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Hoy en día los padres cristianos enfrentamos el arduo trabajo que representa criar a

los hijos y son varios los desafíos que tenemos que superar.

Vivimos una “falta de amor” inmensa: los esposos no están dispuestos a sacrificar algo
por su pareja, los hijos por los padres y viceversa, existe una falta de compromiso y un
deseo de satisfacer básicamente los intereses personales. Esta falta de amor nos
aleja cada vez más de Dios.

Quizás como consecuencia de ese egoísmo, han ido desapareciendo los valores y
estos han sido reemplazados por conceptos “políticamente correctos” que buscan el
desarrollo “como persona” dando cabida a todo tipo de pensamientos e ideologías
donde ya no está claro lo que es correcto e incorrecto, satanizando y hasta
persiguiendo a quienes sí quieren vivir en valores y luchan contra manifestaciones
inmorales, que ahora se las quiere llamar “progresistas”.

Por otro lado, la sociedad quiere ahora decidir por nosotros lo que es mejor para
nuestros hijos, dejando de lado la autoridad que Dios nos confirió a los padres como
primeros y principales responsables de la crianza de nuestros hijos, para instruirlos y
disciplinarlos en la fe, el amor y la verdad.

En este entorno lo que nos corresponde como padres cristianos es ser ejemplo de vida
santa, tomando como ejemplo las virtudes de la Sagrada Familia. Debemos enseñar
con amor y paciencia, corrigiendo con respeto, entregando a nuestros hijos nuestro
legado más importante, nuestra Fe.

El amor no lo podemos enseñar simplemente hablando de él, el amor se vive y se


muestra con el ejemplo. Nuestros hijos lo vivirán a través del amor de sus padres, de
la convivencia diaria, del sacrificio, de dejar a un lado nuestros intereses por
acompañarlos mientras crecen. Este amor no nacerá de la noche a la mañana
cuando sean adolescentes, crece poquito a poquito a través de las tantas muestras de
amor y renuncia que ellos pudieron sentir mientras los acompañamos.

Esta no es una tarea fácil, el día a día no siempre muestra la satisfacción de este
trabajo invisible, esto se construye poquito a poquito; sin embargo que maravilloso es
ver que después de varios años de esfuerzo y dedicación nuestros hijos van
mostrándonos con sus pensamientos y sus acciones que van tomando el camino que
siempre hemos deseado para ellos.

Nada de esto es posible sin encomendarlos a Dios y a nuestra Santa Madre. Nunca
debemos cansarnos de pedir a nuestro Padre para que los bendiga y los haga
personas de bien. Debemos enseñar a nuestros hijos a orar desde pequeños y a que
también pidan ser mejores personas. Dios no nos abandona, de modo que con
nuestro trabajo y oraciones, lograremos al final entregar al mundo buenos cristianos.

Amalia Bigalli

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