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EL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
FEDERICO GONZALEZ
1. – La Cosmogonía Perenne
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los números y figuras geométricas y el simbolismo constructivo en general,
sino en particular el símbolo de la rueda; haciendo la salvedad que aquello que
la simbólica manifiesta dentro de sí, en lo más hondo de su intimidad, no es
sino la totalidad del cosmos, actual y constante, pues ella misma, la
Cosmogonía Perenne y Universal –y no sólo la ciencia que trata de ella–,
válida para todo tiempo y lugar en la dimensión de lo humano, no es nada más
que un símbolo de algo mucho más amplio que la trasciende, ya que puede ser
concebida y explicada como una modalidad arquetípica del Ser Universal.
Rueda de la Fortuna.
Miniatura. Siglo XII. Arte alsaciano.
Aquí hay que decir que el símbolo no es arbitrario, sino que él refleja
auténticamente lo que expresa, requisito sin el cual sería imposible cualquier
relación o comunicación. Y recordar que por tomar una forma constituye una
estructura en el torrente de lo no enunciado, en la vida larval y caótica del
devenir. Los antiguos conocían sobradamente esta verdad, y de allí el valor
creativo que atribuían a la palabra; o sea que el sujeto participa de cualquier
hecho objetivo y por tanto lo genera; la historia de sus ciclos también
testimonia esta interrelación constante. Sin embargo, la irrealidad del mundo –
y el hombre– sólo pueden advertirse porque ellos existen, y deben ser, en ese
caso, sujetos y objetos de alguna revelación. Los símbolos, como los
conceptos, o los seres, son imprescindibles en el plan del Universo, y algunos
códigos como el aritmético o el geométrico, entre otros, no son convenciones
casuales sino que expresan realidades arquetípicas y conforman la base de
cualquier estructura, no sólo en lo "exterior" sino en lo "interior", al punto que
pudiera decirse que estas imágenes constituyen categorías propias del
pensamiento, y hacen del hombre un auténtico intermediario entre lo conocido
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y lo desconocido, es decir: el mayor de los símbolos, capaz de unificar por su
mediación la multitud de lo disperso.
2. – El Símbolo de la Rueda
Tal vez, de entre los símbolos sacros de todos los pueblos sea el de la Rueda
el más universal. Ello se debe, por un lado, a que este símbolo aparece
unánimemente, directa o indirectamente tratado en todas las tradiciones, y
parecería ser consubstancial al hombre, y por otro, a que la misma
universalidad de los significados de la rueda, y su conexión directa o indirecta
con los demás símbolos sagrados, en especial, números y figuras geométricas,
hacen de ella una especie de modelo simbólico, una imagen del cosmos. Pues
la rueda en el plano es un círculo, y la circularidad es una manifestación
espontánea de todo el cosmos; por lo tanto esa energía ha de provenir de un
punto central que la irradia, tal el caso de una rueda, símbolo del movimiento
y también de la inmovilidad, que puede girar y reiterar sus ciclos,
posibilitando la marcha, merced a un eje inmóvil. En el plano esto se
representa como un centro del que la circunferencia extrae su forma (con
cordel o compás es imprescindible tener un punto fijo para trazar la
circunferencia) por irradiación, tal cual la energía potencial del eje se
transmite a la llanta por mediación de los rayos de las ruedas, análogas al
radio de la circunferencia;(2) cualquiera que traza una circunferencia sabe que
ésta depende del punto central y no a la inversa. Entre el punto central y la
circunferencia se configura el círculo; el valor aritmético asignado al primero
es la unidad, que es una representación natural del punto geométrico, y a la
segunda el nueve, que es el número del ciclo por ser el de la circularidad,
como más adelante veremos. La suma de ambos nos da la decena (1 + 9 = 10)
que es modelo numérico de la tetraktys pitagórica, el cual puede ser puesto en
relación con cualquier otra aritmosofía, ya que los números –y las figuras
geométricas– son módulos armónicos arquetípicos, válidos en todo lo
manifestado y por lo tanto para cualquier tiempo y lugar dentro de este ciclo
humano.
Así pues, no debe extrañarnos que en este trabajo se traten conjuntamente los
símbolos de la rueda y el círculo, el de la espiral, y aun el de la esfera, pues
ésta no es sino el círculo en la tridimensionalidad. Igualmente que se
mencionen símbolos estrechamente asociados al de la rueda como el de la
cruz, el cuadrado, y otros, así como que se recurra a las distintas tradiciones
donde se encuentra atestiguado. Sin embargo este símbolo está presente en
nuestra propia Tradición y se halla a nuestro alcance trabajar con él. En la
misma cotidianidad podemos observarlo constantemente; de hecho es evidente
en la vida misma, pues como hemos señalado las cosas se producen con un
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movimiento circular y por lo tanto son cíclicas, lo cual es un pensamiento
emitido por todas las doctrinas metafísicas, aunque a veces en ellas se lo dé
por supuesto y en otras se lo destaque especialmente. La figura esquemática
de la rueda en el plano ha sido asociada al sol por numerosos pueblos y de
hecho aún hoy es el símbolo astrológico de ese astro; en alquimia representa
al oro, su equivalente terrestre. De allí a asociar el recorrido del sol con un
carro dorado, o de fuego, hay sólo un paso. De hecho su alcance es
significativamente más amplio y se corresponde con la idea arquetípica de
Centro: aquello que es capaz de generar un orden en la masa amorfa del caos;
el punto inmóvil imprescindible a toda creación, el motor merced al cual el
devenir tiene un sentido.
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rueda en el recorrido de un ciclo, así éste sea el del sol en el año, o el del día,
o el de la luna en un mes, o el de la vida de un ser humano; el de principio y
fin con el que está signada cualquier creación.
Nos dice René Guénon que: "El centro es, ante todo, el origen, el punto de
partida de todas las cosas; es el punto principal, sin forma ni dimensiones, por
lo tanto indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la
Unidad primordial. De él, por irradiación, son producidas todas las cosas, así
como la Unidad produce todos los números, sin que por ello su esencia quede
modificada o afectada en manera alguna".
Todos los puntos de la circunferencia están a igual distancia del centro, le son
equidistantes, por lo que las innumerables energías del cosmos se neutralizan
en su seno. Geométricamente es el eje vertical que atraviesa distintos planos
circulares horizontales, que él mismo genera, los que giran como ruedas a su
alrededor conformando la cadena de mundos, los distintos estados de un Ser
Universal.
El centro es pues una región mítica, una idea arquetípica que, sin embargo, se
manifiesta en determinados puntos de la circunferencia que, de esta manera,
pasan a su vez a ser centros para el sistema que ellos generan, siempre y
cuando sean auténticos reflejos del punto original, o lo que es lo mismo, que
ese Centro fuese una teofanía, o una hierofanía, un lugar, persona u objeto que
expresase la unidad de un modo particular, y que igualmente la irradiara. En
ese caso los distintos centros o puntos significativos en la periferia serian
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focos "cosmizados" que estarían estableciendo contacto con el punto medio,
rompiendo así con el movimiento homogéneo y reiterativo de la Rueda. Por
este camino el sabio perfecto, según el taoísmo, podría acceder al "punto
central de la Rueda", en comunión con el principio, en absoluto reposo,
imitando "su acción no actuante". (4)
El simbolismo del "centro del mundo" pudiera transponerse al del "eje del
mundo" y relacionarse entonces nuestro símbolo con todos aquellos que
significan este eje. En particular con los símbolos del árbol (Árbol de la Vida)
y la montaña, y todos los indicadores de puntos de coyuntura en la geografía y
la historia sagrada, los que se han manifestado a lo largo del tiempo y en
distintos lugares. Estos sitios o seres especiales, que son símbolos por sus
mismas características mágico–teúrgicas, promueven una ruptura de nivel que
permite comunicarse con otros mundos, o estados de consciencia diferentes,
con zonas vedadas del universo y de nosotros mismos. En el ser humano ese
Centro del que hablamos está alojado en el corazón, como lo atestiguan la
totalidad de las tradiciones.
Por otra parte el círculo es análogo al cuadrado. Podría decirse que este último
es una solidificación de aquél, marcada por la agresividad rígida de las aristas
en comparación con la blandura y suavidad de la forma circular; esto también
corre para cubo y esfera. Sin embargo ambas figuras tienen 360 grados, ya
que esa es la superficie del círculo, también configurada por los cuatro
ángulos rectos de 90 grados del cuadrángulo. Tradicionalmente se ha tomado
la figura de la esfera, o el círculo, como más perfecta que la del cubo o
cuadrado. Una de las razones ya ha sido mencionada: los rayos que unen a la
periferia de la esfera con el centro son de igual distancia, mientras que en el
cubo o cuadrado no ocurre lo mismo. En general se ha relacionado al círculo
con el cielo (una semiesfera) y al cuadrado con la tierra. Entre ambos
conforman el cosmos, como puede observarse en el simbolismo
arquitectónico, en especial el del templo, pues éste constituye una imagen del
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universo. (5) Por lo que la asociación del circulo con el cuadrado (y el
cuaternario y la cruz) resulta naturalmente de las propias características
inherentes a estos símbolos, los cuales se entrelazan entre sí de modo
espontáneo tal cual las ideas y arquetipos que ellos representan.
Volveremos más adelante sobre estos temas, déjesenos ahora hacer algunas
precisiones sobre los símbolos y también sobre los mitos y ritos. En primer
lugar señalaremos que los símbolos no son, para la Simbólica, lo que suele
entender hoy el hombre contemporáneo por tales. Es decir, simples alegorías o
convenciones impuestas por el ser humano. Repitámoslo: estas versiones, en
realidad, no son sino grados de lectura de lo que es el símbolo en sí, en las que
se hace hincapié sólo por su aspecto psicológico, o simplemente por su valor
práctico, y conllevan el enorme peligro de reducir el símbolo sólo a eso, con
lo que no se hace otra cosa que negarlo, al tergiversar su sentido. El símbolo
es mucho más amplio y no se reduce a estas dos lecturas sino que
esencialmente su carácter es metafísico y ontológico (en cuanto se refiere al
ser y es transformador) y por lo tanto arquetípico. Esto es el símbolo, cuya
función a cualquier nivel de lectura que se observe, no es más que la de llevar
de lo conocido a lo desconocido por su mediación.
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asigna a la palabra metafísica en la simbólica es igual a querer expresar
aquello que está más allá del ser, lo supracósmico y suprahumano.
El símbolo es el vehículo que liga dos realidades, o mejor dos planos de una
misma realidad. Participa pues de ambas: de allí su pluralidad de significados.
Para la antigüedad, el símbolo era el representante de una energía–fuerza que
permitía la ruptura de nivel el acceso a otros mundos, o el acceso al
conocimiento de diferentes planos de este mismo mundo, caracterizados por
distintos grados de conciencia. El símbolo era y es, en consecuencia, el medio
de comunicación entre los dioses y los hombres, objeto sagrado por
excelencia, ya que él cuenta la historia verdadera, la eficaz, y no la siempre
cambiante, de múltiples falsas apariencias. Describe entonces a la realidad tal
cual es y no permite así el engaño de los sentidos, las desviaciones y enredos a
que es tan proclive nuestra personalidad. Se cree por lo tanto en él y se le
reconocen los valores de que es portador, sin caer en la equivocación grosera
de tomar al símbolo por lo simbolizado, al vehículo por la meta del viaje.
En rigor cualquier cosa puede ser un símbolo pues ella expresa a su manera su
origen y la mano de su creador, el misterio que ella oculta dentro de sí. Toda
expresión es simbólica pues conlleva implícita un gesto original. Sin embargo
hay que distinguir entre los símbolos revelados específicamente para el
conocimiento de una realidad, y los símbolos espontáneos de la psiqué
individual que por esa razón no es capaz de traspasar ese nivel de consciencia.
Mientras los primeros se suponen no humanos, los segundos no pueden
exceder el nivel psicológico ligado en simbología con lo lunar y sublunar. Los
primeros expresan una realidad trascendente, los otros no logran manifestar
sino el poder de lo inmanente y denotan la garra del demiurgo.
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En forma gráfica y en las artes plásticas y monumentos se conservan los
símbolos visuales de las culturas antiguas; de forma oral se han transmitido
sus mitos y sus canciones rítmicas rituales, repetitivas y cíclicas y muchos de
ellos se encuentran consignados por escrito; antropólogos, arqueólogos,
historiadores, y otros especialistas, nos comunican nuevos hallazgos que
confirman la completa importancia que atribuían a sus símbolos los pueblos
tradicionales, ya que conocedores de la Cosmogonía Arquetípica, reiteraban
sus gestos simbólicos, los que eran enseñados y aprendidos, pues el
conocimiento del significado del símbolo no se puede obtener de otra manera.
Hoy en día es ajena a la mentalidad oficial la idea de un Modelo del Universo
(conocida por todos los pueblos tradicionales), un plan arquetípico e
invariable que supone la presencia de un Arquitecto y que es válido para todo
tiempo y lugar, en la escala humana, y que, de hecho, también está
transcurriendo ahora. Igualmente se ignora la existencia de la Filosofía
Perenne, o sea de una misma filosofía, idéntica en los principios, en todas las
tradiciones del mundo. Esta Cosmogonía y Filosofía perennes se ocultan
dentro de los símbolos tradicionales, de origen revelado, que pueden ser
encarnados por aquéllos que consigan lograrlo, pues los conocimientos,
energías y experiencias que los símbolos contienen, de carácter arquetípico y
cosmogónico, pueden vivenciarse en el constante ahora, siempre que los
interesados sean pacientes en efectivizar una nueva forma de aprendizaje y ser
favorecidos por tamaña gracia; en todo caso esta es una experiencia extraña y
a veces se ve como muy rara y muy difícil de asumir, según lo atestigua la
tropa alquímica.(6)
La rueda, como símbolo del ciclo, está sujeta a un invariable retorno que, sin
embargo, tiene determinados puntos que la limitan. Estos puntos están
magníficamente ejemplificados por el camino del sol en el año, la rueda solar,
la que se caracteriza por tener dos momentos máximos en su recorrido en los
cuales el sol parece detener su rodar; nos referimos a los solsticios de invierno
y verano. Ellos bien pueden situarse en los extremos de la rueda, o del círculo,
y marcar esos momentos. Hay también otros momentos importantes en el
recorrido del carro solar, los equinoccios, y ellos se encuentran perfectamente
equidistantes de los solsticios marcando así un círculo dividido en cuatro
partes exactamente iguales.
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Se pueden también nombrar otros ejemplos de esta ley del cuaternario; las
distintas edades de un hombre: niñez, juventud, madurez, vejez. Igualmente
las edades del mundo caracterizadas de manera descendente por el oro, la
plata, el bronce, y esta última que estamos viviendo, por el hierro. Lo mismo
las estaciones del año: invierno, primavera, verano y otoño; las fases de la
luna, e igualmente los elementos, o principios constitutivos de la materia:
Fuego, Aire, Agua y Tierra, a los que además las distintas tradiciones les han
asociado colores, como signos cualitativos.
La rueda de seis rayos tiene una particularidad mágica: el tamaño del radio
divide siempre a la llanta en seis partes iguales.
La rueda zodiacal divide el año en doce períodos, llamados signos, los que
también en ciclos mayores están equiparados a eras; subdivisiones todas de la
figura partida por el binario y cuaternario como ya vimos. Agregaremos que el
término "zodiaco", de origen griego, se traduce por "rueda de la vida".
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cruzado por dos ortogonales, lo que representa una cruz, cuyo medio exacto es
otro nuevo punto, el número cinco, que en la alquimia corresponde al éter, en
filosofía a la quintaesencia, y que ha sido importante en distintas tradiciones
entre ellas la china y las precolombinas. (9) Con el número siete sucede lo
mismo, ya que es considerado el central de una rueda de seis rayos. En
realidad, y por otra de las trasposiciones entre el símbolo del círculo y el
cuadrado y de lo plano a lo espacial, el siete es el punto central del cubo, de
seis caras y doce aristas, otro de los símbolos–modelo del universo. (10)
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Rueda sefirótica de la Cábala hebrea,
o Rueda de las Emanaciones.
NOTAS
1
Ver René Guénon: Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Eudeba,
Buenos Aires 1988.
2
Ambas derivan de la palabra latina radius.
3
Este rayo es llamado buddhi en la tradición hindú y corresponde a la
inteligencia, o intuición directa.
4
El alquimista, matemático y cabalista John Dee, astrólogo de la reina Isabel I
de Inglaterra, cuyos instrumentos mágicos (espejo, pantáculos, bola de cristal) se
conservan expuestos en el Museo Británico, escribe en el Teorema II de su
Mónada Jeroglífica: "Es pues por la virtud del punto y de la mónada que las
cosas han empezado a ser desde el principio. Y todas las que son afectadas en la
periferia, por grandes que ellas sean, no pueden, de ninguna manera, existir sin
la ayuda del punto central".
5
En la mezquita la cúpula corresponde al cielo y al Profeta y las cuatro
"falsas" cúpulas que de ella se derivan y se proyectan en la base cuadrangular, a
sus cuatro descendientes, herederos de su legado en esta tierra.
6
Para destacar la importancia del símbolo como lenguaje sólo queremos
recordar que la tradición cristiana afirma que Constantino, emperador romano,
vio una enorme cruz en el cielo y oyó una voz que decía In hoc signo vinces;
este hecho motivó su conversión al cristianismo y la posterior implantación de
esta religión como oficial en el imperio, lo que demuestra que el poder del
símbolo fue capaz de cambiar –o encauzar– toda la historia de Occidente.
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7
No todos los pueblos han hecho exactamente esta división esquemática.
Varias sociedades precolombinas aparentemente la contradicen. Es de sumo
interés igualmente observar que estos pueblos que conocían perfectamente el
ciclo y la circularidad, como lo demuestra la perfección de sus calendarios, no
utilizaran la rueda de manera técnica por considerarla "tabú", aunque sí conocían
su aplicación práctica, presente en numerosos juguetes encontrados por los
arqueólogos a lo largo de Mesoamérica.
8
A este respecto, sin embargo, hay que tener presente que la línea del
horizonte siempre se encuentra en el ojo del espectador.
9
Para el hermetismo, es además el número del microcosmos, es decir, del
hombre; también el de los dedos de su mano.
10
Estas doce aristas ocupan un papel preponderante en la cosmogonía
precolombina ya que su imagen del mundo se presenta generalmente de modo
cuadrangular y cúbico; sumadas al centro producen el número trece, módulo
vital en su visión del universo.
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Donum dei
(pintura s. XVII)
COSMOGONIA PERENNE:
EL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
FEDERICO GONZALEZ
II
La Iniciación
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"La creación del mundo se convierte en el arquetipo de todo gesto humano
creador, cualquiera que sea su plano de referencia. Hemos visto que la
instalación en un territorio reitera la cosmogonía. Después de haber colegido
el valor cosmogónico del Centro, se comprende mejor ahora por qué todo
establecimiento humano repite la Creación del Mundo a partir de un punto
central (el 'ombligo'). A imagen del Universo que se desarrolla a partir de un
centro y se extiende hacia los cuatro puntos cardinales, la ciudad se constituye
a partir de una encrucijada".
Y también que:
Ya hemos citado algunos casos de símbolos del eje, o del polo, aunque en
principio todo aquello que denote verticalidad se le asocia; en el plano estaría
representado particularmente por la cruz svastika, –según opinión de autores
calificados–, símbolo tradicional, al que le ha cabido ser un ejemplo típico de
la degradación de la mentalidad simbólica contemporánea. El árbol es
asimilado a la verticalidad, o sea a la ruptura de nivel, y también a la irrupción
de la vida, a la generación y fructificación en el plano horizontal.
Unánimemente ha sido conocido este Árbol de Vida –o su equivalente el poste
ritual, el obelisco, la columna, o el menhir– presente tanto en la Cábala
Hebrea –cuyo Modelo del Universo, constituido por las sephirot (=
numeraciones), se denomina precisamente así como en la civilización maya,
cuyo árbol sagrado era la Ceiba, la que aún hoy está plantada en medio de la
plaza central de los pueblos de esa área; también para egipcios, griegos,
romanos, celtas, y aborígenes norteamericanos, africanos y australianos.
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El simbolismo del árbol admite tres niveles: raíces, tronco y copa,
relacionados con los mundos subterráneo, intermedio y celeste; en las culturas
que toman como símbolo vertical al propio ser humano, los niveles son tierra,
hombre y cielo. Ambas versiones nos están hablando de la idea de un
Universo jerarquizado en distintos mundos, que también están presentes en el
hombre, configurando distintos planos de la realidad.
Rueda hindú.
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Biblia, y son propios de todas las tradiciones, en especial las llamadas del
"libro" (judía, cristiana, islámica), ya que ellas simbolizan con este "libro" la
manifestación original de la palabra, la revelación, una teofanía permanente
(sobre todo en el Islam), o sea el eje central que permitirá el ascenso ordenado
por la jerarquía de los mundos.(3)
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perpetuamente; siempre es ahora para trabajar, y desde luego hay una estrecha
relación entre la Simbólica y la realización espiritual, expresada por lo que se
ha dado en llamar la vía Simbólica, uno de cuyos medios, la oración del
corazón, u oración concentrada, es una reiteración circular y constante de la
invocación. Esperar el tiempo y lugar oportuno para la iniciación puede ser
una causa de alejamiento definitivo.
Conjunción de Opuestos
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Como se sabe el taoísmo considera que el equilibrio cosmogónico se debe a la
acción permanente de dos fuerzas opuestas el Yang (positiva) y el Yin
(negativa), las que conjugan una armonía, la cual es el propio universo, y que
estas energías, figuradas por una doble espiral, se hallan presentes en
cualquier cosa, ser o fenómeno y configuran todo proceso creativo.
Este proceso al que nos referimos, permanente y mágico, que por un lado
contiene un poder vinculado con lo pasivo, lo frío, lo inerte y el cuadrado
(Yin) y otro relacionado con lo activo, lo vital, el calor y el círculo (Yang),
alternándose y equilibrándose constantemente configura un solo
indestructible, puesto que está claro que aquellas no podrían ser la una sin la
otra.(4) O sea, que hay en una algo de la otra, una afinidad, sin la cual no
podrían oponerse. En realidad son dos focos polarizados de una misma fuerza.
Esa oposición, en el vasto Plan Universal es una complementación, puesto que
la dialéctica es parte de la armonía y el discurso del Mundo. Por lo que el
taoísmo, como cualquier otra tradición no excluye el mal, la destrucción, etc.
de su cosmogonía, sino que lo incorpora como un componente de la realidad,
tal cual el símbolo de su dragón, o monstruo acuático–ígneo, que representa
tanto la energía ctónica como la uránica. O sea, que no excluye los contrarios
sino que los complementa. La enumeración de los opuestos seria imposible
por interminable aunque es muy importante hacer personalmente una lista de
ellos, ya que no hay mejor ejercicio para conocer los temas de la simbólica, la
metafísica, la cosmogonía y el esoterismo en general, que conjugarlos
permanentemente. Nada hay bueno o malo en sí: lo que es bueno para unos
puede ser malo para otros, lo que ayer fue deseable es atroz para hoy, o
viceversa. Lo que sí es sumamente inconveniente es tener opiniones
inamovibles sobre diversos temas, que aparte de ser fijadas por usos y
costumbres, no son personales, como se piensa, sino que se han extraído del
abanico de posibilidades del medio, muchas veces de manera casual; esto sin
mencionar la cantidad de fobias, manías y los condicionamientos que ellas
generan, con las que el sujeto se identifica, a punto de ser capaz de matar,
tomándolas por realidades verdaderas en un mundo que no es sino una
representación teatral, una caja de luces y sombras en perpetuo devenir.
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El taoísmo sin embargo, nos habla de otra tríada: cielo–tierra–hombre, siendo
este último el intermediario entre los primeros términos. En la simbólica de la
rueda podría atribuirse el punto central al cielo, la periferia a la tierra, y el
rayo que los une al hombre. En la simbólica cristiana podrían ser
correlacionados con espíritu–alma–cuerpo, y en alquimia con manifestación
aformal, sutil y grosera o azufre, mercurio y sal, y también en términos de
Platón con la Esencia conjugando lo Mismo y lo Otro, aunque estos dos
últimos ejemplos estarán mejor simbolizados gráficamente con un triángulo
equilátero cuyo vértice superior se polariza en la base. También esta
interpenetración de energías que el símbolo yin–yang representa, esta doble
helicoide, podría ser equiparada simbólicamente al movimiento ascendente–
descendente del modelo de la rueda, y, al igual que éste, se subdivide
conformando un cuaternario ya que el símbolo del yin y yang da lugar a una
nueva partición, puesto que en cada yin ha de haber una potencia de lo yang, y
en todo yang la presencia de lo yin.
Desde luego este cuaternario es generado por el misterio del Tao, o del punto
inmóvil, por su emanación que se expresa por medio de su propia dialéctica, y
que encuentra su sentido en la complementariedad de los opuestos. Esto
último es simbolizado por el número cinco, en el que la civilización china
basó toda su cultura, al igual que las precolombinas, las cuales fundamentaron
su vida en un cuadrángulo, símbolo de la tensión alternada de opuestos y de
un punto central, lugar de reposo, equilibrio y no contradicción, espacio
sagrado y axial, donde pudiera establecerse la conexión con otras realidades, o
seres llamados espíritus, ángeles o dioses. Este eje es denominado Tien–Tao
en la Tradición china.
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Consideraciones Finales
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mundo de apariencias) al reconocimiento inmediato de otra posibilidad
siempre presente, cuya manifestación misteriosa es la totalidad del cosmos, el
cual no constituye sino la sombra de esa presencia, sin la cual ese mismo
cosmos no podría ser de ninguna manera.
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Además, los diversos tipos de iniciaciones no tienen por qué contraponerse, y
así tenemos el ejemplo de innumerables sabios que han sido a la vez guerreros
y artistas.
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Michel Maier, Tripus aureus, 1618.
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Orden Arquetípico, puesto que es capaz de activar y generar el auxilio de esta
deidad, la que siempre se manifiesta en el microcosmos como la comprensión
inmediata, efectivizada en el corazón. Esta energía, por su propia virtud,
rechaza los pretenciosos paradigmas culturales con los que estamos
condicionados los hombres actuales, en particular aquéllos referidos a falsas
ideas de progreso y evolución, es decir, las de la ciencia oficial
contemporánea (9), y permite así la apertura de un espacio en donde las cosas,
los seres y los fenómenos, podrían ser completamente distintos de la visión
Occidental, horizontal, personal y empastada, heredada apenas de los últimos
siglos; y más aún: fomentaría la posibilidad de percibir y actualizar lo que los
sentidos muchas veces niegan, y rechazar la ilusión general y profana. Se
puede afirmar que, por su propia universalidad, nadie ha dejado de ser
convocado a este rito de la Inteligencia, nombre divino que puede ser
rechazado o aceptado, de acuerdo a los niveles del ser individual, y según éste
decida ser cómplice de un engaño hipócrita u opte por la lucidez como estado
permanente. "Tu esposa será como jarra fecunda en el secreto de tu casa."
(Salmo 128, 3, Biblia de Jerusalén).
NOTAS
1
La traducción del término chakra es literalmente rueda.
2
En la cábala hebrea los mundos intermediarios de Yetsirah y Beriah, están
conformados por las sephirot llamadas de "construcción".
3
En el islam este Conocimiento, esta Gnosis, está asimilada a Ilmut Tauhyd (ciencia
de la unidad), de la cual derivan todas las ciencias. Igualmente hay tres grados de
Conocimiento: islam, imán, efibsán, correspondientes a tres categorías de creyentes,
muslimún, mu'minún y Muhsinún.
4
La famosa armonía o equilibrio griego fue también obtenida a partir de conjugar lo
apolíneo con lo dionisíaco; una vez que se comprendió que entre estas dos energías las
contradicciones son aparentes.
5
Como es sabido este símbolo era visto por Platón como las dos mitades idénticas de
una esfera.
6
El "juego" del Tarot, cuyo nombre es la inversión de la palabra "Rota" = rueda,
combinado con el esquema del Árbol de la Vida cabalístico y con el auxilio de las artes
liberales, constituye un excelente medio introductorio muy propicio para las
iniciaciones herméticas modernas.
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7
Las llamadas "altas civilizaciones" han sido también sociedades "primitivas", y de
su "época mitológica" es que se ha extraído el meollo de su cultura. Para ellas era ésa
su Tradición, recibida de modo completo y no incipiente o defectuoso. Eso explica la
aparición aparentemente repentina de grandes monumentos y ciudades y la irrupción en
la historia de sistemas consumados de pensamiento, comunicación, lenguaje, etc.
8
El río Ganges es el esperma de Shiva, y esa semilla contiene potencialmente la
energía de la Inteligencia (asociada igualmente a las letras del alfabeto sagrado del
mundo, o a un sonido primordial –AUM–) o Madre Eterna, Nârâyâni, energía
ordenadora y formadora, inmanente en la manifestación, inteligencia cósmica y
sensible asimilada indistintamente a Pârvatî (Shakti de Shiva) y Lakshmî (Shakti de
Vishnu).
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Con la excepción de la ciencia más moderna.
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