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La Porota
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La Porota

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La Porota despierta una mañana y se percata de que su muñeca regalona ha desaparecido. Comienza a buscarla y al mismo tiempo descubre un mundo que no conocía y que ahora se le muestra en toda su expresión. Porota y Mimí forman parte de una aventura mágica, inolvidable y llena de ternura.
LanguageEspañol
PublisherZig-Zag
Release dateNov 11, 2015
ISBN9789561221291
La Porota

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    4/5
    Es muy bonito, entretenido para los niños y aventurero es una buena enseñanza.

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La Porota - Hernán Del Solar

e-I.S.B.N.: 978-956-12-2129-1.

1ª edición: marzo de 2013.

Gerente editorial: José Manuel Zañartu Bezanilla.

Editora: Alejandra Schmidt Urzúa.

Asistente editorial: Camila Domínguez Ureta.

Director de arte: Juan Manuel Neira.

Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.

©1981 por Sucesión de Hernán del Solar Aspillaga.

Inscripción Nº 78.477. Santiago de Chile.

Derechos exclusivos de edición reservados por

Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.

Teléfono 56 2 28107400. Fax 56 2 28107455.

www.zigzag.cl / E-mail: zigzag@zigzag.cl

Santiago de Chile.

El presente libro no puede ser reproducido ni en todo

ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio

mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia,

microfilmación u otra forma de reproducción,

sin la autorización escrita de su editor.

Índice

El cuarto de Porota

El secreto de Mimí

El gobernador

La fábrica de muñecos

Planes secretos de Porota

¡Ay, los vampiros!

El terror de los vampiros y otras cosas increíbles

Una ceremonia solemne

Aquí termina nuestra historia

El cuarto de Porota

Era un nombre demasiado largo para una persona tan menuda. Se llamaba Beatriz María Magdalena de los Angeles Osorio y Castroviejo. Y medía apenas noventa y siete centímetros. Por eso, talvez, todo el mundo prefería llamarla sencillamente Porota. Y con este nombre se la conocía en todas partes.

Era una chica rubia castaña, de grandes trenzas que terminaban en unas cintas rojas, azules o verdes, que tenían la forma de una mariposa. Los ojos de Porota eran muy claros y daban la impresión de unas bolitas de porcelana. El rostro estaba cubierto de pecas, y cerca de la boca mostraba unos hoyuelos que todos decían que eran encantadores cada vez que Porota se reía. Su nariz era corta y se empinaba hacia el cielo, como si deseara olfatear continuamente el olor de las nubes, de los vientos y de los pájaros. Tenía unos dientes chiquitos, como de muñeca. Y su voz parecía estar siempre cantando, hasta cuando decía: Buenos días.

A Porota le habían amueblado un cuarto propio, al fondo de la casa, y ella estaba contenta de su cuarto por dos razones: porque era suyo y porque tenía una ventana hacia el jardín. Muy a menudo se asomaba Porota a la ventana y permanecía largo tiempo mirando a los gorriones que venían desde lejos a picotear las migas de pan que ella les dejaba entre los rosales.

–¡Coman! ¡Coman! –les gritaba en cuanto los veía aparecer. Y si los gorriones no se acercaban pronto a los rosales, Porota les indicaba el camino: –¡No sean tontos! –les decía–. ¡Ahí no hay nada! ¡Vayan a los rosales! Están más allá, hacia la derecha.

Y los gorriones talvez comprendían a Porota, porque el caso es que siempre terminaban por encontrar los rosales y las migas. Saltaban entonces alegremente y se daban un festín, que a Porota la llenaba de júbilo.

–¡Pobrecitos! –solía decir la niña–. Vienen del cielo y allá no tienen comida. Hay que ayudarlos para que no se mueran.

Los gorriones querían a Porota, indudablemente, y por eso no era raro verlos detenerse en la ventana de la muchachita cuando ella no estaba, y mirar hacia el cuarto a través de los vidrios. Se quedaban ahí un buen rato, como quien contempla un paisaje. Y después se marchaban felices a otra parte. De seguro, cuando llegaban a sus nidos, podían contar cómo era el cuarto de Porota, y esto era talvez como un cuento de hadas para los gorriones chiquitos que todavía no salían solos.

¿Qué había en el cuarto de Porota? Ante todo, una cama blanca, siempre limpia. Una silla pequeñita, en un rincón. Unos cuantos muebles en que la madre de Porota guardaba los vestidos de la niña. Y juguetes, muchos juguetes por aquí y por allá.

Pero en el sitio de honor estaba Mimí. Tenía también

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