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Conferencia pronunciada en noviembre de 1990 en la Fundación Joan Miró

de Barcelona.

Maya clásico (bordado)

ARTE, SIMBOLO Y MITO EN LAS CULTURAS


TRADICIONALES:
LA CIVILIZACION MAYA
FEDERICO GONZALEZ

Para un hombre tradicional o arcaico todo es sagrado y el mundo un juego


perenne de relaciones misteriosas y simbólicas, poseedoras en sí mismas de
significados evidentes. Vive en un asombro perpetuo y a la vez está
perfectamente integrado a su ambiente y participa constantemente de los
efluvios del cielo y la tierra. Es entonces un mediador y como tal encuentra su
ubicación en el mundo, lo que se corresponde con su verticalidad. Debe por lo
tanto reproducir estos misterios a imitación del gran gesto creador de un
constructor original, fecundando la posibilidad de una cultura. Asimismo la
naturaleza y todo lo manifestado, en especial los animales, participan de esa
mediación, pues son símbolos de otros mundos secretos de los cuales éste es
sólo un reflejo.

La analogía establece leyes de correspondencia entre el macro y microcosmos,


entre el universo y el hombre, lo visible y lo invisible, lo aparente y lo real, lo
pasajero y lo eterno, lo natural y sobrenatural, dos caras de una misma
medalla, que los pueblos primitivos y/o arcaicos no distinguen de modo
limitado, o excesivamente diferenciado. El símbolo es el revelador de estas
correspondencias e igualmente el vehículo capaz de religarlas; el símbolo, por
lo tanto, está fundamentado en las leyes de la analogía, y en las
correspondencias naturales entre la totalidad de los seres, fenómenos, y cosas;
simpatías y rechazos que todos los pueblos tradicionales o arcaicos han
conocido; energías que se agrupan en conjuntos que a su vez se relacionan con
otros y estos con terceros en forma indefinida formando cadenas y generando
códigos simbólicos que obedecen a este mismo tipo de estructuras (tal la
mitología de todos los pueblos), y que conforman su propia cosmogonía
derivada de una Cosmogonía Perenne, de un modelo universal, válido para

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cualquier tiempo y lugar, aunque con formas adecuadas a diversas
circunstancias y sitios, según puede constatarlo cualquier investigador que se
ocupe de simbólica, o aquel estudioso de la antropología o la sociología, ya
que esta posibilidad de generar códigos simbólicos (los que abarcan la
totalidad del ser de una sociedad tradicional) son inherentes al hombre mismo,
puesto que éste es un universo en pequeño y como tal tiene la posibilidad de
recrear las leyes cósmicas gestando de ese modo las culturas particulares de
los innumerables pueblos.

Pero un auténtico símbolo no es sólo un mero signo capaz de ser el


intermediario entre una imagen y un concepto a nivel psicológico, sociológico
u horizontal, sino la realidad manifestada de un proceso vertical en el que él
constituye per se lo significado y lo significante, ya que es revelador a escala
humana de los secretos de una Superestructura, siempre presente, imagen de
la Mente Divina, la que ordena permanentemente relaciones y analogías que
dan lugar al mundo de lo percibido por los sentidos, y a las leyes y
mecanismos mentales de los humanos, signados éstos por una dualidad que
deben trascender. Esta necesidad de neutralizar opuestos para conocer el
orden cósmico, o modelo universal, e insertarse conscientemente en él, se
obtiene pues a partir del símbolo, el cual al conjugar en su cuerpo de manera
unitaria la expresión conocida con el origen desconocido, lo manifestado por
él y al mismo tiempo la emanación de la inmanifestación que le ha dado su
propia forma, su identidad, concretiza toda la posibilidad de Conocimiento, o
sea de ser, y se constituye así en el elemento imprescindible para sintetizar
cualquier realidad o verdad, comenzando con la necesidad de su mediación,
permanentemente capaz de revelar lo supranatural por el despliegue de todas
las potencialidades de la naturaleza; las que no son más que factores de lo
suprahumano en el ser particular, la afirmación de una negación, mejor una
negación afirmada. Por otro lado, no se debe olvidar que los símbolos, como
los mitos, no han de considerarse en forma individual, sino en relación con
otros símbolos y mitos con los que se vinculan formando conjuntos, o
estructuras, que por un lado son arquetípicas, a saber: inamovibles, y
simultáneamente móviles, como sus proyecciones en lo espacio–temporal, y
su adecuación a distintas geografías y circunstancias históricas.

Códice Dresde

La cultura es un juego de símbolos, una simbólica de la que participa no sólo


el cuerpo social, o individual, sino que constituye además el origen del

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pensamiento, las estructuras e imágenes de los procesos mentales de la tribu, o
la persona. Por lo tanto toda cultura histórica es "mítica" necesariamente en
sus orígenes, o sea atemporal, cuando no ha generado sus prototipos
simbólicos y todavía el propio mito no ha fijado de manera ejemplar los
parámetros culturales derivados de su potencia, y extraídos del Conocimiento
de una Cosmogonía revelada por los símbolos universales, a los que se trata
de interpretar y traducir a un lenguaje que se adapte a las necesidades,
imágenes, y vivencias, de un pueblo o individuo.

También debemos tener en cuenta el carácter iniciático del símbolo y el mito


como transmisores del Conocimiento, sus poderes transformadores y
generativos, su realidad metafísica y mágica, es decir actuante, y por lo tanto
la veneración popular que siempre los acompaña, o al menos los ha
acompañado.

El rito es el mito en acción y los elementos que utiliza, ya sean sonoros,


visuales o gestuales son simbólicos. El rito dramatiza el mito a través de los
símbolos. Hay pues una unidad entre símbolo, mito y rito, como ya hemos
manifestado en otras oportunidades. El gesto, la palabra y la forma actualizan
los mitos permitiendo su encarnación. Para los pueblos tradicionales, estas tres
expresiones del hombre efectivizaban permanentemente el mundo,
regenerándolo, permitiendo su normal desenvolvimiento, gracias a su
reiteración. Una de las diferencias entre una sociedad sagrada
y otra profana es que tanto los símbolos como los ritos y los
mitos han desaparecido prácticamente de estas últimas o se les
ignora, o lo que es aun peor, se ha tergiversado su significado,
adulterándolo, confundiéndolo con la alegoría, el emblema, y
también con la mera convención; en el caso particular de los
mitos habría que agregar que el colectivo oficialista los
califica como ficciones, cuando no de mentiras, lo que es
paradojal en cuanto se piensa que los mitos expresan para las
culturas tradicionales toda la verdad y constituyen la realidad, como es y ha
sido el caso del pueblo maya en las distintas formas en que se ha expresado su
cultura. Habría que agregar que el don de la profecía, o la visión, bien
conocido por todas las sociedades "primitivas" en general, y por ésta que
tratamos en particular –ya que llegó a profetizar la invasión y conquista
europea–, es tomado en nuestros días como pura charlatanería, o al menos
como algo de corte muy dudoso.

Permítasenos insistir: En las sociedades tradicionales, como lo fue la


civilización maya, todo es simbólico. La vida es un rito perenne que se
verifica en todas las labores cotidianas y de manera constante. Cualquier
acción y aun cualquier pensamiento están signados por la presencia de lo
significativo, de lo mágico, de lo trascendente, ya que todo sucede en distintos
planos de la realidad y por eso también en el mundo de lo oculto, de lo

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invisible. El arte, o lo que nosotros hoy llamamos artes, son para estos pueblos
unos gestos naturales que repiten y recrean una y otra vez al cosmos a través
de símbolos precisos efectuados de manera ritual, los que han sido
concebidos, o mejor, revelados, con ese fin a los hombres por inspiración
legada a sus ancestros, para organizar su vida de acuerdo a la voluntad divina.
El creador de todas esas estructuras culturales, que no hacen sino imitar las
cosas del cielo, es el ejecutor de la obra, el hombre verdadero, (halach uinic)
el jefe, aquél que produce las cosas o gobierna con arte. Como se ve esta
forma de encarar los hechos es diametralmente opuesta a la que nosotros los
contemporáneos solemos adscribirnos respecto al creador y el arte. El artesano
tradicional, repite en forma ritual las ideas de su cosmovisión que son
perfectamente claras para él, las plasma, es decir las genera, reiterando con
esto el gesto creacional primigenio del Ser Universal. En este sentido es un ser
que extrae cosas de la nada y su función se emparenta con la sacerdotal y
chamánica. El chamán es en este caso también un artista, y la dramatización
de las energías cósmicas una forma extática de conocimiento. El arte es una
forma del rito y a su vez, necesariamente, todo rito auténtico, es decir
sacralizado, está hecho con arte, o mejor es una expresión artística, pese a los
prejuicios que a veces nos impiden verlo, merced a la "propiedad" de nuestros
gustos, fobias y manías, es decir de todas aquellas cosas relativas con las que
nos identificamos.

Esto que es válido para las ceremonias tradicionales y para la arquitectura y


las artes plásticas, lo es también para todo lo referido a la palabra, portadora
de la enseñanza y la Tradición. Por otro lado la palabra es mágica pues
manifiesta una energía milagrosa que produce simultáneamente el sonido y la
audición. No sólo en la civilización maya, según lo atestiguan el Popol Vuh y
otros textos sacros del área, sino en numerosos pueblos precolombinos está
presente la idea de la generación mediante la palabra, lo que da sentido
precisamente a la transmisión oral del conocimiento y a la narración de los
mitos. Pero fundamentalmente lo que hemos afirmado del arte es vigente para
el conjunto de su cultura y su cotidianidad, comenzando por su conocimiento
metafísico y cosmogónico que se traduce en sus mitos y símbolos, que, como
ya lo hemos afirmado son los que inspiran y regulan su ser en el mundo.

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Vemos entonces que el mito es el paradigma cultural y que el rito o arte de la
actividad diaria –que por cierto no excluyen tampoco al pensamiento– y las
ceremonias mágico–religiosas, se encargan de regenerarlo constantemente,
manteniendo de esa manera incólumes las energías que él representa,
garantizando así la estabilidad del universo y por lo tanto el ser y las
posibilidades de existencia de lo social e individual. Si bien hay autores como
Mircea Eliade que distinguen entre mitos de origen individual de un ser,
fenómeno o cosa (por ejemplo el de una planta o un animal) con los relativos
al Universo, ambas categorías son, sin embargo, en última instancia
cosmogónicas, puesto que cualquier generación particular depende y está
íntimamente ligada a la manifestación del conjunto; lo mismo vale para los
ritos llamados "sociales" y los "chamánicos". Por lo que los ritos de la vida
cotidiana, expresión de una cultura viva en todos los órdenes no sólo tocan lo
metafísico y lo ontológico como posibilidad cósmica sino que igualmente
abarcan lo social, lo económico, e incluso, cualquier institución o forma
menor, las que están basadas y siempre se refieren a la estructura arquetípica
del mito. Los ritos no son pues exclusivamente ceremonias mágico–religiosas,
sino la suma, o mejor, el conjunto de las expresiones de una cultura (en
cualquier campo), fundamentadas en el conocimiento de lo real manifestado
de modo simbólico–mítico. El arte es el mejor ejemplo de dicho aserto y esa
es la función ritual que siempre ha poseído; la de fijar la tradición en su
aspecto más profundo: expresando, recreando los orígenes (de ahí su
originalidad) por mediación de la belleza. Esta actitud aún subsiste en la gran
mayoría de los pueblos autóctonos americanos aunque los auténticos símbolos
gráficos se hayan degradado a veces al punto de hacerse "decorativos", o los
mitos "leyendas''. Para tomar un solo ejemplo en el área maya, bástenos
recordar los diseños textiles, verdaderos códigos donde imprimen los
indígenas sus conocimientos míticos–cosmogónicos. Lo mismo se observa en
sus ceremonias (aun cuando éstas sean "fiestas" y no sólo actos litúrgicos) en
relación al orden simbólico que preside su estructura: gestos, cantos, bailes,
colores, objetos, etc.; señalaremos que esto aún se hace más patente dado el
carácter obviamente sagrado de las mismas, aunque pensamos que en una
sociedad perfectamente integrada no hay diferencias entre lo sagrado y lo
profano; es decir, que para esas mentalidades todo es una epifanía que no
pueden dejar de representar los diversos modos expresivos de un Gran
Espíritu, aunque su manifestación pueda ser atroz.

Códice Dresde

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En realidad, lo que los mayas y todas las sociedades tradicionales indígenas
han concebido –o mejor, conocido– es que el hombre y el mundo conforman
un Ser Universal que se manifiesta mediante estados, principios o
determinaciones, los que no son sino algunas de las modalidades en que el Ser
Desconocido se expresa permanentemente, gestando el modelo universal y
dando cabida a la posibilidad de todo lo creado. En eso no han hecho sino
coincidir con el pensamiento (Conocimiento) de todas las culturas y las
grandes civilizaciones, entre ellas los Egipcios, Caldeos, Judíos, Griegos,
Romanos, Cristianos e Islámicos, sin mencionar otras muchas tradiciones
occidentales auténticas y las grandes civilizaciones de la India y el lejano
oriente.

El mayor símbolo posible es la unidad del cosmos, y también la suma de cada


una de sus partes indefinidas en cuanto éstas manifiestan a nivel sensible,
todas las posibilidades de lo que puede ser percibido que, siempre, es en
última instancia la unidad del ser. El mito expresa estas potencialidades
inherentes a lo humano y por lo tanto las mitologías son cosmogónicas en
cuanto pretenden por su discurso ejemplar ir más allá de lo que percibe el
hombre en estado ordinario y conforman un conjunto de enseñanzas reveladas
acerca del ''modelo del universo" con el objeto de superar a éste en cuanto a
sus limitaciones evidentes, las leyes universales, y obtener así –mediante las
iniciaciones– el reintegro del ser particular en el Ser Universal, con el objeto
de trascender, por mediación de la verdad y la belleza, los encadenamientos
que lo atan al mundo ilusorio.

Por eso es que los protagonistas de los mitos mayas (y del mito en general)
son seres fabulosos, dioses o entidades sobrenaturales, personajes heroicos, o
animales, en contraposición con la horizontalidad de la vida diaria, creando
así una posibilidad de ruptura, vertical, con los condicionamientos propios de
la existencia, invertidos en relación con el misterio original.

Códice Dresde

Sin embargo, queremos advertir que tanto el mito como el rito cargan al
símbolo con un componente emocional; en la mitología siempre el asombro
está presente; del mismo modo en los ritos emparentados con las ceremonias
religiosas el factor emotivo es determinante, y si bien símbolos, mitos y ritos
pueden identificarse puesto que en definitiva son tres expresiones distintas de
una misma realidad, podría afirmarse que el mito es la vivificación del

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símbolo y los dos conforman la posterior representación
prototípica y sagrada del rito y la ceremonia, y también la del
arte, ambas imitaciones o representaciones de ellos. Esto
podrá parecer una subordinación del mito al símbolo, y del
rito y el arte a la mitología, si no se comprendiera que se trata
de una misma energía operativa en modalidades distintas;
incluso se podría decir que rito (no sólo en cuanto ceremonia
religiosa) y arte, es decir ambos tomados en sentido absoluto, no son sino
representaciones de la regeneración perpetua del cosmos en cuanto están
identificados con él, formando por lo tanto una unidad; también podría
argumentarse que el mito no es tan preciso como el símbolo numérico o
geométrico, que por su contenido universal arquetípico, o por lo menos por su
estructura más abstracta, es más adecuado para traducir la Idea. Si se tratara
de dar nuestra opinión pensamos que la fusión de estas energías es la
encargada de otorgar todo significado en tres niveles de consciencia,
conocimiento, o lectura, en correspondencia con los estadios cosmogónicos
jerarquizados y al mismo tiempo indisolubles en los que los mayas dividían
cualquier realidad (cielo, tierra e inframundo).

Y desde luego que es la vibración común, la correspondencia, la analogía, la


simpatía, es decir la magia, la que liga estos planos entre sí, aunque tome
formas tan intelectuales y sofisticadas como las matemáticas y la astronomía,
bases del calendario ritual maya, tal vez la realización más acabada del arte
de este pueblo, cuya mayor originalidad, o paradoja, acaso la constituye el ser
una alta civilización primitiva, contradicción en los términos que sólo es tal si
se les asigna a ellos exclusivamente el valor que se les otorga corrientemente.
De hecho, pareciera ser que esta civilización aun alcanzado su máximo de
esplendor continuó siendo lo que en muchos aspectos hoy se entiende por
"primitiva"; en esto tampoco se han diferenciado de griegos, hindúes y
chinos, entre otros.1 Al contrario, la decadencia puede advertirse en
expresiones que son tomadas erróneamente por "culturales" en la actualidad y
que han desembocado en absurdos tan grandes como la falsa erudición, y el
arte por el arte.

Códice Dresde

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NOTA
1
Aún hoy el pensamiento "científico", ve los pocos restos tradicionales que quedan
en ritos y religiones como algo "atrasado" y "antirracional" cuando no se encuentra lo
suficientemente esterilizado.

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