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María Eugenia Vaz Ferreira, (Montevideo, 13 de julio de 1875 - ídem, 20 de mayo de

1924), profesora y poetisa uruguaya. Fue designada para dictar la Cátedra de Literatura en
la Universidad de Mujeres. Su salud fue precaria y antes de morirse, perdió la razón.

Fue una contemporánea de Delmira Agustini y de Julio Herrera y Reissig que falleció antes
de ver publicada su obra. Los dos volúmenes, La isla de los canticos (cuarenta poemas y
uno más) y La otra isla de los canticos (con los manuscritos inéditos), fue publicado por su
hermano Carlos, el filósofo, después de su muerte.

María, una poeta metafísica, escribió los poemas emotivos que hablan de la pasión, de la
muerte, de la esperanza, y de los misterios del amor y de la existencia.

Presentación

Ajena en vida a la promoción de sí misma y de su obra, más inclinada a imaginar que a


realizar, esta extraña musa del novecientos no vio publicado nunca un libro con sus poesías
que aparecieron, en cambio, en revistas y periódicos, o distribuyó entre amistades y
permanecían inéditas. Esa difusión limitada no impidió que sus contemporáneos la
consideraran una de las más grandes poetisas de su época, y así se le continúa apreciando
por quienes conocen su poesía.

Aunque no alcanzó a vivir medio siglo, empezó a escribir en la adolescencia y, rigurosa


crítica de su propia obra, preparó ella misma, antes de morir, la selección de poemas que su
hermano, el filósofo Carlos Vaz Ferreira, publicaría un año después en una edición que
reúne poco más de cuarenta poesías.

Extravagante, de conducta desafiante, altiva, tuvo una definida personalidad intelectual y


no carecía de talento musical. Fue una recordada profesora de literatura en la Universidad
de Mujeres, institución donde además se desempeñó como secretaria.

Criatura excepcional y rara, gran desterrada de la vida, al decir de Zum Felde, en su vida
solitaria experimentó una desoladora tragedia que no le ahorró, ni siquiera, la reclusión, sin
dejar jamás de escribir.

Reseña biográfica
Poeta uruguaya nacida en Montevideo en 1874.
Contemporánea de Delmira  Agustini y de Herrera Reisig, es considerada como una poeta
metafísica,
con rasgos del romanticismo y simbolismo.
Dedicada por algún tiempo a la docencia, fue designada para dictar la Cátedra de Literatura en la
Universidad
de Mujeres. Sin embargo, su precaria salud la obligó a abandonar su trabajo, falleciendo en 1924,
antes de ver
publicada su obra.
Su producción literaria está compuesta por cuarenta poemas contenidos en su «Isla de los
Cánticos»,
publicada por su hermano Carlos en 1925. ©
María Eugenia Vaz Ferreira
Nacida en 1875, constituye, junto a Delmira Agustini, el punto más alto de la lírica
femenina del 900. Alberto Zum Felde reconoce tres etapas en el desarrollo de su obra, que
la llevan desde la sumisión tierna -de soplo heiniano- de sus primeros poemas hasta la
desazón y el dolor del amor desconocido de los últimos, pasando por el orgulloso desdén
de Heroica: “Es inútil que rujas y seguro / Contra mi pecho tu potencia esgrimas, / Yo
tengo un corazón helado y duro / Como la blanca nieve de las cimas”. Para representar
su primera modalidad, el mismo crítico ha elegido estos versos: “Aunque los agudos
dardos / me claves de tus desdenes, / De tu luz seré la sombra / Para siempre, dueño
mío, para siempre”. Y estos endecasílabos de El regreso expresan, por cierto, claramente,
el espíritu de su último período creativo: “Alguna vez me llamarás de nuevo / y he de
volver a tí, tierra propicia, / con la ofrenda vital inmaculada, / en su sayal mortuorio
toda envuelta / como en una bandera libertaria”.
  
De toda su producción, que abarca casi treinta años, María Eugenia Vaz Ferreira
seleccionó cuarenta poemas y, a instancias de su hermano Carlos, agregó uno más (Único
poema). Esas cuarenta y una composiciones formaron, pues, su libro La Isla de los
Cánticos, cuya edición quedó confiada a su hermano. En 1959, Emilio Oribe reunió en un
libro los manuscritos inéditos de María Eugenia y llamó a ese volumen La Otra Isla de los
Cánticos. A pesar de los numerosos manuscritos transcriptos, es escaso el aporte de este
nuevo volumen en el conjunto de la obra de la autora. Mercedes Ramírez de Rossiello ha
anotado que “pocos libros de poesía logran trasmitir una imagen tan verdadera del
poeta como La Isla de los Cánticos. Toda la vida se transparenta en él; desde las
influencias literarias de la época -parnasianismo y modernismo- hasta los avatares de
un corazón tierno y orgulloso. Pero es al llegar a la zona de los poemas de tono
existencia donde el lector se enfrenta a la grande aventura de un alma”. Y agrega: “Su
lirismo ha creado una realidad despoblada de toda otra cosa que fuera su propia
figura solitaria”.

María Eugenia Vaz Ferreira ocupó una cátedra de literatura en la Universidad


femenina, de la que también fue secretaria. Murió en 1924. Al año siguiente apareció la
editio princeps de La Isla de los Cánticos.

María Eugenia Vaz Ferreira


( 1875 - 1924 )

Nos sorprende, nos sorprende mucho, como es posible que en


varias antologías recientes que hemos leído de la poesía femenina
no se haga mención de María Eugenia Vaz Ferreira y su obra
poética. Pero no se puede juzgar contra aquellos que han tratado de
presentar a la mujer hispana en el mundo literario. Es el Uruguay
quien ha sabido guardar este secreto con bello recelo.

Sí, María Eugenia Vaz Ferreira es uno de los más interesantes y


apreciados secretos del Uruguay. Resulta ser que el hermano de
esta poetisa, Carlos Vaz Ferreira, fue uno de los profesores de
literatura más distinguidos en sus tiempos. Debido a una gran
polémica que causó la publicación póstuma de poemas por Delmira
Agustini, el señor Vaz Ferreira sólo permitió una publicación de
las obras de su hermana después que ella falleció. El silencio
perdurando hasta que él falleciera. Como si fuera un cuento de
hadas, las obras de María Eugenia Vaz Ferreira realmente
durmieron por más de 30 años. Lo cual dio lugar a que en muchos
casos haya sido desconocida la que una vez fue la primera pluma
femenina sudamericana.

Rebelde desde su juventud, María Eugenia Vaz Ferreira escribió y


vivió a su gusto y capricho. Tenía una personalidad tan segura de sí
misma y un talento tan único, en las letras y la música, que tenía
que ser reconocida. Extravagante al máximo en su forma de ser, no
hubo hombre que la hiciera feliz y a ninguno se le rindió. Prefirió
regresar a la “propicia tierra” con “la virginidad de las estatuas”.

Tuvo que trabajar por necesidad y se ganó la vida escribiendo y


enseñando. Fue una mujer de carácter sumamente fuerte y a la vez
alegre. Según hemos leído, cuando era profesora se burlaba hasta
de las otras maestras, no por razones profesionales, sino por cosas
que sólo se pueden considerar de muchachos. En las fiestas era un
verdadero peligro. Porque como era una de las personas más
jocosas de aquel Montevideo, sí el chiste se elevaba a la poesía, le
hacía pasar una pena a cualquiera. Pocos años antes de morir
perdió la razón, su estado mental y salud fueron empobreciendo
hasta llegar a un estado deplorable antes de su muerte. Su hermano,
que la adoraba, quedó muy afectado de la terrible enfermedad que
María Eugenia sufrió.
La época en que vivió María Eugenia Vaz Ferreira.

¿Cómo era la vida en el 900, es decir, en el mundo en que vivió María Eugenia Vaz
Ferreira? Montevideo tenía mucho de ciudad aldeana, los niños asistían a la escuela y
de ella, si lo deseaban o podían, ingresaban a la Universidad, pues la enseñanza
secundaria formaba parte de ella. Obtenido el título de bachiller se escogía alguna de
las pocas carreras existentes entonces.

El caso de las muchachas era distinto; se consideraba que tras cursar hasta cuarto o
quinto año escolar, no les era necesario más estudio. No se las dejaba leer, salvo
algunas novelas como "Pablo y Virginia" de Bernardin de Saint - Fierre, "Amalia" de
Mármol, o "María" de Jorge Isaacs. Con eso y el aprendizaje de bordado, costura,
cocina, buenos modales, piano y un poco de doctrina cristiana, la muchacha ya estaba
lista para el matrimonio.

Pero se consideraba inconveniente que supiera mucho de sexo, a veces casi nada. "Ya
te lo va a explicar tu marido" le decían a veces las madres y mismo las hermanas
mayores casadas; tal era el tabú increíble que sobre el tema existía, desde luego
respecto de lo que se llamaba en la época muchachas "de familia", porque había otras
más ligeritas...

Poco a poco se empezó a considerar la necesidad de que la mujer supiera algo más. Y
de ahí que se creó la Universidad de Mujeres (luego convertida en Instituto José Batlle
y Ordóñez, y actualmente de enseñanza mixta). El noviazgo, en las muchachas
cuidadas por los padres, podía iniciarse en alguna reunión o fiesta. Ya en el 900 no se
usaba poner una rodilla en tierra y declararse con estas palabras: "Señorita: sí usted
me diera una esperanza..." que era lo correcto en las décadas de 1860 a 80, pero aun
así no resultaba fácil abordar a una chica.

Era frecuente entonces ir el domingo a misa; si se era católico se entraba a la iglesia,


y si no, se esperaba a la salida. Se seguía a la que le parecía bella para averiguar
dónde vivía, luego se paseaba !a calle. La muchacha comprendía y salía al atardecer a
la puerta de su casa. Se miraban como al descuido y un día él la saludaba y de pronto
decía algo como por casualidad. Se entablaba la conversación. Luego se convenía que
la visitaría en el zaguán. Después de un tiempo era presentado a los padres y entraba
en la casa. Se formalizaba el noviazgo, ella empezaba a preparar el ajuar, que hacia a
mano. Hablaban bajo, en un rincón de la sala. La madre andaba cerca y el padre leía
el diario. Pero aunque hoy cause risa esa prueba de constancia y fidelidad una vez
dada la palabra de casamiento era muy mal visto que el muchacho rompiera con la
chica a la que había ilusionado hecho que, aunque no frecuente, ocurría.

Las señoras de lo que podría llamarse clase alta pertenecían al patriciado que provenía
a veces desde los orígenes de Montevideo o bien a la burguesía ulterior enriquecida;
las primeras estaban orgullosas de su abolengo y no invitaban en sus fiestas a las
burguesas. A veces se discutía qué era mejor si tener escasa fortuna pero descender
de familias ilustres o ser sencillamente rica. Discusión totalmente pueril, pero si se
desea retratar la mentalidad del 900 no debe eludirse, y ¿por qué? Porque la riqueza
no tenía medios de ostentarse como hoy, y por lo tanto, no era tan importante. No se
viajaba como ahora, no existían automóviles, las fiestas no costaban demasiado, no
había cinematógrafos, ni radio, ni televisión, ni luz eléctrica, ni balnearios, pues se
veraneaba en las quintas de Colón y poco en las playas de Montevideo; no existían
compañías de aviones. Apenas empezaba a interesar el fútbol que no atraía grandes
masas.

¿Qué quedaba por gastar? Las compañías de ópera extranjeras, alguna representación
teatral, el paseo por la calle Sarandí, donde los hombres se ponían en fila para ver
pasear a las señoritas, y saludarlas sin detenerse a conversar, bailes en el Club
Uruguay, asistencia a las carreras de caballos, especialmente a las internacionales,
tertulias donde se tocaba el piano y alguien cantaba o recitaba. La gente rica o por lo
menos de posición acomodada no tenía mayormente en qué gastar, iba por la ciudad
a píe y si no, en tranvías de caballos y las señoras tenías sus días de recibo; para ello
preparaban ellas mismas las tortas, el té y la copita casi infaltable de oporto.

Así, la diferencia de fortunas no se notaba claramente. La vida en general de la mujer,


era recatada, la doncellez, motivo de orgullo y decoro, por eso es un tanto insólito que
haya críticos que señalen en María Eugenia Vaz Ferreira su concepto de virginidad, ya
que era lo corriente.

Un hombre, en la calle, no se detenía por lo general a conversar con una mujer a la


que conocía; simplemente se sacaba el sombrero con muestras de respeto, de
simpatía y de cordialidad y la dama saludaba con una sonrisa y un pequeño
movimiento de cabeza. En los bailes grandes, lo cortés era ofrecer el brazo a la dama
para dejarla luego en el asiento del cual se había levantado para danzar con él. Ella
apoyaba tres o cuatro dedos, levemente, en el brazo del caballero. Estos vestían frac
o smocking, con pecheras de piquet, cuellos palomita y corbata de moña, blanca en el
primer caso, y negra si se vestía la otra prenda. Las damas de largos trajes. Los
intelectuales se reunían en cafés, como el famoso Polo Bamba, y después el Tupí
Nambá.

Personajes de su tiempo

Por debajo de ese mundo patricio o burgués había un pueblo que sufría mucho y casi
en silencio, salvo excepciones. Algunos visionarios, desde luego don José Batlle y
Ordóñez, pero acompañado en sus reformas sociales no sólo de su partido sino de
algunas figuras prominentes blancas. Carlos Roxlo por ejemplo, luego el socialista
Emilio Frugoni y Alvaro Armando Vasseur, anarquista; y Florencio Sánchez con
algunos de sus dramas, comenzaron a efectuar una reforma de la mentalidad de la
época.

Movimiento de conciencia que dio por resultado una legislación avanzada, que puso,
en unos años, a Uruguay a la cabeza de los demás países y con una enseñanza
superior gratuita que no existía tal vez en ninguna parte de! mundo. Pero en ese
momento el hombre trabajaba fuera de casa jornadas agotadoras por una
remuneración escasísima sin reclamar, pues no había derechos gremiales. En las
oficinas públicas había pocos empleados, que debían trabajar sin detenerse toda la
jornada: hasta comienzo de la década de 1940 casi todos eran del sexo masculino.

La mujer, si trabajaba fuera de casa, lo hacía en tiendas, en la red telefónica, pues la


comunicación no era automática sino por intermedio de una telefonista, en trabajos de
modistería, tocaba el piano en pasajes interesantes de las películas mudas, cuando
luego aparecieron, y en fin, se contrataba el servicio doméstico. Conseguía sin
embargo abrirse paso como maestra, directora de escuela y el éxito que allí tuvo
acrecentó su dignidad, pero todo el profesorado era masculino hasta que se creó la
Universidad de mujeres. Su función principal era la hogareña: cocinar después de ir de
compras, lavar la ropa, cuidar a los hijos y todo ello con sacrificio, porque de su
sentido de la economía dependía todo el hogar.

El empleado y más el obrero llegaban extenuados tras catorce o más horas de trabajo.
Era un tiempo además, en que la palabra de honor valía mucho y por eso el
almacenero, el carnicero, el verdulero, todos vendían al fiado. Esos comercios tenían
un muchacho recadero que iba a casa de los clientes a preguntar que traerían el
próximo día: la señora daba las instrucciones y el dueño del comercio apuntaba en
una libreta lo que mandaba, la fecha y el precio del artículo. A fin de mes enviaba la
libreta sumada, la señora se la pasaba al esposo que a veces fruncía e! entrecejo,
pero pagaba. Hubiera sido una vergüenza no pagar, sólo podía ocurrir que la señora
comunicara al comerciante que le pagaría unos días después, porque su marido no
había cobrado aún.

Pueblo sano, aquel, sin artefactos eléctricos, sin necesidad de maestros de gimnasia
pues el propio trabajo, no sólo de las sirvientas, sino de las señoras, no las dejaba
engordar demasiado. No había insecticidas en las casas; simplemente de noche se
usaba mosquitero; no había calefacción eléctrica, pero la cama se calentaba con un
porrón de metal envuelto en franelas para no quemarse los pies.

El carnaval tenía su corso de carruajes: las muchachas iban con antifaces y había un
intercambio de serpentinas o de papelitos de colores arrojados a los muchachos. Y
algún baile de disfraz o fantasía.

El bizcochero pasaba puerta por puerta, con su canasta y los chicos acechaban la hora
en que vendría. El pescador, de tarde, iba con su largo madero sobre el hombro de
cuyos extremos colgaban, sostenidas por largas cuerdas, dos canastas con peces,
cubierto por una lona para que no les hiciera demasiado daño el sol. Por la noche, el
pito del manisero, que los chicos esperaban atentos. Llegaba el diariero y cuando
escuchaban el timbre, salían rápidamente para leer el fragmento de la novela de
folletín. El resto del diario se entregaba luego a los padres.

No todo era idílico; había también mala vida, bajos fondos, peleas de guapos, pero no
una puñalada por la espalda: se desafiaban a pelear con cuchillo o a puño limpio: e!
Prado era un lugar apropiado. Llegaban a la cita, y a quien los veía conversar de lejos
le parecía que eran dos amigos, pero ese ajuste de cuentas era leal: de pronto
comenzaban a golpearse con furia y nadie intervenía en ese duelo. Tal vez habría una
"mina" por entre medio u otro motivo cualquiera. El "bajo" tenia su hidalguía y era
casi inconcebible que un hombre quisiera usar una pistola en un ajuste de cuentas si
el otro sólo tenía cuchillo. Eso no era de hombre; se podía ser matón, peleador,
fanfarrón, pero no cobarde.

¿Y poner una bomba? Eso era no dar la cara: no era uruguayo. Y los ajustes de!
mundo de arriba podían ser también brutales: si la policía exaltaba a alguno y la
prensa vibraba con demasiada violencia, ya lo habían aprendido en las cuchillas: cara
a cara, con armas iguales. Era una brutalidad, pero se arriesgaba la vida por partes
¡guales.
En ese mundo vivió María Eugenia Vaz Ferreira.

Semblanza biográfica

María Eugenia Vaz Ferreira nació el 13 de julio de 1875 en una casa de la calle
Buschental, sita cerca de donde ese mismo año, en Lucas Obes 92, nacía Julio Herrera
y Reissig. Quizás se hayan visto ya de niños, jugando en el Prado, como era bastante
corriente, sin adivinar aun lo que un día ambos representarían en la literatura
uruguaya.

El padre de la poetisa, Manuel Vaz Ferreira, de nacionalidad portuguesa, era


comerciante, por esa causa hacía frecuentes viajes a Brasil, en uno de los cuales
falleció. Casado con Belén Ribeiro -maestra destacada- aunque ejerció poco tiempo su
profesión, de ese matrimonio nacieron tres hijos.

El primero fue Carlos Vaz Ferreira, indiscutido maestro de la filosofía, no sólo en el


Uruguay, sino en Latinoamérica, que dejó la más profunda huella en el pensamiento
trascendente a través de sus estudios sobre lógica, psicología, pedagogía, metafísica,
ética, epistemología, filosofía jurídico social, en un pensar asistemático, fragmentario,
desdeñoso de las falsas precisiones, de todo lo que, siendo complementario, quiere
tomarse por contradictorio, y postulador de una concepción de la creencia graduada.

El segundo hijo de ese matrimonio de Manuel Vaz Ferreira con Belén Ribeiro falleció a
los pocos días de nacer. Angustia pensar cómo habría sido ese niño dada la calidad
excelsa de sus dos hermanos. La tercera nacida fue María Eugenia.

Siendo una maestra, la madre se encargó por sí misma de la enseñanza de sus dos
hijos. Además, el tío materno era nada menos que León Ribeiro (1854 – 1931) quien,
junto con Tomás Giribaldi (1847 - 1930) y Luis Sambucetti (1860 - 1926) son los
precursores del nacionalismo musical en el Uruguay, que nace en Luis Cluzeau Mortet,
pues "Carreta quemada" es de 1916, en Alfonso Broqua y culmina en Eduardo Fabini.
Ribeiro enseñó música a María Eugenia y también a Carlos. La poetisa tocaba el piano
y componía partituras que, según se dice, se han perdido. Muchas de sus poesías
inéditas tienen un aire que hace sospechar que estaban destinadas a ser
musicalizadas en "lieder" por su estilo similar al de las canciones de Heine y mismo los
poetas del "sturm und drang".

Su hermano Carlos testificó al escritor Telmo Manacorda: "María Eugenia dominó de


inmediato el alma del piano, ejecutando con técnica suficiente y con expresión
excepcional desde muy joven. El sonido y colorido que ella sabía arrancar al teclado
fueron, desde el principio cosa propia, de matiz y de vibración suyas, como expresión
de un alma ... Así llegó, con ímpetu y genio, a sorprender a sus familiares con
composiciones musicales que, en cierta época, alcanzaron, por su valor, a ser
equivalentes a sus poesías".  

Pero su gusto, su deleite se centraba en Chopin y en Wagner; estos dos compositores,


especialmente el alemán, impresionaron mucho, primero a los simbolistas y luego a
los modernistas. Wagner fue un romántico anárquico de gran individualismo y
profundo sentido de la libertad, por lo que estuvo casi veinte años exiliado de la
Alemania de su época.  

También María Eugenia demostraba disposición para la pintura, y su tío Julio Freire se
esforzaba por acercarla al arte de los colores, pero había que decidirse por algo, y su
elección recayó en la poesía. 

Susana Soca, uno de los talentos de la generación posterior, hija del célebre médico,
fue invitada un día por María Eugenia a su casa para escuchar música: "Ella salía del
piano como una parte de si misma en la que hubiera debido sumergirse, y sin
terminar la pieza decía un poema a la noche y era imposible no ver que un imperioso
mensaje, apenas transformado, continuaba. Su voz era más bien baja y de tonos
uniformes: decía los poemas con algo de melopea que lógicamente debió dar una
impresión de monotonía a pesar de la calidez de su acento. E inexplicablemente
sucedía lo opuesto: tenía el patetismo interior que no puede ser descrito, imitado ni
olvidado".

Aproximación a la poetisa

María Eugenia empieza a dar a conocer sus poesías en recitados entre amistades,
luego en revistas. Sin citarlas aquí, ese recorrido puede hacerse con la lectura del muy
bien documentado libro del escritor y profesor Rubinstein Moreira titulado
"Aproximación a María Eugenia Vaz Ferreira". 

Cronológicamente es la primera poetisa importante del Uruguay; curiosamente, la


primera que editó poemas en Montevideo fue una que en 1807 y con el nombre de
María Theresa, los publicó en inglés, en "La Estrella del Sur". En español, Petrona
Rosende de La Sierra, recogidos sus versos por Luciano Lira en el Parnaso Oriental. 

Hay otras entre ésta y María Eugenia. Antes compusieron poesías en el continente
algunas muy buenas: Juana de Asbaje (Sor Juana Inés de la Cruz) en México del siglo
XVII y Gertrudis Gómez de Avellaneda, (1814 - 1873), cubana que incursionó también
en otros géneros literarios.

Tras María Eugenia aparecen Delmira Agustini y luego Juana de Ibarbourou, la


argentina de origen-suizo Alfonsina Storni, y la chilena Gabriela Mistral. Todo este
núcleo creó una lírica de singular valor y no es bueno decir que tal o cuál supera a las
otras. Y quizás haya más, en algún rincón de nuestro inexplorado continente. Un
intelectual francés preguntó a un embajador chino a quién conceptuaba más, si a
Confucio o a Lao Tzse y la respuesta fue ésta: "Cuando dos golondrinas vuelan tan
alto, que se pierden en las regiones sobrehumanas, no se puede saber cuál ha llegado
un poquito más arriba".

Sus primeros poemas, que Hugo Verani llama neo-románticos, abarcarían desde 1894
a 1899 y es una fortuna que haya decidido publicar toda la lírica de María Eugenia,
porque aún si hay versos menos logrados, aportan a veces sentimientos y temas
distintos a los de "La isla de los cánticos", y versos escogidos por la propia poetisa, y
"La otra isla de los cánticos", recopilada y prologada por Emilio Oribe, donde hay, por
otra parte, buen material lírico, no inferior, a veces, al primer libro.

Entre tanto, como señala Rubinstein Moreira aparece una nueva faceta de la poetisa:
el 1° de setiembre de 1908 se estrena en el Solís "La piedra filosofal", comedia de un
acto, "para la cual le compuso también la música". Hugo Verani agrega que fue
publicada en Caracas, en la revista "Escritura", Nº 9. Enero-junio de 1908.

El 25 de octubre de 1909 se representa su segunda pieza en verso, en el teatro Solís,


que permanece, según parece, inédita, y titulada "Los peregrinos".

El 2 de agosto de 1913 se representa en el Solís, con música de César Cortinas,


"Resurrexit" (Idilio Medieval), El "Diario del Plata" la reprodujo el 5 de agosto, pero
como después de tanto tiempo se hallaba olvidada por el público, Arturo Sergio Visca
la incluyó en la Revista de la Biblioteca Nacional.

Agrega Hugo J. Verani que hay una cuarta obra, pero inconclusa, "Nube de estío",
sainete lírico en un acto, con muchas frases y diálogos tachados.  

Varios autores se refieren a lo que la gente llamaba "rarezas" de la gran poetisa.


Algunos, como Lauxar, las califican de pequeñas travesuras, en realidad inocentes, de
las que ella se reía, como lo hacía con frecuencia: que había viajado sola en un tranvía
a las afueras de Montevideo y ante la estupefacción de la gente se había puesto a
esperar uno de vuelta al centro. La explicación dada a Crispo Acosta fue ésta: "Vengo
de épater le bourgeois". Otras veces se vestía de modo descuidado, un botón
abrochado en otro ojal, dos zapatos distintos, y con frecuencia daba respuestas
desconcertantes y en general riendo, pues su temperamento de entonces era jovial.  

"Era -agrega Lauxar al referirse a su trato personal- alegre, expansiva, rebelde,


turbulenta, inquieta y caprichosa, resolvía los salones del gran mundo con la
tempestad de sus risas; contestaba a carcajadas las tonterías de buen tono".

Oribe cuenta otra: la de andar a altas horas entre los árboles del Prado. Y a veces
decía sentir el temor de no poder ver el fin de una representación teatral.
Mercedes Pinto, en una conferencia que dictó dentro de! llamado "Plan Reyles"
alude a "la admiración" de los que aplaudían sin reservas sus extravagancias y
cita la de entrar sola en un café, cosa que en aquella época no dejaba de llamar la
atención.

Zum Felde escribe que lejos de censurarla, la alta sociedad aplaudía sus
ocurrencias o humoradas y que se decía "locuras de María Eugenia" y agrega,
ofensivamente el autor de "Proceso intelectual del Uruguay": "Mucho de pose
había en ello, ciertamente más si no era tan loca como se hacía, distaba de ser
una mujer como las otras". La considera una orgullosa "convencida de que a ella,
por ser ella, todo le estaba permitido".

La lectura de almas

Hubiera sido preferible omitir el tema de las "rarezas" de la poetisa, pero puesto que
han quedado escritas tales expresiones, hay que darles la explicación correcta.
Josefina Lerena de Blixen conocía y apreciaba mucho a María Eugenia, puesto que
ambas actuaban en una sociedad de beneficencia llamada "Entre nous" (estaba de
moda ponerle nombres franceses a todas las cosas). Allí se cosía para las personas
pobres. Debía, además, llevar actas de las reuniones y María Eugenia era muy amable
y fina con ella.

Pero Josefina Lerena daba a lo que la gente llamaba, por no entenderla, "rarezas",
otra explicación que podría ser más correcta y aun sagaz de las expresadas. Según
ella podía sorprenderse en María Eugenia, una sutil mirada inquisidora con la que
trataba de estudiar la reacción de la persona que observaba o escuchaba la rareza,
María Eugenia, interpretaba con su inteligencia superior, el comportamiento, la
reacción psicológica, el efecto; lo que su hermano Carlos captaba en la lectura de
libros, su hermana lo hacía en la lectura de las almas.

Al hablar de frivolidades, hacía preguntas inteligentes y mismo que obligaban a estar


informados a sus interlocutores: "¿Usted sabe por que se llama "nattier" a ese color
gris celeste que está de moda?" ¡Vaya pregunta sesuda. Josefía Lerena, que tenía
unos catorce años menos que María Eugenia, respondió con voz insegura: "Tal vez
será porque Nattier pintaba precisamente en ese tono los vestidos de las princesas del
tiempo de Luis XV".

Este hecho, que narra en su libro inconcluso "Encuentros" (cómo conoció a diversos
escritores e intelectuales en general) explica, fuera de si la respuesta resultara o no la
correcta, que lo que hacia la insigne poetisa tenía, bajo la frívola apariencia, curiosa
para quienes no la conocían, una intención seria y profunda. Al darse cuenta de ello,
Josefina Lerena le respondía como si lo que decía María Eugenia fuese lo más natural.

La invitaba a veces a sus fiestas y la poetisa se presentaba vestida con mucha


negligencia, cosa que han observado algunos autores y en una ocasión con el traje
roto y cerrado simplemente con alfileres de gancho. ¡Espléndida prueba para
contemplar la reacción de las damas elegantemente vestidas! Pero aun así y como
para demostrar que lo que valía era la espiritualidad, el talento y no el traje, comenzó
a hablar, a encantar a todo el mundo presente y la impresión del vestido adredemente
roto se disolvió en la maravilla de la conversación rápida, chispeante, juguetonamente
envolvente y reinó, como siempre, en medio de la fiesta.

Era curiosidad de estudiar el comportamiento humano, pero también una valentía. Lo


demostró cuando subió a un aeroplano, el segundo que venía a nuestro país, según
expresa Rubinstein Moreira, María Eugenia dio la segunda vuelta, en la tercera, el
aeroplano capotó y quien ascendió y el piloto se salvaron de milagro.

Los distintos escritores escriben a veces respecto de la intachable moralidad de María


Eugenia y señalan su doncellez. Pero ¿a qué asombrarse? Ya se ha visto que las
concepciones del 900 eran completamente diferentes. Y además, ¿por qué tenía que
caer María Eugenia en los brazos de cualquier hombre más o menos mediocre que
quisiera cortejarla con fines de aventura? Porque a uno que quiso besarla (y era un
profesor), aunque no el león de "Holocausto", ella, que no gustaba de él, lo detuvo
con un "no" bien firme. Y en seguida le dio esta graciosa explicación, que revelaba la
rapidez de sus respuestas:

"Halaga mi vanidad pagana, pero ofende mi dignidad cristiana". Le contestó


pues, como si jugara con un florete a una esgrima intelectual. No había
manera de ofenderse y el que quiso probarla no se enojó; es casi seguro
que la admiró en lo que ella valía. 
El hecho de blasonar su castidad a través de versos no significa que no tuviera lo que
entonces se llamaba "amistades románticas", algo platónico, elevado, fino, delicado,
sentimiento intermedio entre la amistad y el amor, que podría comprender quien
leyera su correspondencia. Había quien María Eugenia admiraba como a un amigo
maravilloso. Por otra parte, tuvo un novio, cuando era muy joven; ese muchacho; ese
muchacho falleció. Sus poemas de amor, que en "La otra isla de los cánticos" son
muchos, casi siempre terminan, tras un principio de entusiasmo y ensueño, en
tristeza. Era capaz de amar, su destino fue duro para con ella.

En 1912, al crearse la Universidad de Mujeres, María Eugenia Vaz Ferreira fue


designada secretaria de la misma, cargo que si le proporcionó ocasión de mostrar su
capacidad administrativa, no dejó de darle, como ocurre a menudo, contrariedades.
Más importante fue su labor en la Cátedra de Literatura. ¿Cómo dictaba sus clases la
ilustre poetisa? Una de sus alumnas fue Esther de Cáceres y ella la describe así en el
prólogo que precede a los poemas de "La isla de las cánticos" en la reedición de
Clásicos Uruguayos:

"su lección comenzaba en cuanto se la veía; su presencia misma, sola y


          poderosa, y de una dignidad increíble, constituía la más inolvidable lección que
          nadie puede dar y que ella impartía en aquella casa de estudios como en
          cualquier sitio a donde ella llegase. Era mujer de cara expresiva y profunda, de
          mirada segura y firme, con un ceño austero y una boca caída y dolorosa, en
          contraposición con la risa fácil y de alta música, con la voz serena y melódica y
          con un paso suave, lleno de majestad y gracia..."

"Fue, pues, criatura recóndita, dueña de un delicado pudor y de un profundo respeto


por su propia alma. Pudo enseñar literatura salvando los

distintos riesgos pedagógicos, creando clases vivas, en las que mostraba para siempre
la grandeza del arte, la verdadera cara de la poesía, la vida moral del artista y algo
difícil de saber en estos medios: la diferencia profunda entre vida intelectual y vida
espiritual".

"Pasando con gracia sobre la información árida, sobre los esquemas de critica
académica, dio en sus clases las claves esenciales de la experiencia poética, sobre
todo la conciencia de que la poesía es la más alta expresión del ser. Con gracia altiva,
con libertad ejemplar enseñó la generosa y justa afirmación de los grandes valores".

Es, desde luego, una visión de alumna a profesora, pero realizada con una captación
muy fina y sutil de muchos matices.

La enseñanza como tal

Con otros profesores tenía a veces actitudes curiosas. Apreciaba al profesor de


Literatura Julio Lerena Juanicó, pero un día no coincidieron a propósito de cierto tema
literario o pedagógico... Entonces sorpresivamente para las alumnas, llevó a las chicas
a la casa donde vivía su ocasional discrepante. Tocó al aldabón, se asomó sorprendido
Julio Lerena Juanicó: ella hizo sentar a las discípulos en la escalera de mármol y le
dijo: "Profesor, dicte usted la clase a mis alumnas. El tema es tal". Y Julio Lerena
Juanicó no tuvo más remedio que disertar ante las señoritas sobre el tema
inopinadamente propuesto.  

Así era María Eugenia. Por fortuna, entre los profesores actuales no se gastan esas
bromas, o si no eran tales, esa forma de zanjar una controversia literaria. 

Pero la salud de la poetisa se quebraba por el avance de una enfermedad, la más


maligna. Entonces, un día, en 1922, se despidió de sus amadas alumnas del grupo
correspondiente a ese año y les presentó a la que había elegido por sucesora: una
jovencita bella, rubia, de ojos celestes, poseedora de una fineza y calidad
maravillosas: nada menos que Alicia Goyena. Esta, tras muchos años al frente de las
clases de Literatura, llegó a ser la Directora de más espiritualidad que puede
concebirse. Y detrás de la mesa de su despacho de la Dirección del I.B.O., tenía
colgados tres retratos: en el medio el de Rodó, a la derecha el de Carlos Vaz Ferreira y
a la izquierda el de María Eugenia. 

Y había, en la forma que tenía Alicia Goyena de examinar, algo de su antecesora:


buscaba hacer pensar, ampliaba el horizonte cultural de las muchachas, pues les
aconsejaba, que además de leer los libros, fuesen a escuchar música clásica al SODRE
o al Solís, y a asistir a una representación teatral o a una exposición de arte. Su clase
era de una temática abierta, con gran sentido de la libertad de cátedra, pero no
imponía ninguna idea y tenía gran preocupación a propósito del profesorado
dogmático. Cuando en un examen alguna alumna emitía un juicio evidentemente
equivocado y demostrativo de no haber leído bien, Alicia Goyena la miraba
suavemente y le insinuaba un "¿te parece? Piensa un poco más". Esta pequeña
digresión vale por cuanto a través de la gran discípula, tal vez se comprenda cómo
daba sus clases María Eugenia Vaz Ferreira.

La poetisa falleció un 20 de mayo de 1924 y fue enterrada en el Cementerio del


Buceo.

Obras poéticas de María Eugenia Vaz Ferreira 

Debe confesarse, ante todo, la dificultad de establecer una cronología de la poesía de


esta autora ilustre, porque generalmente no fechaba su producción. Y aun así, con
frecuencia los poetas pulen, corrigen sus versos, los llenan de tachaduras y años
después los refunden en otros que dan ocasiones a un sentido nuevo o por lo menos
algo modificado de la primera concepción lírica. 

En 1903 tenía María Eugenia pronto un poemario que tituló "Fuego y Mármol", con
cincuenta y un poemas numerados por la propia autora. Dicho manuscrito fue dado a
su entrañable y noble amigo, en el que depositaba su confianza, el escritor Alberto Nin
Frías, pero con un número menor de poemas. Sólo cuarenta y uno. Este escritor hizo
observaciones marginales del texto, ya en elogios del mismo, y de la propia poetisa
María Eugenia Vaz Ferreira, ya a punto de publicarlos, estuvo en tratos con el editor
Orsini Bertani, hombre digno de reconocimiento por su generoso deseo de dar a
conocer libros uruguayos. Pasó el tiempo, y luego, ya enferma, la poetisa comunicó al
editor que no estaba en condiciones de corregir las pruebas. 

En 1925, pero con fecha del año de su fallecimiento, se editó "La isla de los cánticos",
María Eugenia seleccionó por sí misma los poemas y recomendó a su hermano Carlos
que corrigiera las pruebas de imprenta. El libro consta de noventa y tres poesías
editadas por la casa Barreiro y Ramos e incluye el titulado "Único poema" a instancias
de su hermano. Lo había excluido de esa antología dándole la explicación de que nadie
lo comprendía. Tras esta edición fueron recogidos poemas en antologías hasta que en
1956, el Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social resolvió efectuar una
segunda edición en la colección Clásicos Uruguayos (Biblioteca Artigas) que fue
prologada por Esther de Cáceres. 

Pero quedaba mucha poesía inédita y se discutía bastante entre los profesores de
Literatura a propósito de si debía darse o no a conocimiento del público. Al fin Emilio
Oribe se encargó de una segunda antología que reuniera materiales no publicados en
el libro primero aunque varios eran ya conocidos a través de su antigua inclusión en
publicaciones. Y así, en 1959 salió a luz "La otra isla de los cánticos", en "La impresora
Uruguay", con prólogo también del poeta y profesor de filosofía Emilio Oribe. 

Verani señala, a modo de comentario; "Corresponde, sin embargo, hacer una


advertencia necesaria, ya que la edición de Oribe presenta varios problemas, tanto en
la ordenación de los poemas como en la fidelidad a los manuscritos. En primer lugar
Oribe destruye la unidad de "Fuego y Mármol"; publica dieciocho poemas fuera del
contexto dado por la autora, sin indicar siquiera que formaban parte de un libro y sin
fecharlos, a pesar de ser, precisamente, los únicos poemas inéditos fechado en los
manuscritos". (Y en nota aparte explica a cuales se refiere). "En segundo lugar, Oribe
enmienda algunos textos, son modificaciones mínimas, es cierto, pero no autorizadas
por los manuscritos que hemos consultado". Son puntualizaciones, pero no de mayor
importancia.

En 1896, en junio y en los Talleres Gráficos de "El País", Hugo Verani prologa y hace
las notas de una edición de las "Poesías completas" de María Eugenia Vaz Ferreira,
pues usó además el material inédito que poseía la familia de la poetisa. En realidad
constituye un acierto el que toda la producción de la autora sea conocida del público
lector. Aunque los inéditos no fueran los mejores versos, aportan otros temas, otras
motivaciones que enriquecen el panorama, ahora más amplio, que puede permitir un
más claro juicio a propósito de la autora, lo que permitirá futuros estudios más a
fondo.

Valoración crítica

A propósito de la acepción que las palabras pueden darse en los versos de esta
escritora, Carlos Sabat Ercasty observa que "el lenguaje es manejado interiormente
por poderes espirituales que lo enriquecen y le sobreañaden honduras de una
revelación que sobrepasa los lineamientos lógicos y lo que la tradición ha dibujado en
él". Efectivamente muchos vocablos en su obra no están tomados en su sentido
gramátical exacto, sino en una acepción simbólica que permite más de una
interpretación. Hay, además, algunos problemas de puntuación, pues María Eugenia
no llegó a corregir sus libros y eso obliga a una atención mayor para entender el
sentido de algún concepto.

Si tomamos la poesía de María Eugenia en su conjunto cabría preguntarse si la poetisa


fue buena jueza de sí misma, porque en "La otra isla de los cánticos" hay poesías que
son tan valiosas como las que María Eugenia seleccionó, aunque todo va en cuestión
personal de gusto ya demás ¿no creía Cervantes que el Quijote no era su mejor libro?

Hay, a veces, poemas que el escritor quiere por recuerdos que le traen, por sutiles
estados afectivos que el crítico no puede entrar a considerar. Con toda su poesía a la
vista, venga de donde venga su edición, obligará a revisarla toda en conjunto, sin
tener en cuenta que era lo que le gustó a María Eugenia en un momento muy especial
de su existencia. Además, lo que en una época y a un apersona no le place, puede
resultar buena en otra, al cambiar el gusto y el lector. Lo primero sería, de momento,
no rechazar ningún poema: todos tienen su razón de ser si se les sitúa en el espado y
tiempo de la poetisa. Había demasiado talento en esa mujer para desechar de buenas
a primeras lo que puso en el papel.

La ordenación por temas puede ser una forma de ver su lírica según motivos
predominantes de inspiración y de acuerdo al tratamiento dado a ellos, pues
presentan variantes de clima emocional. También podría ordenárselas de acuerdo a lo
que se considerara más fresco y juvenil hasta lo dramático de otros poemas, pero eso
puede ser engañoso.

La poesía de poetas que han sido conocidos en la casi totalidad de su obra, como ser
Carlos Sabat Ercasty revela que poemas trágicos sobre la muerte y la soledad, de "Los
Adioses", están escritos en 1929, o sea apenas pasados los cuarenta años y en
cambio los más entusiastas y de más exaltación amorosa son de los ochenta y
después, porque el que ve cercana la muerte trata de equilibrar ese sentimiento
penoso con una evasión hacia temas que le compensen la seguridad de su finitud
ineludible. Además, ocurre en ocasiones que según los días, a un poema ligero, de
apariencia juvenil, puede suceder a poco, uno de fondo dramático, porque las
emociones varían a cada instante.

Su poesía es sentimental, a veces dura y fría, y en algunos casos, de arte visual que
la acerca a lo parnasiano, pero esto último es sólo ocasional. Tiene también aporte de
los simbolistas. A veces es ligera, delicada, a flor de alma pero en otros momentos
posee honduras metafísicas e incluso dificultades por cierto barroquismo, o porque no
se expresa claramente, sino que sugiere.

Temas importantes de su poesía son el amor, la idealización de un ser amado, real o


imaginativamente, el desencanto, la soledad, la belleza, la noche, la tristeza, pero con
recuerdos de alegría anterior, la sed de una vida superior, la muerte... Hay temas
secundarios no por la importancia, sino por ser menos tratados; el alma, el tiempo
unido a la idea de fugacidad...

Glosa de poemas a través de su temática

EL AMOR: Aparece representado en varios poemas de "La isla de los cánticos" y en


muchas poesías que permanecían inéditas. Cuantitativamente es el tema prioritario.
En "Las quimeras" señala que aquél le ha sido ofrecido, pues "más de una vez las
manos me tendieron, más de una vez riéronme los labios" y "miráronme, gozosas, las
pupilas". Todo eso lo rechazó "en mal hora", lo que indica un cierto arrepentimiento. Y
la causa era que "cargaba la cruz de una quimera, ajustada a la sien ardua corona, sin
poder claudicar, y sin tocar la carne de la vida, jamás, jamás, jamás".
Tenía quimeras, hondos espejismos, anhelos superiores a lo que se le ofrecía. Parece
rectificar lo que expresó en "Holocausto". ¿Puso su amor en alguien que idealizó
mucho y desdeñó otros amores? Pero, ¿valdrían esas sonrisas lo suficiente? A veces
también es tierna, amorosa, insistente en su sentimiento, hasta con una dulzura
humilde. Pero no halla eco en ese hombre.

Sor Juana Inés de la Cruz, en algunos de sus sonetos, plantea ese desencuentro
sentimental: ama a quien la desdeña y desdeña a quien la requiere.  

"Al que ingrato me deja, busco amante;


al que amante me sigue, dejo ingrata..."

En "Los desterrados" observa trabajar a un herrero, fuerte y sano. Y siente una


atracción humana, muy humana por ese hombre y envidia a la compañera que de
noche recibirá sus caricias. Pero ella es un ser espiritual, de sentimientos altos, puros,
tiene alma, y ésta es de índole superior. 

Y hay aquí insinuado un gran conflicto cuya solución sólo la sabe Dios: "Dios de las
misericordias / que los destinos amparas, / cuando me echaste a la vida, / ¿por qué
me pusiste un alma?... ¿Por qué no te plugo hacerme / libre de secretas ansias..." Si
sólo hubiera sido de ruda carne habría disfrutado de las caricias de ese hombre; si
fuera descarnadamente espiritual no lo habría deseado. Duro conflicto. Por eso "Así
me quejé, y a poco / seguí la tediosa marcha..." 

En "La otra isla de los cánticos" hay un poema "Primavera" donde el amor es feliz.
También vale la pena citar "La aureola ambigua" de rítmicas cuartetas alejandrina, y
"Cabeza de oro", de igual métrica. En el soneto "Yo era la invulnerable" parece
sentirse la influencia del tema que Wagner trata en el tercer acto de "La Walkiria" y en
el tercero de "Sifgrid", invulnerable hasta que encontró el deseado héroe a quien
amar.

Hay, desde luego otros, donde el verso de arte menor, generalmente octosilábico
asonetado, parece denunciar la intención de servir de soporte a un "lied". Están en sus
tres colecciones de versos. No ha buscado la poetisa hacerlos demasiado profundos,
como ocurre con muchos de Heine, Bécquer, Muller, que se potencializan si en vez de
ser recitados se les pone música. Tal vez la música que componía María Eugenia y por
momentos recitaba y volvía a tocar en el piano, como lo señaló Susana Soca, eran
"lieder".

Habría que investigar si la música que se salvó no era para acompañamiento de esos
poemas de amor. Porque ¿qué valor de perennidad tendrían los versos de Müller si
Schubert no los hubiera revestido de las partituras para canto del ciclo "La hermosa
molinera" o "El viaje invernal?" Si alguien compusiera música para ser cantada por
contralto o tenor, en el estilo de la canción romántica, del "Sturm und drang" podría
comprenderse la melodía de esos pequeños y aparentemente frívolos poemas cortos
de nuestra poetisa.

Los otros poemas 

El amor no es correspondido o es desdeñado por María Eugenia; entonces, en un


mismo cantar, tras la ilusión llega la desesperanza; tales "¡Oh, tristeza, oh
secuencia!", "Desde la senda", "Barcarola del escéptico", "Liberatoria", "Enmudecer".
Del tema de la soledad se pasa fácilmente al de la tristeza, a veces sin motivo
aparente, como en un famoso poema de Verlaine; en los versos de "Tristeza", "La otra
isla", se pregunta María Eugenia por qué en medio de las bellezas de la naturaleza en
primavera, no está alegre.

El hundirse en la noche es tema maravillosamente hermoso y además rico y


abundante en la lírica de la poetisa: "Sólo tu"; "Hacia la noche", "Nocturno", María
Eugenia amaba la noche como puede observarse por la lectura de estos y otros
versos. Gustaba recibir a sus amistades, para conversar, no a plena luz, sino en la
semioscuridad de las velas, pues todavía no había luz eléctrica en la mayoría de las
casas. Es que la penumbra es más propensa a la elevación del espíritu; así lo
entendieron los románticos, pues lo crepuscular permite que el alma se independice
de lo exterior.

Ciertamente le queda su entusiasmo por lo hermoso, y de ahí su "Oda a la belleza", su


"Sacra armonía", su "Canto verbal". El dolor se transforma en creación, en obras
perennes. Y de la belleza se eleva, por medio del dolor, a la metafísica, lo obsede un
sentimiento raro para una persona católica: pide a Dios que, cuando muera, no vuelva
a darle otra vida.

Entonces ¿entrevió la posibilidad de la metempsicosis y la rechazó? Y si no es eso


¿qué significado tiene volver a vivir? Eso lleva a abrir un abanico de problemas místico
- metafísico: ¿desea el aniquilamiento total, la nada? Pero ella es, no sólo cristiana,
sino católica. ¿Aspirará a reunirse con Dios, en la rosa empírea que concibió Dante?
¿Quería disolverse en el nirvana, en el alma universal, como lo predicaba Buda?
¿Cómo entrever esa tremenda tiniebla metafísica sólo manifestada por ella, que no
tiene un claro sentido para nosotros y cuyo secreto se fue con la poetisa?

La sensación de lo inútil de su existencia llega a la negación de su esencia corporal en


"La rima vacua", se ve hundida en las charcas, su canto rima con el de los sapos. La
conciencia de su descenso desde lo lúcido e inteligente, hasta identificarse con el más
bajo de la sustancia animal, casi nos subleva. ¡Cuánto habrá sufrido la poetisa excelsa
para llega a expresar algo que apenas entrevió Doré, o si se quiere Goya! Sólo una
persona que capta su disolución propia en una alucinación genial que puede haber
concebido esta pesadilla de horror. Desde lo alto de la poetisa -Walkiria hasta la
charca de la poetisa- sapo, ha bajado hasta la autohumillación de su divina esencia.

Y aun está la desolación de "Único poema": ella sueña con un mar inmenso, que tiene
la infinitud metafísica del tiempo y el espacio. Nosotros concebimos el infinito poblado
de la inmensidad inacabable de soles, con planetas y en algunos de ellos vida. Pero el
mar de María Eugenia carece de brillos: "¡Cuánto nacer y morir / dentro de la muerte
inmortal! / Jugando a cunas y tumbas / estaba la soledad". Y en este vació infinito,
metafísico, sólo un pájaro vuela, el alma de la poetisa gritando su "¡Chojé!, ¡Chojé!",
onomatopeya que por su "Nada" se adelanta al Dadá de los vanguardista de la línea
de Tzará. Pero esa soledad en el infinito sólo la sintió Brahma en el momento de
despertar de la "pralaya".

Después de lo expresado por la poetisa hay que cerrar el libro, los ojos, el tratar de
entender, si es posible, las alturas y los abismos de ese genio a quien su patria no ha
sabido aun honrar lo suficiente.

Antología literaria

Notas de Carlos Vaz Ferreira

Mi hermana proyectaba desde muy joven publicar en libro sus poesías, pero no se
decidió nunca a hacerlo; en parte, por su temperamento, al que era más grato lo
imaginado que lo realizado; en parte, porque le repugnaban ciertos aspectos de la
publicidad. 

Lo que hacia fácilmente era dar copias de sus composiciones a personas amigas, o a
quienes se las solicitaban para publicarlas en periódicos o revistas. Así fueron
conocidas desde el principio, y ejercieron su influencia.

Últimamente, sin embargo, había llevado más adelante su proyecto: había hecho
preparar la composición de un folleto con una selección de poesías, y aun había
empezado la corrección de las pruebas que tuvo que interrumpir por la agravación de
su enfermedad. Entonces convinimos en que yo la ayudaría para la parte material de
esa corrección, si mejoraban y, para el caso de su muerte, me pidió que yo publicara
el libro. Es el presente.

Las poesías que contiene son exactamente las que ella había elegido (si bien no estoy
tan seguro en cuanto al orden).  

En cuanto a la exactitud de los textos, el de cada poesía o de cada parte, está de


acuerdo, o con las pruebas que llegó a corregir, o con alguna copia manuscrita. Pero,
las pruebas ni son todas, ni ya podía ella corregirlas minuciosamente, en cuanto a los
manuscritos, difieren algo entre sí y tienen algunas variantes. Lo que he creído deber
hacer es lo siguiente:  

Cuando he podido determinar cuál fue la última versión o corrección, atenerme a ella;
así, he respetado las modificaciones que introdujo aun en composiciones ya
publicadas; hasta las que me consta hizo por escrúpulos de otro orden que el artístico,
con lo cual respeto a su alma.  

Pero, en ciertos casos, no llegaron a ser corregidas las pruebas, y de las copias
manuscritas no he podido determinar cuál es la definitiva. He debido entonces, elegir
por presunciones y alguna vez, al azar. También encontré dificultades en cuanto a la
puntuación; en parte, porque la de ella era personal, y en parte porque, como hacía
tantas copias, tendía a descuidarlas precisamente en las últimas. En esos casos, sobre
todo cuando esta dificultad podía afectar el sentido, he preferido, o no poner signos, o
dejar la puntuación indeterminada, no poniendo ninguno que pudiera fijar un sentido
no seguro. Hay partes así en "El regreso" y en otras poesías,  

Si en otro estado de espíritu o en posesión de datos nuevos pudiera más adelante


perfeccionar este trabajo, lo intentaré para otras ediciones. Y también resolveré si
debo publicar otras poesías. Para uno y otro fin, pediría a las personas que tengan de
ella poesías manuscritas (o poco difundidas, aun entre las publicadas), quisiera
comunicármelas, así como cartas o datos que yo pudiera no conocer.
MARÍA EUGENIA VAZ FERREIRA Y LA VISIÓN FALOCRÁTICA DE LAS RELACIONES
HUMANAS

Gisela Bencomo©

Al leer la poesía de María Eugenia Vaz Ferreira nos damos cuenta de que sus planteamientos no son los
mismos presentes en las obras de Delmira Agustini y Alfonsina Storni. Mientras que la Agustini acepta al
hombre tal cual es y se deja arrastrar hacia él, y la Storni se debate entre la pasión y el pensamiento, María
Eugenia Vaz Ferreira aspira, según se observa en muchos de sus poemas, a la creación de un nuevo orden
social. En este nuevo orden social, la humanidad volverá a su estado prístino, deshaciéndose de todas las
influencias que, hasta ahora, una sociedad completamente patriarcal ha dejado en ella. Cuando se haya
logrado un cambio total de perspectivas en el rol de los sexos será posible romper las ataduras de la mente y
del lenguaje, y en consecuencia se podra cambiar la visión falocrática de las relaciones humanas.

En la obra de Vaz Ferreira se manifiesta un replanteamiento de lo femenino y lo masculino. La mujer que se


manifiesta en el discurso poético de María Eugenia Vaz Ferreira no sigue los patrones de la sociedad
machista. En esta poesía no encontramos a la mujer rendida de amor, sufrida, frustrada y dominada por el
poder masculino. Esta es una mujer desafiante que no está dispuesta a ceder a los requerimientos masculinos.
No hay fuerza ni pasión que pueda conquistar su corazón "helado y duro/como la blanca nieve de las cimas"
(p.62). Como se manifiesta en este poema, María Eugenia se define como un tipo nuevo de mujer. No es ésta
la mujer que se iguala al hombre, sino la mujer que es superior a él. Esta "nueva mujer" necesita un "nuevo
hombre", un hombre que esté libre de todos los prejuicios de la sociedad patriarcal imperante. Ese hombre
nuevo debe ser "...un vencedor de toda cosa,/invulnerable, universal, sapiente,/inaccesible y único" (p.127).
Sólo a este hombre nuevo está dipuesta a entregarse María Eugenia, como lo afirma en su poema
"Holocausto" (p.131):

Me volveré paloma si tu soberbia siente

la garra vencedora del águila potente:

si sabes ser fecundo seré tu floración,

y brotaré una selva de cósmicas entrañas,

cuyas salvajes frondas románticas y hurañas

conquistará tu imperio si sabes ser león.

De este planteamiento se desprende la idea de la creación de un nuevo tipo de humanidad, cuya mente y cuyo
lenguaje no estén influenciados por las ideas caducas de esta sociedad. En todo este proceso de
"purificación", vemos que es la mujer la que tiene que tomar la iniciativa. De ahí que se haga necesario un
"despertar" de lo femenino. Es preciso que la mujer deje de ser cómplice en todo este proceso, que replantee
la naturaleza del amor y de las relaciones hombre-mujer. Una vez que surja la mujer nueva, será necesaria, si
no una desinternalización de lo masculino, al menos sí una redefinición. Así se logrará una especie de
equilibrio que eventualmente hará desaparecer o cambiará, radicalmente la visión que tanto los hombres
como las mujeres tienen de su papel y de su situación en la sociedad.

Montevideo, 1875-1924) Poetisa uruguaya cuya obra parte del romanticismo y desemboca en el
modernismo. Estudió música y fue pianista de cierta fama. Fruto de su atormentada existencia,
tuvo el sistema nervioso en constante desequilibrio y murió joven en una clínica de alienados. Sus
primeros versos aparecieron publicados en diversas revistas de la época, donde ya expresó la
intensidad de su sentimiento y la pulcritud en la composición. Su primer libro, escrito hacia 1903 y
titulado Fuego y mármol, quedó inédito. Sólo su libro La isla de los cánticos, publicado en 1924, ha
sido suficiente para que se la considere como una de las creadoras líricas más importantes de
Hispanoamérica. Esta obra recoge los versos que la poetisa entregó a su hermano el filósofo
Carlos para que fueran editados. Es autora también de las obras dramáticas La piedra filosofal y
Los peregrinos, estrenadas en los años 1908 y 1909.

Poema Holocausto de María Eugenia Vaz Ferreira

Quebrantaré en tu honra mi vieja rebeldía


si sabe combatirme la ciencia de tu mano,
si tienes la grandeza de un templo soberano
ofrendaré mi sangre para tu idolatría.

Naufragará en tus brazos la prepotencia mía


si tienes la profunda fruición del oceano
y si sabes el ritmo de un canto sobrehumano
silenciarán mis harpas su eterna melodía.

Me volveré paloma si tu soberbia siente


la garra vencedora del águila potente:
si sabes ser fecundo seré tu floración,

y brotaré una selva de cósmicas entrañas,


cuyas salvajes frondas románticas y hurañas
conquistará tu imperio si sabes ser león.

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