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Lunes en la Ciencia, 3 de septiembre del 2001

El jugoso negocio de financiar investigaciones que se


traduzcan en mayores ventas

Salud, ciencia y negocios


Victoriano Garza Almanza

Hay una ley no escrita que exige a los científicos publicar los resultados de sus
investigaciones en revistas especializadas. Esas revistas, comparadas con los magazines que
leen las amas de casa o los hombres de negocios y que se distribuyen por miles, tienen poco
tiraje y corta circulación. Sólo se difunden por suscripción entre los expertos y estudiantes de
esos campos.

Cuando un científico acude a los medios y revela al público lo que ha encontrado, como
cuando se anunció la clonación de Dolly o el Proyecto Genoma Humano, y les habla sobre la
trascendencia que sus descubrimientos tendrán para su país o la humanidad, los colegas de
esos científicos estrella ya están enterados de los resultados de su trabajo. Esos resultados
fueron publicados con anticipación o están apareciendo, en ese momento, en alguna revista
especializada. La autoría de los descubrimientos queda registrada en las revistas científicas y
no ante un notario ni en una videograbación de noticiero. La revista científica es publicada
por expertos, jueces que aprueban la validez de los artículos.

La Organización Mundial de Editores de Salud tiene un registro de más de 20 mil revistas


médicas. Sin embargo, la calidad de esas publicaciones es muy variable, sólo unas cuantas
están estandarizadas y tienen el aval de las academias y asociaciones de ciencia. La política
editorial de las ciencias es sumamente estricta, refleja la rigurosidad de los procesos de
investigación y la confiabilidad de los resultados... al menos eso es lo que se creía.

La periodista Susan Okie del Washington Post publicó un artículo que revela cómo algunas
de las grandes revistas científicas biomédicas (The Lancet, New England Journal of
Medicine, JAMA y Annals of Internal Medicine) están haciendo frente común para combatir
un problema que han detectado: la influencia nociva de las compañías fabricantes de
fármacos.

Campañas de información tendenciosas

Las compañías farmacéuticas están ansiosas de que se publiquen en las más prestigiosas
revistas médicas sus investigaciones sobre el efecto en la salud de los medicamentos que ellas
fabrican o quieren fabricar. La lógica es que los médicos leerán las revistas y recetarán los
fármacos cuya experimentación fue exitosa. Los médicos no titubearán al elegir un
medicamento, pues se supone que la información que les presentan las revistas es
"científicamente válida".

No obstante, los editores médicos detectaron que los resultados de los estudios financiados
por las compañías farmacéuticas por lo general eran benévolos, sobre todo si se les
comparaba con los estudios auspiciados con otros fondos, los cuales mostraban una historia
diferente, con más fracasos.

¿Quiénes son los que realizan las investigaciones? A veces son las propias compañías
privadas, pues les sale más barato financiar los proyectos que a los académicos. De tal modo,
quienes más realizan investigación médica son científicos universitarios al servicio de
empresas farmacéuticas.

A medida que sus investigaciones avanzan es común que los resultados que se vayan
obteniendo se entreguen a las compañías, quienes además de ser dueñas de los datos, los
controlan y pueden llegar a publicar lo que consideran conveniente. En ocasiones tampoco
ponen en claro la metodología usada, por la cual llegaron a esos resultados, que por norma
deben informarlo.

Para los editores de las revistas médicas existe una conspiración proveniente de la industria
de los medicamentos, que es una de las grandes fuentes de financiamiento de la ciencia
biomédica, por "la influencia que ejercen sobre la integridad de la investigación médica".
Representantes de corporaciones farmacéuticas replican diciendo que es absurdo, que al
contrario, que son las revistas científicas las que se están tornado cada vez más antiéticas, aun
considerando la perspectiva industrial.

Ambos puntos de vista tienen razón. Los editores científicos, porque es innegable que las
empresas que pagan los proyectos presionan a los investigadores. Mientras más resultados
positivos publicaran, mayores serían las ganancias de sus negocios. Los investigadores que
tienen pagados sus proyectos por esas industrias, se cuidan y publican trabajos maquillados
para no afectar los intereses de sus mecenas, así se aseguran la continuidad de los dineros.

Plagios y otras fechorías

Y los industriales, porque hay científicos sin escrúpulos que aprovechan su posición
privilegiada. En algunos casos, como revisores de revistas, rechazan escritos con la negra
intención de plagiar la idea, reproducirla y publicar primero que el otro sus hallazgos. O
también cuando se les pide asesoría y se comparte con ellos información clasificada. Así fue
como se coló Robert Gallo a la historia como co-descubridor del virus del Sida, mérito que
pertenecía exclusivamente Luc Montagnier del Instituto Pasteur.

Los editores de revistas científicas de medicina están más preocupados por no perder el
control de sus publicaciones que por la aparente conspiración de la industria farmacéutica. Es
verdad que ambas partes tienen intereses de por medio y no juegan limpio. Pero entre la
racionalidad de los científicos y la materialidad absoluta de los empresarios, me quedo con la
de los primeros. Entre los científicos hay gente muy valiosa, entre los corporativos
exclusivamente intereses.

Al menos la preocupación por preservar la integridad moral y la objetividad científica de las


publicaciones biomédicas para decir qué medicamento fue hallado mejor que cuál o que otro
no sirve, beneficiará a la gente; pero si todo fuera, como lo desean las industrias, puros
descubrimientos sensacionales y comerciales, nunca sabríamos qué medicamento es bueno y
cual es basura.

El autor es investigador del Programa Ambiental de la Universidad Autónoma de Ciudad


Juárez

vgarza@uacj.mx

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