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El Yellow Kid fue, en su época, símbolo del desastre: era un niño estrafalario vestido
con un camisón amarillo uno de cuyos bolsillos aparecía siempre lleno de piedras, le
rodeaba constantemente la desgracia: muchachos golpeándose, faroles rotos, coches
incendiados, personas aterradas, etc. La primera vez que apareció fue el 16 de febrero
de 1896. Aunque su práctica es más antigua, el amarillismo se asocia con el año 1883
cuando Pulitzer compró el “New York World”, lo convirtió, al cabo de un año en un
periódico de éxito por sus titulares escandalosos y sus ilustraciones. El éxito de
Pulitzer se basó en el conocimiento exacto del mercado, el público, la organización
informativa americana y por diversas innovaciones. Pero en 1895 apareció el que se
convirtió en el gran competidor de Pulitzer: William Randolph Hearst, el cual había
trabajado durante un año en el World de Pulitzer y, de regreso en California, convirtió
el San Francisco Examiner en el periódico de más tiraje de la ciudad, esto basado en
sus escandalosos titulares.
En 1895 compró el New York Journal con la idea de competir con Pulitzer. Este
periódico se basó en las mismas técnicas sensacionalistas de que se servia Pulitzer,
pero llevadas al máximo (si la consigna de Pulitzer era si no hay noticia, provócala, la
de Hearst era mucho más drástica: si no hay noticia provócala y sino te la inventas).
Ambos se enzarzaron en una carrera de titulares escandalosos, noticias falsas, etc.
Una técnica empleada por Hearst fue la de comprar a los periodistas de Pulitzer. Entre
estos figuraba Richard Outcault, el dibujante de “The Yellow Kid”. Hearst logró
llevárselo a su periódico, donde comenzó a publicar a “The Yellow Kid”. Pulitzer
reaccionó contratando otro dibujante que continuó haciendo la tira. Ninguno de los
dos magnates estaba dispuesto a ceder y el caso llegó a los tribunales, el falló del juez
fue que “The Yellow Kid” se publicara en ambos diarios. Ahora había una tira de este
personaje en cada uno de los periódicos.
The Yellow Kid viene a ser algo así como el papá de las tiras cómicas dominicales.
La palabra "amarillismo" surge precisamente del color del muñeco, pero su sinonimia
con "sensacionalismo" se debe a que ambos periódicos, el "World" y el "Journal",
eran sensacionalistas.
Hoy en día parece que varios medios informativos tuvieran el mismo lema mostrado
por Hearst hace más de cien años. Es innegable la tristeza que sentimos al leer un
periódico, escuchar un noticiero y observar un programa sobre realidad nacional e
internacional. Pero es más desconcertante y penosa la forma como se presentan al
mundo los hechos que forman parte de nuestra cotidianidad. En teoría los medios de
comunicación social tienen como función informar y difundir a la gente en forma
veraz, objetiva y oportuna las incidencias. Pero dicha finalidad no se cumple. Por
desgracia las noticias que se presentan como si fueran espectáculos y se trata de
impresionar a un espectador desapercibido. Buscan mostrar en forma escalofriante los
acontecimientos y hechos que ocurren, además publican titulares amarillistas y
repulsivos. Entrevistan a personas afectadas por alguna calamidad con preguntas frías
y sobreentendidas, en vez de brindarles una mano de apoyo.
Las noticias han perdido ese carácter de informador crítico, para convertirse en un
negocio que busca un rating determinado o cierto número de ventas a nivel nacional.
Los medios de comunicación han ido perdiendo esa veracidad y objetividad para
convertirse en las vías perfectas del sensacionalismo y amarillismo, a esto se le suma
el comportamiento individualista, irresponsable, descortés e irrespetuoso que se
observa y se mantiene.
Gran parte del periodismo actual se considera esclavo de la noticia, y peor aún, de la
peligrosa chiva, carece de espacios para analizar, para producir contexto, es decir,
información, porque el discurso informativo debe describir, contar y explicar al
público los hechos. Por ejemplo hacer un noticiero requiere de la intervención de
mucha gente: Directores, editores, periodistas, camarógrafos, corresponsales. No
puede haber objetividad, pues cada una de estas personas tiene una subjetividad que
interviene a la hora de escoger una imagen o de hacer una pregunta, o de acoplar
información. Lo que no puede dejar de existir por ninguna razón en las noticias es el
equilibrio que permita registrar los diferentes ángulos y ojalá los más variados de la
noticia y permitir que el público saque sus conclusiones.
Por supuesto, todo esto lo saben los gestores de los medios y lo aprovechan
decididamente. No podría haber una pérdida más estrepitosa y más trágica del
derecho a la información, un derecho que va mucho más allá de los personajes
políticos y mucho más allá de esta situación histórica que estamos viviendo. Dicha
situación pasará alguna vez y pasarán también los años, pero será ya muy difícil que
en un futuro podamos revalorizar y reconquistar nuestro derecho a estar
informados.
Pero como esto último parece totalmente utópico, entonces no nos queda más salida
que hacer cada uno un esfuerzo, como ciudadanos, como individuos y como grupos
familiares, por fortalecer nuestra capacidad crítica, por incrementar nuestras
habilidades de análisis e interpretación y por ser cognitivamente menos superficiales
y más profundos ante el manejo de la información. Creo que este es el único camino
posible ante el hecho de no contar con medios de comunicación social: ya no tenemos
periodistas, sino instigadores armados con una cámara o grabadora, no tenemos
medios de información, sino medios políticos de manipulación, no tenemos
narradores de noticias, sino voceros de los dueños de la información.
Por desgracia muchas veces los medios de información, ya sean televisivos o escritos,
caen en el amarillismo, estos periodistas pierden la perspectiva y deforman el
periodismo para cumplir con su objetivo: fabricar historias que atraigan televidentes,
lectores o radioyentes, así sea por una sola vez, solo basta una noticia que se crea va a
ser de gran importancia para que la guerra entre los medios por acaparar la atención
provoque su difusión sin haber sido esta confirmada, tal es el caso de la difusión dada
a la muerte de Diana de Gales hace ya varios años, en donde algunos medios se
lanzaron a ver quien era mas estrepitoso. Otro caso. La noticia difundida hace poco
acerca de un joven que fue asesinado en una pelea callejera. Algunos reporteros
entraron a la morgue para filmar el cuerpo del hombre tirado en una mesa, inerte y
ensangrentado. ¿A quien le pidieron permiso para filmarlo? ¿No es una explotación
del sensacionalismo y el amarillismo para ganar supuesto rating?
A causa de hechos como ese, los canales de televisión a menudo lo único que
transmiten es desanimo, depresión, tristeza, luto, llanto, dolor, desesperanza, y muy
rara vez una noticia realmente positiva. Los medios están enfrascados en una lucha de
competencia que contrario a lo que ellos creen le están haciendo daño a una sociedad
que ya está en camino a la descomposición. Mucho de lo que vemos a través de los
medios ha dejado de ser periodismo, y se ha convertido en algo así como un
sangriento espectáculo y un gran abuso que perjudica, primero a los protagonistas de
la noticia a quienes invaden en su privacidad, y segundo, perjudica a los ciudadanos
en general.
Se podría decir que el derecho ciudadano a la información ha estado gran parte de las
veces sujeto a la explotación de la desgracia y el dolor humano en función de un
impacto emocional. Y para la muestra otro caso que quizás ya nadie recuerde pero
que en realidad demuestra lo bajo que puede caer un periodista con el fin de ganar un
poco de audiencia, durante la conocida tragedia de Armero, quien no recuerda a
aquella niña, Omayra Sánchez, hundiéndose en una masa de barro, y el grupo de
reporteros a su alrededor, entrevistándola en vivo acerca de cómo se sentía muriendo
de ese modo. A causa de hechos como este, imágenes sangrientas, distorsión en las
noticias, etc. los receptores de la información optan por preferir continuar
desinformados, se ha llegado a un punto en que se ha perdido uno de nuestros más
sagrados derechos ciudadanos: el derecho a la información real, veraz, aquella que
nos pone al tanto de los hechos relevantes sin pretender manejar interesadamente
nuestras emociones, sentimientos y afectar nuestras conductas como individuos.