You are on page 1of 40

Parásito

(By xTm Himitsu)

Un fanfic de resident evil.


CAPÍTULO I

“EL PUEBLO CON HABITANTES DE OJOS COLOR AÑIL”



El
 cielo
 era
 de
 un
 gris
 cetrino
 incluso
 siendo
 de
 noche.
 Estaba
 completamente

poblado
de
grises
nubarrones
que
vaticinaban
la
inminente
lluvia.
El
pronóstico

del
 tiempo
 era
 contundente,
 estábamos
 en
 alerta,
 pero
 a
 mí
 eso
 me
 daba
 igual,

pues
 me
 encontraba
 en
 el
 aeropuerto
 a
 punto
 de
 tomar
 un
 vuelo
 a
 un
 lugar
 lo

suficientemente
alejado
como
para
mantenerme
al
margen.


Me
 dirigí
 hacia
 el
 bar
 más
 cercano
 a
 mi
 puerta
 de
 embarque
 e
 imitando
 al

vaquero
típico
de
los
westerns
me
senté
y
miré
al
barman
desafiante.


‐ Póngame
lo
más
fuerte
que
tenga…
‐
exigí.

‐ Tengo
 una
 ensaladilla
 rusa,
 en
 mal
 estado,
 tiene
 un
 sabor
 fortísimo…
 ‐

Replicó
el
mordaz
camarero.

‐ De
beber…
por
ejemplo,
un
martini
con
vodka,
agitado,
no
removido.


El
camarero
sonrió
al
ver
mi
mala
imitación
de
James
Bond.


‐ Está
 prohibido
 servir
 alcohol
 a
 menores…
 ‐
 Respondió
 le
 camarero,
 esta



vez
con
seriedad.

‐ Queda
detenido,
por
obstrucción
a
la
justicia.
–
Aseguré
lanzando
sobre
la

mesa
mi
placa
de
policía,
recién
sacada
del
horno.

Al
fin
me
había
graduado
como
uno
de
ellos.
Había
pasado
sin
pena
ni
gloria
por

la
academia
de
policía,
pero
finalmente
había
conseguido
graduarme
y
ahora
me

dirigía
a
mi
país
natal
a
celebrarlo
con
la
única
mujer
que
había
de
momento
en

mi
vida:
mi
madre…

‐ Señor…
‐
El
camarero
miró
la
placa.

‐ Señor
Drakkan.
Franz
D.
Drakkan.

‐ Señor
Drakkan,
¿va
a
ponerme
las
esposas
antes
o
después
de
que
le
sirva

la
bebida?

‐ Más
tarde,
no
hay
prisa.
–
Le
seguí
la
broma.

En
 la
 esquina
 del
 bar,
 una
 televisión
 pendiente
 de
 la
 pared
 balbuceaba

incansable
 quebrantando
 la
 apacible
 quietud
 nocturna
 del
 aeropuerto.
 Las

noticias
mostraban
otro
caso
de
violencia
de
género.


“…El
presunto
asesino,
que
descargó
su
hacha
en
numerosas
ocasiones
sobre
su

pareja,
no
parecía
estar
afectado
por
alcohol
o
la
ingestión
de
sustancias
tóxicas

de
 tipo
 alguno…”
 Estaba
 cansado
 de
 estas
 noticias.
 Parecía
 que
 últimamente
 se

estaba
 produciendo
 una
 oleada
 de
 asesinatos
 incomprensibles,
 crímenes

pasionales
ridículos,
y
en
definitiva
un
aumento
tremendo
en
la
violencia.

En
 la
 pantalla
 apareció
 a
 continuación
 la
 famosa
 periodista/criminóloga/joven

promesa/estrella
 mediática
 del
 momento,
 Elisabeth
 Seale,
 más
 conocida
 como

“La
viuda
negra”
o
“La
avispa
de
mar”,
refiriéndose
al
animal
más
venenoso
del

mundo,
 haciendo
 referencia
 a
 lo
 incisivo
 de
 esta
 mujer
 en
 lo
 relacionado
 a

obtención
 de
 información.
 Para
 hablar
 más
 clara
 y
 vulgarmente,
 tenía
 mucha

gente
de
peso
cogida
por
los…


‐ Aquí
tiene
su
bebida.
–
Dijo
el
camarero
dejando
el
martini
delante
mía.

Solté
el
dinero
sobre
la
mesa
y
cuando
el
camarero
se
dio
la
vuelta,
con
mi
reloj

de
última
tecnología,
que
incorporaba
mando
universal
cambié
de
cadena.

¡Leon
 Scott
 Kennedy
 en
 pantalla!
 (No
 confundir
 con
 John
 F.
 Kennedy)
 Este

hombre
 –
 Leon
 –
 era
 mi
 ídolo,
 mi
 inspiración,
 un
 verdadero
 héroe
 tras
 los

acontecimientos
 de
 Raccon
 City.
 Aunque
 en
 esta
 ocasión
 estaba
 hablando
 del

periodista
Kurtis
Miles,
recientemente
desaparecido
misteriosamente.
¡Como
si
a

alguien
le
importara!
Vaya
mierda
de
televisión.

‐ Leon
 Scott
 Kennedy,
 qué
 gran
 hombre.
 –
 Dijo
 el
 barman
 volviendo
 a

situarse
delante
mía.
–
Debería
haber
más
gente
como
él
par
arreglar
esta

mierda
de
país.

‐ A
mí
este
país
me
es
indiferente.
–
Repliqué.
Había
más
gente
como
Leon,

pero
no
todos
con
su
suerte.
En
la
realidad,
la
mayoría
de
héroes
acaban

muertos.

‐ ¿Te
has
hecho
policía
sin
importarte
lo
más
mínimo
el
país?

‐ Soy
policía
porque
me
mola
llevar
pistola
y
tener
poder
y
que
por
ello
me

paguen
 un
 sueldo
 decente.
 No
 soy
 un
 estúpido
 idealista.
 Me
 resultan

irrelevantes
 las
 cuotas
 de
 criminalidad
 de
 este
 país,
 y
 todos
 sus

habitantes.
 No
 me
 gusta
 ayudar
 a
 la
 gente,
 pienso
 que
 cada
 candelabro

debe
sostener
su
vela.–
Respondí
de
forma
contundente.


El
 hombre
 meneó
 la
 cabeza
 con
 desaprobación
 y
 estoy
 seguro
 de
 que

internamente
deseó
que
me
atragantara
con
la
bebida.


A
 la
 gente
 le
 encanta
 la
 hipocresía.
 Desean
 que
 les
 digas
 que
 has
 entrado
 en
 la

policía
 para
 defender
 la
 justicia
 y
 ayudar
 al
 débil.
 Y
 a
 los
 dos
 días
 eres
 un
 poli

corrupto,
sobornado
por
la
mafia
local.

Yo
no
soy
ni
uno
ni
otro.
No
me
gusta
engañarme,
no
ayudo
a
nadie
y
nadie
me

ayuda
 a
 mí.
 No
 pretendo
 salvar
 al
 mundo
 pero
 tampoco
 estoy
 interesado
 en
 la

corrupción.

Acabé
de
discurrir
y
decidí
dejar
la
bebida
a
medias
y
marcharme,
no
sin
antes

cambiar
de
cadena,
para
poner
algo
más…
interesante.
Miré
a
mi
alrededor
para

asegurarme
de
que
no
hubiera
menores
cerca
y
cambié
de
canal
posteriormente,

hasta
 llegar
 a
 uno
 en
 el
 que
 estaban
 emitiendo
 cosas
 de
 contenido
 X.
 Era
 mi

adecuada
indirecta
a
todos
esos
hipócritas
que
me
miraban
con
mala
cara
por
ser

sincero:
¡Qué
os
den
por
el…
“Atención
llamada
para
el
vuelo
2237
con
destino

a…

‐ ¡Mi
vuelo,
en
hora,
milagro!
–
Y
me
fui
del
bar
escuchando
ya
el
murmullo

y
 las
 expresiones
 de
 descontento
 de
 la
 gente
 que
 allí
 se
 encontraban:

“pero
 qué
 grosero
 el
 dueño
 del
 bar”,
 mientras
 de
 fondo
 se
 oían
 los

gemidos
provenientes
de
aquella
producción
de
cine
de
calidad.



No
 tardé
 mucho
 en
 embarcar.
 El
 avión
 era
 pequeño,
 estrecho
 y
 viejo,
 pero

mientras
no
se
cayera
en
mitad
del
vuelo
a
mi
me
daba
igual.
Un
asiento
de
aquel

avión
 era
 casi
 más
 grande
 que
 el
 estudio
 en
 el
 que
 yo
 vivía.
 De
 hecho,
 en
 mi

estudio
 tenía
 que
 tener
 cuidado
 al
 bajarme
 de
 la
 cama
 para
 no
 meter
 un
 pie

dentro
del
retrete.


Por
 suerte
 para
 mí
 ahora
 me
 dirigía
 a
 la
 casa
 de
 mis
 padres,
 y
 podría
 disfrutar

unos
 días
 de
 una
 cama
 en
 la
 que
 me
 podría
 estirar
 cómodamente,
 y
 de
 una

comida
distinta
a
los
mejillones
de
lata
y
sopa
precocinada.
¡Home,
sweet
home!

Decidí
ponerme
el
cinturón
y
cerrar
los
ojos,
para
cuando
despertara,
estaría
en

mi
queridísimo
hogar,
o
eso
era
lo
que
yo
pensaba.
No
fue
así.

***


Un
olor
a
goma
quemada
y
una
sensación
de
profunda
nausea
invadió
mi
cuerpo,

abrí
 los
 ojos
 y
 estos
 comenzaron
 a
 escocerme
 con
 intensidad.
 ¿Dónde
 me

encontraba?
 Estaba
 totalmente
 desorientado.
 Estaba
 tumbado
 bocabajo
 en
 un

suelo
de
tierra
seca.
Recordé
el
avión.
¡El
avión!
Me
giré
sobre
mí
mismo
y
pude

ver
aquello
que
me
temía:
un
cementerio
de
metal
y
ceniza.


Había
sobrevivido
a
un
accidente
aéreo…

traté
de
ponerme
en
pie
y
la
vista
se

me
 nubló
 completamente,
 estrellas
 blancas
 me
 recorrían
 la
 vista
 mientras
 mis

piernas
 me
 temblaban
 y
 las
 arcadas
 se
 manifestaban
 tras
 el
 largo
 período
 de

nausea.

Había
 fuego
 devorando
 la
 goma
 de
 lo
 que
 parecía
 ser
 el
 tren
 de
 aterrizaje
 del

avión,
 lo
 que
 intuí
 que
 eran
 cuerpos
 de
 personas
 calcinados,
 el
 colosal
 aparato

volador
 fragmentado
 en
 mil
 pedazos.
 Frente
 a
 mis
 ojos,
 en
 definitiva
 los
 restos

de
un
siniestro
que
todos
hemos
visto
alguna
vez
por
las
noticias
pero
que
nadie

jamás
se
imaginó
que
viviría
en
primera
persona.


Me
arrastré
lejos
del
avión
para
evitar
cualquier
posible
daño
de
alguna
eventual

deflagración
 o
 escape
 de
 gas,
 aunque
 no
 tenía
 ni
 idea
 de
 cómo
 funcionaba
 en

realidad
un
aparato
de
esta
índole.

Después
de
calmarme
un
poco,
empecé
a
ser
consciente
de
mi
situación.
Estaba

perdido
 y
 solo
 en
 algún
 lugar
 tras
 el
 siniestro
 del
 avión.
 
 Dadas
 las
 tecnologías

actuales
 no
 habría
 problema,
 puesto
 que
 en
 cuanto
 fueran
 conscientes
 de
 la

situación
llegaría
todo
un
convoy
a
rescatarme.
Aunque
también
era
consciente

de
que
esas
situaciones
llevaban
su
tiempo.

Me
 senté
 sobre
 un
 trozo
 de
 aluminio
 que
 había
 impactado
 directamente
 en
 el

terroso
 suelo
 y
 se
 había
 sumergido
 en
 el
 mismo,
 para
 tratar
 de
 asimilar
 la

situación
 y
 comenzar
 a
 decidir
 qué
 hacer,
 sin
 embargo,
 algo
 sucedió
 en
 aquel

momento.

Una
 mano
 asió
 mi
 hombro
 y
 se
 apoyó
 sobre
 el
 mismo.
 Mi
 corazón
 redobló
 con

tanta
fuerza
que
casi
me
perfora
el
pecho
y
mis
actos
reflejos
me
hicieron
saltar

de
la
piedra
y
girarme
sobre
mí
mismo.


Una
chica
de
unos
veintimuchos
años
cayó
al
suelo
de
rodillas
mientras
tosía.
Su

cabello
 color
 negro
 era
 ahora
 más
 claro
 de
 lo
 que
 habría
 sido
 habitualmente,

dado
todo
el
polvo
y
la
ceniza
que
contenía.
Vestía
una
falda
gris
de
rayas
ni
corta

ni
larga,
en
contraste
con
su
rebeca
negra
que
se
superponía
a
su
blanca
y
fina

blusa.

Me
acerqué
rápidamente
y
puse
mi
mano
sobre
su
hombro.


‐ ¿Te
encuentras
bien?

En
 aquellos
 momentos
 levanto
 su
 faz
 y
 sus
 ojos
 se
 clavaron
 en
 mí

deslumbrándome.
Eran
de
un
intenso
y
bonito
azul.
La
verdad
es
que
la
chica
era

bastante
guap…
¡Maldita
sea…

‐ ¡Elisabeth
Seale,
la
viuda
negra!

‐ Ni
soy
viuda
ni
soy
negra.
Y
tampoco
me
gusta
que
me
llamen
así.
Y
antes

me
has
preguntado
si
me
encontraba
bien,
y
la
respuesta
es
¿crees
que
me

puedo
encontrar
bien
en
esta
situación?

‐ Supongo
que
no.
¿Tú
también
ibas
en
el
avión,
verdad?
–
Pregunté

‐ Evidentemente.

Me
rasqué
la
cabeza
para
poder
pensar
con
más
claridad.

‐ Lo
 que
 me
 sorprende
 es
 que
 me
 quedé
 dormido
 y
 ni
 me
 enteré
 del

accidente.
¿Qué
sucedió?

Elisabeth
se
cruzó
de
brazos
y
su
expresión
se
tornó
completamente
seria.

‐ Yo
tampoco
me
desperté
hasta
estar
en
el
suelo,
lo
cual
es
cuando
menos,

imposible.
 Si
 caímos
 desde
 lo
 alto,
 el
 golpe…
 al
 menos,
 debió
 habernos

despertado.


Tenía
 toda
 la
 razón,
 pero,
 sea
 lo
 que
 fuere
 que
 hubiera
 pasado
 habría
 mejores

momentos
 para
 descubrirlo.
 Ahora
 probablemente
 habría
 que
 asumir
 la

situación,
de
hecho,
y
decidir
qué
hacer.

‐ ¿Qué
hacemos?
–
Pregunté
a
la
celebridad.

‐ Si
supiera
lo
que
he
pasado
podría
darte
una
solución
clara,
pero
como
no

tengo
ni
idea,
ni
si
quiera
donde
estamos…


Miré
la
hora
y
me
di
cuenta
de
que
mi
reloj
se
había
roto
con
el
impacto.
Miré
el

paisaje…
 Montañas
 al
 frente,
 arboleda
 a
 mi
 derecha
 y
 terroso
 descampado
 el

resto.

‐ ¿Te
suenan
esas
montañas?
–
Pregunté
estúpidamente.

‐ Lo
siento,
pero
el
canal
viajar
nunca
me
tuvo
en
nómina.

“Qué
 persona
 más
 desagradable.“
 Quise
 decir,
 pero
 no
 me
 pareció
 una
 buena

forma
de
comenzar
una
relación.

‐ De
entrada
busquemos
a
ver
si
hay
más
supervivientes.
–
Sugirió
la
mujer.

‐ Sí
bwana.

Y
comenzamos
a
rastrear
el
cementerio,
con
la
esperanza
de
poder
encontrarnos

a
alguien
a
quien
ayudar,
pero
los
numerosos
cadáveres
calcinados
eran
bastante

desalentadores.

De
otra
parte,
había
piezas
esparcidas
en
un
radio
notablemente
amplio,
con
lo

cual
nos
llevaría
un
buen
rato
encontrar
a
cualquier
persona,
sobretodo
si
estaba

debajo
 de
 una
 pieza…
 aunque
 si
 estaba
 debajo
 de
 una
 pieza
 de
 aluminio

probablemente
no
estuviera
en
perfecto
estado.


‐ Chico,
 concentrémonos
 en
 un
 radio
 de
 más
 de
 treinta
 metros
 del
 avión,

pues
 casi
 todo
 lo
 que
 hay
 a
 menos
 parecen
 ser
 restos
 quemados.
 Sería

extraño
que
hubiera
alguien
vivo
más
cerca.
–
Propuso
la
viuda
negra.

‐ Vale…
 por
 cierto,
 ¿cómo
 es
 que
 si
 salimos
 despedidos
 después
 del

impacto,
 ni
 tú
 ni
 yo
 tenemos
 ningún
 rasguño?
 Tras
 haber
 caído
 de
 la

altura
a
la
que
estábamos…

La
mujer
se
detuvo
y
sonrió,
no
sé
por
qué.

‐ Primero,
 yo
 sí
 tengo
 contusiones,
 pero
 no
 te
 voy
 a
 enseñar
 donde
 las

tengo.
Segundo,
podemos
ponernos
a
jugar
a
las
especulaciones
y
que
se

nos
haga
de
noche,
muramos
de
inanición,
nos
congelemos…

‐ Qué
tremendista.

‐ Calla
y
olfatea
bien.

Y
 seguimos
 buscando,
 hasta
 que
 ya
 casi
 las
 esperanzas
 eran
 nulas,
 entonces

sucedió
un
nuevo
milagro.

‐ ¡Mira,
debajo
de
esa
pieza!

Un
fragmento
de
lo
que
parecía
ser
un
ala
yacía
encima
de
lo
que
parecía
ser
una

persona.


‐ Está
muerta,
probablemente
tenga
medio
cuerpo
aplastado.

‐ Eso
no
lo
sabremos
hasta
que
lo
comprobemos.
–
Dije
mientras
el
corazón

me
palpitaba
con
fuerza.
Increíble,
yo
que
siempre
estaba
hablando
de
no

ayudar
a
nadie,
y
allí
estaba,
emocionado
por
la
posibilidad
de
que
aquella

persona
siguiera
con
vida.

Me
 aproximé
 a
 la
 pieza
 y
 metí
 la
 cabeza
 debajo.
 Era
 una
 muchacha
 de
 cabello

largo
y
rubio.
Se
encontraba
silenciosa
tendida
boca
arriba
con
los
ojos
cerrados.

¡Tenía
 un
 aspecto
 demasiado
 angelical
 para
 estar
 muerta!
 Desplacé
 mi
 dedo

debajo
de
su
nariz
y
¡sorpresa!


‐ ¡Respira!
–
Grité
con
fuerzas
y
la
escéptica
de
mi
compañera
se
aproximó

andando
rápidamente
aunque
cojeando
ligeramente.

Metí
 la
 mano
 debajo
 del
 ala
 y
 traté
 de
 palpar
 con
 cuidado
 a
 ver
 si
 detectaba
 el

punto
que
había
aprisionado
a
la
chica
pero
parecía
no
estar
siquiera
bloqueada.

El
milagro
era
aun
mayor,
la
pieza
había
caído
encima
de
tal
forma
que
la
había

cubierto
sin
dañarla.
Un
poco
más
arriba
o
más
abajo,
incluso
a
la
derecha
o
a
la

izquierda
 y
 probablemente
 habría
 cercenado
 algún
 miembro
 de
 la
 joven
 o

incluso
la
habría
matado.

Estiré
del
cuerpo
de
la
chica
y
la
extraje
de
su
prisión
mientras
esta
parecía
estar

sumida
en
un
profundo
letargo.


‐ Chico,
los
milagros
no
existen.

‐ Habló
un
ciego.
–
Repliqué
molesto
por
la
estupidez
que
acababa
de
decir

Elisabeth.

Le
 pedí
 a
 Elisabeth
 que
 se
 quedase
 al
 cuidado
 de
 ella
 mientras
 yo
 seguía

buscando
 supervivientes.
 Pero
 mi
 labor
 finalizó
 pronto.
 Los
 milagros
 se
 habían

acabado.


Cuando
 volví,
 la
 joven
 había
 despertado,
 aunque
 tenía
 muy
 mala
 cara.
 Era
 una

chica
bastante
joven,
estimé
que
rondaría
mi
edad.
Poseía
un
cabello
rubio
y
liso,

que
caía
hasta
sus
hombros
abrazando
una
faz
de
delicadas
facciones
iluminadas

por
un
color
de
ojos
semejante
a
la
miel.

‐ Hola,
me
llamo
Franz
D.
Drakkan,
encantado.

‐ Yo
 soy
 Amy.
 Muchas
 gracias
 por
 ayudarme.
 –
 Amy
 tenía
 un
 tono
 de
 voz

dulce.
 Parecía
 la
 típica
 chica
 de
 buena
 familia:
 bien
 educada,
 bien

parecida,

y
de
aspecto
delicado.
De
altura
media
y
cuerpo
delgado.
Justo

al
 contrario
 que
 Elisabeth,
 que
 poseía
 un
 cuerpo
 que
 en
 general
 sería

catalogado
como
“de
infarto”,
aun
a
pesar
de
llevar
la
ropa
que
llevaba.

Si
he
de
ser
sincero,
probablemente
habría
sido
lo
que
me
habría
llevado
a
una

isla
 desierta,
 a
 aquellas
 dos
 chicas.
 Aunque
 la
 viuda
 negra
 tenía
 una
 carácter

bastante
desagradable.


‐ ¿Cómo
te
encuentras
Amy?

‐ Pues
muy
mareada.
Me
quedé
dormida
en
el
avión.
Yo
nunca
me
duermo

en
 los
 aviones,
 pero
 me
 quedé
 dormida
 y
 he
 desperado
 aquí,
 con
 un

mareo
horrible.
–
Respondió
la
chica.

‐ Sí,
a
los
tres
nos
ha
pasado
lo
mismo.
Pero
no
es
momento
de
especular

sobre
el
porqué,
¿verdad
Eli?

‐ Primero,
no
me
llames
así.
Segundo,
no
sirve
de
nada
que
especulemos,
yo

propongo
 que
 mejor
 busquemos
 alguna
 casa
 de
 campo
 por
 aquí
 cerca
 y

solicitemos
indicaciones
para
saber
primero
dónde
estamos.
Y
a
partir
de

ahí
decidamos
qué
hacer.


Así
que
dicho
esto,
nos
pusimos
en
marcha
y
comenzamos
a
andar
en
dirección
a

la
 arboleda
 próxima
 a
 nuestra
 ubicación.
 El
 tiempo
 era
 normal,
 con
 una

temperatura
 algo
 fría
 pero
 no
 especialmente
 desagradable.
 Lo
 que
 me

preocupaba,
 si
 cabe,
 era
 el
 cielo,
 que
 comenzaba
 a
 parecer
 el
 típico
 de
 una

tromba.

Mientras
 caminábamos
 los
 tres
 nos
 encontrábamos
 en
 silencio,
 lo
 cual
 era

particularmente
aburrido.
Así
que
decidí
romper
el
silencio:

‐ ¡Lo
tengo!
–
Dije
mirando
hacia
Elisabeth.

‐ ¿El
qué?

‐ ¿No
te
gusta
que
te
llamen
Viuda
Negra,
verdad?

‐ No
me
gusta
en
absoluto.

‐ Porque
 es
 demasiado
 largo,
 ¿verdad?
 Pues
 he
 decidido
 acortarlo.
 ¿Cómo

prefieres
que
te
llame,
“viuda”
o
“negra”?


Elisabeth
 se
 detuvo
 y
 me
 miró
 con
 expresión
 malhumorada,
 mientras
 que
 Amy

comenzó
a
reírse
tímidamente.


‐ Tú
eres
tonto.
¿Verdad?

‐ ¿Es
una
pregunta
trampa?

Elisabeth
 meneó
 la
 cabeza
 en
 señal
 de
 desaprobación
 y
 seguimos
 caminando
 a

través
 de
 lo
 que
 parecía
 un
 sendero
 que
 atravesaba
 la
 bosqueja
 en
 cuestión.

Estábamos
 caminando
 sin
 rumbo,
 pero
 el
 hecho
 de
 existir
 un
 sendero,
 aunque

éste
estaba
bastante
desdibujado,
era
una
buena
señal.


‐ Oye,
negra,
tengo
una
pregunta.

‐ Si
me
vuelves
a
llamar
negra,
te
empezaré
a
llamar
“basura”.
Si
mi
color
de

piel
 fuera
 negro,
 y
 no
 blanco,
 te
 daría
 una
 paliza
 por
 racista.
 Quedando

esto
claro,
¿cuál
es
tu
pregunta?

‐ Siempre
he
tenido
la
duda
de
si
son
reales
u
operadas.
–
Dije
apuntando

con
mi
dedo
a
su
pecho.
–
Son
demasiado
grandes
para
tu
cuerpo
delgado.

La
cara
de
Amy
se
convirtió
en
algo
así
como
de
miedo
y
desconcierto,
mientras

que
Elisabeth
sonrió
malignamente.

‐ ¿Quieres
verlas?
–
Preguntó
Elisabeth
dejándome
de
piedra…

‐ Sí,
¿por
qué
no?

‐ Pues
tal
vez
esta
noche…
¡En
tus
sueños!

Zas,
en
toda
la
boca.
No
tenía
nada
que
responder
al
respecto,
así
que
decidimos

seguir
 andando
 en
 busca
 de
 la
 casa
 de
 campo
 que
 nos
 habíamos
 propuesto

encontrar,
 aunque
 tampoco
 queríamos
 separarnos
 demasiado
 del
 lugar
 del

accidente,
puesto
que
tarde
o
temprano
vendrían
a
recogernos.


La
arboleda
se
hizo
algo
más
espesa
por
momentos,
pero
el
descuidado
camino

se
 mantenía,
 aunque
 en
 ocasiones
 era
 especialmente
 complicado
 seguir
 su

rastro.

Finalmente
llegamos
a
un
claro
a
partir
del
cual
el
pequeño
bosque
comenzaba
a

deshacerse.

‐ Estoy
agotada.
–
Dijo
Amy

‐ Pero
si
no
hemos
andado
nada…

‐ Yo
tampoco
lo
entiendo,
pero
estoy
que
me
falta
el
aire.

‐ De
cualquier
modo…
¡Mirad
eso!

Y
 lo
 que
 estábamos
 buscando
 surgió
 ante
 nosotros.
 Al
 final
 de
 la
 arboleda

emergía
 un
 pueblo
 de
 entre
 una
 ligera
 neblina,
 recortado
 sobre
 un
 cielo
 gris

nublado
que
oscurecía
notablemente
el
paisaje.


Parecía
 un
 pueblucho
 de
 estos
 perdidos,
 de
 montaña,
 donde
 puedes
 encontrar

amables
 pueblerinos
 y
 gente
 menos
 contaminada
 por
 el
 germen
 de
 la
 sociedad

actual.

‐ Tienes
una
flor
en
el
culo,
viuda.

‐ Antes
de
que
nos
separemos
recuérdame
que
te
de
un
buen
puñetazo.
–

pero
incluso
en
sus
palabras
se
notaba
un
deje
de
alegría,
pues
en
el
fondo

de
nuestros
corazones
sospechamos
que
nos
llevaría
tiempo
encontrar
un

pueblo
 o
 una
 casa
 de
 campo
 donde
 encontrar
 información
 y
 empezar
 a

movernos
para
adelantar
nuestro
rescate.

Anduvimos
 calmadamente
 pero
 a
 un
 ritmo
 decente
 hasta
 la
 entrada
 del

pueblucho.
 De
 cerca
 se
 veía
 algo
 dejado
 y
 destartalado,
 y
 hasta
 cierto
 punto

pobre.

Las
 casas
 parecían
 haber
 sido
 construidas
 por
 personas
 no
 muy
 duchas
 en
 la

albañilería,
y
en
la
mayoría
de
los
casos
el
acabado
era
en
ladrillo
visto.

Algo
que
me
sorprendió,
y
es
que
aun
a
pesar
de
estar
especialmente
nublado
el

día,
 no
 parecía
 ser
 especialmente
 tarde,
 y
 sin
 embargo,
 todo
 parecía
 yermo,

desértico,
inerme…

‐ O
aquí
la
gente
se
va
a
dormir
muy
pronto,
o…

‐ O
te
callas…

‐ ¿A
qué
viene
esa
agresión?

La
viuda
negra
me
miró
con
cara
de
maligna
felicidad.

‐ Es
que
creo
que
he
descubierto
un
nuevo
hobby.
–
Explicó
la
viuda
negra.

‐ Me
encanta
ser
el
hobby
de
chicas
guapas…

‐ Gracias
por
el
piropo.
–
Replicó

‐ No
me
has
dejado
acabar
la
frase…

Amy
carraspeó
para
evitar
la
discusión
de
lo
que
parecían
dos
niños
pequeños.

¡Me
encanta,
siempre
consigo
que
la
gente
se
ponga
a
mi
nivel!

‐ Perdón
por
interrumpir,
pero
deberíamos
buscar
a
alguien
del
pueblo,
y

yo
no
veo
a
nadie.

Pues
 no,
 la
 verdad
 es
 que
 nadie
 rondaba
 por
 las
 calles.
 Parecía
 un
 pueblo

fantasma.
Pero
decidimos
no
darnos
por
vencidos
y
nos
aproximamos
a
la
puerta

de
la
primera
casa
situada
en
la
dirección
de
nuestra
trayectoria.


La
 puerta
 tosca
 y
 de
 madera
 crujió
 cuando
 la
 golpeé
 sucesivas
 veces
 con
 mis

nudillos,
pero
por
más
que
esperamos
no
salió
nadie.


‐ Estupendo,
un
pueblo
fantasma.
–
Murmuré
disgustado.

‐ ¡Te
sentirás
como
en
casa!
–
Apostilló
Elisabeth.

Decidí
 ignorar
 su
 comentario
 y
 seguí
 golpeando
 la
 puerta
 hasta
 que
 ésta

misteriosamente
 cedió.
 Al
 principio
 pensé
 que
 la
 había
 abierto
 alguien,
 pero

luego
 me
 di
 cuenta
 de
 que
 simplemente
 había
 cedido
 luego
 de
 un
 crujir

proveniente
de
madera
en
estado
de
putrefacción.

‐ Propongo
entrar.
–
Dije
y
me
adentré
sin
esperar
respuestas.

‐ ¡¿Pero
y
si
vienen
los
dueños?!
–
Habló
alzando
el
tono
de
voz
Amy.


Elisabeth
dio
una
palmada
en
la
espalda
de
la
otra
muchacha
y
entró
dejándola

fuera.


Un
 olor
 bastante
 desagradable
 poblaba
 el
 interior.
 Parecía
 que
 no
 hubiesen

sacado
la
basura
en
un
mes,
o
que
hubiese
un
cadáver
en
muy
mal
estado,
y
sin

embargo
la
casa
parecía
razonablemente
limpia.

Según
 se
 abría
 la
 puerta
 principal
 se
 accedía
 directamente
 a
 un
 comedor

reducido
a
una
mesa
central
de
madera
vestida
con
un
mantel
rojo
y
blanco
que

caía
 por
 la
 ladera
 de
 la
 misma
 y
 era
 empujado
 hacia
 el
 eje
 central
 por
 sillas

toscamente
talladas
en
semejante
material
al
de
la
mesa.

‐ Huele
fatal…
‐
Dijo
la
más
joven
de
las
chicas
tapándose
la
nariz.

‐ Ahora
 es
 cuando
 la
 viuda
 me
 pregunta
 que
 desde
 cuándo
 no
 me
 lavo.
 –

Dije.

‐ Chiste
fácil…
‐
Respondió
ella
haciendo
una
desagradable
mueca.

El
hall/salón
de
la
casa
colindaba
con
dos
salas
más,
una
de
ellas
adyacentes,
a

través
de
una
puerta
de
madera
carcomida,
mientras
que
a
la
otra
sala
se
accedía

por
mediación
de
unas
destartaladas
escaleras.

‐ Inspecciona
la
sala
de
al
lado,
yo
subiré
a
arriba.
–
Le
dije
a
la
viuda
negra,

pero
 evidentemente
 hizo
 justo
 lo
 contrario
 de
 lo
 que
 yo
 le
 dije.
 ‐
 ¿Te

importa
mirarla
a
ti
Amy?

Amy
 parecía
 ligeramente
 asustada,
 en
 su
 cara
 se
 dibujaba
 un
 gran
 “sí
 me

importa”
 aunque
 en
 sus
 ojos
 se
 marcaba
 la
 preocupación
 de
 no
 querer
 parecer

una
cobarde.

Finalmente
accedió
asintiendo
con
la
cabeza,
mientras
Elisabeth
y
yo
subimos
al

piso
de
arriba.


Este
 se
 encontraba
 poblado
 únicamente
 por
 un
 par
 de
 muebles
 situados
 en
 las

inmediaciones
 de
 las
 ventanas.
 Estos
 muebles
 parecían
 contener
 numerosos

instrumentos
 de
 caza,
 de
 entre
 los
 cuales
 destacaba
 una
 escopeta
 y
 unos

prismáticos,
totalmente
cubiertos
de
polvo.

Tomé
la
escopeta
de
cañón
recortado,
la
abrí
y
tal
y
como
me
esperaba,
no
tenía

balas.
Rebusqué
en
los
cajones
de
los
muebles
de
la
habitación
pero
ninguno
de

ellos
encontré
munición.

‐ ¿Para
qué
quieres
una
escopeta?

‐ ¿Quién
sabe?
¿Animales
salvajes
por
ejemplo?

‐ Pues
 nada,
 tendrás
 que
 conformarte
 con
 verlos
 de
 lejos
 con
 los

prismáticos
y
huir
a
tiempo.
–
Dijo
sonriente
Elisabeth.


Hablando
de
los
prismáticos,
los
tomé
sin
muchas
esperanzas,
pensando
que
era

probable
 que
 estuvieran
 rotos,
 y
 miré
 a
 través
 de
 la
 ventana
 para
 probarlos.

Súbitamente
 mi
 corazón
 se
 encogió
 de
 alegría
 cuando
 vi
 un
 grupo
 de
 personas

que
 parecía
 estar
 llegando
 al
 pueblo
 por
 el
 extremo
 opuesto
 al
 que
 habíamos

entrado.

Mi
cambio
de
expresión
fue
tan
fuerte
que
Elisabeth
lo
detectó.


‐ ¿Qué
has
visto?

‐ ¡Personas….
Muchas
personas!

‐ Es
genial…
‐
Dijo
entusiasmada
la
mujer
pero
rápidamente
mi
semblante

cambió
de
nuevo
tan
bruscamente
que
se
calló
de
golpe.


La
respiración
se
me
acabó
por
momentos,
la
vista
se
me
nubló
por
una
subida

de
 sangre
 inesperada
 a
 la
 cabeza
 y
 las
 piernas
 comenzaron
 a
 temblarme.
 Solté

los
prismáticos
al
suelo
y
me
esforcé
por
respirar
puesto
que
me
resultaba
casi

imposible.


‐ ¿Qué
pasa?
¡¿QUÉ
PASA?!
¡Contéstame!
–
Me
preguntaba,
pero
como
en
un

sueño,
 en
 una
 pesadilla,
 quería
 hablar
 pero
 era
 incapaz
 de
 articular

palabra.

‐ ¡Los
…
los
los…
aldeanos!
Los
aldeanos
llevan…

Elisabeth
tomó
rápidamente
del
suelo
los
prismáticos
y
vi
como
su
tono
de
piel

se
tornó
completamente
blanco.
Los
aldeanos
estaban
ya
prácticamente
en
mitad

del
 pueblo,
 y
 varios
 de
 ellos
 llevaban
 arrastrando
 lo
 que
 parecían
 cadáveres

humanos.

‐ Llevan…
¿una
persona
partida
…
por
la
mitad?
–
Pregunté.

Elisabeth
asintió
con
la
cabeza
al
tiempo
que
un
grito
de
Amy
se
escuchaba
en
el

piso
inferior.
Un
grito
que
congelaría
la
sangre
hasta
a
la
persona
más
insensible.

‐ Va…vámonos…
¡vámonos
de
aquí!
–
Grité
y
tomando
a
Elisabeth
del
brazo

bajé
las
escaleras
lo
más
rápido
que
pude.

Amy
se
encontraba
como
petrificada
tratando
de
respirar
con
fuerza.
No
sé
qué

habría
 visto
 en
 la
 otra
 habitación,
 pero
 tampoco
 quise
 imaginarlo.
 Supe
 que

nuestra
única
oportunidad
de
vivir
era
salir
por
la
puerta
antes
de
que
llegaran

los
aldeanos,
pero
ya
era
demasiado
tarde.
La
puerta
de
la
casa
se
abrió,
y
ante

nosotros
se
presentaron
un
hombre
y
una
mujer
de
avanzada
edad,
de
ojos
de
un

brillante
 color
 añil,
 pero
 absolutamente
 muertos
 e
 inexpresivos.
 Por
 unos

segundos
se
hizo
el
silencio,
pero
luego,
uno
de
ellos
habló…

‐ ¿Invitados?
–
Preguntó
la
mujer
mayor
sin
parpadear.

‐ Sí,
 son
 invitado,
 parece…
 
 ‐
 Replicó
 el
 hombre
 sin
 ninguna
 clase
 de

sentimiento
en
sus
palabras.

‐ ¿Os
 vais
 a
 quedar
 a
 cenar?
 –
 Dijo
 la
 mujer,
 y
 pude
 captar
 un
 destello
 de

maliciosa
felicidad.
Sentí
como
el
gozo
de
un
predador
que
ha
acorralado

a
su
presa.

No
 sabía
 qué
 decir,
 qué
 hacer.
 Amy
 trataba
 de
 sonreír
 mientras
 las
 lágrimas
 le

caían
mejillas
abajo,
al
tiempo
que
Elisabeth
estaba
completamente
paralizada.

‐ Sí…
 nos…
 nos….
 Nos
 quedaremos.
 –
 Tartamudeé,
 mientras
 escuchaba
 a

Amy
murmurar
a
regañadientes
un
“no..no..no..no..no..no..no”
que
no
tenía

fin.

‐ Poneos…
cómodos,
sentaos...
–
Dijo
el
hombre
sonriendo
con
su
boca
pero

con
 sus
 ojos
 inexpresivos,
 mientras
 se
 acercaba
 a
 nosotros,
 y
 nosotros

dábamos
pasos
para
alejarnos
de
él.


Pero
lo
que
más
me
encogió
el
corazón,
fue
que
tras
la
puerta
de
entrada
de
la

casa,
el
terrible
rugir
de
una
motosierra
comenzó
a
sonar.
Probablemente
todos

los
habitantes
del
pueblo
estaban
acechando
detrás
de
aquella
puerta.
Todos
con

aquellos
terribles
y
muertos
ojos,
de
un
brillante
color
añil.


FIN
DE
CAPÍTULO.
Próximo
Capítulo:
“EL
PUEBLO
SIN
OJOS”

CAPÍTULO II

“EL PUEBLO SIN OJOS”


Si
de
algo
no
cabía
duda
era
de
que
estaban
emboscándonos.
Querían
asegurarse

de
 que
 no
 huíamos,
 por
 eso
 no
 habían
 entrado
 alocadamente
 aquellos
 que

aguardaban
fuera,
para
evitar
que
tuviéramos
alguna
oportunidad
de
escapar,
y

si
me
quedaba
alguna
duda,
lo
que
sucedió
a
continuación
me
lo
confirmó.

El
 hombre
 de
 avanzada
 edad
 con
 aspecto
 de
 granjero
 seguía
 aproximándose
 a

nosotros,
 aun
 cuando
 la
 mujer
 ya
 había
 desaparecido
 por
 la
 otra
 puerta,
 para

preparar
la
supuesta
cena.


‐ Por
 
 favor,
 tomad
 asiento,
 tomad
 asiento…
 ‐
 Dijo
 en
 tono
 de
 fingida

amabilidad.

‐ No…
 importa,
 esperaremos
 un
 poco
 de
 pie…
 ‐
 Intenté
 decir
 para
 poder

mantenernos
 cerca
 de
 nuestra
 única
 vía
 de
 escape:
 la
 escalera
 al
 piso

superior.

‐ ¡HE
DICHO
QUE
OS
SENTÉIS!
–
Gritó
de
forma
tan
agresiva
e
inesperada

que
nos
cortó
la
respiración
por
momentos.


Al
 grito
 siguió
 un
 silencio,
 tan
 solo
 alterado
 por
 el
 constante
 murmullo
 de
 la

motosierra
que
se
escuchaba
tras
la
puerta.

Nos
sentamos
en
torno
a
la
mesa
mientras
el
hombre
se
colocaba
en
la
escalera

sin
perdernos
de
vista,
bloqueando
nuestro
único
camino
de
salida.
Parecía
como

si
 sintieran
 un
 profundo
 odio
 hacia
 nosotros,
 tal
 clase
 de
 odio
 que
 tenían
 que

evitar
 de
 cualquier
 modo
 que
 sobreviviéramos,
 y
 lo
 cierto
 es
 que
 la
 cosa
 se

complicaba.

Amy
sollozaba,
mientras
que
Elisabeth
parecía
calmada,
pero
si
te
fijabas
en
sus

manos,
 éstas
 temblaban.
 Por
 mi
 parte,
 puede
 parecer
 que
 estaba
 analizando

fríamente
 la
 situación,
 pero
 mi
 corazón
 golpeaba
 con
 tanta
 fuera
 mi
 pecho
 que

me
dolía.

Pasaban
los
segundos
y
un
sonido
más
se
unió
a
la
lucha
contra
el
mutismo.
El

burbujear
 del
 aceite
 hirviendo
 al
 contacto
 con
 lo
 que
 quiera
 que
 fuese
 aquello

que
nos
querían
dar
de
comer.

‐ Es
…
es…
carne
humana…
‐
Me
aseguró
Amy
balbuceando
en
un
tono
de

voz
casi
imperceptible.

Se
me
revolvió
el
estómago
sólo
de
pensarlo,
pero
me
preocupaba
casi
más
que

aquella
 carne
 estaría
 envenenada
 con
 toda
 certeza,
 y
 a
 juzgar
 por
 el
 odio
 que

parecían
 sentir
 hacia
 nosotros,
 probablemente
 sería
 un
 veneno
 débil
 que
 nos

dejaría
 adormecidos,
 para
 poder
 divertirse
 con
 nosotros
 a
 placer.
 Eran
 sólo

especulaciones,
pero
las
piernas
me
temblaban.


Observé
 al
 hombre
 de
 la
 escalera.
 Miraba
 hacia
 nosotros
 sin
 expresión
 alguna,

parecía
 un
 autómata
 de
 ojos
 añil,
 sin
 embargo
 respiraba
 y
 parecía
 que
 lo
 hacía

con
 dificultades.
 Tal
 vez
 la
 edad,
 junto
 a
 al
 grito
 estertóreo
 para
 que
 nos

sentáramos
lo
había
extenuado.


Maldita
sea,
el
tiempo
pasaba
y
no
se
me
ocurría
nada
que
hacer.

‐ Por
 favor,
 por
 favor,
 por
 favor….ayuda…
 ayuda…
 –
 Sollozaba
 Amy

llenando
el
mantel
de
lágrimas.
Realmente,
me
conmovió.

En
aquel
momento
me
puse
en
pie.
Tomé
aire
ante
la
mirada
atónita
de
Elisabeth

y
 Amy,
 y
 me
 dirigí
 con
 paso
 calmado
 a
 la
 posición
 donde
 se
 encontraba
 el

hombre.

Los
pasos
resonaron
en
toda
la
sala,
o
al
menos
en
mi
imaginación
mientras
mi

vista
se
nublaba
de
nuevo
por
la
acumulación
de
sangre
en
mi
cabeza.
El
hombre

seguía
 respirando
 con
 dificultades,
 y
 manteniendo
 esa
 inexpresividad
 en
 sus

ojos,
aunque
estoy
seguro
de
que
en
su
fuero
interno
también
sintió
confusión.

Pero
eso
jamás
lo
averiguaría.

Me
lancé
contra
él
abrazándolo
con
fuerza,
llevando
su
cabeza
contra
mi
pecho,

cerrando
 completamente
 su
 boca
 para
 que
 no
 pudiera
 gritar…
 ni
 respirar.
 El

forcejeo
 fue
 brutal
 y
 la
 sensación
 terrible,
 de
 sentir
 que
 estaba
 asesinando
 a

alguien.
 Y
 no
 sólo
 era
 un
 asesinato,
 sino
 que
 sentía
 su
 fuerza
 vital
 extinguirse

mientras
 los
 espasmos
 recorrían
 su
 cuerpo
 convulsionándolo
 en
 el
 intento
 de

salvar
su
vida,
de
tomar
una
bocanada
de
aire.

Sus
 uñas
 se
 clavaron
 en
 mis
 brazos
 desgarrándome
 la
 piel
 a
 través
 de
 mi

cazadora,
 brotando
 de
 ésta
 hilos
 de
 sangre
 mientras
 un
 intenso
 dolor
 recorría

mis
extremidades.
Una
convulsión
más,
que
casi
me
tira
al
suelo,
y
sin
embargo

me
 mantuve
 firme
 como
 pude.
 Fue
 un
 momento
 largo,
 elástico
 y
 terrible,
 un

antes
 y
 un
 después
 en
 mi
 existencia.
 La
 vida
 de
 aquella
 persona
 se
 había

extinguido
entre
mis
brazos
tras
un
sufrimiento
horrendo,
me
sentí
sucio,
pero

no
había
tiempo
para
lamentaciones,
era
el
momento
de
huir.

El
cadáver
cayó
al
suelo,
y
acto
seguido
me
giré
hacia
mis
dos
compañeras
y
les

hice
 un
 gesto.
 Los
 ojos
 de
 Amy
 estaban
 casi
 fuera
 de
 sus
 órbitas
 y
 ella

completamente
 petrificada,
 mientras
 que
 Elisabeth
 parecía
 más
 serena
 pero

ampliamente
desconcertada.

Corrimos
escaleras
arriba
tratando
de
hacer
el
menor
ruido
posible.
Me
asomé
a

la
 ventana
 de
 la
 pared
 frontal
 de
 la
 casa
 y
 pude
 ver
 al
 grupo
 de
 aldeanos
 que

aguardaban
en
la
puerta
alguna
clase
de
señal.

‐ ¡Joder…
 jooooder!
 –
 Exclamó
 la
 viuda
 negra
 en
 un
 tono
 un
 poco
 más

fuerte
de
lo
que
habría
debido.

‐ ¡Tenemos
que
saltar
por
la
otra
ventana!

‐ ¡¿Pero
tú
has
visto
lo
que
hay
ahí
abajo?!

En
el
piso
superior
había
dos
ventanas,
una
situada
en
el
muro
frontal
de
la
casa

y
otra
en
una
de
las
paredes
laterales.

‐ Tendremos
que
saltar
por
la
lateral
y
escondernos.

‐ ¡Está
jodidamente
alto!
–
Se
quejó
Elisabeth.

Ignoré
 a
 Elisabeth
 y
 con
 cuidado
 abrí
 la
 ventana
 del
 lateral.
 Acto
 seguido
 me

asomé
y
vi
el
suelo
de
tierra,
a
unos
buenos
metros
debajo
de
la
ventana.
Sería
un

golpe
duro,
aunque
otra
opción
habría
sido
saltar
sobre
la
maleza
y
hierbajos
que

crecían
 en
 la
 parte
 posterior
 de
 la
 casa,
 pero
 podría
 clavarme
 alguna
 rama,
 y

cortarme
 o
 infectarme
 más
 las
 heridas
 de
 mis
 brazos.
 Así
 que
 finalmente,
 sin

pensármelo
demasiado
salté
al
suelo
de
tierra.

La
caída
no
fue
del
todo
mala;
aun
así
un
intenso
dolor
me
recorrió
el
cuerpo
de

los
 pies
 a
 cabeza,
 incluso
 una
 fuerza
 punzada
 hizo
 que
 mi
 mandíbula
 se

estremeciera.
Intenté
ponerme
de
pie
pero
fue
en
vano.
¡Mierda!
No
podía
andar.


Había
 sido
 un
 salto
 absurdo.
 Me
 giré
 sobre
 mí
 mismo
 y
 le
 hice
 una
 seña
 a

Elisabeth
 para
 que
 no
 saltara.
 Tendrían
 que
 encontrar
 otra
 forma
 de
 huir,
 era

imposible
no
lesionarse
en
el
salto,
y
tarde
o
temprano
los
furiosos
aldeanos
me

encontrarían.
 Maldije
 para
 mis
 adentros
 y
 recé
 para
 que
 los
 campesinos
 de
 la

entrada
de
la
casa
no
hubieran
escuchado
el
sonido
que
hice
al
caer.


Rápidamente,
 ante
 la
 mirada
 de
 miedo
 de
 Seale,
 me
 arrastré
 hasta
 la
 densa

maleza
y
me
oculté
lo
mejor
que
pude.
Necesitaba
recuperarme
antes
de
huir,
de

otro
modo
tendría
que
arrastrarme
hasta
la
salida
del
pueblo
y
con
toda
certeza

me
pillarían.
Desde
la
maleza
me
despedí
de
Elisabeth
y
Amy.


Súbitamente,
un
salvaje
grito
de
rabia
y
dolor
emergió
del
interior
de
la
casa.
El

grito
 se
 repitió
 varias
 veces,
 era
 de
 la
 mujer
 que
 estaba
 preparando
 la
 comida.

Posiblemente
 habría
 encontrado
 el
 cadáver
 de
 su
 marido.
 A
 las
 dos
 chicas
 del

interior
de
la
casa
se
les
había
acabado
el
tiempo.

El
rugir
de
la
motosierra
se
aceleró
por
momentos,
mientras
que
una
algarabía
se

formó
 en
 las
 inmediaciones
 de
 la
 casa:
 estaban
 entrando.
 En
 la
 ventana,
 aun
 a

pesar
de
la
oscuridad
de
la
habitación,
pude
distinguir
la
silueta
de
la
mujer
con

un
cuchillo
carnicero.

Mientras
 tanto,
 en
 el
 interior
 de
 la
 habitación
 Amy
 y
 Elisabeth
 se
 habían

escondido
 detrás
de
una
 de
 las
estanterías
 y
 contemplaban
 con
horror
 cómo
la

mujer
 se
 encontraba
 en
 el
 piso
 superior
 y
 poco
 a
 poco
 el
 resto
 de
 los
 aldeanos

estaban
subiendo
las
escaleras.

Amy
 estaba
 al
 borde
 de
 perder
 la
 conciencia,
 se
 encontraba
 tan
 pegada
 a

Elisabeth
 que
 casi
 eran
 una
 persona
 en
 lugar
 de
 dos.
 Sus
 latidos
 del
 corazón

aumentaban
 en
 crescendo
 casi
 de
 forma
 sincronizada,
 mientras
 contenían
 la

respiración
hasta
el
borde
de
lo
insano.

Todo
parecía
ya
perdido,
cuando
la
mujer
del
cuchillo
gritó:


‐ ¡POR
LA
VENTANA!
¡
ESTÁ
ABIERTA!

Y
 la
 reacción
 fue
 rápida,
 todos
 los
 enloquecidos
 corrieron
 escaleras
 abajo
 para

perseguir
a
los
que
“supuestamente”
habían
huido
por
la
ventana.


Cuando
 escuché
 el
 grito
 maldije
 con
 todas
 mis
 fuerzas,
 puesto
 que
 si

inspeccionaban
la
maleza
en
la
que
me
ocultaba
me
encontrarían.
Pero
como
no

podía
moverme
casi
nada,
simplemente
aguardé.

Varios
aldeanos
pasaron
por
al
lado
mía
corriendo,
probablemente
suponían
que

estaríamos
intentando
salir
del
pueblo,
pero
por
suerte
ninguno
se
percató
de
mi

presencia.
Al
menos
por
el
momento
el
peligro
parecía
haber
pasado.

***

Debieron
pasar
unas
dos
o
tres
horas
durante
las
cuales
no
me
había
movido
de

mi
posición,
me
encontraba
agotado,
muerto
de
frío
y
dolorido
tanto
de
piernas

como
brazos.
Probablemente
Amy
y
Elisabeth
ya
habrían
huido.
Yo,
por
mi
parte,

pretendía
 esperar
 hasta
 que
 pasaran
 una
 o
 dos
 horas
 sin
 ninguna
 clase
 de

movimiento.
Entonces
trataría
de
arrastrarme
fuera
del
pueblo
y
alejarme
lo
más

posible.

No
obstante,
algo
me
sacó
de
mis
cavilaciones.
Súbitamente
dos
pares
de
piernas

aparecieron
al
lado
de
la
maleza
y
yo
casi
muero
de
un
ataque
al
corazón,
o
dos…

‐ Chico,
¿estás
bien?
–
Susurró
la
inconfundible
voz
de
Elisabeth.

‐ ¿Eli?

‐ Vamos,
todo
el
mundo
parece
estar
durmiendo.

‐ No
puedo
moverme,
quiero
decir,
andar…
me
he
hecho
daño
en
la
pierna.

Largaos,
no
sé
por
qué
habéis
venido
a
buscarme..
No
necesito
ayuda
de

nadie.
–
Repliqué
en
voz
baja.

‐ Amy,
 ayúdame
 a
coger
 a
Franz…
‐
Solicitó
 ignorando
 absolutamente
mis

palabras
‐
¡Joder,
rápido!

Pero
la
joven
dio
un
paso
atrás
y
gesticuló
efusivamente
con
su
cabeza
en
señal

de
negación.

‐ No
pienso
ayudar
a
un
asesino.


La
 verdad
 es
 que
 fue
 una
 puñalada
 que
 me
 alcanzó
 el
 corazón.
 ¿Se
 me
 podía

llamar
 ahora
 asesino?
 Era
 duro,
 la
 verdad,
 pero
 tal
 vez
 me
 preocupara
 cuando

saliera
 del
 pueblo,
 ahora
 no
 era
 momento.
 No
 obstante,
 lo
 que
 sucedió
 a

continuación
fue
sorprendente.
Elisabeth
se
dirigió
a
Amy,
la
miró
a
los
ojos
y
de

una
bofetada
le
giró
la
cara.

‐ No
vuelvas
a
decir
una
barbaridad
así
de
la
persona
que
te
ha
salvado
la

vida.
Ayúdame
a
cogerlo
y
vámonos
de
aquí,
porque
sino
te
dejaré
sola.

La
 joven
 parecía
 en
 estado
 casi
 de
 shock.
 Era
 normal,
 dado
 todo
 lo
 que
 había

sucedido.

Se
llevó
la
mano
a
su
mejilla
dolorida,
y
no
respondió,
pero
como
una

niña
pequeña
que
había
sido
reprendida,
se
agachó
para
hacer
lo
que
la
otra
le

había
ordenado.

Entre
las
dos
consiguieron
sacarme,
y
apoyándome
en
ellas
pude
caminar
con
mi

pierna
menos
dolorida.

‐ Gracias…
muchas
gracias.


En
el
fondo
me
sentía
profundamente
agradecido
(aunque
no
quería
admitirlo)

pues
 no
 me
 habían
 abandonado;
 yo
 les
 había
 salvado
 la
 vida
 a
 ellas
 con
 mi

primer
 movimiento
 y
 ellas
 me
 habían
 devuelto
 el
 favor.
 No
 obstante,
 aun

teníamos
que
huir
de
aquel
pueblo,
y
sobrevivir
hasta
encontrar
algún
atisbo
de

civilización
no
carcomida
por
aquel
espíritu
tan
beligerante
como
asesino.

La
 noche
 era
 terriblemente
 oscura,
 la
 carencia
 de
 luna
 evidenciaba
 la
 turbia

índole
de
las
nubes
que
ennegrecían
el
cielo,
quedando
el
minúsculo
pueblo
‐
casi

urbanización
‐
únicamente
iluminado
por
anaranjadas
tonalidades
de
antorchas

y
 fuegos
 situados
 estratégicamente
 en
 los
 puntos
 clave,
 como
 eran
 la
 plaza

mayor
y
los
caminos
principales.

Todo
 se
 mantenía
 sumergido
 en
 una
 sepulcral
 quietud,
 en
 ocasiones

condimentada
 por
 un
 leve
 silbido
 de
 brisa
 acanalada.
 Esto
 era
 una
 ventaja

mientras
 nos
 desplazábamos,
 pues
 podíamos
 escuchar
 cualquier
 ruido
 y
 evitar

posibles
 emboscadas,
 aunque
 probablemente
 todo
 el
 mundo
 del
 pueblo
 se

encontraba
dormido
en
aquellos
momentos.

Mientras
caminábamos
miré
sistemáticamente
mi
reloj,
pero
seguía
roto,
puede

distinguir
la
sangre
reseca
en
mis
manos,
al
tiempo
que
un
escalofrío
recorría
mi

espalda.
Me
sentía
agotado,
con
frío
y
bastante
desanimado.
Estábamos
perdidos

en
ningún
sitio,
rodeados
de
gente
violenta
que
había
perdido
el
juicio.
El
hecho

de
que
estuviéramos
a
salvo
por
ahora
no
significaba
nada.


Salimos
del
pueblo
por
el
extremo
opuesto
del
que
habíamos
entrado,
a
través
de

otro
pequeño
bosque.
Y
avanzamos
torpemente
por
sus
entrañas,
hasta
que
llegó


un
momento
en
el
que
llegué
al
límite
de
agotamiento,
mis
ojos
se
cerraron…
me

desvanecí.

***

La
 tenue
 luminosidad
 de
 los
 rayos
 de
 sol
 que
 pasaban
 el
 filtro
 de
 las
 nubes

seguido
 del
 filtro
 de
 los
 árboles,
 junto
 al
 fuerte
 aroma
 a
 vegetación
 húmeda

introduciéndose
por
mis
fosas
nasales
me
despertó.


Me
 encontraba
 con
 mi
 espalda
 apoyada
 sobre
 el
 carnoso
 tronco
 de
 un
 árbol

mientras
 que
 las
 dos
 chicas
 estaban
 absolutamente
 pegadas
 a
 mí,
 dado
 que
 no

teníamos
nada
con
qué
taparnos
y
el
clima
era
especialmente
frío
y
húmedo;
en

esta
posición
entre
los
tres
manteníamos
algo
el
calor
corporal.


‐ ¿En
 qué
 guarradas
 estás
 pensando
 chico?
 –
 Preguntó
 abriendo



ligeramente
los
ojos
Elisabeth.

‐ Nos
hemos
quedado
dormidos
los
tres…
¿no
es
un
poco
arriesgado?

‐ Hay
veces
que
el
cansancio
le
puede
a
uno…
de
hecho
tú
fuiste
el
primero

en
 caer.
 –
 Respondió
 Elisabeth
 incorporándose.
 –
 Dios
 mío,
 lo
 que
 daría

por
una
duchita
de
agua
caliente.
¡Qué
frío!

Amy
 seguía
 dormida
 aun
 a
 pesar
 del
 ruido
 que
 estábamos
 haciendo,
 pero

Elisabeth
decidió
que
había
que
despertarla.

‐ Tenemos
 que
 alejarnos
 más
 de
 éste
 maldito
 pueblo,
 porque
 en
 breve

comenzarán
 a
 despertar
 los
 locos
 esos.
 Por
 cierto
 ¿qué
 demonios
 fue

aquello?
¿A
qué
venía
esa
agresividad?
–
Se
extrañó
Seale.

‐ Se
 llama
 síndrome
 de
 alta
 montaña.
 Cuando
 uno
 está
 durante
 un
 largo

período
de
tiempo
aislado
en
un
sitio,
conviviendo
con
una
misma
gente,

tiene
a
desarrollar
una
personalidad
que
en
ocasiones
roza
la
sociopatía.

Elisabeth
me
miró
extrañada.


‐ ¿Te
estás
quedando
conmigo?
–
Preguntó
confusa
y
vio
como
yo
sonreía.
‐

¡Te
estás
quedando
conmigo!

‐ Sólo
un
poquito.
¿Quién
iba
a
decir
que
la
famosa
viuda
negra
era
tan
fácil

de
engañar?



La
joven
se
incorporó
y
puso
su
pie
sobre
mi
espinilla
dolorida
por
el
salto.
En

aquellos
momentos
vi
las
estrellas,
y
eso
que
todavía
era
de
día.


‐ Ahora
 hablando
 en
 serio…
 sea
 quienes
 fueran
 aquellas
 personas
 iban
 a

matarnos.
 De
 eso
 estoy
 absolutamente
 seguro.
 –
 Dije
 mientras
 soplaba

aire
caliente
a
mis
manos.

‐ Pero
 aun
 así
 no
 puedes
 quitarte
 de
 la
 cabeza
 al
 hombre
 que
 mataste,

¿verdad?

‐ Es
cierto,
la
verdad.
He
soñado
toda
la
noche
con
la
escena.

‐ No
 te
 preocupes,
 la
 primera
 vez
 que
 matas
 es
 normal,
 luego
 te

acostumbras
 y
 llega
 un
 momento
 en
 que
 es
 como
 desayunar
 por
 las

mañanas.
–
Aseguró
muy
seria
Elisabeth.

‐ ¿Qué
demonios?
¿A
cuánta
gente
has
matado?

‐ A
varios
de
mis
maridos,
¿por
qué
te
crees
que
me
llaman
la
viuda
negra?

Me
 quedé
 perplejo
 por
 un
 momento,
 ¿qué
 clase
 de
 persona
 confesaba
 sus

crímenes
con
aquella
facilidad?
Mientras
pensaba
esto,
la
viuda
negra
comenzó
a

reírse.


‐ ¿Quién
 es
 el
 ingenuo
 ahora?
 –
 Preguntó
 ella,
 evidentemente
 me
 había

tomado
el
pelo.


Desde
el
suelo,
alargué
mi
mano
para
darle
una
palmada
en
la
espalda
a
modo
de

represión,
 pero
 estaba
 demasiado
 lejos
 y
 no
 alcancé
 la
 espalda,
 con
 lo
 que
 mi

mano
cayó
hacia
abajo
y
di
la
palmada
‐
¡Sin
querer!
–
donde
no
debería
haber
la

dado:
en
su
trasero.


‐ ¡¿Pero
qué
haces
chico?!

En
vez
de
disculparme
decidí
vacilarle.

‐ Te
sacudía
el
polvo.

‐ Pues
yo
te
voy
a
sacudir…
sin
más.

Amy
se
despertó
con
nuestro
ruido.
Y
comenzó
a
estirarse
ligeramente
mientras

vaho
salía
de
su
boca.

‐ Qué
ruidosos
que
sois…
‐
Se
quejó
Amy,
y
cuando
vio
que
estaba
pegada
a

mí
 se
 separó
 rápidamente
 como
 si
 le
 quemara
 el
 contacto,
 poniéndose

seguidamente
en
pie.


Yo
también
decidí
levantarme
y
aun
a
pesar
de
sentir
un
razonable
dolor
en
mi

pierna
parecía
que
ya
podía
caminar.
Eso
sí,
todos
los
huesos
me
dolían
dada
la

terrible
humedad.

Continuamos
nuestra
marcha
en
medio
de
ningún
sitio
a
través
del
bosque,
con

la
 esperanza
 de
 abandonarlo
 y
 tener
 una
 visión
 completa
 de
 las
 inmediaciones

del
 lugar,
 teniendo
 la
 fe
 puesta
 en
 encontrar
 esta
 vez
 alguna
 casa
 o
 pueblo
 con

gente
decente.

‐ Una
pregunta
tonta.
¿Nadie
ha
traído
teléfono
móvil?

Amy
 negó
 con
 la
 cabeza
 sin
 siquiera
 mirarme,
 mientras
 que
 la
 viuda
 negra
 se

rascó
la
cabeza
y
me
dirigió
una
mirada
en
la
que
pude
leer
“no
tienes
remedio”.

Evidentemente
era
una
pregunta
casi
retórica.

Mantuvimos
 nuestro
 paso
 durante
 varios
 kilómetros
 en
 los
 que
 el
 terreno

comenzaba
 a
 serpear
 arriba
 y
 abajo,
 espesándose
 la
 vegetación
 y
 aclarándose

eventualmente,
 de
 tal
 modo
 que
 en
 ningún
 momento
 resultó
 difícil
 avanzar,

hasta
al
exterior
de
la
espesura.
Eran
pequeños
bosquecillos,
en
los
que
parecía

difícil
perderse.


Una
llanura
inmensa
se
extendía
ante
nosotros
a
la
salida
de
la
espesura,
iniciada

por
 un
 terreno
 yerto
 y
 seco,
 semejante
 a
 un
 cortafuegos,
 y
 seguido
 por
 unos

campos
de
descuidada
vegetación
y
hierbajos
de
dudosa
clase.

‐ ¡Mirad
allí!
–
Grité
en
cuanto
salimos
del
frondoso
bosque.

‐ ¡El
comienzo
de
una
carretera!

‐ Es
el
final
de
una
carretera.
–
Aseguré
y
nos
dirigimos
todo
lo
rápido
que

pudimos
al
comienzo
o
final
de
dicha
carretera,
según
se
mirara.

Tras
 aquel
 rápido
 desplazamiento
 pudimos
 ver
 otro
 pequeño
 pueblucho
 de

montaña,
 tan
 pequeño
 que
 se
 podía
 abarcar
 completamente
 de
 principio
 a
 fin

con
 la
 mirada.
 Estuve
 pensando
 en
 ponerme
 contento,
 pero
 recordé
 a
 los

habitantes
del
otro
pueblo
y
decidí
no
cantar
victoria.


‐ Esta
 vez
 podríamos
 tener
 algo
 más
 de
 cuidado
 para
 evitar
 acabar
 en
 un

caldero…
‐
Sugerí.

‐ Acerquémonos
y
observemos
con
cuidado
a
una
distancia
prudente.

Y
 así
 hicimos.
 Avanzamos
 a
 través
 de
 la
 carretera
 hasta
 llegar
 a
 las

inmediaciones
 del
 pueblo
 y
 nos
 tiramos
 en
 el
 suelo
 entre
 los
 hierbajos,
 para

observar
el
panorama
antes
de
meternos
en
la
boca
del
lobo.

Estuvimos
 en
 torno
 a
 una
 media
 hora
 observando.
 Pasado
 ese
 tiempo
 yo
 me

revolcaba
por
el
suelo
para
tratar
de
matar
el
aburrimiento.


‐ ¿Te
quieres
estar
quieto?
–
Preguntó
molesta
la
viuda
negra.

‐ Me
 aburro
 profundamente.
 No
 sé
 si
 prefiero
 acabar
 en
 un
 caldero
 antes

que
 pasar
 cinco
 minutos
 más
 mirando
 un
 pueblucho
 en
 el
 que
 no
 hay

nadie.

‐ La
última
vez
también
parecía
que
no
había
nadie
en
el
pueblo.
‐
Recordó

Amy

‐ Pues
si
hay
alguien
los
saludaré
y
luego
saldré
corriendo.
–
Dije
y
me
puse

en
 pie
 para
 dirigirme
 a
 los
 comienzos
 de
 aquella
 maltrecha
 urbe
 de

montaña.

Si
 me
 hubieran
 dicho
 que
 era
 el
 mismo
 pueblo
 duplicado
 y
 pegado
 allí
 me
 lo

habría
 creído,
 si
 bien
 es
 cierto
 de
 que
 en
 el
 otro
 no
 me
 fijé
 demasiado,
 pues

cuando
 están
 intentando
 asesinarte
 no
 se
 hace
 turismo
 adecuadamente,
 ambos

coincidían
 en
 la
 lamentable
 albañilería,
 disposición
 de
 las
 casas
 y
 aspecto

demacrado.


Las
chicas
me
siguieron
al
interior
del
pueblo
no
sin
una
marcada
preocupación.

Yo
trataba
de
parecer
tranquilo,
pero
como
se
dice
vulgarmente,
los
tenía
en
el

cuello.

Nos
 dirigimos
 andando
 a
 lo
 que
 parecía
 la
 plaza
 central
 del
 pueblo,
 donde
 se

erigía
la
construcción
más
alta
del
mismo
que
era
el
campanario
de
la
¿iglesia?,
el

cual
sin
distar
mucho
de
la
calidad
de
las
demás
construcciones,
presentaba
un

estado
bastante
más
satisfactorio,
y
en
el
que
se
notaba
puesto
más
esmero.

‐ Aquí
no
hay
nadie.
–
Aseguró
la
viuda
negra.

‐ ¿Cómo
estás
tan
segura?

‐ ¿Es
 que
 no
 tienes
 ojos?
 Por
 más
 que
 mires
 alrededor
 no
 hay
 señales
 de

vida.
Mira
los
campos,
secos,
mira
las
puertas,
carcomidas
y
apuesto
que

el
interior
de
las
casas
está
sembrado
de
polvo.

Asentí
con
la
cabeza,
no
había
ni
rastro
de
personas,
ni
tan
siquiera
de
animales.

En
el
otro
poblado
habíamos
sido
descuidados,
pero
ahí
no
había
lugar
a
dudas.


El
 viento
 comenzaba
 a
 ulular
 del
 mismo
 modo
 que
 el
 tiempo
 comenzaba
 a

encabritarse
y
algunas
gotas
de
lluvia
empezaban
a
descender
de
un
encapotado

cielo.
 Esto
 nos
 llevó
 a
 entrar
 en
 una
 de
 las
 casas.
 Decidimos
 que
 fuera
 la
 que

estaba
al
lado
de
la
iglesia,
que
daba
la
sensación
de
ser
la
más
amplia.

La
 puerta
 de
 la
 vivienda
 no
 tenía
 cerradura
 de
 ningún
 tipo
 y
 cedió
 rechinando

fuertemente
mientras
describía
el
arco
de
apertura.

Del
 interior
 manaba
 un
 fuerte
 hedor
 a
 humedad
 y
 el
 suelo
 estaba
 ligeramente

encharcado.
 El
 cubículo
 parecía
 estar
 dividido
 en
 varios
 sectores
 y
 dos
 pisos,

dichos
sectores
estaban
separados
por
arcos
abiertos
en
la
pared
de
ladrillo
visto

por
el
interior.


En
 la
 sala
 principal
 varios
 muebles
 rústicos
 se
 agolpaban
 contra
 las
 ventanas,

que
a
su
vez
habían
sido
selladas
desde
dentro
con
gruesos
tablones
de
madera.

‐ Parece
 que
 este
 pueblo
 no
 tiene
 ojos
 de
 color
 añil…
 ni
 de
 ningún
 otro

tipo…
 ‐
 Dije
 señalando
 a
 los
 tablones
 de
 madera
 que
 bloqueaban
 la

ventana.

‐ ¿Qué
 debió
 pasar?
 –
 Preguntó
 Amy
 adoptando
 una
 expresión
 triste
 de

marcada
preocupación.

‐ No
tengo
ni
idea,
pero
aquí
tuvo
que
venir
alguien
antes
que
nosotros,
o

bien
 la
 última
 persona
 que
 estuvo
 aquí
 vio
 que
 no
 servía
 de
 nada
 la

protección
y
huyó.
–
Apuntó
Elisabeth.

‐ ¿Por
qué
lo
dices?

‐ ¿Quién
 sellaría
 las
 ventanas
 y
 dejaría
 una
 puerta
 sin
 cerradura,
 sin

muebles
delante
o
sellada
del
mismo
modo
que
las
ventanas?
–
Replicó.

Buena
 observación
 aunque
 realmente
 irrelevante.
 Eso
 ahora
 no
 tenía
 mucha

importancia.

‐ Vamos
 a
 bloquear
 las
 puertas
 primero
 y
 luego
 inspeccionaremos
 la
 casa

en
 busca
 de
 comida
 y
 alguna
 información
 que
 nos
 diga
 dónde
 nos

encontramos.
–
Dijo
Elisabeth
‐
Te
encargo
lo
de
bloquear
la
puerta
chico.


Y
así
comenzó
nuestro
trabajo.
Lo
cierto
es
que
no
tenía
casi
ninguna
esperanza

de
que
 encontraran
 información
sobre
el
 lugar
en
el
 que
nos
 encontrábamos,
y

menos
comida
en
buen
estado.

Cuando
acabé
de
mover
uno
de
los
muebles
delante
de
la
puerta
me
fijé
en
mis

brazos.
 Me
 quité
 la
 chaqueta
 y
 contemplé
 las
 heridas
 que
 me
 había
 producido

aquel
 salvaje
 incluso
 a
 través
 de
 la
 ropa.
 Había
 que
 tener
 garras
 en
 lugar
 de

manos
 para
 hacer
 algo
 así.
 De
 cualquier
 modo,
 los
 cortes
 no
 parecían

especialmente
graves
pero
temía
que
se
me
hubieran
infectado;
de
todos
modos

no
 se
 me
 ocurría
 qué
 hacer
 al
 respecto,
 así
 que
 me
 volví
 a
 poner
 la
 cazadora
 y

decidí
olvidarme
por
el
momento.

Al
 poco
 tiempo
 acabaron
 de
 inspeccionar
 la
 casa
 entera.
 Miré
 a
 la
 viuda
 negra

cuando
bajaba
por
las
escaleras
pero
no
pude
leer
su
expresión
de
cara.

‐ Chico,
tenemos
buenas
y
malas
noticias.

‐ Primero
las
buenas…

Y
como
respuesta
a
eso,
me
lanzó
algo
que
atrapé
al
vuelo.


‐ Una
desert
eagle.
–
Dije
sonriente.
–
Hombre,
no
tengo
intención
de
matar

rinocerontes,
 por
 lo
 que
 habría
 preferido
 una
 beretta
 o
 una
 glock,
 pero

esto
es
mejor
que
nada.

‐ Arriba
hay
una
escopeta,
por
si
la
prefieres.

‐ No,
que
me
canso
transportándola,
además
se
me
dan
mejor
las
pistolas.

Por
cierto,
si
tuviera
munición
ya
sería
la
leche.

‐ La
hay,
a
parte
de
la
que
lleva
cargada
arriba
hay
más.

Amy
meneó
la
cabeza
en
señal
de
protesta.
La
notaba
bastante
molesta
después

del
incidente
del
pueblo
anterior,
y
las
armas
le
recordaban
al
incidente.

‐ ¿Y
la
mala
noticia?

‐ No
 hay
 comida,
 así
 que
 ábreme
 la
 puerta
 que
 esta
 tarde‐noche
 cenamos

sopa
de
hierbas
variadas.

‐ Suena
apetecible,
pero
yo
no
quiero,
gracias,
no
tengo
tanta
hambre.
–
Dije

volviendo
a
mover
el
mueble
que
había
colocado
delante
de
la
puerta.

‐ Chico,
 tú
 comerás,
 quieras
 o
 no,
 porque
 el
 alimentarse
 mal
 provoca

bajadas
de
moral,
y
no
podemos
permitirnos
eso.

‐ Sí
 mamá.
 –
 Repliqué
 mientras
 Amy
 y
 Elisabeth
 salían
 al
 exterior.
 Yo
 me

quedé
 en
 el
 interior
 y
 comencé
 a
 hurgar
 en
 la
 casa
 a
 ver
 si
 encontraba

algo
interesante.


Mientras
tanto
Amy
recolectó
agua
con
un
recipiente
que
debió
coger
del
interior

de
la
casa
mientras
Seale
arrancaba
hierbajos
par
la
deliciosa
sopa.

Yo
 por
 mi
 parte,
 después
 de
 mucho
 tiempo
 rastreando,
 encontré
 algo
 que
 me

dejó
 boquiabierto.
 En
 uno
 de
 los
 cajones,
 una
 pequeña
 libreta
 de
 tapas
 duras

contenía
 una
 portada
 interior
 que
 rezaba:
 “Diario
 de
 Kurtis
 Miles
 :
 ‐
 )”
 (sí,
 el

smiley
también
lo
tenía…)
¡Kurtis
Miles,
el
periodista
desaparecido,
estuvo
aquí!

De
 la
 alegría
 casi
 salto
 por
 la
 ventana
 para
 llegar
 hasta
 donde
 estaban
 Amy
 y

Elisabeth,
pero
me
habría
matado,
así
que
decidí
bajar
por
las
escaleras
y
correr

hasta
donde
se
encontraban.

‐ ¿El
diario
de
ese
viejo
imbécil
de
Kurtis?
–
Se
extrañó
Elisabeth

‐ Tenía
unos
treinta
años…

‐ Pero
era
imbécil.

‐ ¡¿Qué
 más
 da
 eso
 ahora?!
 ¡Con
 su
 diario
 obtendremos
 un
 montón
 de

información!


‐ ¿Qué
demonios
hacía
Kurtis
aquí?

‐ Ahora
lo
descubriremos…
‐
Respondí
pletórico
de
felicidad.

Casi
 daba
 saltos
 de
 alegría.
 Me
 moría
 de
 ganas
 de
 leer
 aquel
 diario
 y
 averiguar

todo
lo
que
acontecía
por
aquellos
lugares.

‐ ¡Voy
a
leerlo!

‐ No,
vas
a
comer,
y
luego
lo
leerás
tranquilamente.

‐ Sí
mamá.

Y
 después
 de
 improvisar
 una
 hoguera
 en
 el
 piso
 superior
 de
 la
 casa
 a
 base
 de

quemar
 una
 silla
 hecha
 añicos,
 conseguimos
 hervir
 ese
 brebaje
 con
 tropezones

de
plantas
y
luego
comenzamos
a
tomarlo.

‐ Está
realmente
asqueroso.
–
Aseguré
a
la
cocinera.

‐ Eres
todo
sinceridad…
y
cortesía…

‐ ¿Tú
 que
 opinas
 Amy?
 –
 Le
 pregunté,
 pero
 esta
 se
 encogió
 de
 hombros
 y

siguió
a
lo
suyo.

Realmente
me
sentí
especialmente
molesto.
Ya
era
suficiente
de
tanta
tontería.


‐ ¿Puedes
 decirme
 cuál
 es
 tu
 problema
 conmigo?
 ¡Llevas
 sin
 hablarme

desde
 el
 otro
 pueblo!
 ¿Se
 puede
 saber
 qué
 pasa?
 –
 Interrogué

crispándome
ligeramente.

‐ Que
no
me
gustas.
–
Replicó
tajantemente.
–
Ni
por
un
segundo
dudaste
en

matar
aquel
hombre.
Odio
la
violencia
y
odio
a
la
gente
que
la
practica.

‐ Escúchame,
 yo
 no
 elegí
 estar
 aquí,
 simplemente
 estoy
 asumiendo
 una

situación
 de
 hecho,
 aquí
 estoy
 y
 aquí
 tengo
 que
 sobrevivir.
 No
 tuve

elección,
y
cada
vez
me
arrepiento
menos
de
ello.

Amy
 se
 puso
 en
 pie
 dándome
 la
 espalda,
 mientras
 Elisabeth
 seguí
 comiendo

tranquilamente
su
comida,
sin
prestarnos
atención.

‐ Eres
 despreciable.
 Intentas
 autoconvencerte
 de
 que
 no
 tuviste
 otra

elección,
pero
¿sabes
qué?
Una
buena
persona
no
sería
capaz
de
hacer
eso

incluso
aunque
su
vida
fuera
en
ello.
Hay
gente
que
simplemente
no
está

hecha
 para
 apretar
 un
 gatillo
 y
 otra
 que
 busca
 cualquier
 excusa
 para

hacerlo.
 Es
 por
 culpa
 de
 gente
 como
 tú
 que
 van
 tan
 mal
 algunos
 países,

que
 hay
 tantas
 guerras…
 Por
 gente
 que
 no
 es
 capaz
 de
 buscar
 otros

caminos…
 como
 ¡El
 diálogo!
 –
 Finalmente
 Amy
 había
 explotado
 y
 estaba

hablando
todo
lo
que
no
había
hecho
hasta
ahora.

‐ Escúchame,
 hay
 en
 ocasiones
 en
 las
 que
 las
 palabras
 simplemente
 no

sirven.
Tus
palabras
son
muy
bonitas
pero
al
final
todos
los
cambios
en
la

historia
 se
 producen
 por
 un
 baño
 de
 sangre,
 una
 guerra,
 un
 golpe
 de

estado,
una
revolución…
Pero
a
mí
todo
eso
me
da
igual,
no
justificaré
con

eso
 mis
 acciones…
 simplemente
 no
 soy
 un
 héroe,
 soy
 una
 persona
 que

lucha
por
sobrevivir
y
que
hará
cualquier
cosa
por
salvar
su
vida
puesto

que
 es
 lo
 que
 más
 valor
 tiene
 para
 mí.
 Si
 tengo
 que
 humillarme
 me

humillaré,
 si
 tengo
 que
 matar,
 mataré…
 y
 si
 no
 te
 gustan
 mis
 métodos

puedes
coger
ese
camino
y
desaparecer…

Amy
estaba
completamente
enfurecida
en
aquel
momento,
pero
mi
invitación
a

irse
le
planteó
dudas.

‐ Pero
 te
 irás
 sola…
 ‐
 Dijo
 Elisabeth
 entrando
 en
 la
 conversación

repentinamente
 –
 No
 me
 malinterpretes,
 no
 es
 que
 me
 caiga
 bien
 este

idiota,
 misógino
 y
 pervertido,
 pero
 pienso
 que
 estar
 todos
 juntos
 es

nuestra
mejor
baza
para
sobrevivir.
Así
que
si
te
vas…
estarás
sola.

Amy
 llegó
 a
 su
 límite
 y
 comenzó
 a
 llorar
 y
 a
 pedir
 disculpas
 por
 su

comportamiento.
 Me
 sentí
 mal
 por
 haber
 sido
 tan
 duro
 con
 la
 chica,
 que

posiblemente
había
actuado
así
dada
la
tensión
acumulada
en
este
último
día.
Le

di
unas
palmadas
en
la
espalda.

‐ Te
prometo
que
evitaré
siempre
que
sea
posible
las
opciones
violentas.


Pero
esa
promesa
iba
a
ser
difícil
de
cumplir:
en
aquel
momento,
un
sonido
como

de
golpes
a
un
metal
resonó
en
el
silencioso
pueblo.

‐ ¿Qué
ha
sido
eso?
–
Habló
Elisabeth.

‐ Ni
idea.
–
Expresé
extrañado.

Segundos
más
tarde
el
sonido
volvió
a
repetirse
pero
aun
más
fuerte.
Caminamos

rápidamente
hasta
el
lugar
de
donde
parecía
proceder
el
ruido,
detrás
de
la
casa,

y
 detectamos
 una
 trampilla
 metálica
 que
 daba
 lugar
 a
 un
 sótano
 y
 que
 se

encontraba
cerrada
mediante
un
candado.

‐ En
 el
 piso
 de
 arriba
 recuerdo

haber
 visto
una
 llave,
 que
 probablemente

sea
de
esa
puerta.
–
Dijo
Amy
aun
entre
sollozos.

Cuando
volvió,
tomé
la
llave
y
me
dirigí
a
la
trampilla.
Tuve
una
mala
corazonada,

algo
 en
 mi
 interior
 me
 decía
 que
 no
 abriera
 esa
 trampilla.
 Fue
 tan
 fuerte
 la

corazonada
que
tuve
un
déjà
vu,
en
el
que
nos
veía
a
Amy,
Elisabeth
y
a
mí
todos

muertos,
y
una
sombra
sin
forma
al
lado
de
nuestros
cuerpos
ensangrentados.


La
garganta
se
me
secó
por
momentos
y
el
pulso
comenzó
a
temblarme.

‐ Creo
que
no
deberíamos
abrir
esta
puerta…

‐ ¡¿Pero
qué
dices?!
¡Puede
haber
personas!
–
Se
inquietó
Amy.

‐ Dentro
hay
algo
que
puede
matarnos
…
estoy
seguro…

‐ Chico…
¿estás
seguro?

‐ Sí…
si
nos
vamos
sin
abrirla,
podremos
sobrevivir…
de
otro
modo…

‐ ¡Ábrelo
Franz!
¡Puede
haber
personas!
¡Por
favor!
–
Insistió
Amy.

La
cabeza
me
daba
vueltas.
La
visión
que
había
tenido
era
contundente,
pero
la

persistencia
de
Amy
me
obligó
a
hacerlo.
Introduje
la
llave
y
abrí
la
cerradura.
A

continuación
destapé
la
trampilla:
estábamos
sentenciados.


Primero
 solo
 se
 veía
 oscuridad,
 pero
 segundos
 más
 tarde,
 mis
 ojos
 se
 posaron

sobre
aquello
que
emergió
de
entre
la
oscuridad.
Mi
corazón
redobló.


FIN
DE
CAPÍTULO.
Próximo
Capítulo:
“MASACRE”


CAPÍTULO III

“MASACRE”


Siempre
 había
 sido
 una
 persona
 con
 un
 autoestima
 muy
 alta.
 Me
 creía
 maduro

para
mi
edad
y
tenía
una
notable
confianza
en
mí
mismo.
En
ocasiones
oía
acerca

de
 problemas
 de
 otras
 personas
 y
 rápidamente
 me
 ponía
 en
 su
lugar
 y
 obtenía

un
rápida
solución:
si
yo
estuviera
en
su
lugar
habría
hecho
esto
y
esto
otro.
A
mí

no
me
habría
pasado
esto.
Sin
embargo,
difiere
mucho
la
solución
por
la
que
uno

opta
cuando
ve
el
problema
desde
fuera
a
cuando
lo
ve
en
primera
persona.

Con
 una
 desert
 eagle
 en
 mano,
 y
 varios
 pueblerinos
 sádicos
 a
 escasos
 metros,

incluso
con
un
98%
de
precisión
en
los
resultados
del
examen
de
policía,
siendo

el
mejor
tirador
de
la
promoción,
dudaba
de
mí
mismo.
Sentía
la
aceleración
de

los
 latidos
 de
 mi
 corazón,
 me
 temblaba
 el
 pulso.
 Tenía
 entre
 siete
 y
 nueve

disparos,
 en
 función
 del
 calibre
 de
 mis
 balas,
 para
 acabar
 con
 ocho
 sujetos

presuntamente
 sanguinarios
 que
 se
 aproximaban
 a
 nosotros.
 Pero
 lo
 peor
 de

todo
es
que
nunca
llegué
a
tener
claro
si
debía
disparar.

¿Que
cómo
llegamos
a
aquella
situación?
Cuando
abrimos
la
trampilla
metálica,

la
 oscuridad
 que
 emergía
 del
 interior
 parecía
 personificarse
 y
 en
 lugar
 de
 ser

mitigada
por
la
triste
luz
del
exterior,
la
combatía
y
adoptaba
forma,
y
la
sombra

revestía
 leves
 gemidos
 como
 de
 animales
 heridos,
 pero
 no
 eran
 animales
 sino

personas
 aunque
 probablemente
 carecían
 de
 todo
 aquello
 que
 presuponía
 el

término
persona.


Del
 interior
 de
 la
 trampilla
 emergían
 hombres
 y
 mujeres
 de
 distintas
 razas
 y

nacionalidades,
 con
 el
 denominador
 común
 de
 hacer
 todos
 gala
 de
 un
 estado

lamentable,
 algunos
 demacrados,
 otros
 heridos,
 uno
 se
 arrastraba
 puesto
 que

había
 perdido
 sus
 dos
 piernas,
 otro
 sólo
 tenía
 un
 brazo
 que
 tenía
 un
 grosor

ligeramente
superior
al
de
su
hueso.

Ante
el
dantesco
espectáculo
retrocedí
asustado
y
encañoné
al
que
encabezaba
el

grupo,
mientras
que
mis
dos
compañeras
también
retrocedían.

‐ ¿Qué
diablos
es
…
son...
estas
cosas?
–
Se
preguntó
Elisabeth
visiblemente

asustada.

‐ ¡Franz,
ten
cuidado!
¡Y
si
es
posible
no
dispares!
–
Gritó
Amy.

‐ ¿¡Qué
coño
quieres
que
haga!?
–
Rugí
mientras
retrocedía
al
ver
que
ellos

avanzaban.

El
 desplazamiento
 de
 aquellas
 personas,
 si
 es
 que
 se
 les
 podía
 llamar
 así
 era

realmente
 torpe
 y
 dubitativo
 pero
 persistente.
 Por
 más
 que
 yo
 retrocedía
 ellos

avanzaban,
 algunos
 arrastrándose,
 otros
 andando
 hacia
 mi
 posición
 o
 a
 la
 de

Elisabeth
y
Amy.

‐ ¡Alto!
 ¡Quietos
 o
 dispararé!
 –
 Bramé
 mientras
 contemplaba
 los
 ojos
 del

sujeto
 que
 encabezaba
 la
 procesión.
 Estos
 eran
 de
 un
 añil
 intenso,
 y
 sin

embargo,
había
alguno
que
no
poseía
aquel
color
de
ojos.

‐ Por
favor…
ayuda…
‐
Gimoteó
el
líder
del
grupo,
pero
no
detuvo
su
paso.

‐ ¿En
qué
quieres
que
te
ayude?
¡Deja
de
acercarte
y
hablemos!

Extendió
 sus
 brazos
 para
 cogerme
 o
 tocarme
 pero
 rápidamente
 se
 los
 golpeé

alejándolos
de
mí.

‐ ¡No
me
toques
o
te
disparo!
¡Si
seguís
andando
os
mato
a
todos!

Casi
todos
ya
murmuraban.
Dado
que
eran
de
distintas
nacionalidades
y
razas
no

era
 capaz
 de
 comprender
 qué
 decían
 en
 su
 gran
 mayoría,
 pero
 algunos

chapurreando
inglés
pedían
ayuda.
No
obstante
parecían
autómatas,
zombies,
de

todo
menos
personas,
sus
ojos
estaban
muertos
aun
a
pesar
de
su
intenso
color,

sus
palabras
vacías
de
fuerza,
sus
almas
lejos
de
sus
cuerpos.

‐ Franz,
cálmate,
por
favor…
¡Podemos
solucionar
esto
hablando!
–
Aseguró

Amy.

‐ ¡No
me
jodas,
que
se
dejen
de
mover
o
los
lleno
de
balas!
–
Me
temblaba
el

pulso,
¿por
qué
simplemente
no
eran
seres
claramente
malignos?
Habría

sido
 más
 fácil,
 les
 habría
 disparado
 rápidamente,
 pero
 eran
 personas
 en

un
estado
lamentable
que
suplicaban
clemencia,
mientras
se
acercaban
a

nosotros.

En
aquel
momento
el
líder
dio
un
paso
más
largo,
mientras
yo
hablaba
con
Amy

mirando
 hacia
 atrás
 y
 éste
 se
 abalanzó
 sobre
 mí
 y
 cogió
 mi
 brazo
 izquierdo.

Craso
 error,
 puesto
 que
 mis
 reflejos
 me
 jugaron
 una
 mala
 pasada,
 y
 presa
 del

pánico
 mi
 pistola
 se
 posó
 en
 su
 sien
 y
 el
 gatillo
 describió
 el
 arco
 fatídico,
 al

tiempo
 que
 el
 disparo
 resonó
 en
 todo
 el
 pueblo
 y
 una
 masa
 caliente
 y
 viscosa

junto
 a
 otras
 sustancias
 bañaron
 mi
 cara.
 Los
 restos
 de
 la
 criatura
 cayeron
 al

suelo
tiñéndolo
de
escarlata.

‐ ¡Mierda!
–
Grité
y
luego
apreté
con
fuerza
mi
dentadura.
‐
¡Os
dije
que
no

os
acercaseis
joder!

‐ No…
otra
vez
no…
‐
Escuché
a
Amy
compungida
detrás.

‐ Franz,
mantén
la
calma
y
no
pierdas
de
vista
a
esas
cosas…
‐
Me
intentó

tranquilizar
Elisabeth,
pero
curiosamente
lo
que
más
me
animó
es
que
me

llamara
por
mi
nombre.

Paradójicamente,
 el
 disparo
 a
 penas
 había
 surtido
 efecto,
 los
 otros
 aldeanos

mantenían
su
marcha
en
mi
posición
pidiendo
auxilio,
aunque
justo
después
de

caer
su
compañero
al
suelo
se
habían
quedado
paralizados
por
un
momento.

El
que
encabezaba
ahora
el
grupo
hacía
como
gestos
con
las
manos
para
que
no

le
disparara,
aunque
su
vista
ni
siquiera
estaba
posada
en
mí.
Era
una
sensación

tan
extraña
como
macabra.

‐ ¡Basta
ya,
este
es
mi
último
aviso,
por
favor,
deteneos!

Y
el
hombre
me
susurró
algunas
palabras
incomprensibles
como
quien
estuviera

pidiendo
un
favor.

‐ Favor…
‐
Conseguí
comprender
que
me
decía.

‐ ¡¿Por
favor
qué?!

‐ Favor…
 ‐
 Insistió
 y
 suavemente
 estirando
 las
 manos
 me
 cogió
 la
 mano

izquierda,
con
mucha
menos
brusquedad
que
el
otro,
por
lo
que
le
apunté

con
mi
pistola
pero
no
le
disparé.
–
favor…
tranquilo…

Estaba
 ahora
 tocándome
 mi
 brazo
 izquierdo,
 produciéndome
 un
 escalofrío
 que

recorría
 toda
 mi
 espina
 dorsal.
 Sus
 extremidades
 eran
 esqueléticas,
 su
 piel

absolutamente
blanquecina
y
sus
ojos
añil.

Súbitamente,
segundos
más
tarde,
sin
mediar
explicación,
aquel
sujeto
lanzó
su

cabeza
contra
mi
brazo
y
profirió
con
un
bocado
de
una
fuerza
tremenda.
Noté

sus
 dientes
 clavándose
 en
 mi
 herida
 a
 través
 de
 la
 cazadora,
 al
 tiempo
 que
 yo

golpeaba
 repetidas
 veces
 su
 cabeza
 con
 mi
 desert
 eagle,
 pero
 la
 criatura
 no

soltaba.
 Con
 todas
 mis
 fuerzas
 asesté
 un
 golpe
 brutal
 sobre
 su
 cabeza
 que

produjo
que
cayera
al
suelo
retorciéndose
de
dolor.

En
aquel
instante,
los
demás
aldeanos
aceleraron
su
paso
y
casi
se
podría
decir

que
torpemente
corrieron
hacia
mí.


‐ ¡Franz!
¡Cuidado!
–
Gritó
Elisabeth.

Rápidamente
 disparé
 a
 la
 cabeza
 al
 sujeto
 que
 me
 había
 mordido
 y
 retrocedí

mediante
 un
 desplazamiento
 lateral
 mientras
 abatía
 uno
 por
 uno
 a
 los
 salvajes

aquellos.

Amy
se
tapaba
los
oídos
y
los
ojos
mientras
cada
disparo
coloreaba
el
paisaje
de

rojos
sonidos.

Finalmente
solo
quedó
el
que
se
arrastraba
sin
piernas
por
el
suelo.
Mi
corazón

se
encogía
solo
de
verlo,
sentí
una
profunda
lástima
por
aquello,
pero
yo
ya
había

cruzado
la
línea.
No
lo
dudé
ni
por
un
segundo,
mi
bala
le
destrozó
la
cabeza.

‐ ¡¿Ha…
acabado
ya?
–
Decía
Amy
compungida
en
un
tono
de
hastío.

‐ Creo
que
sí…

‐ No,
 no
 ha
 acabado.
 Falta
 algo
 todavía
 por
 salir…
 ‐
 En
 mi
 cabeza,
 los

recuerdos
 del
 macabro
 de
 déjà
 vú
 me
 aseguraban
 que
 había
 algo

extremadamente
 peligroso
 ahí
 abajo,
 y
 si
 bien
 era
 preocupante
 lo
 que

había
salido,
más
lo
era
lo
que
estaba
por
salir.

Mantuve
mi
pistola
encañonando
la
salida
de
la
trampilla.
Segundos
más
tardes

mis
sospechas
se
confirmaron,
emergiendo
una
figura
envuelta
en
un
sudario
de

sombras
del
cual
era
despojada
por
la
gris
luminosidad
exterior,
hasta
dar
lugar

a
 la
 figura
 de
 una
 chica
 de
 unos
 quince
 o
 dieciséis
 años,
 cuyo
 blanquecino
 y

delgado
cuerpo
estaba
cubierto
de
harapos,
y
sus
ojos
eran
de
un
intenso
color

añil.


‐ ¡Maldita
sea…
una
niña!
–
Maldije
mientas
apuntaba
a
la
figura.

‐ Por
Dios…
Franz…
‐
Amy
murmuraba
a
mis
espalda.

A
diferencia
de
los
demás,
sus
ojos
se
clavaban
directamente
sobre
los
míos
en

lugar
 de
 perderse
 por
 el
 infinito.
 No
 obstante,
 del
 mismo
 modo
 que
 los
 otros,

comenzó
su
camino
hacia
mi
posición.


‐ ¡Detente
 o
 disparo!
 –
 Grité,
 pero
 la
 niña
 me
 ignoró
 y
 mantuvo
 su
 paso

firme
hacia
mí.

Esto
era
ya
demasiado
para
mí.
Por
muy
deshumanizada
que
estuviera
no
dejaba

de
 ser
 una
 niña.
 Disparar
 a
 sangre
 fría
 a
 un
 niño
 desarmado
 estaba
 entre
 las

cosas
 más
 execrables
 que
 se
 podían
 hacer,
 pero
 en
 mi
 interior
 estaba

completamente
 convencido
 de
 que
 si
 no
 disparaba,
 ahora
 o
 más
 adelante
 me

arrepentiría.
 Recordaba
 una
 vez
 más
 a
 nosotros
 tres,
 tendidos
 en
 el
 suelo,

completamente
 ensangrentado,
 mientras
 una
 figura
 envuelta
 en
 sombras
 nos

contemplaba
de
cerca.
Contemplaba
como
se
extinguía
nuestra
vida
a
la
par
que

la
sangre
de
nuestro
cuerpo.


Y
 tan
 metido
 en
 mis
 cavilaciones
 andaba
 que
 no
 me
 di
 cuenta
 de
 que
 la
 niña

había
alcanzado
ya
prácticamente
mi
posición.

Moví
mi
desert
eagle
y
coloqué
mi
cañón
sobre
su
frente,
contactando
el
mismo

con
el
cráneo
de
la
chica.

Me
temblaba
el
dedo
índice
en
el
gatillo
mientras
la
incómoda
llovizna
descendía

empapándonos
a
mí
y
a
la
niña,
humedeciendo
su
cabello
y
filtrándose
hacia
su

faz
en
forma
de
gotas
que
se
asemejaban
a
lágrimas
descendiendo
su
semblante.


Mi
dedo
índice
comenzó
a
describir
el
arco
fatídico,
mientras
a
mis
espaldas
noté

que
 alguien
 se
 aproximaba
 y
 la
 niña
 que
 estaba
 siendo
 apuntada
 hizo
 un

movimiento
inesperado.


***

“Diario
de
Kurtis
Miles
:
­
)”

Me
llamo
Kurtis
Miles
y
escribo
esta
bitácora
con
el
fin
de
dejar
algunos
detalles

por
si
alguien
viene
por
aquí
después
de
mí.

Si
eres
uno
de
mis
fans,
y
eres
mujer
te
mando
un
beso
desde
allá
donde
esté;
si

eres
la
Viuda
Negra,
que
te
den
por
el…
…
Y
si
no
eres
ninguno
de
los
dos,
espero

que
pueda
servirte
mi
diario
de
algo.


Nota:
no
sé
a
qué
día
estoy,
ni
tan
si
quiera
qué
hora
es,
por
lo
que
me
limitaré
a

enumerar
los
días.


Día
1:
Vueltas
por
el
pueblo.

Me
 he
 despertado
 en
 este
 pueblo
 de
 mala
 muerte
 aun
 cuando
 recordaba
 haber

pagado
 el
 precio
 de
 una
 habitación
 de
 un
 cinco
 estrellas
 gran
 lujo.
 No
 sé
 cómo

explicar
el
hecho
de
que
me
acostara
en
otro
sitio
y
amaneciera
aquí.


En
la
casa
en
la
que
estoy
no
entiendo
a
nadie,
así
que
he
decidido
dar
una
vuelta

por
el
pueblo
con
el
fin
de
descubrir
mi
emplazamiento.

De
entrada
puedo
decir
que
me
encuentro
en
una
zona
de
montaña,
dado
el
tipo

de
 vegetación,
 y
 sobretodo
 el
 frío
 y
 la
 fatiga
 adicional
 que
 me
 supone
 cada

desplazamiento
que
hago.

El
 primer
 detalle
 que
 me
 ha
 impactado
 del
 pueblo
 es
 que
 hay
 una
 mezcla
 de

razas
o
etnias
bastante
llamativa.
Hay
todo
tipos
de
colores
de
piel,
y
aun
a
pesar

de
 que
 parece
 un
 pueblo
 asentado,
 en
 muchas
 ocasiones
 tengo
 la
 sensación
 de

que
no
se
comprenden
completamente.

‐‐

En
 la
 casa
 en
 la
 que
 me
 acogieron,
 misteriosamente
 parecen
 considerarme
 un

miembro
más
de
la
familia,
y
hoy
me
han
puesto
de
comer
carne
con
vegetales

varios.
 Sospecho
 que
 es
 carne
 de
 un
 jabalí
 que
 vi
 hoy
 cazar,
 y
 las
 verduras
 son

aquellas
que
se
cosechan
en
el
propio
pueblo.

‐‐


Por
la
tarde
he
estado
sentado
en
la
plaza
principal
observando
a
todo
el
mundo,

y
 la
 verdad
 es
 que
 se
 respira
 tranquilidad.
 ¿Es
 posible
 que
 tantos
 tipos
 de

persona
 distintos,
 con
 distintos
 colores
 de
 piel
 y
 distintas
 edades
 se
 lleven
 tan

bien?
La
respuesta
es
sí,
es
posible.


Día
2:
El
pueblo
vecino.

El
 segundo
 día
 que
 me
 encontraba
 allí
 decidí
 hacer
 una
 excursión
 a
 los

alrededores
 a
 ver
 si
 finalmente
 podría
 encontrar
 alguna
 pista
 de
 cuál
 era
 mi

paradero
actual.

Atravesé
 un
 bosque
 de
 pinos,
 quejigos,
 encinas,
 y
 otros
 árboles
 que
 no

reconozco,
 desplazándome
 al
 oeste
 del
 pueblo
 (teniendo
 en
 cuenta
 por
 dónde

había
 amanecido),
 y
 llegué
 a
 otra
 aldea
 de
 semejantes
 características
 a
 la

anterior.

Aquí
sí
entendían
mi
idioma.

‐
¿Qué
quieres?…
‐
Dijo
el
primer
aldeano
con
el
que
me
encontré,
con
una
tono

realmente
 perturbador,
 mientras
 otras
 personas
 que
 se
 encontraban
 alrededor

comenzaban
a
aproximarse
a
mí,
con
hachas
y
hoces
en
mano.


‐
 Hola,
 soy
 del
 pueblo
 vecino,
 solo
 estaba
 paseando…
 de
 hecho
 ya
 me
 iba.
 –

Aseguré,
no
pudiendo
tener
claras
las
intenciones
de
aquellos
extraños
aldeanos.


¿Qué
mosca
les
habría
picado?
Decidí
abandonar
aquel
lugar
de
tarados
y
volver

al
 pueblo
 de
 gente
 amable.
 Cuando
 crucé
 de
 nuevo
 el
 bosque
 un
 coche
 blanco

yacía
 en
 marcha
 esperando
 al
 final
 de
 la
 carretera
 que
 conducía
 hacia
 mi
 casa

actual.


¿Un
 coche?
 Pedí
 perdón
 mentalmente
 y
 me
 subí
 en
 el
 sitio
 del
 piloto,
 y

básicamente
 robé
 el
 coche.
 Me
 sería
 especialmente
 útil
 para
 tratar
 de
 llegar
 a

algún
sitio
desde
el
cual
huir
y
volver
a
mi
casa.

De
 entrada
 me
 detendría
 un
 poco
 más
 tiempo
 en
 el
 pueblo
 a
 ver
 si
 podía

recolectar
 más
 información,
 y
 luego
 me
 iría.
 Escondí
 el
 coche
 en
 las

proximidades
del
pueblo.


Día
3:
Masacre

Ahora
 me
 encuentro
 escondido
 en
 una
 casa
 al
 lado
 de
 la
 iglesia,
 todavía
 me

tiembla
el
pulso.
Aparecieron
de
la
nada,
eran
los
habitantes
del
pueblo
vecino.

Portaban
 hachas,
 martillos,
 rastrillos,
 y
 un
 gigantón
 con
 algo
 que
 le
 cubría
 la

cabeza
 mantenía
 una
 motosierra
 en
 mano.
 Yo
 los
 vi
 por
 la
 ventana
 y
 no
 supe

como
reaccionar.


La
 sangre
 brotó
 del
 cuerpo
 del
 primer
 hombre
 que
 se
 encontraron
 en
 la
 plaza.

Fue
cruelmente
serrado
ante
la
mirada
atónita
de
otros
que
empezaron
a
correr

alocadamente
y
sin
rumbo.

Pero
 presas
 del
 pánico
 perdían
 las
 ideas
 y
 acababan
 siendo
 acorralados

asesinados
de
formas
brutales.
Algunos
consiguieron
entrar
a
la
iglesia
y
cerrar

la
puerta,
pero
el
gigantón
de
la
motosierra
consiguió
tirar
la
puerta
abajo.
Nunca

más
se
supo
de
los
que
allí
se
habían
encerrado.

Varias
de
las
víctimas
de
aquellos
salvajes
no
fueron
asesinadas,
y
simplemente

fueron
secuestradas,
pero
me
temo
que
destino
será
casi
peor
que
el
de
los
que

han
caído
aquí.

Tengo
la
terrible
sensación
de
que
la
pesadilla
aun
no
ha
acabado.


Horas
más
tarde
de
que
se
acabara
la
masacre
hemos
dado
sepultura
a
los
restos

mortales
de
aquellos
que
murieron
a
manos
de
aquellos
salvajes.

Día
4:
Segunda
cacería

Muchos
de
ellos
no
se
imaginaban
que
se
repetiría,
pero
así
fue.
A
la
caída
del
sol,

los
 sanguinarios
 del
 pueblo
 vecino
 han
 aparecido
 iluminando
 el
 atardecer
 con

sus
fatídicas
antorchas.

Esta
 vez,
 aun
 a
 pesar
 de
 tener
 las
 esperanzas
 de
 que
 no
 se
 repitiera,
 algunos

estaban
 preparados.
 Ha
 habido
 cierto
 enfrentamiento,
 pero
 la
 furia
 y
 sed
 de

sangre
 del
 otro
 pueblo
 es
 simplemente
 terrible.
 El
 coloso
 de
 la
 motosierra
 ha

causado
estragos
hasta
tal
punto
que
su
color
de
piel
es
ya
rojo
sangre.

Gritos,
pánico,
dolor…
y
yo
contemplando
por
la
ventana.
No
puedo
ayudarles,
no

serviría
de
nada,
y
aun
así
me
siento
culpable
por
ello,
por
eso
me
obligo
a
mirar

cada
segundo
de
la
carnicería.
Ése
es
mi
castigo.

Día
5:
Contramedidas


Sabiendo
que
a
la
caída
del
sol
atacarían
de
nuevo,
el
que
parece
ser
el
jefe
de
la

aldea
ha
hablado
con
el
resto.
Yo
no
me
he
enterado
de
nada,
pero
nos
ha
llevado

a
una
trampilla
metálica
de
un
grosor
enorme
que
da
entrada
a
un
sótano
en
el

que
 sirve
 de
 pequeño
 almacén
 para
 instrumentos
 de
 caza,
 agricultura
 y
 demás.

Asimismo
hay
un
pequeño
agujero
que
parece
conectar
con
el
pozo
exterior.

Parece
 un
 buen
 sitio
 para
 ocultarse,
 el
 problema
 es
 que
 alguien
 tiene
 que

quedarse
fuera
con
la
llave
que
cierra
el
monumental
candado.

‐ Yo
 me
 quedaré
 fuera...
 –
 Aseguré
 aun
 a
 pesar
 de
 que
 no
 sabía
 si
 alguien

me
iba
a
entender.

La
chica
más
joven
del
pueblo
me
miró
y
sonrió.


‐ Yo
se
lo
traduciré
a
ellos.

‐ ¿Me
entiendes?
¡Me
entiendes!

‐ Sí,
entiendo
inglés.
Me
llamo
Helena.
Gracias
por
tu
ofrecimiento.

Y
así
fue
como
acabé
aquí.
Ahora
estoy
escribiendo
en
mi
diario,
y
esperando
a

que
llegue
el
momento
en
que
los
salvajes
aparezcan.
Tengo
miedo,
pero
también

claustrofobia,
ni
loco
pensaba
quedarme
encerrado
a
oscuras
ahí
abajo.



***

Se
me
había
acabado
la
paciencia
y
la
piedad,
iba
a
disparar
pero…
algo
me
tomó

por
la
espalda.
Fue
casi
un
milagro
que
la
pistola
no
se
me
disparara
por
el
susto.


Lo
 que
 me
 había
 cogido
 por
 detrás
 no
 lo
 había
 hecho
 bruscamente
 sino
 con

suavidad
y
el
contacto
no
era
frío
y
desagradable
sino
cálido
y
reconfortante.


‐ Por
 favor,
 Franz…
 no
 hay
 necesidad
 de
 matarla.
 –
 Era
 Amy.
 Me
 había

abrazado
por
la
espalda
con
suavidad
y
me
había
devuelto
la
cordura
que

había
perdido
tras
tantos
disparos
y
tanta
sangre
derramada.

Acto
 seguido,
 la
 chica
 que
 se
 encontraba
 delante
 mía
 hizo
 algo
 que
 tampoco

esperaba
 y
 se
 abrazó
 a
 mí.
 Esperé
 un
 mordisco
 pero
 no
 lo
 hubo
 y
 eso
 me

desconcertó
 por
completo.
 Era
 un
abrazo
 de
 alguien
 que
lo
ha
pasado
 mal,
 que

necesita
consuelo.

Amy
me
soltó
por
detrás
y
se
tiró
de
espaldas
al
suelo
respirando
profundamente

mientras
a
regañadientes
murmuraba
la
palabra
“gracias”.

Dirigí
 mi
 mano
 izquierda
 a
 la
 cabeza
 de
 la
 chica
 y
 acaricié
 su
 enmarañado

cabello.
Estaba
respirando
con
fuerza
sobre
mi
pecho.

‐ Ya
ha
pasado
todo,
tranquila.


Y
así
fue
como
acabó
el
sangriento
episodio,
bajo
la
ululante
y
gélida
brisa,
y
la

llovizna
a
la
que
ya
nos
habíamos
acostumbrado
aquellos
días.

***

‐ Tú
a
tus
exmaridos
los
mataste
con
tu
comida,
¿verdad?

‐ ¡Ni
he
tenido
maridos,
ni
los
maté,
ni
cocino
mal!
¿A
qué
demonios
quieres

que
sepan
estos
hierbajos
que
he
recogido
y
hervido
en
un
momento?
–
Se

molestó
Elisabeth.

Estábamos
 repitiendo
 la
 comida.
 No
 es
 que
 tuviéramos
 hambre,
 sino
 que
 había

que
 alimentar
 a
 la
 escuálida
 Helena
 MacLeod,
 que
 decía
 haber
 pasado
 mucho

tiempo
ahí
abajo
sin
comer.


‐ ¿Cuánto
tiempo?

‐ No
lo
sé…
tal
vez
semanas.
La
gente
empezó
a
impacientarse
y
cometieron

locuras,
empezaron
a
intentar
comerse
los
unos
a
los
otros.

‐ Helena,
 no
 importa
 que
 hables
 de
 eso.
 Lo
 importante
 es
 que
 ya
 pasó.
 –

Dijo
 Amy
 dirigiéndole
 una
 sonrisa
 e
 intentando
 evitar
 que
 recordara

aquellos
momentos
tan
turbios.

Decidí
 volver
 a
 pinchar
 a
 la
 Viuda
 Negra,
 que
 eso
 siempre
 daba
 buenos

resultados
a
la
hora
de
cambiar
de
tema.

‐ Leí
 el
 diario
 de
 Kurtis,
 y
 la
 verdad,
 parecía
 bastante
 más
 inteligente
 que

tú,
porque
en
el
poco
tiempo
que
estuvo
descubrió
bastantes
más
cosas.
–

Dije,
dirigiéndome
a
Elisabeth.

‐ Chico,
 estás
 muy
 confundido,
 Kurtis
 es
 y
 siempre
 será
 un
 inútil.
 Yo

también
he
leído
por
encima
su
diario,
mientras
calentaba
la
comida,
y
no

tiene
ni
idea
de
dónde
nos
encontramos.

Amy,
Helena
y
yo
miramos
extrañados
a
Elisabeth.
¿Estaba
insinuando
que
ella
sí

lo
sabía?

‐ Sé
bastantes
más
cosas
de
las
que
os
creéis.
¿Quién
os
pensáis
que
soy?

‐ Dispara.

‐ En
primer
lugar,
creo
que
antes
de
que
sea
más
tarde,
es
turno
de
Amy
de

decir
quién
es
en
realidad.
Me
hice
la
tonta
durante
un
tiempo,
pero
debe

haber
confianza
entre
nosotros,
y
para
eso
debemos
saber
quiénes
somos.

–
Y
dirigió
la
mirada
a
Amy.

‐ Está
bien,
ya
no
tiene
sentido
ocultarlo.
Soy
Amy
Ashworth.

‐ ¡La
actriz
de
“Chant
of
Libra”!
¡Increíble,
estoy
rodeado
de
celebridades!

Una
famosa
periodista
y
una
famosa
actriz.
¿Qué
demonios?
¡Vaya
casualidades!

‐ A
 mi
 me
 parecen
 demasiadas
 casualidades,
 no
 sé
 a
 vosotros.
 Tras
 un

accidente
aéreo
despertamos
en
el
suelo,
ojo,
no
antes
del
accidente
ni
en

el
 transcurso
 del
 mismo,
 sino
 ya
 en
 el
 suelo,
 lo
 cual
 es
 algo
 que
 se
 me

antoja
prácticamente
imposible.
Y
asimismo
coincidimos
en
el
avión
una

actriz
y
una
periodista,
que
si
se
me
permite,
estamos
en
boca
de
mucha

gente
últimamente.

‐ Y
un
policía,
con
un
98%
de
puntuación
en
la
precisión
de
disparo,
en
el

examen.
 En
 un
 territorio
 en
 el
 que
 esa
 habilidad
 de
 disparo
 puede
 ser

relevante
–
Añadí.

‐ No
 ha
 venido
 ningún
 avión
 a
 buscarnos,
 al
 menos
 yo
 he
 estado
 atenta
 a

ruidos
de
aviones,
al
cielo,
pero
nada…
‐
Hiló
Amy.


Me
puse
en
pie
y
empecé
a
caminar
en
dirección
de
la
ventana.
La
verdad
es
que

todo
el
asunto
era
extraño.
¿Una
conspiración?
Era
difícil
pensar
en
ello,
puesto

que
un
accidente
aéreo
provocado…
bah,
no
tenía
ni
pies
ni
cabeza.

‐ Bueno,
 todo
 eso
 ha
 estado
 muy
 bien
 Eli,
 pero
 ¿Dónde
 estamos?
 ¿No
 era

eso
lo
que
ibas
a
decirnos?

‐ No
lo
sé,
pero
de
entrada
hay
dos
detalles
importantes.
El
primero
es
que

hay
jabalíes,
aunque
yo
no
haya
visto
ninguno.
Pero
en
el
diario
de
Kurtis

se
indica
que
comieron
jabalí.

‐ ¿Y?

‐ No
 hay
 jabalíes
 en
 todo
 el
 mundo,
 de
 hecho,
 se
 podría
 excluir
 casi
 toda

América.
 Por
 otro
 lado,
 por
 lo
 que
 he
 visto,
 estos
 días
 que
 llevamos,
 la

duración
 de
 la
 noche
 y
 el
 día
 son
 prácticamente
 iguales.
 Esto
 excluye
 el

hecho
de
que
estemos
cerca
de
los
polos.

‐ Pues
sí
que
le
das
al
coco.
–
Apunté.

‐ Hay
otro
punto…
no,
dos
puntos
más
que
me
traen
loca.
El
primero
es
que

Kurtis
 hace
 referencia
 a
 que
 atravesó
 un
 bosque
 con
 encinas.
 Y
 si
 eso

fuera
 cierto,
 aunque
 tengo
 mis
 dudas
 de
 que
 Kurtis
 sepa
 lo
 que
 es
 una

encina,
 podríamos
 decir
 que
 estamos
 en
 algún
 lugar
 con
 clima

mediterráneo.

‐ Guau,
sí
que
sabes
cosas,
Elisabeth.
–
Se
sorprendió
Amy
Ashworth.

‐ Agradéceselo
al
Trivial.
–
Replicó
Elisabeth
y
Helena
empezó
a
reír.


La
 verdad
 es
 que
 me
 sentía
 afortunado,
 éramos
 un
 grupo
 tremendamente

equilibrado.
Elisabeth
era
extremadamente
inteligente,
aunque
muchas
veces
no

lo
 hiciera
 notar.
 Amy,
 aunque
 tenía
 momentos
 desafortunados
 en
 los
 que
 era

especialmente
 desagradable,
 era
 capaz
 de
 apaciguarme,
 de
 recordarme
 que
 era

humano
 y
 que
 había
 que
 evitar
 el
 camino
 de
 la
 violencia
 siempre
 que
 fuera

posible.
De
hecho,
si
no
hubiera
sido
por
Amy,
hoy
habría
disparado
a
una
niña…

Helena
 no
 estaría
 ahora
 con
 nosotros.
 Y
 yo
 por,
 mi
 parte,
 tenía
 habilidad

suficiente
 con
 las
 armas
 para
 defender
 al
 grupo
 de
 amenazas
 menores.

Evidentemente,
 no
 podría
 protegerlas
 de
 emboscadas,
 o
 grupos
 de
 aldeanos
 de

más
de
ocho
o
diez
personas.
Pero
algo
es
algo…

Inspiré
profundamente
y
me
recosté
sobre
el
incómodo
suelo
y
miré
al
techo.
Me

dolía
la
cabeza,
me
sentía
muy
cansado.
La
tensión
a
la
que
te
sometía
aquel
lugar

era
 cargante.
 Cada
 paso
 que
 uno
 daba
 era
 un
 peligro,
 un
 movimiento
 entre
 la

vida
 y
 la
 muerte.
 Y
 hablando
 de
 muerte,
 cada
 vez
 que
 recordaba
 la
 corazonada

que
había
tenido
sentía
algo
de
miedo.


Miré
 a
 Helena.
 ¿Sería
 ella
 la
 sombra
 que
 aparecía
 al
 lado
 de
 nuestros
 cuerpos?

Sus
ojos
eran
añil,
como
el
de
los
aldeanos
sanguinarios,
pero
parecía
inofensiva

y
hasta
una
buena
chica.
De
cualquier
modo,
no
la
perdería
de
vista.


‐ Chico,
estás
en
las
nubes…

‐ ¿Qué?

‐ ¿Has
escuchado
lo
que
estaba
diciendo?
–
Me
preguntó
Elisabeth.

‐ No,
repite
por
favor.
–
Pedí
mientras
me
incorporaba
de
nuevo.

‐ Hay
otra
cosa
más
que
me
tiene
extrañada.
Si
realmente
Helena
pasó
un

par
de
semanas
encerrada
junto
al
resto
del
pueblo,
¿de
quiénes
eran
los

cadáveres
que
llevaban
los
aldeanos
salvajes
del
otro
pueblo?

‐ No
sé,
¿de
un
tercer
pueblo
que
haya
por
aquí
cerca?

‐ No
 lo
 hay.
 –
 Aseguró
 Helena.
 –
 Cuando
 aparecí
 aquí,
 después
 de
 que
 me

secuestraran
 busqué
 durante
 mucho
 tiempo
 algún
 pueblo
 cercano
 para

comunicarme
 y
 pedir
 rescate,
 pero
 no
 había
 nada
 en
 kilómetros
 y

kilómetros.

‐ ¡¿Te
secuestraron?!
–
Se
interesó
Amy.

Helena
asintió
con
la
cabeza,
y
todos
esperamos
que
siguiera
con
la
explicación,

pero
no
lo
hizo.

‐ Otro
detalle
interesante
es…
¿de
quién
es
el
coche
blanco
que
robó
Kurtis?

¿Dónde
está
ese
coche
ahora?
–
Planteó
Elisabeth.

‐ Ni
 idea,
 pero
 si
 Kurtis
 no
 se
 lo
 llevó,
 puede
 estar
 por
 aquí,
 y
 podría

solventarnos
la
vida.
–
Exclamé
poniéndome
en
pie.
Pero
súbitamente
se

me
nubló
la
vista,
me
temblaron
las
piernas
y
tuve
que
volver
a
sentarme.

¿Qué
había
sido
eso?

Amy
se
puso
en
pie
decidida
a
encontrar
el
coche.

‐ Yo
lo
buscaré.
–
Dijo
Amy.

‐ Lo
buscaremos
todos.
–
Aseguró
Seale.

‐ Yo
no,
me
quedo
aquí,
me
siento
un
poco
mareado.
–
Pedí.

‐ …
 ‐
 Helena
 se
 mantuvo
 en
 silencio
 como
 asustada
 por
 la
 idea
 de
 salir
 al

exterior
de
la
casa
a
buscar
el
coche.

‐ ¿Qué
pasa
Helena?

‐ Por
las
tardes…
cuando
empieza
a
oscurecer…
ellos
vienen.

Se
 refería
 a
 los
 habitantes
 del
 pueblo
 vecino.
 Aun
 estaba
 asustada
 de
 las

carnicerías
a
las
que
habían
sido
sometidos.

‐
 Sí
 también
 es
 cierto…
 ‐
 Replicó
 Seale
 –
 Está
 bien,
 Amy,
 acompáñame,

buscaremos
el
coche
antes
de
que
aparezcan
esos
locos.
Helena,
tu
quédate
con

Franz.

Me
volví
a
recostar
sobre
el
incómodo
suelo,
colocando
la
nuca
sobre
mis
manos.

Helena
se
sentó
contra
una
de
las
paredes
de
la
casa.


‐ ¿Vas
a
dormir?
–
Preguntó
Helena

‐ Qué
 va…
 ¿cómo
 podría
 dormir
 aquí?
 –
 Repliqué...
 y
 segundos
 más
 tarde,

mis
ojos
se
habían
cerrado.

El
intenso
dolor
de
cabeza
me
despertó.
Me
encontraba
tapado
con
un
edredón,
y

una
persona
me
examinaba
desde
mi
lado.

‐ Pareces
 un
 angelito
 cuando
 duermes.
 No
 puedes
 ser
 tan
 malo
 como

aparentas…

‐ Oh,
Amy,
otra
vez
con
eso…

‐ Quería
 pedirte
 disculpas,
 realmente
 no
 me
 caes
 mal,
 ni
 siquiera
 pienso

que
 hayas
 actuado
 mal,
 pero
 han
 sido
 días
 muy
 duros,
 y
 he
 estado
 muy

alterada.

Me
incorporé
notando
un
profundo
dolor
en
mi
columna
vertebral
así
como
en

mi
cabeza.
Helena
no
estaba
allí,
tan
solo
Amy,
que
parecía
que
me
había
tapado

y
me
custodiaba.

‐ ¿No
deberías
estar
buscando
el
coche?

‐ No
me
gustaba
que
te
quedaras
solo
con
Helena
y
a
Eli
tampoco,
así
que

vine
a
hacerte
compañía.
–
Amy
hablaba
con
una
voz
suave.
Me
fijé,
y
sus

facciones
eran
bastante
bonitas
vistas
de
cerca.
La
verdad
es
que
era
una

chica
muy
guapa.

‐ Ehh…
Franz.
¿Qué
pasa,
por
qué
me
miras
con
esa
cara?

‐ Simplemente
te
veo
más
guapa.

Amy
rió
de
forma
desenfadada.

‐ Eso
 es
 ahora
 que
 sabes
 que
 soy
 actriz…
 ¿o
 tal
 vez
 después
 de
 haberme

dado
un
baño?

‐ ¿Te
has
dado
un
baño?

‐ Sí,
hay
un
río
cerca
del
pueblo,
hemos
hervido
agua
y
nos
hemos
lavado

un
poco
Eli
y
yo.


Un
escalofrío
recorrió
mi
cuerpo
solo
de
pensar
en
agua
cayendo
sobre
mi
piel.

Estaba
muerto
de
frío,
y
el
dolor
de
cabeza
cada
vez
era
más
intenso.
Asimismo,

sentía
un
fortísimo
ardor
en
la
zona
de
mis
ojos.

‐ Bueno,
lo
que
quería
decirte…
gracias
por
protegerme
todas
estas
veces.

‐ Oh,
cállate,
si
no
lo
hubiera
hecho
me
sentiría
fatal
conmigo
mismo.
Ya
lo

dijo
Elisabeth,
es
una
cuestión
de
mutuo
interés,
nada
más.

‐ Pero
eso
no
cambia
el
hecho
de
que
me
has
protegido.
Así
que
gracias…
de

verdad.
 ‐
 Amy
 se
 dirigió
 a
 la
 ventana
 y
 apoyándose
 en
 ella
 contempló
 el

paisaje.

‐ Cállate…
–
Murmuré
a
regañadientes
mientras
las
puntas
de
mis
orejas
se

coloreaban
de
rojo
y
Amy
se
reía
de
mi
rubor


Súbitamente
Amy
se
apartó
de
la
ventana
como
si
ésta
le
diera
calambre.

‐ ¡Franz!
¡Los
…
los
aldeanos
sanguinarios!

Me
puse
en
pie
de
golpe
y
corrí
hacia
la
ventana.
Allí
estaban.
Habían
venido
al

pueblo
nuevamente
de
cacería.

‐ ¡Helena!
¡HELENA!
–
Gritó
Amy
corriendo
a
una
de
las
habitaciones
de
la

casa
y
al
momento
aparecieron
ambas,
y
juntos
corrimos
escaleras
abajo.

‐ ¡Hay
que
encontrar
a
Eli
e
irnos
de
aquí!
–
Dije
mientras
corría
escaleras

abajo.

Pero
allí
estaba
Elisabeth,
nos
la
encontramos
según
abrimos
la
puerta.


‐ ¡Eli!

‐ Los
 he
 visto,
 vámonos
 de
 aquí.
 He
 encontrado
 el
 coche,
 luego
 os
 doy
 los

detalles,
vamos
a
la
carretera
y
alejémonos
de
aquí.

‐ ¡Tengo
que
coger
a
Timmy!

‐ ¿Quién
es
Timmy?
–
Pregunté,
pero
Helena
corrió
hasta
la
parte
de
atrás

de
la
casa,
y
segundos
más
tarde
apareció
con
¡¿una
maceta?!
en
la
mano.

‐ ¡¿Estamos?!
–
Pregunté
retóricamente
y
corrimos
hasta
la
carretera.
Todo

me
daba
vueltas.
Y
la
cabeza
parecía
que
iba
a
estallarme
de
un
momento

a
otro.

Cruzamos
 el
 pueblo
 ascendiendo
 por
 sus
 escarpados
 caminos
 evitando

aproximarnos
 al
 lugar
 por
 donde
 habían
 entrado
 los
 otros
 aldeanos
 y

alcanzamos
en
a
penas
un
par
de
minutos
la
carretera.

Allí
 se
 encontraba
 el
 coche,
 blanco
 y
 sucio
 de
 polvo,
 preparado
 por
 Elisabeth

para
nuestra
huida.

Me
subí
en
el
asiento
del
piloto,
arranqué
el
coche,
y
salimos
a
toda
velocidad
de

aquel
lugar.
No
obstante,
el
trayecto
que
recorrimos
fue
corto.


Minutos
más
tarde
de
comenzar
el
trayecto
algo
no
marchaba
bien,
empecé
a
ver

doble
la
carretera.
Miré
por
el
espejo
retrovisor
y
mi
corazón
me
dio
un
vuelco

cuando
vi
a
Helena,
con
los
ojos
inyectados
en
sangre
y
una
mueca
de
sadismo
en

su
 faz.
 Acto
 seguido
 sentí
 como
 si
 una
 lanza
 atravesara
 mi
 cabeza.
 Un
 intenso

dolor
 recorrió
 todo
 mi
 ser.
 Se
 me
 nubló
 la
 vista
 y
 perdí
 la
 conciencia
 por
 un

segundo.
 Escuché
 gritos,
 pero
 no
 los
 entendí.
 Entonces
 todo
 se
 tornó
 escarlata

sangre,
y
luego
negro
oscuridad.

FIN
DE
CAPÍTULO.
Próximo
capítulo:
“Colmena”

El
trágico
acelerar
de
la
motosierra
vaticinaba
el
horrible
destino
que
iba
a
sufrir.

Brum­brum,
 cantaba
 el
 sádico
 murmullo
 de
 las
 cuchillas
 bañadas
 en
 viscosos

fluidos,
 mientras
 la
 mujer
 atada
 de
 brazos
 y
 piernas
 rezaba,
 contemplando
 con

horror
sus
últimos
segundos
de
vida.

De
golpe,
el
verdugo
de
cara
oculta
y
ojos
rojos
aceleró
una
vez
más
la
motosierra
y

la
dirigió
sin
piedad
hacia
su
víctima
mientras
ésta
gritaba
con
todas
sus
fuerzas
y

deflagraciones
 escarlata
 inundaban
 el
 cuadro
 de
 tan
 dulces
 como
 bermellones

colores.

Hasta
ahora,
lo
que
habíamos
visto
era
el
paraíso,
comparado
con
el
lugar
al
que

estábamos
por
llegar.


CAPÍTULO IV

“COLMENA”

‐ ¡Helena!
–
grité
abriendo
los
ojos
al
tiempo
que
recibí
un
golpe
del
gélido

aire
que
me
rodeaba.

‐ Vuélvete
 a
 mover
 y
 te
 mataré…
 dos
 veces.
 –
 Aseguró
 una
 voz
 a
 mi
 lado.

Era
 Elisabeth,
 podía
 intuirlo
 por
 su
 tono,
 aunque
 a
 penas
 podía
 ver
 su

figura.

Algo
 se
 movió
 a
 mi
 otro
 lado.
 Estaba
 pegada
 a
 mí,
 notaba
 el
 contacto
 con
 su

cuerpo
debajo
de
algo
que
nos
tapaba.
¿Qué
…
significaba
esto?
Estaba
debajo
de

un
 edredón,
 con
 Amy
 a
 un
 lado
 y
 Elisabeth
 a
 otro,
 ambas
 dándome
 la
 espalda

pero
absolutamente
pegadas
a
mí.

‐ Helena
está
bien,
y
por
cierto,
fue
idea
de
Elisabeth…

‐ No
 te
 hagas
 ilusiones
 chico,
 simplemente
 estabas
 con
 tanta
 fiebre
 que

temblabas
 y
 delirabas,
 y
 encima
 te
 hiciste
 daño
 en
 el
 accidente,
 así
 que

decidimos
descansar,
acampar
y
darte
calor
ambas.

Empezaba
 a
 entender
 algo,
 pero
 no
 lo
 suficiente.
 Me
 encontraba
 como
 si
 me

hubieran
dado
una
paliza,
agotado,
con
dolor
en
todo
el
cuerpo
y
sobretodo
en
la

cabeza.
 Es
 posible
 que
 el
 estrés
 me
 hubiera
 jugado
 una
 mala
 pasada,
 pero…

¿hasta
el
punto
de
haber
tenido
fiebre
tan
alta
que
me
produjera
delirios?

‐ Pero…

‐ Chico,
cállate
y
disfruta,
porque
nunca
volverás
a
compartir
cama
con
dos

mujeres.
Así
que
disfruta
hasta
que
amanezca.

‐ ¿Qué
disfrute?

‐ Sí,
pero
como
se
te
ocurra
moverte
lo
más
mínimo
te
mataré…

‐ Ya,
ya
lo
sé,
dos
veces…

‐ Exacto.

Tal
y
como
me
encontraba
no
tenía
ganas
ni
de
bromas.
Así
que
decidí
relajarme

hasta
que
amaneciera…
pero
nunca
llegó
a
amanecer.

El
 cielo
 de
 la
 mañana
 era
 azabache
 intenso.
 El
 réquiem
 por
 el
 sol
 muerto
 lo

entonaba
el
ululante
viento
en
dueto
con
el
tronar
de
las
serpientes
violáceas
que

surcaban
el
cielo
en
forma
de
relámpago.


Plegamos
las
tiendas
de
campaña
y
las
metimos
en
la
parte
de
atrás
del
coche,
de

donde
las
habían
sacado
las
chicas,
y
le
dirigimos
un
“hasta
pronto”
a
Timmy,
y

nos
marchamos
de
aquel
lugar
con
el
coche.

‐ ¿Te
encuentras
mejor
hermanito?
–
Preguntó
Helena.

‐ ¿Hermanito?
–
Supongo
que
sería
una
forma
cariñosa
de
dirigirse
a
mí.
–

Ehm,
bueno,
todavía
me
duele
la
cabeza.
Y
hablando
de
esto,
creo
que
os

debo
una
disculpa
a
todos.

Conducía
Elisabeth,
a
través
de
los
negros
parajes
iluminados
en
ocasiones
por
el

azul
de
relámpagos.


‐ Pues
 sí,
 fuiste
 un
 insensato
 como
 de
 costumbre.
 ¿A
 quién
 se
 le
 ocurre

conducir
en
ese
estado?
‐
Aseguró
Elisabeth.

‐ Eli,
 ya
 pasó…
 y
 estamos
 todos
 bien.
 El
 coche
 está
 algo
 dañado,
 pero

estamos
todos
de
una
pieza.
–
Intervino
Amy.

Si
 los
 días
 anteriores
 el
 ambiente
 era
 opresivo
 y
 desolador,
 aquella
 mañana

parecíamos
los
protagonistas
de
alguna
película
cyberpunk
en
la
que
viajábamos

como
últimos
supervivientes
de
un
mundo
destruido.


‐ Por
cierto,
¿Timmy
no
es
ese
hierbajo
que
está
ahora
de
moda
en
Estados

Unidos?
–
Observé.

‐ En
Estados
Unidos
y
en
todo
el
mundo
diría
yo.
–
Apuntó
Elisabeth.

‐ Yo
tenía
uno
en
mi
habitación.
Son
preciosos.
–
Dijo
Amy.

‐ A
mí
no
me
gustan
nada.
¿De
dónde
ha
salido
ese
hierbajo
y
por
qué
se
ha

puesto
 de
 moda
 tan
 de
 un
 día
 para
 otro?
 Además,
 tiene
 un
 aspecto

siniestro,
con
ese
color
tan…
intenso.

‐ ¡Pero
 si
 es
 precioso!
 Timmy
 era
 una
 monada.
 Con
 ese
 color
 celeste

intenso.
El
mío
tenía
las
hojas
rojas
en
lugar
de
celeste.
–
Indicó
Amy.


El
 hierbajo
 en
 cuestión
 era
 muy
 parecido
 a
 un
 pascuero
 pero
 con
 las
 hojas

celestes
 en
 lugar
 de
 rojas.
 No
 obstante,
 probablemente
 un
 experto
 en
 botánica

me
habría
apuñalado
por
la
comparación,
pero
yo
no
distinguía
un
pino
de
una

vid,
así
que
para
mí
el
hierbajo
de
moda
era
como
un
pascuero
pero
en
celeste.

Aunque,
Amy
decía
que
el
suyo
era
rojo,
así
que
¿cuál
sería
la
diferencia
entonces

respecto
al
pascuero?

‐ Timmy
es
muy
bonito.
Además
es
mi
amuleto
de
la
buena
suerte.
Por
eso

me
siento
triste
de
haberlo
dejado…

‐ ¿Amuleto?
 ¿Una
 planta?
 Bueno,
 yo
 no
 soy
 quién
 para
 hablar…
 ¿vosotras

tenéis
algún
amuleto?

Amy
 negó
 con
 la
 cabeza,
 mientras
 que
 Elisabeth
 extrajo
 de
 algún
 sitio
 una

especie
de
pinza
para
el
pelo
en
forma
de
smiley
y
me
lo
dio.

El
smiley
sonreía,
pero
si
lo
movías
y
le
daba
la
luz
de
otra
forma,
cambiaba
a
una

cara
de
enfado.
Era
algo
así
como
un
efecto
holográfico.
¡Ya
había
visto
esta
pinza

en
algún
sitio!


‐ ¡Es
la
pinza
de
Aki
de
Chant
of
Libra!
–
Exclamé
según
la
reconocí.

‐ Efectivamente,
pero
la
llevo
porque
me
recuerda
que
casi
todo
tiene
dos

caras.
Que
depende
la
luz
con
que
se
mire,
la
situación
puede
ser
triste
o

feliz.
Me
ayuda
cuando
las
cosas
van
mal
a
girar
la
pinza
y
ver
la
otra
cara

de
la
moneda.
‐

Explicó
Seale.

‐ ¡Waaah!
¡Qué
interesante!
–
Se
sorprendió
Helena.
Quien,
por
cierto,
para

todo
lo
que
había
pasado
se
la
veía
extrañamente
contenta
y
relajada.


Tomé
la
pinza
y
se
la
coloqué
en
el
pelo
a
Elisabeth.


‐ ¿Qué
haces
chico?

‐ Así
tu
amuleto
nos
ayudará
a
todos.

‐ Hermanito,
¿y
tú?
¿Tienes
amuleto?

‐ …

‐ ¿Te
da
vergüenza
contarlo?
–
Pinchó
Amy.

‐ Es
mi
chaqueta.

‐ ¿Ehhhh?
–
Se
extrañaron
las
dos
chicas
del
asiento
de
atrás
exclamando
al

unísono.

Era
una
cazadora
negra
y
gruesa,
muy
cálida,
que
desde
fuera
me
hacía
ver
más

grande
y
fuerte
de
lo
que
realmente
era,
y
a
la
vez
me
daba
la
sensación
de
estar

protegido
como
si
llevara
un
chaleco
antibalas.
Era
una
sensación
extraña,
pero

me
sentía
más
seguro
de
mí
mismo
cuando
la
llevaba
puesta.


‐ Una
vez
se
me
cayó
un
edificio
encima
y
sobreviví
gracias
a
la
chaqueta.

‐ ¡¿De
verdad?!
–
Preguntó
ingenuamente
Helena.

‐ Es
evidentemente
mentira…
‐
Replicó
Amy
poniendo
los
ojos
como
rayas.

‐ En
 realidad
 no
 sé…
 me
 siento
 más
 seguro
 de
 mí
 mismo
 llevando
 puesta

esta
chaqueta.

‐ ¡Qué
raro
eres
hermanito!
–
Expresó
Helena
satisfecha.

Súbitamente,
mientras
hablábamos
tranquilamente,
contemplé
por
la
ventana
un

espectáculo
 formidable:
 el
 tono
 negro
 predominante
 del
 día
 era
 abatido
 por
 el

enfático
celeste
casi
fosforescente
irradiado
por
un
inmenso
campo
de
“Timmys”.


‐ ¡Wow!
¡Mirad
cuántos
Timmys!

‐ Se
llaman
cerias,
no
Timmys.
–
Me
corrigió
Elisabeth.

‐ ¡Qué
bonito!
–
Dijo
Amy
agolpándose
contra
el
cristal
de
la
misma
forma

que
Helena.

‐ ¿Podemos
parar
un
momento?
Por
favoooor.
–
Suplicó
Helena.

‐ Olvídate,
no
estamos
de
excursión.
–
Denegó
Elisabeth.

‐ Eli,
 hay
 que
 disfrutar
 de
 los
 pequeños
 buenos
 momentos
 cuando
 llegan.

Porque
nunca
se
sabe
cuándo
dejarán
de
llegar…
Carpe
Diem.

Elisbeth
me
miró
con
cara
extrañada.

‐ Pa
 …
 ra…
 ‐
 Pedí
 sonriente
 mientras
 con
 mi
 dedo
 corazón
 golpeaba
 su

pinza
del
pelo.


Finalmente
el
coche
se
detuvo
y
nos
bajamos.
No
llovía,
pero
el
cielo
se
mantenía

de
un
color
negro
antinatural‐catástrofe
por
lo
que
ni
un
rayo
de
sol
calentaba,

provocando
 un
 frío
 que
 helaba
 los
 huesos,
 pero
 el
 paisaje
 merecía
 la
 pena.
 
 El

azul
onírico
abrazaba
la
oscuridad
iluminándola
en
grandes
tramos
atestados
de

cerias
celestes,
sucumbiendo
posteriormente
ante
el
bermellón
fosforescente
de

las
rojas
cerias,
en
un
caleidoscópico
espectáculo
que
se
extendía
infinitamente

hasta
 el
 horizonte,
 donde
 el
 deleite
 para
 la
 vista
 acababa
 dando
 paso
 a
 un

recuerdo
que,
aunque
el
cuerpo
tuviera
frío,
mantenía
caliente
el
corazón.

‐ Hermoso…
‐
Expresó
Helena
ensimismada.

‐ Creo
que
es
el
paisaje
idóneo
para
decir
esto:
¡Elisabeth
cásate
conmigo
y

adoptemos
a
Amy
como
hija!
–
Dramaticé
arrodillándome
ante
Elisabeth.

La
viuda
negra
puso
mala
cara,
aunque
con
fingida
seriedad,
mientras
Helena
se

reía.

‐ Chico,
creo
que
estas
plantas
desprenden
una
esencia
psicotrópica
que
te

está
deteriorando
el
cerebro.

‐ ¡Oh
no!
¡Mi
primera
declaración
de
amor,
tirada
por
los
suelos!

‐ Podrías
 haberlo
 intentado
 conmigo…
 ‐
 Dijo
 Amy
 sonriendo
 algo

sonrojada.

‐ Imposible,
me
habría
dado
vergüenza.
–
Repliqué,
mientras
Elisabeth
me

miraba
 con
 cara
 de
 pocos
 amigos
 y
 Amy
 se
 sonrojaba
 mucho…

muchísimo.

Continuamos
nuestro
viaje
durante
largos
kilómetros
sin
señales
de
civilización

y
pasado
un
tiempo
el
coche
empezó
a
solicitar
comida.
Estábamos
en
la
reserva.

Pronto,
 el
 coche
 dejaría
 de
 moverse
 y
 nos
 quedaríamos
 tirados
 en
 medio
 de
 la

nada.

‐ ¿Las
prisas?

‐ No,
 revisé
 la
 gasolina
 y
 pensé
 que
 quedaría
 bastante.
 No
 obstante,
 no
 te

preocupes
chico…

‐ ¿Cómo
 quieres
 que
 no
 me
 preocupe?
 ¡Estoy
 reventado!
 Me
 duele
 un

montón
la
cabeza,
tengo
el
cuerpo
agotado
de
la
fiebre
de
esta
noche…

‐ Mira
allí
a
lo
lejos…
y
cierra
el
pico.

‐ ¡Un
pueblo,
pero
esta
vez
un
pueblo
de
verdad!
–
Exclamó
Amy
contenta.

Otro
 pueblo.
 Maldita
 sea,
 esto
 se
 empezaba
 a
 convertir
 en
 algo
 un
 poco

monótono.
Salimos
de
un
pueblo
para
meternos
en
otro
pueblo,
del
que
salimos

posteriormente
para
meternos…
en
otro
pueblo.


‐ Qué
 alegría…
 otro
 pueblucho
 de
 mala
 muerte
 donde
 cenaremos
 sopa
 de

hierbas
mientras
nos
escondemos
de
tarados
que
intentan
matarnos.

‐ Mi
pinza
no
te
ha
servido
de
nada…

‐ Mi
 optimismo
 se
 agotó
 exactamente
 después
 de
 tener
 un
 accidente
 de

avión,
 que
 intentaran
 matarme,
 me
 destrozara
 una
 pierna
 en
 un
 salto,

tuviera
un
accidente
de
coche,
y
mucha
fiebre…

La
 viuda
 negra
 se
 quitó
 la
 pinza
 y
 me
 la
 enseñó,
 podía
 ver
 el
 malhumorado

smiley.
Acto
seguido
lo
giró
y
pude
ver
el
smiley
sonriente…

‐ Un
 accidente
 de
 avión
 del
 que
 saliste
 ileso,
 un
 intento
 de
 asesinato
 que

evadiste,
 te
 destrozaste
 una
 pierna
 que
 se
 te
 recuperó
 en
 un
 tiempo

récord,
y
tuviste
un
accidente
de
coche
del
que
saliste
también
casi
ileso
y

despertaste
 con
 dos
 chicas
 dándote
 calor…
 Así
 que
 ya
 puedes
 estar

diciéndole
 a
 tu
 optimismo
 que
 vuelva.
 Y
 vamos
 a
 buscar
 una
 maldita

gasolinera.
Que
este
pueblo,
algo
me
dice
que
es
totalmente
distinto
a
los

anteriores.
–
Sermoneó
Elisabeth.

Bueno,
 era
 un
 interesante
 punto
 de
 vista.
 No
 obstante,
 si
 he
 de
 ser
 sincero,
 la

entrada
 al
 pueblo
 no
 parecía
 para
 nada
 algo
 de
 lo
 visto
 anteriormente.
 La

carretera
 se
 introducía
 en
 la
 urbe,
 cuyas
 altas
 construcciones
 de
 cemento
 se

recortaban
sobre
un
lienzo
negro
de
apocalíptico
aspecto.

Detuvimos
 el
 coche
 a
 unos
 doscientos
 metros
 del
 pueblo
 y
 descendimos.
 La

gélida
 brisa
 volvió
 a
 azotarnos.
 Cada
 hálito
 helado
 hacía
 sentir
 como
 uñas
 que

recorrían
nuestras
piel,
provocando
una
indescriptible
y
desagradable
sensación

térmica
 que
 culminaba
 en
 un
 escalofrío,
 provocado
 por
 la
 temperatura
 y
 el

terrorífico
paisaje.

‐ Joder…
es
desalentador.
Si
alguna
vez
me
hubieran
dicho
que
esto
existía,

no
me
lo
habría
creído.

‐ Yo
siempre
me
había
imaginado
así
tu
casa.
–
Opiné.

‐ ¡Niñooos!
Me
estoy
muriendo
de
frío,
jugad
luego.
–
Dijo
Amy.

La
viuda
negra
abrió
el
maletero
y
extrajo
una
caja
de
munición
para
mi
pistola
y

una
 escopeta
 de
 cañón
 recortado.
 Asimismo,
 tomó
 un
 cuchillo
 del
 maletero
 e

intentó
dármelo
mientras
yo
saltaba
para
entrar
en
calor.

‐ ¿Quieres
dejar
de
hacer
el
imbécil
y
coger
el
cuchillo?

‐ ¡Me
tienes
que
dar
los
detalles
de
todo
lo
que
había
en
el
coche!

‐ Primero,
 nada
 de
 esto
 estaba
 en
 el
 coche,
 lo
 metí
 yo,
 y
 segundo…
 joder,

chico,
deja
de
saltar
y
coge
el
cuchillo
de
una
vez.

Tomé
el
cuchillo
y
me
dirigí
a
Amy
y
se
lo
acerqué.

‐ Dame
tu
dinero
o
te
rajo.

–
Siempre
quise
decir
eso.

‐ …

‐ Es
broma,
toma
el
cuchillo,
tú
eres
la
única
que
no
lleva
arma.

‐ Hermanito,
yo
tampoco
llevo
arma.

‐ Espera,
que
ahora
Elisabeth
te
da
un
bazooka.

‐ ¡Vale!
–
Je,
que
ingenua.


Amy
negó
con
la
cabeza.
No
quería
coger
el
cuchillo
bajo
ningún
concepto.

‐ Escúchame
 Amy,
 está
 bien
 que
 no
 lo
 uses,
 pero
 cógelo
 por
 si
 tienes
 que

proteger
a
Helena
en
algún
momento.
Quiero
que
te
quedes
cerca
de
ella
y

la
 cuides.
 No
 quiero
 que
 me
 ayudes
 a
 matar
 a
 nadie,
 solo
 defiende
 a

Helena.

‐ …


Maldita
sea,
me
dolía
la
cabeza
tanto
que
parecía
que
me
iba
a
estallar.
Tenía
frío,

y
probablemente
algo
de
fiebre.
Y
ahí
estaba
Amy
para
llevarme
la
contraria.
En

realidad
 no
 me
 preocupaba
 por
 Helena…
 sino
 que
 me
 preocupaba
 Helena.
 Sus

ojos
 eran
 añil
 antinatural,
 como
 el
 de
 los
 tarados
 del
 pueblo.
 Había
 tenido
 una

corazonada
 que
 relacionaba
 a
 esta
 chica
 con
 nuestra
 muerte,
 y
 había
 visto
 sus

ojos
 inyectados
 en
 sangre
 y
 una
 expresión
 de
 sadismo
 en
 su
 faz.
 Tal
 vez
 fue

cuando
deliraba,
pero
de
un
modo
u
otro,
sospechaba
que
si
moríamos
sería
por

algún
detalle
relacionado
con
ella.

‐ Está
bien…
lo
cogeré…
como
si
fuera
mi
amuleto.
Ya
que
no
tengo
otro…

‐ Protege
a
Helena,
¿sí?
Yo
os
protegeré
al
resto.

‐ Ahora
soy
yo
quien
se
está
helando.
¿Cuál
es
el
plan?
Ya
estamos
más
que

escarmentados,
así
que
si
la
gente
que
hay
en
este
pueblo
es
normal
me

da
igual.

‐ Cruzar
 el
 pueblo
 cagando
 leches,
 ése
 es
 el
 plan.
 Vamos
 corriendo
 hacia

allá
para
entrar
en
calor.

A
medida
que
nos
acercábamos
corriendo
un
sudor
frío
recorría
mi
cara
a
la
vez

que
una
terrorífica
inquietud
comenzaba
a
invadirme.
Algo
me
decía
que
lo
peor

estaba
por
llegar,
que
la
auténtica
pesadilla
estaba
a
punto
de
dar
comienzo.


Helena
 y
 Amy
 jadeaban
 casi
 sin
 aire,
 cuando
 restaban
 unos
 cincuenta
 metros

para
llegar.


‐ No
 puedo
 más,
 no
 puedo
 más…
 ‐
 Dijo
 Amy
 y
 se
 tiró
 al
 suelo
 de
 rodillas,

apoyando
 sus
 manos
 en
 el
 asfalto
 y
 agachando
 su
 cabeza,
 mientras
 que

Helena
se
sentaba
en
el
suelo.

‐ Amy,
que
Elisabeth,
a
su
edad,
está
aguantando
este
ritmo.
–
Dije
y
recibí

un
fuerte
golpe
en
la
cabeza.

Era
 normal
 que
 en
 su
 estado
 Helena
 se
 cansara
 tanto,
 pero
 no
 Amy.
 Al
 parecer

era
una
persona
de
constitución
muy
frágil.
Lo
peor
de
todo
es
que
Amy
parecía

incluso
más
cansada
que
Helena.


Me
 acerqué
 a
 la
 actriz
 y
 la
 cogí
 en
 brazos.
 Pude
 ver
 como
 se
 sobresaltaba
 y
 se

sonrojaba
a
la
vez.

‐ ¡¿Pero
qué
haces?!

‐ Te
cojo
en
brazos.

‐ Hermanito,
Eli
se
está
poniendo
celosa.

‐ Niña,
se
ve
que
tú
también
tienes
fiebre.

Y
así
llegamos
al
inicio
de
aquel
pueblo
que
nada
tenía
que
ver
con
los
anteriores.

De
entrada,
habíamos
dado
un
cambio
de
registro,
habíamos
pasado
del
tercer
al

primer
 mundo.
 Si
 bien
 los
 otros
 pueblos
 eran
 destartalados
 parajes
 de
 viejas

casas,
 aquí
 nos
 encontrábamos
 con
 un
 vecindario
 propio
 de
 las
 inmediaciones

del
núcleo
urbano
de
una
ciudad.
No
había
que
ser
muy
espabilado
para
detectar

cierta
artificialidad
en
ese
aspecto.

‐ Escuchad,
 esto
 ya
 es
 otra
 cosa.
 Es
 muy
 posible
 que
 aquí
 podamos

encontrar
gasolina,
comida
e
incluso
ropa
nueva.
–
Dijo
Elisabeth.

‐ O
no…
‐
Puse
mi
granito
de
arena.

‐ ¿Entonces
nada
de
cruzar
el
pueblo
corriendo?
–
Pregunto
Amy.

‐ Yo
 pienso
 que
 podríamos
 escondernos
 en
 alguna
 casa
 vacía
 y
 recolectar

víveres.
 No
 me
 importaría
 comer
 algo
 decente
 por
 un
 día.
 Además,
 al

chico
no
le
vendría
mal
algo
de
descanso.

‐ A
 mí
 me
 parece
 más
 seguro
 dormir
 en
 el
 coche…
 ‐
 Opiné
 –
 Vamos,
 más

seguro
que
rodeado
de
psicópatas.

‐ Sí,
 con
 este
 cielo
 absolutamente
 negro
 me
 parece
 una
 idea
 genial.
 –

Replicó
 sarcásticamente
 Seale.
 –
 Además,
 ¿has
 visto
 ya
 aldeanos

psicópatas?
Porque
yo
no…

Touché.
 Dejé
 a
 Amy
 en
 el
 suelo
 y
 contemplé
 el
 oscuro
 paisaje.
 Como
 en
 las

ocasiones
anteriores,
el
sepulcral
mutismo
era
el
rey,
aunque
en
esta
ocasión
no

sentí
 como
 si
 estuviéramos
 solos.
 Más
 bien
 todo
 lo
 contrario.
 Una
 terrible

sensación
 de
 sobrecogimiento
 me
 inquietaba
 profundamente.
 Sentía
 como
 si

millones
de
ojos
se
clavaran
en
mí,
me
escrutaran.
Notaba
como
si
montones
de

manos
 invisibles
 me
 acariciaran
 la
 piel
 y
 luego
 acercaran
 sus
 bocas
 a
 mi
 cuello

para
arrancármelo.

‐ Chico,
¿te
pasa
algo?

‐ Es
inquietante…
‐
Replicó
Helena.

‐ ¿Tú
 también
 lo
 sientes?
 –
 Pregunté
 a
 la
 muchacha
 y
 ésta
 asintió
 con
 la

cabeza.

‐ ¿Qué
pasa
chico?

‐ Nos
están
observando.
Montones
de…
¿personas?…

‐ No
me
jodas…

‐ Vámonos
de
aquí
¡ya!

‐ ¿Adónde
vamos?
–
Preguntó
Eli.

‐ A
cualquier
casa,
ocultémonos…


‐ Franz..

‐ ¡Vamos,
vamos!

Comencé
a
liderar
la
carrera
en
pos
de
la
primera
casa
que
se
erigía
en
el
flanco

izquierdo
 del
 asfalto.
 A
 diferencia
 de
 las
 casas
 de
 los
 anteriores
 pueblos,
 ésta

daba
la
sensación
de
estar
hábilmente
diseñada.
Asimismo,
poseía
un
vallado
de

construcción
y
una
verja
que
daba
paso
a
un
jardín
exterior
completamente
seco

y
marchito.

‐ ¿Y
si
hay
alguien
dentro?
–
Amy
preguntó
algo
asustada.


Pero
era
apremiante
desaparecer
de
la
carretera
principal,
por
lo
que
empujé
la

verja
de
entrada
y
ésta
se
abrió
chirriando.
A
continuación
me
dirigí
seguido
del

grupo
a
la
entrada
principal
y
vi
que
habían
tirado
la
puerta
abajo.


Encañoné
 la
 oscuridad
 y
 me
 adentré
 en
 el
 interior
 escrutando
 las
 sombras
 con

extremo
cuidado.


La
 escasa
 luz
 que
 entraba
 desde
 el
 exterior
 me
 permitió
 comprobar
 con

dificultades
que
nada
a
parte
de
muebles
completamente
destrozados
y
algunos

escombros
poblaban
el
interior
de
la
casa.

Arrastré
uno
de
los
muebles
que
aun
se
mantenía
de
una
pieza
a
la
entrada
que

se
había
quedado
sin
puerta
y
la
tapé.

‐ ¿Ya
está?
¿Esa
es
tu
revisión
de
la
casa?
–
Susurró
Elisabeth.

‐ ¡Arriba,
arriba!
–
Ordené
y
todas
me
siguieron
hasta
la
planta
superior.

Ésta
se
componía
de
un
pasillo
con
dos
habitaciones
y
un
cuarto
de
baño.
Una
de

las
habitaciones
estaba
completamente
vacía
mientras
que
la
otra
contenía
una

cama
 de
 matrimonio,
 un
 armario
 hecho
 añicos
 y
 un
 par
 de
 mesitas
 de
 noche.

Hice
señas
para
que
me
siguieran
y
nos
desplazamos
hasta
la
ventana,
a
través

de
la
cual
se
veía
la
calle
principal.


‐ ¿Me
quieres
explicar
qué
coño
pasa?

Helena
posó
la
mano
sobre
el
hombro
de
Elisabeth.

‐ Hemos
sentido
como
si…
muchísimas
personas,
nos
observaran.


Tenía
la
sensación
de
que
vendrían
hacia
aquí,
a
la
entrada
del
pueblo,
y
por
eso

aguardé
 unos
 minutos
 contemplando
 la
 solitaria
 calle,
 pero
 nadie
 se
 aproximó,

según
 pude
 ver
 por
 la
 ventana…
 maldita
 sea,
 me
 estaba
 volviendo
 paranoico,

pero
sin
embargo,
la
sensación
de
peligro
seguía
siendo
inminente.
Algo
me
decía

que
huyéramos
de
aquel
pueblo
cuanto
antes.

‐ Creo
que…
sería
bueno
que
nos
fuéramos
pronto…
‐
Aseguró
Helena.

‐ Joder,
no
me
asustes
más
de
lo
que
estoy.
–
Replicó
Elisabeth
‐
¿Amy,
qué

te
pasa,
hace
un
rato
que
no
hablas?

‐ Nada…
sólo
estoy
cansada.

Amy
estaba
también
realmente
asustada.
Supuse
que
ella
también
había
sentido

lo
mismo
que
nosotros.

‐ Helena
tiene
razón,
tenemos
que
abandonar
este
pueblo
lo
antes
posible.

Aquí
hay
algo
distinto
a
esos
aldeanos
de
ojos
añil…
‐
Advertí.

‐ Chico,
 pues
 ya
 me
 dirás
 cómo…
 necesitamos
 gasolina
 y
 algo
 de
 comida

tampoco
 vendría
 mal.
 Además,
 vamos,
 mira
 a
 Amy,
 dudo
 que
 pueda

cruzar
corriendo
este
pueblo,
y
ni
te
cuento
ir
por
los
descampados
que
lo

circundan…

‐ Iré
 a
 buscar
 gasolina
 y
 víveres.
 Probablemente
 haya
 alguna
 gasolinera
 y

alguna
tienda
por
aquí
cerca.

‐ ¡Franz,
no,
por
favor,
no
vayas
tu
solo!


‐ Hermanito…

‐ Yo
voy
contigo,
chico,
si
nos
separamos…

‐ Eli,
acompáñame
abajo,
vamos
a
comprobar
algo.
–
Interrumpí.

Todas
me
miraron
extrañadas
y
procedieron
a
levantarse
pero
yo
les
indiqué
que

no
lo
hicieran.

Descendimos
las
oscuras
escaleras
y
llegamos
al
salón
sumido
en
tinieblas.


‐ Voy
a
ir
yo
solo.
–
Indiqué
según
bajamos
las
escaleras.

‐ ¡¿Qué
 demonios
 dices?!
 Primero,
 Amy
 y
 Helena
 pueden
 quedarse
 aquí
 y

esperarnos.
 Segundo,
 si
 cometes
 algún
 fallo
 estando
 solo,
 estás
 muerto.

Tercero…

‐ ¡Eli,
escúchame!

‐ Tercero…
no
me
llames
Eli.

‐ Escúchame,
 el
 día
 que
 abrimos
 la
 trampilla
 en
 el
 pueblo
 aquel
 tuve
 la

corazonada
 de
 que
 Helena
 nos
 mataría
 a
 todos…
 nos
 vi
 a
 nosotros
 en
 el

suelo,
 bañados
 en
 sangre,
 y
 a
 una
 figura
 envuelta
 en
 sombras
 a
 nuestro

lado.
Fue
como…
no
sé,
como
algo
que
sabía
que
pasaría
si
abría
aquella

trampilla.


Elisabeth
se
acercó
a
la
ventana
y
la
leve
luminescencia
del
exterior
iluminó
su

sombría
expresión.

‐ Y
 luego,
 en
 el
 coche,
 cuando
 me
 desmayé,
 lo
 último
 que
 creí
 ver
 fue
 a

helena
con
los
ojos
inyectados
en
sangre
y
una
expresión
macabra
en
su

cara.

‐ ¿No
te
fías
de
Helena?

‐ No.

‐ Yo
tampoco.

‐ Por
 eso
 le
 di
 un
 cuchillo
 a
 Amy
 para
 que
 “la
 protegiera”…
 En
 realidad

pensaba
 más
 en
 que
 Amy
 pudiera
 protegerse
 de
 Helena
 en
 caso
 de
 que

ésta
decidiera
atacarla.


Elisabeth
esbozó
una
sonrisa
que
vi
reflejada
en
el
cristal
de
la
ventana.

‐ Eres
menos
tonto
de
lo
que
yo
pensaba.

‐ Pero
 sigo
 sin
 confiar
 en
 que
 Amy
 vaya
 a
 matar
 a
 Helena
 en
 caso
 de
 que

ésta
la
ataque…
por
eso
no
quiero
dejarlas
solas.

La
 viuda
 negra
 se
 mantuvo
 callada
 durante
 un
 momento,
 como
 sopesando
 las

opciones
que
teníamos.
Pero
en
aquella
ocasión
no
había
nada
que
pensar.

‐ El
mal
camino,
recorrerlo
pronto…
‐
Dije
sin
esperar
una
respuesta
de
la

mujer,
y
moví
el
mueble
que
bloqueaba
la
entrada
a
la
casa
y
puse
un
pie

en
el
exterior.

‐ ¡¿Qué?!
¡¿te
vas
ya?!
¿Sin
despedirte
siquiera?

‐ Es
cierto…
‐
dije
y
volví
a
meterme
dentro
de
la
casa.
Giré
sobre
mí
mismo,

la
 miré
 profundamente
 a
 los
 ojos
 e
 hice
 una
 reverencia
 de
 cuerpo

completo.
‐
¡Aû
Revoir!

Y
salí
corriendo
al
exterior
de
la
casa.
Noté
que
Elisabeth
estaba
hablando
pero

no
pude
escuchar
todo
lo
que
decía.
Sólo
escuché
la
parte
final:
“Chico,
patéales
el

trasero”.

La
fresca
ventisca
abofeteó
mi
cara
y
mi
moral.
Como
si
se
tratase
de
clavos,
volví

a
sentir
mil
miradas
sobre
mí
y
la
inquietud
volvió
a
adueñarse
de
mi
persona.

Corrí
 a
 través
 de
 la
 calle
 principal
 tratando
 de
 ser
 uno
 con
 las
 sombras
 pero

manteniendo
un
ritmo
ligero.
La
carretera
doblaba
a
la
izquierda,
y
si
trataba
de

seguir
recto
la
vía
se
hacía
peatonal.
Si
estaba
buscando
una
gasolinera
tendría

que
seguir
la
carretera.

Unos
 minutos
 después
 ya
 casi
 no
 podía
 ver
 la
 casa
 donde
 se
 escondían
 mis

compañeras,
 y
 fue
 en
 aquel
 momento
 en
 el
 que
 mi
 corazón
 se
 encogió
 y
 una

turbia
sombra
empañó
mi
moral.
Sentí
miedo,
pánico,
a
fin
de
cuentas
no
era
un

héroe,
 sólo
 era
 Franz
 D.
 Drakkan,
 una
 persona
 normal…
 Pero
 no
 estaba
 solo.

Aunque
 nos
 hubiéramos
 separado
 sentía
 sus
 pensamientos
 dirigiéndose
 hacia

mí,
 dándome
 ánimos.
 Si
 hubiera
 sido
 el
 único
 superviviente
 del
 avión,
 estoy

seguro
que
ya
habría
muerto,
pero
sin
embargo
ellas
eran
ahora
como
mi
familia,

y
estaba
conectado
a
ellas
a
través
de
un
lazo
que
no
se
quebraría
con
el
peso
de

aquellas
 cortas
 distancias.
 Respiré
 profundamente,
 esprinté,
 y
 la
 casa
 se

convirtió
en
una
sombra,
un
recuerdo.

Todo
seguía
yerto
por
aquellos
lugares.
Ni
un
alma,
ni
un
vehículo,
y
sin
embargo

me
sentía
rodeado,
observado.
Alcancé
una
glorieta
que
bordeaba
un
cúmulo
de

hierbajos,
 y
 tomé
 aleatoriamente
 una
 de
 las
 opciones
 de
 la
 rotonda
 que

conducían
 a
 una
 especie
 de
 túnel
 creado
 por
 árboles
 destrozados.
 Sus
 troncos

parecían
haber
sufrido
golpes
de
hacha
e
incluso
mordiscos
o
ataques
de
ira
de

personas
enloquecidas.

Cruzando
el
oscuro
túnel
dejé
a
mi
lado
el
cadáver
de
un
coche
cercenado
en
dos.

¿Qué
 clase
 de
 bestia
 salvaje
 podría
 hacer
 aquello?
 También
 poseía
 los
 cristales

laterales
reventados
en
pedazos
y
los
asientos
completamente
rajados.


Inspiré
 profundamente
 una
 vez
 más
 y
 salí
 del
 túnel
 de
 árboles.
 Llegué
 a
 una

trifurcación
 cuyas
 vías
 conducían
 a
 unos
 edificios
 propios
 de
 una
 zona

residencial,
otra
se
perdía
en
el
horizonte
elevándose
por
encima
de
un
túnel
que

parecía
ser
cruzado
por
unas
vías
de
tren,
y
la
tercera
vía
moría
en
un
pequeño

aparcamiento
situado
al
lado
de
otra
zona
residencial
que
parecía
poseer
algunos

negocios
como
panaderías,
pequeños
restaurantes…

Decidí
dirigirme
a
esa
última
vía,
dado
que
era
probablemente
allí
donde
podría

encontrar
víveres.
No
obstante,
súbitamente,
sentí
como
si
el
aire
se
espesara
de

golpe,
como
si
el
ulular
del
viento
cesara
y
tan
sólo
el
latir
de
mi
corazón
pudiera

escucharse
 en
 aquel
 instante:
 una
 figura
 humana
 yacía
 en
 pie,
 quieta
 en
 los

edificios
del
flanco
izquierdo
de
la
calzada.
Me
observaba,
fijamente.

La
sangre
me
subió
a
la
cabeza
y
se
me
nubló
la
vista
–
sólo
es
una
persona…
sólo

es
 una
 persona
 –
 repetía
 para
 mis
 adentros
 para
 tranquilizarme,
 pero
 lo
 que

sucedió
 a
 continuación
 me
 heló
 la
 sangre:
 las
 persianas
 de
 varios
 edificios
 se

elevaron
bruscamente
y
muchas
personas
comenzaron
a
asomarse
y
a
mirarme.

Algunas
 puertas
 se
 abrieron
 y
 varios
 sujetos
 salieron
 y
 comenzaron
 a
 andar

hacia
mi
posición.


‐ ¡Joder,
joooder!
–
Las
ventanas
seguían
abriéndose,
gente
se
asomaba
de

sitios
 distintos
 y
 todas
 las
 miradas
 se
 dirigían
 a
 mí.
 De
 repente,
 una

imponente
algarabía
se
aproximaba
por
mi
flanco
izquierdo,
podía
ver
las

sombras
 de
 un
 gran
 grupo
 de
 personas
 avanzando
 a
 través
 de
 aquella

calle
en
mi
busca.
¡¿Cómo
demonios
me
había
detectado
tanta
gente
a
la

vez?!
 Era
 como
 si
 se
 tratara
 de
 una
 mente
 colmena
 de
 alguna
 peli
 de

ciencia
ficción.

Emprendí
 una
 carrera
 hacia
 mi
 objetivo
 y
 como
 si
 de
 una
 pesadilla
 se
 tratara

sentía
como
si
no
avanzara,
mi
vida
se
movía
a
cámara
lenta
como
deteniéndose

después
 de
 cada
 sístole‐diástole.
 Quería
 gritar,
 pero
 no
 tenía
 voz,
 casi
 no
 podía

respirar.
La
viscosidad
de
mi
saliva
me
ahogaba
mientras
mis
dientes
rechinaban

y
mis
potentes
exhalaciones
se
tornaban
en
vaho
que
empañaba
mis
ojos.

Más
 personas
 surgieron
 a
 través
 del
 paso
 elevado…
 me
 señalaban,
 pero
 no

corrían,
 sólo
 andaban
 decidida
 aunque
 torpemente
 hacia
 mi
 posición.
 Portaban

palos,
 hachas,
 martillos…
 Eran
 lentos,
 pero
 los
 temblores
 de
 mis
 piernas
 me

impedían
usar
toda
mi
velocidad.


Alcancé
 los
 edificios
 y
 los
 bordeé
 buscando
 alguna
 tienda
 o
 algún
 lugar
 donde

esconderme
 y
 en
 aquel
 momento
 sucedió:
 algo
 se
 abalanzó
 sobre
 mí
 con
 una

fuerza
 sobrehumana
 y
 me
 derribó.
 Llevaba
 la
 cabeza
 cubierta
 por
 un
 saco
 con

minúsculos
orificios
que
ni
siquiera
permitían
ver
sus
ojos.
Giré
sobre
mí
mismo

en
el
suelo
y
escuché
el
silbar
de
un
cuchillo
carnicero
cortando
el
aire
al
lado
de

mi
oreja
y
luego
golpear
contra
el
suelo.
Me
puse
en
pie
como
pude.
Se
abalanzó

sobre
 mí.
 Una
 puñalada
 al
 aire.
 Otro
 destello
 y
 una
 explosión
 de
 sangre
 cubrió

toda
 mi
 vista.
 Grité
 de
 dolor.
 Un
 grito
 que
 me
 arrancó
 el
 alma,
 desgarró
 mi

garganta
 y
 se
 entremezcló
 con
 mi
 sangre
 bañando
 la
 máscara
 del
 abominable

carnicero.


No
era
como
el
resto.
Era
rápido,
fuerte,
su
esencia
era
la
de
una
bestia
rabiosa

que
emana
espumarajos
por
la
boca.


Caí
 contra
 la
 pared
 sujetándome
 la
 cara.
 El
 frío
 de
 la
 pared
 en
 mi
 espalda
 y
 un

golpe
brutal
en
mis
costillas.
Caí.
Vi
el
cielo,
negro.
Los
otros
pueblerinos
venían.

Iba
a
morir.
¡No
podía
morir
así!
Tendido
desde
el
suelo
lancé
mi
brazo
contra
la

figura
enmascarada
y
agarré
su
zona
genital
con
mis
manos
y
apreté
con
todas

mis
fuerzas.
Perdió
su
beligerancia,
se
desequilibró…
dio
unos
pasos
atrás.
Ni
un

grito
 de
 dolor,
 nada,
 tan
 solo
 sangre
 manó
 de
 debajo
 de
 su
 aciaga
 máscara

bañándome
ligeramente
la
cara.
Sangre
proveniente
de
su
boca.


Me
 levanté,
 corrí
 para
 alejarme
 de
 él,
 pero
 era
 rápido,
 mortal…
 la
 sangre
 aun

líquida,
 viscosa,
 dulce,
 impregnaba
 mis
 párpados
 y
 descendía
 hasta
 mi
 boca

imposibilitándome
respirar.
Sentí
su
rabia
de
nuevo.
Me
empujó
con
brutalidad
y

ambos
caímos
en
frente
de
un
local.
Era
una
tienda,
pero
eso
poco
me
importaba

ahora…
 pateé
 su
 cabeza
 con
 el
 talón
 de
 mi
 pierna
 y
 me
 arrastré
 al
 interior
 del

recinto.

La
puerta
era
metálica,
alargué
mis
manos
y
sin
pensármelo
dos
veces
tiré
de
ella

hacia
abajo
con
todas
mis
fuerzas
pero
el
carnicero
consiguió
arrastrarse
dentro

antes
de
que
la
puerta
lo
cortara
en
dos.
Por
suerte,
mis
manos
fueron
veloces,

tomé
mi
pistola,
apunté
y
un
disparo
atravesó
la
máscara
del
asesino.
La
sangre

brotó
del
agujero
de
la
bala
y
su
cuerpo
cayó
al
suelo
inerme.


Respiré
con
todas
mis
fuerzas
y
me
apoyé
contra
la
pared.
Estaba
mareadísimo,

sentía
 ganas
 de
 vomitar,
 pero
 ya
 estaba
 a
 salvo.
 O
 eso
 creía…
 advertí
 un

movimiento
detrás
mía:
¡el
carnicero
estaba
en
pie,
pegado
a
mí!
Otro
destello,
el

crudo
 silbar
 del
 metal
 y
 mis
 reflejos
 me
 salvaron
 la
 vida,
 cuando
 interpuse
 mi

brazo
 entre
 la
 trayectoria
 del
 cuchillo
 y
 mi
 cabeza.
 Una
 explosión
 carmesí
 me

volvió
a
bañar:
mi
brazo
había
sido
atravesado
por
la
cuchilla.
El
indescriptible

dolor
hizo
que
cayera
al
suelo
y
la
criatura
se
sentó
encima
mía
como
jactándose

de
 la
 situación.
 Parecía
 respirar
 de
 una
 forma
 increíblemente
 profunda.
 Sentí

pánico
mientras
su
cuchillo
se
dirigía
a
mi
cabeza.

Comenzó
 a
 cortar
 mi
 frente,
 en
 diagonal,
 mientras
 yo
 gritaba
 al
 borde
 de
 la

inconsciencia.
 Surcó
 toda
 mi
 frontal
 y
 continuó
 por
 mi
 mejilla
 derecha.

Finalmente,
 levantó
 su
 cuchillo,
 para
 darme
 la
 estocada
 final.
 Cerré
 los
 ojos

esperando
el
impacto…
…
….
…
unos
segundos,
eternos,
silencio,
miedo…
silencio

de
nuevo…
el
carnicero
cayó
al
suelo,
a
mi
lado,
muerto.


Mi
 cuerpo
 comenzó
 a
 temblar,
 sentía
 frío,
 mientras
 lágrimas
 de
 alegría
 y

nerviosismo
 limpiaban
 mis
 ojos
 de
 sangre.
 Quería
 volver
 con
 Elisabeth,
 Amy,

Helena…
Necesitaba
verlas,
necesitaba
compañía,
necesitaba
ayuda,
un
abrazo…

lo
 que
 fuera.
 Desgraciadamente,
 lo
 que
 en
 aquel
 momento
 no
 sabía
 es
 que

cuando
yo
volviera,
ellas
ya
no
estarían
allí:
una
casa
vacía…
sangre
y
muerte
por

doquier.
 Y
 una
 despedida
 triste:
 las
 habían
 encontrado
 los
 sanguinarios

habitantes,
 los
 miles
 de
 ojos,
 la
 mente
 colmena.
 Mi
 camino
 continuaba
 en

solitario.

PRÓXIMO
CAPÍTULO:
“UN
ADIÓS”


You might also like