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eee ee eee ee i ue a cs LA ANTROPOLOGIA SOCIAL EN PERSPECTIVA boc re Pea gore ute Universidad Nacional Autonoma de México Fee eee pet See eee nad Cea eee en ee ee eed pee La antropologia, dice Héctor Diaz Polanco, ha Cee ues De ee er ee en or ee Cee ee es lidad y particularidad. El autor analiza las dos Ce ees Se ae ieee eee a ee ee ee ee Pe eed ne ee ea ret inciada despues de la segunda guerra mun- Co ee ees SU eee nd eee Se ae ad aniropologia, asi como las cortientes funda- Cee Cee ts Cee ec ee teas Pee ey fifa y la anropologia real, Aquéllaconcebida Cece ant ‘cuerpo conceptual, un método y un objeto See eee eet es teorias mas o menos coexistentes o sucesivas. any em d es eee Cee Secs ese No) Loreen eects erence as Cae ee er ets ee ae or ioe ee a) ee aed ee eas ee eel Editores), LA ANTROPOLOGIA SOCIAL EN PERSPECTIVA Videoteca de Ciencias y Humanidades Coleccion Aprender a Aprender Serie Ciencias Sociales: Algunos Conceptos Bésicos COOROINADOEES DF AREAS ¥ KSPECALIDADES! Luis de la Pena CIENCIAS DE LA MATERIA Pablo Rudomin [CIENCIAS ELA IDA Pablo Gonzalez Casanova Rolando Garcia TEORIAY METODOLOGIA Beatriz Garza Cuarén CGIENCIAS DEL LENGUAIE Raymundo Bautista MATEMATICAS Hugo Aréchiga [CIENCIAS DE LASALUD Felipe Lara Rosano INGENIERIAS Y TECNOLOGIAS LA ANTROPOLOGIA SOCIAL EN PERSPECTIVA. Héctor Diaz-Polanco (&) Universidad Nacional Auténoma de México Centto de Investigaciones Interdisciplinarias fen Ciencias y Humanidades Coordinacion de Humanidades México, 1999 Primera edicién, 1999 Edicion ciesfiea José Gandara Salgado Disefio de portada: Angeles Alegre Schetino y Lorena Salcedo Bandala DR. 1999 Universidad Nacional Auténoma de México Centro de Investigaciones Interdscplinavias ‘en Ciencias y Humanidades Ciudad Universitaria, 04510, México, D.E Impreso en MéxioyPrinted in Mexico SBN: 968-36-7502-6 Hicror Diaz-Poanco Profesor-investigador del Centro de Investigaciones y studios Superiores en Antropologia Social (cess). Director de la revista Memoria. Autor de diversos trabajos sobre la ‘cuestién indigena. Sus obras mas recientes son Indigenous Peoples in Latin America. The Quest for Self-Determina- tion, Westview Press (Harper Collins Publishers), Colorado, Oxford, 1997, y La tebelién zapatista y la autonomia, Siglo XXI Editores, México, 1997. LA ANTROPOLOGIA SOCIAL EN PERSPECTIVA* La antropologia es una disciplina muy especial por su historia Y por sus pretensiones, como veremos. Habria que aclarar, ante todo, que lo que aparece como un bloque homogé- neo e indiferenciado en realidad contiene un conjunto de subdisciplinas, ramas 0 especialidades en su interior. Est0 incluye especialidades como la antropologia fisica, que se dedica a estudiar el proceso de “hominizacién”, de consti- tucién de lo humano en lo genotipico y lo fenotipico; la et- nolingiistica, que examina las complejas relaciones entre cultura y lengua; la arqueologta, interesada en las forma- ciones sociales antiguas, las primeras configuraciones es- tatales, las revoluciones agricolas y urbanas, etcétera, y la especialidad que centra su interés en los sistemas socio- culturales contempordneos: la antropologfa social (0 cul- tural) y la etnologia. La lista es slo ilustrativa, pues los nichos de las especializaciones van en aumento. En la practica, las fronteras entre estos campos no son tajantes y existen muchos terrenos comunes, preocupaciones compartidas y traslapes. Es por ello que son agrupadas bajo el paraguas El presente texto la wanseripci,revisada por el autor, de la exposicion ‘orl raza en el cacy el 2 de octubre de 1997. Se hicieron algunos Sst al eto para mejorar su presenacin ycomprension. ys agregaron ‘ninimas referencias ibllogrieas de la “antropologfa’”. En las paginas que siguen me referi- 16.a la antropologfa social o cultural. La antropologia nace en la atmésfera intelectual que arranca a finales del siglo xvi, y avanza hasta nuestros dias. Su consolidacién como disciplina académica se reali- za durante la segunda mitad del siglo xxx, en un ambiente ten el que se enfrentan el racionalismo francés y el romanti- ccismo aleman. Es decir, Voltaire (Francois Marie Arouet) versus Johan Gottfried von Herder, para mencionar dos fi- .guras epénimas; el espiritu de las luces frente al relativis- mo hist6rico; la nocién de universalidad en pugna con la, de particularidad; el racionalismo ius-naturalista frente al historicismo juridico, con su fundamento en el wolkgeist (espiritu del pueblo). Se trata de una disciplina que ha experimentado trans- formaciones sustanciales a lo largo del tiempo y que, en es- te momento, constituye una piedra angular para la com- prensién o el tratamiento de un conjunto de problemas Cruciales. En primer plano se puede situar la cuestién de la diversidad o la pluralidad, abordada desde diversos en- foques y preocupaciones. Si hay una linea conductora, un hilo rojo que atraviesa todas las problematicas antropol6- sgicas, es el de la diversidad. El problema de la diversidad, como sabemos, aparece précticamente en el mismo mo- mento en que los conglomerados humanos dejan de ser sociedades totales y pasan a ser sociedades parciales; es decir, pasan a interrelacionarse, a vincularse y a ser partes de unidades sociopoliticas mayores. En esa circunstancia, el problema de la diversidad —la dificil y a menudo cont tiva convivencia de sistemas socioculturales distintos— aparece como uno de los problemas humanos fundamen- tales. La antropologia intenta estudiar esta diversidad y, a veces, Contemporaneos, éstos se presentan como las fricciones que resultan de la pluralidad en el marco de sociedades, 10 complejas, determinadas a su vez por un continuo proce- so de mundializacién o globalizacién. En concreto, se ma- nifiestan como el problema del reconocimiento de los de- rechos socioculturales de grupos de identidad en el contex- to del Estado-naciGn, mediante diversas formulas que se resumen en lo que se ha dado en llamar el régimen de au- tonomia. Se busca sentar las bases de una sociedad plural Esto supone admitir que existe lo que puede llamarse una contradiccién sociocultural: la que se da entre la particu- laridad étnica, la particularidad identitaria de ciertos grupos, y la pretensién de universalidad que también atraviesa la historia de Occidente sobre todo en los ultimos dos siglo. Estamos hablando de la problematica de compatibilizar los derechos étnicos, colocados en el ambito de la particu- laridad, por una parte, y los derechos individuales 0 “ciuda- anos” planteados en el terreno de la universalidad, por la otra. El conflicto se pone de relieve ante un primer indicio: a menudo el contenido de los llamados derechos étnicos yeel sistema cultural del que derivan —con su énfasis en lo comunal, el control y la subordinacién de la individual dad a los imperativos de los llamados “usos y costumbres' y la vigencia de estrictas normas colectivas, por ejemplo— parecen competir tanto con la sensibilidad ética del hom- bre occidental de finales del siglo xx como con principios garantias intermacionalmente sancionados que se identi- fican con nociones de libertad, igualdad, derechos humanos y otras por el estilo. Se trata de lo que Geertz caracteriz6 como la tensién entre el impulso esencialista (“el estilo in- digena de vida") y el empuje epocalista (0 sea, “el espiritu de la época”), uno jalando hacia la herencia del pasado y ef ‘otro hacia “la oleada del presente”. Las metas de uno y otro implican ventajas y dificultades. Las metas del esencialismo pueden ser “psicol6gicamente aptas pero socialmente ais- lantes”; mientras que las propuestas del epocalismo tienden a ser *Socialmente desprovincializantes, pero psicolégica- mente forzadas" (Geertz 1990: 208 y ss). u Un nivel adicional de tensién surge a finales del siglo xu, después de la Revolucién Francesa, cuando comienza, como lo recuerda Immanuel Wallerstein, la época del triun- fo del liberalismo. Este se convierte en el fundamento filo- s6fico y politico sobre el que se construyen las sociedades occidentales. Este largo periodo de dos siglos, segdin el au- tor, se acerca a su fin (Wallerstein 1996: passim). En todo caso, con el surgimiento del liberalismo como concepcién orientadora y organizadora det desarrollo del capitalismo mundial, los problemas de la diversidad no sélo no se solu- Cionan, sino que entran en un nuevo nivel de complicacién, por lo que se agudiza el conflicto. ;De dénde provienen las bases del conflicto indicado? Provienen de una doble in- transigencia. Por un lado, operan los inflexibles principios de un liberalismo que no acepta otra racionalidad como base de la organizacién sociopolitica que no sea aquella que éI mismo prescribe. En la actualidad conviven versio- nes de un liberalismo duro y de un nuevo liberalismo plu- ralista. Pero para el liberalismo primigenio, que sigue sien- do el dominante, ni la tradicién nila identidad son funda- ‘mentos para constituir la sociedad politica, sino la “raz6n” y la adhesin voluntaria, la asociacién y el “contrato”. En el lado contrario, encontramos el ascenso del relativismo absoluto que, so pretexto de reivindicar la particularidad, se aferra a una metafisica de la irreductibilidad e incon- mensurabilidad de los sistemas culturales. En este partido se ppone en tela de juicio la pretendida soberania de la razén y la “autonomia de la voluntad” y, en contraste, se exalta la preeminencia de la cultura sobre la individualidad, Desde hace casi dos siglos, la contienda entre estos dos grandes enfoques ha dificultado la armonizacién entre ra- Z6n y cultura, entre pensamiento y tradicién, entre unidad nacional y pluralidad, entre universalidad y particularidad. Actualmente su persistencia estorba la transaccién socio- cultural que implica, por ejemplo, el régimen de autono- mia. En general, las dos grandes tendencias mantienen su 2 impulso primigenio: el espiritu de las luces frente al esp ritu del pueblo (wolkgeist); el hombre “universal” en con- traste con el hombre determinado hasta en los menores detalles 0 gestos por su cultura. No se trata desde luego de tuna confrontacién que se mantiene y se resuelve en el 4m- bito de las ideas. Tratindose de concepciones con una gran densidad hist6rica, el forcejeo provoca consecuen- Cias practicas de enorme trascendencia. La batalla entre estas dos tradiciones teérico-politicas, por ejemplo, se ex- tendié con fuerza a tierras americanas en el siglo xx, adqui- riendo rasgos virulentos sobre todo a partir de su segunda mitad. La antropologia fue una de las arenas predilectas. ‘Antes de abordar este punto, hay que examinar breve- mente las dos grandes fases por las que atraviesa la con- tienda. La primera abarca el periodo de desigual constitu- cién de los Estado-naciones, particularmente durante el siglo xix. Esta etapa marca el triunfo del universalismo ra- cionalista, pues los Estados nacionales no se erigen a par- tir del principio cultural preconizado por el romanticismo (“cada nacién cultural es un Estado”), sino considerando la nacién como un conjunto de individuos o ciudadanos que, independientemente de sus caracteristicas culturales, se rednen para fundar un Estado-nacién. Esto es, no se im- pone la nacién cultural sino la nacién politica, cuyos limites 1o respetan las fronteras étnicas ni las identidades histori ‘camente conformadas. Asi ocurrié tanto en Europa como ‘en América Latina. Ello determina que, en consecuencia, en los Estados-naciones la regla no sea la homogeneidad so- ciocultural de las poblaciones que conforman las flamantes Unidades sociopoliticas, sino la heterogeneidad. El resultado generalizado fueron naciones politicamente unificadas, pero con bases sociales que son multiculturales o pluriét- as e incluso multinacionales en un sentido herderiano. ‘Asi, el ente con que el racionalismo liberal celebra su éxito leva en su seno el germen del conflicto, debido a su propia pluralidad: en el Estado-nacién permanece latente, y a 13 menudo aflora con brio, el conflicto de la diversidad. Este problema subyace quiz como la gran problemética de la antropologia actual. Una segunda fase se inicia después de la segunda guerra ‘mundial y se profonga hasta nuestros dias. En aparente pa- radoja, después del holocausto provocado por el racismo nazi, el culturalismo experimenta un gran ascenso. El rena- Cimiento de los enfoques relativistas, sin embargo, se realiza en nuevos términos; Concretamente, levando a cabo una se- vera expurgacién de toda referencia a supuestas determina- ciones raciales. A partir de los afios cincuenta, cientificos del mundo, convocados por la UNESCO, realizan la sistematica refutacién de las tesis racistas. En adelante, la diversidad aceptada s6lo puede fundarse en lo cultural. En esta ola, el ‘elativismo cobra fuerza en la comunidad antropolégica. Pero volvamos atrés para hacer un poco de historia so- bre nuestra disciplina. Constatemos un primer hecho inte- resante: aunque en ella se desarrollan poderosas corrien- tes racionalistas, y de hecho arranca con formulaciones evolucionistas de este cardcter, la antropologia es una dis- ciplina identificada mucho mas con la tradicién romanti- a, con la tradicién del historicismo aleman, que con el racionalismo francés. Se puede decir entonces que la an- tropologia arrastra la marca romantica. En efecto, a dife- rencia de otras disciplinas como la sociologta, es identfi- cada —y no s6lo por los legos— con el entusiasmo por lo ex6tico, lo extrafio, lo nico, lo especial. Como contrapar- tida se advierte en ella escaso interés por las comunidades politicas complejas, particularmente por el Estado-nacién.. De hecho, para muchos antropélogos, su disciplina se dis- tingue por el estudio de las llamadas “sociedades simples”. Es Cierto que se encuentran estudios antropolégicos centr dos en sistemas sociales “complejos”; pero esto es mas bien la excepcién y no llega a convertirse en un objeto de primer orden en su campo de estudio. Asi aparece el con- traste entre una “rutina sociol6gica” que se realiza en nues- “4 {ro propio ambito, en un terreno conocido: nuestro mundo “occidental’, frente al “heroismo” casi wagneriano de la antropologia. No es casual que la versién hollywoodense mas difundida del cientifico heroico (Indiana Jones) sea la figura de un antropélogo (un arquedlogo, para mas sefas), construida a partir de un cliché que ha corrido con buena fortuna. Fsto se debe quizas a que lo destacable de la antropo- logia es el estudio del otro, de lo otro, de lo diferente por antonomasia. Incluso, durante mucho tiempo, lo que se engloba como propio de la etnicidad, como propio de lo €inico, es concebido basicamente como un atributo del otro, lo que manifiesta un cierto residuo colonialista en el enfoque antropol6gico: los otros (sociedades “primitivas” © “simples”) tienen etnicidad, nosotros (“occidentales” 0 lizados") no. Esto no debe extrafiamos, pues es impo- sible entender la constitucién y desarrollo de la disciplina sin las determinaciones del colonialismo. De tal manera que los estudios de éste y otros temas caracterizados co- mo antropolégicos se hacian en el mundo del “otro” y no en nuestro propio Ambito, Tomé cierto tiempo a los antro- logos liberarse de su condicionamiento colonialista y aceptar que podian aplicar el mismo enfoque “antropol6- gico” al estudio de realidades (es decir, sistemas, relacio- nes, funciones, estructuras, etcétera) “occidentales’, pro- pias de nosotros. Un segundo rasgo destacable de la antropologfa social es su pretendida peculiaridad metodolégica, debido a la influencia de corrientes tedricas que veremos més tarde. Muy pronto se identifica practicamente la antropologia con el trabajo de campo, particularmente con lo que los antro- pologos llaman la observacién participante. En breve, se trata de una forma de trabajo que requiere que el investi- gador no sélo se inserte en el ambito de la comunidad de estudio a fin de recolectar la informacién, sino que perma- rnezca alli el tiempo suficiente para contrarrestar los efec- 15 tos perturbadores mas evidentes que produce su presen- Cia. Se busca que los miembros del sistema social bajo es- tudio empiecen a ver al investigador, si bien no como parte de aquel conglomerado humano, al menos como un ele- ‘mento no perturbador: que se acostunbren al antropdlogo, de modo que éste pueda estudiar los fenémenos que le in- teresan sin modificarlos con su presencia hasta un punto inconveniente. Largo ha sido el debate entre los antropélogos —me te- mo que todavia sin un desenlace concluyente— sobre el cardcter del trabajo de campo y de la observacién pa pante. Por ejemplo, jla observacién participante es en rea- lidad un método peculiar de la antropologia o una técni- ca de investigacion que puede ser comtin a disciplinas y tipos de estudio diversos? Preguntas como ésta siguen ba- jo escrutinio. En cualquier caso, el hecho es que el uso de este tipo de estrategia de investigacién desarroll6 en muchos antropélogos cierto orgullo, ciertas actitudes que perci- bian su trabajo como una actividad tnica y especial. Se- gn esto, lo que caracterizaria al antropdlogo es justamente que realiza este tipo de investigaci6n de campo, y extrae lun género particular de informacién, de dato, del que no dispone ninguna otra ciencia social. El deslinde —que apenas disimula un cierto aire altivo y autosuficiente— es frente a otras disciplinas sociales, particularmente respec- to ala sociologia. Para situar la cuestién en sus justos términos, habria que volver al sentido original. ;Qué se pretendia con el trabajo de campo? Se pretendia lo que Thomas R. Williams llam6 el “desgaste del etnocentrismo” en la investigacién de la cultura. Traténdose del estudio del otro hay un conjunto de dificultades, de obstaculos para que el investigador pueda captar 0 “comprender” en su profundidad y signifi- cado, en su funcién, etcétera, el fendmeno cultural que quiere estudiar. Uno de los obstaculos principales consis- te en los preconceptos, en las nociones etnocéntricas que 16 inevitablemente el antropdlogo carga como bagaje de su propio mundo. Por consiguiente, hay que desgastar tal et- ocentrismo. Y este etnocentrismo se logra limar —es la pretensi6n de los antropélogos— durante la permanencia mas 0 menos prolongada en el campo, en contacto con fo extraiio. Analizar esta realidad, mas o menos liberado de los propios prejuicios, es lo que hace posible captar la na- turaleza distinta de lo otto. Dicho en términos bachelar- dianos, se trataria de usar la observacién participante como Ln apayo para remover ciertos “obstéculos epistemoldgicos’. Pero, antes de seguir con la naturaleza del dato antro- pol6gico, de inmediato conviene prestar atencién a otro concepto clave que se deriva de lo indicado: el concepto de relativismo. Con él, la antropologia empata con una de las cepas mas vigorosas de sus antecedentes histéricos; me refiero a la mencionada raiz relativista que es parte del frondoso 4rbol del romanticismo y el enfoque historicista. Mientras el relativismo se mantuvo como una especie de técnica de desgaste de! etnocentrismo, operé como un instrumento *heuristico” de la antropologia. Pero muy pronto el relativismo se cargé de pretensiones epistemol6- {gicas, con derivaciones politicas. Entre otras, la pretensién de que se podia de alli inferir —de hecho, bien vistas las cosas, se trataba de un presupuesto— el cardcter tnico incomparable de cada sistema cultural; es decir, la incon- mensurabilidad e irreductibilidad de las culturas. De tal ‘manera que a partir de esta concepcidn cada cultura resul- 6 un ente valido en si mismo y que en ningtin sentido po- ia ser evaluado considerando otro esquema cultural. Desde luego, esto trajo complicaciones muy serias que estamos viviendo hasta el dia de hoy. Ha conducido a planteamientos que, mediante un proceso complejo de mediaciones, terminan aceptando perspectivas fundamen- falistas convencidas de que ningtn sistema cultural puede ser evaluado a partir de criterios que le sean “ajenos”. Por esa via, la propia unidad de la especie humana queda en 7 entredicho. Por lo tanto, cualquier sistema cultural es vi- lido en su totalidad por el solo hecho de serlo. Bajo este principio, tenemos graves dificultades en la actualidad pa- ra buscar los puentes, los principios de comunicacién en- tre culturas, esenciales para abordar problemas dificiles que derivan de la practica cultural. Segiin un esquema cultural se puede aducir, por ejemplo, que ciertas précti- cas conducen a violaciones de los derechos humanos 0 de garantias individuales. Los que llevan el relativismo hasta extremos absolutos tenderén entonces a sostener que no es posible evaluar como violaciones determinados usos © costumbres, puesto que ellos son validos en el contexto cultural correspondiente. Esto plantea desafios muy im- portantes que esté afrontando la antropologia en la actua- lidad —a mi juicio de manera insatisfactoria— y que so- brevienen de sus propias raices historicas. En México sobrarian los ejemplos para ilustrar la cues- tidn, precisamente ahora que se discute en el pais la pro- blematica de los regimenes de autonomia. La pregunta clave es qué tipo de autonomia debemos establecer, de tal ‘modo que garantice el ejercicio de los derechos propios de los pueblos indigenas —entre los cuales se encuentran el ‘mantenimiento de sus caracteristicas y practicas sociocul- turales— y, simulténeamente, salvaguarde los derechos hhumanos y las garantias individuales. Esto nos lleva a la necesidad de que la antropologia amplie el trabajo revi- sionista conducente a la elaboracién de perspectivas y Conceptos transculturales que faciliten el abordaje de las con- tradicciones culturales y permitan establecer los puentes para el didlogo intercultural. No partimos de cero. Disponemos ya de un conjunto muy rico de propuestas, aunque insuficientemente discu- tidas. Como ejemplo, me referiré sélo a una: la propuesta del analista portugués Boaventura de Sousa Santos, quien plantea la necesidad de enfocar esta problematica a partir de lo que llama una “hermenéutica diatopica”; es decir, 18 una interpretaci6n de la cultura que considere tpicos de pares de cultura 0 de pares de conjuntos culturales, bajo tun principio fundamental: la incompletud de todas las cul- turas (Sousa Santos 1997: 41-53). Esto puede resultar muy fertil, puesto que la idea de irreductibilidad o inconmen- surabilidad de las culturas y, en consecuencia, de la imposi- bilidad de comunicaci6n y didlogo entre ellas, deriva de un principio exactamente contrario al que se acaba de enunciar: el de que toda cultura contiene la totalidad de las solucio- nes y que, en este sentido, es un sistema completo y aca~ bado. Me parece que la nocién de incompletud permitr iniciar un trabajo para, comparando los sistemas cultura- les, establecer un didlogo a partir de la deteccién de las faltas 0 los desarrollos insuficientes en los diferentes siste- mas culturales, a fin de buscar entonces la complementa- riedad de las culturas ‘ Una tercera particularidad de la disciplina tiene que ver con la etnografia. La antropologia es en realidad, como di- ce Geertz, lo que los antropélogos hacen. ¥ lo que los an- tropélogos hacen es fundamentalmente etnografia. Con ello retomo el problema que dejé pendiente hace rato: el cardcter del dato que resulta de la etnografia. La pretension cde muchos colegas es que la antropologia proporciona una especial objetividad porque sus conclusiones se fundan en el dato etnografico. Esta supuesta particularidad de la antro- pologia, que permitirta distinguirla ventajosamente de otras Ciencias sociales, se funda en una perspectiva metodolé- gica de signo inductivista. Es decir, un enfoque que exage- ra, que pone un énfasis excesivo 0, por asi decirlo, sacra- liza el papel del dato en el analisis. Asi, la informacién et- nografica se reputa como una suerte de dato “duro” que hace practicamente irrefutable el analisis fundado en él En la perspectiva de la epistemologia contempordnea, un “dato” de esa naturaleza se coloca inmediatamente fuera de los limites de la ciencia. A finales de los sesenta el in- ductivismo practicamente ya se habia establecido como 19 tuna especie de creencia religiosa en un sector influyente del mundo antropol6gico. En México se sintié fuerte esta oleada. Recuerdo que en los sesenta, los antropdlogos que no crefan demasiado en este principio de que el “dato” etnogré- fico era el alfa y omega del andlisis antropol6gico, eran poco apreciados en la comunidad académica. Se les acusaba de ser teoricistas 0 no cientificos; sobre todo si sus trabajos no eran estudios etnograficos de comunidad, puesto que ya para entonces el andlisis de ésta se habia convertido en el objeto “cientifico” de la socioantropologia. No es entonces casual que uno de los criticos mas acer- bos de esta pretensién de la antropologia haya sido preci- samente Karl R. Popper. A finales de los sesenta, Popper expres6 su critica con estas palabras: EI triunfo de la antropologia es el triunfo de un método pretendidamente basado en la observacién, pretendida- mente descriptivo, supuestamente mas objetivo y, en consecuencia, aparentemente cientifico-natural. Pero se trata de una victoria pirrica: un triunfo mas de este tipo, ¥y estamos perdidos es decir, lo estin la antropologta y la sociologia. Y agregé que aunque el prisma antropolégico £es quizds mis coloreado que otros, no por ello es mis ob- jetivo. El antropélogo no es ese observador de Marte que ‘cree ser y cuyo papel social intenta representar no raramen- te nia disgusto; tampoco hay ningin motivo para suponer| ‘que un habitante de Marte nos veria mas “objetivamente” de lo que por ejemplo nos vemos a nosotros mismos (Popper 1978: 14-15), Geertz hace juicios en términos similares, cuando re- cuerda que 20 los escritos antropolégicos son ellos mismos interpreta- iones y por afadidura interpretaciones de segundo y hasta tercer orden [..] De manera que son ficciones; fic~ ciones en el sentido de que son algo “hecho”, algo “ mado", “compuesto"—que es la significacion de fictio. La experiencia de campo tiene un valor indudable, y no es esto lo que esti en discusién. Geertz agrega: Pero la idea de que esta experiencia da el conocimiento de toda la cuestidn {y fo eleva a uno a algdn terreno ven- tajoso desde el cual se puede mirar hacia abajo a quie- res estan éticamente menos privilegiados) es una idea aque sélo se le puede ocurrira alguien que ha permaneci- ddo demasiado tiempo viviendo entre las malezas (Geertz 1990: 28 y 34). Sobre este punto concluyo indicando que persiste atin ‘en amplios terrenos de la antropologia la postura induct vista, entendida como la errénea idea de que el dato de ti- po etnogratico dard un conocimiento privilegiado. Pero al mismo tiempo se han desarrollado tendencias nuevas y ya 1o tan nuevas en la antropologia que otorgan su justo lugar a la elaboracién tedrica y a la deduccién como instrumento fundamental de! conocimiento cientifico. Por razones difi- ciles de explicar, a menudo las tendencias inductivistas se asocian, en el terreno de las posturas sociopoliticas, con inclinaciones fundamentalistas, etnicistas © conservacio- nistas; 0 en todo caso, con visiones restrictivas respecto del campo de estudio de la antropologia. Pasemos ahora, en cuarto término, al desarrollo de las teorias antropolégicas. Quisiera iniciar con una idea basica que resumo ast: no podemos abordar adecuadamente la cuestion de los objetos de investigacién, del método e luso de las técnicas de recoleccién de datos que tienen lugar en el vasto campo reservado a la antropologia y, quiza, en el de cualquier otra disciplina, si no es desde el marco de 21 los enfoques tedricos. Lo mismo se aplica a la construccion de conceptos. Dicho de otra manera, cada teoria construye Jos conceptos pertinentes, y los construye segtin su propio marco. De tal manera que el anélisis de los conceptos fue- ra de estos marcos te6ricos podria carecer de significado 0 ser trivial. El mismo concepto, o aparentemente el mismo, opera de manera diferente —de hecho es un concepto di- ferente—dependiendo de la teoria a la que esté asociado. Para analizar este punto se requiere distinguir, para lla- marlo de alguna manera, entre la antropologia ficticia 0 quimérica y la antropologfa real. Sospecho que son muchos los adictos a la antropologia fictcia. s£n qué consiste? Con- siste en concebir a la antropologia como una disciplina que tiene un objeto, un método y un cuerpo conceptual, que son propios de ella con independencia de los enfoques te6- ricos. En suma, que existe un objeto que es propio de la an- tropotogia, en tanto disciplina. Esta antropologia es irreal porque no se compadece con lo que nos muestra la historia y la practica de aquellos que se consideran antropélogos. El hecho de que todos ellos se denominen con el mismo término y se sientan parte de una disciplina no cambia la cuestién. Oculta la diversidad de su interior, pero no la su- prime. La antropologia es, en realidad, un conjunto de teo- rias mas 0 menos coexistentes 0 sucesivas, y las practicas que se realizan a partir de ellas. Por lo regular, encontramos varias teor‘as antropolégicas coexistiendo y compitiendo centre si, con la preeminencia de alguna durante periodos mas © menos largos. En otto sentido, y considerando la larga duracién, la antropologia se presenta como una su- cesién de teorias, una refutando 0 desplazando a la anterior, ya veces utilizéndola como referencia critica para la cons- truccién de su objeto, de su método, de su cuerpo conceptual Asi, con estos enfoques te6ricos los antropélogos definen sus objetos de estudio yy, segiin los respectivos marcos, construyen los cuerpos conceptuales. La antropologia en- tonces viene a ser evolucionismo, culturalismo, funciona- 2 lismo, estructuralismo, neoevolucionismo, antropologia “simbélica’, etnociencia, etcétera. Es en su campo de sig- nificaciones en donde habria que analizar el problema de los conceptos Hablando del desarrollo histérico de la antropologia, habria que recordar que se incuba en el momento en que los paises centrales (a finales del siglo xvm y principios del x») estan en una disyuntiva historica entre las fuerzas del pa- sado y las que empujan hacia los cambios. Aqui los adver- sarios son la corriente conservadora y la liberal que, en un lapso relativamente corto, terminara imponiéndose. Entre ellas, y desafiando a ambas, se sitda otra tendencia (la so- cialista) que ya en la segunda parte del siglo xix adquiere perfiles retadores. En consecuencia, todas las teorias que hacen en esa fase, y que posteriormente serdn la base pa- ra formar disciplinas académicas como la sociologia y la antropologia, se estan planteando el problema de superar el antiguo régimen y, al mismo tiempo, impulsar las nuevas ideas 0 formulaciones sociales acordes con las fuerzas emergentes. Ello implica también vigilar de reojo las ten- dencias socialistas que favorecen no las vias para la susti- tucién de una clase social por otra, sino la abolicién de todas las clases. De ahi que las teorias del siglo x1x, desde el po- sitivismo hasta los enfoques que se cobijardn bajo el res- petable paraguas de la antropologia, aparezcan armadas de conceptos centrales que hacen alusin a estas contra- dicciones. Por ejemplo, el lema del positivismo sintetiza tuna concepcién basada en dos conceptos: uno, el de pro- greso, para oponerlo al antiguo régimen, y otro, el de or- den, para contrarrestar a quienes quieren desestructurar completamente el sistema social en lo que tiene de orden jerarquico y régimen de dominacién. De tal manera que los conceptos de orden y progreso expresan aquella real dad historica, ‘Apatir de la segunda mitad del siglo xix, ya conjurado el peligro del antiguo régimen, el pensamiento social se 23 vwuelca hacia la disputa por los proyectos de futuro, y la ccuestion del orden pasa a segundo plano. El gran arranque de los enfoques evolucionistas marcara durante mucho tiempo a la antropologia naciente. El concepto de progre- so se vuelve central en esta antropologia. La antropologta ‘evolucionista se empeta en fundar una ciencia en la que las sociedades humanas aparecen ordenadas y en secuen- cia ascendente. Se trata de entender las fases 0 los estadios de evolucién de la sociedad humana. Y estas fases permi- ten a los primeros antropélogos elaborar diversos esque- ‘mas evolutivos en los que cada estadio tiene el caracter de necesario, en el sentido de que la escala no admite saltos, La nocién de diacronia es el concepto mediante el cual se da cuenta del ascenso hist6rico. En esta etapa, la construccién de conceptos en la antro- pologia estuvo fuertemente influida por el estudio de un fe ‘némeno social que practicamente la funda. Me refiero al sistema de parentesco. Lewis H. Morgan es considerado uno de los padres de la antropologia, entre otras cosas, por- que advirtio su importancia. Con ello hizo un descubri- ‘miento que Karl Marx y Friedrich Engels consideraron una de las grandes hazanas cientificas, comparable con la que posteriormente realizaria Charles Darwin en relacién con la evolucién de las especies. Morgan se percat6 de que existian sistemas de descendencias unilineales. A tono con el pensamiento evolucionista dominante, el autor infiié que los sistemas matrlineales eran mas antiguos que los patrilineales y que, en consecuencia, se podian ordenar en tna escala evolutiva (Leach 1975: 313). Morgan estudié también lo que llamo las terminologias clasificatorias y las terminologias descriptivas. A partir del andlisis del sistema dd parentesco, Morgan buscé mostrar que estas sociedades, llamadas primitivas no eran sistemas caéticos, sino que se sustentaban en una organizacién social con cierta raciona- lidad. En consecuencia se podia estudiar el sistema cultu- ral a partir de los sistemas clasificatorios y descriptivos. 24 ‘Morgan fue un poco mas alla en la que se considera su ‘obra cumbre (La sociedad primitiva) —y con ello desper- 16 las alabanzas de los fundadores del marxismo—, al prestar atencién no s6lo a aquel aspecto de la organiza- i6n social, sino ademas a la estructura productiva, a par- tir de lo que denominé “las artes de subsistencia’. Combi- nando ésta con las invenciones y descubrimientos, y com- pletando el cuadro con las formas de propiedad, Morgan cerigié el que es seguramente el esquema evolutivo mas cé- lebre: el trifésico salvajismo, barbarie y civilizacién." Estos conceptos evolucionistas imperaron durante toda la segunda mitad del siglo xtx. En la centuria siguiente co- menzaron a decaer, bajo el fuego cruzado del relativismo cultural que se desarrollé en Norteamérica y del funciona- lismo briténico. Franz Boas, considerado el padre de la an- tropologia norteamericana, emigra de Alemania a Estados Unidos, imbuido de los planteamientos del romanticismo. En Norteamérica, Boas se convierte en el constructor de tun nuevo enfoque antropolégico que recupera la indicada tradici6n te6rica de su patria natal: los topicos herderianos ‘que ponfan el énfasis en la organicidad de los sistemas culturales. Como se recordaré, lo que Herder critica del racionalismo iluminista es el hecho de que supone que los sistemas sociales son agrupaciones voluntarias de individuos. Cree, en cambio, que aquéllos trascienden la individualidad. De hecho, insiste en algo que el propio Marx plantear& desde otra perspectiva: que el individuo es una realidad social de reciente creacién; esto es, que lo social precede a lo individual. De tal manera que lo que debe primar —cree Heder— es la cultura o el “carécter nacional’. Por eso plantea que seria un error que los Estados nacionales se Conformasen sin respetar las formaciones organicas 0 los ‘Mas detalles en Diaz Polanco (1969: cap 25 “limites naturales” de las culturas.2 Como vimos, lo que se hizo no atendié a las recomendaciones de Herder. De tal ‘manera que esta segunda corriente antropol6gica, conoci- dda como culturalismo, relativismo cultural o relativismo norteamericano (en referencia a su principal lugar de ges- tacion) constituye —por decirlo ast—la revancha del ro- manticismo, de la concepcién herderiana, en el ambito de la antropologia. Boas crea toda una escuela de antropologia, y de ella derivan varias orientaciones que se expresan en los traba- jos de sus numerosos discipulos (Margaret Meat, Ruth Be- edict, Ralph Linton, Alfred Louis Kroeber). Boas extiende su influencia en América Latina. En México, influye enor ‘memente en la formaci6n de la disciplina. En la entonces Universidad Nacional de México instaura un programa in- ternacional de formacién en antropologia y arqueologia, bajo su direccién, en el que participan jévenes mexicanos que, con el correr del tiempo, se convierten en factotum de la antropologia local. El caso mas destacado es el de Manuel Gamio, quien fue durante lustros la figura central de la antropologfa y uno de los artitices de la expansion de la perspectiva boasiana en Latinoamérica, aunque ya me- xicanizada, particularmente a través del Instituto Indige- nista Interamericano. De tal suerte que Gamio y sus disct- pulos retoman los planteamientos relativistas de Boas, y dan un sello particular a la antropologia mexicana. La nocién de cultura pasa a ser el concepto central del trabajo antropolégico. Esto implica una reaccién frente al enfoque evolucionista; en particular, el rechazo de las es- calas evolutivas y la critica del etnocentrismo que subya- ce en ellas. A medida que los estadios expresan rangos y 7 Verde To epee de esta manera: “lead mis natural es, poe tao wn ‘stad compuesto por un dnicnpucblo con un nico earl nacional.” (Ubera 1996: 220 y 8) 26 jerarquias en el desarrollo histérico, dicen los culturalistas, ‘esconden un enfoque etnocéntrico que s6lo favorece los inte reses del colonialismo. (Por supuesto, aqui entran los juegos ‘geopoliticos. Estados Unidos no tiene el desafio del manejo de colonias en la medida de, por ejemplo, Gran Bretana, {que si requiere una antropologia que sea ctil para la admi nistracién colonial.) De este concepto de cultura se dedu- ce que cada sistema cultural tiene un valor en si mismo y debe ser estudiado en sus términos. Es I6gico entonces que el trabajo de campo se convierta en la tarea funda- mental del antropélogo, persiguiendo el logro de la maxima “empatia”. No se espera que el antropdlogo se convierta en indigena; pero que al menos se coloque en el contexto del otro y, desde esa posicién privilegiada, se esfuerce por comprender la logica del sistema cultural estudiado. Compitiendo con el culturalismo norteamericano, el fun ionalismo o estructural-funcionalismo se desarrolla en Inglaterra después de la primera guerra mundial, de la ma- no de autores clave como Alfred Reginald Radcliffe-Brown, Edward Evan Evans-Pritchard y Bronislaw Malinowski. La antropologia social inglesa convierte el concepto de fun- cién en la nocién basica. Inspirandose en un organicismo tomado de la biologia, conciben los sistemas sociales co- mo totalidades en las que cada parte cumple la funcién de contribuir al mantenimiento del todo. Un hecho social, nas relaciones, una institucién, una creencia, s6lo puede estudiarse adecuadamente en su propio contexto, como parte de una totalidad en la que cobra sentido por la fun- ‘cin que realiza. En la medida en que el concepto de funcién cobra centralidad, se abandonan los andlisis de corte dia- ccrénicos que habian caracterizado al evolucionismo y se pone el énfasis en la sincronfa. En las versiones mas radi- cales no se oculta la hostilidad hacia la historia. En todo caso, ni las secuencias hist6ricas ni los procesos de difu- sin son consideracios como estratégicos para comprender la cultura de que se trata 7 Los difusionistas pensaban que existian pocos centros generadores de la cultura, y que a partir dé esos focos se habian irradiado los rasgos culturales, Mediante el proce- so de difusin podia explicarse la presencia de dichos ras- gos en sociedades diferentes. Los evolucionistas crefan que la principal explicacién de la simultaneidad de rasgos © iinstituciones no se encontraba en la difusién, sino que eran el resultado de desarrollos endégenos, producto de la operacion de similares leyes histéricas que hacian atrave- sar a los grupos humanos por fases semejantes. Los funcio- nalistas no estaban interesados en tales leyes historias. Para el estudio del sistema cultural se requeria un andlisis, interno (sincrénico) de cada estructura y encontrar ali la explicacién a partir de la funcién que cumple cada parte. Segiin la definicién clasica de Radcliffe-Brown, el con- ccepto de funcién es “la contribucién que hace un cierto elemento a la permanencia de la estructural social” (Rad- cliffe-Brown 1972: 203). En otros términos, el funcional mo se funda en una concepcién holistica. La sociedad es una especie de organismo, un sistema cerrado que tiende ‘a mantener su equilibrio interno y sus limites. El concepto de homeostasis resume esta propiedad del sistema social. Hay aqui un sustrato tautol6gico y teleolégico, pues en la nocién de funci6n —y la homeostasis correspondiente— estan implicados fines y metas. és decir, hay la idea de que las funciones que cumplen las diversas partes consiguen determinados fines 0 metas (mantener el equilibrio y la ar- monia social, por ejemplo}, y que son esos fines © metas los que permiten alcanzar una explicacién. Evidentemen- te, el presupuesto teleol6gico es que los mismos sistemas sociales tienen necesidades o metas. La explicacién no se funda en una relacién causal, sino en las consecuencias que provoca el fenémeno en estudio: os fines que cumple. Allo habria que agregar la fuerte inclinacién det fun rnalismo por el estudio del equilibrio y la armonia del siste- ma, yel consiguiente descuido del dinamismo y el cam 28 La antropologfa funcionalista, al igual que el enfoque culturalista, desarrolla una predileccién por unidades de anélisis que se prestan al tipo de estudio “estructural” in- dicado, Esto es, sociedades que se pueden analizar como sistemas més o menos estaticos y arménicos, y en los que es relativamente sencillo estudiar las relaciones funciona- les. Lo caracteristico del analisis antropol6gico pasa a ser el estudio de los microsistemas que constituyen las llama- das sociedades “simples” 0 “primitivas". Las pequefias unidades sociales —las comunidades aldeas— se con- ron en més que “un lugar de estudio”: pasaron a ser el objeto de estudio. Esto hace pertinente la pregunta que se hace Geertz: sel antropélogo estudia aldeas o estudia en aldeas? La interrogacién es fundamental y despierta cuestiones iportantes. Vearnos un punto. En muchos lugares, incluyendo América Latina, se impuso la idea de que no se hacia antropologta social si no se trataba de estudios a la escala de la aldea (para nuestro caso, a escala de la “co- munidad”). A partir de este patrén, no se reputaban como antropolégicos los estudios a otras escalas; por ejemplo, a escala de “pueblos” o “regiones” 0 ‘naciones", implican- do problemsticas que trascendieran la “unidad técnica” de estudio. Segin esto, el antropologo es el estudioso de microsistemas: de la pequefia aldea, de la comunidad. A menudo, el efecto ha sido muy limitativo en lo que hace a los alcances del andlisis antropoldgico. Estudiando pro- blemas de aldeas, el antropélogo restringe su capacidad de comprensién, hasta el punto de entorpecer o incluso impedir el conocimiento de lo que en ellas ocurre. No me puedo extender en este punto. Pero lo ilustraré con un ejemplo: el de la demanda de autonomia de los pueblos indigenas en México. En mi dltimo libro refiero una opinién al respecto, que se sintetiza de esta manera: “Durante el didlogo de San Andrés, entre el ezin y el go- bierno federal, la autonomia broté como la demanda cen- 29 tral de los indigenas. Lo asombroso es que en los estudios, antropolégicos de esos pueblos, que cubren estantes enteros, no existe la menor referencia a la autonomia” (Diaz-Polan- co 1998: 194). En efecto, cuando esta demanda exploté en 1994, entre los mas sorprendidos se encontraban los propios antropélogos, en su inmensa mayoria practicantes, de los enfoques culturalistas y estructural-funcionalistas. estos estucdiosos de las etnias indigenas, la autonomia les, parecia una demanda dudosa. Hasta ese momento, muchos sostenian abiertamente que era un “invento” de ciertos in- telectuales, pues no encontraban nada sobre ello en sus “datos” de campo. Después cambiaron esta opinién. La pregunta era cémo era posible que hubiera ocurrido tal cosa, tratandose sobre todo de las comunidades indias de Chiapas, que habfan sido sometidas a uno de los escruti- nios antropolégicos mas minuciosos del mundo. gla carencia de la antropologfa que se hizo evidente a partir de la negociacién de San Andrés, deriva de la in- ‘competencia de sus practicantes? Por supuesto que no. Una primera aclaracién podria buscarse més bien en. cuestiones de orden tedrico y metodolégico, que determi- ‘nan enfoques centrados en el estudio de problemas de aldeas © comunidades. Con ello se pierde la perspectiva del mundo complejo en que estas comunidades estén insertas, aun- que con cierta frecuencia se “mencione” ese contexto mas como adomo académico que como parte del analisis. El afén por comprender los sistemas culturales como entida- des mas 0 menos cerradas y equilibradas, alimenta ideo- logfas silenciosas —pero fuertes— de la estabilidad y el ‘orden sociocultural, que obstaculizan la percepcién de las relaciones supracomunales y de los factores dindmicos que, pese a todo, operan en el mundo indligena. No es ca- sual que al enfoque estructural-funcional correspondan intaciones. conservacionistas. Las probleméticas de “pequefia escala’, ajustadas al andlisis molecular de las al- das, hacen caso omiso de la dinamica del Estado-nacién 30 y su impacto en las comunidades; del vinculo etnia-clase, y de los permanentes efectos desestructuradores de ese vincu- lo sobre las inclinaciones igualitarias que promueve el sis- tema cultural. Si los antropélogos segufan viendo a estas ‘comunidades indigenas como entidades més o menos ho- ‘mogéneas, arménicas, sin contradicciones internas rele- vantes —aunque ocasionalmente afectadas por ataques de “anomia’, y sobre de todo de espalda a la nacién— era que pudieran advertir el apetito autonémico en su seno, El estructuralismo es, en gran medida, una reaccién frente al inductivismo imperante. Claude Lévi-Strauss re- cupera el papel de las formulaciones tedricas y epistemo- logicas para el anilisis antropol6gico. Aprovechando los aportes de la linguifstica que van de Ferdinand de Saussu- rea la Escuela de Praga, el autor propone una metodolo- fa para estudiar los fenémenos sociales como estructuras inconscientes. Asi, el objeto fundamental de la antropolo- ‘B/a no son las estructuras 0 relaciones sociales empiricas del funcionalismo, sino los modelos que el antropdlogo construye en un nivel “supraempirico”. Desde esta pers- pectiva, Lévi-Strauss desarrolla un vasto conjunto de con- Cceptos para el andlisis de las estructuras en diferentes planos: estructuras mecdnicas y estadisticas, conscientes: cientes, etcétera. La propuesta levistraussiana ha ocupado gran parte del debate en la comunidad antropolégica du- rante las Gltimas tres décadas. Su supuesto de que existen estructuras mentales “elementales” que pueden ser estu- diadas como parte de un dispositivo combinatorio que es Universal e innato a la mente humana, ha sido discutido con fervor entre los antropélogos. Independientemente de las polémicas, lo cierto es que las audaces teorias estruc- turalistas, asf como las hipstesis y los conceptos novedo- 0s que se construyen a partir de ellas, renovaron la vision antropol6gica y sacudieron las habituales précticas des- criptivas e inductivistas imperantes. Con ello, ademas, se a abrieron las puertas a otras propuestas posteriores, no em- stas —en las que no puedo detenerme— que siguen la trayectoria “modélica” inaugurada por el estructuralismo. Debo sefialar, por tiltimo, que estas corrientes y cons- trucciones conceptuales tienen su expresién en una vida antropol6gica muy intensa en Latinoamérica y particular- mente en México. Se trata de un vasto campo testico-prac- tico. Me limitaré al terreno de la llamada cuestién indligena. En éste, podria entenderse el desarrollo de la préctica an- tropol6gica a partir de dos conceptos basicos: el concepto de indigenismo, que practicamente se convierte en la mé- dula de la antropologia mexicana, sobre todo después de la época cardenista; y el de colonialismo interno, que en los setenta surge como un concepto renovador frente a la antropologia “integracionista” hasta entonces.hegeméni ca. El concepto de colonialismo interno tuvo una vida muy agitada. Pero muy pronto mostré su fertilidad para analizar la presencia de sistemas culturales indigenas en el marco de sociedades complejas: sociedades nacionales en Jas que aquellas etnias son un sector explotado y subordi nado, operando como “colonias internas". Las relaciones ‘que envuelve el colonialismo interno configuran un si ma de dominacién que en gran medida permea todo el sistema sociopolitico del pais. Asi las cosas, el logro de un régimen democratico en este tipo de paises, requiere la su- presién de tales relaciones coloniales internas. En esto ra- dca, segin creo, la tesis basica que aparece formulada por primera vez en La democracia en México (1965), de Pablo Gonzalez Casanova. Alli se encontraba, en germen, una nueva perspectiva cuyo concepto central seria la autonomfa. La tarea era, a partir de tal enfoque, hacer la critica sistematica de la an- ‘ropologia indigenista, mostrando su reduccionismo por el lado de lo nacional, labor a la que se abocé un grupo de j6venes antropélogos. La expresién mas acabada del indi- {genismo —me refiero a la formulacién “integracionista” 32 que va de Manuel Gamio a Gonzalo Aguirre Beltran— ha- bia legado a plantear que la unidad de analisis basica era la region: lo que este tiltimo llamé las “regiones de refu- gio”, pero teniendo cuidado de mantener lo étnico fuera del ambito nacional. El concepto de region de refugio se referfa a la esfera en que la acci6n indigenista debia reali- zat su tarea integradora, sin que ello implicara cambios sustanciales del modelo de nacién. Las etnias indias te- nifan un destino que era la disolucién, mediante su integra- ci6n a lo nacional; porque, en realidad, aquéllas no eran ni podian ser parte de la nacién, sino practicamente un anticuerpo de lo nacional. Por ello, “forjar” la naciGn o la patria implicaba disolver aquellas identidades incompati- bles con los valores “nacionales”. Lo que hizo un grupo de antropélogos, en los sesenta, fue la critica de esta antropo- logta indigenista; y a partir del concepto de colonialismo intemo, sent6 las premisas de un nuevo “paradigma” étni- co-nacional. La fuerte critica durante los afios setenta y ochenta, preparé las condiciones para que a principios de los noventa se pudiera disponer de las primeras formulacio- nes de una perspectiva autonomista en la antropologia mexicana, Creo que sin el antecedente mencionado, esto 1no habria sido posible. El cambio de paradigma en el analisis de lo indigena, entrafié dos retos fundamentales: 1) refutar las teorias rivales, es decir, refutar las teorias integracionista y etnicista (neoindigenista), y 2) construir una teoria alternativa con un enfoque ét- niico-nacional La nueva teoria debia implicar varias cualidades.) En primer lugar, debia de abarcar el mismo campo de hechos de las teorias rivales (evidentemente, no estamos hablan- Ta alveviadareconstucion ue sue tz a “metadcogia deo pro {amas de inveigacin® desorolads por Lakatos 1983 y 1987) 3 do de hechos empiricos, sino de hechos teéricamente construidos). En segundo lugar, ser capaz de revelar y ex- plicar campos de hechos nuevos; esto es, hechos que no eran considerados por las teorias rivales: por ejemplo, as- pectos fundamentales del comportamiento politico de los, grupos étnicos. En tercer lugar, se debian crear hipstesis nuevas. Y en cuarto lugar, explicar las “anomalias” de las, teorias rivales en un marco teérico nuevo sin recurtr a hi- potesis ad hoc, que es una de las estratagemas que utili- zan los partidarios de una teoria para resolver las crisis que va provocando la acumulacién de tales anomalias, como lo recuerda Lakatos.* ‘Tomemos un ejemplo del esencialismo etnicista, que era uno de nuestros rivales. Una de las anomalias a las que éste se enfrentaba eran los desajustes internos, los conflic- tos, etcétera, advertidos en sistemas socioculturales indios que, al mismo tiempo, se veian basicamente como armé- nicos y equilibrados, en contraste con el mundo “occiden- tal” caracterizado por la tensién y el desorden. Para explicar aquella desarmonia interna en las sociedades indigenas, se recurria a hipétesis ad hoc. Una de ellas era que los de- sarreglos encontrados en sociedades que se presumian ar- ménicas, se debian a los efectos externos (Yoccidentales”), evaluados como nocivos. Esto obligaba a postular que sas influencias no afectaban la “esencia” indigena; que, pe- se a tales desequilibrios, la “esencia’ étnica se mantenia intacta. Pero nunca se podia explicar de dénde surgia es- ta entidad metafisica (que no se compadecta ni con los “datos” hist6ricos ni con los estructurales que el propio et- niicismo admitia); ni tampoco cémo era posible que tales “contaminaciones” externas perturbaran el sistema interno, sin ser parte de los mismos. Aquél era el argumento que Gia os una aja descrip reconsrids de le metas waza, que requee Ser detalad y que no implica qe todos los ines eon alan ora satitaceo, 4 me daba Guillermo Boniil cada vez que hablabamos det tema: ofrecia una hipétesis ad hoc para resolver una ano- alia del sistema te6rico. Pero habla que afrontar un quinto problema que no se incluye en la metodologia de Lakatos, ni tenia por qué plantearse alli. Nosotros, en cambio, tenfamios que hacernos cargo de ese reto, a saber, la liquidacién politica de las teorias rivales. Es decir, no se trataba sélo de refutar las teo- rias opuestas, y mediante ello socavar su influencia tebrica ideol6gica en la comunidad académica, sino de socavar también su enorme influencia politica, especialmente sobre el movimiento indigena. No bastaba refutar teoricamente © por contrastacién a los enfoques indigenistas (viejos y nuevos), puesto que la reproduccién de la perspectiva in- digenista dependia sustancialmente de su influjo en los sujetos, en los pueblos indigenas. Y esta hegemonta indi- genista se explicaba, a su vez, por la relacién historica entre el indigenismo y el Estado mexicano. De hecho, el indige- rnismo operaba y opera) como una ideologia y una prac- tica del Estado etn6fago. Y de ese vinculo politico extrae su fuerza. Era necesario, en consecuencia, socavarlo tam- bién politicamente. ‘Aqui intervino un principio gramsciano sobre la “pre- diccién”. Como se sabe, Antonio Gramsci sostiene que en las ciencias humanas la realizaci6n de la prediccién de- pende fundamentalmente de la accién del sujeto que pre- dice. Gramsci esta pensando en un sujeto social, al cual se refiere la prediccién del sujeto “epistémico", si ella se des- prende de una propuesta “organica” —capaz de organizar y formar “el terreno en el cual los hombres se mueven, ad- quieren conciencia de su posicién, luchan, etcétera’— y no de “ideologias arbitrarias” o de la “pura elucubracién individual” (Gramsci 1974: 364). Por consiguiente, el éxito de la prediccién supone que los sujetos sociales implicados hagan lo propio. Es claro que esta concepcién induce a la accién practica. Es una formulacién emparentada, segin 35 creo, con la que planted Pablo Gonzélez Casanova: *construir las circunstancias de lo posible”. Por todo ello, len nuestro caso se requirié de una accién simulténea en la teoria y en la practica. En otros términos, fue preciso cul- tivar unas relaciones especiales con los indigenas, particu- larmente con los organizados. Los propios pueblos indios ‘organizados debian ser el sujeto eficiente del descalabro definitivo de los indigenismos. Que los indigenas se cons- tituyesen en “sujetos autonémicos” debia orientar todos los esfuerzos. Simultaneamente, se modificé la forma de trabajo para desarrollar un “estilo” que resultaba en varios sentidos extrafio a la practica antropolégica tradicional. Por una parte, la investigacién dej6 de centrarse en el andlisis de la comunidad, para poner el énfasis en el vinculo de lo re- gional con lo nacional y, hacia arriba, con procesos mas globales; y de todo ello, hacia abajo, con la dinamica co- munitaria, Por otra, el cambio de enfoque requirié una re- vision de conceptos y categorias. Hubo que repensar 0 construir conceptos como etnia, etnicidad, grupos étnicos, pueblos indios, grupo étnico-nacional, etnorregién, auto- omia... Se buscaba con ello, por ejemplo, mejorar la comprensién acerca de por qué un grupo que no plantea- ba reivindicaciones politicas de caracter autonémico, “te pentinamente” comenzaba a hacerlo, como fue el caso de los miskitos en la Costa Atlantica nicaragdense, de los ma- yas en el sureste de México y de otros pueblos. Esa trans- formacién debia ser explicada. Auxiliaba el concepto de grupo étnico-nacional, pero formando un todo con otros que tenian carta de aceptacién mas fuera que dentro de la tradicién antropolégica: nacionalidad, nacién y Estado- nacién, etnia y clase social, tinéndolo todo con la histori- Cidad de los grupos é 36 BIBLIOGRAFIA Bennett, John y Kurt H. Wolff, 1958. “La sociologia y la antropologia”. Revista de Ciencias Politicas y Socia- les, julio-septiembre. México (Coleccién de Estudios Fundamentales).. Diaz-Polanco, Héctor. 1989. E/ evolucionismo, 2° ed. Mé- xico: Juan Pablos Editor. ——. 1998. La rebelién zapatista y la autonomia, 2° ed. 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