El economista
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Poeta en el olvido
Alejandro Flores
El Economista
M
ario Santiago Pa-
pasquiaro, quien
murió atropella-
do en la colonia
Balbuena una fría noche de enero
de 1998, era un poeta de tiempo
completo; un poeta de cabo a rabo
a quien nada le era indiferente,
una persona con la que tenías que
estar a las vivas y con quien lo co-
tidiano se volvía intenso.
Santiago fundó, a mediados
de los 70, el grupo mexicano co-
nocido como Infrarrealismo, in-
tegrado por jóvenes para quienes
la poesía era la única bandera es-
timable y probablemente auténti-
ca, jóvenes que, como los autores
contraculturales estadounidenses,
querían lanzarse a los caminos y
también querían “partirle su ma-
dre a Octavio Paz”, representante
de la cultura oficial mexicana de
esos tiempos.
Rebeca López, su viuda, en
entrevista a propósito de la pu-
blicación de Jeta de santo (FCE,
262pp. $270), antología poética del
autor, concuerda con que él tenía
una personalidad problemática;
es decir, era una persona que se
hacía preguntas sobre todo, sobre
lo que veía, lo que sentía, no para
encontrar respuestas precisas sino
como una forma de vivir.
Recuerda que Mario no podía
“hacer de las cosas algo superfluo,
ni una conversación, ni una mira-
da, ni una vuelta, ni un giro”.
Para él “nada podía ser cir-
cunstancial, puesto que la vida
tiene un peso, una densidad,
pero él también tenía una capa-
cidad enorme de jugar con toda
esa densidad”.
Pero era “un juego serio, el
juego como lo toman los niños,
de la manera más seria”.
Y como un juego, también
“es lúdico, gozoso”.
Por su parte, el poeta Mario
Raúl Guzmán, prologuista del li-
bro, precisa que “no todo le parecía
importante. Ni a Balzac le pare-
cía todo importante. Todo artista
discrimina. Todo artista hace a un
lado un montón de cosas que le
parecen irrelevantes. Más bien,
nada le era indiferente”.
Santiago fue un romántico
denso, profundo, preocupado
por los temas inagotables e in-
abarcables, los que exigen ser
Mario Santiago Papasquiaro.
retorcidos infinitamente. La suya
era una forma de rebeldía contra
los convencionalismos y las pautas
de una cultura en la que se vive
en busca de resultados, riquezas
materiales, innovaciones, expe-
riencias fugaces e intensas.
“Todo el tiempo escribía, aun-
que no tomara una pluma él estaba
procesando todo de una manera
poética, todas las experiencias en-
trelazadas con las lecturas que él
hubiera hecho, con las películas, la
pintura”, continua Rebeca.
“Todo su día giraba alrededor
de caminar muchas horas y en ese
trayecto iba escribiendo, en lo que
fuera, en el periódico, en el libro
que iba leyendo en ese momento”,
añade la también poetisa.
A propósito, cuentan sobre
Santiago sus amigos infrarrealis-
tas: era un peligro prestarle libros
porque él los regresaba con múl-
tiples anotaciones y versos entre
líneas o húmedos y arrugados
porque se bañaba leyendo.
La Plaza
¿Podrías ahondar en la “per-
cepción poética” con la que vivía
Santiago?
“Todo su latido estaba siem-
pre en consonancia con encontrar
en las cosas que están ‘ahí’ otra
cosa más”.
“Mi poesía es mi semilla ob-
sesiva…/ mi poesía es mi son-
risa / mi lujuria / mi gula / mi
galáctico estilo de vagabundear
sin un quinto”, diría Santiago en
el poema “Tatuaje”.
El fundador del infrarrea-
lismo buscaba lo infra más que
lo supra.
“Él siempre dijo ‘Yo soy in-
frarrealista’. Quienes formaron
parte de ese grupo no dejaron de
serlo, no dejaron de escribir, por
su misma naturaleza no tenían
como prioridad lo público sino
la escritura integrada a su vida
cotidiana”. Esa “fue una con-
vicción que Santiago llevó hasta
la muerte, con todo lo que eso
conllevaba”.
El camino de Mario “no era
la oficina, el cargo público, el
cheque de honorarios. No dejó
de ser un infra. Jamás iba a ha-
cer relaciones públicas para ver
si alguien le daba una chamba
o lo publicaba o si hablaban de
él en un periódico. Perdón, pero
eso ya no tiene nada que ver con
la poesía, es una contradicción”,
considera Rebeca López.
Era un poco más “libre”.
“Sí, pero no creas que el he-
cho de ser libre es estar suelto. Eres
libre porque no te vas a detener,
puedes irte más allá, no te vas a
sujetar. No temes encontrar porque
estás buscando más. Es la libertad
de permitirte dejarte ir, buscar,
buscar, siempre buscar.
“Podría decirse que es una
libertad bastante pesada”.
¿Por qué publicar esta obra
póstuma?
“Creo que es fundamental
que Santiago sea conocido a tra-
vés de su poesía, no a
través de lo que se
cuenta de él, no a
través de la imagen
que alguien ha crea-
do de él, sea buena o
mala”.
Esto en referencia a
que el personaje Ulises
Lima de la novela Los
detectives salvajes, de Ro-
berto Bolaño, está basado
en Mario Santiago.
Al publicar esta anto-
logía, ¿Santiago pasa a formar
parte de esa maquinaria que él
aborrecía?
“Una contradicción en un
mundo tremendamente contra-
dictorio y en la que estamos todos
atrapados -contesta Guzmán. Pero
su poesía se defiende solita”.
Jeta de santo es una imagen
muy cercana de la “poesía vital”
de Mario Santiago, vuelve inde-
pendiente su poesía.
“No está aquí la leyenda ur-
bana -dice Rebeca-, no está aquí
la biografía de un hombre, no
están aquí los manifiestos de la
inconformidad, lo que está aquí
es una poesía que si, tú lector,
decides que lo quieres conocer
pues te diriges a una librería o
a una biblioteca; espero que lle-
gue a esas de las del parque y así
puedes acceder a él o te lo pue-
des robar como ellos (los infras)
también lo hicieron”.
aflores@eleconomista.com.mx
Martes 5 de agosto del 2008
Hallazgos y decepciones
Manuel Lino
Baricco,
qué bárbaro
H abía prometido esta
reseña sobre el nue-
vo libro de Alessandro
Baricco, Los bárbaros.
Ensayo sobre la muta-
ción, desde hace tiem-
po y, sin embargo, cada
vez que intentaba ha-
cerla me abrumaba
la sensación de no
ser capaz de escri-
bir algo que estuviera
a la altura del texto.
Y es que Los bárbaros (Ana-
grama, 254pp, 380) es el libro más
esclarecedor que he leído.
Partiendo de ejemplos sen-
cillos, Baricco nos enseña cómo
nuestra sociedad está cambiando
de manera irreversible. La huma-
nidad ya no es la misma, nuestra
forma de pensar se ha modificado
tanto como lo hizo de la Edad Me-
dia al Renacimiento y, al menos
yo, ni cuenta me he dado.
Los ejemplos iniciales de
Baricco son el vino y el futbol, y
nos explica la forma “civilizada”
de elaborar uno y jugar el otro.
Después nos demuestra como
“los bárbaros”, esa nueva hu-
manidad, ha cambiado ambas
actividades.
No se trata de las quejas de
un anciano chocho sobre el “es-
candaloso mundo de los jóve-
nes” que no comprende y por lo
tanto teme.
No, Baricco comprende el
nuevo mundo y no le teme. Es
más, aunque en todo momento
se quiere poner del lado civilizado,
en realidad es un bárbaro más (al
final él mismo lo admite). O al me-
nos su libro es una demostración
de cómo la barbarie ha invadido la
filosofía y la sociología, les ha sa-
queado sus tesoros más preciados
y los ha repartido entre los pobres
(de nosotros los legos).
Bueno. Sólo me resta decir
que ahora pude escribir sobre el
apabullante Los bárbaros porque
esta nota no está dirigida a uste-
des, lectores, sino a los represen-
tantes en México de la editorial
Anagrama.
Resulta que he comprado
ya tres ejemplares del libro para
regalarlo, y el tercero me costó
trabajo encontrarlo. Se ha ven-
dido como… el pan ya casi no se
vende caliente
en estas épocas
bárbaras… se
ha vendido co-
mo pan caliente
en un mundo ci-
vilizado. Así que,
por favor, pongan
algunos ejemplares
a disposición de mis
lectores.
Y ustedes, lec-
tores, presionen en su librería
para que se los consigan. Si no lo
encuentran, no se apuren. Lleven
cualquier otro libro de Baricco, es
un novelista genial y su ensayo
anterior, Next, también es muy
iluminador.
El mundo no se
quedará sin Aura
Amigos, lectores, por favor no olvi-
den entrar al blog del recientemen-
te fallecido Alejandro Aura (www.
alejandroaura.net/wordpress).
Sólo hagan la prueba. Lean u oi-
gan “Despedida” y es seguro que
Alejandro los atrapará.
Como me atrapó a mí desde
que hace muchos años, cuando
lo vi como actor en su obra Salón
Calavera, como “antrapó” a tantos
en su El hijo del cuervo.
Por cierto, no se dejen asus-
tar por el “aura mortuoria” que
rodea a la página.
Sí, son los poemas de un
moribundo.
Pero lo que Aura escribió
está muy lejos de ser, digamos,
una historia clínica rimada o al-
go similar.
Lo que el poeta nos dejó fue su
alma, noble, fuerte y bella.
Hasta siempre, maestro.
mlino@eleconomista.com.mx
Alejandro Aura.