrucción. El espíritu
maligno no es maligno porque tome el camino corto, sino
porque se insolidariza con el entorno, no es capaz de tomar
un desvío para ayudar a un congénere o para regar a una
planta, o tomarse el tiempo necesario para disfrutar de una
taza de té, para admirar un paisaje, o para disfrutar de la
compañía de un semejante. El espíritu maligno no es malig-
no porque camine con rectitud, la línea recta sería coherente
si tuviésemos la paciencia de detenernos ante un obstáculo
hasta que éste desaparezca por si solo, sino porque no tiene
en cuenta el tiempo y el espacio que se ha necesitado para
conformar ese obstáculo, el espíritu maligno simplemente
avanza, arrasa, como un elefante en una cristalería. Final-
mente la malignidad desde este punto de vista de compren-
sión de la filosofía oriental consistiría en la determinación
del tiempo y del espacio, la violencia de un proceso que
tiene predefinidas tanto la distancia entre origen y final del
proceso como tiempo de duración del proceso sin atender
a las necesidades de un medio que late a su alrededor. Esto
es, frente a la línea recta la filosofía oriental propone el an-
dar sinuoso, el hombre como componente de la naturaleza,
desde lo global conformamos lo local con el eterno mutar
como única certeza, inmerso en un campo de dualidades, el
ying y el yang, porque no sólo reímos también lloramos, de
tal modo que la risa es entendida como un feliz encuentro
tras una curva del camino, la maravillosa posibilidad que
surge como proyección de una emocionalidad sinuosa.
En cambio, occidente parte desde la posición del obser-
vador, en un entendimiento de la concepción griega de la
piedad: que aquello llegue a ser lo que tenga potencia de
ser; no obstante entendimiento sesgado y antropocentri-
zado. Al contrario que oriente que supone lo maligno en
toda trasgresión del eterno mutar, occidente lo percibe en
aquello que amenace con menoscabar la potencialidad del
individuo. Es un paradigma totalmente opuesto, conformar
lo global desde lo local, la potencia del individuo como

–194–
punto de partida y base de la transformación del mundo,
la naturaleza puesta al servicio del hombre. De este modo
se comprende que se opte por la línea recta en vez del ca-
mino sinuoso y que lo maligno no sea un hecho objetivo
sino subjetivo. El sujeto, en pos de una determinación del
tiempo y del espacio, gestiona los medios, los instrumentos
y los recursos necesarios que le permitan llegar al objetivo
propuesto por su individualidad. Y todo lo demás es recha-
zado por superfluo. Llega un momento en que incluso el
cuerpo, origen de debilidad y de degradación, es rechaza-
do, se imponen como virtudes cualidades morales como la
sabiduría, la templanza, la fortaleza y la justicia, y como
defectos todas aquellas funciones que nos son naturales,
factores del deseo, que descansan en el bajo vientre. Dentro
de esta subjetividad los sentimientos entran en la cuestión
con intermitencia, unas veces son denigrados, otras son asi-
milados puesto que su intermediación permite determinar
en un primer instante la dirección a la que debe encami-
narse la potencialidad, no obstante una vez hecho esto son
apartados en pos del objetivo. Y el humor,... si el amor o
el odio permiten vislumbrar caminos, el humor es un acci-
dente, no hay nada lógico en el humor, nada que permita a
continuación determinar el siguiente paso a dar, reír forma
parte del bajo vientre, todavía peor, surge como el producto
de un absurdo, lo jocoso, de un hecho inesperado, fuera de
control y por tanto vilipendiado, que se sale de la lógica del
camino recto.
En definitiva, retomando, por un lado tenemos el hu-
mor como proyección de una emocionalidad sinuosa, por
el otro como producto de un absurdo. Sin embargo no más
que nociones anticuadas y que no responden a la verdadera
realidad. Ni las sociedades orientales llegan al extremo de
dejarse llevar por el eterno fluir, ni las occidentales de for-
zar denodadamente la realidad a sus requerimientos. Existe
un elemento de incertidumbre, una realidad inmanente des-
conocida que ha conllevado que en numerosas ocasiones
tanto el andar sinuoso como la línea recta entren en crisis,

–195–
a lo que el humor curiosamente ha salido reforzado. Al fin
y al cabo es patrimonio constituyente del tal modo que se
percibe e intuye que no es únicamente una simple proyec-
ción, y que detenta algo más que ser consecuencia de una
reacción ante un absurdo.
No olvidemos una cuestión, el humor no ostenta la ex-
clusividad de las exclusividades del hombre. La facultad de
canalizar objetos y usos para esos objetos es, para muchos
estudiosos, lo que verdaderamente nos caracteriza respecto
del resto de los seres vivos. Adquirir conciencia sobre los
objetos del mundo, adquirir conciencia sobre el propio mun-
do, finalmente adquirir conciencia sobre nosotros mismos,
sobre un ser, el sujeto propio individuo que se ve inmerso
en una naturaleza que le amenaza y, si aceptamos la defini-
ción de hombre de Ortega y Gasset, le acaba siendo ajena,
por lo que el hombre pasa a ser un extrañado del medio que
le vio nacer; o, si preferimos la noción de Heiddeger, le si-
gue resultando propia y madre, y como enraizado busca el
medio de saberse y realizarse diferente sin separarse de un
entorno del cual depende. En cualquier caso, ya sea como
extrañado o enraizado en la naturaleza tal cambio funda-
mental no puede entenderse sin compañeros en el tránsito.
En algún momento el hecho de adquirir conciencia de
sí mismo, del entorno, de sí mismo inmerso en el entorno,
de la realidad del entorno, de las aposturas de la propia na-
turaleza que le constituye, significaría que llegado un nivel
el hombre podría extrapolarse a todo esto para comprender
la futilidad de todo acto ante la muerte como única certeza.
Hemos hablado de los griegos, de la piedad en su concep-
ción original tal como estos la entendían, podemos hablar
de su concepto de la esperanza, o del deseo. El mito de la
“Caja de Pandora” por ejemplo, cuando se abrió la caja y
todos los males acometieron a los seres humanos, cuando
estos no vieron otra posible postura que morir para dejar de
sufrir de la caja surgió la esperanza que les insufló ánimos
para soportar todas las contrariedades por duras que fuesen.
La esperanza de un mañana mejor ¿o más bien el deseo de

–196–
esperar a un mañana mejor? El deseo como constitutivo del
ser humano, de algún modo como componente que acogió
para compensar la mengua del instinto ¿Y el humor? ¿Sería
el humor otro compañero acogido durante el tránsito desde
la pérdida del instinto a la conciencia de sí mismo?
Hemos hablado del humor como independiente del de-
seo, como proyección de una emocionalidad sinuosa o como
producto de un absurdo. No hemos hablado del humor des-
de sus distintas formulaciones: la ironía, el sarcasmo, la sá-
tira, el chiste, el escarnio, la fanfarronada,... la felicidad. La
primera acepción de la palabra felicidad en el diccionario
de la Real Academia de la Lengua Española indica que ésta
es “el estado de ánimo que se complace en la posesión de un
bien” ¿de un bien que se ha deseado? La risa entonces cuan-
do se produce a causa de la felicidad no es independiente
del deseo, o más bien es un apoyo del deseo, porque si el
deseo también puede desembocar en sufrimiento y tan terri-
ble es esta realidad que precisamente necesitamos del deseo
para afrontarla, el estado de felicidad, la risa proveniente
del estado de felicidad, sirve para afirmarnos en el objeto
del deseo, más bien para reafirmarnos que no todo es nece-
sariamente fútil ¿Es entonces la risa –si atendemos desde
un punto de vista nihilista– un engaño? ¿Un opiáceo? Si la
ironía es una figura retórica que da a entender lo contrario
de lo que se dice, el deseo y el humor “no” son funciones
de un organismo formulado para entablar relaciones con el
entorno, y de este modo llegamos de paso al sarcasmo. La
crueldad con que acomete el sarcasmo contra algo, la ofen-
sa que supone contra la vida de otro, la esencia de otro, el
deseo de otro,... un humor mordaz que se ríe de la existen-
cia misma o del proceder mismo en la existencia de otro ¿es
expresión de un deseo de dañar? Y este deseo ¿provendrá
de una necesidad intrínseca del individuo o de una instancia
externa? Lo que sí es que este deseo parece ir más allá de lo
que la mera necesidad instintiva requiere, dañar el deseo de
alguien o la potencia de algo, comportarse como un extraño
ante ese alguien o algo; de nuevo estamos ante el hombre

–197–
como extrañado de Ortega y Gasset, que canaliza objetos y
usos en pos de objetivos que van más allá de la necesidad
inmediata; esto es, la línea recta del paradigma occidental
de satisfacción de la potencia individual, una línea recta que
gestiona medios y procesos, la tecnología como un interfaz
que le permite llegar a los objetivos del buen vivir sobre-
pasando las necesidades primarias. Ante esta perspectiva es
normal que se rechace al cuerpo como fuente de posibles
errores, y es normal que la naturaleza, más que actor de una
experiencia común, se vea como escenario de una experien-
cia propia del sujeto, o incluso teniendo a veces que ex-
pulsarla pues sus designios nos son contrarios. Un camino
en definitiva restrictivo, y arbitrario en parte, pues procede
de la subjetividad del individuo, de tal modo que no es de
extrañar que una frase irónica, tratando del procedimiento
de la línea recta, exprese en realidad la posibilidad de una
vía contraria a la elegida. Nueva perspectiva ésta. Podría
aun ser que occidente rechace al humor no porque sea el
producto de un absurdo, sino porque ridiculiza lo subjetiva-
mente necesario de la línea recta. Como la sátira de costum-
bres, tan tradicionalmente temida, buen ejemplo tenemos
en el “Elogio de la Locura” de Erasmo, que se ríe de las
vanas glorias autonombradas de las distintas naciones. Y no
obstante, el fenómeno contrario, la fanfarronada, también
adquiere rasgos de humor cuando ésta es exagerada y llega
a resultar jocosa.
Hay por tanto una contradicción aparentemente intrín-
seca, decimos de la risa en la felicidad que afirma el de-
seo, en la ironía que ridiculiza las imposturas, de la sátira
que se burla de las imágenes autonombradas en pos de esa
impostura, de la fanfarronada que precisamente apoya esas
imágenes. Y del sarcasmo, que es la expresión de un deseo
de dañar hasta llegar incluso al escarnio o a la difamación;
no obstante ¿con qué intención? Si la fanfarronada afirma
una cualidad que se quiere hacer inherente sobre uno mis-
mo o sobre el grupo social o étnico al que se pertenece, del
escarnio, razón de sentido común es entender que se realiza

–198–
sobre una cualidad o una forma de actuar del otro que uno
no posee o no realiza en el presente. Si esto es así estaría-
mos hablando de una noción del humor como diferenciador,
como afirmador de la diferencia a través de la exageración
de una cualidad tras el límite del absurdo.
De nuevo el absurdo: reacciones inesperadas que resul-
tan jocosas, indumentarias ridículas, formas de actuar que
se salen de una regla consabida, ordenación de la informa-
ción de una manera diferente a la normal haciendo lo coti-
diano absurdo, o lectura desenfadada de tabúes no obstante
aceptados, como el humor escatológico o aquel referente a
lo sexual. De nuevo una rotura de la línea recta, pero esta
vez mediante un traer a colación de costumbres y posibili-
dades novedosas, porque tiene que ser espontáneo e inespe-
rado para producir la risa, el fin del chiste o del monólogo
humorístico al fin y al cabo es sorprender al interlocutor,
aunque sea a base de obviedades.
Estamos parece pues, ante un paradigma, el del humor
que tanto niega como llega a confirmar los devenires de
una línea recta. Estamos pues, parece, ante un paradigma
más relacionado con el andar sinuoso, con el eterno mutar.
No obstante el campo del humor tanto comprende la es-
pontaneidad como lo imperecedero, tanto la diferenciación
como la ridiculización de las vanas glorificaciones naciona-
les o sociales. Esto es, tanto apoya el eterno mutar como la
búsqueda de una situación estable. Se ha mencionado an-
teriormente la posibilidad del humor como un engaño, un
opiáceo; es posible en tanto que en los últimos tiempos se
ha llegado a la conclusión de que el cerebro no se limita a
mostrarnos la realidad tal como es, sino que nos la defor-
ma en tal modo como estrategia de supervivencia. Esto es,
volvemos al mito de la “Caja de Pandora”, a lo largo de
los siglos se han acogido dos interpretaciones; la primera:
“y menos mal que al final salió la esperanza porque sino
los hombres se habrían suicidado”; y la segunda, que no
obstante es la original: “y al final salió el peor de todos los
males, la esperanza, que hizo que el sufrimiento mellara

–199–
sobre los hombres engañados en la posibilidad de un maña-
na mejor”. Cual sea la interpretación que prefiramos depen-
derá de cómo veamos el vaso, medio lleno o medio vacío,
o de cómo detentemos el humor, si como opiáceo o como
fundamento de la supervivencia. No nos engañemos, ningu-
no de los seres vivos de este planeta se deja arrastrar por el
eterno mutar, cada cual lo que pretende o lo que el instinto
indica es someter el entorno a sus requerimientos siendo la
competencia exacerbada lo que nos ha dado la apariencia de
que la única certidumbre es el cambio, cuando lo que en rea-
lidad debe acoger esta posición es el “desequilibrio”, siendo
el cambio, la mutación, reacciones necesarias ante la com-
petencia. De este modo se comprende por qué la línea recta
tampoco es un paradigma loable, puesto que aquello que
nos sirve hoy, las reacciones del entorno propondrán como
obsoleto mañana. Y el humor, ante este modo de compren-
der la realidad en el desequilibrio y la competencia, confir-
ma actuaciones de éxito en la felicidad, propone absurdas y
arbitrarias determinadas posiciones aceptadas acríticamente
en la ironía y en la sátira, acentúa diferencias entre personas
y grupos sociales mediante la fanfarronada, el sarcasmo o
el escarnio, y propone nuevas soluciones que aunque hoy
sean inviables albergando motivo de chiste o de broma, en
el futuro pueden ser reglas y conformar protocolos de ac-
tuación. Finalmente, el objeto del humor como instrumento
de supervivencia es la producción de ambigüedad, en pos
de una multitudinariedad de identidades y posibilidades, no
hacia la confusión, sino hacia la flexibilidad.
Sin embargo, entender que la única certidumbre es el
desequilibrio perpetuo, incita a discurrir y debatir acerca de
la supervivencia, y de la situación a alcanzar en la que los
medios y gobiernos actuales teorizan para su consecución:
esto es, la sostenibilidad, el desarrollo sostenible.
Ahora bien ¿Por qué desequilibrio perpetuo? Entramos
en una contradicción con lo dicho anteriormente puesto que
si hablamos de desequilibrio hablamos también de cambio,
ya que los cambios producen desequilibrio y viceversa, tan-

–200–
to es cierto lo uno como lo otro. No obstante transformar
el paradigma de cambio permanente a desequilibrio perpe-
tuo acentúa el sarcasmo, en tanto que la única posibilidad
que los gobiernos y medios contemporáneos intuyen para
la supervivencia es la sostenibilidad. Fíjense en el informe
Brundtland1: “el desarrollo sostenible consiste en solventar
las necesidades del presente sin comprometer las posibili-
dades de las generaciones futuras de desarrollar las suyas”.
Lo cual llevado a sus máximas consecuencias indica que
ninguna sociedad ni humana ni animal ha logrado un desa-
rrollo sostenible en la historia puesto que no se ha consegui-
do nunca solventar completamente las necesidades que se
exigían en cada momento; esto es observable en la misma
definición de desequilibrio y de cambio. Entonces ¿quiere
decir que nunca podremos llegar a una situación de soste-
nibilidad? No necesariamente. Si algo ha conseguido el hu-
mor es llevar la ambigüedad a las definiciones de las cosas
y de los procesos; mediante metáforas, una palabra acoge
connotaciones que no le eran propias antes. Si algo puede
conseguir el humor es levantar y poner en duda las imposi-
ciones férreas aceptadas acríticamente sobre las tendencias
de actuación para llegar a un hipotético desarrollo sosteni-
ble; como la imposibilidad de llevar a cabo el concepto que
de él se hace en el informe Brundtland. Si de algún modo va
a funcionar el humor, será, de manera espontánea, a trans-
formar el concepto de sostenibilidad de situación estable
a disolución de componentes y de lógicas que rigidizan e
imposibilitan la afirmación del desequilibrio; como la arbi-
trariedad de ciertas tendencias de consumo. De tal manera
que, finalmente, la sostenibilidad, con el humor como es-
trategia y fundamento de su esencia, contendrá un matiz
irónico que cuando se hable de sostenibilidad en verdad
signifique ambigüedad y disolución.

1 Informe de la “comisión Brundtland” (encabezada por la primera ministra de


Noruega, Gro Harlem Brundtland) ante la Asamblea General de las Nacio-
nes Unidas en otoño de 1987.

–201–
En conclusión, el humor, como estrategia de sostenibili-
dad, afirmará posiciones, confirmará identidades, pondrá en
duda imposturas, y sobre todo, seguirá siendo fundamento
y base de supervivencia ya que el humor, ante todo, es he-
rramienta del desequilibrio.

–202–
ÍNDICE

SALUDO A LOS CONGRESISTAS................................................................................ 5


NORMAS GENERALES............................................................................................................. 7
PRESENTACIÓN................................................................................................................................. 11
PARTICIPANTES EN EL PROYECTO........................................................................ 15
COMITÉ CIENTÍFICO.................................................................................................................. 17
PROGRAMA............................................................................................................................................ 19
CONFERENCIAS

EL HUMOR COMO MULETA


FRANCISCO AGUILAR...................................................................................................................... 25
LA RISA, UN FINO ABRELATAS PARA EL ESPÍRITU
JOSÉ ANTONIO CALDERÓN......................................................................................................... 29
EL SENTIDO DEL HUMOR EN EL QUEHACER
PSICOANALÍTICO Y PSICOTERÁPICO
VÍCTOR HERNÁNDEZ ESPINOSA............................................................................................. 41
LA ÚLTIMA NOCHE DE BORIS GRUSHENKO. HOMO
HILARANS O FENÓMENO DE UN CRIMINAL DE TERCERA
JOSÉ ORDÓÑEZ GARCÍA.............................................................................................................. 49
HUMOR Y LITERATURA
JOSÉ MANUEL PADILLA MONGE.......................................................................................... 61
EN CLAVE DE HUMOR
JOSÉ MARÍA PÉREZ OROZCO.................................................................................................. 69
ONTOLOGÍA DEL HUMOR; REFLEXIONES EN BABUCHAS
MIGUEL ÁNGEL RODRÍGUEZ.................................................................................................... 79
SENTIDO DEL HUMOR Y EDUCACIÓN
JOSÉ MARÍA ROMÁN SÁNCHEZ............................................................................................. 91
FILOSOFÍA Y HUMOR
JAVIER SÁDABA.................................................................................................................................. 101

–203–
PONENCIAS

LA OTRA FILOSOFÍA MARXISTA DEL SIGLO XX


JUAN ANTONIO CAMPOS GONZÁLEZ.............................................................................. 113
HUMORESQUE: LA MÚSICA COMO CONTAMINANTE
SOCIAL
LUIS NÚÑEZ HERNÁNDEZ........................................................................................................ 147
FILOSOFÍA Y HUMOR, LA FILOSOFÍA COMO ACTIVIDAD
POCO RECOMENDABLE
JORGE RODRÍGUEZ LÓPEZ....................................................................................................... 159
APROXIMACIONES A UNA NOCIÓN DEL HUMOR COMO
ESTRATEGIA DE SOSTENIBILIDAD
MANUEL JOSÉ SIERRA HERNÁNDEZ................................................................................ 189

–204–
NOTAS
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Preguntarnos sobre el humor es adentrarnos a simple vista en una búsqueda
infructuosa sin saber bien hacia donde encaminarnos. Pareciera que los que
saben, los eruditos, sienten cierto escozor en reflexionar sobre el humor y
prefieren volcarse en cuestiones aparentemente mucho más serias y sesudas.
Las obras que sobre el humor encontramos no lo tratan en sí más que como
una herramienta, como artificio, y así grandes nombres de todos los tiempos
juguetean con el arte de la risa ( ejemplos pueden ser los poemas sátiros de
Catulo o el Candido de Voltaire) pero pocos, o casi ninguno hasta finales del
XIX y el siglo XX sobre todo, le entran al trapo, la gran incógnita es qué habría
pasado si no hubiera desaparecido el supuesto libro que Aristóteles escribió
sobre la Comedia, ¿habría creado escuela? ¿Habría escrito San Agustín sobre
esto posteriormente, y Descartes, y Kant? ¿Difícil de creer verdad?

Hoy pensamos que el humor y la risa son actitudes que nos separan a los
humanos de los animales. Aquella definición del ser humano como animal

VIOL
racional puede colmatarse hoy con la de animal racional y con capacidad de
reírse de los demás y de si mismo. Por ello el humor lo asociamos hoy en día
con valores tan universalmente reconocidos como la humildad, o con el
sentido critico y la inteligencia. Claro que no es igual reírse uno de su sombra
que ante una reflexión aguda sobre el talante de uno u otro político.

Hay tantos modos de entender el humor como culturas hubo y habrá sobre la
tierra. Es de tal modo la cosa que las expresiones sociales paganas, donde la
fiesta, la algarabía, el exceso y las risas eran el motor de las mismas que,
pasados los siglos y milenios, aún hoy se siguen celebrando y deseamos que
así siga sucediendo, hablamos de los carnavales como es lógico.

El humor es el respiro que nos sirve de puente entre el mundo real, racional y
cuadriculado y la interioridad propia de cada cual, o a caso nadie se ha reído
de algo que no es capaz de explicar y sólo tiene lógica dentro de su cabeza.
Pero la risa también nos salva de la zozobra, del tedio y de la rutina de los días,
o de los nervios y las tensiones acumuladas.

Por todo, es necesario que paremos nuestras miradas en el humor. Que lo


estudiemos y analicemos como lo que es, uno de los rasgos que nos hacen ser
humanos, que nos hacen ser únicos y tan iguales los unos a los otros. Humor,
violencia, empatía, racionalidad, ¿qué es realmente lo que nos hace
llamarnos humanos?

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