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Estética de la complejidad1

Dra. Denise Najmanovich.

Una de las características más notables del pensamiento occidental ha sido el


divorcio entre la apariencia y la realidad, la forma y el contenido, el proceso y el
producto. Estas dicotomías que heredamos de los filósofos de la Grecia Antigua
han perdurado hasta la actualidad, aun cuando hayan cambiado muchas veces las
figuras con que se han presentado. Lo que solemos llamar conocimiento ha
estado inextricablemente ligado a esta forma de pensar que ha generado la tenaz
ilusión de un “verdadero mundo” rígidamente ordenado según una disposición
eterna e invariante de objetos completamente definidos. El cosmos occidental ha
sido concebido de tal modo que resulta independiente de nuestra actividad
cognitiva. Esta es la paradoja fundante de la episteme Occidental, válida
tanto para el mundo de las ideas platónicas como para el universo
newtoniano.
A lo largo del siglo XX diversos desarrollos en las ciencias comenzaron a
erosionar desde “dentro” esta concepción. Particularmente importantes en este
sentido han sido las fisuras provocadas por la física cuántica en la primera mitad
del siglo. Hacia fines de la última centuria los enfoques de la complejidad
profundizaron el resquebrajamiento hasta un punto sin retorno. Paralelamente, las
teorías epistemológicas heredadas sufrieron importantes embates a su solvencia y
credibilidad gracias a los trabajos de Kuhn, Feyerabend, Fox Keller, Rorty,
Foucault, Deleuze, Stengers, Latour, Von Foerster, Morin y muchos otros. Ambas
perspectivas conjugadas han tenido un fuerte impacto en la cultura y nos han
permitido comenzar a visibilizar las zonas oscuras, las brechas, la opacidad, la
indefinición entre otros muchos mundos que conviven con el universo “claro y
distinto”, el único que la mirada de la modernidad fue capaz de ver.

1
Artículo presentado en el Tercer Seminario Bienal de Implicaciones Filosóficas de las Ciencias de
la Complejidad. La Habana, Enero 2006.
Para comprender los profundos cambios que los abordajes de la complejidad
están provocando en nuestros modos de pensar y la forma de concebir el
conocimiento es preciso dar cuenta de las implicancias que estos modos de
producción de sentido tienen sobre nuestra concepción del saber. Aunque resulte
sorprendente e incluso contradictorio es notable el hecho de que muchos de los
científicos que participan activamente con sus investigaciones en el campo de las
ciencias de la complejidad tienen aún una concepción simplista de su práctica
cognitiva. Los filósofos de la ciencia, especialmente los de la tradición positivista
anglosajona, en su mayoría han preferido desentenderse de las profundas
implicaciones epistémicas de los abordajes de la complejidad.
En este trabajo me propongo realizar una exploración preliminar de esta verdadera
“terra incógnita” que surge en el entrecruzamiento entre los nuevos paradigmas en
las ciencias y los enfoques epistemológicos post-positivistas. Para facilitar la
comprensión de la estética del pensamiento complejo y sus implicancias en cuanto
a nuestra concepción del conocimiento, he considerado necesario explicitar
previamente la estética de la simplicidad en la que hemos sido educados. Esta
tarea resulta imprescindible, debido a que el discurso científico niega el hecho de
ser un discurso y pretende tener una forma “neutra”, y esto, cuando admite tener
una forma. Además, la tarea es fundamental en tanto el legado cultural constituye
la plataforma de lanzamiento desde la cual podemos comprender la complejidad y
es a la vez, y paradójicamente, el mayor obstáculo para lograrlo (más aún cuando
la mayoría de los que lo aplican a diario desconocen sus supuestos
fundamentales).

I.-Estética de la simplicidad:

Fueron los antiguos griegos quienes establecieron las pautas que anclaron
férreamente al conocimiento en una disposición radicalmente dicotómica. Su éxito
ha sido tal que perdura todavía en la cultura occidental.
En una primera, y esquemática, aproximación podemos decir que la forma
canónica del conocimiento en occidente ha sido:

¾ A-priori, A-temporal
¾ Espacio y Tiempo absolutos e independientes.
¾ Dicotómica
¾ Monológica (lógica clásica, mirada exterior).

La ciencia de la modernidad produjo un giro “copernicano” respecto al saber de la


Antigüedad, sin embargo mantuvo la estética general del pensamiento, aunque
sesgada desde un punto de vista peculiar que incluyó al sujeto, aunque para
abstraerlo inmediatamente, volviéndolo apenas una superficie especular.

Entre las notas específicas que estructuraron la mirada moderna entre las que se
destacan:

¾ Monodimensionalidad (Ceteris Páribus),


¾ Linealidad (Interpolable, extrapolable),
¾ Representacionalismo (Apariencia-Realidad – Modelo/Copia)
¾ Mecanicismo Determinista

Exploraremos estas características a partir de algunas metáforas ampliamente


difundidas que nos permitirán dar cuenta de cómo las figuras-metáforas de la
simplicidad se han presentado y utilizado en muy diversos contextos y cómo han
ido conformando nuestras creencias respecto del mundo, de nosotros mismos y
de nuestras posibilidades de conocerlo.
Comenzaremos nuestra exploración por la “Alegoría de la Caverna” de Platón,
pues allí se establece la disyunción entre el mundo de la apariencia -al que
acceden los comunes mortales- y el de la verdadera realidad. A este otro mundo
que nos trasciende infinitamente sólo acceden unos pocos elegidos: los
autodenominados sabios (en aquellos tiempos filósofos, en los nuestros científicos
o expertos). Proseguiremos el camino considerando la metáfora fundante de la
concepción representativa del conocimiento: la del saber como espejo de la
naturaleza (Rorty,1989). Para finalizar este recorrido por las metáforas básicas de
la simplicidad consideraremos dos ejemplos paradigmáticos de las concepciones
modernas: el mundo-reloj (unificación del tiempo: mecanismo determinista y
determinado y el universo como un juego de billar (espacio inerte, e
independencia).

I-a. A través de la alegoría de la caverna Platón encadena definitivamente su


filosofía a la dicotomía Apariencia/Realidad. En el texto platónico, que no
casualmente es el primer tratado político de occidente, los hombres son
presentados como esclavos que confunden las sombras con las auténticas
realidades. Sólo el sabio (obviamente Platón) tiene acceso al conocimiento
verdadero, a la luz. La metáfora pretende mostrar a los hombres que son necios e
ignorantes y que lo que ellos creen que es el mundo no es sino mera ilusión, una
apariencia fantasmal, una versión degradada de la verdadera realidad. El filósofo,
único poseedor de verdadero saber, tiene que sufrir la incomprensión y el maltrato
de sus congéneres habituados como están a su mundo de fantasía. No por ello ha
de cejar en su designio de “salvar” a sus congéneres del error y guiarlos hacia el
saber iluminador. Al contrario, hará de cada obstáculo un desafío, como su
maestro Sócrates que no se arredró ni ante la cicuta y que hasta su último suspiro
siguió aguijoneando a sus conciudadanos.
A partir de Platón, el objetivo supremo del sabio ha de ser el de sacar al rebaño
desde la cueva de la apariencia hacia la luz de la verdadera realidad.
Extraordinario y loable proyecto, generoso y sacrificado, salvo un pequeño
“detalle”: ¿existe realmente esa caverna? ¿es real la realidad platónica? ¿es
nuestro mundo sensible mera apariencia?
Nietzsche denunció a los cuatro vientos la gran falacia platónica y nos mostró
“Cómo ‘el mundo verdadero’ terminó por convertirse en una fábula” (Nietzsche,
2001), es decir, cómo la tradición filosófica se construyó sobre un descomunal
error. Un error que paradójicamente fue denominado “Verdad”. Nietzsche también
nos advirtió que disuelta la ilusión de un verdadero mundo, se desvanece el
mundo aparente. Si aceptamos sus enseñanzas abandonaremos la inútil
pretensión de la caverna pues nos hemos dado cuenta de su inexistencia.
Continuando con el linaje iniciado en Parménides y profundizando el legado de
Sócrates, Platón fundó el “verdadero mundo” y simultáneamente degradó a la
categoría de “apariencia” a cualquier otro que no coincidiera con su mundo de las
ideas. En un solo movimiento inventó la esclavitud y se propuso como el
libertador. La gran mayoría de los pensadores posteriores discutieron, criticaron e
incluso rechazaron buena parte de las enseñanzas del gran maestro de la
Academia pero todos aceptaron, de un modo u otro, la gran escisión entre realidad
y apariencia, a partir de la cual surge el privilegio de la problemática por la verdad
como adecuación entre el saber y la realidad. De ese modo, aún los que
combatieron al platonismo, reeditaron con otras figuras la experiencia de la
caverna, manteniendo la frontera entre los que tienen acceso privilegiado a la
verdad y se proponen como liberadores y los comunes mortales que
irremediablemente quedan subyugados por la esclavitud de la ignorancia. La
diferencia en muchos casos fue apenas la que produce un cambio cosmético en el
rostro de la verdad.

Ib.- El conocimiento como espejo de la naturaleza ha sido una de las más


grandiosas creaciones del hombre moderno. El mismo ha sido productor y
producto de esta perspectiva. Sin embargo, ha sido parte de la metodología eludir
este lugar de producción. El sujeto fue creado y simultáneamente ocultado. El
sujeto moderno mira al mundo pero no se ve a sí mismo mirándolo: él es
meramente un espejo.
Las metáforas ópticas han sido la forma más habitual en que se presentó la
caverna platónica en la Modernidad. Esta nueva versión combinó la escisión entre
la apariencia y la realidad con el cisma entre el cuerpo y la mente, y la
desvinculación entre el sujeto y el objeto. De este modo a la tradicional
problemática de la verdad se le sumó la de la objetividad del conocimiento.
Un conjunto de dispositivos técnicos y metodológicos encarnaron y realizaron el
“esquema óptico-geométrico” del conocimiento como reflejo interno en el sujeto
del mundo externo supuestamente objetivo: el espejo, la técnica pictórica de la
perspectiva lineal, la Imprenta, y más tarde la fotografía.
Casi todas las personas que han pasado por la institución escolar recordarán las
imágenes que muestran al ojo humano como una “cámara fotográfica”. Pero son
pocos los que se han percatado de la inmensa fuerza de estas imágenes y
metáforas para construir nuestra noción de “conocimiento objetivo”.

La expansión de las metáforas ópticas durante el Renacimiento no se limitó a


moldear la obra de sus artistas plásticos, sino que se extendió como reguero de
pólvora para enseñorearse sobre un gran conjunto de temáticas.
Las prácticas pictóricas y las teorías óptico-geométricas entraron en resonancia
con otros campos de experiencia, abonando el campo del que habría de surgir la
“teoría” representacionalista. Particularmente importante fue el influjo de los
procedimientos mecánicos, entre los que se destaca la imprenta, que permite
obtener copias “idénticas” de un original, como podemos apreciar en la siguiente
cita de Locke:

“Supongamos que la mente es, como nosotros decimos, un papel en


blanco, vacío de caracteres, sin ideas ¿Cómo se llena? ¿De dónde
procede el vasto acopio que la ilimitada y activa imaginación del
hombre ha grabado en ella con una variedad casi infinita? A esto
respondo con una palabra: de la experiencia. En ella se funda todo
nuestro conocimiento, y de ella se deriva todo en último término.
Nuestra observación, ocupándose ya sobre objetos sensibles
externos, o ya sobre las operaciones internas de nuestras mentes,
percibidas y reflejadas por nosotros mismos, es la que abastece a
nuestro entendimiento con todos los materiales del pensar.
Cuando las ideas simples se ofrecen a la mente, el entendimiento no
puede rehusar tenerlas, ni alterarlas cuando están impresas, ni
borrarlas para hacer otras nuevas, de la misma manera que un espejo
no puede rehusar, alterar o destruir las imágenes o ideas que los
objetos puestos delante de él producen” (Locke, 1982)

A partir de esta metáfora y estos dispositivos paradigmáticos se va estructurando


una concepción del conocimiento que instituye:

1. La separación radical entre el espacio externo y el interno (Objeto-Sujeto).


2. La “correspondencia” entre la imagen del mundo y lo que éste es.
3. A la tradicional problemática de la verdad se le suma la de la objetividad del
conocimiento que ha nacido a partir de la metáfora óptica.
4. La imagen especular se forma instantáneamente e independientemente de
las imágenes anteriores y de las que vendrán abonando la a-histórica del
conocimiento
5. El sujeto es completamente pasivo (una superficie reflectante- una tabula
rasa en la que se imprimen las imágenes).

En la modernidad, el privilegio de la vista llegó a un punto predominante. “Claridad


y distinción”, los valores cartesianos por excelencia, son virtudes típicamente
visuales. A partir de ellos se forjó la concepción representacionalista del
conocimiento. Perspectiva intelectual que ha sido el denominador común de la
mayoría de las corrientes epistemológicas modernas.
El conocimiento fue pensado en la modernidad como un reflejo, una “mimesis”,
realizada por un sujeto racional que se siente escindido de la naturaleza y que es
capaz de formarse una imagen interna que se corresponde punto a punto con la
del mundo, al que se considera totalmente independiente (Rorty, 1989). Sin
embargo, de la inmensa diversidad del mundo sólo se hizo visible lo “claro y
distinto” que era sinónimo de lo regular y completamente definido.
Tanto el cosmos material como el conceptual de la modernidad –que fueron
considerados como radicalmente separados- tenían la estructura idealizada del
cristal. El universo era representado como un gigantesco mecanismo que
obedecía a las leyes newtonianas del movimiento. El conocimiento adoptó la
forma de la perspectiva lineal y ésta se inspiró en la óptica geométrica de tal modo
que sólo focalizó en los productos, es decir, en las teorías ya constituidas dejando
en la penumbra el proceso poiético de producción del saber. De los múltiples
modos de producción de sentido sólo se consideró legítimo aquello que
entraba en la grilla del método, caracterizado por la imposición de un estilo
estandarizado, mecánico, normatizado. La distinción radical entre contexto de
descubrimiento y de justificación (Reichenbach, H. 1937) que la epistemología
positivista estableció muestran a las claras la escisión y compartimentación del
saber característica de la arquitectura disciplinaria de la modernidad. El
pensamiento como actividad, como modo de encuentro de los humanos con el
mundo, como interrogación y exploración, como invención y producción, no estaba
en área de interés de una epistemología preocupada sólo por la lógica y la
justificación de las teorías.
En forma esquemática podemos plantear que los paradigmas de la ciencia
moderna se caracterizaron por una estética basada en:

¾ Modelos Ideales Universales


¾ Metodología Única
¾ Cartografía estática exterior
¾ Linealidad
¾ Dinámica conservadora
¾ Regularidad-Precisión- Exactitud
¾ Claridad y distinción entendidos rígidamente
¾ Elementos aislados y leyes deterministas
¾ Compartimentos estancos y contextos inertes

En la modernidad, el giro cartesiano en la filosofía, la extensión del humanismo en


la cultura, la invención del individuo en la política, la acelerada transformación de
las costumbres y las prácticas sociales, hicieron emerger conjuntamente al Sujeto
y la Objetividad. El sujeto, una concepción entre muchas otras del ser humano,
habría de ser el protagonista de la escena moderna. El hombre devenido sujeto
pretende que es capaz de observar el mundo objetivamente, es decir,
independientemente de su propia mirada. Tanto los racionalistas como los
empiristas, los idealistas o los materialistas, suponían que era posible “tener la
perspectiva de Dios”. El sujeto moderno, aspiró a un conocimiento total, absoluto;
ambicionó un mirada omniabarcadora y si bien admitió que esto no era posible “de
hecho”, confió ciegamente en que era perfectamente concebible “en principio”.
Pensar un universo independiente del pensamiento que lo está pensando: he
aquí la paradoja fundante de la epistemología heredada. El sujeto no entra en
el cuadro del mundo, así como el pintor no figura en el cuadro “realista” que
fue creado utilizando la técnica moderna de la perspectiva. A esta estética
del conocimiento se la ha denominado representacionalista. Esta denominación,
que alude a la supuesta posibilidad de re-presentar en la mente una imagen que
es copia fiel de lo real, se impuso mucho tiempo después de su nacimiento.
Recién cuando hubo pasado su apogeo fue posible velar la transparencia que
impedía considerar el aspecto formativo de todo pensamiento. Cuando el reinado
de la concepción dicotómica, que divorciaba radicalmente la forma del contenido,
comenzó a declinar y otras estéticas entraron en pugna con ella se hizo visible el
hecho de que el representacionalismo también era una estética, en el sentido de
una forma producida por los seres humanos, una perspectiva entre muchas otras y
no la forma natural del mundo (Rorty, 1989; Foucault, 1980; Deleuze y Guattari,
1976; Von Foerster, 1991; Maturana y Varela, 1990).
El representacionalismo sólo admite mundos disjuntos, aislados,
mutuamente excluyentes. El problema reside en que si aceptamos este punto de
vista se hace imposible conocer. Platón se topó con esta paradoja desde los
comienzos de su reflexión filosófica. “Qué bello tema de disputa sofística nos
aportas Menón; es la teoría según la cual no se puede buscar lo que se conoce ni
lo que no se conoce: lo que se conoce porque, al conocerlo, no se necesita
buscarlo, lo que no se conoce porque, ni siquiera se sabe qué se debe buscar”.
(Platón, 1950)
Las paradojas han atormentado a los pensadores de lo definido, lo puro, o lo
absoluto, desde los albores de la cultura occidental. No es extraño que su
existencia les resultara inquietante: su construcción es perfecta desde todos los
cánones aceptados y, al mismo tiempo, resulta completamente inaceptable. Las
paradojas muestran algo supuestamente irracional pero de un modo
perfectamente racional. En ellas la forma y el contenido se sacan chispas
mutuamente: no puede eludirse su interconexión. Las paradojas señalan el límite
de la lógica clásica y del modelo representacionalista. Lo que antes había sido
invisibilizado, emerge de un modo incontrastable, mostrando que “sólo contra el
telón de fondo de una cierta definición de racionalidad algo resulta irracional”
(Najmanovich, 1992).
Si consideramos el estudio sobre el "punto ciego de la visión", por ejemplo,
veremos cómo opera el achatamiento del espacio conceptual implícito en la
metáfora representacionalista. Este experimento muestra que en todo momento
hay cierta parte de nuestro campo visual que nos resulta invisible.
Sin embargo, nadie anda por el mundo con un "agujero" en su campo visual, ya
que el cerebro "reorganiza" y “configura” la información de manera tal que se
obtenga una imagen completa. La fisiología explica perfectamente bien esta
característica de nuestro sistema visual: no puede verse nada de lo que se
proyecta sobre la parte de la retina en la que sale el nervio óptico dado que en esa
zona no hay ni conos ni bastoncillos que son los receptores visuales (Von
Foerster, 1991.
Lo que los fisiólogos no se han preguntado es por qué, si todos tenemos una
zona ciega, no nos damos cuenta de ello. Nadie tiene una experiencia visual con
un agujero negro. El cerebro “ocluye” esta ceguera. Si somos capaces de ir más
allá de la explicación fisiológica del fenómeno, la experiencia del “punto ciego”
permite que nos demos cuenta de que somos ciegos a nuestra ceguera. La
explicación fisiológica es valiosa y necesaria para comprender el fenómeno, pero
si nos quedamos sólo con ella, actúa de tal modo que obtura la reflexión más
amplia, aplastando con el peso de la respuesta científica la profunda turbación que
se desencadena cuando nos damos cuenta de que somos incapaces de ver que
no vemos (Najmanovich, 2005).
Si salimos del estrecho marco de las explicaciones de los especialistas y nos
interrogamos desde una perspectiva más amplia sobre el proceso cognitivo, la
explicación fisiológica no nos alcanza; resulta no sólo insuficiente sino también
inadecuada para dar cuenta de los fenómenos perceptivos y de la producción de
sentido de un sujeto capaz de reflexionar. La metáfora representacionalista, que
supone que el conocimiento es un reflejo del mundo, como si el sujeto fuera un
espejo, es radicalmente inadecuada para referir a la experiencia humana. El
espacio de la óptica clásica no puede explicar porqué no vemos que no vemos,
para ello es necesario dar cuenta de la reflexividad del proceso perceptivo. Es
preciso comprender que la percepción no es un proceso mecánico u óptico, no
somos una “tabula rasa” en la que se imprimen imágenes, ni espejos que la
reflejan. La percepción es una actividad formativa, productiva, poiética, no un
proceso pasivo. Ni siquiera los espejos o las imprentas son totalmente “inertes
formativamente” pues si lo fueran no podrían reflejar ni copiar.
Si aceptamos que el conocimiento es actividad y que pensar es dar forma a la
experiencia, configurarla, entonces, se hace preciso concebir una nueva forma de
espacio cognitivo que pueda dar cuenta de los fenómenos no lineales, auto-
referentes y autopoiéticos implicados en la percepción y en la producción de
sentido y conocimientos. Sin embargo, la reflexividad no puede entrar dentro de
los cánones de la estética dicotómica (antigua o moderna).
La concepción del “espacio de pensamiento” que se abre con los enfoques de la
complejidad puede aceptar el desafío de un pensamiento que se vuelve sobre sí
mismo sin que por eso sea en absoluto solipsista. Se trata de un nuevo tipo de
experiencia estética: la del “espacio dinámico”.
Las paradojas pueden conducirnos a nuevos mundos... si tenemos el coraje de
inventarlos. Son una compuerta evolutiva, porque en el espacio en que fueron
formuladas no tienen solución, sólo podemos salir a través de ellas cuando somos
capaces de pensar un paisaje cognitivo con mayor número de dimensiones (o con
mayor variedad dimensional, como en la geometría fractal) que el que las originó.
A lo largo del siglo XX se ha hecho cada vez más palpable que las paradojas no
pueden ser eliminadas. Cada vez son más los pensadores que en las distintas
áreas se hacen cargo de estos monstruos, aportando novedad y creatividad en la
ciencia y en la vida. Especialmente destacables en este aspecto han resultado la
matemática fractal, la termodinámica no-lineal o las teorías del “Caos
determinista”, la cibernética de segundo orden, las teorías de Autopoiesis y
Autoorganización, y las teorías de sistemas complejos evolutivos (Mandelbrot,
1993; Prigogine, I. Stengers, I, 1983; Maturana, H. y Varela, 1990, Briggs y Peat,
1990; Atlan, H.; 1990; Capra, F, 1998; Kauffman, S, 1995).
Algunos autores están hablando de la venganza del Dios Caos o de un retorno
victorioso de Heráclito, pero esta actitud no hace más que reproducir el
pensamiento dicotómico, aunque con los signos invertidos respecto a la tradición
dominante. Mi propuesta para una estética de los enfoques de la complejidad es
completamente diferente: considero que de lo que se trata es de desarrollar
estéticas no-dualistas que permitan la convivencia y fructificación de las
diferencias. Se trata de reconocer la legitimidad en cada ámbito de cada una de
las descripciones: lineal y no lineal, continua y discontinua, analítica y sintética,
etc. ya que ninguna puede ser completa en si misma, ni es completada por la
otra.
Podemos poner las paradojas en movimiento y con ello hacer aparecer nuevos
planos de realidad para explorar y enriquecernos. Atravesar las "compuertas
evolutivas" que nos lleven a nuevas dimensiones de conocimiento, sabiendo que
ninguna abarca la totalidad, ni nos aproxima parcialmente a ella, sino que es una
configuración específica surgida de un modo de interacción particular con un
mundo infinitamente diverso.
Una estética y una lógica que parten de una concepción paradójica admiten en su
seno al tiempo, al cambio, a la transformación porque el punto de partida es el de
la dinámica vincular y no el de las esencias absolutas del dualismo o el monismo
propios de nuestra tradición occidental.
Estética de la complejidad:
actividad formativa y transformadora

Los abordajes de la complejidad, entendidos como enfoques dinámicos e


interactivos, llevan implícito un cambio en el tratamiento global del conocimiento
que nos exige abandonar la noción de un mundo completamente independiente. El
pensamiento complejo no admite compartimentos estancos, separaciones
absolutas, ni sistemas aislados. Su arquitectura no es compatible con la rigidez del
cristal ni con la evanescencia del humo (Atlan, 1979). Aceptar el desafío de la era
de la complejidad, tanto en relación a nuestra concepción del mundo material
como a la forma en que en concebimos el conocimiento nos exige encontrar una
salida al círculo vicioso que supone que nuestra única opción está en elegir entre
la rigidez del cristal objetivista y sus descripciones absolutas y el humo del
relativismo que convierte al universo en una evanescente ilusión interpretativa.
En la modernidad el pensamiento estaba confinado al sujeto y atado a las reglas
de la lógica clásica y el método. En la contemporaneidad, estamos ante el desafío
de construir una gramática centrada en la acción y en la poiesis. Paradójicamente,
los nuevos medios nos han devuelto posibilidades perdidas en el paso de la
oralidad a la escritura y nos dan, además, otras nuevas. Quisiera destacar aquí la
dimensión interactiva, multidimensional y fluida de las nuevas tecnologías que al
mismo tiempos nos exigen y nos ayuda a pasar del una concepción del
conocimiento-producto (la imagen plana y estática de la representación teórica) a
otra que enfatiza el pensamiento configurativo (actividad poiética
multidimensional). En este contexto, es fundamental volver a cuestionarse quién
piensa y qué significa pensar.
Desde una perspectiva vincular es posible gestar respuestas muy diferentes al “Yo
pienso” cartesiano y comenzar a pensar el sujeto del pensamiento como un
“nosotros”. No se trata simplemente de un pensamiento pluralista en relación a sus
producciones sino de un pensamiento plural desde los modos de producción:
pensamos en, con, junto, contra el colectivo en el cual convivimos. Es el colectivo
el que nos permite pensar y legitimar el conocimiento. Un colectivo que no incluye
sólo a seres humanos, sino también tecnologías, espacios activos, que le dan
forma, lo conforman y lo transforman (Latour, B. 1994).
Pensar, desde esta perspectiva, es un modo de inter-acción, una actividad poiética
(productiva y poética) que deja una estela en su navegar: el conocimiento.

La estética del pensamiento complejo es:


¾ Paradójica (El contenido de la forma y la forma del contenido
¾ Multimodal (modos de la presencia y de presentación)
¾ Rizomática (campo-red en los itinerarios exploratorios)
¾ Multidimensional
¾ Expresa una Dinámica Transformadora
¾ Fluida
¾ Multiestratificada y multirítimica
¾ Punto de vista implicado-situado
¾ Polifónica y dialógica
¾ Genera ordenes germinativos en contextos activos

Se trata de una mutación en la forma y por lo tanto también en el contenido del


proceso de conocer.
La complejidad, entendida como un enfoque dinámico e interactivo, implica un
cambio en el tratamiento global del conocimiento que nos exige renunciar a la
noción de un mundo exterior independiente y a una mirada que puede abarcarlo
completamente. Debemos renunciar a la actitud teórica y admitir que el
conocimiento es configuración de mundo. La vieja dicotomía entre teoría y praxis
se desvanece en el aire de la dinámica vincular. Esto no significa que renunciemos
a pensar, a producir sentido, a conocer. Sólo implica que no antepondremos una
grilla a nuestra experiencia del mundo, y que no creemos que exista un único
método o camino para conocerlo. Sólo renunciamos a la ilusión de un
conocimiento “puro”, entendido como la actividad de un sujeto abstracto, ahistórico
e inmaterial. Esta renuncia no es una pérdida. Podemos todavía desplegar
infinidad de dispositivos, construir caminos, sendas y autopistas, elegir ir a campo
traviesa o entre los matorrales, preferir el bosque a la ruta. Renunciar a la idea de
un método universal e infalible no implica caer al abismo del sinsentido, sino
abrirse a la multiplicidad de significados.
Al abandonar la ilusión teórica, es decir, la pretensión de una mirada totalmente
independiente e incondicionada, estamos en condiciones de explorar nuevas
formas de indagación, de exploración, de producción de sentido y creación de
mundo. Es preciso un cambio en el tratamiento global del conocimiento. Este
cambio no implica meramente la invención de nuevos modelos y conceptos;
implica una profunda transformación de los valores y de las actitudes, de la
estética cognitiva, de las emociones y de los modos relacionales.
Los paradigmas clásicos se han caracterizado por:

ƒ Estructurar teorías entendidas como Modelos Universales

ƒ Admitir una Única Metodología (analítica-mecánica-lineal)

ƒ Establecer Cartografías estáticas a priori y supuestamente independiente

ƒ Epistemología Racional Abstracta

La modernidad se conformó con un tipo de producción que podía adaptarse a un


conjunto de casillas prefijadas: las teorías o paradigmas. El tipo de emocionalidad
privilegiada era la supuesta neutralidad (un estado indefinible entre al apatía y la
indiferencia). El orden privilegiado era regular, equilibrado, previsible.
El pensamiento, sin embargo, no ha sido nunca una actividad alejada de la
tensión, de la intensidad. Es más bien angustioso, difícil, violento, posibilitador,
seductor, excitante. Sin embargo, la modernidad logró separar el pensar como
proceso, como actividad vital, del conocimiento como producto. De ese modo,
pudo desacoplar lo que en la vida es inseparable. Centrando la atención en las
teorías como sistemas legales sometidos sólo al imperio de la lógica y de la
contrastación experimental se “olvidó”, desvalorizó e invisibilizó el trabajo inventivo
implícito en toda producción de conocimiento.
La complejidad no es una ampliación de la simplicidad, ni mucho menos una
complicación, es una reconfiguración global de las formas de producir, validar y
compartir el conocimiento.

El pensamiento complejo procede creando “figuras del pensar” que se


caracterizan por ser:
Producciones de Sentido (Contextuales-Diversas)

Guías Heurísticas- Dispositivos de exploración

Configurar Cartografías incluyente y dinámicas

Concebir la cognición como pensamiento-acción-emoción de un sujeto vivo

y entramado en interacción multidimensional con su medio

Desde el enfoque de la complejidad que participa de un pensamiento dinámico y


vincular no se admite la escisión, y tampoco es posible suponer ya que el
conocimiento es la suma de los productos que cada sujeto y disciplina ofrecen al
mercado del conocimiento. Por el contrario, el pensamiento no es una actividad
disciplinada, es una actividad social instituyente. Los abordajes de la complejidad
nos invitan a cuestionarnos ¿Quién piensa? ¿Qué significa pensar? Desde una
perspectiva vincular es posible gestar respuestas muy diferentes al “Yo pienso”
cartesiano y comenzar a pensar el sujeto del pensamiento como un “nosotros”. No
se trata simplemente de un pensamiento pluralista en relación a sus producciones
sino de un pensamiento plural desde los modos de producción: pensamos en, con,
junto, contra el colectivo con el cual convivimos. Es el colectivo el que nos permite
pensar y legitimar el conocimiento. Un colectivo que no incluye sólo a seres
humanos, sino también tecnologías, espacios activos, que le dan forma, lo
conforman y lo transforman.
En base a estas nociones he propuesto una metáfora para pensar el proceso
cognitivo. Se trata de un dispositivo al que he bautizado “Configura-Zoom”, cuyas
características centrales son:

Configura-Zoom
Un estilo de indagación
™ Ajuste de parámetros de visualización y visibilización
™ Sistema de enfoque plural
™ Movilidad del punto de vista
™ Multidimensionalidad
™ Multiperspectiva
™ Creación de itinerarios y configuraciones diversas

A diferencia del objeto técnico que usan las máquinas fotográficas que sólo nos
permite acercar o alejar una imagen, el “configura-zoom” admite el ajuste de varios
parámetros simultáneamente posibilitando un sistema de enfoque
multidimensional. La posibilidad de configurar implica que accedemos a distintas
perspectivas, incluyendo cortes transversales y movimientos de barrido, elección
de escala y modo de interacción. En suma, se trata de un dispositivo que nos da
la posibilidad de construir un estilo de indagación caracterizado por la exploración.
El resultado es la creación de un paisaje conceptual en el que coexisten una
multiplicidad de formas de construir la experiencia, en parte paralelas y con cierta
autonomía relativa, pero que también se mixturan e hibridan, se solapan y
encabalgan, se inhiben o se potencian, chocan entre sí o se ignoran.
La reconfiguración del paisaje cognitivo no es una adquisición de la complejidad,
lo que es propio del pensamiento complejo es que legitima este proceder. De
hecho, hasta el mismo telescopio funciona de ese modo: si enfocamos un objeto
terrestre, más o menos lejano, sólo nos da la opción de un cambio de tamaño de
la imagen, pero si enfocamos a los cielos, se hacen presente infinidad de estrellas
que antes eran invisibles y también podemos ver otros “objetos”, como los anillos
de Saturno, que no existen para el ojo desnudo. En la época de Galileo estas
observaciones cambiaron completamente las nociones fundamentales de la
astronomía obligando a una “reconfiguración de los cielos”. Cuando la
concepción Galileana-Newtoniana se estableció como paradigma triunfante, se
olvidó este proceso y se creyó que ¡ahora sí! la visión que teníamos del mundo era
casi completa y que los detalles que faltaban no cambiarían la estética global del
cosmos de la modernidad. La teoría de la relatividad, la cuántica, la termodinámica
de procesos irreversibles y la teoría del caos hicieron trizas esta ilusión. Sin
embargo, la noción de teoría no parece haber sido afectada por esta demolición.
Este es el desafío de los abordajes actuales de la complejidad: renunciar a las
pretensiones totalitarias y simultáneamente empobrecedoras de la perspectiva
teórica sin renunciar al pensamiento. Se trata hoy de abdicar de los absolutos y
emprender la tarea riesgosa, pero potente, de una elucidación y producción de
sentido contextual y responsable.
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