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Coordinación: René Drucker Colín


Editora Responsable: Patricia Vega

Lunes 3 de enero de 2000

EDITORIAL

La guerra del físico Alan Sokal para ridiculizar a los filósofos posmodernos

El mundo al revés

Antonio Arellano Hernández

ARTICULOS DE OPINION

Vicente Aboites
El planeta de los simios

Juan Carlos Serio Silva


Ozomatli y los primates televisivos

Victoriano Garza Almanza


Dian Fossey: muerte de una conservacionista
Dian Fossey: muerte de una conservacionista
Victoriano Garza Almanza
A fines del siglo pasado, el zoólogo Matschie describió a los gorilas como antropoides que
respondían a una amenaza, en caso de tratarse del hombre, "golpeándose con los puños
cerrados, rápida y acompasadamente, contra el pecho y dirigiéndose contra el peligro". Esa
imagen se reflejó en la película King Kong, de Cooper, filmada en 1933. El mito de los
gorilas enormes e indomables se fortalecía. Treinta años después, en 1963, la terapeuta de
niños mentalmente retardados Dian Fossey materializaba su sueño viajando a Africa. Allá
conoció al paleontólogo Louis Leakey, quien hacía excavaciones en Olduvai.
Seguidamente, continuó su viaje a los Montes Virunga,
hábitat de los gorilas de montaña.

En 1966 buscó al doctor Leakey, le mostró fotografías


tomadas en 1963 a los gorilas y algunos artículos que sobre
ellos escribió y publicó en revistas no científicas. Leakey
tomó interés y la seleccionó para cumplir un deseo personal:
enviar un especialista, su chica de los gorilas, al Congo a
estudiar los mayores primates vivientes.

A fines de 1966, Fossey regresó a Africa, pero esta vez para


realizar un trabajo para el cual no estaba preparada. ¡No era
una científica ni tenía experiencia! Se estableció en Zaire, y
a los seis meses una revuelta la obligó a huir. Fue a Ruanda
y se acomodó a espaldas de los Montes Virunga.

Desde su llegada, Fossey comenzó a estudiar a los primates


y a combatir a los poachers, que mataban gorilas "para
arrancarles las orejas, la lengua, los testículos y los
meñiques". Con esos apéndices preparaban polvos o bebidas
que "les dotaban de la virilidad y la fuerza del animal
descuartizado". Con el tiempo adoptó conductas
"excéntricas". Divulgaba la historia natural de los gorilas de
montaña y los protegía de los cazadores; pero también
fomentaba entre los gorilas, con los cuales por primera vez
en la historia llegó a establecer una increíble afinidad y
comunicación, el temor a los negros pero no a los blancos
porque, afirmaba, los matagorilas eran negros.

Al lado de su laboratorio construyó un cementerio de


gorilas. Tanta era su pasión por ellos que, en 1980, tomó
como rehén a la hija de una nativa que capturó un bebé
gorila; luego se la ofreció a cambio del animal. No obstante
su extraña historia, fue Fossey quien levantó el velo de misterio y horror que sobre los
gorilas aún persistía. Su comportamiento causó problemas con los habitantes del lugar.
Intentaron expulsarla, pero ella aseguraba que permanecería en Karisoke mientras los
poachers siguieran amenazando a los gorilas.

El 27 de diciembre de 1985, Fossey fue brutalmente asesinada a machetazos en su gabinete


de trabajo del Centro de Investigación Karisoke. La nota oficial del gobierno ruandés
señalaba: "Fue muerta por asaltantes en su campamento en la montaña". En agosto de 1986
acusaron del crimen al estudiante Wayne McGuire, que preparaba su tesis doctoral con
Fossey. Consciente de su inminente arresto, McGuire regresó a Estados Unidos. El 18 de
diciembre de ese año, un tribunal ruandés lo juzgó in absentia y lo condenó a morir
fusilado en cuanto volviera a Ruanda. Los colaboradores de Fossey no tuvieron dudas de
que el asesinato fue cometido por los matagorilas en contubernio con autoridades, ya que,
según McGuire, Fossey "había reunido información de poachers arrestados que sugería que
podrían haber estado matando gorilas con la complacencia de gente del gobierno".

Cuando Fossey murió, prácticamente estaba retirada de la investigación y se dedicaba por


entero al cuidado de sus gorilas para salvarlos de los cazadores y de la extinción. Tan
profundo era su amor por ellos como su desconfianza al hombre que, en una entrevista que
le hicieron en mayo de 1985, declaró: "No tengo amigos. Cuanto más aprendo sobre la
dignidad de los gorilas, más quiero eludir a la gente".

Y como el manuscrito de su segundo libro, que jamás fue encontrado porque tal vez nunca
lo escribió, la verdad sobre su muerte quizá nunca se sepa debido a que no se investigó.

La revuelta genocida que surgió en Ruanda a principios de los 90 desplazó un millón de


refugiados y hundió cualquier posibilidad de rescatar a los gorilas de montaña de la
extinción. Una de las zonas de batalla fueron los Montes Virunga, donde hubo "nutrido
fuego cruzado, enfermedades humanas compatibles y letales a los gorilas, y una extensiva
siembra de minas terrestres".

Como King Kong que cae mortalmente herido del Empire State, el puñado de gorilas de
montaña se precipitan hacia una irreversible extinción.

El día viejo de 1985, Dian Fossey fue sepultada en su cementerio particular, en medio de 17
gorilas, un perro y un mono. Diez años después, Karisoke estaba en ruinas; ni siquiera el
augurio de Fossey sobre el destino del lugar se cumplió. "...cuando muera, no habrá nadie
que salve a los gorilas, Karisoke será una atracción turística y dejará de existir como centro
de investigación".

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