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EL AMOR HUMANO:

Conceptos, estructura, dinámica y crisis

Por LUIS E. GARCIA


Departamento de Filosofía
Universidad de Caldas

En el presente trabajo me ocuparé de algunos aspectos terminológicos, filosóficos y


psicológicos del amor humano de pareja, enfatizando la teoría triangular de Robert J. Sternberg
y las manifestaciones conductuales. Finalmente expondré algunas consideraciones para la
comprensión y manejo de las crisis, basadas en la psicología cognitiva, el psicoanálisis y el
conductismo.

1. TERMINOLOGÍA
El tema del amor no es exclusivo de ninguna disciplina humana; es tan universal, como
universal es el fenómeno. Como cualquier definición de diccionario se queda corta, tal vez en la
filosofía, la psicología y la literatura debemos encontraremos sus mejores descripciones y
exposiciones. En la filosofía, por cuanto se ocupa de cuestiones generales, de problemas radicales
o de análisis de conceptos y lo que ellos implican, el tema no le ha sido ajeno; en la psicología,
por ser la ciencia que se ocupa del comportamiento humano; y en las letras, porque el fenómeno
amoroso excede los fríos tratamientos conceptuales y científicos; incluso, hace falta todavía
mucho lenguaje para describirlo.

Las lenguas nutricias del español poseen varias palabras que corresponden a la nuestra “amor”:
del latín, eros amor, dilectio, charitas; eros, ágape, filia, del griego, y quizás por esta variedad
conceptual se haya aplicado la palabra española “amor” a muy diversas vivencias, actividades y
objetos (entendidos éstos como “algo diferente del sujeto”); por eso decimos y escuchamos
expresiones tales como: amor a Dios, la naturaleza, el arte, la familia, el trago, la mascota, a otro
ser humano, un grupo humano, la patria, etc. Bien escribía Voltaire que “empleamos las mismas
palabras -amor y odio- para describir mil amores y mil odios totalmente diferentes”. Abundan
los intentos de clasificar estas clases de amor, aunque parece más apropiado encontrar la
característica esencial del amor, y descubrir qué otras palabras son más apropiadas para las demás
situaciones semejantes.

La experiencia del amor debe poseer una característica inconfundible y esencial en todos los
casos donde el vocablo se emplea con sentido. El Diccionario de la Real Academia realiza un
notable esfuerzo al definir así la palabra: “Sentimiento que mueve a desear que la realidad
amada, otra persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, a procurar
que ese deseo se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido”. En una
expresión más vicencial: hay amor cuando nuestro Yo incorpora –egotiza- algo diferente de sí
mismo, de tal manera que nuestro bienestar queda ligado al bienestar al otro, y así cuando
algo malo le sucede a quien amamos, también experimentamos malestar en nuestro interior e,
igualmente, lo bueno que le suceda nos produce agrado o emoción (Nozick). Cuando el amor
no está presente, los cambios en el estado de bienestar del otro nos dejan indiferentes, pero
cuando penetra en nosotros el amor en cualquiera de sus manifestaciones y objetos, nuestro ser

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consciente cambia, y con él nuestros intereses, preferencias, emociones y decisiones…todo lo
vital se afecta según la intensidad del compromiso amoroso; en otras palabras, el amor –
contrario al conocimiento- nos cambia sensiblemente en algún grado.

Empero, a la palabra “amor”, le ocurre lo mismo que a otras palabras grandes del lenguaje
humano como “verdad” , “justicia”, “paz”, etc, que se ha convertido en comodines para toda
clase de situaciones, y en nuestra cultura los imperativos de amor a Dios, amor al prójimo, a la
patria… generalizan tanto su alcance que lo disuelven. Quizás sea más apropiado emplear otros
conceptos. Hacia Dios correspondería mejor la palabra adoración (reverenciar con sumo honor
y respeto o con el culto religioso que le es debido); es expresión ya propia de nuestra cultura
cristiana, derivada del griego ágape, que posee más el sentido de caritas, y éste de dar, de
ponerse en la disposición del otro, sea Dios o sea el prójimo. A la patria, le cabe la palabra
entrega. Y al interés sincero y unidireccional por los demás corresponde mejor solidaridad
(inspirado en conciencia ciudadana), altruismo (inspirado en valores humanos), caridad
(inspirado en valores cristianos), filantropía (derivado de la solidaridad y el exceso de recursos),
o la benevolencia (derivado de la buena voluntad). En un grado inferior está la estimación,
mediante la cual se reconocen los valores ajenos. La relación afectiva hacia animales u objetos la
describe mejor el apego que el amor, y en esa medida nos duele perderlos. Y si es menor la
inclinación física, emocional o moral hacia la persona o cosa será el querer. La amistad -al
menos cuando es auténtica- es una dimensión más informal y menos erótica del amor,
constituida esencialmente por la buena comunicación y por compartir compañía, objetos, tiempo,
ocasiones, juegos, celebraciones, en distintos grados de intensidad e intimidad. A diferencia del
amor, en la amistad prima más el sentimiento y el compromiso por el bienestar del otro, que por
su malestar. ¿Acaso es infrecuente constatar cómo tantas celebradas amistades se van a pique
cuando uno de ellos entra en desgracia? Tanto la amistad como el amor se relacionan con el
afecto, o sentimiento positivo hacia alguien, el cariño, o sentimiento hacia quien despierta
nuestro amor, y la ternura, expresión física delicada de los anteriores. En cualquier caso,
insistimos, la intensidad es variada, y variable. Lo que llamamos amor a una causa, a un ideal,
corresponde mejor a entrega a tal causa, y el amor asociado al sexo es más bien pasión

Por otra parte el amor humano puede ser –como de hecho suele ser- pluri-objetal, y por eso
amamos a diferentes personas; unidireccional (que marcha en un sola dirección: yo amo a x, así x
no me ame a mí) o bidireccional, o sea, es correspondido. Sin embargo, la palabra se aplica con
mayor propiedad a relaciones humanas de parejas adultas, por la madurez, libertad y eventual
reciprocidad que implica la relación. Su mejor expresión es el amor humano de pareja, que suele
iniciarse con el enamoramiento: un estado que nos impulsa a pensar en la otra persona, desear su
contacto, compartirlo todo; genera angustia en la inseguridad; deforma el sentido crítico, por
cuanto tendemos a idealizar al otro, a minimizar sus defectos y a maximizar sus virtudes. El más
claro síntoma del enamoramiento lo da la respuesta a la pregunta ¿qué defecto tiene el ser a
quien ama? Si responde “ninguno”, el caso es intenso, por no decir, grave.

Quien renuncia a vivir el amor de pareja suele hacerlo por colocar en su escala de valores la
libertad por encima de la compañía, aunque a menudo intervienen otras características
psicológicas como el egocentrismo, la autosuficiencia, la timidez, etc. Pero tampoco el amor de
pareja parece indispensable para la realización personal. Jesús, Buda, Gandhi, Sócrates,
Beethoven dan buenos testimonios de ello. Quedan, desde luego, grandes interrogantes sobre los

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cuales se siguen escribiendo miles de paginas, como, ¿Por qué algunos amores perduran mientras
que otros se extinguen, a veces sin dejar rastro? ¿Cómo es posible amar a otro por sí mismo y no
por lo que nos proporciona? ¿Cuáles son los componentes fundamentales de la experiencia
amorosa? ¿Qué factores deben tenerse en cuenta para comprender una problemática amorosa? …
Cada uno de estos interrogantes ha suscitado multitud de respuestas literarias, pero un tratamiento
teórico que permita explicar la experiencia amorosa es infrecuente en la literatura filosófica y
psicológica.

2. CONCEPTOS SOBRE EL AMOR


Bien se sabe, desde Descartes, que no hay mejor manera de entender un problema que
precisando sus componentes y sus mutuas relaciones. Cuando el asunto es muy complejo,
resultan varias teorías o modelos explicativos, basados unos en observaciones empíricas y otros
en supuestos apriorísticos, tal como ha sucedido en diversas temas como la inteligencia, la
personalidad, la conciencia.

El amor, por su parte, ha sido más objeto de los delirios literarios que de estudios analíticos y
experimentales. Una notable excepción es la teoría triangular del amor de R. Sternberg, basada
en investigaciones empíricas que en parte confirman, y en parten refutan, las ideas populares
sobre el amor. Antes de analizarla, mencionemos otras conceptualizaciones, más o menos
estructuradas, que sirven para reflexionar y confrontarla.

Según algunos, el amor es, como la inteligencia, una especie de factor “g” inanalizable en sus
componentes, pero omnipresente en las situaciones vitales y caracterizado como una esfera
indiferenciada de sentimientos positivos que se experimentan en una relación afectiva. Otros
entienden el amor como la presencia simultánea de un conjunto de afectos, cogniciones y
motivaciones que confluyen en esa experiencia global e intensa que llamamos amor.

Y, qué dicen algunos filósofos?

Uno de los primeros filósofos, Empédocles de Acragas, fue tal vez el primero en entender la
palabra en su dimensión cósmica, como la expresión de una fuerza universal que impulsa a la
unión tanto en el reino orgánico, como en el inorgánico.

Platón, en diversos diálogos (El Banquete, Fedón, Fedro) discute varias expresiones del amor,
conocidas en su tiempo, como el amor al saber (celestial), el común (terrenal); lo característico
es que el amor requiere de un objeto, y todas sus formas son reflejo de la suprema idea de lo
bello.

Según B. B. Spinoza, el amor no es más que el goce de una cosa y la unión con ella, y estas
cosas pueden ser perecederas, como personas y objetos, o imperecedera y universales como la
música. Podemos librarnos del amor –añade– de dos maneras: mediante el conocimiento de una
cosa mejor o mediante la experiencia de que la cosa amada, a la que antes se creía grande y
magnifica, trae consigo muchas consecuencias funestas..

Las opiniones del pesimista Schopenhauer, siglo y medio atrás, no carecen de vigencia: El amor...
es el más poderoso y el más activo de todos los resortes... que tiene una influencia perturbadora

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sobre los más importantes asuntos; que interrumpe a todas horas las ocupaciones más serias; que
a veces hace cometer tonterías a los más grandes ingenios... que rompe las relaciones más
preciosas, quiebra los vínculos más sólidos; que hace del hombre honrado un hombre sin honor,
del fiel un traidor... Ahora, su explicación es más tajante: ¿Por qué esos esfuerzos, esos arrebatos,
esas ansiedades, esas miserias? Pues no se trata más que de una cosa muy sencilla: sólo se trata
de que cada macho se ayunte con su hembra.

Para el filósofo y teólogo Martin Buber, “en el amor, la relación Yo-Tú supone una experiencia
plena de la otra persona” y se diferencia de la empatía en que el amor es algo más que un Yo
tratando de relacionarse con un otro. Si uno se relaciona verdaderamente con el otro, debe tratar
de escucharlo de verdad; debe renunciar a los estereotipos y prejuicios y dejar que el otro nos
influya con sus respuestas. Por tanto, el modelo básico de la experiencia Yo-Tú es el diálogo, a
través del cual, ya sea hablado o silenciado “cada uno de los participantes está pendiente del otro
en su ser particular, y se dirige a él con la intención de establecer una relación viva y mutua”

Escribe Erich Fromm que el amor auténtico (o productivo, como lo llama) implica interesarse
por una persona, trabajar por ella, conocerla, respetarla, sentirse responsable por su vida y su
realización; la soledad y la sexualidad, sostiene, fomentan la capacidad o la necesidad de
enamorarse. “Amor es la penetración activa de la otra persona... en el acto de fusión conozco al
otro, me conozco a mí mismo”. El amor inmaduro afirma: “te amo porque te necesito”; pero el
maduro dice:” te necesito porque te amo”. Este amor maduro implica preocupación,
responsabilidad, respeto y conocimiento. Amar, en consecuencia, significa preocuparse
activamente por la vida y el desarrollo del otro.

Abraham Maslow diferencia el amor deficiente (deficiency love) del amor genuino (being love).
En el primero la relación con el otro se establece por su utilidad; es egoísta. En el amor genuino
-o de desarrollo- se trata de un amor menos dependiente, menos necesitado de elogios y tiene la
capacidad de ver al otro como un ser íntegro, complejo y único; en este caso los miembros de la
pareja son más independientes entre sí, más autónomos, menos celosos e inseguros, menos
demandantes y más altruistas; en otras palabras, se caracteriza por “aceptarse totalmente y
comprenderse profundamente dos seres”.

La vida sin amor –escribe Andrés Holguín– no es digna de ser vivida. Infortunadamente, hay
muchos seres humanos que, por falta de sensibilidad o de erotismo o por exceso de egoísmo o de
rencores acumulados, se enclaustran dentro de ellos mismos y se niegan a abrirse a la más
renovadora de todas la vivencias humanas. El amor –continúa Holguín– es una fuerza que mueve
a un ser hacia el otro y, a nivel humano, un impulso eminentemente selectivo, el intento de
comprensión y compenetración de los dos seres comprometidos en el acto erótico.

Victor Frankl entiende el amor como la vivencia de otro ser humano en toda su peculiaridad y
singularidad. Escribe que por amor entendemos ese acto espiritual que nos permite captar a otra
persona humana en su esencia íntima, en su modo de ser concreto, en su unicidad, en su realidad
única; mas no sólo en su esencia y en su modo peculiar de ser, sino también en ese su valor para
nosotros ... El amor personal tiene que absorber y adueñarse del instinto sexual de la persona
espiritual, hacer de ella algo personal.

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El sabio italiano Marco Marchesan sostiene que la humildad y el altruismo constituyen los pilares
y la expresión de la existencia del auténtico amor. Síntomas de sus contrarios –egoísmo y
orgullo– son, entre otros: imponer los propios criterios, no saber escuchar, considerar como
tonterías las necesidades del otro, exigir ser amado sin dar amor.

Walter Riso propone tres subtipos de amor, de alguna manera análogos a la teoría de Sternberg:
más emocional, más biológico y más racional. Destaca acertadamente algunos mitos sobre el
amor: primero, que el amor es único y absoluto, y segundo: que es dicha y placer, es para
siempre, es excluyente, y el amor todo lo puede. La realidad -continúa- parece mostrarnos otra
cosa: “la naturaleza del amor es conflictiva (felicidad relativa), el amor se acaba (si no se trabaja
se atrofia), se puede amar más de una persona a la vez (no es totalmente excluyente) y el amor
suele desertar ante condiciones adversas (solidaridad relativa).

Y para terminar este viaje por las ideas sobre el amor, mencionemos una reflexión no
necesariamente falsa por su crudeza, la del filósofo existencialista trágico, J. P. Sartre, para quien
“el amor es una tentativa de seres diferentes para posesionarse de la libertad del otro ser, de
apropiárselo para sí, de esclavizárselo”.

Tal vez la conceptualización más sensata y ajustada a la realidad actual, es la propuesta por la
psicología humanista, liderada por Carl Rogers y Abraham Maslow: el amor adulto como
debe ser -maduro y libre- presenta las siguientes características:

1. La relación con el otro es generosa y desprendida; no busca como objetivo


la alabanza, ni el desahogo sexual, ni el poder, ni el dinero.
2. Conocerse y experimentarse con la mayor plenitud posible; uno se extiende en el otro y lo
reconoce como un ser sensible y distinto que también ha construido un mundo a su alrededor y,
por tanto, no le podemos imponer el propio.
3. El amor maduro brota de la propia riqueza, no de la propia pobreza; del
desarrollo, no de la necesidad. Uno no ama porque necesita que el otro exista para que le sirva de
complemento o para escapar de la soledad abrumadora.
4. El amor es recíproco; en la medida en que uno se acerca realmente al otro, uno se modifica y
hace su propia vida más intensa: se hacen más que dos.
5. El amor maduro tiene sus grandes recompensas. Uno se modifica, se enriquece, se realiza y ve
atenuada su soledad existencial. Amando, uno recibe amor, pero estas recompensas sólo surgen
del amor verdadero; en palabras de Frankl: “las recompensas se dan, pero no pueden
perseguirse”.

3. LA EXPERIENCIA AMOROSA

El enamoramiento bidireccional, o compartido anhela eternizar los instantes, convierte lo


cotidiano en trascendental, conversan, así se encuentren incomunicados; en una expresión: tiende
a convertir los “yos” en “nosotros”, o mejor, en pareja: una unidad donde cada uno transfiere
parte de su derecho al otro, le permite entrar en su vida, se toman decisiones vitales juntos, se
presentan ante los demás como pareja, se renuncia actuar de manera unilateral, se es más feliz
dando que recibiendo, se brindan apoyo para compartir el bienestar y los momentos difíciles. El
enamoramiento y el amor de pareja compartidos son de las vivencias más satisfactorias de la

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vida, tanto que estamos dispuestos a repetirlas… no obstante experiencias pasadas dolorosas.
Casos como el de Marco Antonio y Cleopatra, el rey Eduardo V de Inglaterra y la señora
Simpson, Abelardo y Eloisa, Romeo y Julieta, el príncipe Carlos y Camila Parker, son ya
paradigmas de la fuerza de esta vivencia humana. Por el contrario, el enamoramiento no
correspondido -unidireccional- desajusta la personalidad desde el insomnio hasta la amenaza de
suicidio.

Creemos que todas las personas adultas atraviesan en algún momento de sus vidas esta
experiencia del amor, pues se trata de una manifestación inherente a nuestro ser biológico-
cultural, que nos une con nuestros ancestros, y es quizás, como sostienen algunos filósofos
-Empédocles, por ejemplo- la expresión de una fuerza universal que impulsa a la unión; o a lo
mejor es un ardid de la naturaleza para garantizar la procreación.

La experiencia del amor humano romántico de pareja es tan intensa, tan inefable, incluso tan
irracionalizable, que el lenguaje se queda corto para describirla; sólo los poetas parecen capaces
de acercarse linguísticamente a ella, y comunicar con palabras sus vivencias subjetivas, pero
siempre de manera limitada, pues con sus innumerables formas, modalidades, facetas, el “amor”
no se deja encerrar en ninguna definición, ni en los más completos análisis ni en las descripciones
más hermosas, aunque para efectos de claridad mostraremos aquellas que juzgamos más
acertadas. Mas que un concepto, el amor es una vivencia, quizás la más compleja, bella, intensa
y variada de todas las vivencias humanas, que no puede definirse, sino compartirse, y más con el
lenguaje no-verbal que con las palabras.

Además de las diferencias cualitativas del amor entre familiares, una persona también puede
cultivar amores heterosexuales distintos y simultáneos. El “amor” de un ser humano no parece
estar depositado en un recipiente capaz de agotarse; más bien, podemos imaginarlo como un
huerto, donde pueden brotar simultáneamente amores en intensidades y formas diferentes según
las circunstancias existenciales de cada uno. Cuanto más restringido es el objeto del amor, tan
más intenso es; el amor generalizado, el amor universal, no pasa de ser una fantasía.

Cuando la pareja en amor pleno comparte la sensación de seguridad, la relación se colma de


confianza, crea un estado de permanente bienestar, una asociación casi simbiótica, por cuanto dos
seres diferentes se unen de tal manera que ambos extraen todo el provecho de la vida en común
(una investigación psicológica demostró que el dolor moral -o mejor, psíquico- más intenso que
puede sufrir un ser humano es la viudez no deseada).
Pareciera irreverente que algo tan íntimo y bello pudiese ser susceptible de tratamiento científico,
que pretende constatar la existencia, intensidad, factores y dinámica del amor mediante la
observación de conductas, cuestionarios y escalas de actitudes. Pero la ciencia también tiene
derecho de tratar de entender a su modo, con sus métodos, todos los aspectos de la naturaleza y
del hombre, incluido el amor, con la ventaja de que la verdadera ciencia siempre acepta la
posibilidad de estar equivocada, o de que otras teorías superen las anteriores. Resulta incluso
paradójico e inexplicable constatar el descuido de los sistemas psicológicos hasta los años 80, de
esta dimensión vital que, a menudo, se convierte en el eje central de la conducta individual o de
la problemática psicológica, donde el único marco de referencia del psicólogo para juzgar
situaciones personales o ajenas, lo constituyen las propias experiencias, dichosas o trágicas,
corriendo el riesgo de proyectar sus limitadas vivencias en los demás.

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4. COMPONENTES ESTRUCTURALES DEL AMOR

No es nuestro propósito analizar la compleja dinámica que se presenta al iniciar una vivencia
amorosa. A este respecto puede afirmarse que cada caso es un idiofenómeno, es decir, un evento
único e irrepetible, tanto que no ha sido posible clasificar en una tipología las infinitas formas de
entablar relaciones. Más aún, lo frecuente es que dos personas se enamoren antes de conocerse, y
que una vez estén emocionalmente ligadas, descubran que sus diferencias de carácter y de valores
hacen imposible una relación placentera y realizadora; o peor, las personas suelen creer que se
fijan en otra atendiendo a la personalidad, la inteligencia u otros valores “superiores” y en la
realidad, atractivos físicos, materiales, superficiales, suelen ser los primeros responsables del
enganche afectivo. Por tanto, nuestro análisis parte de la existencia de una relación amorosa
establecida y de sus manifestaciones conductuales que permitan, de alguna manera, objetivizarla.

Según Sternberg, la vivencia amorosa se entiende en términos de tres pares de factores, que
pueden representarse como los vértices de un triángulo:

compañía–intimidad

emoción–pasión decisión–compromiso

El primer componente, compañía-intimidad, es el sentimiento de simpatía, de necesidad de


presencia física en la relación amorosa. El componente emotivo–pasional surge de la
motivación psicofisiológica y de la excitación, de los impulsos que conducen al romance, al
acercamiento, a la participación del espacio físico, a la relación sexual. La decisión–compromiso
se refiere a la decisión personal de asumir la relación, de aceptar que uno ama a otro, y al
compromiso, tácito o por mutuo acuerdo, de conservar ese amor hacia el futuro, evitando
situaciones que puedan alterarlo. Desde el punto de vista psicológico, el primer componente
actúa en la esfera social de la personalidad; el segundo, en la motivacional y el tercero en la
cognitiva. Y en términos cotidianos, podemos decir que uno es el aspecto cálido; el segundo, el
caliente, y el tercero, el frío.
Una vez definidos en su generalidad, veamos sus manifestaciones objetivas:

El primer componente, intimidad–compañía, se conoce, en diversas intensidades, por las


siguientes conductas:
a) Deseo de proporcionarle bienestar al otro
b) Experimentar felicidad, alegría o gusto en su presencia
c) Tenerlo en alta estima. Reconocer su valores
d) Contar con él en momentos de necesidad
e) Comprenderse mutuamente
f) Compartir objetos y posesiones
g) Recibir apoyo emocional por parte del otro
h) Proporcionar apoyo emocional al otro
i) Comunicación íntima, sin reservas, entre los dos

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j) Valorar al otro como parte de la propia vida.
k) Sentirse comprendido y aceptado

El segundo componente, emoción–pasión, puede describirse como el intenso anhelo de estar con
el otro, de unirse a él, emoción ésta que conduce del romanticismo a la experiencia de la pasión
e interactúa con la intimidad en las relaciones románticas, por cuanto que la intimidad favorece
la pasión, y la satisfacción sexual estimula la comunicación íntima. Algunas maneras de expresar
este componente emoción–pasión es mediante:
a) Mirarse
b) Acercarse
c) Tomarse las manos
d) Abrazarse (contrectación y amplexación)
e) Despertar el deseo con el mero roce
f) Besarse
g) Fascinarse ante la desnudez
f) Hacer el amor

El tercer componentes suele darse en dos momentos temporalmente diferentes: uno, a corto
plazo, que es la decisión personal de aceptar el amor de otro y de corresponderle; y el segundo, a
largo plazo, que es el compromiso de mantener la relación amorosa, tratando entonces de limar
asperezas y de no favorecer situaciones u otros contactos capaces de ponerla en crisis. Sin
embargo, estos dos aspectos no tienen que darse siempre en una relación, pues la decisión de
amar a otro no implica necesariamente el compromiso de conservar el amor. La decisión precede
al compromiso, tanto lógica como cronológicamente, excepto en los matrimonios impuestos o
arreglados, propios de algunas culturas o situaciones comprometedoras. A este respecto, la
institución matrimonial existente en las sociedades organizadas, representa la legalización del
compromiso de la decisión de amar a otra persona a lo largo de la vida. Algunas manifestaciones
conductuales son:
a) Promesas
b) Participación activa en la vida y en las decisiones del otro
c) Predilección por compartir con la pareja tiempos libres
d) Evitar situaciones de “peligro”
e) Fidelidad física
f) Fidelidad emocional
g) Conservar la relación en épocas difíciles
h) Compromiso
i) Unión
j) Matrimonio
k) Esperanza de amor vitalicio

La importancia de este componente frío, cognitivo o lógico de la relación amorosa, es de crucial


importancia e influencia en la vida de la pareja. En efecto, en toda relación amorosa surgen
inevitablemente altas y bajas, y es en éstas últimas donde el factor compromiso constituye el
soporte de la relación pues gracias a él se afrontan las crisis sin disolver el vínculo afectivo o
pasional. En otras palabras, el amor a largo plazo se conserva tanto por el gusto que proporciona
la relación, como por la convicción de que es importante mantenerla. Cuando una persona tiene

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comprometida su vida afectiva y satisface diversas necesidades con ella, termina en cierta manera
habituado, y fácilmente surge la necesidad de explorar nuevas relaciones. Por ejemplo, cuando un
individuo casado encuentra a otra persona de quien tiende a enamorarse, gracias a su compromiso
puede controlar el crecimiento de esos nuevos sentimientos, y evitar que se convierta en un
auténtico romance que, a la postre, le genere más problemas que satisfacciones; en este caso, la
decisión de continuar la nueva relación no implica necesariamente el compromiso de conservarla,
lo que precisamente no entiende, o acepta, la persona afectada, el otro o la otra, según el caso.
En situaciones de esta naturaleza, tan frecuentes hoy y responsables de tantas separaciones, es
preciso que la pareja estable analice hasta dónde llega la decisión o el compromiso mutuo y
ajeno, y así entender qué tan crítica o no es la nueva situación.

La presencia (+) o ausencia (–) de estos factores en diferentes tipos de relaciones amorosas,
puede visualizarse en el siguiente cuadro:

compañía emoción decisión


intimidad pasión compromiso

.ausencia de amor - - -
.amistad + - -
.amor a primera vista - + -
.amor romántico + + -
.amor “vacío” - - +
.amor de compañía + - +
.amor carnal - + +
.amor pleno + + +

5. EVOLUCIÓN DEL AMOR

Respecto a la compañía-intimidad, durante las primeras etapas de una relación el


desconocimiento mutuo es casi total y, cada uno ignora las expectativas del otro, las emociones,
los valores, las formas de reaccionar, los presupuestos intocables, la mentalidad, etc., lo cual
estimula la compañía, la conversación superficial o el diálogo profundo, orientado hacia ese
proceso de mutuo conocimiento. Pasa el tiempo y los miembros de la pareja se tornan más
predecibles, y por ende, disminuye la búsqueda del otro, animada antes por la incertidumbre.
Esta situación presenta un aspecto positivo y otro negativo. El positivo consiste en el aumento del
lazo de unión interpersonal y de cercanía entre los dos. El lado negativo es la disminución de la
necesidad de la presencia del otro: los temas de conversación se agotan y en ocasiones no vale la
pena ni plantearlos porque el uno ya adivina cuál ser el comentario; y aumenta la probabilidad
de buscar diferentes personas más novedosas cuya comunicación o presencia resulta, por lo
nueva, excitante. La latencia de necesidad de compañía o intimidad (llamada en psicología
“fuerza de latencia”) se descubre cuando se presentan interrupciones en la relación, transitorias o

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definitivas, y uno descubre cuán importante era la presencia del otro; por ejemplo, sucede que
una pareja lucha por el divorcio, lo obtiene, y ya separados entran en crisis de soledad, e
incapaces de entablar nuevas relaciones, añoran la que perdieron.Una buena relación puede
destruirse simplemente por desconocer qué tan involucradas están dos personas en una relación
amorosa.

En cuanto al componente emotivo–pasional, cuando crece rápidamente en intensidad, con igual


rapidez decrece; y cuando crece lentamente, el ritmo de descenso es igualmente menor. En una
relación estable típica, después de alcanzar el punto más alto, la curva baja y se estabiliza en un
nivel habitual de excitabilidad, comparable al estado de habituación hacia algunas sustancias
(cigarrillos, café, alcohol... depende del veneno escogido): se necesita de la sustancia –en este
caso, del otro– para prevenir el malestar, el sentimiento de soledad o de depresión que surgiría en
la ausencia, así la presencia no cause una alegría proporcional.

La evolución del compromiso depende del éxito o del fracaso experimentado en la relación; si
se inicia con intenciones de conservarla, este factor asciende lentamente, luego crece en
intensidad y, cuando la relación es exitosa, se estabiliza; de lo contrario, cae; aunque, como
hemos dicho antes, la curva es quebrada, no suave, pues siempre se alternan períodos de decisión
con los de crisis, como explicamos antes. El amor vacío puede conservarse indefinidamente por
razones de economía psicológica, por cuanto el gasto y la inversión para conocer al otro ha sido
demasiado como para darlo por terminado, a menos que se haya encontrado un sustituto que
justifique el rompimiento…

Inevitablemente, con el transcurso del tiempo los aspectos mencionados sufren cambios de
intensidad o de rumbo en cada individuo. Más aún, si damos un ligero vistazo a la historia
evolutiva de un ser humano, encontramos que más o menos cada siete años se da un cambio
cualitativo en su personalidad, de tal manera que es muy probable que la persona de quien nos
enamoramos locamente tiempo atrás, resulte con el tiempo otra muy diferente, o que nosotros
mismos hubiésemos cambiado al punto de hacer insostenible la relación.

6. CONFLICTOS

Veamos a la luz de estos tres factores algunas situaciones conflictivas. Por ejemplo, la
intensidad de la necesidad de compañía, de erotismo o de compromiso suelen ser variables en las
dos personas involucradas, e incluso la intensidad puede ser tan diferente que la relación se
desajusta, o se mantiene en un estado semicrítico constante. Así, mientras uno busca satisfacer la
necesidad de compañìa, la otra parte exige pasión, o una puede anhelar el compromiso aunque a
la otra sólo le interese la simple decisión. Los sentimientos de inseguridad o de posesión
irracional generan celos, o temor de perder o de compartir el objeto del amor que le proporciona
insustituibles satisfacciones de compañía y de pasión; cuando los celos pasan del mero temor a la
obsesión, suelen debilitar estructuralmente la relación.

Investigaciones han demostrado que el componente pasional suele manifestarse más rápidamente
que los otros dos y, como indicábamos, en la mayoría de las relaciones algún aspecto físico o
material (apariencia, capacidad económica, aptitud para el baile, etc.) surge como el factor
determinante para valorar inicialmente al otro; pero estos criterios superficiales no garantizan la

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solidez del vínculo. Como sucede en períodos vacacionales, de soledad, o al cambiar de hábitat–
la necesidad de compañía o de relación sexual promueve el interés romántico hacia otra persona
que aparezca y llene tales necesidades, con el riesgo de que el enamoramiento preceda al
conocimiento de la conveniencia o no de admitir al otro en la vida íntima. Por eso, la intimidad y
el compromiso suelen manifestarse después y, a la postre, son más determinantes para sostener la
relación.

Una situación emotivo–pasional sobreintensa sin compromiso produce ansiedad permanente, por
el temor de perder al objeto del amor; unida al compromiso, puede generar una apego semejante
al que producen las drogas–, de tal suerte (¡o mala suerte! ) que cuando se es abandonado por el
amante a quien se creía ligado, aparecen en forma masiva efectos psicológicos devastadores
como irritabilidad, pérdida de apetito, depresión, incapacidad para concentrarse, e incluso hasta la
pérdida del sentido de otros valores.

Por tanto, la congruencia de los tres elementos en una pareja garantiza relaciones más
satisfactorias que conducen a uniones o matrimonios más exitosos. El cada vez más extendido
fenómeno del divorcio y la crisis de la sociedad familiar actual, se explica psicológicamente por
los desajustes en los tres componentes, fruto, entre otras causas, de la inmadurez en el momento
del compromiso, de los sutiles cambios de personalidad de los individuos, que en el tiempo
(alrededor de cada siete años) pasan de ser cuantitativos a cualitativos, y de las nuevas
situaciones ambientales que afrontan, muy diferentes de las que dieron origen al romanticismo y
al compromiso. Por eso, cuando una pareja entra en crisis, pero quiere salvar la relación, es
preciso analizar la evolución de los tres factores en el tiempo pasado, y estimular cambios de
actitudes que favorezcan en el presente y en el futuro inmediato, la congruencia entre ellos.

El componente pasional es el más difícil de sostener a largo plazo, por cuanto que es el menos
controlable a nivel consciente y el más proclive a la monotonía; recordemos el efecto favorable
del refuerzo intermitente y la importancia de que la pareja que quiere conservarse analice
periódicamente las necesidades que les satisface el estar juntos, y otras nuevas que debe iniciar
para continuar; de esta manera, el aspecto pasional deja de ser un factor de presión para la
estabilidad de la pareja.

En general, la monotonía y el estancamiento son los principales enemigos de la intimidad, al


igual que del pasional; es preciso, por tanto, sugerir algunas alternativas de cambio y variación
para que la relación crezca con sus protagonistas: nuevos intereses, cambios en hábitos de
conducta vacaciones mutuas o separadas; otras maneras (menos costosas) de romper la
monotonía son:
–Acariciar
–Tomar de la mano
–Sonreír
–Elogiar
–Besar
–Regalar algún detalle
–Escuchar
–Imprimirle ternura a la relación sexual
–Dar buenas sorpresas

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–Divertirse juntos y con amistades
–Respetar la necesidad de soledad del otro
–Comentar sucesos diarios
–Valorarse
–Saber presentar excusas y reconocer errores
–No guardar rencores...

Para que una pareja hubiera pasado de la relación de compañerismo afectivo a una relación
matrimonial, debieron coincidir en algún momento los tres componentes, los cuales sin duda
comienzan a transformarse con la vida en común y la evolución física y psicológica natural de los
individuos. Al respecto, escribió en 1953 Alfred Kinsey –el padre de la sexología moderna- que
“no parece existir otro factor más importante para el mantenimiento del vínculo matrimonial que
la determinación o la voluntad de no disolverlo. Cuando tal determinación existe realmente en
ambos cónyuges, las diferencias que puedan surgir se pasan por alto y las de orden menor se
miran desde perspectivas que favorezcan el mantenimientote la unión. Allí donde esa voluntad
falte, las desavenencias más triviales puede adquirir magnitudes antojadizas para justificar la
disolución de un matrimonio” (p. 11). Y luego añade que “los factores sexuales están entre
aquellos capaces de contribuir a la felicidad o infelicidad, al mantenimiento o la disolución de
hogares y matrimonios. Cuando existen intereses sexuales comunes a ambos, o alguna
comprensión mutua de la preferencias recíprocas. La pareja puede llegar a una unión afectiva que
trasciende todo otro tipo de relación humana. Cuando la pareja goza de relaciones sexuales
mutuamente satisfactorias, puede encontrar la rutina hogareña menos irritante y aceptarla como
hecho natural de la convivencia”…Más cuando las relaciones sexuales no son parejamente
satisfactorias para las cónyuges, la desavenencia y la agria rebelión es capaz de invadir no sólo el
lecho matrimonial, sino todos los demás aspectos del matrimonio”.

Cuando la pareja quiere continuar a pesar de las crisis, debe maximizar las ventajas o la felicidad
que engendra su relación estable. Gráficamente podemos visualizar relaciones desajustadas
superponiendo dos triángulos correspondientes a la pareja, donde cada uno de ellos expresa en
tamaño la intensidad de la vivencia amorosa, y en la amplitud los ángulos la predominancia de
uno u otro factor.

No pretendemos que estos elementos (intimidad, pasión, compromiso) sean los únicos presentes
en una experiencia tan compleja como la del amor, resultante de impulsos trasmitidos
genéticamente y del no menos complejo aprendizaje social, pero sí creemos que están acordes
con la psicología descriptiva y resultan útiles para comprender el fenómeno psicológico del amor,
su dinámica en las relaciones hétero y homo sexuales, permiten que cada uno trascienda los
estrechos límites de su experiencia individual y se comprenda mejor esta experiencia tan
compleja, que en situaciones de conflicto puede agotar los instantes y hasta la existencia. Pero,
desde luego, además de conocer la intensidad de cada factor, una pareja puede profundizar sobre
el estado de su relación analizando otras variables no menos importantes, y calificándolas, por
ejemplo, entre 1 y 9; de esta manera, en lugar de entablar discusiones interminables, sabrán hallar
los puntos de conflicto, y resolverlos si quieren salvar la relación.

a) satisfacción en la relación ( )

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b) qué tan exitosa ha sido la relación ( )
c) qué tan cercanos están en este momento ( )
d) exclusividad de la relación ( )
e) grado en que uno se siente todavía enamorado del otro ( )
f) grado en que la relación satisface las propias necesidades amorosas ( )
g) grado en que uno califica el compromiso del otro con la relación ( )
h) grado de comunicación en la relación ( )
i) grado en que uno cree que que llena las expectativas del otro ( )
j) grado en que el otro llena las expectativas propias ( )
k) grado en que uno estima vivir el amor ideal ( )
l) grado de compromiso personal con la relación ( )
g) predicción de la duración de la relación (en días, meses o años) ( )

Al comparar los resultados se obtiene un cuadro del estado de la relación (excelente, bueno,
problemático, deficiente, malo). Aunque se puede diseñar un modelo matemático que nos lleve
de lo cuantitativo a lo cualitativo, no lo considero indispensable por cuanto que le daría cierta
dosis de artificialidad al proceso. Ambas partes verán, de entrada, qué tan dispares están y cuáles
son los aspectos más críticos que deben profundizar, la posibilidad de fortalecer la relación, de
optimizarla, de resolver los conflictos, o de sugerir una separación racional, amistosa, temporal o
definitiva. Así el orientador familiar, y la pareja, tendrán la mejor descripción del estado de la
relación, y de esta manera, podrán proponerse acciones o decisiones, que teniendo en cuenta,
desde luego, los demás factores psicológicos y sociales que contribuyen a la realización
personal de quienes conforman la pareja, pues si la vida sin amor no merece ser vivida, la vida en
desamor es una muerte en vida.
7. CRISIS

Los problemas de amor provocan las crisis existenciales más intensas. Cuando el amor marcha
bien se vive una confianza serena y plena entre las partes, donde la mera presencia silenciosa
del otro es suficiente para crear un sentimiento de relajación y satisfacción. Ese estado, que se
experimenta con mayor intensidad al comienzo del enamoramiento, es tan gratificante que nos
hace volver a buscarlo... no obstante las derrotas anteriores.

Uno de los riesgos que afronta una relación amorosa es su rompimiento o extinción, por un
sinnúmero de factores, tales como:
–cansancio de uno o ambos,
-cada vez más frecuente intolerancia y valoración negativa del otro,
-dificultades de comunicación sincera y total,
–heridas,
–inconveniencia,
–convicción,
–cambios drásticos de personalidad (de religión, valores, actitudes, etc.)
–irrespeto,
–agresión continua,
–ausencia del deseo,
–insatisfacción,
–monotonía,

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–entromisión de un tercero, etc. Sería imposible clasificar las crisis de separación, pues son
tantas cuantos casos, y van desde la mutua y pacifica disolución hasta la crisis existencial más
insufrible.

Si la extinción es simultánea, no hay mayor problema, excepto por el manejo de cuestiones


prácticas, agravadas cuando se rompe no sólo la relación sino un hogar, caso en el cual las
consideraciones pragmáticas, o la fortaleza de la decisión-compromiso, pueden sostener y avivar
un tanto la vida afectiva.

Quien toma la decisión de separarse generalmente queda en mejor posición emocional que el otro
pues, si lo hace, se entiende que ya no requiere ni de la compañía, del afecto o la pasión del
compañero, quien se ve entonces enfrentando una crisis inesperada, a menos que hubiera estado
cultivando por su lado la misma decisión.

El problema psicológico insoportable, aparentemente eterno y visceralmente doloroso, lo sufre


quien ha cultivado una relación de adicción o necesidad psicofísica con el otro, y quiere
conservar la relación cuando la pareja está decidida a terminarla –o ya se alejó–; sobreviene
entonces en el afectado un sentimiento de soledad pues la presencia del otro estaba asociada
-condicionada- a cuantos lugares compartían, y una crisis profunda, íntima, cuya intensidad
dependerá del grado de adicción o dependencia que traía con el ser amado.

Esta adicción suele acentuarse más en uno de los tres factores mencionados: la compañía, la
pasión o el compromiso. El enamorado adicto no puede tolerar ni siquiera en el pensamiento la
ausencia física del otro, el fin del contacto erótico, o reconocer que ya nadie está comprometido
con él. Terminar una relación amorosa, cuando aún se está apegado al otro, es una situación
difícil que invita a rediseñar la vida. El cancionero popular y los poetas son pródigos en versos
que describen la amargura del despecho del ser humano afectado por esta situación que “nubla la
razón sin permitir pensar” y que cree incapaz de superar. ¿Qué puede hacer?

No existen desafortunadamente píldoras ni tratamientos inmediatos; sin embargo, el tiempo, la


presencia del psicólogo o de un amigo sólido y el conocimiento de los mecanismos de la
adicción, la concientización del problema, la reprogramación cognitiva, el contra-
condicionamiento o el descondicionamiento gradual permiten afrontar y superar con éxito la
crisis inevitable. El “paciente” o el “sufriente” tendrá que entender y aceptar que cada espacio de
su existencia estaba asociado con la otra persona, que se condicionó a ella (o sea, creó demasiada
“fuerza refleja”), que la extinción será demorada y con momentos de “recuperación espontánea”,
es decir, cuando crea que ya superó su dolor o su adicción, inesperadamente reaparecerá, aunque
por períodos más breves la necesidad de contar con el ser amado perdido.

Cuando una persona está adicta a otra que se va –o que se debe ir– le surgen tres angustiosos
interrogantes: seré capaz de reponerme..., sabré afrontar la soledad que me espera..., podré
encontrar un nuevo amor... la respuesta es simple: sí, aunque, como insistimos, requiere
paciencia y conciencia.

En primer lugar, ha de aceptar, como premisa fundamental, que nadie está obligado a amar a
otro, y que mendigar amor atenta contra la dignidad personal. Dos personas no tienen porqué

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vibrar al unísono toda la vida; cada cual trae su historia y así sus lineas vitales se hubieran
encontrado y unido en un trayecto del espacio-tiempo (pues no somos sino líneas en el espacio-
tiempo), eso no garantiza su convergencia a largo plazo. La armonía total, la promesa del amor
eterno, el mito de la media naranja o del alma gemela no son más que ficciones románticas o
presiones religiosas. Incluso una buena relación empieza deteriorarse cuando se le exigen al otro
muestras de amor que él es incapaz de brindar, y creando de esta manera expectativas
irrealizables, fuentes de conflictos reales e imaginarios. Vivimos, como dice Altha Horner, una
era liberacionista y narcicista, donde cada quien intenta salvar, con poder o con dulzura, su
propio estilo para su mejor bienestar; de ahí que no se dé, como “ahora tiempos” el amor por pura
convicción, y quien quiere partir, y puede hacerlo, simplemente se va.

En la mayoría de las crisis, el afectado reconocerá que la relación había llegado a estados
insoportables, y aceptará entonces que es mejor vivir solo y en paz que acompañado en
guerra; que si en la otra persona no encontró al cabo del tiempo la correspondencia amorosa que
buscaba y luchaba, es preferible psicológicamente afrontar la ansiedad temporal de la
separación, que la depresión constante causada por una vida común insatisfactoria, capaz
de conducir al agotamiento del organismo integro en todas sus funciones. Si ya cometió el error
de alienarse, de volverse adicto a alguien –en lugar de haber desarrollado la relación madura que
describimos al comienzo– entonces tendrá que programarse para sufrir unas semanas,
descondicionarse del otro, y rescatarse como persona única y digna. En tercer lugar, y así no le
guste, es preciso que comprenda la naturaleza de su adicción sentimental, para que logre
superarla.

¿De dónde proviene esa adicción que lo hace sentir miserable e impotente sin el otro?, lo explica
el psicoanálisis. Las raíces se encuentran en la temprana infancia, cuando vivimos un placentero
estado de apego total con uno de nuestros padres o mayores: nada nos faltaba, nos sentíamos
seguros y felices al contar a toda hora con él. Esa necesidad infantil del otro resurge en la edad
adulta, se revive en el enamoramiento y se trasfiere a él o a ella, creándose una dependencia
artificial con el ser amado, a quien convertimos en ídolo, en fetiche, en arquetipo de
perfecciones, maximizando virtudes y minimizando defectos, de manera acrítica e irracional,
incluso cuando nos causa daño; es decir, el adulto adicto se comporta emocionalmente como un
niño.

Es preciso entonces admitir el estado infantil que hemos adoptado respecto al otro. La adicción,
además, es la fuente principal de celos, inseguridad y depresión que surgen incluso al contemplar
la posibilidad de su ausencia temporal o definitiva. Luego, descubra los mecanismos mediante los
cuales alimentaba su adicción: trataba de dominar, de volverse necesario, era servil, débil celoso,
controlador, dependiente, chantajista (¿si me deja, me mato! o lo ...), cerrado a otras alternativas
para invertir su tiempo y sus sentimientos?

El amor adictivo conduce a amoldarse al otro por temor de perderlo, a dejar de ser uno mismo, a
perder el self. Si los esfuerzos para restaurar la relación han resultado fallidos, no se engañe
interpretando leves signos del otro (una caricia, una llamada, por ejemplo) como señales de que
todo volverá a la normalidad, ni se culpe preguntándose qué hizo mal. Aténgase a los hechos,
no a sus ilusiones. Una vez haya aceptado que se trataba de una transferencia en la edad adulta

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del amor infantil, debe tomar conciencia de que esa persona no es la única del planeta, que usted
sigue siendo un ser completo sin ella, como lo era antes de conocerla.

Como escribe Spinoza, las heridas ocasionadas por su ausencia sanarán con el tiempo y con el
redescubrimiento de sí mismo, de otras amistades con nuevos valores, en lugar de apegarse a una
ilusión; entienda que ha adquirido libertad para abrirse a nuevos espacios afectivos. Conviene, al
estilo de los economistas, hacer un análisis de costo–beneficio de la relación que concluye,
sopesando, entre otros, los siguientes indicadores:
-satisfacción emocional,
-comunicación,
-compañerismo,
-sexualidad,
-soporte afectivo,
-crecimiento personal,
-confianza,
-respeto,
-deseo de compartir tiempos libres, etc.
Descubrirá sin duda que alto era el precio pagado para conservar un romance a la postre
insatisfactorio que le impedía realizarse plenamente. Una relación amorosa tiene sentido si es
mutua y si nos hace estar y sentir mejores, no peores.

Si la mente da vueltas en forma obsesiva a los mismos pensamientos, conviene escribirlos,


materializarlos, y así liberar a la conciencia de tenerlos a toda hora presentes; un diario donde
registre la evolución de su crisis le permitirá constatar sus progresos y reforzará su confianza en
sí mismo. También se dará cuenta que cada día se siente más persona, más libre y menos infeliz.
Que haya o no vida después de la muerte, es discutible; lo seguro es que sí continua la vida, con
todas sus bellezas y posibilidades, después de un rompimiento amoroso, así confiese ahora que
jamás superará está decepción.

Revise su historia amorosa y encontrará que esta crisis actual en breve será parte de su pasado,
como lo son otras. Recupere y fomente amistades que atenuarán su soledad, comparta vida y
valores con otros, controle el impulso a la adicción, a depender de otro, y cuidado con cambiar
su adicción afectiva por otras adicciones peores, como el alcohol, la droga, la comida o la
promiscuidad. Aprenda de la experiencia y controle su tendencia a la adicción. Si siente que
anda con el cordón umbilical en la mano mirando dónde enchufarlo...visite al psicoterapeuta,
pero tampoco se conecte con él. El tiempo hará el resto.

ADENDA:
EL AMOR Y EL SEXO ADOLESCENTE

La adolescencia es una época emocionalmente tormentosa: por un lado, irrumpe una sensación
de poder, surgida de la conciencia de no ser un niño indefenso y dependiente, y manifestada en
enfrentamientos con los mayores, nuevos criterios, afán de independencia, libertad, búsqueda de
identidad y valores diferentes de los enseñados por padres y maestros. Y por otro, aparecen
también las crisis de angustia: saben muy bien los adolescentes que una vez se encuentran solos,
consigo mismos, al interior de sus sábanas, suelen experimentar sentimientos de tristeza, de

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soledad, de impotencia, de depresión, de angustia hacia el futuro, de llanto sin motivo. Es pues
una etapa de Montaña Rusa: un sube y baja emocional. Y entre más sube en un sentido, más baja
en el otro. El “yo” adolescente es un “yo” repleto de inquietudes enfrentado a otro “yo” real lleno
de limitaciones. Se vive una tensión que debe resolverse; una tensión entre el principio del
placer (que rige al niño y nos empuja a actuar movidos por el gusto y la satisfacción inmediata) y
el principio de la realidad (que debe regir al adulto, y que nos mueve a actuar según lo que sea
más razonable y más conveniente a largo plazo). La meta de la formación adolescente ha de ser
fortalecer el principio de la realidad, de la razonabilidad, para enfrentar mejor la edad adulta.

Cuando se une el ánimo de libertad adolescente con el predominio del principio del placer
infantil, las consecuencias dejan huellas: vicios, alcohol, maracachafa, sexo incontrolado,
irresponsabilidad y nula preparación para enfrentar la adultez.

Una de esas vivencias nuevas del adolescente es el enamoramiento: una excitación física,
emocional y mental frente a otro adolescente generalmente de distinto género, asociada al interés
por el atractivo físico propio y ajeno, por afianzar la relación con determinada persona, y por
obtener placer erótico (que suele iniciarse en soledad –sueños eróticos o la masturbación
acompañada de imágenes).

En la generación de sus abuelos se enseñaba que la sexualidad estaba ligada a la reproducción, y


que el placer era algo secundario. Y lo socialmente aceptado en esa epoca era:
-Aguantarse
-No hablar de eso
-Esperar el matrimonio
-¿Y las mujeres? Conservar el himen a lo que dé lugar.
Hoy ustedes viven –por fortuna- otros valores, entre los cuales se destaca reconocer la
importancia de la función erótica, es decir, que la sexualidad por sí misma es placentera y no
tenemos porqué evitarla.

Pero sucede que el enamoramiento despierta una gran fuerza interna, difícil de controlar, que
engrandece con más intensidad el simple deseo sexual, y la actividad sexual es más complicado
que respirar.¿Por qué? Porque, primero, en la adolescencia la madurez física sexual no viene
acompañada de la madurez emocional, y menos de la madurez racional; segundo: hay riesgos y
cuidados que deben tenerse en cuenta para evitarse molestias el resto de la vida.

Las inquietudes que suelen tener los adolescentes y que no comparten con adultos sino con
amigos de su edad, igualmente despistados, son las siguientes;
Cuando iniciar relaciones sexuales?
Cómo?
Dónde?
Con quien?
Esperarán ustedes unas respuestas concretas a estas preguntas, pero, nada: cada individuo
presenta una situación diferente según múltiples factores.

Pero sí es posible sugerir unas respuestas negativas, como por ejemplo, no iniciar actividades

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heterosexuales por mera curiosidad, por desesperación, excitación extrema, por afán de agarrar a
otro, desconociendo los riesgos, en potreros, y lo peor, con algún seductor (o seductora)
aparecido y oportunista.

¿Y eso por qué? Por lo que implica una relación sexual: riesgo al embarazo, exposición a un
aborto, peligro de contagio de enfermedades, y desajuste emocional. Aunque, de hecho los
comienzos son muy graduales (miraditas, cogerse de la mano, una “bluyiniada”, un beso en la
cara o en la boca, caricias) pronto se llega al momento de la intimidad total, y en esas el
enamoramiento suele nublar la razón (y la pareja empieza a “decirse mentiras”: la puntita no más,
yo me “boto” por fuera, hoy no es mi día fértil, imposible ser tan de malas… y hasta… ¡mi papá
era estéril!). Lo ideal es que se llegue a ese momento con alguien que valga la pena compartir
placer, emociones e intimidad con responsabilidad y libertad y con una buena preparación
mental, emocional e incluso logística (preservativos a la mano y con reservas). Lo frecuente es
que dos personas se enamoren antes de conocerse, y que una vez estén emocionalmente ligadas,
descubran que sus diferencias de carácter y de valores hacen imposible una relación placentera y
realizadora; o peor, las personas suelen creer que se fijan en otra atendiendo a la personalidad, la
inteligencia u otros valores “superiores” y en la realidad, atractivos físicos, materiales,
superficiales, suelen ser los primeros responsables del enganche afectivo.

Yo recientemente he pensado que aunque la educación sexual en la educación media es muy


importante, ha servido más para que muchos alumnos la entiendan como el aprendizaje de
conocimiento y habilidades para iniciarse cuanto antes en las prácticas sexuales y amatorias, y no
aprenden lo ligada que está al amor y al desarrollo existencial adulto, de lo que me ocuparé a
continuación, como para que estén preparados.

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