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Acerca del Cántico de Jorge Guillén1

Leonardo Castellani

Publicado en Crítica Literaria, Ediciones Penca, Buenos Aires, 1945, páginas 386-392.

Señor Tomás de Lara.

Apreciado amigo:

-¿Le gusta Guillén?

Voy a contestar por escrito a su pregunta, porque de palabra y así de sopetón uno
responde un Me gusta o un No me gusta que no significa nada. ¿Cómo no me va a
gustar? ¿A quién le amarga un dulce? Pero no me llena.

¿Quién puede sustraerse, por poco que haya hecho o leído versos, al bebedizo de la
palabra engastada, y de la compleja imagen de alambique que Guillén estiliza? La
imagen es el azúcar del entendimiento porque el hombre, según el Filósofo, goza
viendo, aunque sean calidoscopios2. Pero no de sola imagen vive el hombre.

Y en este poeta ¿hay más que imágenes y sensaciones? Yo no veo. Cierto, a veces una
impresión grande, como en esa décima Lo inmenso del mar, se levanta, en quien lee con
paciencia; pero esto prueba solamente cuánto puede dar una palabra de hombre, y a a
cuánto llega su maravillosa ductilidad de expresión. Las décimas exquisitas y los
romances casi ininteligibles parecen esos trinos inverosímiles que hacen los profesores
en el violín para ejercicio. Pero eso no se come. Ni es propiamente música.

¿Hay en este poeta más que sensaciones? Respóndame a esto, porque si no, está
perdido. Son sensaciones al fin y al cabo (lo más bajo de la vida consciente),
agudizadas, alquitaradas, y sometidas a una maceración imaginativa y a una
formulación que quiere ser ceñidísma, limpia, clásica, hasta algebraica. Pero de toda
esa operación es la fantasía y no el entendimiento el alquimista. Sí, entiendo lo que
quiere hacer, definiciones, definiciones de lo individual. Pero se equivoca.

La poesía procede de la inteligencia y versa sobre lo concreto y sensible, es una


“adivinación de lo espiritual en lo sensible”. ¿Cómo puede ser esto, si la inteligencia
percibe lo universal y es lo abstracto su modo de ver propio? Por medio de un rodeo,
1
Jorge Guillén, “Revista de Occidente”, Madrid, 1928.
2
Non enim ut agamus solum, rerum etiam nihil acturi, ipsum videre prae ómnibus aliis (ut ita dicam)
eligimus: causa autem est quod sensuum hic vel maxime nos cognoscere facit, multasque differentias
manifestat… (Arist., Metaph., I, 1.) [Nota de ens: Permítanme copiar el principio entero del famoso
capítulo 1 del libro I: “Todos los hombres por naturaleza desean saber. Señal de ello es el amor a las
sensaciones. Éstas en efecto, son amadas por sí mismas, incluso al margen de su utilidad y más que todas
las demás, las sensaciones visuales. Y es que no sólo en orden a la acción, sino cuando no vamos a
actuar, preferimos la visión a todas –digámoslo- las demás. La razón estriba en que ésta es, de las
sensaciones, la que más nos hace conocer y muestra múltiples diferencias…”]

1
recomponiendo por un artefacto de conceptos universales ensamblados, la visión
individual del poeta; construyendo con palabras (que de sí son signos de lo universal, de
los conceptos) un artefacto que nos procure una imitación de la intuición angélica.

Pues bien, este poeta quiere evitar ese rodeo y recomponer la realidad sin la
intervención del intelecto especulativo (la inteligencia de las cosas a la luz de los
conceptos) ayudado solamente del entendimiento práctico, del hábitus del artes, que es
cierto una cualidad intelectual, pero que en los grandes artistas no es más que
instrumento, porque por naturaleza no es más que instrumento. Es Guillén la
extenuación del arte por falta de materia (el arte se nutre de universales), es el descenso
hacia las regiones de la irracionalidad buscando una imposible espiritualidad. Como
gimnasia podrá ser una gran cosa. Como poesía íntegra jamás me convencerá. Si es
poesía, renuncio a la poesía y me quedo con la prosa de Dante y Cervantes.

Confieso pues, que su lectura produce algún gusto: es el gusto de la curiosidad de


entender e interpretar, de adivinar; es la admiración de la habilidad técnica y de la finura
y exquisitez de las emociones sensoriales. Es cierto que toda sensación habla a la
inteligencia porque es su puerta (“nihil est in intelectu quin prius fuerit in sensu”), y está
caragada de vagas sugerencias y símbolos espirituales –un paisaje es un estado de alma,
dicen-. Pero para esto no necesito de un poeta: prefiero la sensación directa a la
sensación reconstruida. La poesía Niño sugiere la emoción de gracia ingenua, el estado
de alma de un hombre ante un niño; la poesía Árbol de otoño simboliza en la imagen
estilizada de la caída de las hojas en el estanque toda la tristeza lánguida de la estación
de las brumas. Más yo prefiero a Corot y a Reynolds. O ver las cosas yo directamente.
Emular así a la pintura y a la sensación podrá ser una hazaña; pero no sirve para nada
porque está fuera de las fronteras de la poesía.

Poesía de invernáculo. Literatura para especialistas en literatura. –Browning Roberto


cuenta de un califa poseedor de una orquídea maravillosa, que había que regar con
sangre para que diese una flor más sutil que la seda y casi tanto como la luz. Yo soy
demasiado bruto para tanta finura y prefiero los quebrachos colorados de mi tierra, que
tienen nidos de tordos y camachuises. Yo soy demasiado escolástico y no me gustan los
libros que no se pueden reducir por activa o pasiva de alguna manera a Aristóteles: Yo
soy demasiado religioso y no me gustan los libros (como decía Agustín de Cartago)
donde no encuentro el nombre de Jesús.

Suicidio de angelismo ha llamado Maritain en el número 3 de Frontières de la poésie a


la muerte de la poesía por extenuación de la materia circa quam. La aspiración a la
inmaterialidad es no sólo noble, pero también necesaria al arte. Pero este triunfo sobre
la materia se ha de conseguir por la transfiguración y no por al volatilización, que eso
creo es lo que hoy llaman equívocamente “deshumanización del arte”.

Esplendor de una forma, llamaron los antiguos a la Belleza y no liberación de una


forma, porque sabían que sólo en el mundo angélico y no en el mundo del animal
racional, se dan formas separadas. La poesía pura de hoy me parece que es a la grande
poesía lo que el quietismo a la contemplación. La grande poesía consigue la
espiritualización sin renunciar a la humanidad, sino sublimándola, como los santos.
Porque el problema del aeronauta no es sólo volar alto, sino volar alto con pasajeros y
carga; que de otro modo le puede sacar ventaja cualquier globito de hidrógeno.

2
En resumen, es un artista el autor del Cántico, Jorge Guillén. Pero ¿gran poeta? Pero
¿poeta a secas, que significa: hacedor? Cuando sea también hombre.

Cuando su habilidad extremada en soplar el silbato de marfil, en arrancar a la flauta esos


dardos más puntiagudos que los del ruiseñor, se haya puesto al servicio de una melodía.
Cuando su imaginación diademada se haya humillado a su puesto de esclava regia del
entendimiento.

……………………………………………..

No sé si todo esto está bastante claro, tanta metáfora con tanto término escolástico;
pero una impresión por lo menso se destaca neta: que la poesía evanesciente me
asombra un rato pero no se me impone.

Que mi temperamento, gusto, educación y decidida elección me encadenan a una poesía


cuyos arquetipos podían ser Dante, Claudel, Cervantes, Santa Teresa: soberanamente
útil aunque no docente; profundamente humana sin ser pedestre; y aunque de ninguna
manera raciocinadota y discurseadota, formidable y sobrehumanamente inteligente.

Lo mejor que tiene todo el libro es esa frase poetiquísma “la luna desnuda – bañándose
sola”, que me quedó en el magín como tres años, hasta que un día bañándome en punta
del este, cerca de la base norteamericana, con un tremendo disgusto (como narro en mis
Memorias), que me producía unas horribles ganas ineficaces de morirme, me inspiró la
siguiente epístola en verso, que le envío por si no basta la de prosa.

Jerónimo del Rey.

REQUIEM
(De “ATLÁNTICAS”)

Cuando esté muerto no me harán sufrir.


Cuando esté muerto bocarriba al fondo
del mar, habré acabado de morir.

Bajo el solar relámpago redondo


que filtra en napas, lumbre nacarina
más verdeazules cuanto más al hondo,

Sobre las algas y la arena fina,


en cruz los brazos, la cerviz inerme,
muellemente combada la sanguina,

Hinchado fofo céreo enorme verme


si el mismo Dios me brinda el gran abrazo,
aguarda –mi ángel le dirá-, que duerme.

3
Aguarda, oh Dios, y deja el cuerpo laso
dormir su sed insomne y su desvelo,
mecido aquí en tu líquido regazo.

Dale el preliminal sensual consuelo


de empaparse de olvido los redaños,
en sueño sol y sal y el primer cielo.

Déjamelo dormir trescientos años


como durmió el festivo anacoreta
del empíreo en los místicos peldaños,

Al escuchar en lírica escaleta


del querub-ruiseñor la tiralira
en los alcores de tu noche quieta…

Que extinga el mar su devorante pira


y cuando caiga en terciopelo y oro
la noche miriastral, dulce al que mira,

Y de sus lentejuelas el tesoro


tachone al monstruo el lomo azul que rola
y que en rumor replica al alto coro,

Y la luna desnuda baje sola


a bañarse en el gran silencio vivo
y se derrita por la negra ola,

En regueros del ópalo nativo


entonces, oh Señor, por fin calmado,
ya no lo harán sufrir a este cautivo,

Marino corazón de mal soldado,


de ímpetu inmenso y deficiente aliño,
y sea el mar el féretro abastado,

Mortaja imperial orla de armiño,


sudario del sudor de su pecado,
urna capaz de su abismal cariño,
propio ataúd de corazón cansado…

Pobre y cansado corazón de niño.

Jerónimo del Rey

Buenos Aires, 1942.

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