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Miguel de Unamuno ha muerto aislado, en su casa de Salamanca. Ha muerto en la


tarde de ese primer día del año 1937, que el pueblo español designa con el
nombre de «El año de la Victoria».

La muerte de Unamuno, como los rumores atroces alrededor de otros nombres,


traducen al campo de la intelectualidad española la pavorosa tragedia popular de
una nación conmovida hasta sus cimientos. Unamuno, a quien todos hemos
amado y combatido, muere como era fatal que muriese, en flagrante contradicción
con todos y con todo.

Miguel de Unamuno no tenía un desemboque Y  Su fuego no era, quizá, de este


tiempo; pero era fuego, y, como tal, era vida. El, como nadie, se habrá llevado a la
tumba el frío de una España triste, paseada por mercenarios.


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