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El
cielo
era
de
un
gris
cetrino
incluso
siendo
de
noche.
Estaba
completamente
poblado
de
grises
nubarrones
que
vaticinaban
la
inminente
lluvia.
El
pronóstico
del
tiempo
era
contundente,
estábamos
en
alerta,
pero
a
mí
eso
me
daba
igual,
pues
me
encontraba
en
el
aeropuerto
a
punto
de
tomar
un
vuelo
a
un
lugar
lo
suficientemente
alejado
como
para
mantenerme
al
margen.
Me
dirigí
hacia
el
bar
más
cercano
a
mi
puerta
de
embarque
e
imitando
al
vaquero
típico
de
los
westerns
me
senté
y
miré
al
barman
desafiante.
‐ Póngame
lo
más
fuerte
que
tenga…
‐
exigí.
‐ Tengo
una
ensaladilla
rusa,
en
mal
estado,
tiene
un
sabor
fortísimo…
‐
Replicó
el
mordaz
camarero.
‐ De
beber…
por
ejemplo,
un
martini
con
vodka,
agitado,
no
removido.
El camarero sonrió al ver mi mala imitación de James Bond.
“…El
presunto
asesino,
que
descargó
su
hacha
en
numerosas
ocasiones
sobre
su
pareja,
no
parecía
estar
afectado
por
alcohol
o
la
ingestión
de
sustancias
tóxicas
de
tipo
alguno…”
Estaba
cansado
de
estas
noticias.
Parecía
que
últimamente
se
estaba
produciendo
una
oleada
de
asesinatos
incomprensibles,
crímenes
pasionales
ridículos,
y
en
definitiva
un
aumento
tremendo
en
la
violencia.
En
la
pantalla
apareció
a
continuación
la
famosa
periodista/criminóloga/joven
promesa/estrella
mediática
del
momento,
Elisabeth
Seale,
más
conocida
como
“La
viuda
negra”
o
“La
avispa
de
mar”,
refiriéndose
al
animal
más
venenoso
del
mundo,
haciendo
referencia
a
lo
incisivo
de
esta
mujer
en
lo
relacionado
a
obtención
de
información.
Para
hablar
más
clara
y
vulgarmente,
tenía
mucha
gente
de
peso
cogida
por
los…
‐ Aquí
tiene
su
bebida.
–
Dijo
el
camarero
dejando
el
martini
delante
mía.
Solté
el
dinero
sobre
la
mesa
y
cuando
el
camarero
se
dio
la
vuelta,
con
mi
reloj
de
última
tecnología,
que
incorporaba
mando
universal
cambié
de
cadena.
¡Leon
Scott
Kennedy
en
pantalla!
(No
confundir
con
John
F.
Kennedy)
Este
hombre
–
Leon
–
era
mi
ídolo,
mi
inspiración,
un
verdadero
héroe
tras
los
acontecimientos
de
Raccon
City.
Aunque
en
esta
ocasión
estaba
hablando
del
periodista
Kurtis
Miles,
recientemente
desaparecido
misteriosamente.
¡Como
si
a
alguien
le
importara!
Vaya
mierda
de
televisión.
‐ Leon
Scott
Kennedy,
qué
gran
hombre.
–
Dijo
el
barman
volviendo
a
situarse
delante
mía.
–
Debería
haber
más
gente
como
él
par
arreglar
esta
mierda
de
país.
‐ A
mí
este
país
me
es
indiferente.
–
Repliqué.
Había
más
gente
como
Leon,
pero
no
todos
con
su
suerte.
En
la
realidad,
la
mayoría
de
héroes
acaban
muertos.
‐ ¿Te
has
hecho
policía
sin
importarte
lo
más
mínimo
el
país?
‐ Soy
policía
porque
me
mola
llevar
pistola
y
tener
poder
y
que
por
ello
me
paguen
un
sueldo
decente.
No
soy
un
estúpido
idealista.
Me
resultan
irrelevantes
las
cuotas
de
criminalidad
de
este
país,
y
todos
sus
habitantes.
No
me
gusta
ayudar
a
la
gente,
pienso
que
cada
candelabro
debe
sostener
su
vela.–
Respondí
de
forma
contundente.
El
hombre
meneó
la
cabeza
con
desaprobación
y
estoy
seguro
de
que
internamente
deseó
que
me
atragantara
con
la
bebida.
A
la
gente
le
encanta
la
hipocresía.
Desean
que
les
digas
que
has
entrado
en
la
policía
para
defender
la
justicia
y
ayudar
al
débil.
Y
a
los
dos
días
eres
un
poli
corrupto,
sobornado
por
la
mafia
local.
Yo
no
soy
ni
uno
ni
otro.
No
me
gusta
engañarme,
no
ayudo
a
nadie
y
nadie
me
ayuda
a
mí.
No
pretendo
salvar
al
mundo
pero
tampoco
estoy
interesado
en
la
corrupción.
Acabé
de
discurrir
y
decidí
dejar
la
bebida
a
medias
y
marcharme,
no
sin
antes
cambiar
de
cadena,
para
poner
algo
más…
interesante.
Miré
a
mi
alrededor
para
asegurarme
de
que
no
hubiera
menores
cerca
y
cambié
de
canal
posteriormente,
hasta
llegar
a
uno
en
el
que
estaban
emitiendo
cosas
de
contenido
X.
Era
mi
adecuada
indirecta
a
todos
esos
hipócritas
que
me
miraban
con
mala
cara
por
ser
sincero:
¡Qué
os
den
por
el…
“Atención
llamada
para
el
vuelo
2237
con
destino
a…
‐ ¡Mi
vuelo,
en
hora,
milagro!
–
Y
me
fui
del
bar
escuchando
ya
el
murmullo
y
las
expresiones
de
descontento
de
la
gente
que
allí
se
encontraban:
“pero
qué
grosero
el
dueño
del
bar”,
mientras
de
fondo
se
oían
los
gemidos
provenientes
de
aquella
producción
de
cine
de
calidad.
No
tardé
mucho
en
embarcar.
El
avión
era
pequeño,
estrecho
y
viejo,
pero
mientras
no
se
cayera
en
mitad
del
vuelo
a
mi
me
daba
igual.
Un
asiento
de
aquel
avión
era
casi
más
grande
que
el
estudio
en
el
que
yo
vivía.
De
hecho,
en
mi
estudio
tenía
que
tener
cuidado
al
bajarme
de
la
cama
para
no
meter
un
pie
dentro
del
retrete.
Por
suerte
para
mí
ahora
me
dirigía
a
la
casa
de
mis
padres,
y
podría
disfrutar
unos
días
de
una
cama
en
la
que
me
podría
estirar
cómodamente,
y
de
una
comida
distinta
a
los
mejillones
de
lata
y
sopa
precocinada.
¡Home,
sweet
home!
Decidí
ponerme
el
cinturón
y
cerrar
los
ojos,
para
cuando
despertara,
estaría
en
mi
queridísimo
hogar,
o
eso
era
lo
que
yo
pensaba.
No
fue
así.
***
Un
olor
a
goma
quemada
y
una
sensación
de
profunda
nausea
invadió
mi
cuerpo,
abrí
los
ojos
y
estos
comenzaron
a
escocerme
con
intensidad.
¿Dónde
me
encontraba?
Estaba
totalmente
desorientado.
Estaba
tumbado
bocabajo
en
un
suelo
de
tierra
seca.
Recordé
el
avión.
¡El
avión!
Me
giré
sobre
mí
mismo
y
pude
ver
aquello
que
me
temía:
un
cementerio
de
metal
y
ceniza.
Había
sobrevivido
a
un
accidente
aéreo…
traté
de
ponerme
en
pie
y
la
vista
se
me
nubló
completamente,
estrellas
blancas
me
recorrían
la
vista
mientras
mis
piernas
me
temblaban
y
las
arcadas
se
manifestaban
tras
el
largo
período
de
nausea.
Había
fuego
devorando
la
goma
de
lo
que
parecía
ser
el
tren
de
aterrizaje
del
avión,
lo
que
intuí
que
eran
cuerpos
de
personas
calcinados,
el
colosal
aparato
volador
fragmentado
en
mil
pedazos.
Frente
a
mis
ojos,
en
definitiva
los
restos
de
un
siniestro
que
todos
hemos
visto
alguna
vez
por
las
noticias
pero
que
nadie
jamás
se
imaginó
que
viviría
en
primera
persona.
Me
arrastré
lejos
del
avión
para
evitar
cualquier
posible
daño
de
alguna
eventual
deflagración
o
escape
de
gas,
aunque
no
tenía
ni
idea
de
cómo
funcionaba
en
realidad
un
aparato
de
esta
índole.
Después
de
calmarme
un
poco,
empecé
a
ser
consciente
de
mi
situación.
Estaba
perdido
y
solo
en
algún
lugar
tras
el
siniestro
del
avión.
Dadas
las
tecnologías
actuales
no
habría
problema,
puesto
que
en
cuanto
fueran
conscientes
de
la
situación
llegaría
todo
un
convoy
a
rescatarme.
Aunque
también
era
consciente
de
que
esas
situaciones
llevaban
su
tiempo.
Me
senté
sobre
un
trozo
de
aluminio
que
había
impactado
directamente
en
el
terroso
suelo
y
se
había
sumergido
en
el
mismo,
para
tratar
de
asimilar
la
situación
y
comenzar
a
decidir
qué
hacer,
sin
embargo,
algo
sucedió
en
aquel
momento.
Una
mano
asió
mi
hombro
y
se
apoyó
sobre
el
mismo.
Mi
corazón
redobló
con
tanta
fuerza
que
casi
me
perfora
el
pecho
y
mis
actos
reflejos
me
hicieron
saltar
de
la
piedra
y
girarme
sobre
mí
mismo.
Una
chica
de
unos
veintimuchos
años
cayó
al
suelo
de
rodillas
mientras
tosía.
Su
cabello
color
negro
era
ahora
más
claro
de
lo
que
habría
sido
habitualmente,
dado
todo
el
polvo
y
la
ceniza
que
contenía.
Vestía
una
falda
gris
de
rayas
ni
corta
ni
larga,
en
contraste
con
su
rebeca
negra
que
se
superponía
a
su
blanca
y
fina
blusa.
Me
acerqué
rápidamente
y
puse
mi
mano
sobre
su
hombro.
‐ ¿Te
encuentras
bien?
En
aquellos
momentos
levanto
su
faz
y
sus
ojos
se
clavaron
en
mí
deslumbrándome.
Eran
de
un
intenso
y
bonito
azul.
La
verdad
es
que
la
chica
era
bastante
guap…
¡Maldita
sea…
‐ ¡Elisabeth
Seale,
la
viuda
negra!
‐ Ni
soy
viuda
ni
soy
negra.
Y
tampoco
me
gusta
que
me
llamen
así.
Y
antes
me
has
preguntado
si
me
encontraba
bien,
y
la
respuesta
es
¿crees
que
me
puedo
encontrar
bien
en
esta
situación?
‐ Supongo
que
no.
¿Tú
también
ibas
en
el
avión,
verdad?
–
Pregunté
‐ Evidentemente.
Me
rasqué
la
cabeza
para
poder
pensar
con
más
claridad.
‐ Lo
que
me
sorprende
es
que
me
quedé
dormido
y
ni
me
enteré
del
accidente.
¿Qué
sucedió?
Elisabeth
se
cruzó
de
brazos
y
su
expresión
se
tornó
completamente
seria.
‐ Yo
tampoco
me
desperté
hasta
estar
en
el
suelo,
lo
cual
es
cuando
menos,
imposible.
Si
caímos
desde
lo
alto,
el
golpe…
al
menos,
debió
habernos
despertado.
Tenía
toda
la
razón,
pero,
sea
lo
que
fuere
que
hubiera
pasado
habría
mejores
momentos
para
descubrirlo.
Ahora
probablemente
habría
que
asumir
la
situación,
de
hecho,
y
decidir
qué
hacer.
‐ ¿Qué
hacemos?
–
Pregunté
a
la
celebridad.
‐ Si
supiera
lo
que
he
pasado
podría
darte
una
solución
clara,
pero
como
no
tengo
ni
idea,
ni
si
quiera
donde
estamos…
Miré
la
hora
y
me
di
cuenta
de
que
mi
reloj
se
había
roto
con
el
impacto.
Miré
el
paisaje…
Montañas
al
frente,
arboleda
a
mi
derecha
y
terroso
descampado
el
resto.
‐ ¿Te
suenan
esas
montañas?
–
Pregunté
estúpidamente.
‐ Lo
siento,
pero
el
canal
viajar
nunca
me
tuvo
en
nómina.
“Qué
persona
más
desagradable.“
Quise
decir,
pero
no
me
pareció
una
buena
forma
de
comenzar
una
relación.
‐ De
entrada
busquemos
a
ver
si
hay
más
supervivientes.
–
Sugirió
la
mujer.
‐ Sí
bwana.
Y
comenzamos
a
rastrear
el
cementerio,
con
la
esperanza
de
poder
encontrarnos
a
alguien
a
quien
ayudar,
pero
los
numerosos
cadáveres
calcinados
eran
bastante
desalentadores.
De
otra
parte,
había
piezas
esparcidas
en
un
radio
notablemente
amplio,
con
lo
cual
nos
llevaría
un
buen
rato
encontrar
a
cualquier
persona,
sobretodo
si
estaba
debajo
de
una
pieza…
aunque
si
estaba
debajo
de
una
pieza
de
aluminio
probablemente
no
estuviera
en
perfecto
estado.
‐ Chico,
concentrémonos
en
un
radio
de
más
de
treinta
metros
del
avión,
pues
casi
todo
lo
que
hay
a
menos
parecen
ser
restos
quemados.
Sería
extraño
que
hubiera
alguien
vivo
más
cerca.
–
Propuso
la
viuda
negra.
‐ Vale…
por
cierto,
¿cómo
es
que
si
salimos
despedidos
después
del
impacto,
ni
tú
ni
yo
tenemos
ningún
rasguño?
Tras
haber
caído
de
la
altura
a
la
que
estábamos…
La
mujer
se
detuvo
y
sonrió,
no
sé
por
qué.
‐ Primero,
yo
sí
tengo
contusiones,
pero
no
te
voy
a
enseñar
donde
las
tengo.
Segundo,
podemos
ponernos
a
jugar
a
las
especulaciones
y
que
se
nos
haga
de
noche,
muramos
de
inanición,
nos
congelemos…
‐ Qué
tremendista.
‐ Calla
y
olfatea
bien.
Y
seguimos
buscando,
hasta
que
ya
casi
las
esperanzas
eran
nulas,
entonces
sucedió
un
nuevo
milagro.
‐ ¡Mira,
debajo
de
esa
pieza!
Un
fragmento
de
lo
que
parecía
ser
un
ala
yacía
encima
de
lo
que
parecía
ser
una
persona.
‐ Está
muerta,
probablemente
tenga
medio
cuerpo
aplastado.
‐ Eso
no
lo
sabremos
hasta
que
lo
comprobemos.
–
Dije
mientras
el
corazón
me
palpitaba
con
fuerza.
Increíble,
yo
que
siempre
estaba
hablando
de
no
ayudar
a
nadie,
y
allí
estaba,
emocionado
por
la
posibilidad
de
que
aquella
persona
siguiera
con
vida.
Me
aproximé
a
la
pieza
y
metí
la
cabeza
debajo.
Era
una
muchacha
de
cabello
largo
y
rubio.
Se
encontraba
silenciosa
tendida
boca
arriba
con
los
ojos
cerrados.
¡Tenía
un
aspecto
demasiado
angelical
para
estar
muerta!
Desplacé
mi
dedo
debajo
de
su
nariz
y
¡sorpresa!
‐ ¡Respira!
–
Grité
con
fuerzas
y
la
escéptica
de
mi
compañera
se
aproximó
andando
rápidamente
aunque
cojeando
ligeramente.
Metí
la
mano
debajo
del
ala
y
traté
de
palpar
con
cuidado
a
ver
si
detectaba
el
punto
que
había
aprisionado
a
la
chica
pero
parecía
no
estar
siquiera
bloqueada.
El
milagro
era
aun
mayor,
la
pieza
había
caído
encima
de
tal
forma
que
la
había
cubierto
sin
dañarla.
Un
poco
más
arriba
o
más
abajo,
incluso
a
la
derecha
o
a
la
izquierda
y
probablemente
habría
cercenado
algún
miembro
de
la
joven
o
incluso
la
habría
matado.
Estiré
del
cuerpo
de
la
chica
y
la
extraje
de
su
prisión
mientras
esta
parecía
estar
sumida
en
un
profundo
letargo.
‐ Chico,
los
milagros
no
existen.
‐ Habló
un
ciego.
–
Repliqué
molesto
por
la
estupidez
que
acababa
de
decir
Elisabeth.
Le
pedí
a
Elisabeth
que
se
quedase
al
cuidado
de
ella
mientras
yo
seguía
buscando
supervivientes.
Pero
mi
labor
finalizó
pronto.
Los
milagros
se
habían
acabado.
Cuando
volví,
la
joven
había
despertado,
aunque
tenía
muy
mala
cara.
Era
una
chica
bastante
joven,
estimé
que
rondaría
mi
edad.
Poseía
un
cabello
rubio
y
liso,
que
caía
hasta
sus
hombros
abrazando
una
faz
de
delicadas
facciones
iluminadas
por
un
color
de
ojos
semejante
a
la
miel.
‐ Hola,
me
llamo
Franz
D.
Drakkan,
encantado.
‐ Yo
soy
Amy.
Muchas
gracias
por
ayudarme.
–
Amy
tenía
un
tono
de
voz
dulce.
Parecía
la
típica
chica
de
buena
familia:
bien
educada,
bien
parecida,
y
de
aspecto
delicado.
De
altura
media
y
cuerpo
delgado.
Justo
al
contrario
que
Elisabeth,
que
poseía
un
cuerpo
que
en
general
sería
catalogado
como
“de
infarto”,
aun
a
pesar
de
llevar
la
ropa
que
llevaba.
Si
he
de
ser
sincero,
probablemente
habría
sido
lo
que
me
habría
llevado
a
una
isla
desierta,
a
aquellas
dos
chicas.
Aunque
la
viuda
negra
tenía
una
carácter
bastante
desagradable.
‐ ¿Cómo
te
encuentras
Amy?
‐ Pues
muy
mareada.
Me
quedé
dormida
en
el
avión.
Yo
nunca
me
duermo
en
los
aviones,
pero
me
quedé
dormida
y
he
desperado
aquí,
con
un
mareo
horrible.
–
Respondió
la
chica.
‐ Sí,
a
los
tres
nos
ha
pasado
lo
mismo.
Pero
no
es
momento
de
especular
sobre
el
porqué,
¿verdad
Eli?
‐ Primero,
no
me
llames
así.
Segundo,
no
sirve
de
nada
que
especulemos,
yo
propongo
que
mejor
busquemos
alguna
casa
de
campo
por
aquí
cerca
y
solicitemos
indicaciones
para
saber
primero
dónde
estamos.
Y
a
partir
de
ahí
decidamos
qué
hacer.
Así
que
dicho
esto,
nos
pusimos
en
marcha
y
comenzamos
a
andar
en
dirección
a
la
arboleda
próxima
a
nuestra
ubicación.
El
tiempo
era
normal,
con
una
temperatura
algo
fría
pero
no
especialmente
desagradable.
Lo
que
me
preocupaba,
si
cabe,
era
el
cielo,
que
comenzaba
a
parecer
el
típico
de
una
tromba.
Mientras
caminábamos
los
tres
nos
encontrábamos
en
silencio,
lo
cual
era
particularmente
aburrido.
Así
que
decidí
romper
el
silencio:
‐ ¡Lo
tengo!
–
Dije
mirando
hacia
Elisabeth.
‐ ¿El
qué?
‐ ¿No
te
gusta
que
te
llamen
Viuda
Negra,
verdad?
‐ No
me
gusta
en
absoluto.
‐ Porque
es
demasiado
largo,
¿verdad?
Pues
he
decidido
acortarlo.
¿Cómo
prefieres
que
te
llame,
“viuda”
o
“negra”?
Elisabeth
se
detuvo
y
me
miró
con
expresión
malhumorada,
mientras
que
Amy
comenzó
a
reírse
tímidamente.
‐ Tú
eres
tonto.
¿Verdad?
‐ ¿Es
una
pregunta
trampa?
Elisabeth
meneó
la
cabeza
en
señal
de
desaprobación
y
seguimos
caminando
a
través
de
lo
que
parecía
un
sendero
que
atravesaba
la
bosqueja
en
cuestión.
Estábamos
caminando
sin
rumbo,
pero
el
hecho
de
existir
un
sendero,
aunque
éste
estaba
bastante
desdibujado,
era
una
buena
señal.
‐ Oye,
negra,
tengo
una
pregunta.
‐ Si
me
vuelves
a
llamar
negra,
te
empezaré
a
llamar
“basura”.
Si
mi
color
de
piel
fuera
negro,
y
no
blanco,
te
daría
una
paliza
por
racista.
Quedando
esto
claro,
¿cuál
es
tu
pregunta?
‐ Siempre
he
tenido
la
duda
de
si
son
reales
u
operadas.
–
Dije
apuntando
con
mi
dedo
a
su
pecho.
–
Son
demasiado
grandes
para
tu
cuerpo
delgado.
La
cara
de
Amy
se
convirtió
en
algo
así
como
de
miedo
y
desconcierto,
mientras
que
Elisabeth
sonrió
malignamente.
‐ ¿Quieres
verlas?
–
Preguntó
Elisabeth
dejándome
de
piedra…
‐ Sí,
¿por
qué
no?
‐ Pues
tal
vez
esta
noche…
¡En
tus
sueños!
Zas,
en
toda
la
boca.
No
tenía
nada
que
responder
al
respecto,
así
que
decidimos
seguir
andando
en
busca
de
la
casa
de
campo
que
nos
habíamos
propuesto
encontrar,
aunque
tampoco
queríamos
separarnos
demasiado
del
lugar
del
accidente,
puesto
que
tarde
o
temprano
vendrían
a
recogernos.
La
arboleda
se
hizo
algo
más
espesa
por
momentos,
pero
el
descuidado
camino
se
mantenía,
aunque
en
ocasiones
era
especialmente
complicado
seguir
su
rastro.
Finalmente
llegamos
a
un
claro
a
partir
del
cual
el
pequeño
bosque
comenzaba
a
deshacerse.
‐ Estoy
agotada.
–
Dijo
Amy
‐ Pero
si
no
hemos
andado
nada…
‐ Yo
tampoco
lo
entiendo,
pero
estoy
que
me
falta
el
aire.
‐ De
cualquier
modo…
¡Mirad
eso!
Y
lo
que
estábamos
buscando
surgió
ante
nosotros.
Al
final
de
la
arboleda
emergía
un
pueblo
de
entre
una
ligera
neblina,
recortado
sobre
un
cielo
gris
nublado
que
oscurecía
notablemente
el
paisaje.
Parecía
un
pueblucho
de
estos
perdidos,
de
montaña,
donde
puedes
encontrar
amables
pueblerinos
y
gente
menos
contaminada
por
el
germen
de
la
sociedad
actual.
‐ Tienes
una
flor
en
el
culo,
viuda.
‐ Antes
de
que
nos
separemos
recuérdame
que
te
de
un
buen
puñetazo.
–
pero
incluso
en
sus
palabras
se
notaba
un
deje
de
alegría,
pues
en
el
fondo
de
nuestros
corazones
sospechamos
que
nos
llevaría
tiempo
encontrar
un
pueblo
o
una
casa
de
campo
donde
encontrar
información
y
empezar
a
movernos
para
adelantar
nuestro
rescate.
Anduvimos
calmadamente
pero
a
un
ritmo
decente
hasta
la
entrada
del
pueblucho.
De
cerca
se
veía
algo
dejado
y
destartalado,
y
hasta
cierto
punto
pobre.
Las
casas
parecían
haber
sido
construidas
por
personas
no
muy
duchas
en
la
albañilería,
y
en
la
mayoría
de
los
casos
el
acabado
era
en
ladrillo
visto.
Algo
que
me
sorprendió,
y
es
que
aun
a
pesar
de
estar
especialmente
nublado
el
día,
no
parecía
ser
especialmente
tarde,
y
sin
embargo,
todo
parecía
yermo,
desértico,
inerme…
‐ O
aquí
la
gente
se
va
a
dormir
muy
pronto,
o…
‐ O
te
callas…
‐ ¿A
qué
viene
esa
agresión?
La
viuda
negra
me
miró
con
cara
de
maligna
felicidad.
‐ Es
que
creo
que
he
descubierto
un
nuevo
hobby.
–
Explicó
la
viuda
negra.
‐ Me
encanta
ser
el
hobby
de
chicas
guapas…
‐ Gracias
por
el
piropo.
–
Replicó
‐ No
me
has
dejado
acabar
la
frase…
Amy
carraspeó
para
evitar
la
discusión
de
lo
que
parecían
dos
niños
pequeños.
¡Me
encanta,
siempre
consigo
que
la
gente
se
ponga
a
mi
nivel!
‐ Perdón
por
interrumpir,
pero
deberíamos
buscar
a
alguien
del
pueblo,
y
yo
no
veo
a
nadie.
Pues
no,
la
verdad
es
que
nadie
rondaba
por
las
calles.
Parecía
un
pueblo
fantasma.
Pero
decidimos
no
darnos
por
vencidos
y
nos
aproximamos
a
la
puerta
de
la
primera
casa
situada
en
la
dirección
de
nuestra
trayectoria.
La
puerta
tosca
y
de
madera
crujió
cuando
la
golpeé
sucesivas
veces
con
mis
nudillos,
pero
por
más
que
esperamos
no
salió
nadie.
‐ Estupendo,
un
pueblo
fantasma.
–
Murmuré
disgustado.
‐ ¡Te
sentirás
como
en
casa!
–
Apostilló
Elisabeth.
Decidí
ignorar
su
comentario
y
seguí
golpeando
la
puerta
hasta
que
ésta
misteriosamente
cedió.
Al
principio
pensé
que
la
había
abierto
alguien,
pero
luego
me
di
cuenta
de
que
simplemente
había
cedido
luego
de
un
crujir
proveniente
de
madera
en
estado
de
putrefacción.
‐ Propongo
entrar.
–
Dije
y
me
adentré
sin
esperar
respuestas.
‐ ¡¿Pero
y
si
vienen
los
dueños?!
–
Habló
alzando
el
tono
de
voz
Amy.
Elisabeth
dio
una
palmada
en
la
espalda
de
la
otra
muchacha
y
entró
dejándola
fuera.
Un
olor
bastante
desagradable
poblaba
el
interior.
Parecía
que
no
hubiesen
sacado
la
basura
en
un
mes,
o
que
hubiese
un
cadáver
en
muy
mal
estado,
y
sin
embargo
la
casa
parecía
razonablemente
limpia.
Según
se
abría
la
puerta
principal
se
accedía
directamente
a
un
comedor
reducido
a
una
mesa
central
de
madera
vestida
con
un
mantel
rojo
y
blanco
que
caía
por
la
ladera
de
la
misma
y
era
empujado
hacia
el
eje
central
por
sillas
toscamente
talladas
en
semejante
material
al
de
la
mesa.
‐ Huele
fatal…
‐
Dijo
la
más
joven
de
las
chicas
tapándose
la
nariz.
‐ Ahora
es
cuando
la
viuda
me
pregunta
que
desde
cuándo
no
me
lavo.
–
Dije.
‐ Chiste
fácil…
‐
Respondió
ella
haciendo
una
desagradable
mueca.
El
hall/salón
de
la
casa
colindaba
con
dos
salas
más,
una
de
ellas
adyacentes,
a
través
de
una
puerta
de
madera
carcomida,
mientras
que
a
la
otra
sala
se
accedía
por
mediación
de
unas
destartaladas
escaleras.
‐ Inspecciona
la
sala
de
al
lado,
yo
subiré
a
arriba.
–
Le
dije
a
la
viuda
negra,
pero
evidentemente
hizo
justo
lo
contrario
de
lo
que
yo
le
dije.
‐
¿Te
importa
mirarla
a
ti
Amy?
Amy
parecía
ligeramente
asustada,
en
su
cara
se
dibujaba
un
gran
“sí
me
importa”
aunque
en
sus
ojos
se
marcaba
la
preocupación
de
no
querer
parecer
una
cobarde.
Finalmente
accedió
asintiendo
con
la
cabeza,
mientras
Elisabeth
y
yo
subimos
al
piso
de
arriba.
Este
se
encontraba
poblado
únicamente
por
un
par
de
muebles
situados
en
las
inmediaciones
de
las
ventanas.
Estos
muebles
parecían
contener
numerosos
instrumentos
de
caza,
de
entre
los
cuales
destacaba
una
escopeta
y
unos
prismáticos,
totalmente
cubiertos
de
polvo.
Tomé
la
escopeta
de
cañón
recortado,
la
abrí
y
tal
y
como
me
esperaba,
no
tenía
balas.
Rebusqué
en
los
cajones
de
los
muebles
de
la
habitación
pero
ninguno
de
ellos
encontré
munición.
‐ ¿Para
qué
quieres
una
escopeta?
‐ ¿Quién
sabe?
¿Animales
salvajes
por
ejemplo?
‐ Pues
nada,
tendrás
que
conformarte
con
verlos
de
lejos
con
los
prismáticos
y
huir
a
tiempo.
–
Dijo
sonriente
Elisabeth.
Hablando
de
los
prismáticos,
los
tomé
sin
muchas
esperanzas,
pensando
que
era
probable
que
estuvieran
rotos,
y
miré
a
través
de
la
ventana
para
probarlos.
Súbitamente
mi
corazón
se
encogió
de
alegría
cuando
vi
un
grupo
de
personas
que
parecía
estar
llegando
al
pueblo
por
el
extremo
opuesto
al
que
habíamos
entrado.
Mi
cambio
de
expresión
fue
tan
fuerte
que
Elisabeth
lo
detectó.
‐ ¿Qué
has
visto?
‐ ¡Personas….
Muchas
personas!
‐ Es
genial…
‐
Dijo
entusiasmada
la
mujer
pero
rápidamente
mi
semblante
cambió
de
nuevo
tan
bruscamente
que
se
calló
de
golpe.
La
respiración
se
me
acabó
por
momentos,
la
vista
se
me
nubló
por
una
subida
de
sangre
inesperada
a
la
cabeza
y
las
piernas
comenzaron
a
temblarme.
Solté
los
prismáticos
al
suelo
y
me
esforcé
por
respirar
puesto
que
me
resultaba
casi
imposible.
‐ ¿Qué
pasa?
¡¿QUÉ
PASA?!
¡Contéstame!
–
Me
preguntaba,
pero
como
en
un
sueño,
en
una
pesadilla,
quería
hablar
pero
era
incapaz
de
articular
palabra.
‐ ¡Los
…
los
los…
aldeanos!
Los
aldeanos
llevan…
Elisabeth
tomó
rápidamente
del
suelo
los
prismáticos
y
vi
como
su
tono
de
piel
se
tornó
completamente
blanco.
Los
aldeanos
estaban
ya
prácticamente
en
mitad
del
pueblo,
y
varios
de
ellos
llevaban
arrastrando
lo
que
parecían
cadáveres
humanos.
‐ Llevan…
¿una
persona
partida
…
por
la
mitad?
–
Pregunté.
Elisabeth
asintió
con
la
cabeza
al
tiempo
que
un
grito
de
Amy
se
escuchaba
en
el
piso
inferior.
Un
grito
que
congelaría
la
sangre
hasta
a
la
persona
más
insensible.
‐ Va…vámonos…
¡vámonos
de
aquí!
–
Grité
y
tomando
a
Elisabeth
del
brazo
bajé
las
escaleras
lo
más
rápido
que
pude.
Amy
se
encontraba
como
petrificada
tratando
de
respirar
con
fuerza.
No
sé
qué
habría
visto
en
la
otra
habitación,
pero
tampoco
quise
imaginarlo.
Supe
que
nuestra
única
oportunidad
de
vivir
era
salir
por
la
puerta
antes
de
que
llegaran
los
aldeanos,
pero
ya
era
demasiado
tarde.
La
puerta
de
la
casa
se
abrió,
y
ante
nosotros
se
presentaron
un
hombre
y
una
mujer
de
avanzada
edad,
de
ojos
de
un
brillante
color
añil,
pero
absolutamente
muertos
e
inexpresivos.
Por
unos
segundos
se
hizo
el
silencio,
pero
luego,
uno
de
ellos
habló…
‐ ¿Invitados?
–
Preguntó
la
mujer
mayor
sin
parpadear.
‐ Sí,
son
invitado,
parece…
‐
Replicó
el
hombre
sin
ninguna
clase
de
sentimiento
en
sus
palabras.
‐ ¿Os
vais
a
quedar
a
cenar?
–
Dijo
la
mujer,
y
pude
captar
un
destello
de
maliciosa
felicidad.
Sentí
como
el
gozo
de
un
predador
que
ha
acorralado
a
su
presa.
No
sabía
qué
decir,
qué
hacer.
Amy
trataba
de
sonreír
mientras
las
lágrimas
le
caían
mejillas
abajo,
al
tiempo
que
Elisabeth
estaba
completamente
paralizada.
‐ Sí…
nos…
nos….
Nos
quedaremos.
–
Tartamudeé,
mientras
escuchaba
a
Amy
murmurar
a
regañadientes
un
“no..no..no..no..no..no..no”
que
no
tenía
fin.
‐ Poneos…
cómodos,
sentaos...
–
Dijo
el
hombre
sonriendo
con
su
boca
pero
con
sus
ojos
inexpresivos,
mientras
se
acercaba
a
nosotros,
y
nosotros
dábamos
pasos
para
alejarnos
de
él.
Pero
lo
que
más
me
encogió
el
corazón,
fue
que
tras
la
puerta
de
entrada
de
la
casa,
el
terrible
rugir
de
una
motosierra
comenzó
a
sonar.
Probablemente
todos
los
habitantes
del
pueblo
estaban
acechando
detrás
de
aquella
puerta.
Todos
con
aquellos
terribles
y
muertos
ojos,
de
un
brillante
color
añil.
FIN
DE
CAPÍTULO.
Próximo
Capítulo:
“EL
PUEBLO
SIN
OJOS”
CAPÍTULO II
Si
de
algo
no
cabía
duda
era
de
que
estaban
emboscándonos.
Querían
asegurarse
de
que
no
huíamos,
por
eso
no
habían
entrado
alocadamente
aquellos
que
aguardaban
fuera,
para
evitar
que
tuviéramos
alguna
oportunidad
de
escapar,
y
si
me
quedaba
alguna
duda,
lo
que
sucedió
a
continuación
me
lo
confirmó.
El
hombre
de
avanzada
edad
con
aspecto
de
granjero
seguía
aproximándose
a
nosotros,
aun
cuando
la
mujer
ya
había
desaparecido
por
la
otra
puerta,
para
preparar
la
supuesta
cena.
‐ Por
favor,
tomad
asiento,
tomad
asiento…
‐
Dijo
en
tono
de
fingida
amabilidad.
‐ No…
importa,
esperaremos
un
poco
de
pie…
‐
Intenté
decir
para
poder
mantenernos
cerca
de
nuestra
única
vía
de
escape:
la
escalera
al
piso
superior.
‐ ¡HE
DICHO
QUE
OS
SENTÉIS!
–
Gritó
de
forma
tan
agresiva
e
inesperada
que
nos
cortó
la
respiración
por
momentos.
Al
grito
siguió
un
silencio,
tan
solo
alterado
por
el
constante
murmullo
de
la
motosierra
que
se
escuchaba
tras
la
puerta.
Nos
sentamos
en
torno
a
la
mesa
mientras
el
hombre
se
colocaba
en
la
escalera
sin
perdernos
de
vista,
bloqueando
nuestro
único
camino
de
salida.
Parecía
como
si
sintieran
un
profundo
odio
hacia
nosotros,
tal
clase
de
odio
que
tenían
que
evitar
de
cualquier
modo
que
sobreviviéramos,
y
lo
cierto
es
que
la
cosa
se
complicaba.
Amy
sollozaba,
mientras
que
Elisabeth
parecía
calmada,
pero
si
te
fijabas
en
sus
manos,
éstas
temblaban.
Por
mi
parte,
puede
parecer
que
estaba
analizando
fríamente
la
situación,
pero
mi
corazón
golpeaba
con
tanta
fuera
mi
pecho
que
me
dolía.
Pasaban
los
segundos
y
un
sonido
más
se
unió
a
la
lucha
contra
el
mutismo.
El
burbujear
del
aceite
hirviendo
al
contacto
con
lo
que
quiera
que
fuese
aquello
que
nos
querían
dar
de
comer.
‐ Es
…
es…
carne
humana…
‐
Me
aseguró
Amy
balbuceando
en
un
tono
de
voz
casi
imperceptible.
Se
me
revolvió
el
estómago
sólo
de
pensarlo,
pero
me
preocupaba
casi
más
que
aquella
carne
estaría
envenenada
con
toda
certeza,
y
a
juzgar
por
el
odio
que
parecían
sentir
hacia
nosotros,
probablemente
sería
un
veneno
débil
que
nos
dejaría
adormecidos,
para
poder
divertirse
con
nosotros
a
placer.
Eran
sólo
especulaciones,
pero
las
piernas
me
temblaban.
Observé
al
hombre
de
la
escalera.
Miraba
hacia
nosotros
sin
expresión
alguna,
parecía
un
autómata
de
ojos
añil,
sin
embargo
respiraba
y
parecía
que
lo
hacía
con
dificultades.
Tal
vez
la
edad,
junto
a
al
grito
estertóreo
para
que
nos
sentáramos
lo
había
extenuado.
Maldita
sea,
el
tiempo
pasaba
y
no
se
me
ocurría
nada
que
hacer.
‐ Por
favor,
por
favor,
por
favor….ayuda…
ayuda…
–
Sollozaba
Amy
llenando
el
mantel
de
lágrimas.
Realmente,
me
conmovió.
En
aquel
momento
me
puse
en
pie.
Tomé
aire
ante
la
mirada
atónita
de
Elisabeth
y
Amy,
y
me
dirigí
con
paso
calmado
a
la
posición
donde
se
encontraba
el
hombre.
Los
pasos
resonaron
en
toda
la
sala,
o
al
menos
en
mi
imaginación
mientras
mi
vista
se
nublaba
de
nuevo
por
la
acumulación
de
sangre
en
mi
cabeza.
El
hombre
seguía
respirando
con
dificultades,
y
manteniendo
esa
inexpresividad
en
sus
ojos,
aunque
estoy
seguro
de
que
en
su
fuero
interno
también
sintió
confusión.
Pero
eso
jamás
lo
averiguaría.
Me
lancé
contra
él
abrazándolo
con
fuerza,
llevando
su
cabeza
contra
mi
pecho,
cerrando
completamente
su
boca
para
que
no
pudiera
gritar…
ni
respirar.
El
forcejeo
fue
brutal
y
la
sensación
terrible,
de
sentir
que
estaba
asesinando
a
alguien.
Y
no
sólo
era
un
asesinato,
sino
que
sentía
su
fuerza
vital
extinguirse
mientras
los
espasmos
recorrían
su
cuerpo
convulsionándolo
en
el
intento
de
salvar
su
vida,
de
tomar
una
bocanada
de
aire.
Sus
uñas
se
clavaron
en
mis
brazos
desgarrándome
la
piel
a
través
de
mi
cazadora,
brotando
de
ésta
hilos
de
sangre
mientras
un
intenso
dolor
recorría
mis
extremidades.
Una
convulsión
más,
que
casi
me
tira
al
suelo,
y
sin
embargo
me
mantuve
firme
como
pude.
Fue
un
momento
largo,
elástico
y
terrible,
un
antes
y
un
después
en
mi
existencia.
La
vida
de
aquella
persona
se
había
extinguido
entre
mis
brazos
tras
un
sufrimiento
horrendo,
me
sentí
sucio,
pero
no
había
tiempo
para
lamentaciones,
era
el
momento
de
huir.
El
cadáver
cayó
al
suelo,
y
acto
seguido
me
giré
hacia
mis
dos
compañeras
y
les
hice
un
gesto.
Los
ojos
de
Amy
estaban
casi
fuera
de
sus
órbitas
y
ella
completamente
petrificada,
mientras
que
Elisabeth
parecía
más
serena
pero
ampliamente
desconcertada.
Corrimos
escaleras
arriba
tratando
de
hacer
el
menor
ruido
posible.
Me
asomé
a
la
ventana
de
la
pared
frontal
de
la
casa
y
pude
ver
al
grupo
de
aldeanos
que
aguardaban
en
la
puerta
alguna
clase
de
señal.
‐ ¡Joder…
jooooder!
–
Exclamó
la
viuda
negra
en
un
tono
un
poco
más
fuerte
de
lo
que
habría
debido.
‐ ¡Tenemos
que
saltar
por
la
otra
ventana!
‐ ¡¿Pero
tú
has
visto
lo
que
hay
ahí
abajo?!
En
el
piso
superior
había
dos
ventanas,
una
situada
en
el
muro
frontal
de
la
casa
y
otra
en
una
de
las
paredes
laterales.
‐ Tendremos
que
saltar
por
la
lateral
y
escondernos.
‐ ¡Está
jodidamente
alto!
–
Se
quejó
Elisabeth.
Ignoré
a
Elisabeth
y
con
cuidado
abrí
la
ventana
del
lateral.
Acto
seguido
me
asomé
y
vi
el
suelo
de
tierra,
a
unos
buenos
metros
debajo
de
la
ventana.
Sería
un
golpe
duro,
aunque
otra
opción
habría
sido
saltar
sobre
la
maleza
y
hierbajos
que
crecían
en
la
parte
posterior
de
la
casa,
pero
podría
clavarme
alguna
rama,
y
cortarme
o
infectarme
más
las
heridas
de
mis
brazos.
Así
que
finalmente,
sin
pensármelo
demasiado
salté
al
suelo
de
tierra.
La
caída
no
fue
del
todo
mala;
aun
así
un
intenso
dolor
me
recorrió
el
cuerpo
de
los
pies
a
cabeza,
incluso
una
fuerza
punzada
hizo
que
mi
mandíbula
se
estremeciera.
Intenté
ponerme
de
pie
pero
fue
en
vano.
¡Mierda!
No
podía
andar.
Había
sido
un
salto
absurdo.
Me
giré
sobre
mí
mismo
y
le
hice
una
seña
a
Elisabeth
para
que
no
saltara.
Tendrían
que
encontrar
otra
forma
de
huir,
era
imposible
no
lesionarse
en
el
salto,
y
tarde
o
temprano
los
furiosos
aldeanos
me
encontrarían.
Maldije
para
mis
adentros
y
recé
para
que
los
campesinos
de
la
entrada
de
la
casa
no
hubieran
escuchado
el
sonido
que
hice
al
caer.
Rápidamente,
ante
la
mirada
de
miedo
de
Seale,
me
arrastré
hasta
la
densa
maleza
y
me
oculté
lo
mejor
que
pude.
Necesitaba
recuperarme
antes
de
huir,
de
otro
modo
tendría
que
arrastrarme
hasta
la
salida
del
pueblo
y
con
toda
certeza
me
pillarían.
Desde
la
maleza
me
despedí
de
Elisabeth
y
Amy.
Súbitamente,
un
salvaje
grito
de
rabia
y
dolor
emergió
del
interior
de
la
casa.
El
grito
se
repitió
varias
veces,
era
de
la
mujer
que
estaba
preparando
la
comida.
Posiblemente
habría
encontrado
el
cadáver
de
su
marido.
A
las
dos
chicas
del
interior
de
la
casa
se
les
había
acabado
el
tiempo.
El
rugir
de
la
motosierra
se
aceleró
por
momentos,
mientras
que
una
algarabía
se
formó
en
las
inmediaciones
de
la
casa:
estaban
entrando.
En
la
ventana,
aun
a
pesar
de
la
oscuridad
de
la
habitación,
pude
distinguir
la
silueta
de
la
mujer
con
un
cuchillo
carnicero.
Mientras
tanto,
en
el
interior
de
la
habitación
Amy
y
Elisabeth
se
habían
escondido
detrás
de
una
de
las
estanterías
y
contemplaban
con
horror
cómo
la
mujer
se
encontraba
en
el
piso
superior
y
poco
a
poco
el
resto
de
los
aldeanos
estaban
subiendo
las
escaleras.
Amy
estaba
al
borde
de
perder
la
conciencia,
se
encontraba
tan
pegada
a
Elisabeth
que
casi
eran
una
persona
en
lugar
de
dos.
Sus
latidos
del
corazón
aumentaban
en
crescendo
casi
de
forma
sincronizada,
mientras
contenían
la
respiración
hasta
el
borde
de
lo
insano.
Todo
parecía
ya
perdido,
cuando
la
mujer
del
cuchillo
gritó:
‐ ¡POR
LA
VENTANA!
¡
ESTÁ
ABIERTA!
Y
la
reacción
fue
rápida,
todos
los
enloquecidos
corrieron
escaleras
abajo
para
perseguir
a
los
que
“supuestamente”
habían
huido
por
la
ventana.
Cuando
escuché
el
grito
maldije
con
todas
mis
fuerzas,
puesto
que
si
inspeccionaban
la
maleza
en
la
que
me
ocultaba
me
encontrarían.
Pero
como
no
podía
moverme
casi
nada,
simplemente
aguardé.
Varios
aldeanos
pasaron
por
al
lado
mía
corriendo,
probablemente
suponían
que
estaríamos
intentando
salir
del
pueblo,
pero
por
suerte
ninguno
se
percató
de
mi
presencia.
Al
menos
por
el
momento
el
peligro
parecía
haber
pasado.
***
Debieron
pasar
unas
dos
o
tres
horas
durante
las
cuales
no
me
había
movido
de
mi
posición,
me
encontraba
agotado,
muerto
de
frío
y
dolorido
tanto
de
piernas
como
brazos.
Probablemente
Amy
y
Elisabeth
ya
habrían
huido.
Yo,
por
mi
parte,
pretendía
esperar
hasta
que
pasaran
una
o
dos
horas
sin
ninguna
clase
de
movimiento.
Entonces
trataría
de
arrastrarme
fuera
del
pueblo
y
alejarme
lo
más
posible.
No
obstante,
algo
me
sacó
de
mis
cavilaciones.
Súbitamente
dos
pares
de
piernas
aparecieron
al
lado
de
la
maleza
y
yo
casi
muero
de
un
ataque
al
corazón,
o
dos…
‐ Chico,
¿estás
bien?
–
Susurró
la
inconfundible
voz
de
Elisabeth.
‐ ¿Eli?
‐ Vamos,
todo
el
mundo
parece
estar
durmiendo.
‐ No
puedo
moverme,
quiero
decir,
andar…
me
he
hecho
daño
en
la
pierna.
Largaos,
no
sé
por
qué
habéis
venido
a
buscarme..
No
necesito
ayuda
de
nadie.
–
Repliqué
en
voz
baja.
‐ Amy,
ayúdame
a
coger
a
Franz…
‐
Solicitó
ignorando
absolutamente
mis
palabras
‐
¡Joder,
rápido!
Pero
la
joven
dio
un
paso
atrás
y
gesticuló
efusivamente
con
su
cabeza
en
señal
de
negación.
‐ No
pienso
ayudar
a
un
asesino.
La
verdad
es
que
fue
una
puñalada
que
me
alcanzó
el
corazón.
¿Se
me
podía
llamar
ahora
asesino?
Era
duro,
la
verdad,
pero
tal
vez
me
preocupara
cuando
saliera
del
pueblo,
ahora
no
era
momento.
No
obstante,
lo
que
sucedió
a
continuación
fue
sorprendente.
Elisabeth
se
dirigió
a
Amy,
la
miró
a
los
ojos
y
de
una
bofetada
le
giró
la
cara.
‐ No
vuelvas
a
decir
una
barbaridad
así
de
la
persona
que
te
ha
salvado
la
vida.
Ayúdame
a
cogerlo
y
vámonos
de
aquí,
porque
sino
te
dejaré
sola.
La
joven
parecía
en
estado
casi
de
shock.
Era
normal,
dado
todo
lo
que
había
sucedido.
Se
llevó
la
mano
a
su
mejilla
dolorida,
y
no
respondió,
pero
como
una
niña
pequeña
que
había
sido
reprendida,
se
agachó
para
hacer
lo
que
la
otra
le
había
ordenado.
Entre
las
dos
consiguieron
sacarme,
y
apoyándome
en
ellas
pude
caminar
con
mi
pierna
menos
dolorida.
‐ Gracias…
muchas
gracias.
En
el
fondo
me
sentía
profundamente
agradecido
(aunque
no
quería
admitirlo)
pues
no
me
habían
abandonado;
yo
les
había
salvado
la
vida
a
ellas
con
mi
primer
movimiento
y
ellas
me
habían
devuelto
el
favor.
No
obstante,
aun
teníamos
que
huir
de
aquel
pueblo,
y
sobrevivir
hasta
encontrar
algún
atisbo
de
civilización
no
carcomida
por
aquel
espíritu
tan
beligerante
como
asesino.
La
noche
era
terriblemente
oscura,
la
carencia
de
luna
evidenciaba
la
turbia
índole
de
las
nubes
que
ennegrecían
el
cielo,
quedando
el
minúsculo
pueblo
‐
casi
urbanización
‐
únicamente
iluminado
por
anaranjadas
tonalidades
de
antorchas
y
fuegos
situados
estratégicamente
en
los
puntos
clave,
como
eran
la
plaza
mayor
y
los
caminos
principales.
Todo
se
mantenía
sumergido
en
una
sepulcral
quietud,
en
ocasiones
condimentada
por
un
leve
silbido
de
brisa
acanalada.
Esto
era
una
ventaja
mientras
nos
desplazábamos,
pues
podíamos
escuchar
cualquier
ruido
y
evitar
posibles
emboscadas,
aunque
probablemente
todo
el
mundo
del
pueblo
se
encontraba
dormido
en
aquellos
momentos.
Mientras
caminábamos
miré
sistemáticamente
mi
reloj,
pero
seguía
roto,
puede
distinguir
la
sangre
reseca
en
mis
manos,
al
tiempo
que
un
escalofrío
recorría
mi
espalda.
Me
sentía
agotado,
con
frío
y
bastante
desanimado.
Estábamos
perdidos
en
ningún
sitio,
rodeados
de
gente
violenta
que
había
perdido
el
juicio.
El
hecho
de
que
estuviéramos
a
salvo
por
ahora
no
significaba
nada.
Salimos
del
pueblo
por
el
extremo
opuesto
del
que
habíamos
entrado,
a
través
de
otro
pequeño
bosque.
Y
avanzamos
torpemente
por
sus
entrañas,
hasta
que
llegó
un
momento
en
el
que
llegué
al
límite
de
agotamiento,
mis
ojos
se
cerraron…
me
desvanecí.
***
La
tenue
luminosidad
de
los
rayos
de
sol
que
pasaban
el
filtro
de
las
nubes
seguido
del
filtro
de
los
árboles,
junto
al
fuerte
aroma
a
vegetación
húmeda
introduciéndose
por
mis
fosas
nasales
me
despertó.
Me
encontraba
con
mi
espalda
apoyada
sobre
el
carnoso
tronco
de
un
árbol
mientras
que
las
dos
chicas
estaban
absolutamente
pegadas
a
mí,
dado
que
no
teníamos
nada
con
qué
taparnos
y
el
clima
era
especialmente
frío
y
húmedo;
en
esta
posición
entre
los
tres
manteníamos
algo
el
calor
corporal.
‐ ¿Te
estás
quedando
conmigo?
–
Preguntó
confusa
y
vio
como
yo
sonreía.
‐
¡Te
estás
quedando
conmigo!
‐ Sólo
un
poquito.
¿Quién
iba
a
decir
que
la
famosa
viuda
negra
era
tan
fácil
de
engañar?
La
joven
se
incorporó
y
puso
su
pie
sobre
mi
espinilla
dolorida
por
el
salto.
En
aquellos
momentos
vi
las
estrellas,
y
eso
que
todavía
era
de
día.
‐ Ahora
hablando
en
serio…
sea
quienes
fueran
aquellas
personas
iban
a
matarnos.
De
eso
estoy
absolutamente
seguro.
–
Dije
mientras
soplaba
aire
caliente
a
mis
manos.
‐ Pero
aun
así
no
puedes
quitarte
de
la
cabeza
al
hombre
que
mataste,
¿verdad?
‐ Es
cierto,
la
verdad.
He
soñado
toda
la
noche
con
la
escena.
‐ No
te
preocupes,
la
primera
vez
que
matas
es
normal,
luego
te
acostumbras
y
llega
un
momento
en
que
es
como
desayunar
por
las
mañanas.
–
Aseguró
muy
seria
Elisabeth.
‐ ¿Qué
demonios?
¿A
cuánta
gente
has
matado?
‐ A
varios
de
mis
maridos,
¿por
qué
te
crees
que
me
llaman
la
viuda
negra?
Me
quedé
perplejo
por
un
momento,
¿qué
clase
de
persona
confesaba
sus
crímenes
con
aquella
facilidad?
Mientras
pensaba
esto,
la
viuda
negra
comenzó
a
reírse.
‐ ¿Quién
es
el
ingenuo
ahora?
–
Preguntó
ella,
evidentemente
me
había
tomado
el
pelo.
Desde
el
suelo,
alargué
mi
mano
para
darle
una
palmada
en
la
espalda
a
modo
de
represión,
pero
estaba
demasiado
lejos
y
no
alcancé
la
espalda,
con
lo
que
mi
mano
cayó
hacia
abajo
y
di
la
palmada
‐
¡Sin
querer!
–
donde
no
debería
haber
la
dado:
en
su
trasero.
‐ ¡¿Pero
qué
haces
chico?!
En
vez
de
disculparme
decidí
vacilarle.
‐ Te
sacudía
el
polvo.
‐ Pues
yo
te
voy
a
sacudir…
sin
más.
Amy
se
despertó
con
nuestro
ruido.
Y
comenzó
a
estirarse
ligeramente
mientras
vaho
salía
de
su
boca.
‐ Qué
ruidosos
que
sois…
‐
Se
quejó
Amy,
y
cuando
vio
que
estaba
pegada
a
mí
se
separó
rápidamente
como
si
le
quemara
el
contacto,
poniéndose
seguidamente
en
pie.
Yo
también
decidí
levantarme
y
aun
a
pesar
de
sentir
un
razonable
dolor
en
mi
pierna
parecía
que
ya
podía
caminar.
Eso
sí,
todos
los
huesos
me
dolían
dada
la
terrible
humedad.
Continuamos
nuestra
marcha
en
medio
de
ningún
sitio
a
través
del
bosque,
con
la
esperanza
de
abandonarlo
y
tener
una
visión
completa
de
las
inmediaciones
del
lugar,
teniendo
la
fe
puesta
en
encontrar
esta
vez
alguna
casa
o
pueblo
con
gente
decente.
‐ Una
pregunta
tonta.
¿Nadie
ha
traído
teléfono
móvil?
Amy
negó
con
la
cabeza
sin
siquiera
mirarme,
mientras
que
la
viuda
negra
se
rascó
la
cabeza
y
me
dirigió
una
mirada
en
la
que
pude
leer
“no
tienes
remedio”.
Evidentemente
era
una
pregunta
casi
retórica.
Mantuvimos
nuestro
paso
durante
varios
kilómetros
en
los
que
el
terreno
comenzaba
a
serpear
arriba
y
abajo,
espesándose
la
vegetación
y
aclarándose
eventualmente,
de
tal
modo
que
en
ningún
momento
resultó
difícil
avanzar,
hasta
al
exterior
de
la
espesura.
Eran
pequeños
bosquecillos,
en
los
que
parecía
difícil
perderse.
Una
llanura
inmensa
se
extendía
ante
nosotros
a
la
salida
de
la
espesura,
iniciada
por
un
terreno
yerto
y
seco,
semejante
a
un
cortafuegos,
y
seguido
por
unos
campos
de
descuidada
vegetación
y
hierbajos
de
dudosa
clase.
‐ ¡Mirad
allí!
–
Grité
en
cuanto
salimos
del
frondoso
bosque.
‐ ¡El
comienzo
de
una
carretera!
‐ Es
el
final
de
una
carretera.
–
Aseguré
y
nos
dirigimos
todo
lo
rápido
que
pudimos
al
comienzo
o
final
de
dicha
carretera,
según
se
mirara.
Tras
aquel
rápido
desplazamiento
pudimos
ver
otro
pequeño
pueblucho
de
montaña,
tan
pequeño
que
se
podía
abarcar
completamente
de
principio
a
fin
con
la
mirada.
Estuve
pensando
en
ponerme
contento,
pero
recordé
a
los
habitantes
del
otro
pueblo
y
decidí
no
cantar
victoria.
‐ Esta
vez
podríamos
tener
algo
más
de
cuidado
para
evitar
acabar
en
un
caldero…
‐
Sugerí.
‐ Acerquémonos
y
observemos
con
cuidado
a
una
distancia
prudente.
Y
así
hicimos.
Avanzamos
a
través
de
la
carretera
hasta
llegar
a
las
inmediaciones
del
pueblo
y
nos
tiramos
en
el
suelo
entre
los
hierbajos,
para
observar
el
panorama
antes
de
meternos
en
la
boca
del
lobo.
Estuvimos
en
torno
a
una
media
hora
observando.
Pasado
ese
tiempo
yo
me
revolcaba
por
el
suelo
para
tratar
de
matar
el
aburrimiento.
‐ ¿Te
quieres
estar
quieto?
–
Preguntó
molesta
la
viuda
negra.
‐ Me
aburro
profundamente.
No
sé
si
prefiero
acabar
en
un
caldero
antes
que
pasar
cinco
minutos
más
mirando
un
pueblucho
en
el
que
no
hay
nadie.
‐ La
última
vez
también
parecía
que
no
había
nadie
en
el
pueblo.
‐
Recordó
Amy
‐ Pues
si
hay
alguien
los
saludaré
y
luego
saldré
corriendo.
–
Dije
y
me
puse
en
pie
para
dirigirme
a
los
comienzos
de
aquella
maltrecha
urbe
de
montaña.
Si
me
hubieran
dicho
que
era
el
mismo
pueblo
duplicado
y
pegado
allí
me
lo
habría
creído,
si
bien
es
cierto
de
que
en
el
otro
no
me
fijé
demasiado,
pues
cuando
están
intentando
asesinarte
no
se
hace
turismo
adecuadamente,
ambos
coincidían
en
la
lamentable
albañilería,
disposición
de
las
casas
y
aspecto
demacrado.
Las
chicas
me
siguieron
al
interior
del
pueblo
no
sin
una
marcada
preocupación.
Yo
trataba
de
parecer
tranquilo,
pero
como
se
dice
vulgarmente,
los
tenía
en
el
cuello.
Nos
dirigimos
andando
a
lo
que
parecía
la
plaza
central
del
pueblo,
donde
se
erigía
la
construcción
más
alta
del
mismo
que
era
el
campanario
de
la
¿iglesia?,
el
cual
sin
distar
mucho
de
la
calidad
de
las
demás
construcciones,
presentaba
un
estado
bastante
más
satisfactorio,
y
en
el
que
se
notaba
puesto
más
esmero.
‐ Aquí
no
hay
nadie.
–
Aseguró
la
viuda
negra.
‐ ¿Cómo
estás
tan
segura?
‐ ¿Es
que
no
tienes
ojos?
Por
más
que
mires
alrededor
no
hay
señales
de
vida.
Mira
los
campos,
secos,
mira
las
puertas,
carcomidas
y
apuesto
que
el
interior
de
las
casas
está
sembrado
de
polvo.
Asentí
con
la
cabeza,
no
había
ni
rastro
de
personas,
ni
tan
siquiera
de
animales.
En
el
otro
poblado
habíamos
sido
descuidados,
pero
ahí
no
había
lugar
a
dudas.
El
viento
comenzaba
a
ulular
del
mismo
modo
que
el
tiempo
comenzaba
a
encabritarse
y
algunas
gotas
de
lluvia
empezaban
a
descender
de
un
encapotado
cielo.
Esto
nos
llevó
a
entrar
en
una
de
las
casas.
Decidimos
que
fuera
la
que
estaba
al
lado
de
la
iglesia,
que
daba
la
sensación
de
ser
la
más
amplia.
La
puerta
de
la
vivienda
no
tenía
cerradura
de
ningún
tipo
y
cedió
rechinando
fuertemente
mientras
describía
el
arco
de
apertura.
Del
interior
manaba
un
fuerte
hedor
a
humedad
y
el
suelo
estaba
ligeramente
encharcado.
El
cubículo
parecía
estar
dividido
en
varios
sectores
y
dos
pisos,
dichos
sectores
estaban
separados
por
arcos
abiertos
en
la
pared
de
ladrillo
visto
por
el
interior.
En
la
sala
principal
varios
muebles
rústicos
se
agolpaban
contra
las
ventanas,
que
a
su
vez
habían
sido
selladas
desde
dentro
con
gruesos
tablones
de
madera.
‐ Parece
que
este
pueblo
no
tiene
ojos
de
color
añil…
ni
de
ningún
otro
tipo…
‐
Dije
señalando
a
los
tablones
de
madera
que
bloqueaban
la
ventana.
‐ ¿Qué
debió
pasar?
–
Preguntó
Amy
adoptando
una
expresión
triste
de
marcada
preocupación.
‐ No
tengo
ni
idea,
pero
aquí
tuvo
que
venir
alguien
antes
que
nosotros,
o
bien
la
última
persona
que
estuvo
aquí
vio
que
no
servía
de
nada
la
protección
y
huyó.
–
Apuntó
Elisabeth.
‐ ¿Por
qué
lo
dices?
‐ ¿Quién
sellaría
las
ventanas
y
dejaría
una
puerta
sin
cerradura,
sin
muebles
delante
o
sellada
del
mismo
modo
que
las
ventanas?
–
Replicó.
Buena
observación
aunque
realmente
irrelevante.
Eso
ahora
no
tenía
mucha
importancia.
‐ Vamos
a
bloquear
las
puertas
primero
y
luego
inspeccionaremos
la
casa
en
busca
de
comida
y
alguna
información
que
nos
diga
dónde
nos
encontramos.
–
Dijo
Elisabeth
‐
Te
encargo
lo
de
bloquear
la
puerta
chico.
Y
así
comenzó
nuestro
trabajo.
Lo
cierto
es
que
no
tenía
casi
ninguna
esperanza
de
que
encontraran
información
sobre
el
lugar
en
el
que
nos
encontrábamos,
y
menos
comida
en
buen
estado.
Cuando
acabé
de
mover
uno
de
los
muebles
delante
de
la
puerta
me
fijé
en
mis
brazos.
Me
quité
la
chaqueta
y
contemplé
las
heridas
que
me
había
producido
aquel
salvaje
incluso
a
través
de
la
ropa.
Había
que
tener
garras
en
lugar
de
manos
para
hacer
algo
así.
De
cualquier
modo,
los
cortes
no
parecían
especialmente
graves
pero
temía
que
se
me
hubieran
infectado;
de
todos
modos
no
se
me
ocurría
qué
hacer
al
respecto,
así
que
me
volví
a
poner
la
cazadora
y
decidí
olvidarme
por
el
momento.
Al
poco
tiempo
acabaron
de
inspeccionar
la
casa
entera.
Miré
a
la
viuda
negra
cuando
bajaba
por
las
escaleras
pero
no
pude
leer
su
expresión
de
cara.
‐ Chico,
tenemos
buenas
y
malas
noticias.
‐ Primero
las
buenas…
Y
como
respuesta
a
eso,
me
lanzó
algo
que
atrapé
al
vuelo.
‐ Una
desert
eagle.
–
Dije
sonriente.
–
Hombre,
no
tengo
intención
de
matar
rinocerontes,
por
lo
que
habría
preferido
una
beretta
o
una
glock,
pero
esto
es
mejor
que
nada.
‐ Arriba
hay
una
escopeta,
por
si
la
prefieres.
‐ No,
que
me
canso
transportándola,
además
se
me
dan
mejor
las
pistolas.
Por
cierto,
si
tuviera
munición
ya
sería
la
leche.
‐ La
hay,
a
parte
de
la
que
lleva
cargada
arriba
hay
más.
Amy
meneó
la
cabeza
en
señal
de
protesta.
La
notaba
bastante
molesta
después
del
incidente
del
pueblo
anterior,
y
las
armas
le
recordaban
al
incidente.
‐ ¿Y
la
mala
noticia?
‐ No
hay
comida,
así
que
ábreme
la
puerta
que
esta
tarde‐noche
cenamos
sopa
de
hierbas
variadas.
‐ Suena
apetecible,
pero
yo
no
quiero,
gracias,
no
tengo
tanta
hambre.
–
Dije
volviendo
a
mover
el
mueble
que
había
colocado
delante
de
la
puerta.
‐ Chico,
tú
comerás,
quieras
o
no,
porque
el
alimentarse
mal
provoca
bajadas
de
moral,
y
no
podemos
permitirnos
eso.
‐ Sí
mamá.
–
Repliqué
mientras
Amy
y
Elisabeth
salían
al
exterior.
Yo
me
quedé
en
el
interior
y
comencé
a
hurgar
en
la
casa
a
ver
si
encontraba
algo
interesante.
Mientras
tanto
Amy
recolectó
agua
con
un
recipiente
que
debió
coger
del
interior
de
la
casa
mientras
Seale
arrancaba
hierbajos
par
la
deliciosa
sopa.
Yo
por
mi
parte,
después
de
mucho
tiempo
rastreando,
encontré
algo
que
me
dejó
boquiabierto.
En
uno
de
los
cajones,
una
pequeña
libreta
de
tapas
duras
contenía
una
portada
interior
que
rezaba:
“Diario
de
Kurtis
Miles
:
‐
)”
(sí,
el
smiley
también
lo
tenía…)
¡Kurtis
Miles,
el
periodista
desaparecido,
estuvo
aquí!
De
la
alegría
casi
salto
por
la
ventana
para
llegar
hasta
donde
estaban
Amy
y
Elisabeth,
pero
me
habría
matado,
así
que
decidí
bajar
por
las
escaleras
y
correr
hasta
donde
se
encontraban.
‐ ¿El
diario
de
ese
viejo
imbécil
de
Kurtis?
–
Se
extrañó
Elisabeth
‐ Tenía
unos
treinta
años…
‐ Pero
era
imbécil.
‐ ¡¿Qué
más
da
eso
ahora?!
¡Con
su
diario
obtendremos
un
montón
de
información!
‐ ¿Qué
demonios
hacía
Kurtis
aquí?
‐ Ahora
lo
descubriremos…
‐
Respondí
pletórico
de
felicidad.
Casi
daba
saltos
de
alegría.
Me
moría
de
ganas
de
leer
aquel
diario
y
averiguar
todo
lo
que
acontecía
por
aquellos
lugares.
‐ ¡Voy
a
leerlo!
‐ No,
vas
a
comer,
y
luego
lo
leerás
tranquilamente.
‐ Sí
mamá.
Y
después
de
improvisar
una
hoguera
en
el
piso
superior
de
la
casa
a
base
de
quemar
una
silla
hecha
añicos,
conseguimos
hervir
ese
brebaje
con
tropezones
de
plantas
y
luego
comenzamos
a
tomarlo.
‐ Está
realmente
asqueroso.
–
Aseguré
a
la
cocinera.
‐ Eres
todo
sinceridad…
y
cortesía…
‐ ¿Tú
que
opinas
Amy?
–
Le
pregunté,
pero
esta
se
encogió
de
hombros
y
siguió
a
lo
suyo.
Realmente
me
sentí
especialmente
molesto.
Ya
era
suficiente
de
tanta
tontería.
‐ ¿Puedes
decirme
cuál
es
tu
problema
conmigo?
¡Llevas
sin
hablarme
desde
el
otro
pueblo!
¿Se
puede
saber
qué
pasa?
–
Interrogué
crispándome
ligeramente.
‐ Que
no
me
gustas.
–
Replicó
tajantemente.
–
Ni
por
un
segundo
dudaste
en
matar
aquel
hombre.
Odio
la
violencia
y
odio
a
la
gente
que
la
practica.
‐ Escúchame,
yo
no
elegí
estar
aquí,
simplemente
estoy
asumiendo
una
situación
de
hecho,
aquí
estoy
y
aquí
tengo
que
sobrevivir.
No
tuve
elección,
y
cada
vez
me
arrepiento
menos
de
ello.
Amy
se
puso
en
pie
dándome
la
espalda,
mientras
Elisabeth
seguí
comiendo
tranquilamente
su
comida,
sin
prestarnos
atención.
‐ Eres
despreciable.
Intentas
autoconvencerte
de
que
no
tuviste
otra
elección,
pero
¿sabes
qué?
Una
buena
persona
no
sería
capaz
de
hacer
eso
incluso
aunque
su
vida
fuera
en
ello.
Hay
gente
que
simplemente
no
está
hecha
para
apretar
un
gatillo
y
otra
que
busca
cualquier
excusa
para
hacerlo.
Es
por
culpa
de
gente
como
tú
que
van
tan
mal
algunos
países,
que
hay
tantas
guerras…
Por
gente
que
no
es
capaz
de
buscar
otros
caminos…
como
¡El
diálogo!
–
Finalmente
Amy
había
explotado
y
estaba
hablando
todo
lo
que
no
había
hecho
hasta
ahora.
‐ Escúchame,
hay
en
ocasiones
en
las
que
las
palabras
simplemente
no
sirven.
Tus
palabras
son
muy
bonitas
pero
al
final
todos
los
cambios
en
la
historia
se
producen
por
un
baño
de
sangre,
una
guerra,
un
golpe
de
estado,
una
revolución…
Pero
a
mí
todo
eso
me
da
igual,
no
justificaré
con
eso
mis
acciones…
simplemente
no
soy
un
héroe,
soy
una
persona
que
lucha
por
sobrevivir
y
que
hará
cualquier
cosa
por
salvar
su
vida
puesto
que
es
lo
que
más
valor
tiene
para
mí.
Si
tengo
que
humillarme
me
humillaré,
si
tengo
que
matar,
mataré…
y
si
no
te
gustan
mis
métodos
puedes
coger
ese
camino
y
desaparecer…
Amy
estaba
completamente
enfurecida
en
aquel
momento,
pero
mi
invitación
a
irse
le
planteó
dudas.
‐ Pero
te
irás
sola…
‐
Dijo
Elisabeth
entrando
en
la
conversación
repentinamente
–
No
me
malinterpretes,
no
es
que
me
caiga
bien
este
idiota,
misógino
y
pervertido,
pero
pienso
que
estar
todos
juntos
es
nuestra
mejor
baza
para
sobrevivir.
Así
que
si
te
vas…
estarás
sola.
Amy
llegó
a
su
límite
y
comenzó
a
llorar
y
a
pedir
disculpas
por
su
comportamiento.
Me
sentí
mal
por
haber
sido
tan
duro
con
la
chica,
que
posiblemente
había
actuado
así
dada
la
tensión
acumulada
en
este
último
día.
Le
di
unas
palmadas
en
la
espalda.
‐ Te
prometo
que
evitaré
siempre
que
sea
posible
las
opciones
violentas.
Pero
esa
promesa
iba
a
ser
difícil
de
cumplir:
en
aquel
momento,
un
sonido
como
de
golpes
a
un
metal
resonó
en
el
silencioso
pueblo.
‐ ¿Qué
ha
sido
eso?
–
Habló
Elisabeth.
‐ Ni
idea.
–
Expresé
extrañado.
Segundos
más
tarde
el
sonido
volvió
a
repetirse
pero
aun
más
fuerte.
Caminamos
rápidamente
hasta
el
lugar
de
donde
parecía
proceder
el
ruido,
detrás
de
la
casa,
y
detectamos
una
trampilla
metálica
que
daba
lugar
a
un
sótano
y
que
se
encontraba
cerrada
mediante
un
candado.
‐ En
el
piso
de
arriba
recuerdo
haber
visto
una
llave,
que
probablemente
sea
de
esa
puerta.
–
Dijo
Amy
aun
entre
sollozos.
Cuando
volvió,
tomé
la
llave
y
me
dirigí
a
la
trampilla.
Tuve
una
mala
corazonada,
algo
en
mi
interior
me
decía
que
no
abriera
esa
trampilla.
Fue
tan
fuerte
la
corazonada
que
tuve
un
déjà
vu,
en
el
que
nos
veía
a
Amy,
Elisabeth
y
a
mí
todos
muertos,
y
una
sombra
sin
forma
al
lado
de
nuestros
cuerpos
ensangrentados.
La
garganta
se
me
secó
por
momentos
y
el
pulso
comenzó
a
temblarme.
‐ Creo
que
no
deberíamos
abrir
esta
puerta…
‐ ¡¿Pero
qué
dices?!
¡Puede
haber
personas!
–
Se
inquietó
Amy.
‐ Dentro
hay
algo
que
puede
matarnos
…
estoy
seguro…
‐ Chico…
¿estás
seguro?
‐ Sí…
si
nos
vamos
sin
abrirla,
podremos
sobrevivir…
de
otro
modo…
‐ ¡Ábrelo
Franz!
¡Puede
haber
personas!
¡Por
favor!
–
Insistió
Amy.
La
cabeza
me
daba
vueltas.
La
visión
que
había
tenido
era
contundente,
pero
la
persistencia
de
Amy
me
obligó
a
hacerlo.
Introduje
la
llave
y
abrí
la
cerradura.
A
continuación
destapé
la
trampilla:
estábamos
sentenciados.
Primero
solo
se
veía
oscuridad,
pero
segundos
más
tarde,
mis
ojos
se
posaron
sobre
aquello
que
emergió
de
entre
la
oscuridad.
Mi
corazón
redobló.
FIN
DE
CAPÍTULO.
Próximo
Capítulo:
“MASACRE”
CAPÍTULO III
“MASACRE”
Siempre
había
sido
una
persona
con
un
autoestima
muy
alta.
Me
creía
maduro
para
mi
edad
y
tenía
una
notable
confianza
en
mí
mismo.
En
ocasiones
oía
acerca
de
problemas
de
otras
personas
y
rápidamente
me
ponía
en
su
lugar
y
obtenía
un
rápida
solución:
si
yo
estuviera
en
su
lugar
habría
hecho
esto
y
esto
otro.
A
mí
no
me
habría
pasado
esto.
Sin
embargo,
difiere
mucho
la
solución
por
la
que
uno
opta
cuando
ve
el
problema
desde
fuera
a
cuando
lo
ve
en
primera
persona.
Con
una
desert
eagle
en
mano,
y
varios
pueblerinos
sádicos
a
escasos
metros,
incluso
con
un
98%
de
precisión
en
los
resultados
del
examen
de
policía,
siendo
el
mejor
tirador
de
la
promoción,
dudaba
de
mí
mismo.
Sentía
la
aceleración
de
los
latidos
de
mi
corazón,
me
temblaba
el
pulso.
Tenía
entre
siete
y
nueve
disparos,
en
función
del
calibre
de
mis
balas,
para
acabar
con
ocho
sujetos
presuntamente
sanguinarios
que
se
aproximaban
a
nosotros.
Pero
lo
peor
de
todo
es
que
nunca
llegué
a
tener
claro
si
debía
disparar.
¿Que
cómo
llegamos
a
aquella
situación?
Cuando
abrimos
la
trampilla
metálica,
la
oscuridad
que
emergía
del
interior
parecía
personificarse
y
en
lugar
de
ser
mitigada
por
la
triste
luz
del
exterior,
la
combatía
y
adoptaba
forma,
y
la
sombra
revestía
leves
gemidos
como
de
animales
heridos,
pero
no
eran
animales
sino
personas
aunque
probablemente
carecían
de
todo
aquello
que
presuponía
el
término
persona.
Del
interior
de
la
trampilla
emergían
hombres
y
mujeres
de
distintas
razas
y
nacionalidades,
con
el
denominador
común
de
hacer
todos
gala
de
un
estado
lamentable,
algunos
demacrados,
otros
heridos,
uno
se
arrastraba
puesto
que
había
perdido
sus
dos
piernas,
otro
sólo
tenía
un
brazo
que
tenía
un
grosor
ligeramente
superior
al
de
su
hueso.
Ante
el
dantesco
espectáculo
retrocedí
asustado
y
encañoné
al
que
encabezaba
el
grupo,
mientras
que
mis
dos
compañeras
también
retrocedían.
‐ ¿Qué
diablos
es
…
son...
estas
cosas?
–
Se
preguntó
Elisabeth
visiblemente
asustada.
‐ ¡Franz,
ten
cuidado!
¡Y
si
es
posible
no
dispares!
–
Gritó
Amy.
‐ ¿¡Qué
coño
quieres
que
haga!?
–
Rugí
mientras
retrocedía
al
ver
que
ellos
avanzaban.
El
desplazamiento
de
aquellas
personas,
si
es
que
se
les
podía
llamar
así
era
realmente
torpe
y
dubitativo
pero
persistente.
Por
más
que
yo
retrocedía
ellos
avanzaban,
algunos
arrastrándose,
otros
andando
hacia
mi
posición
o
a
la
de
Elisabeth
y
Amy.
‐ ¡Alto!
¡Quietos
o
dispararé!
–
Bramé
mientras
contemplaba
los
ojos
del
sujeto
que
encabezaba
la
procesión.
Estos
eran
de
un
añil
intenso,
y
sin
embargo,
había
alguno
que
no
poseía
aquel
color
de
ojos.
‐ Por
favor…
ayuda…
‐
Gimoteó
el
líder
del
grupo,
pero
no
detuvo
su
paso.
‐ ¿En
qué
quieres
que
te
ayude?
¡Deja
de
acercarte
y
hablemos!
Extendió
sus
brazos
para
cogerme
o
tocarme
pero
rápidamente
se
los
golpeé
alejándolos
de
mí.
‐ ¡No
me
toques
o
te
disparo!
¡Si
seguís
andando
os
mato
a
todos!
Casi
todos
ya
murmuraban.
Dado
que
eran
de
distintas
nacionalidades
y
razas
no
era
capaz
de
comprender
qué
decían
en
su
gran
mayoría,
pero
algunos
chapurreando
inglés
pedían
ayuda.
No
obstante
parecían
autómatas,
zombies,
de
todo
menos
personas,
sus
ojos
estaban
muertos
aun
a
pesar
de
su
intenso
color,
sus
palabras
vacías
de
fuerza,
sus
almas
lejos
de
sus
cuerpos.
‐ Franz,
cálmate,
por
favor…
¡Podemos
solucionar
esto
hablando!
–
Aseguró
Amy.
‐ ¡No
me
jodas,
que
se
dejen
de
mover
o
los
lleno
de
balas!
–
Me
temblaba
el
pulso,
¿por
qué
simplemente
no
eran
seres
claramente
malignos?
Habría
sido
más
fácil,
les
habría
disparado
rápidamente,
pero
eran
personas
en
un
estado
lamentable
que
suplicaban
clemencia,
mientras
se
acercaban
a
nosotros.
En
aquel
momento
el
líder
dio
un
paso
más
largo,
mientras
yo
hablaba
con
Amy
mirando
hacia
atrás
y
éste
se
abalanzó
sobre
mí
y
cogió
mi
brazo
izquierdo.
Craso
error,
puesto
que
mis
reflejos
me
jugaron
una
mala
pasada,
y
presa
del
pánico
mi
pistola
se
posó
en
su
sien
y
el
gatillo
describió
el
arco
fatídico,
al
tiempo
que
el
disparo
resonó
en
todo
el
pueblo
y
una
masa
caliente
y
viscosa
junto
a
otras
sustancias
bañaron
mi
cara.
Los
restos
de
la
criatura
cayeron
al
suelo
tiñéndolo
de
escarlata.
‐ ¡Mierda!
–
Grité
y
luego
apreté
con
fuerza
mi
dentadura.
‐
¡Os
dije
que
no
os
acercaseis
joder!
‐ No…
otra
vez
no…
‐
Escuché
a
Amy
compungida
detrás.
‐ Franz,
mantén
la
calma
y
no
pierdas
de
vista
a
esas
cosas…
‐
Me
intentó
tranquilizar
Elisabeth,
pero
curiosamente
lo
que
más
me
animó
es
que
me
llamara
por
mi
nombre.
Paradójicamente,
el
disparo
a
penas
había
surtido
efecto,
los
otros
aldeanos
mantenían
su
marcha
en
mi
posición
pidiendo
auxilio,
aunque
justo
después
de
caer
su
compañero
al
suelo
se
habían
quedado
paralizados
por
un
momento.
El
que
encabezaba
ahora
el
grupo
hacía
como
gestos
con
las
manos
para
que
no
le
disparara,
aunque
su
vista
ni
siquiera
estaba
posada
en
mí.
Era
una
sensación
tan
extraña
como
macabra.
‐ ¡Basta
ya,
este
es
mi
último
aviso,
por
favor,
deteneos!
Y
el
hombre
me
susurró
algunas
palabras
incomprensibles
como
quien
estuviera
pidiendo
un
favor.
‐ Favor…
‐
Conseguí
comprender
que
me
decía.
‐ ¡¿Por
favor
qué?!
‐ Favor…
‐
Insistió
y
suavemente
estirando
las
manos
me
cogió
la
mano
izquierda,
con
mucha
menos
brusquedad
que
el
otro,
por
lo
que
le
apunté
con
mi
pistola
pero
no
le
disparé.
–
favor…
tranquilo…
Estaba
ahora
tocándome
mi
brazo
izquierdo,
produciéndome
un
escalofrío
que
recorría
toda
mi
espina
dorsal.
Sus
extremidades
eran
esqueléticas,
su
piel
absolutamente
blanquecina
y
sus
ojos
añil.
Súbitamente,
segundos
más
tarde,
sin
mediar
explicación,
aquel
sujeto
lanzó
su
cabeza
contra
mi
brazo
y
profirió
con
un
bocado
de
una
fuerza
tremenda.
Noté
sus
dientes
clavándose
en
mi
herida
a
través
de
la
cazadora,
al
tiempo
que
yo
golpeaba
repetidas
veces
su
cabeza
con
mi
desert
eagle,
pero
la
criatura
no
soltaba.
Con
todas
mis
fuerzas
asesté
un
golpe
brutal
sobre
su
cabeza
que
produjo
que
cayera
al
suelo
retorciéndose
de
dolor.
En
aquel
instante,
los
demás
aldeanos
aceleraron
su
paso
y
casi
se
podría
decir
que
torpemente
corrieron
hacia
mí.
‐ ¡Franz!
¡Cuidado!
–
Gritó
Elisabeth.
Rápidamente
disparé
a
la
cabeza
al
sujeto
que
me
había
mordido
y
retrocedí
mediante
un
desplazamiento
lateral
mientras
abatía
uno
por
uno
a
los
salvajes
aquellos.
Amy
se
tapaba
los
oídos
y
los
ojos
mientras
cada
disparo
coloreaba
el
paisaje
de
rojos
sonidos.
Finalmente
solo
quedó
el
que
se
arrastraba
sin
piernas
por
el
suelo.
Mi
corazón
se
encogía
solo
de
verlo,
sentí
una
profunda
lástima
por
aquello,
pero
yo
ya
había
cruzado
la
línea.
No
lo
dudé
ni
por
un
segundo,
mi
bala
le
destrozó
la
cabeza.
‐ ¡¿Ha…
acabado
ya?
–
Decía
Amy
compungida
en
un
tono
de
hastío.
‐ Creo
que
sí…
‐ No,
no
ha
acabado.
Falta
algo
todavía
por
salir…
‐
En
mi
cabeza,
los
recuerdos
del
macabro
de
déjà
vú
me
aseguraban
que
había
algo
extremadamente
peligroso
ahí
abajo,
y
si
bien
era
preocupante
lo
que
había
salido,
más
lo
era
lo
que
estaba
por
salir.
Mantuve
mi
pistola
encañonando
la
salida
de
la
trampilla.
Segundos
más
tardes
mis
sospechas
se
confirmaron,
emergiendo
una
figura
envuelta
en
un
sudario
de
sombras
del
cual
era
despojada
por
la
gris
luminosidad
exterior,
hasta
dar
lugar
a
la
figura
de
una
chica
de
unos
quince
o
dieciséis
años,
cuyo
blanquecino
y
delgado
cuerpo
estaba
cubierto
de
harapos,
y
sus
ojos
eran
de
un
intenso
color
añil.
‐ ¡Maldita
sea…
una
niña!
–
Maldije
mientas
apuntaba
a
la
figura.
‐ Por
Dios…
Franz…
‐
Amy
murmuraba
a
mis
espalda.
A
diferencia
de
los
demás,
sus
ojos
se
clavaban
directamente
sobre
los
míos
en
lugar
de
perderse
por
el
infinito.
No
obstante,
del
mismo
modo
que
los
otros,
comenzó
su
camino
hacia
mi
posición.
‐ ¡Detente
o
disparo!
–
Grité,
pero
la
niña
me
ignoró
y
mantuvo
su
paso
firme
hacia
mí.
Esto
era
ya
demasiado
para
mí.
Por
muy
deshumanizada
que
estuviera
no
dejaba
de
ser
una
niña.
Disparar
a
sangre
fría
a
un
niño
desarmado
estaba
entre
las
cosas
más
execrables
que
se
podían
hacer,
pero
en
mi
interior
estaba
completamente
convencido
de
que
si
no
disparaba,
ahora
o
más
adelante
me
arrepentiría.
Recordaba
una
vez
más
a
nosotros
tres,
tendidos
en
el
suelo,
completamente
ensangrentado,
mientras
una
figura
envuelta
en
sombras
nos
contemplaba
de
cerca.
Contemplaba
como
se
extinguía
nuestra
vida
a
la
par
que
la
sangre
de
nuestro
cuerpo.
Y
tan
metido
en
mis
cavilaciones
andaba
que
no
me
di
cuenta
de
que
la
niña
había
alcanzado
ya
prácticamente
mi
posición.
Moví
mi
desert
eagle
y
coloqué
mi
cañón
sobre
su
frente,
contactando
el
mismo
con
el
cráneo
de
la
chica.
Me
temblaba
el
dedo
índice
en
el
gatillo
mientras
la
incómoda
llovizna
descendía
empapándonos
a
mí
y
a
la
niña,
humedeciendo
su
cabello
y
filtrándose
hacia
su
faz
en
forma
de
gotas
que
se
asemejaban
a
lágrimas
descendiendo
su
semblante.
Mi
dedo
índice
comenzó
a
describir
el
arco
fatídico,
mientras
a
mis
espaldas
noté
que
alguien
se
aproximaba
y
la
niña
que
estaba
siendo
apuntada
hizo
un
movimiento
inesperado.
***
“Diario
de
Kurtis
Miles
:
)”
Me
llamo
Kurtis
Miles
y
escribo
esta
bitácora
con
el
fin
de
dejar
algunos
detalles
por
si
alguien
viene
por
aquí
después
de
mí.
Si
eres
uno
de
mis
fans,
y
eres
mujer
te
mando
un
beso
desde
allá
donde
esté;
si
eres
la
Viuda
Negra,
que
te
den
por
el…
…
Y
si
no
eres
ninguno
de
los
dos,
espero
que
pueda
servirte
mi
diario
de
algo.
Nota:
no
sé
a
qué
día
estoy,
ni
tan
si
quiera
qué
hora
es,
por
lo
que
me
limitaré
a
enumerar
los
días.
Día
1:
Vueltas
por
el
pueblo.
Me
he
despertado
en
este
pueblo
de
mala
muerte
aun
cuando
recordaba
haber
pagado
el
precio
de
una
habitación
de
un
cinco
estrellas
gran
lujo.
No
sé
cómo
explicar
el
hecho
de
que
me
acostara
en
otro
sitio
y
amaneciera
aquí.
En
la
casa
en
la
que
estoy
no
entiendo
a
nadie,
así
que
he
decidido
dar
una
vuelta
por
el
pueblo
con
el
fin
de
descubrir
mi
emplazamiento.
De
entrada
puedo
decir
que
me
encuentro
en
una
zona
de
montaña,
dado
el
tipo
de
vegetación,
y
sobretodo
el
frío
y
la
fatiga
adicional
que
me
supone
cada
desplazamiento
que
hago.
El
primer
detalle
que
me
ha
impactado
del
pueblo
es
que
hay
una
mezcla
de
razas
o
etnias
bastante
llamativa.
Hay
todo
tipos
de
colores
de
piel,
y
aun
a
pesar
de
que
parece
un
pueblo
asentado,
en
muchas
ocasiones
tengo
la
sensación
de
que
no
se
comprenden
completamente.
‐‐
En
la
casa
en
la
que
me
acogieron,
misteriosamente
parecen
considerarme
un
miembro
más
de
la
familia,
y
hoy
me
han
puesto
de
comer
carne
con
vegetales
varios.
Sospecho
que
es
carne
de
un
jabalí
que
vi
hoy
cazar,
y
las
verduras
son
aquellas
que
se
cosechan
en
el
propio
pueblo.
‐‐
Por
la
tarde
he
estado
sentado
en
la
plaza
principal
observando
a
todo
el
mundo,
y
la
verdad
es
que
se
respira
tranquilidad.
¿Es
posible
que
tantos
tipos
de
persona
distintos,
con
distintos
colores
de
piel
y
distintas
edades
se
lleven
tan
bien?
La
respuesta
es
sí,
es
posible.
Día
2:
El
pueblo
vecino.
El
segundo
día
que
me
encontraba
allí
decidí
hacer
una
excursión
a
los
alrededores
a
ver
si
finalmente
podría
encontrar
alguna
pista
de
cuál
era
mi
paradero
actual.
Atravesé
un
bosque
de
pinos,
quejigos,
encinas,
y
otros
árboles
que
no
reconozco,
desplazándome
al
oeste
del
pueblo
(teniendo
en
cuenta
por
dónde
había
amanecido),
y
llegué
a
otra
aldea
de
semejantes
características
a
la
anterior.
Aquí
sí
entendían
mi
idioma.
‐
¿Qué
quieres?…
‐
Dijo
el
primer
aldeano
con
el
que
me
encontré,
con
una
tono
realmente
perturbador,
mientras
otras
personas
que
se
encontraban
alrededor
comenzaban
a
aproximarse
a
mí,
con
hachas
y
hoces
en
mano.
‐
Hola,
soy
del
pueblo
vecino,
solo
estaba
paseando…
de
hecho
ya
me
iba.
–
Aseguré,
no
pudiendo
tener
claras
las
intenciones
de
aquellos
extraños
aldeanos.
¿Qué
mosca
les
habría
picado?
Decidí
abandonar
aquel
lugar
de
tarados
y
volver
al
pueblo
de
gente
amable.
Cuando
crucé
de
nuevo
el
bosque
un
coche
blanco
yacía
en
marcha
esperando
al
final
de
la
carretera
que
conducía
hacia
mi
casa
actual.
¿Un
coche?
Pedí
perdón
mentalmente
y
me
subí
en
el
sitio
del
piloto,
y
básicamente
robé
el
coche.
Me
sería
especialmente
útil
para
tratar
de
llegar
a
algún
sitio
desde
el
cual
huir
y
volver
a
mi
casa.
De
entrada
me
detendría
un
poco
más
tiempo
en
el
pueblo
a
ver
si
podía
recolectar
más
información,
y
luego
me
iría.
Escondí
el
coche
en
las
proximidades
del
pueblo.
Día
3:
Masacre
Ahora
me
encuentro
escondido
en
una
casa
al
lado
de
la
iglesia,
todavía
me
tiembla
el
pulso.
Aparecieron
de
la
nada,
eran
los
habitantes
del
pueblo
vecino.
Portaban
hachas,
martillos,
rastrillos,
y
un
gigantón
con
algo
que
le
cubría
la
cabeza
mantenía
una
motosierra
en
mano.
Yo
los
vi
por
la
ventana
y
no
supe
como
reaccionar.
La
sangre
brotó
del
cuerpo
del
primer
hombre
que
se
encontraron
en
la
plaza.
Fue
cruelmente
serrado
ante
la
mirada
atónita
de
otros
que
empezaron
a
correr
alocadamente
y
sin
rumbo.
Pero
presas
del
pánico
perdían
las
ideas
y
acababan
siendo
acorralados
asesinados
de
formas
brutales.
Algunos
consiguieron
entrar
a
la
iglesia
y
cerrar
la
puerta,
pero
el
gigantón
de
la
motosierra
consiguió
tirar
la
puerta
abajo.
Nunca
más
se
supo
de
los
que
allí
se
habían
encerrado.
Varias
de
las
víctimas
de
aquellos
salvajes
no
fueron
asesinadas,
y
simplemente
fueron
secuestradas,
pero
me
temo
que
destino
será
casi
peor
que
el
de
los
que
han
caído
aquí.
Tengo
la
terrible
sensación
de
que
la
pesadilla
aun
no
ha
acabado.
Horas
más
tarde
de
que
se
acabara
la
masacre
hemos
dado
sepultura
a
los
restos
mortales
de
aquellos
que
murieron
a
manos
de
aquellos
salvajes.
Día
4:
Segunda
cacería
Muchos
de
ellos
no
se
imaginaban
que
se
repetiría,
pero
así
fue.
A
la
caída
del
sol,
los
sanguinarios
del
pueblo
vecino
han
aparecido
iluminando
el
atardecer
con
sus
fatídicas
antorchas.
Esta
vez,
aun
a
pesar
de
tener
las
esperanzas
de
que
no
se
repitiera,
algunos
estaban
preparados.
Ha
habido
cierto
enfrentamiento,
pero
la
furia
y
sed
de
sangre
del
otro
pueblo
es
simplemente
terrible.
El
coloso
de
la
motosierra
ha
causado
estragos
hasta
tal
punto
que
su
color
de
piel
es
ya
rojo
sangre.
Gritos,
pánico,
dolor…
y
yo
contemplando
por
la
ventana.
No
puedo
ayudarles,
no
serviría
de
nada,
y
aun
así
me
siento
culpable
por
ello,
por
eso
me
obligo
a
mirar
cada
segundo
de
la
carnicería.
Ése
es
mi
castigo.
Día
5:
Contramedidas
Sabiendo
que
a
la
caída
del
sol
atacarían
de
nuevo,
el
que
parece
ser
el
jefe
de
la
aldea
ha
hablado
con
el
resto.
Yo
no
me
he
enterado
de
nada,
pero
nos
ha
llevado
a
una
trampilla
metálica
de
un
grosor
enorme
que
da
entrada
a
un
sótano
en
el
que
sirve
de
pequeño
almacén
para
instrumentos
de
caza,
agricultura
y
demás.
Asimismo
hay
un
pequeño
agujero
que
parece
conectar
con
el
pozo
exterior.
Parece
un
buen
sitio
para
ocultarse,
el
problema
es
que
alguien
tiene
que
quedarse
fuera
con
la
llave
que
cierra
el
monumental
candado.
‐ Yo
me
quedaré
fuera...
–
Aseguré
aun
a
pesar
de
que
no
sabía
si
alguien
me
iba
a
entender.
La
chica
más
joven
del
pueblo
me
miró
y
sonrió.
‐ Yo
se
lo
traduciré
a
ellos.
‐ ¿Me
entiendes?
¡Me
entiendes!
‐ Sí,
entiendo
inglés.
Me
llamo
Helena.
Gracias
por
tu
ofrecimiento.
Y
así
fue
como
acabé
aquí.
Ahora
estoy
escribiendo
en
mi
diario,
y
esperando
a
que
llegue
el
momento
en
que
los
salvajes
aparezcan.
Tengo
miedo,
pero
también
claustrofobia,
ni
loco
pensaba
quedarme
encerrado
a
oscuras
ahí
abajo.
***
Se
me
había
acabado
la
paciencia
y
la
piedad,
iba
a
disparar
pero…
algo
me
tomó
por
la
espalda.
Fue
casi
un
milagro
que
la
pistola
no
se
me
disparara
por
el
susto.
Lo
que
me
había
cogido
por
detrás
no
lo
había
hecho
bruscamente
sino
con
suavidad
y
el
contacto
no
era
frío
y
desagradable
sino
cálido
y
reconfortante.
‐ Por
favor,
Franz…
no
hay
necesidad
de
matarla.
–
Era
Amy.
Me
había
abrazado
por
la
espalda
con
suavidad
y
me
había
devuelto
la
cordura
que
había
perdido
tras
tantos
disparos
y
tanta
sangre
derramada.
Acto
seguido,
la
chica
que
se
encontraba
delante
mía
hizo
algo
que
tampoco
esperaba
y
se
abrazó
a
mí.
Esperé
un
mordisco
pero
no
lo
hubo
y
eso
me
desconcertó
por
completo.
Era
un
abrazo
de
alguien
que
lo
ha
pasado
mal,
que
necesita
consuelo.
Amy
me
soltó
por
detrás
y
se
tiró
de
espaldas
al
suelo
respirando
profundamente
mientras
a
regañadientes
murmuraba
la
palabra
“gracias”.
Dirigí
mi
mano
izquierda
a
la
cabeza
de
la
chica
y
acaricié
su
enmarañado
cabello.
Estaba
respirando
con
fuerza
sobre
mi
pecho.
‐ Ya
ha
pasado
todo,
tranquila.
Y
así
fue
como
acabó
el
sangriento
episodio,
bajo
la
ululante
y
gélida
brisa,
y
la
llovizna
a
la
que
ya
nos
habíamos
acostumbrado
aquellos
días.
***
‐ Tú
a
tus
exmaridos
los
mataste
con
tu
comida,
¿verdad?
‐ ¡Ni
he
tenido
maridos,
ni
los
maté,
ni
cocino
mal!
¿A
qué
demonios
quieres
que
sepan
estos
hierbajos
que
he
recogido
y
hervido
en
un
momento?
–
Se
molestó
Elisabeth.
Estábamos
repitiendo
la
comida.
No
es
que
tuviéramos
hambre,
sino
que
había
que
alimentar
a
la
escuálida
Helena
MacLeod,
que
decía
haber
pasado
mucho
tiempo
ahí
abajo
sin
comer.
‐ ¿Cuánto
tiempo?
‐ No
lo
sé…
tal
vez
semanas.
La
gente
empezó
a
impacientarse
y
cometieron
locuras,
empezaron
a
intentar
comerse
los
unos
a
los
otros.
‐ Helena,
no
importa
que
hables
de
eso.
Lo
importante
es
que
ya
pasó.
–
Dijo
Amy
dirigiéndole
una
sonrisa
e
intentando
evitar
que
recordara
aquellos
momentos
tan
turbios.
Decidí
volver
a
pinchar
a
la
Viuda
Negra,
que
eso
siempre
daba
buenos
resultados
a
la
hora
de
cambiar
de
tema.
‐ Leí
el
diario
de
Kurtis,
y
la
verdad,
parecía
bastante
más
inteligente
que
tú,
porque
en
el
poco
tiempo
que
estuvo
descubrió
bastantes
más
cosas.
–
Dije,
dirigiéndome
a
Elisabeth.
‐ Chico,
estás
muy
confundido,
Kurtis
es
y
siempre
será
un
inútil.
Yo
también
he
leído
por
encima
su
diario,
mientras
calentaba
la
comida,
y
no
tiene
ni
idea
de
dónde
nos
encontramos.
Amy,
Helena
y
yo
miramos
extrañados
a
Elisabeth.
¿Estaba
insinuando
que
ella
sí
lo
sabía?
‐ Sé
bastantes
más
cosas
de
las
que
os
creéis.
¿Quién
os
pensáis
que
soy?
‐ Dispara.
‐ En
primer
lugar,
creo
que
antes
de
que
sea
más
tarde,
es
turno
de
Amy
de
decir
quién
es
en
realidad.
Me
hice
la
tonta
durante
un
tiempo,
pero
debe
haber
confianza
entre
nosotros,
y
para
eso
debemos
saber
quiénes
somos.
–
Y
dirigió
la
mirada
a
Amy.
‐ Está
bien,
ya
no
tiene
sentido
ocultarlo.
Soy
Amy
Ashworth.
‐ ¡La
actriz
de
“Chant
of
Libra”!
¡Increíble,
estoy
rodeado
de
celebridades!
Una
famosa
periodista
y
una
famosa
actriz.
¿Qué
demonios?
¡Vaya
casualidades!
‐ A
mi
me
parecen
demasiadas
casualidades,
no
sé
a
vosotros.
Tras
un
accidente
aéreo
despertamos
en
el
suelo,
ojo,
no
antes
del
accidente
ni
en
el
transcurso
del
mismo,
sino
ya
en
el
suelo,
lo
cual
es
algo
que
se
me
antoja
prácticamente
imposible.
Y
asimismo
coincidimos
en
el
avión
una
actriz
y
una
periodista,
que
si
se
me
permite,
estamos
en
boca
de
mucha
gente
últimamente.
‐ Y
un
policía,
con
un
98%
de
puntuación
en
la
precisión
de
disparo,
en
el
examen.
En
un
territorio
en
el
que
esa
habilidad
de
disparo
puede
ser
relevante
–
Añadí.
‐ No
ha
venido
ningún
avión
a
buscarnos,
al
menos
yo
he
estado
atenta
a
ruidos
de
aviones,
al
cielo,
pero
nada…
‐
Hiló
Amy.
Me
puse
en
pie
y
empecé
a
caminar
en
dirección
de
la
ventana.
La
verdad
es
que
todo
el
asunto
era
extraño.
¿Una
conspiración?
Era
difícil
pensar
en
ello,
puesto
que
un
accidente
aéreo
provocado…
bah,
no
tenía
ni
pies
ni
cabeza.
‐ Bueno,
todo
eso
ha
estado
muy
bien
Eli,
pero
¿Dónde
estamos?
¿No
era
eso
lo
que
ibas
a
decirnos?
‐ No
lo
sé,
pero
de
entrada
hay
dos
detalles
importantes.
El
primero
es
que
hay
jabalíes,
aunque
yo
no
haya
visto
ninguno.
Pero
en
el
diario
de
Kurtis
se
indica
que
comieron
jabalí.
‐ ¿Y?
‐ No
hay
jabalíes
en
todo
el
mundo,
de
hecho,
se
podría
excluir
casi
toda
América.
Por
otro
lado,
por
lo
que
he
visto,
estos
días
que
llevamos,
la
duración
de
la
noche
y
el
día
son
prácticamente
iguales.
Esto
excluye
el
hecho
de
que
estemos
cerca
de
los
polos.
‐ Pues
sí
que
le
das
al
coco.
–
Apunté.
‐ Hay
otro
punto…
no,
dos
puntos
más
que
me
traen
loca.
El
primero
es
que
Kurtis
hace
referencia
a
que
atravesó
un
bosque
con
encinas.
Y
si
eso
fuera
cierto,
aunque
tengo
mis
dudas
de
que
Kurtis
sepa
lo
que
es
una
encina,
podríamos
decir
que
estamos
en
algún
lugar
con
clima
mediterráneo.
‐ Guau,
sí
que
sabes
cosas,
Elisabeth.
–
Se
sorprendió
Amy
Ashworth.
‐ Agradéceselo
al
Trivial.
–
Replicó
Elisabeth
y
Helena
empezó
a
reír.
La
verdad
es
que
me
sentía
afortunado,
éramos
un
grupo
tremendamente
equilibrado.
Elisabeth
era
extremadamente
inteligente,
aunque
muchas
veces
no
lo
hiciera
notar.
Amy,
aunque
tenía
momentos
desafortunados
en
los
que
era
especialmente
desagradable,
era
capaz
de
apaciguarme,
de
recordarme
que
era
humano
y
que
había
que
evitar
el
camino
de
la
violencia
siempre
que
fuera
posible.
De
hecho,
si
no
hubiera
sido
por
Amy,
hoy
habría
disparado
a
una
niña…
Helena
no
estaría
ahora
con
nosotros.
Y
yo
por,
mi
parte,
tenía
habilidad
suficiente
con
las
armas
para
defender
al
grupo
de
amenazas
menores.
Evidentemente,
no
podría
protegerlas
de
emboscadas,
o
grupos
de
aldeanos
de
más
de
ocho
o
diez
personas.
Pero
algo
es
algo…
Inspiré
profundamente
y
me
recosté
sobre
el
incómodo
suelo
y
miré
al
techo.
Me
dolía
la
cabeza,
me
sentía
muy
cansado.
La
tensión
a
la
que
te
sometía
aquel
lugar
era
cargante.
Cada
paso
que
uno
daba
era
un
peligro,
un
movimiento
entre
la
vida
y
la
muerte.
Y
hablando
de
muerte,
cada
vez
que
recordaba
la
corazonada
que
había
tenido
sentía
algo
de
miedo.
Miré
a
Helena.
¿Sería
ella
la
sombra
que
aparecía
al
lado
de
nuestros
cuerpos?
Sus
ojos
eran
añil,
como
el
de
los
aldeanos
sanguinarios,
pero
parecía
inofensiva
y
hasta
una
buena
chica.
De
cualquier
modo,
no
la
perdería
de
vista.
‐ Chico,
estás
en
las
nubes…
‐ ¿Qué?
‐ ¿Has
escuchado
lo
que
estaba
diciendo?
–
Me
preguntó
Elisabeth.
‐ No,
repite
por
favor.
–
Pedí
mientras
me
incorporaba
de
nuevo.
‐ Hay
otra
cosa
más
que
me
tiene
extrañada.
Si
realmente
Helena
pasó
un
par
de
semanas
encerrada
junto
al
resto
del
pueblo,
¿de
quiénes
eran
los
cadáveres
que
llevaban
los
aldeanos
salvajes
del
otro
pueblo?
‐ No
sé,
¿de
un
tercer
pueblo
que
haya
por
aquí
cerca?
‐ No
lo
hay.
–
Aseguró
Helena.
–
Cuando
aparecí
aquí,
después
de
que
me
secuestraran
busqué
durante
mucho
tiempo
algún
pueblo
cercano
para
comunicarme
y
pedir
rescate,
pero
no
había
nada
en
kilómetros
y
kilómetros.
‐ ¡¿Te
secuestraron?!
–
Se
interesó
Amy.
Helena
asintió
con
la
cabeza,
y
todos
esperamos
que
siguiera
con
la
explicación,
pero
no
lo
hizo.
‐ Otro
detalle
interesante
es…
¿de
quién
es
el
coche
blanco
que
robó
Kurtis?
¿Dónde
está
ese
coche
ahora?
–
Planteó
Elisabeth.
‐ Ni
idea,
pero
si
Kurtis
no
se
lo
llevó,
puede
estar
por
aquí,
y
podría
solventarnos
la
vida.
–
Exclamé
poniéndome
en
pie.
Pero
súbitamente
se
me
nubló
la
vista,
me
temblaron
las
piernas
y
tuve
que
volver
a
sentarme.
¿Qué
había
sido
eso?
Amy
se
puso
en
pie
decidida
a
encontrar
el
coche.
‐ Yo
lo
buscaré.
–
Dijo
Amy.
‐ Lo
buscaremos
todos.
–
Aseguró
Seale.
‐ Yo
no,
me
quedo
aquí,
me
siento
un
poco
mareado.
–
Pedí.
‐ …
‐
Helena
se
mantuvo
en
silencio
como
asustada
por
la
idea
de
salir
al
exterior
de
la
casa
a
buscar
el
coche.
‐ ¿Qué
pasa
Helena?
‐ Por
las
tardes…
cuando
empieza
a
oscurecer…
ellos
vienen.
Se
refería
a
los
habitantes
del
pueblo
vecino.
Aun
estaba
asustada
de
las
carnicerías
a
las
que
habían
sido
sometidos.
‐
Sí
también
es
cierto…
‐
Replicó
Seale
–
Está
bien,
Amy,
acompáñame,
buscaremos
el
coche
antes
de
que
aparezcan
esos
locos.
Helena,
tu
quédate
con
Franz.
Me
volví
a
recostar
sobre
el
incómodo
suelo,
colocando
la
nuca
sobre
mis
manos.
Helena
se
sentó
contra
una
de
las
paredes
de
la
casa.
‐ ¿Vas
a
dormir?
–
Preguntó
Helena
‐ Qué
va…
¿cómo
podría
dormir
aquí?
–
Repliqué...
y
segundos
más
tarde,
mis
ojos
se
habían
cerrado.
El
intenso
dolor
de
cabeza
me
despertó.
Me
encontraba
tapado
con
un
edredón,
y
una
persona
me
examinaba
desde
mi
lado.
‐ Pareces
un
angelito
cuando
duermes.
No
puedes
ser
tan
malo
como
aparentas…
‐ Oh,
Amy,
otra
vez
con
eso…
‐ Quería
pedirte
disculpas,
realmente
no
me
caes
mal,
ni
siquiera
pienso
que
hayas
actuado
mal,
pero
han
sido
días
muy
duros,
y
he
estado
muy
alterada.
Me
incorporé
notando
un
profundo
dolor
en
mi
columna
vertebral
así
como
en
mi
cabeza.
Helena
no
estaba
allí,
tan
solo
Amy,
que
parecía
que
me
había
tapado
y
me
custodiaba.
‐ ¿No
deberías
estar
buscando
el
coche?
‐ No
me
gustaba
que
te
quedaras
solo
con
Helena
y
a
Eli
tampoco,
así
que
vine
a
hacerte
compañía.
–
Amy
hablaba
con
una
voz
suave.
Me
fijé,
y
sus
facciones
eran
bastante
bonitas
vistas
de
cerca.
La
verdad
es
que
era
una
chica
muy
guapa.
‐ Ehh…
Franz.
¿Qué
pasa,
por
qué
me
miras
con
esa
cara?
‐ Simplemente
te
veo
más
guapa.
Amy
rió
de
forma
desenfadada.
‐ Eso
es
ahora
que
sabes
que
soy
actriz…
¿o
tal
vez
después
de
haberme
dado
un
baño?
‐ ¿Te
has
dado
un
baño?
‐ Sí,
hay
un
río
cerca
del
pueblo,
hemos
hervido
agua
y
nos
hemos
lavado
un
poco
Eli
y
yo.
Un
escalofrío
recorrió
mi
cuerpo
solo
de
pensar
en
agua
cayendo
sobre
mi
piel.
Estaba
muerto
de
frío,
y
el
dolor
de
cabeza
cada
vez
era
más
intenso.
Asimismo,
sentía
un
fortísimo
ardor
en
la
zona
de
mis
ojos.
‐ Bueno,
lo
que
quería
decirte…
gracias
por
protegerme
todas
estas
veces.
‐ Oh,
cállate,
si
no
lo
hubiera
hecho
me
sentiría
fatal
conmigo
mismo.
Ya
lo
dijo
Elisabeth,
es
una
cuestión
de
mutuo
interés,
nada
más.
‐ Pero
eso
no
cambia
el
hecho
de
que
me
has
protegido.
Así
que
gracias…
de
verdad.
‐
Amy
se
dirigió
a
la
ventana
y
apoyándose
en
ella
contempló
el
paisaje.
‐ Cállate…
–
Murmuré
a
regañadientes
mientras
las
puntas
de
mis
orejas
se
coloreaban
de
rojo
y
Amy
se
reía
de
mi
rubor
Súbitamente
Amy
se
apartó
de
la
ventana
como
si
ésta
le
diera
calambre.
‐ ¡Franz!
¡Los
…
los
aldeanos
sanguinarios!
Me
puse
en
pie
de
golpe
y
corrí
hacia
la
ventana.
Allí
estaban.
Habían
venido
al
pueblo
nuevamente
de
cacería.
‐ ¡Helena!
¡HELENA!
–
Gritó
Amy
corriendo
a
una
de
las
habitaciones
de
la
casa
y
al
momento
aparecieron
ambas,
y
juntos
corrimos
escaleras
abajo.
‐ ¡Hay
que
encontrar
a
Eli
e
irnos
de
aquí!
–
Dije
mientras
corría
escaleras
abajo.
Pero
allí
estaba
Elisabeth,
nos
la
encontramos
según
abrimos
la
puerta.
‐ ¡Eli!
‐ Los
he
visto,
vámonos
de
aquí.
He
encontrado
el
coche,
luego
os
doy
los
detalles,
vamos
a
la
carretera
y
alejémonos
de
aquí.
‐ ¡Tengo
que
coger
a
Timmy!
‐ ¿Quién
es
Timmy?
–
Pregunté,
pero
Helena
corrió
hasta
la
parte
de
atrás
de
la
casa,
y
segundos
más
tarde
apareció
con
¡¿una
maceta?!
en
la
mano.
‐ ¡¿Estamos?!
–
Pregunté
retóricamente
y
corrimos
hasta
la
carretera.
Todo
me
daba
vueltas.
Y
la
cabeza
parecía
que
iba
a
estallarme
de
un
momento
a
otro.
Cruzamos
el
pueblo
ascendiendo
por
sus
escarpados
caminos
evitando
aproximarnos
al
lugar
por
donde
habían
entrado
los
otros
aldeanos
y
alcanzamos
en
a
penas
un
par
de
minutos
la
carretera.
Allí
se
encontraba
el
coche,
blanco
y
sucio
de
polvo,
preparado
por
Elisabeth
para
nuestra
huida.
Me
subí
en
el
asiento
del
piloto,
arranqué
el
coche,
y
salimos
a
toda
velocidad
de
aquel
lugar.
No
obstante,
el
trayecto
que
recorrimos
fue
corto.
Minutos
más
tarde
de
comenzar
el
trayecto
algo
no
marchaba
bien,
empecé
a
ver
doble
la
carretera.
Miré
por
el
espejo
retrovisor
y
mi
corazón
me
dio
un
vuelco
cuando
vi
a
Helena,
con
los
ojos
inyectados
en
sangre
y
una
mueca
de
sadismo
en
su
faz.
Acto
seguido
sentí
como
si
una
lanza
atravesara
mi
cabeza.
Un
intenso
dolor
recorrió
todo
mi
ser.
Se
me
nubló
la
vista
y
perdí
la
conciencia
por
un
segundo.
Escuché
gritos,
pero
no
los
entendí.
Entonces
todo
se
tornó
escarlata
sangre,
y
luego
negro
oscuridad.
FIN
DE
CAPÍTULO.
Próximo
capítulo:
“Colmena”
El
trágico
acelerar
de
la
motosierra
vaticinaba
el
horrible
destino
que
iba
a
sufrir.
Brumbrum,
cantaba
el
sádico
murmullo
de
las
cuchillas
bañadas
en
viscosos
fluidos,
mientras
la
mujer
atada
de
brazos
y
piernas
rezaba,
contemplando
con
horror
sus
últimos
segundos
de
vida.
De
golpe,
el
verdugo
de
cara
oculta
y
ojos
rojos
aceleró
una
vez
más
la
motosierra
y
la
dirigió
sin
piedad
hacia
su
víctima
mientras
ésta
gritaba
con
todas
sus
fuerzas
y
deflagraciones
escarlata
inundaban
el
cuadro
de
tan
dulces
como
bermellones
colores.
Hasta
ahora,
lo
que
habíamos
visto
era
el
paraíso,
comparado
con
el
lugar
al
que
estábamos
por
llegar.
CAPÍTULO IV
“COLMENA”
‐ ¡Helena!
–
grité
abriendo
los
ojos
al
tiempo
que
recibí
un
golpe
del
gélido
aire
que
me
rodeaba.
‐ Vuélvete
a
mover
y
te
mataré…
dos
veces.
–
Aseguró
una
voz
a
mi
lado.
Era
Elisabeth,
podía
intuirlo
por
su
tono,
aunque
a
penas
podía
ver
su
figura.
Algo
se
movió
a
mi
otro
lado.
Estaba
pegada
a
mí,
notaba
el
contacto
con
su
cuerpo
debajo
de
algo
que
nos
tapaba.
¿Qué
…
significaba
esto?
Estaba
debajo
de
un
edredón,
con
Amy
a
un
lado
y
Elisabeth
a
otro,
ambas
dándome
la
espalda
pero
absolutamente
pegadas
a
mí.
‐ Helena
está
bien,
y
por
cierto,
fue
idea
de
Elisabeth…
‐ No
te
hagas
ilusiones
chico,
simplemente
estabas
con
tanta
fiebre
que
temblabas
y
delirabas,
y
encima
te
hiciste
daño
en
el
accidente,
así
que
decidimos
descansar,
acampar
y
darte
calor
ambas.
Empezaba
a
entender
algo,
pero
no
lo
suficiente.
Me
encontraba
como
si
me
hubieran
dado
una
paliza,
agotado,
con
dolor
en
todo
el
cuerpo
y
sobretodo
en
la
cabeza.
Es
posible
que
el
estrés
me
hubiera
jugado
una
mala
pasada,
pero…
¿hasta
el
punto
de
haber
tenido
fiebre
tan
alta
que
me
produjera
delirios?
‐ Pero…
‐ Chico,
cállate
y
disfruta,
porque
nunca
volverás
a
compartir
cama
con
dos
mujeres.
Así
que
disfruta
hasta
que
amanezca.
‐ ¿Qué
disfrute?
‐ Sí,
pero
como
se
te
ocurra
moverte
lo
más
mínimo
te
mataré…
‐ Ya,
ya
lo
sé,
dos
veces…
‐ Exacto.
Tal
y
como
me
encontraba
no
tenía
ganas
ni
de
bromas.
Así
que
decidí
relajarme
hasta
que
amaneciera…
pero
nunca
llegó
a
amanecer.
El
cielo
de
la
mañana
era
azabache
intenso.
El
réquiem
por
el
sol
muerto
lo
entonaba
el
ululante
viento
en
dueto
con
el
tronar
de
las
serpientes
violáceas
que
surcaban
el
cielo
en
forma
de
relámpago.
Plegamos
las
tiendas
de
campaña
y
las
metimos
en
la
parte
de
atrás
del
coche,
de
donde
las
habían
sacado
las
chicas,
y
le
dirigimos
un
“hasta
pronto”
a
Timmy,
y
nos
marchamos
de
aquel
lugar
con
el
coche.
‐ ¿Te
encuentras
mejor
hermanito?
–
Preguntó
Helena.
‐ ¿Hermanito?
–
Supongo
que
sería
una
forma
cariñosa
de
dirigirse
a
mí.
–
Ehm,
bueno,
todavía
me
duele
la
cabeza.
Y
hablando
de
esto,
creo
que
os
debo
una
disculpa
a
todos.
Conducía
Elisabeth,
a
través
de
los
negros
parajes
iluminados
en
ocasiones
por
el
azul
de
relámpagos.
‐ Pues
sí,
fuiste
un
insensato
como
de
costumbre.
¿A
quién
se
le
ocurre
conducir
en
ese
estado?
‐
Aseguró
Elisabeth.
‐ Eli,
ya
pasó…
y
estamos
todos
bien.
El
coche
está
algo
dañado,
pero
estamos
todos
de
una
pieza.
–
Intervino
Amy.
Si
los
días
anteriores
el
ambiente
era
opresivo
y
desolador,
aquella
mañana
parecíamos
los
protagonistas
de
alguna
película
cyberpunk
en
la
que
viajábamos
como
últimos
supervivientes
de
un
mundo
destruido.
‐ Por
cierto,
¿Timmy
no
es
ese
hierbajo
que
está
ahora
de
moda
en
Estados
Unidos?
–
Observé.
‐ En
Estados
Unidos
y
en
todo
el
mundo
diría
yo.
–
Apuntó
Elisabeth.
‐ Yo
tenía
uno
en
mi
habitación.
Son
preciosos.
–
Dijo
Amy.
‐ A
mí
no
me
gustan
nada.
¿De
dónde
ha
salido
ese
hierbajo
y
por
qué
se
ha
puesto
de
moda
tan
de
un
día
para
otro?
Además,
tiene
un
aspecto
siniestro,
con
ese
color
tan…
intenso.
‐ ¡Pero
si
es
precioso!
Timmy
era
una
monada.
Con
ese
color
celeste
intenso.
El
mío
tenía
las
hojas
rojas
en
lugar
de
celeste.
–
Indicó
Amy.
El
hierbajo
en
cuestión
era
muy
parecido
a
un
pascuero
pero
con
las
hojas
celestes
en
lugar
de
rojas.
No
obstante,
probablemente
un
experto
en
botánica
me
habría
apuñalado
por
la
comparación,
pero
yo
no
distinguía
un
pino
de
una
vid,
así
que
para
mí
el
hierbajo
de
moda
era
como
un
pascuero
pero
en
celeste.
Aunque,
Amy
decía
que
el
suyo
era
rojo,
así
que
¿cuál
sería
la
diferencia
entonces
respecto
al
pascuero?
‐ Timmy
es
muy
bonito.
Además
es
mi
amuleto
de
la
buena
suerte.
Por
eso
me
siento
triste
de
haberlo
dejado…
‐ ¿Amuleto?
¿Una
planta?
Bueno,
yo
no
soy
quién
para
hablar…
¿vosotras
tenéis
algún
amuleto?
Amy
negó
con
la
cabeza,
mientras
que
Elisabeth
extrajo
de
algún
sitio
una
especie
de
pinza
para
el
pelo
en
forma
de
smiley
y
me
lo
dio.
El
smiley
sonreía,
pero
si
lo
movías
y
le
daba
la
luz
de
otra
forma,
cambiaba
a
una
cara
de
enfado.
Era
algo
así
como
un
efecto
holográfico.
¡Ya
había
visto
esta
pinza
en
algún
sitio!
‐ ¡Es
la
pinza
de
Aki
de
Chant
of
Libra!
–
Exclamé
según
la
reconocí.
‐ Efectivamente,
pero
la
llevo
porque
me
recuerda
que
casi
todo
tiene
dos
caras.
Que
depende
la
luz
con
que
se
mire,
la
situación
puede
ser
triste
o
feliz.
Me
ayuda
cuando
las
cosas
van
mal
a
girar
la
pinza
y
ver
la
otra
cara
de
la
moneda.
‐
Explicó
Seale.
‐ ¡Waaah!
¡Qué
interesante!
–
Se
sorprendió
Helena.
Quien,
por
cierto,
para
todo
lo
que
había
pasado
se
la
veía
extrañamente
contenta
y
relajada.
Tomé la pinza y se la coloqué en el pelo a Elisabeth.
‐ ¿Qué
haces
chico?
‐ Así
tu
amuleto
nos
ayudará
a
todos.
‐ Hermanito,
¿y
tú?
¿Tienes
amuleto?
‐ …
‐ ¿Te
da
vergüenza
contarlo?
–
Pinchó
Amy.
‐ Es
mi
chaqueta.
‐ ¿Ehhhh?
–
Se
extrañaron
las
dos
chicas
del
asiento
de
atrás
exclamando
al
unísono.
Era
una
cazadora
negra
y
gruesa,
muy
cálida,
que
desde
fuera
me
hacía
ver
más
grande
y
fuerte
de
lo
que
realmente
era,
y
a
la
vez
me
daba
la
sensación
de
estar
protegido
como
si
llevara
un
chaleco
antibalas.
Era
una
sensación
extraña,
pero
me
sentía
más
seguro
de
mí
mismo
cuando
la
llevaba
puesta.
‐ Una
vez
se
me
cayó
un
edificio
encima
y
sobreviví
gracias
a
la
chaqueta.
‐ ¡¿De
verdad?!
–
Preguntó
ingenuamente
Helena.
‐ Es
evidentemente
mentira…
‐
Replicó
Amy
poniendo
los
ojos
como
rayas.
‐ En
realidad
no
sé…
me
siento
más
seguro
de
mí
mismo
llevando
puesta
esta
chaqueta.
‐ ¡Qué
raro
eres
hermanito!
–
Expresó
Helena
satisfecha.
Súbitamente,
mientras
hablábamos
tranquilamente,
contemplé
por
la
ventana
un
espectáculo
formidable:
el
tono
negro
predominante
del
día
era
abatido
por
el
enfático
celeste
casi
fosforescente
irradiado
por
un
inmenso
campo
de
“Timmys”.
‐ ¡Wow!
¡Mirad
cuántos
Timmys!
‐ Se
llaman
cerias,
no
Timmys.
–
Me
corrigió
Elisabeth.
‐ ¡Qué
bonito!
–
Dijo
Amy
agolpándose
contra
el
cristal
de
la
misma
forma
que
Helena.
‐ ¿Podemos
parar
un
momento?
Por
favoooor.
–
Suplicó
Helena.
‐ Olvídate,
no
estamos
de
excursión.
–
Denegó
Elisabeth.
‐ Eli,
hay
que
disfrutar
de
los
pequeños
buenos
momentos
cuando
llegan.
Porque
nunca
se
sabe
cuándo
dejarán
de
llegar…
Carpe
Diem.
Elisbeth
me
miró
con
cara
extrañada.
‐ Pa
…
ra…
‐
Pedí
sonriente
mientras
con
mi
dedo
corazón
golpeaba
su
pinza
del
pelo.
Finalmente
el
coche
se
detuvo
y
nos
bajamos.
No
llovía,
pero
el
cielo
se
mantenía
de
un
color
negro
antinatural‐catástrofe
por
lo
que
ni
un
rayo
de
sol
calentaba,
provocando
un
frío
que
helaba
los
huesos,
pero
el
paisaje
merecía
la
pena.
El
azul
onírico
abrazaba
la
oscuridad
iluminándola
en
grandes
tramos
atestados
de
cerias
celestes,
sucumbiendo
posteriormente
ante
el
bermellón
fosforescente
de
las
rojas
cerias,
en
un
caleidoscópico
espectáculo
que
se
extendía
infinitamente
hasta
el
horizonte,
donde
el
deleite
para
la
vista
acababa
dando
paso
a
un
recuerdo
que,
aunque
el
cuerpo
tuviera
frío,
mantenía
caliente
el
corazón.
‐ Hermoso…
‐
Expresó
Helena
ensimismada.
‐ Creo
que
es
el
paisaje
idóneo
para
decir
esto:
¡Elisabeth
cásate
conmigo
y
adoptemos
a
Amy
como
hija!
–
Dramaticé
arrodillándome
ante
Elisabeth.
La
viuda
negra
puso
mala
cara,
aunque
con
fingida
seriedad,
mientras
Helena
se
reía.
‐ Chico,
creo
que
estas
plantas
desprenden
una
esencia
psicotrópica
que
te
está
deteriorando
el
cerebro.
‐ ¡Oh
no!
¡Mi
primera
declaración
de
amor,
tirada
por
los
suelos!
‐ Podrías
haberlo
intentado
conmigo…
‐
Dijo
Amy
sonriendo
algo
sonrojada.
‐ Imposible,
me
habría
dado
vergüenza.
–
Repliqué,
mientras
Elisabeth
me
miraba
con
cara
de
pocos
amigos
y
Amy
se
sonrojaba
mucho…
muchísimo.
Continuamos
nuestro
viaje
durante
largos
kilómetros
sin
señales
de
civilización
y
pasado
un
tiempo
el
coche
empezó
a
solicitar
comida.
Estábamos
en
la
reserva.
Pronto,
el
coche
dejaría
de
moverse
y
nos
quedaríamos
tirados
en
medio
de
la
nada.
‐ ¿Las
prisas?
‐ No,
revisé
la
gasolina
y
pensé
que
quedaría
bastante.
No
obstante,
no
te
preocupes
chico…
‐ ¿Cómo
quieres
que
no
me
preocupe?
¡Estoy
reventado!
Me
duele
un
montón
la
cabeza,
tengo
el
cuerpo
agotado
de
la
fiebre
de
esta
noche…
‐ Mira
allí
a
lo
lejos…
y
cierra
el
pico.
‐ ¡Un
pueblo,
pero
esta
vez
un
pueblo
de
verdad!
–
Exclamó
Amy
contenta.
Otro
pueblo.
Maldita
sea,
esto
se
empezaba
a
convertir
en
algo
un
poco
monótono.
Salimos
de
un
pueblo
para
meternos
en
otro
pueblo,
del
que
salimos
posteriormente
para
meternos…
en
otro
pueblo.
‐ Qué
alegría…
otro
pueblucho
de
mala
muerte
donde
cenaremos
sopa
de
hierbas
mientras
nos
escondemos
de
tarados
que
intentan
matarnos.
‐ Mi
pinza
no
te
ha
servido
de
nada…
‐ Mi
optimismo
se
agotó
exactamente
después
de
tener
un
accidente
de
avión,
que
intentaran
matarme,
me
destrozara
una
pierna
en
un
salto,
tuviera
un
accidente
de
coche,
y
mucha
fiebre…
La
viuda
negra
se
quitó
la
pinza
y
me
la
enseñó,
podía
ver
el
malhumorado
smiley.
Acto
seguido
lo
giró
y
pude
ver
el
smiley
sonriente…
‐ Un
accidente
de
avión
del
que
saliste
ileso,
un
intento
de
asesinato
que
evadiste,
te
destrozaste
una
pierna
que
se
te
recuperó
en
un
tiempo
récord,
y
tuviste
un
accidente
de
coche
del
que
saliste
también
casi
ileso
y
despertaste
con
dos
chicas
dándote
calor…
Así
que
ya
puedes
estar
diciéndole
a
tu
optimismo
que
vuelva.
Y
vamos
a
buscar
una
maldita
gasolinera.
Que
este
pueblo,
algo
me
dice
que
es
totalmente
distinto
a
los
anteriores.
–
Sermoneó
Elisabeth.
Bueno,
era
un
interesante
punto
de
vista.
No
obstante,
si
he
de
ser
sincero,
la
entrada
al
pueblo
no
parecía
para
nada
algo
de
lo
visto
anteriormente.
La
carretera
se
introducía
en
la
urbe,
cuyas
altas
construcciones
de
cemento
se
recortaban
sobre
un
lienzo
negro
de
apocalíptico
aspecto.
Detuvimos
el
coche
a
unos
doscientos
metros
del
pueblo
y
descendimos.
La
gélida
brisa
volvió
a
azotarnos.
Cada
hálito
helado
hacía
sentir
como
uñas
que
recorrían
nuestras
piel,
provocando
una
indescriptible
y
desagradable
sensación
térmica
que
culminaba
en
un
escalofrío,
provocado
por
la
temperatura
y
el
terrorífico
paisaje.
‐ Joder…
es
desalentador.
Si
alguna
vez
me
hubieran
dicho
que
esto
existía,
no
me
lo
habría
creído.
‐ Yo
siempre
me
había
imaginado
así
tu
casa.
–
Opiné.
‐ ¡Niñooos!
Me
estoy
muriendo
de
frío,
jugad
luego.
–
Dijo
Amy.
La
viuda
negra
abrió
el
maletero
y
extrajo
una
caja
de
munición
para
mi
pistola
y
una
escopeta
de
cañón
recortado.
Asimismo,
tomó
un
cuchillo
del
maletero
e
intentó
dármelo
mientras
yo
saltaba
para
entrar
en
calor.
‐ ¿Quieres
dejar
de
hacer
el
imbécil
y
coger
el
cuchillo?
‐ ¡Me
tienes
que
dar
los
detalles
de
todo
lo
que
había
en
el
coche!
‐ Primero,
nada
de
esto
estaba
en
el
coche,
lo
metí
yo,
y
segundo…
joder,
chico,
deja
de
saltar
y
coge
el
cuchillo
de
una
vez.
Tomé
el
cuchillo
y
me
dirigí
a
Amy
y
se
lo
acerqué.
‐ Dame
tu
dinero
o
te
rajo.
–
Siempre
quise
decir
eso.
‐ …
‐ Es
broma,
toma
el
cuchillo,
tú
eres
la
única
que
no
lleva
arma.
‐ Hermanito,
yo
tampoco
llevo
arma.
‐ Espera,
que
ahora
Elisabeth
te
da
un
bazooka.
‐ ¡Vale!
–
Je,
que
ingenua.
Amy
negó
con
la
cabeza.
No
quería
coger
el
cuchillo
bajo
ningún
concepto.
‐ Escúchame
Amy,
está
bien
que
no
lo
uses,
pero
cógelo
por
si
tienes
que
proteger
a
Helena
en
algún
momento.
Quiero
que
te
quedes
cerca
de
ella
y
la
cuides.
No
quiero
que
me
ayudes
a
matar
a
nadie,
solo
defiende
a
Helena.
‐ …
Maldita
sea,
me
dolía
la
cabeza
tanto
que
parecía
que
me
iba
a
estallar.
Tenía
frío,
y
probablemente
algo
de
fiebre.
Y
ahí
estaba
Amy
para
llevarme
la
contraria.
En
realidad
no
me
preocupaba
por
Helena…
sino
que
me
preocupaba
Helena.
Sus
ojos
eran
añil
antinatural,
como
el
de
los
tarados
del
pueblo.
Había
tenido
una
corazonada
que
relacionaba
a
esta
chica
con
nuestra
muerte,
y
había
visto
sus
ojos
inyectados
en
sangre
y
una
expresión
de
sadismo
en
su
faz.
Tal
vez
fue
cuando
deliraba,
pero
de
un
modo
u
otro,
sospechaba
que
si
moríamos
sería
por
algún
detalle
relacionado
con
ella.
‐ Está
bien…
lo
cogeré…
como
si
fuera
mi
amuleto.
Ya
que
no
tengo
otro…
‐ Protege
a
Helena,
¿sí?
Yo
os
protegeré
al
resto.
‐ Ahora
soy
yo
quien
se
está
helando.
¿Cuál
es
el
plan?
Ya
estamos
más
que
escarmentados,
así
que
si
la
gente
que
hay
en
este
pueblo
es
normal
me
da
igual.
‐ Cruzar
el
pueblo
cagando
leches,
ése
es
el
plan.
Vamos
corriendo
hacia
allá
para
entrar
en
calor.
A
medida
que
nos
acercábamos
corriendo
un
sudor
frío
recorría
mi
cara
a
la
vez
que
una
terrorífica
inquietud
comenzaba
a
invadirme.
Algo
me
decía
que
lo
peor
estaba
por
llegar,
que
la
auténtica
pesadilla
estaba
a
punto
de
dar
comienzo.
Helena
y
Amy
jadeaban
casi
sin
aire,
cuando
restaban
unos
cincuenta
metros
para
llegar.
‐ No
puedo
más,
no
puedo
más…
‐
Dijo
Amy
y
se
tiró
al
suelo
de
rodillas,
apoyando
sus
manos
en
el
asfalto
y
agachando
su
cabeza,
mientras
que
Helena
se
sentaba
en
el
suelo.
‐ Amy,
que
Elisabeth,
a
su
edad,
está
aguantando
este
ritmo.
–
Dije
y
recibí
un
fuerte
golpe
en
la
cabeza.
Era
normal
que
en
su
estado
Helena
se
cansara
tanto,
pero
no
Amy.
Al
parecer
era
una
persona
de
constitución
muy
frágil.
Lo
peor
de
todo
es
que
Amy
parecía
incluso
más
cansada
que
Helena.
Me
acerqué
a
la
actriz
y
la
cogí
en
brazos.
Pude
ver
como
se
sobresaltaba
y
se
sonrojaba
a
la
vez.
‐ ¡¿Pero
qué
haces?!
‐ Te
cojo
en
brazos.
‐ Hermanito,
Eli
se
está
poniendo
celosa.
‐ Niña,
se
ve
que
tú
también
tienes
fiebre.
Y
así
llegamos
al
inicio
de
aquel
pueblo
que
nada
tenía
que
ver
con
los
anteriores.
De
entrada,
habíamos
dado
un
cambio
de
registro,
habíamos
pasado
del
tercer
al
primer
mundo.
Si
bien
los
otros
pueblos
eran
destartalados
parajes
de
viejas
casas,
aquí
nos
encontrábamos
con
un
vecindario
propio
de
las
inmediaciones
del
núcleo
urbano
de
una
ciudad.
No
había
que
ser
muy
espabilado
para
detectar
cierta
artificialidad
en
ese
aspecto.
‐ Escuchad,
esto
ya
es
otra
cosa.
Es
muy
posible
que
aquí
podamos
encontrar
gasolina,
comida
e
incluso
ropa
nueva.
–
Dijo
Elisabeth.
‐ O
no…
‐
Puse
mi
granito
de
arena.
‐ ¿Entonces
nada
de
cruzar
el
pueblo
corriendo?
–
Pregunto
Amy.
‐ Yo
pienso
que
podríamos
escondernos
en
alguna
casa
vacía
y
recolectar
víveres.
No
me
importaría
comer
algo
decente
por
un
día.
Además,
al
chico
no
le
vendría
mal
algo
de
descanso.
‐ A
mí
me
parece
más
seguro
dormir
en
el
coche…
‐
Opiné
–
Vamos,
más
seguro
que
rodeado
de
psicópatas.
‐ Sí,
con
este
cielo
absolutamente
negro
me
parece
una
idea
genial.
–
Replicó
sarcásticamente
Seale.
–
Además,
¿has
visto
ya
aldeanos
psicópatas?
Porque
yo
no…
Touché.
Dejé
a
Amy
en
el
suelo
y
contemplé
el
oscuro
paisaje.
Como
en
las
ocasiones
anteriores,
el
sepulcral
mutismo
era
el
rey,
aunque
en
esta
ocasión
no
sentí
como
si
estuviéramos
solos.
Más
bien
todo
lo
contrario.
Una
terrible
sensación
de
sobrecogimiento
me
inquietaba
profundamente.
Sentía
como
si
millones
de
ojos
se
clavaran
en
mí,
me
escrutaran.
Notaba
como
si
montones
de
manos
invisibles
me
acariciaran
la
piel
y
luego
acercaran
sus
bocas
a
mi
cuello
para
arrancármelo.
‐ Chico,
¿te
pasa
algo?
‐ Es
inquietante…
‐
Replicó
Helena.
‐ ¿Tú
también
lo
sientes?
–
Pregunté
a
la
muchacha
y
ésta
asintió
con
la
cabeza.
‐ ¿Qué
pasa
chico?
‐ Nos
están
observando.
Montones
de…
¿personas?…
‐ No
me
jodas…
‐ Vámonos
de
aquí
¡ya!
‐ ¿Adónde
vamos?
–
Preguntó
Eli.
‐ A
cualquier
casa,
ocultémonos…
‐ Franz..
‐ ¡Vamos,
vamos!
Comencé
a
liderar
la
carrera
en
pos
de
la
primera
casa
que
se
erigía
en
el
flanco
izquierdo
del
asfalto.
A
diferencia
de
las
casas
de
los
anteriores
pueblos,
ésta
daba
la
sensación
de
estar
hábilmente
diseñada.
Asimismo,
poseía
un
vallado
de
construcción
y
una
verja
que
daba
paso
a
un
jardín
exterior
completamente
seco
y
marchito.
‐ ¿Y
si
hay
alguien
dentro?
–
Amy
preguntó
algo
asustada.
Pero
era
apremiante
desaparecer
de
la
carretera
principal,
por
lo
que
empujé
la
verja
de
entrada
y
ésta
se
abrió
chirriando.
A
continuación
me
dirigí
seguido
del
grupo
a
la
entrada
principal
y
vi
que
habían
tirado
la
puerta
abajo.
Encañoné
la
oscuridad
y
me
adentré
en
el
interior
escrutando
las
sombras
con
extremo
cuidado.
La
escasa
luz
que
entraba
desde
el
exterior
me
permitió
comprobar
con
dificultades
que
nada
a
parte
de
muebles
completamente
destrozados
y
algunos
escombros
poblaban
el
interior
de
la
casa.
Arrastré
uno
de
los
muebles
que
aun
se
mantenía
de
una
pieza
a
la
entrada
que
se
había
quedado
sin
puerta
y
la
tapé.
‐ ¿Ya
está?
¿Esa
es
tu
revisión
de
la
casa?
–
Susurró
Elisabeth.
‐ ¡Arriba,
arriba!
–
Ordené
y
todas
me
siguieron
hasta
la
planta
superior.
Ésta
se
componía
de
un
pasillo
con
dos
habitaciones
y
un
cuarto
de
baño.
Una
de
las
habitaciones
estaba
completamente
vacía
mientras
que
la
otra
contenía
una
cama
de
matrimonio,
un
armario
hecho
añicos
y
un
par
de
mesitas
de
noche.
Hice
señas
para
que
me
siguieran
y
nos
desplazamos
hasta
la
ventana,
a
través
de
la
cual
se
veía
la
calle
principal.
‐ ¿Me
quieres
explicar
qué
coño
pasa?
Helena
posó
la
mano
sobre
el
hombro
de
Elisabeth.
‐ Hemos
sentido
como
si…
muchísimas
personas,
nos
observaran.
Tenía
la
sensación
de
que
vendrían
hacia
aquí,
a
la
entrada
del
pueblo,
y
por
eso
aguardé
unos
minutos
contemplando
la
solitaria
calle,
pero
nadie
se
aproximó,
según
pude
ver
por
la
ventana…
maldita
sea,
me
estaba
volviendo
paranoico,
pero
sin
embargo,
la
sensación
de
peligro
seguía
siendo
inminente.
Algo
me
decía
que
huyéramos
de
aquel
pueblo
cuanto
antes.
‐ Creo
que…
sería
bueno
que
nos
fuéramos
pronto…
‐
Aseguró
Helena.
‐ Joder,
no
me
asustes
más
de
lo
que
estoy.
–
Replicó
Elisabeth
‐
¿Amy,
qué
te
pasa,
hace
un
rato
que
no
hablas?
‐ Nada…
sólo
estoy
cansada.
Amy
estaba
también
realmente
asustada.
Supuse
que
ella
también
había
sentido
lo
mismo
que
nosotros.
‐ Helena
tiene
razón,
tenemos
que
abandonar
este
pueblo
lo
antes
posible.
Aquí
hay
algo
distinto
a
esos
aldeanos
de
ojos
añil…
‐
Advertí.
‐ Chico,
pues
ya
me
dirás
cómo…
necesitamos
gasolina
y
algo
de
comida
tampoco
vendría
mal.
Además,
vamos,
mira
a
Amy,
dudo
que
pueda
cruzar
corriendo
este
pueblo,
y
ni
te
cuento
ir
por
los
descampados
que
lo
circundan…
‐ Iré
a
buscar
gasolina
y
víveres.
Probablemente
haya
alguna
gasolinera
y
alguna
tienda
por
aquí
cerca.
‐ ¡Franz,
no,
por
favor,
no
vayas
tu
solo!
‐ Hermanito…
‐ Yo
voy
contigo,
chico,
si
nos
separamos…
‐ Eli,
acompáñame
abajo,
vamos
a
comprobar
algo.
–
Interrumpí.
Todas
me
miraron
extrañadas
y
procedieron
a
levantarse
pero
yo
les
indiqué
que
no
lo
hicieran.
Descendimos
las
oscuras
escaleras
y
llegamos
al
salón
sumido
en
tinieblas.
‐ Voy
a
ir
yo
solo.
–
Indiqué
según
bajamos
las
escaleras.
‐ ¡¿Qué
demonios
dices?!
Primero,
Amy
y
Helena
pueden
quedarse
aquí
y
esperarnos.
Segundo,
si
cometes
algún
fallo
estando
solo,
estás
muerto.
Tercero…
‐ ¡Eli,
escúchame!
‐ Tercero…
no
me
llames
Eli.
‐ Escúchame,
el
día
que
abrimos
la
trampilla
en
el
pueblo
aquel
tuve
la
corazonada
de
que
Helena
nos
mataría
a
todos…
nos
vi
a
nosotros
en
el
suelo,
bañados
en
sangre,
y
a
una
figura
envuelta
en
sombras
a
nuestro
lado.
Fue
como…
no
sé,
como
algo
que
sabía
que
pasaría
si
abría
aquella
trampilla.
Elisabeth
se
acercó
a
la
ventana
y
la
leve
luminescencia
del
exterior
iluminó
su
sombría
expresión.
‐ Y
luego,
en
el
coche,
cuando
me
desmayé,
lo
último
que
creí
ver
fue
a
helena
con
los
ojos
inyectados
en
sangre
y
una
expresión
macabra
en
su
cara.
‐ ¿No
te
fías
de
Helena?
‐ No.
‐ Yo
tampoco.
‐ Por
eso
le
di
un
cuchillo
a
Amy
para
que
“la
protegiera”…
En
realidad
pensaba
más
en
que
Amy
pudiera
protegerse
de
Helena
en
caso
de
que
ésta
decidiera
atacarla.
Elisabeth
esbozó
una
sonrisa
que
vi
reflejada
en
el
cristal
de
la
ventana.
‐ Eres
menos
tonto
de
lo
que
yo
pensaba.
‐ Pero
sigo
sin
confiar
en
que
Amy
vaya
a
matar
a
Helena
en
caso
de
que
ésta
la
ataque…
por
eso
no
quiero
dejarlas
solas.
La
viuda
negra
se
mantuvo
callada
durante
un
momento,
como
sopesando
las
opciones
que
teníamos.
Pero
en
aquella
ocasión
no
había
nada
que
pensar.
‐ El
mal
camino,
recorrerlo
pronto…
‐
Dije
sin
esperar
una
respuesta
de
la
mujer,
y
moví
el
mueble
que
bloqueaba
la
entrada
a
la
casa
y
puse
un
pie
en
el
exterior.
‐ ¡¿Qué?!
¡¿te
vas
ya?!
¿Sin
despedirte
siquiera?
‐ Es
cierto…
‐
dije
y
volví
a
meterme
dentro
de
la
casa.
Giré
sobre
mí
mismo,
la
miré
profundamente
a
los
ojos
e
hice
una
reverencia
de
cuerpo
completo.
‐
¡Aû
Revoir!
Y
salí
corriendo
al
exterior
de
la
casa.
Noté
que
Elisabeth
estaba
hablando
pero
no
pude
escuchar
todo
lo
que
decía.
Sólo
escuché
la
parte
final:
“Chico,
patéales
el
trasero”.
La
fresca
ventisca
abofeteó
mi
cara
y
mi
moral.
Como
si
se
tratase
de
clavos,
volví
a
sentir
mil
miradas
sobre
mí
y
la
inquietud
volvió
a
adueñarse
de
mi
persona.
Corrí
a
través
de
la
calle
principal
tratando
de
ser
uno
con
las
sombras
pero
manteniendo
un
ritmo
ligero.
La
carretera
doblaba
a
la
izquierda,
y
si
trataba
de
seguir
recto
la
vía
se
hacía
peatonal.
Si
estaba
buscando
una
gasolinera
tendría
que
seguir
la
carretera.
Unos
minutos
después
ya
casi
no
podía
ver
la
casa
donde
se
escondían
mis
compañeras,
y
fue
en
aquel
momento
en
el
que
mi
corazón
se
encogió
y
una
turbia
sombra
empañó
mi
moral.
Sentí
miedo,
pánico,
a
fin
de
cuentas
no
era
un
héroe,
sólo
era
Franz
D.
Drakkan,
una
persona
normal…
Pero
no
estaba
solo.
Aunque
nos
hubiéramos
separado
sentía
sus
pensamientos
dirigiéndose
hacia
mí,
dándome
ánimos.
Si
hubiera
sido
el
único
superviviente
del
avión,
estoy
seguro
que
ya
habría
muerto,
pero
sin
embargo
ellas
eran
ahora
como
mi
familia,
y
estaba
conectado
a
ellas
a
través
de
un
lazo
que
no
se
quebraría
con
el
peso
de
aquellas
cortas
distancias.
Respiré
profundamente,
esprinté,
y
la
casa
se
convirtió
en
una
sombra,
un
recuerdo.
Todo
seguía
yerto
por
aquellos
lugares.
Ni
un
alma,
ni
un
vehículo,
y
sin
embargo
me
sentía
rodeado,
observado.
Alcancé
una
glorieta
que
bordeaba
un
cúmulo
de
hierbajos,
y
tomé
aleatoriamente
una
de
las
opciones
de
la
rotonda
que
conducían
a
una
especie
de
túnel
creado
por
árboles
destrozados.
Sus
troncos
parecían
haber
sufrido
golpes
de
hacha
e
incluso
mordiscos
o
ataques
de
ira
de
personas
enloquecidas.
Cruzando
el
oscuro
túnel
dejé
a
mi
lado
el
cadáver
de
un
coche
cercenado
en
dos.
¿Qué
clase
de
bestia
salvaje
podría
hacer
aquello?
También
poseía
los
cristales
laterales
reventados
en
pedazos
y
los
asientos
completamente
rajados.
Inspiré
profundamente
una
vez
más
y
salí
del
túnel
de
árboles.
Llegué
a
una
trifurcación
cuyas
vías
conducían
a
unos
edificios
propios
de
una
zona
residencial,
otra
se
perdía
en
el
horizonte
elevándose
por
encima
de
un
túnel
que
parecía
ser
cruzado
por
unas
vías
de
tren,
y
la
tercera
vía
moría
en
un
pequeño
aparcamiento
situado
al
lado
de
otra
zona
residencial
que
parecía
poseer
algunos
negocios
como
panaderías,
pequeños
restaurantes…
Decidí
dirigirme
a
esa
última
vía,
dado
que
era
probablemente
allí
donde
podría
encontrar
víveres.
No
obstante,
súbitamente,
sentí
como
si
el
aire
se
espesara
de
golpe,
como
si
el
ulular
del
viento
cesara
y
tan
sólo
el
latir
de
mi
corazón
pudiera
escucharse
en
aquel
instante:
una
figura
humana
yacía
en
pie,
quieta
en
los
edificios
del
flanco
izquierdo
de
la
calzada.
Me
observaba,
fijamente.
La
sangre
me
subió
a
la
cabeza
y
se
me
nubló
la
vista
–
sólo
es
una
persona…
sólo
es
una
persona
–
repetía
para
mis
adentros
para
tranquilizarme,
pero
lo
que
sucedió
a
continuación
me
heló
la
sangre:
las
persianas
de
varios
edificios
se
elevaron
bruscamente
y
muchas
personas
comenzaron
a
asomarse
y
a
mirarme.
Algunas
puertas
se
abrieron
y
varios
sujetos
salieron
y
comenzaron
a
andar
hacia
mi
posición.
‐ ¡Joder,
joooder!
–
Las
ventanas
seguían
abriéndose,
gente
se
asomaba
de
sitios
distintos
y
todas
las
miradas
se
dirigían
a
mí.
De
repente,
una
imponente
algarabía
se
aproximaba
por
mi
flanco
izquierdo,
podía
ver
las
sombras
de
un
gran
grupo
de
personas
avanzando
a
través
de
aquella
calle
en
mi
busca.
¡¿Cómo
demonios
me
había
detectado
tanta
gente
a
la
vez?!
Era
como
si
se
tratara
de
una
mente
colmena
de
alguna
peli
de
ciencia
ficción.
Emprendí
una
carrera
hacia
mi
objetivo
y
como
si
de
una
pesadilla
se
tratara
sentía
como
si
no
avanzara,
mi
vida
se
movía
a
cámara
lenta
como
deteniéndose
después
de
cada
sístole‐diástole.
Quería
gritar,
pero
no
tenía
voz,
casi
no
podía
respirar.
La
viscosidad
de
mi
saliva
me
ahogaba
mientras
mis
dientes
rechinaban
y
mis
potentes
exhalaciones
se
tornaban
en
vaho
que
empañaba
mis
ojos.
Más
personas
surgieron
a
través
del
paso
elevado…
me
señalaban,
pero
no
corrían,
sólo
andaban
decidida
aunque
torpemente
hacia
mi
posición.
Portaban
palos,
hachas,
martillos…
Eran
lentos,
pero
los
temblores
de
mis
piernas
me
impedían
usar
toda
mi
velocidad.
Alcancé
los
edificios
y
los
bordeé
buscando
alguna
tienda
o
algún
lugar
donde
esconderme
y
en
aquel
momento
sucedió:
algo
se
abalanzó
sobre
mí
con
una
fuerza
sobrehumana
y
me
derribó.
Llevaba
la
cabeza
cubierta
por
un
saco
con
minúsculos
orificios
que
ni
siquiera
permitían
ver
sus
ojos.
Giré
sobre
mí
mismo
en
el
suelo
y
escuché
el
silbar
de
un
cuchillo
carnicero
cortando
el
aire
al
lado
de
mi
oreja
y
luego
golpear
contra
el
suelo.
Me
puse
en
pie
como
pude.
Se
abalanzó
sobre
mí.
Una
puñalada
al
aire.
Otro
destello
y
una
explosión
de
sangre
cubrió
toda
mi
vista.
Grité
de
dolor.
Un
grito
que
me
arrancó
el
alma,
desgarró
mi
garganta
y
se
entremezcló
con
mi
sangre
bañando
la
máscara
del
abominable
carnicero.
No
era
como
el
resto.
Era
rápido,
fuerte,
su
esencia
era
la
de
una
bestia
rabiosa
que
emana
espumarajos
por
la
boca.
Caí
contra
la
pared
sujetándome
la
cara.
El
frío
de
la
pared
en
mi
espalda
y
un
golpe
brutal
en
mis
costillas.
Caí.
Vi
el
cielo,
negro.
Los
otros
pueblerinos
venían.
Iba
a
morir.
¡No
podía
morir
así!
Tendido
desde
el
suelo
lancé
mi
brazo
contra
la
figura
enmascarada
y
agarré
su
zona
genital
con
mis
manos
y
apreté
con
todas
mis
fuerzas.
Perdió
su
beligerancia,
se
desequilibró…
dio
unos
pasos
atrás.
Ni
un
grito
de
dolor,
nada,
tan
solo
sangre
manó
de
debajo
de
su
aciaga
máscara
bañándome
ligeramente
la
cara.
Sangre
proveniente
de
su
boca.
Me
levanté,
corrí
para
alejarme
de
él,
pero
era
rápido,
mortal…
la
sangre
aun
líquida,
viscosa,
dulce,
impregnaba
mis
párpados
y
descendía
hasta
mi
boca
imposibilitándome
respirar.
Sentí
su
rabia
de
nuevo.
Me
empujó
con
brutalidad
y
ambos
caímos
en
frente
de
un
local.
Era
una
tienda,
pero
eso
poco
me
importaba
ahora…
pateé
su
cabeza
con
el
talón
de
mi
pierna
y
me
arrastré
al
interior
del
recinto.
La
puerta
era
metálica,
alargué
mis
manos
y
sin
pensármelo
dos
veces
tiré
de
ella
hacia
abajo
con
todas
mis
fuerzas
pero
el
carnicero
consiguió
arrastrarse
dentro
antes
de
que
la
puerta
lo
cortara
en
dos.
Por
suerte,
mis
manos
fueron
veloces,
tomé
mi
pistola,
apunté
y
un
disparo
atravesó
la
máscara
del
asesino.
La
sangre
brotó
del
agujero
de
la
bala
y
su
cuerpo
cayó
al
suelo
inerme.
Respiré
con
todas
mis
fuerzas
y
me
apoyé
contra
la
pared.
Estaba
mareadísimo,
sentía
ganas
de
vomitar,
pero
ya
estaba
a
salvo.
O
eso
creía…
advertí
un
movimiento
detrás
mía:
¡el
carnicero
estaba
en
pie,
pegado
a
mí!
Otro
destello,
el
crudo
silbar
del
metal
y
mis
reflejos
me
salvaron
la
vida,
cuando
interpuse
mi
brazo
entre
la
trayectoria
del
cuchillo
y
mi
cabeza.
Una
explosión
carmesí
me
volvió
a
bañar:
mi
brazo
había
sido
atravesado
por
la
cuchilla.
El
indescriptible
dolor
hizo
que
cayera
al
suelo
y
la
criatura
se
sentó
encima
mía
como
jactándose
de
la
situación.
Parecía
respirar
de
una
forma
increíblemente
profunda.
Sentí
pánico
mientras
su
cuchillo
se
dirigía
a
mi
cabeza.
Comenzó
a
cortar
mi
frente,
en
diagonal,
mientras
yo
gritaba
al
borde
de
la
inconsciencia.
Surcó
toda
mi
frontal
y
continuó
por
mi
mejilla
derecha.
Finalmente,
levantó
su
cuchillo,
para
darme
la
estocada
final.
Cerré
los
ojos
esperando
el
impacto…
…
….
…
unos
segundos,
eternos,
silencio,
miedo…
silencio
de
nuevo…
el
carnicero
cayó
al
suelo,
a
mi
lado,
muerto.
Mi
cuerpo
comenzó
a
temblar,
sentía
frío,
mientras
lágrimas
de
alegría
y
nerviosismo
limpiaban
mis
ojos
de
sangre.
Quería
volver
con
Elisabeth,
Amy,
Helena…
Necesitaba
verlas,
necesitaba
compañía,
necesitaba
ayuda,
un
abrazo…
lo
que
fuera.
Desgraciadamente,
lo
que
en
aquel
momento
no
sabía
es
que
cuando
yo
volviera,
ellas
ya
no
estarían
allí:
una
casa
vacía…
sangre
y
muerte
por
doquier.
Y
una
despedida
triste:
las
habían
encontrado
los
sanguinarios
habitantes,
los
miles
de
ojos,
la
mente
colmena.
Mi
camino
continuaba
en
solitario.
PRÓXIMO
CAPÍTULO:
“UN
ADIÓS”