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1924), profesora y poetisa uruguaya. Fue designada para dictar la Cátedra de Literatura en
la Universidad de Mujeres. Su salud fue precaria y antes de morirse, perdió la razón.
Fue una contemporánea de Delmira Agustini y de Julio Herrera y Reissig que falleció antes
de ver publicada su obra. Los dos volúmenes, La isla de los canticos (cuarenta poemas y
uno más) y La otra isla de los canticos (con los manuscritos inéditos), fue publicado por su
hermano Carlos, el filósofo, después de su muerte.
María, una poeta metafísica, escribió los poemas emotivos que hablan de la pasión, de la
muerte, de la esperanza, y de los misterios del amor y de la existencia.
Presentación
Criatura excepcional y rara, gran desterrada de la vida, al decir de Zum Felde, en su vida
solitaria experimentó una desoladora tragedia que no le ahorró, ni siquiera, la reclusión, sin
dejar jamás de escribir.
Reseña biográfica
Poeta uruguaya nacida en Montevideo en 1874.
Contemporánea de Delmira Agustini y de Herrera Reisig, es considerada como una poeta
metafísica,
con rasgos del romanticismo y simbolismo.
Dedicada por algún tiempo a la docencia, fue designada para dictar la Cátedra de Literatura en la
Universidad
de Mujeres. Sin embargo, su precaria salud la obligó a abandonar su trabajo, falleciendo en 1924,
antes de ver
publicada su obra.
Su producción literaria está compuesta por cuarenta poemas contenidos en su «Isla de los
Cánticos»,
publicada por su hermano Carlos en 1925. ©
María Eugenia Vaz Ferreira
Nacida en 1875, constituye, junto a Delmira Agustini, el punto más alto de la lírica
femenina del 900. Alberto Zum Felde reconoce tres etapas en el desarrollo de su obra, que
la llevan desde la sumisión tierna -de soplo heiniano- de sus primeros poemas hasta la
desazón y el dolor del amor desconocido de los últimos, pasando por el orgulloso desdén
de Heroica: “Es inútil que rujas y seguro / Contra mi pecho tu potencia esgrimas, / Yo
tengo un corazón helado y duro / Como la blanca nieve de las cimas”. Para representar
su primera modalidad, el mismo crítico ha elegido estos versos: “Aunque los agudos
dardos / me claves de tus desdenes, / De tu luz seré la sombra / Para siempre, dueño
mío, para siempre”. Y estos endecasílabos de El regreso expresan, por cierto, claramente,
el espíritu de su último período creativo: “Alguna vez me llamarás de nuevo / y he de
volver a tí, tierra propicia, / con la ofrenda vital inmaculada, / en su sayal mortuorio
toda envuelta / como en una bandera libertaria”.
De toda su producción, que abarca casi treinta años, María Eugenia Vaz Ferreira
seleccionó cuarenta poemas y, a instancias de su hermano Carlos, agregó uno más (Único
poema). Esas cuarenta y una composiciones formaron, pues, su libro La Isla de los
Cánticos, cuya edición quedó confiada a su hermano. En 1959, Emilio Oribe reunió en un
libro los manuscritos inéditos de María Eugenia y llamó a ese volumen La Otra Isla de los
Cánticos. A pesar de los numerosos manuscritos transcriptos, es escaso el aporte de este
nuevo volumen en el conjunto de la obra de la autora. Mercedes Ramírez de Rossiello ha
anotado que “pocos libros de poesía logran trasmitir una imagen tan verdadera del
poeta como La Isla de los Cánticos. Toda la vida se transparenta en él; desde las
influencias literarias de la época -parnasianismo y modernismo- hasta los avatares de
un corazón tierno y orgulloso. Pero es al llegar a la zona de los poemas de tono
existencia donde el lector se enfrenta a la grande aventura de un alma”. Y agrega: “Su
lirismo ha creado una realidad despoblada de toda otra cosa que fuera su propia
figura solitaria”.
¿Cómo era la vida en el 900, es decir, en el mundo en que vivió María Eugenia Vaz
Ferreira? Montevideo tenía mucho de ciudad aldeana, los niños asistían a la escuela y
de ella, si lo deseaban o podían, ingresaban a la Universidad, pues la enseñanza
secundaria formaba parte de ella. Obtenido el título de bachiller se escogía alguna de
las pocas carreras existentes entonces.
El caso de las muchachas era distinto; se consideraba que tras cursar hasta cuarto o
quinto año escolar, no les era necesario más estudio. No se las dejaba leer, salvo
algunas novelas como "Pablo y Virginia" de Bernardin de Saint - Fierre, "Amalia" de
Mármol, o "María" de Jorge Isaacs. Con eso y el aprendizaje de bordado, costura,
cocina, buenos modales, piano y un poco de doctrina cristiana, la muchacha ya estaba
lista para el matrimonio.
Pero se consideraba inconveniente que supiera mucho de sexo, a veces casi nada. "Ya
te lo va a explicar tu marido" le decían a veces las madres y mismo las hermanas
mayores casadas; tal era el tabú increíble que sobre el tema existía, desde luego
respecto de lo que se llamaba en la época muchachas "de familia", porque había otras
más ligeritas...
Poco a poco se empezó a considerar la necesidad de que la mujer supiera algo más. Y
de ahí que se creó la Universidad de Mujeres (luego convertida en Instituto José Batlle
y Ordóñez, y actualmente de enseñanza mixta). El noviazgo, en las muchachas
cuidadas por los padres, podía iniciarse en alguna reunión o fiesta. Ya en el 900 no se
usaba poner una rodilla en tierra y declararse con estas palabras: "Señorita: sí usted
me diera una esperanza..." que era lo correcto en las décadas de 1860 a 80, pero aun
así no resultaba fácil abordar a una chica.
Las señoras de lo que podría llamarse clase alta pertenecían al patriciado que provenía
a veces desde los orígenes de Montevideo o bien a la burguesía ulterior enriquecida;
las primeras estaban orgullosas de su abolengo y no invitaban en sus fiestas a las
burguesas. A veces se discutía qué era mejor si tener escasa fortuna pero descender
de familias ilustres o ser sencillamente rica. Discusión totalmente pueril, pero si se
desea retratar la mentalidad del 900 no debe eludirse, y ¿por qué? Porque la riqueza
no tenía medios de ostentarse como hoy, y por lo tanto, no era tan importante. No se
viajaba como ahora, no existían automóviles, las fiestas no costaban demasiado, no
había cinematógrafos, ni radio, ni televisión, ni luz eléctrica, ni balnearios, pues se
veraneaba en las quintas de Colón y poco en las playas de Montevideo; no existían
compañías de aviones. Apenas empezaba a interesar el fútbol que no atraía grandes
masas.
¿Qué quedaba por gastar? Las compañías de ópera extranjeras, alguna representación
teatral, el paseo por la calle Sarandí, donde los hombres se ponían en fila para ver
pasear a las señoritas, y saludarlas sin detenerse a conversar, bailes en el Club
Uruguay, asistencia a las carreras de caballos, especialmente a las internacionales,
tertulias donde se tocaba el piano y alguien cantaba o recitaba. La gente rica o por lo
menos de posición acomodada no tenía mayormente en qué gastar, iba por la ciudad
a píe y si no, en tranvías de caballos y las señoras tenías sus días de recibo; para ello
preparaban ellas mismas las tortas, el té y la copita casi infaltable de oporto.
Personajes de su tiempo
Por debajo de ese mundo patricio o burgués había un pueblo que sufría mucho y casi
en silencio, salvo excepciones. Algunos visionarios, desde luego don José Batlle y
Ordóñez, pero acompañado en sus reformas sociales no sólo de su partido sino de
algunas figuras prominentes blancas. Carlos Roxlo por ejemplo, luego el socialista
Emilio Frugoni y Alvaro Armando Vasseur, anarquista; y Florencio Sánchez con
algunos de sus dramas, comenzaron a efectuar una reforma de la mentalidad de la
época.
Movimiento de conciencia que dio por resultado una legislación avanzada, que puso,
en unos años, a Uruguay a la cabeza de los demás países y con una enseñanza
superior gratuita que no existía tal vez en ninguna parte de! mundo. Pero en ese
momento el hombre trabajaba fuera de casa jornadas agotadoras por una
remuneración escasísima sin reclamar, pues no había derechos gremiales. En las
oficinas públicas había pocos empleados, que debían trabajar sin detenerse toda la
jornada: hasta comienzo de la década de 1940 casi todos eran del sexo masculino.
El empleado y más el obrero llegaban extenuados tras catorce o más horas de trabajo.
Era un tiempo además, en que la palabra de honor valía mucho y por eso el
almacenero, el carnicero, el verdulero, todos vendían al fiado. Esos comercios tenían
un muchacho recadero que iba a casa de los clientes a preguntar que traerían el
próximo día: la señora daba las instrucciones y el dueño del comercio apuntaba en
una libreta lo que mandaba, la fecha y el precio del artículo. A fin de mes enviaba la
libreta sumada, la señora se la pasaba al esposo que a veces fruncía e! entrecejo,
pero pagaba. Hubiera sido una vergüenza no pagar, sólo podía ocurrir que la señora
comunicara al comerciante que le pagaría unos días después, porque su marido no
había cobrado aún.
Pueblo sano, aquel, sin artefactos eléctricos, sin necesidad de maestros de gimnasia
pues el propio trabajo, no sólo de las sirvientas, sino de las señoras, no las dejaba
engordar demasiado. No había insecticidas en las casas; simplemente de noche se
usaba mosquitero; no había calefacción eléctrica, pero la cama se calentaba con un
porrón de metal envuelto en franelas para no quemarse los pies.
El carnaval tenía su corso de carruajes: las muchachas iban con antifaces y había un
intercambio de serpentinas o de papelitos de colores arrojados a los muchachos. Y
algún baile de disfraz o fantasía.
El bizcochero pasaba puerta por puerta, con su canasta y los chicos acechaban la hora
en que vendría. El pescador, de tarde, iba con su largo madero sobre el hombro de
cuyos extremos colgaban, sostenidas por largas cuerdas, dos canastas con peces,
cubierto por una lona para que no les hiciera demasiado daño el sol. Por la noche, el
pito del manisero, que los chicos esperaban atentos. Llegaba el diariero y cuando
escuchaban el timbre, salían rápidamente para leer el fragmento de la novela de
folletín. El resto del diario se entregaba luego a los padres.
No todo era idílico; había también mala vida, bajos fondos, peleas de guapos, pero no
una puñalada por la espalda: se desafiaban a pelear con cuchillo o a puño limpio: e!
Prado era un lugar apropiado. Llegaban a la cita, y a quien los veía conversar de lejos
le parecía que eran dos amigos, pero ese ajuste de cuentas era leal: de pronto
comenzaban a golpearse con furia y nadie intervenía en ese duelo. Tal vez habría una
"mina" por entre medio u otro motivo cualquiera. El "bajo" tenia su hidalguía y era
casi inconcebible que un hombre quisiera usar una pistola en un ajuste de cuentas si
el otro sólo tenía cuchillo. Eso no era de hombre; se podía ser matón, peleador,
fanfarrón, pero no cobarde.
¿Y poner una bomba? Eso era no dar la cara: no era uruguayo. Y los ajustes de!
mundo de arriba podían ser también brutales: si la policía exaltaba a alguno y la
prensa vibraba con demasiada violencia, ya lo habían aprendido en las cuchillas: cara
a cara, con armas iguales. Era una brutalidad, pero se arriesgaba la vida por partes
¡guales.
En ese mundo vivió María Eugenia Vaz Ferreira.
Semblanza biográfica
María Eugenia Vaz Ferreira nació el 13 de julio de 1875 en una casa de la calle
Buschental, sita cerca de donde ese mismo año, en Lucas Obes 92, nacía Julio Herrera
y Reissig. Quizás se hayan visto ya de niños, jugando en el Prado, como era bastante
corriente, sin adivinar aun lo que un día ambos representarían en la literatura
uruguaya.
El segundo hijo de ese matrimonio de Manuel Vaz Ferreira con Belén Ribeiro falleció a
los pocos días de nacer. Angustia pensar cómo habría sido ese niño dada la calidad
excelsa de sus dos hermanos. La tercera nacida fue María Eugenia.
Siendo una maestra, la madre se encargó por sí misma de la enseñanza de sus dos
hijos. Además, el tío materno era nada menos que León Ribeiro (1854 – 1931) quien,
junto con Tomás Giribaldi (1847 - 1930) y Luis Sambucetti (1860 - 1926) son los
precursores del nacionalismo musical en el Uruguay, que nace en Luis Cluzeau Mortet,
pues "Carreta quemada" es de 1916, en Alfonso Broqua y culmina en Eduardo Fabini.
Ribeiro enseñó música a María Eugenia y también a Carlos. La poetisa tocaba el piano
y componía partituras que, según se dice, se han perdido. Muchas de sus poesías
inéditas tienen un aire que hace sospechar que estaban destinadas a ser
musicalizadas en "lieder" por su estilo similar al de las canciones de Heine y mismo los
poetas del "sturm und drang".
También María Eugenia demostraba disposición para la pintura, y su tío Julio Freire se
esforzaba por acercarla al arte de los colores, pero había que decidirse por algo, y su
elección recayó en la poesía.
Susana Soca, uno de los talentos de la generación posterior, hija del célebre médico,
fue invitada un día por María Eugenia a su casa para escuchar música: "Ella salía del
piano como una parte de si misma en la que hubiera debido sumergirse, y sin
terminar la pieza decía un poema a la noche y era imposible no ver que un imperioso
mensaje, apenas transformado, continuaba. Su voz era más bien baja y de tonos
uniformes: decía los poemas con algo de melopea que lógicamente debió dar una
impresión de monotonía a pesar de la calidez de su acento. E inexplicablemente
sucedía lo opuesto: tenía el patetismo interior que no puede ser descrito, imitado ni
olvidado".
Aproximación a la poetisa
María Eugenia empieza a dar a conocer sus poesías en recitados entre amistades,
luego en revistas. Sin citarlas aquí, ese recorrido puede hacerse con la lectura del muy
bien documentado libro del escritor y profesor Rubinstein Moreira titulado
"Aproximación a María Eugenia Vaz Ferreira".
Hay otras entre ésta y María Eugenia. Antes compusieron poesías en el continente
algunas muy buenas: Juana de Asbaje (Sor Juana Inés de la Cruz) en México del siglo
XVII y Gertrudis Gómez de Avellaneda, (1814 - 1873), cubana que incursionó también
en otros géneros literarios.
Sus primeros poemas, que Hugo Verani llama neo-románticos, abarcarían desde 1894
a 1899 y es una fortuna que haya decidido publicar toda la lírica de María Eugenia,
porque aún si hay versos menos logrados, aportan a veces sentimientos y temas
distintos a los de "La isla de los cánticos", y versos escogidos por la propia poetisa, y
"La otra isla de los cánticos", recopilada y prologada por Emilio Oribe, donde hay, por
otra parte, buen material lírico, no inferior, a veces, al primer libro.
Entre tanto, como señala Rubinstein Moreira aparece una nueva faceta de la poetisa:
el 1° de setiembre de 1908 se estrena en el Solís "La piedra filosofal", comedia de un
acto, "para la cual le compuso también la música". Hugo Verani agrega que fue
publicada en Caracas, en la revista "Escritura", Nº 9. Enero-junio de 1908.
Agrega Hugo J. Verani que hay una cuarta obra, pero inconclusa, "Nube de estío",
sainete lírico en un acto, con muchas frases y diálogos tachados.
Oribe cuenta otra: la de andar a altas horas entre los árboles del Prado. Y a veces
decía sentir el temor de no poder ver el fin de una representación teatral.
Mercedes Pinto, en una conferencia que dictó dentro de! llamado "Plan Reyles"
alude a "la admiración" de los que aplaudían sin reservas sus extravagancias y
cita la de entrar sola en un café, cosa que en aquella época no dejaba de llamar la
atención.
Zum Felde escribe que lejos de censurarla, la alta sociedad aplaudía sus
ocurrencias o humoradas y que se decía "locuras de María Eugenia" y agrega,
ofensivamente el autor de "Proceso intelectual del Uruguay": "Mucho de pose
había en ello, ciertamente más si no era tan loca como se hacía, distaba de ser
una mujer como las otras". La considera una orgullosa "convencida de que a ella,
por ser ella, todo le estaba permitido".
La lectura de almas
Hubiera sido preferible omitir el tema de las "rarezas" de la poetisa, pero puesto que
han quedado escritas tales expresiones, hay que darles la explicación correcta.
Josefina Lerena de Blixen conocía y apreciaba mucho a María Eugenia, puesto que
ambas actuaban en una sociedad de beneficencia llamada "Entre nous" (estaba de
moda ponerle nombres franceses a todas las cosas). Allí se cosía para las personas
pobres. Debía, además, llevar actas de las reuniones y María Eugenia era muy amable
y fina con ella.
Pero Josefina Lerena daba a lo que la gente llamaba, por no entenderla, "rarezas",
otra explicación que podría ser más correcta y aun sagaz de las expresadas. Según
ella podía sorprenderse en María Eugenia, una sutil mirada inquisidora con la que
trataba de estudiar la reacción de la persona que observaba o escuchaba la rareza,
María Eugenia, interpretaba con su inteligencia superior, el comportamiento, la
reacción psicológica, el efecto; lo que su hermano Carlos captaba en la lectura de
libros, su hermana lo hacía en la lectura de las almas.
Este hecho, que narra en su libro inconcluso "Encuentros" (cómo conoció a diversos
escritores e intelectuales en general) explica, fuera de si la respuesta resultara o no la
correcta, que lo que hacia la insigne poetisa tenía, bajo la frívola apariencia, curiosa
para quienes no la conocían, una intención seria y profunda. Al darse cuenta de ello,
Josefina Lerena le respondía como si lo que decía María Eugenia fuese lo más natural.
distintos riesgos pedagógicos, creando clases vivas, en las que mostraba para siempre
la grandeza del arte, la verdadera cara de la poesía, la vida moral del artista y algo
difícil de saber en estos medios: la diferencia profunda entre vida intelectual y vida
espiritual".
"Pasando con gracia sobre la información árida, sobre los esquemas de critica
académica, dio en sus clases las claves esenciales de la experiencia poética, sobre
todo la conciencia de que la poesía es la más alta expresión del ser. Con gracia altiva,
con libertad ejemplar enseñó la generosa y justa afirmación de los grandes valores".
Es, desde luego, una visión de alumna a profesora, pero realizada con una captación
muy fina y sutil de muchos matices.
Así era María Eugenia. Por fortuna, entre los profesores actuales no se gastan esas
bromas, o si no eran tales, esa forma de zanjar una controversia literaria.
En 1903 tenía María Eugenia pronto un poemario que tituló "Fuego y Mármol", con
cincuenta y un poemas numerados por la propia autora. Dicho manuscrito fue dado a
su entrañable y noble amigo, en el que depositaba su confianza, el escritor Alberto Nin
Frías, pero con un número menor de poemas. Sólo cuarenta y uno. Este escritor hizo
observaciones marginales del texto, ya en elogios del mismo, y de la propia poetisa
María Eugenia Vaz Ferreira, ya a punto de publicarlos, estuvo en tratos con el editor
Orsini Bertani, hombre digno de reconocimiento por su generoso deseo de dar a
conocer libros uruguayos. Pasó el tiempo, y luego, ya enferma, la poetisa comunicó al
editor que no estaba en condiciones de corregir las pruebas.
En 1925, pero con fecha del año de su fallecimiento, se editó "La isla de los cánticos",
María Eugenia seleccionó por sí misma los poemas y recomendó a su hermano Carlos
que corrigiera las pruebas de imprenta. El libro consta de noventa y tres poesías
editadas por la casa Barreiro y Ramos e incluye el titulado "Único poema" a instancias
de su hermano. Lo había excluido de esa antología dándole la explicación de que nadie
lo comprendía. Tras esta edición fueron recogidos poemas en antologías hasta que en
1956, el Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social resolvió efectuar una
segunda edición en la colección Clásicos Uruguayos (Biblioteca Artigas) que fue
prologada por Esther de Cáceres.
Pero quedaba mucha poesía inédita y se discutía bastante entre los profesores de
Literatura a propósito de si debía darse o no a conocimiento del público. Al fin Emilio
Oribe se encargó de una segunda antología que reuniera materiales no publicados en
el libro primero aunque varios eran ya conocidos a través de su antigua inclusión en
publicaciones. Y así, en 1959 salió a luz "La otra isla de los cánticos", en "La impresora
Uruguay", con prólogo también del poeta y profesor de filosofía Emilio Oribe.
En 1896, en junio y en los Talleres Gráficos de "El País", Hugo Verani prologa y hace
las notas de una edición de las "Poesías completas" de María Eugenia Vaz Ferreira,
pues usó además el material inédito que poseía la familia de la poetisa. En realidad
constituye un acierto el que toda la producción de la autora sea conocida del público
lector. Aunque los inéditos no fueran los mejores versos, aportan otros temas, otras
motivaciones que enriquecen el panorama, ahora más amplio, que puede permitir un
más claro juicio a propósito de la autora, lo que permitirá futuros estudios más a
fondo.
Valoración crítica
A propósito de la acepción que las palabras pueden darse en los versos de esta
escritora, Carlos Sabat Ercasty observa que "el lenguaje es manejado interiormente
por poderes espirituales que lo enriquecen y le sobreañaden honduras de una
revelación que sobrepasa los lineamientos lógicos y lo que la tradición ha dibujado en
él". Efectivamente muchos vocablos en su obra no están tomados en su sentido
gramátical exacto, sino en una acepción simbólica que permite más de una
interpretación. Hay, además, algunos problemas de puntuación, pues María Eugenia
no llegó a corregir sus libros y eso obliga a una atención mayor para entender el
sentido de algún concepto.
Hay, a veces, poemas que el escritor quiere por recuerdos que le traen, por sutiles
estados afectivos que el crítico no puede entrar a considerar. Con toda su poesía a la
vista, venga de donde venga su edición, obligará a revisarla toda en conjunto, sin
tener en cuenta que era lo que le gustó a María Eugenia en un momento muy especial
de su existencia. Además, lo que en una época y a un apersona no le place, puede
resultar buena en otra, al cambiar el gusto y el lector. Lo primero sería, de momento,
no rechazar ningún poema: todos tienen su razón de ser si se les sitúa en el espado y
tiempo de la poetisa. Había demasiado talento en esa mujer para desechar de buenas
a primeras lo que puso en el papel.
La ordenación por temas puede ser una forma de ver su lírica según motivos
predominantes de inspiración y de acuerdo al tratamiento dado a ellos, pues
presentan variantes de clima emocional. También podría ordenárselas de acuerdo a lo
que se considerara más fresco y juvenil hasta lo dramático de otros poemas, pero eso
puede ser engañoso.
La poesía de poetas que han sido conocidos en la casi totalidad de su obra, como ser
Carlos Sabat Ercasty revela que poemas trágicos sobre la muerte y la soledad, de "Los
Adioses", están escritos en 1929, o sea apenas pasados los cuarenta años y en
cambio los más entusiastas y de más exaltación amorosa son de los ochenta y
después, porque el que ve cercana la muerte trata de equilibrar ese sentimiento
penoso con una evasión hacia temas que le compensen la seguridad de su finitud
ineludible. Además, ocurre en ocasiones que según los días, a un poema ligero, de
apariencia juvenil, puede suceder a poco, uno de fondo dramático, porque las
emociones varían a cada instante.
Su poesía es sentimental, a veces dura y fría, y en algunos casos, de arte visual que
la acerca a lo parnasiano, pero esto último es sólo ocasional. Tiene también aporte de
los simbolistas. A veces es ligera, delicada, a flor de alma pero en otros momentos
posee honduras metafísicas e incluso dificultades por cierto barroquismo, o porque no
se expresa claramente, sino que sugiere.
Sor Juana Inés de la Cruz, en algunos de sus sonetos, plantea ese desencuentro
sentimental: ama a quien la desdeña y desdeña a quien la requiere.
Y hay aquí insinuado un gran conflicto cuya solución sólo la sabe Dios: "Dios de las
misericordias / que los destinos amparas, / cuando me echaste a la vida, / ¿por qué
me pusiste un alma?... ¿Por qué no te plugo hacerme / libre de secretas ansias..." Si
sólo hubiera sido de ruda carne habría disfrutado de las caricias de ese hombre; si
fuera descarnadamente espiritual no lo habría deseado. Duro conflicto. Por eso "Así
me quejé, y a poco / seguí la tediosa marcha..."
En "La otra isla de los cánticos" hay un poema "Primavera" donde el amor es feliz.
También vale la pena citar "La aureola ambigua" de rítmicas cuartetas alejandrina, y
"Cabeza de oro", de igual métrica. En el soneto "Yo era la invulnerable" parece
sentirse la influencia del tema que Wagner trata en el tercer acto de "La Walkiria" y en
el tercero de "Sifgrid", invulnerable hasta que encontró el deseado héroe a quien
amar.
Hay, desde luego otros, donde el verso de arte menor, generalmente octosilábico
asonetado, parece denunciar la intención de servir de soporte a un "lied". Están en sus
tres colecciones de versos. No ha buscado la poetisa hacerlos demasiado profundos,
como ocurre con muchos de Heine, Bécquer, Muller, que se potencializan si en vez de
ser recitados se les pone música. Tal vez la música que componía María Eugenia y por
momentos recitaba y volvía a tocar en el piano, como lo señaló Susana Soca, eran
"lieder".
Habría que investigar si la música que se salvó no era para acompañamiento de esos
poemas de amor. Porque ¿qué valor de perennidad tendrían los versos de Müller si
Schubert no los hubiera revestido de las partituras para canto del ciclo "La hermosa
molinera" o "El viaje invernal?" Si alguien compusiera música para ser cantada por
contralto o tenor, en el estilo de la canción romántica, del "Sturm und drang" podría
comprenderse la melodía de esos pequeños y aparentemente frívolos poemas cortos
de nuestra poetisa.
Y aun está la desolación de "Único poema": ella sueña con un mar inmenso, que tiene
la infinitud metafísica del tiempo y el espacio. Nosotros concebimos el infinito poblado
de la inmensidad inacabable de soles, con planetas y en algunos de ellos vida. Pero el
mar de María Eugenia carece de brillos: "¡Cuánto nacer y morir / dentro de la muerte
inmortal! / Jugando a cunas y tumbas / estaba la soledad". Y en este vació infinito,
metafísico, sólo un pájaro vuela, el alma de la poetisa gritando su "¡Chojé!, ¡Chojé!",
onomatopeya que por su "Nada" se adelanta al Dadá de los vanguardista de la línea
de Tzará. Pero esa soledad en el infinito sólo la sintió Brahma en el momento de
despertar de la "pralaya".
Después de lo expresado por la poetisa hay que cerrar el libro, los ojos, el tratar de
entender, si es posible, las alturas y los abismos de ese genio a quien su patria no ha
sabido aun honrar lo suficiente.
Antología literaria
Mi hermana proyectaba desde muy joven publicar en libro sus poesías, pero no se
decidió nunca a hacerlo; en parte, por su temperamento, al que era más grato lo
imaginado que lo realizado; en parte, porque le repugnaban ciertos aspectos de la
publicidad.
Lo que hacia fácilmente era dar copias de sus composiciones a personas amigas, o a
quienes se las solicitaban para publicarlas en periódicos o revistas. Así fueron
conocidas desde el principio, y ejercieron su influencia.
Últimamente, sin embargo, había llevado más adelante su proyecto: había hecho
preparar la composición de un folleto con una selección de poesías, y aun había
empezado la corrección de las pruebas que tuvo que interrumpir por la agravación de
su enfermedad. Entonces convinimos en que yo la ayudaría para la parte material de
esa corrección, si mejoraban y, para el caso de su muerte, me pidió que yo publicara
el libro. Es el presente.
Las poesías que contiene son exactamente las que ella había elegido (si bien no estoy
tan seguro en cuanto al orden).
Cuando he podido determinar cuál fue la última versión o corrección, atenerme a ella;
así, he respetado las modificaciones que introdujo aun en composiciones ya
publicadas; hasta las que me consta hizo por escrúpulos de otro orden que el artístico,
con lo cual respeto a su alma.
Pero, en ciertos casos, no llegaron a ser corregidas las pruebas, y de las copias
manuscritas no he podido determinar cuál es la definitiva. He debido entonces, elegir
por presunciones y alguna vez, al azar. También encontré dificultades en cuanto a la
puntuación; en parte, porque la de ella era personal, y en parte porque, como hacía
tantas copias, tendía a descuidarlas precisamente en las últimas. En esos casos, sobre
todo cuando esta dificultad podía afectar el sentido, he preferido, o no poner signos, o
dejar la puntuación indeterminada, no poniendo ninguno que pudiera fijar un sentido
no seguro. Hay partes así en "El regreso" y en otras poesías,
Gisela Bencomo©
Al leer la poesía de María Eugenia Vaz Ferreira nos damos cuenta de que sus planteamientos no son los
mismos presentes en las obras de Delmira Agustini y Alfonsina Storni. Mientras que la Agustini acepta al
hombre tal cual es y se deja arrastrar hacia él, y la Storni se debate entre la pasión y el pensamiento, María
Eugenia Vaz Ferreira aspira, según se observa en muchos de sus poemas, a la creación de un nuevo orden
social. En este nuevo orden social, la humanidad volverá a su estado prístino, deshaciéndose de todas las
influencias que, hasta ahora, una sociedad completamente patriarcal ha dejado en ella. Cuando se haya
logrado un cambio total de perspectivas en el rol de los sexos será posible romper las ataduras de la mente y
del lenguaje, y en consecuencia se podra cambiar la visión falocrática de las relaciones humanas.
De este planteamiento se desprende la idea de la creación de un nuevo tipo de humanidad, cuya mente y cuyo
lenguaje no estén influenciados por las ideas caducas de esta sociedad. En todo este proceso de
"purificación", vemos que es la mujer la que tiene que tomar la iniciativa. De ahí que se haga necesario un
"despertar" de lo femenino. Es preciso que la mujer deje de ser cómplice en todo este proceso, que replantee
la naturaleza del amor y de las relaciones hombre-mujer. Una vez que surja la mujer nueva, será necesaria, si
no una desinternalización de lo masculino, al menos sí una redefinición. Así se logrará una especie de
equilibrio que eventualmente hará desaparecer o cambiará, radicalmente la visión que tanto los hombres
como las mujeres tienen de su papel y de su situación en la sociedad.
Montevideo, 1875-1924) Poetisa uruguaya cuya obra parte del romanticismo y desemboca en el
modernismo. Estudió música y fue pianista de cierta fama. Fruto de su atormentada existencia,
tuvo el sistema nervioso en constante desequilibrio y murió joven en una clínica de alienados. Sus
primeros versos aparecieron publicados en diversas revistas de la época, donde ya expresó la
intensidad de su sentimiento y la pulcritud en la composición. Su primer libro, escrito hacia 1903 y
titulado Fuego y mármol, quedó inédito. Sólo su libro La isla de los cánticos, publicado en 1924, ha
sido suficiente para que se la considere como una de las creadoras líricas más importantes de
Hispanoamérica. Esta obra recoge los versos que la poetisa entregó a su hermano el filósofo
Carlos para que fueran editados. Es autora también de las obras dramáticas La piedra filosofal y
Los peregrinos, estrenadas en los años 1908 y 1909.