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DE TROYA A MADRID.

MÁS DE 3000
AÑOS DE POESÍA

MONÓLOGO
DE HÉCTOR

Andrómaca,
pienso en ti,
cuando mi
cuerpo
arrastra por el
polvo,
cuando ya ni
lágrimas me
quedan
para hacer un
rastro que tú
Héctor y Andrómaca (Giorgio de Chirico,
1995) sigas,
jamás el de mi
tumba en tierra.
Y tú quizá me ves desde las últimas
murallas de la última visión de Troya,
como un pelele que no ha podido ser
el héroe, el que vivía en las alturas, tu marido.
Pienso en ti, y dos veces de vergüenza
me muero de que la última expresión
del rostro que quisiste, incluso duro,
sea de barro a tu mirada, y ya mis ojos,
sin poder para elevarse,
los ojos de un oráculo humillado.
Cuida todo lo que era nuestra casa
cuando no quede rodal sobre rodal
de la ciudad de nuestros dos pechos unidos,
transpórtalo contigo, atiende
a su caricia cada día, y no apresures
tu llegada aquí. Te digo
que siendo quejumbroso aquel vivir en guerra,
esto es diez mil veces la nostalgia
de volverse a morir, pero no así,
que no hay deseo: esto es la nada
que ya siento entumecerme, y solo queda
el resto de dolor que piensa en ti,
Andrómaca, mi esposa.

ÁNGEL L. LUJÁN (Una calle cortada, 2005)


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LOS CABALLOS DE AQUILES

En cuanto vieron a Patroclo muerto


-era joven, y fuerte, y muy valiente-
los caballos de Aquiles se echaron a llorar:
se indignó su inmortal naturaleza,
al ver la obra aquella de la muerte.
Y sacudían sus cabezas y hacían ondear sus largas crines.
Golpeaban la tierra con sus patas, en llanto
por Patroclo, al que sentían ya sin vida –aniquilado-
una carne abyecta a la sazón –su espíritu ya perdido-
sin posible defensa –sin aliento-
a la gran Nada devuelto por la vida.

Zeus vio las lágrimas de las bestias


inmortales y se afligió. “¡En la boda de Peleo”,
dijo, “no debí obrar con tanta irreflexión;
mejor fuera no haberos regalado, mis desdichados
caballos! ¿Qué buscabais ahí en esa tierra
entre la miserable humanidad, juguete del destino?
A vosotros, a quienes ni vejez ni muerte acechan,
os torturan desgracias pasajeras. En sus tormentos
los hombres os enredan”. Pero de puro nobles,
las dos bestias lloraban
la desgracia perenne de la muerte.

C.P. CAVAFIS (Poesía, 1897). Trad. de R.


Irigoyen

Aquiles y Patroclo
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ULISES SE PRESENTA A SU LLEGADA AL


REINO DE CIRCE

Cerqué a Troya, y rendí a Troya;


no me permitas que torne
a la memoria sus ruinas,
hasta que Venus las llore.
Heredero de las armas
de Aquiles fui, porque logren,
si dueño no tan valiente,
dueño a lo menos tan noble;
al mar me entregué pensando
volver a mi patria, donde
trocara el bélico estruendo
en regalados favores.
Engañóme mi esperanza,
mintióme mi amor, burlóme
mi deseo. ¡Oh, cuánto fácil
su dicha imagina el hombre!
Venus del griego ofendida,
mis venturas descompone;
que es, aunque diosa, mujer,
en quien duran los rencores.
La cárcel abrió a los vientos,
para mi agravio veloces;
que para mis esperanzas
aun fueran los vientos torpes;
ellos que airados embisten,
la frágil armada rompen,
y yo turbado perdí
con la confusión el norte [...]

CALDERÓN DE LA BARCA (El mayor encanto, Amor, 1635)


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TROYANOS

De desgraciados son nuestros esfuerzos;


nuestros esfuerzos son como de troyanos.
Llevamos algo a cabo, nos reponemos
algo, y ya empezamos
a tener coraje y buenas esperanzas.

Mas siempre surge algo y nos detiene.


Ante nosotros en la trinchera surge
Aquiles y a grandes gritos nos espanta.

Nuestros esfuerzos son como de troyanos.


Creemos que con arrojo y decisión
cambiaremos la animosidad del destino
y nos plantamos fuera a pelear.

Pero cuando el momento


crucial llega,
arrojo y decisión se nos
esfuman;
se turba y paraliza nuestra
alma
y corremos en torno a las
murallas
tratando de salvarnos en la
Caballo de Troya fuga.

Pero nuestra caída es segura. Arriba,


en las murallas, ya empezaron los llantos.
Lloran recuerdos y sentimientos de nuestros días.
Amargamente, por nosotros, lloran Príamo y Hécuba.

C.P. CAVAFIS (Poesía, 1897). Trad. de R. Irigoyen


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BRISEIDA A AQUILES

[...] Corre incluso el rumor de que mañana, cuando brille la


aurora, darás el lienzo de tus velas a los nubíferos Notos.
Cuando este crimen ha llegado a mis oídos temerosos,
desgraciada de mí, mi pecho se ha quedado sin sangre y sin
aliento. ¿Vas a marcharte? ¿Y en manos de quién, ay,
hombre sin piedad, me dejarás a mí, desgraciada? ¿Quién
será para mí, cuando me abandones, el dulce consuelo?
¡Ojalá una grieta repentina del suelo me trague, o me
fulmine el fuego luminoso de un rayo lanzado del cielo,
antes que sin mí, el mar se ponga blanco de espuma por los
remos de Ftía y antes que yo, abandonada, vea partir tus
popas!
[...] ¿A qué aguardas? Agamenón se arrepiente de su
enfado y Grecia
afligida yace
postrada a tus
pies. Domina tu
soberbia y tu
cólera, tú que
dominas todo lo
demás. ¿Por
qué el
impetuoso
Héctor
menoscaba el
poderío de los
dánaos?
Briseida amante de Aquiles es Empuña las
conducida como esclava hasta el rey armas, Eácida –
Agamenón pero hazlo
después, eso sí,
de haberme recuperado a mí-, y derrota a los guerreros
espantándolos con el favor de Marte. Por causa mía
comenzó tu cólera, y sea yo principio y fin de tu tristeza. [...]

OVIDIO (Heroida III). Trad. de V. Cristóbal


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AGAMENÓN

Pronto vas a gozar de tu victoria:


Este enorme caballo, formado por los pinos
Del nemoroso Ida, te ha de otorgar el
triunfo.
Luego, vendrá el saqueo,
Degollar enemigos y efectuar el reparto
De las bellas troyanas
Que en una sola noche cambiarán de
marido.
¡Ah… por qué te apresuras? Máscara de Agamenón
Goza aún de este día –puede ser de los
últimos-,
De los miles de hombres que obedecen y aplauden
Todas tus decisiones.
Ahora es el momento de disfrutar las cosas,
Antes de que consumes tu vital objetivo:
Después de tomar Troya, ya no serás caudillo;
No tendrás tantos hombres y, cubierto de gloria,
Volverás a tu hogar, si tu hogar es tu casa.
Pero, ¿sabes?, el triunfo
Sólo agrada un momento y, después se disipa;
La vida cotidiana no sustentan
Las pasadas victorias, ni los vinos de antaño
Logran darle calor a la vejez sombría.
Es mucho más preciosa la lucha por el triunfo,
Bordear el placer, sin dejar que se agote…
Pero no, no haces caso:
Apresuras el tiempo y el tiempo te depara
Un destino terrible;
Y mientras tú, ignorante en tu soberbia,
A los dioses te juzgas semejante,
Clitemnestra y Egisto
Apostan centinelas afilando sus hachas.

JOSÉ NICÁS (La lira de Orfeo, 1996)


Atenea (Eduardo Beato, óleo sobre lienzo, 1995)

Posidón (Eduardo Beato, óleo sobre lienzo, 1995)

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