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Ponferrada simbolista

Leonardo Castellani

Publicado en Crítica Literaria, Ediciones Penca, Buenos Aires, 1945; páginas 310-318.

Como todo poeta verdadero, Ponferrada es un perezoso activo. La pereza activa consiste
principalmente en no llevarle mucho el apunte a la comedia del mundo, en escribir alomás
la mitad de lo que uno sabe, y en publicar alomás la mitad de lo que uno escribe. ¡Ay!, que
falta le está haciendo un poco de "pereza activa" al autor de esos tres sonetos que publica
"La Nación" del domingo 12 con la firma evidentemente usurpada de Fernández Moreno.
Este librito de Ponferrada (Flor mitológica, 71 págs., Francisco Colombo, Buenos Aires,
1938), de pulidas tapas color plata, es un jarrón de plata con diez o doce pequeñas flores de
poesías extrañas y auténticas, perfectamente inútiles y reservadas a pocos, de olor a campo
provinciano mezclado a "Lotion Coty".

Extraña suerte la de la lírica en nuestros tiempos. Por la falta en este tiempo de masas,
de un verdadero pueblo, auditorio homogéneo a quien herir de una emoción coparticipada,
los poetas se ven obligados a escribir para un cenáculo o bien para un pasquín: hacer
cositas ultraselectas para un pequeño núcleo de iniciados (o para sí solos en puridad), o bien
hacer sonar los cascabeles de las rimas y empayasar la poesía para regodeo, perversión o
instrucción del multitudinoso soberano. El mismo potentísimo órgano de un Paul Claudel
no tiene hoy catedral y resuena en reducidas capillas. Ponferrada que para bien o mal suyo
sufrió al nacer el aroma de esa cósmica rosa inaprensible (según la definición de la poesía
que da en su mejor poema), a la que vió después florecer un día en su ardiente geometría,
ha tocado ya, como era su destino, estos dos extremos: la "poesía pura", conceptista o
culterana, deshumanizada, para uso de inteligentes, por un lado; y, con el seudónimo de
"Calixto", la versificación vulgar, satírica y parletana, para regocijo de todos. Pero hay esto
que lo distingue: en las dos ha reflejado la reacción sincera de una inteligencia desterrada
del actual curso de las cosas, la protesta en sordina de un repudiador del siglo. Lo mismo
que a tantos otros, empezando por mí, lo que ve le inspira a Ponferrada chistes, y lo que
siente, solitaria música; un poco melancólica y muy subjetiva. El instrumento destas dos
expresiones, la metáfora, el verso, la aliteración, los tropos, y demás atrejos del oficio, ha
conseguido dellos ya el dominio perfecto. Lo único que le falta ahora es la posesión
demoníaca de un arrebatador asunto. Dios quiera lo alcance. No todos hoy día lo alcanzan.
Depende casi de Dios solo. O bien del demonio.

Estos poemitas musicales de ahora (Melodías íntimas deberían llamarse en vez de Flor
Mitológica) aletean dentro de la esfera de lo que llaman simbolismo. La escuela simbolista
descubrió o redescubrió o hipertrofió (como quieran ustedes) el elemento corporal del
verbo. Es sabido que la palabra humana tiene cuerpo y alma. El alma es el significado
conceptual. El cuerpo es el elemento térreo, sanguíneo y material que lo sustenta.

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Baudelaire, Mallarmé, Verlaine, Rubén Darío, Claudel -verdaderos poetas-, abrieron el
oído "al ruido que hacen las palabras" (tanto fuera como dentro del hombre), y a todos sus
profundos ecos, y no sólo a las imágenes que suscitan y a las ideas que representan, como
Víctor Hugo y Quintana; supuesto que la palabra es primero que todo un ruido, un ruido
sustituto de un gesto, un gesto que es el resumen, en un momento dado, de un ánima. Toda
la masa subterránea, prerracional y flúida de la región del sonido y del afecto

de la musique avant toute chose,

fué conjurada a la superficie por medio de ensalmos sutiles, que desconcertaron a ls


filisteos

et pour cela, prefère l'impair,

y esta es una de las claves del simbolismo. La música fué conectada a la retórica. Se creó
una nueva retórica enriquecida.

Dejemos al doctor Battistesa la historia literaria desta exploración: los malos pasos della
dieron en el hermetismo, la incoherencia, el delirio; pero los rectos pasos abrieron a la
poesía eterna el dominio mineral del subsuelo y compusieron el timbre profundo ,
penetrante y hechicero de la Poesía Moderna -esa especie de Ninón recoleta de que
anduvimos cuando pollos enamorados ¡y nos hizo perder más tiempo la condenada, sin
otorgarnos sus favores!

"El ruido que hacen las palabras" tiene una realidad, independiente no, pero sí
distinguible, de su asunto: encierra en sí la magia de efectos multiformes, que nunca
ignoraron los veros poetas, pero del cual los de hoy son más golosos. Por ejemplo, estos
cuatro efectos que escojo entre muchos a los fines de hablar de Ponferrada: el agrado, la
comicidad, la sorpresa, la música. Hay ensambles de sílabas que son agradables, o chuscos,
o extraños o melódicos, puesto aparte el significado: los bebés balbucientes lo saben,
cuando se divierten jugando con los fonemas. La música es el más alto efecto, que gobierna
todos los otros:

poema non è che una finzione rettorica, dippoi posta in musica,

decía Dante; pero es claro que los efectos inferiores pueden disociarse y constituir especies
poéticas subalternas. Se ríen los profesores de retórica de aquello:

Yo soy más lírico que el archipiélago,


Yo soy el ánfora del vino azul...

pero ¿qué hacía Rubén entonces sino jugar con palabras sorpresivas, como un Hércules
bebé?

Vamos a ver pues nuestros cuatro efectos:

1° Las combinaciones de palabras escogidas y agradables originan una especie de lírica

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menor, pedestre y prosaica sí, pero muy accesible, que puede llegar a publicarse en "La
Nación", como las baratas canturrias de Fernández Ardavín:

Recuerdo de la puerta dovelada


bajo el escudo de armas con cimera
que en la vieja casona entorreada
daba entrada al zaguán de los Ribera...

Iban a la casona
los próceres ilustres del lugar:
Don Fadrique Ceballos de Cardona,
Don Rodrigo Ramírez del Villar...

2° Las combinaciones chuscas de sílabas en las mismas condiciones originan una poesía festiva,
menos prosa que la anterior, en la cual "Calixto" se ha señalado por cierto: porque sabe poner en la
vulgar comicidad del epigrama (al alcance de un "Rubén Dariola" cualquiera) no sé qué toque de
extrañeza y hondura que eleva lo cómico a las alturas de la gracia, que es el nombre dinámico de la
Belleza. Citemos de memoria un soneto de Calixto, que resultó profético, acerca de estas palabras
enigmáticas de un jefe de los rojos españoles: "Es infalible que acabaremos por vencer. Resistid
hasta morir."

Los que creen hallar contradicción


en estas dos palabras de Negrín,
gramática no saben ni latín
y son gentes de poca erudición...

Resistir es el verbo del montón,


Vencer de los que toman el postín,
las dos palabras compatibles son
como ha de verse en un cercano fin...

Volarán a París Negrín y Prieto,


el cuerpo suelto y el bolsón repleto
y vencerán la muerte y la desgracia.

Mientras el pobre pueblo que los quiere


en lucha desigual resiste y muere...
Y esta lengua se llama democracia.

3° Existen también combinaciones de palabras de pura sorpresa, que chocan por falso acorde o
acorde inesperado, y después, o bien se quedan en el mero choque, como en el caso de los
modernistas subalternos (Herrera Reissing) o bien pasan a desplazar la mente a regiones inusitadas,
como saben usar los grandes vates, un San Juan de la Cruz por ejemplo. Recuerdo ahora un ejemplo
grotesco de un Rubén Dariola anónimo, que está empero en la misma línea (aunque lejísimos por
supuesto) de la "soledad sonora" - "y el canto de la dulce filomela".

"Eres humo de incienso de retorcida espira,


mandrágora de hechizos, ánfora de soñar,
eres cuenco de lágrimas donde el azul se mira
y eres el abismático pentágrama del mar."

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4° Existe por fin la música, esa "música antes que todo", a la cual entendió consagrarse entero el
pobre Lelián, y la consiguió helás demasiadamente en los últimos lamentables poemas de su vida de
borracho constitucional y cristiano sin fuerzas, injerto en gran poema1. Pero esa música de los
simbolistas no es toda la gama del son de la palabra humana, sino la restringida, refinada y
espiritualizada que puede dar nuestro extenuado "estilo escrito". Son "romanzas sin palabras",
melodías sin letra, frágiles y atrevidas tentativas de sugerir los llamados por los pedantes: "estados
afectivos puros". Y bien, a esta clase de melodía, pero trasladada a clave criolla, pertenece la caja de
música que ahora reprodujo pulcramente Colombo por cuenta de Ponferrada para regalo de sus
amigos.

Es una luz, un aire, una mirada,


una dulce presencia imponderable,
no es otra cosa que la tarde, el alma
enamorada y sola de la tarde.

Toda esta divagación no muy perspicua quizás ¡ay de mí!, quiere decir en suma que Ponferrada
es un auténtico cantor de fina alcurnia que hasta ahora no ha hecho más que templar. O a lo sumo,
preludiar. En El alba de Rosa María (1935) se encuentra un epitalamio que pertenece a la más
honda poesía humana y la más auténtica poesía religiosa que se ha escrito en la Argentina,
comparable al sereno y dulce poema La noche de Bernández. En La Noche y Yo (1932) y en
Calesitas (1930) existen romances recatados, herméticos y puros como anémonas de mar. En este
libro que ahora leo (¡maldita sea la pereza y la amistad!) hay una hermosa aunque un poco engolada
definición de la poesía por parangón con una rosa, que se resiente un poco del recuerdo de la
manera de Bernárdez; y hay otras felices combinaciones de ingrávidos sones de música y ensueño
suave, cada una della con una gota oculta de auténtica aunque invisible realidad psicológica;
soportada cada una dellas, para ser más que el ejemplo tercero arriba citado, por una vivencia o
estado de alma que le da sentido y consistencia intelectual.

¿Qué falta ahora?

Falta que el poeta ponga su acabado instrumento al servicio de algo; pero no de cualquier cosa;
sino de un señor que no pueda morir.

El gran modelo es evidentemente el gran Claudel, que después de montar su gran órgano de mil
voces, lo puso simplemente a las órdenes de la Teología. No todos son llamados a lo mismo. Pero
siempre la poesía para vivir tiene que servir a unos de los Seis Trascendentales, so pena de
devorarse a sí misma, decía mi tío el Cura.

1
Verlaine en sus momentos malos escribía poemas análogos a éste, que aprendí de mi sobrina Martita:
Chinchirinela, Maestra Beppina,
Mastro Piero, vieni cuá,
Festequemo la cantina,
Nuestra barra ya se va
De l’Italia a l’Arquentina
Donde nunca volverá!
¡Oh Pedrito, oh Farina!
Due e due cuattro fá.
Festequemo la cantina,
Nuestra barra ya se va.
Chinchirinela, Maestra beppina,
Mastro Piero, vieni cuá.

4
No es fácil hoy día. Conozco el caso de un poeta nato de la más indudable estirpe, que
después de dos volúmenes de la más brillante prueba de instrumentación se calló durante
veinte años, quizás por falta de causa a quien servir y "tema arrebatador" (Horacio Caillet -
Bois). Don Leopoldo Lugones después de sus años de aprendizaje puso su excelsa juglaría
al servicio de la patria, y se halló en una soledad espiritual tan grande que le fallaron las
fuerzas para soportarla. Otros como Nalé Roxlo se ponen a escribir para "Crítica" y después
a los años publican reducidos volúmenes de exquisitas elegías, donde lo que suena más
sincero son las multiplicadas quejas, y las protestas de hastío y descreimiento. Banchs y
Arrieta reposan, Fernández Moreno, desechado todo escrúpulo de inspiración, escribe
profesionalmente. Nice Lotus, sacrifica su límpida inspiración y su hermosura de alma a la
obediencia religiosa en el árido oficio de "mostrar mochachos", una verdadera lástima.
Pobre poesía argentina. Pero no hay de que culpar a los poetas. El poeta no hace lo que
quiere sino lo que puede, hasta el momento que la gracia gratuita de arriba lo arrebata.

Pancho Bernárdez, con su grata gaita gris, es el que parece haber encontrado ahora, en el
ahonde de la raíz ontológica y religiosa de las emociones comunes y medias, la gran ruta de
los grandes clásicos, mientras Marechal y Anzoátegui, lo mismo que Ponferrada, templan
todavía interminablemente sus agudos laúdes. De las mujeres, algunas extraordinariamente
listas o exquisitamente buenas, hablé un poco en otra nota; no conviene hablar mucho
dellas tampoco, porque se enojan o se envanecen fácilmente.

Así vemos nosotros la poesía actual argentina los días que la cruzamos al sejo, más por
casualidad que por otra cosa. Existe una ley de la escuela pitagórica según la cual el
filósofo a los poetas no debe hacerles mucho caso; la cual es fácil de cumplir en la
Argentina, donde los poetas carecen en general de filosofía (y algunos hasta de
bachillerato), siendo la gran tara de sus destinos la endeblez intelectual de la materia de sus
canturrias. Pero en fin, después de todo, los poetas lo mismo que las mujeres, también
existen -y sin ellos el mundo no puede existir, o por lo menos nunca ha existido hasta
ahora.

Y el filósofo se ocupa por su oficio de todo lo que existe. Y de muchas cosas más, vive
el cielo.

Buenos Aires, 1938.

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