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APROXIMACIÓN HISTÓRICA,
IDEOLÓGICA Y TEMÁTICA A LA
PSICOLOGÍA SOCIAL
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Extracto del Proyecto Docente ganador del concurso público de promoción a Profesor Contratado Doctor en el
Departamento de Psicología Social de la Universitat de València, presentado por Xavier Pons Diez (2-12-08).
En este texto se presenta un análisis del campo de estudio de la psicología social, una
disciplina que nos acerca a una comprensión amplia y realista sobre la naturaleza humana y la
vida social. Para ello, se repasa la evolución histórica de la disciplina, desde el advenimiento
de las ciencias sociales en el siglo XIX hasta la actualidad, y se realiza un repaso crítico a las
principales orientaciones teóricas que han dejado su impronta en la psicología social. El
análisis teórico ha pretendido ser lo más cercano posible a la realidad de la vida común.
Además, se han incluido aportaciones procedentes de autores y escuelas de pensamiento que,
pese a ser minoritariamente citados en los manuales al uso, presentan atractivos contenidos
psicosociales en sus propuestas.
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ÍNDICE DE CONTENIDOS
¿Cuáles son los temas de estudio de la psicología social? ¿De qué se ocupa esta
disciplina? El elevado número de procesos diferentes que aborda la psicología social, así
como su creciente amplitud y complejidad, tienden a dificultar una visión clara sobre qué
puntos son comunes a todos aquellos temas considerados como psicosociales (Morales y
Moya, 2007). Ciertamente, la psicología social es una de las disciplinas más diversificadas
dentro de las ciencias sociales, en cuanto a contenidos y asuntos estudiados.
Turner (1999) explica que todos los seres humanos pertenecen a grupos, viven en ellos
y, en muchas ocasiones, sienten, piensan y actúan como miembros de esos grupos y/o
influidos por lo que ocurre dentro de ellos. El pensamiento, las emociones y las actuaciones
de los humanos no pueden explicarse únicamente por factores individuales: es necesario
integrar en la explicación los factores que acontecen fuera de la persona, por ejemplo, en sus
grupos.
La psicología social actual no se reduce sólo a una psicología del grupo, pero es obvio
que la psicología del grupo forma parte de la psicología social y ha tenido un papel muy
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destacado dentro de ella desde sus inicios. Por ello, hemos acudido a tal concepto para
aproximarnos a una explicación comprensible de qué es la psicología social.
Delimitado el ámbito de aplicación práctica del término “grupo”, no con ello quedaría
resuelto el problema de qué es la psicología social, pues, esta disciplina no siempre utilizará al
grupo como unidad de análisis explícita, aunque el significado del mismo siempre se
encontrará latente. Para entender más ampliamente cuál es el campo de estudio de la
psicología social, nos referiremos a la diferenciación en dominios de análisis propuesta por
Sapsford (1998). Este autor propone cuatro dominios en los que actúa la explicación
psicosocial: el intrapersonal, el interpersonal, el grupal y el societal. Cada uno de estos
dominios tendría su objeto propio, pero manteniendo entre ellos una relación de
complementariedad. Veremos esta propuesta en los siguientes párrafos:
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− Dominio societal. Incluye las relaciones sociales no entendidas como relaciones entre
personas individuales, sino entre categorías y grupos sociales, así como los comportamientos
colectivos y las relaciones que el individuo establece con la cultura, las instituciones sociales,
la estructura social y la organización política.
Posturas similares son mantenidas por otros autores. Baron, Graziano y Stangor (1991)
proponen que el campo de estudio de la psicología social puede representarse mediante tres
áreas concéntricas: la de los procesos intraindividuales, la de las relaciones interpersonales y
la de los procesos grupales. Por su parte, Morales y Moya (2007) hablan de las diferentes
naturalezas de los procesos que han estudiado los psicólogos sociales y diferencian entre los
procesos de naturaleza individual, los de naturaleza grupal y los de naturaleza macrosocial.
incluye a los anteriores. Esta modalidad jerarquizada de los contenidos psicosociales aparece
en las formulaciones de Doise (1982) y de Tesser (1995). Doise propone que el conocimiento
psicosocial avanza en cuatro niveles: la explicación intraindividual, la explicación
interindividual e intragupal, la explicación posicional −referida a lo que tiene que ver con las
pertenencias categoriales de las personas− y la explicación ideológica −acerca de la influencia
de los sistemas macrosociales sobre los individuos−. En el mismo sentido, Tesser propone
tres niveles acumulativos y jerarquizados: intrapersonal, interpersonal y colectivo.
Es muy relevante la apreciación de Doise (1982) acerca de cuáles son los niveles de
análisis utilizados comúnmente por la tradición psicosocial estadounidense −más
individualista− y por la tradición psicosocial europea −más sociologista−. Los niveles
intraindividual e interindividual se corresponderían con la primera, mientras que los que
Doise denomina posicional e ideológico lo hacen con la segunda.
Lo que hasta aquí ha sido mencionado sugiere un efecto de lo social y lo grupal sobre el
individuo. Pero no hay que olvidar que la sociedad y los grupos están constituidos por
actuaciones interactivas de individuos. Como sugiere Collins (2004), en rigor una “sociedad”,
una “cultura”, un “sistema político” o “una clase social” son conjuntos de personas actuando
en común en determinado tipo de situaciones. Por consiguiente, tanto por cuestiones teóricas
como, sobre todo, metodológicas, el análisis de los sistemas sociales se verá favorecido por la
consideración de sus elementos psicológicos constitutivos. Ahora bien, esto no quiere decir
que el significado de los sistemas sociales pueda reducirse sólo a factores psicológicos; al
contrario, como señalan Blanco, Caballero y De la Corte (2005) las agrupaciones humanas
son realidades cualitativamente diferentes a la simple yuxtaposición de mentes individuales.
Es decir, la sociedad no es un simple sumatorio de mentes individuales, sino el resultado de
interacciones complejas entre ellas y dotadas de significado simbólico. Es ahí, justamente,
donde encontrará vigencia la explicación psicosocial, en la mutua complicidad entre lo
psicológico y los productos de la interacción, pero sin reducir el factor supraindividual a una
simple yuxtaposición mecánica de individuos, ni olvidar que la misma sociedad es
constitutiva de la mente y la conducta humanas.
“la sociedad y el hombre son lo mismo” (Mead, 1934/1993). También en las primeras décadas
del siglo XX, Charles Ellwood dejó clara una postura diametralmente psicosocial: la conducta
individual procede de la cultura del grupo, pero la cultura viene, en último término, de las
mentes de las personas (Ellwood, 1913/2008). Coincidente con esta tradición intelectual,
Ibáñez (2003) argumenta que la relación entre la psique y la sociedad va más allá de dos
realidades vinculadas entre sí por meras relaciones de influencia recíproca, pues ambas
constituyen “un todo inextricablemente entrelazado”; la dimensión social no corre
paralelamente a la dimensión psicológica, sino que es constitutiva de ésta. La sociedad, según
Ibáñez, no está fuera del individuo esperando que éste se adapte a ella, sino que la sociedad
son los individuos y, además, está dentro de cada uno de ellos. Ibáñez pone el énfasis en el
lenguaje, a través de cuya adquisición lo que es social se hace directamente presente en el
desarrollo de los procesos psicológicos, desde el primer momento de la vida de las personas.
− Interconexión individual-individual: Los efectos que los individuos tienen sobre otros
individuos y los efectos de un individuo sobre su propia psique cuando organiza su
conocimiento de la realidad.
− Interconexión grupal-grupal: Los efectos que un grupo tiene sobre otros grupos y los
efectos de un grupo sobre sí mismo para mantener o modificar su identidad grupal.
− Interconexión grupal-macrosocial: Los efectos que los grupos tienen sobre el sistema
macrosocial.
Finalizaremos esta introducción afirmando con Ovejero (1997) que la psicología social
se ocupa de un ser que, más allá de lo biológico y lo psicológico, es también un ser social o, lo
que es lo mismo, un ser histórico, cultural, colectivo y simbólico. De tal forma que uno de los
principales factores constitutivos de la naturaleza de ese ser es la relación con sus semejantes
dentro de un contexto compartido de significados simbólicos que, a su vez, son producto de la
historia de ese contexto.
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La relación de la psicología social con las dos ciencias que le son más próximas, la
sociología y la psicología, constituye un eje de tensión de la disciplina, reflejado ya en los dos
primeros manuales de psicología social publicados ambos en 1908: el de William McDougall
de orientación psicologista y el de Edward Ross de orientación sociologista
−paradójicamente, la tradición sociologista acabó siendo seña de la psicología social europea,
pese a que Ross era estadounidense y McDougall británico−. Cada una de estas “dos
psicologías sociales” ha creado su propia tradición a lo largo de la historia de la psicología
social, con sus investigaciones y sus autores más representativos (Graumann 2001).
Numerosos autores han reflexionado sobre la relación entre las dos principales
tradiciones de la psicología social, a las que se suele denominar “psicología social
psicológica” y “psicología social sociológica”. Ciertamente, desde hace décadas, la referencia
a estas dos psicologías sociales ha originado numerosa literatura en la que, además de
caracterizar a cada una de las dos tradiciones, se establecen también puntos en común,
diferencias entre ellas o, incluso, formas de superación (Álvaro, Garrido, Schweiger y
Torregrosa, 2007; Garrido y Álvaro, 2007; McMahon, 1984; Rijsman y Stroebe, 1989;
Stryker, 1977). En las páginas siguientes nos referiremos a ello.
A partir de las primeras décadas del siglo XX, la aún joven psicología social emprendió
un progresivo proceso de psicologización que acabó por reducirla, mayoritariamente y en
perjuicio de su componente social, a una psicología de las relaciones interpersonales entre
personas tomadas una a una (Jiménez-Burillo, 2005). Esta línea psicologista ha sido la
hegemónica durante mucho tiempo, dirigiendo su atención hacia la individualidad de los
procesos conductuales o mentales, dando lugar así a una psicología social que tiende al
atomismo del individuo y lo sitúa en un espacio ahistórico y acultural, con la finalidad de
encontrar leyes generales explicativas del comportamiento relacional (Apfelbaum, 1985;
Cartwright, 1979; Tajfel, 1982). Esto ha privilegiado en la disciplina el estudio de las
conductas individuales y de los estados internos, tales como la percepción interpersonal, la
atribución causal, el mecanismo cognitivo de los estereotipos sociales y de las actitudes, la
cognición social, el aprendizaje conductual del comportamiento social, la conducta agresiva y
la prosocial,…, pero todos ellos situados en una posición no integrada con lo sociocultural.
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La división entre ambas orientaciones no es ajena a las diferencias entre las tradiciones
intelectuales europea y estadounidense: la tradición europea, más abierta a lo sociocultural, se
ha mostrado, la mayor parte de las veces, como una alternativa a los modelos individualistas
institucionalizados y dominantes en la psicología social estadounidense. No obstante, la
propia “tradición europea” no siempre ha podido triunfar en su propio territorio, ante la fuerza
del paradigma individualista importado o establecido.
ubicándose esta disciplina en un terreno entre las ciencias naturales, las sociales y las de la
salud. Pero para la psicología social el único terreno posible es el de las ciencias sociales, por
tanto reducir la mayor parte de su contenido al estudio experimental de cómo funciona la
mente cuando percibe a otras personas, podría suponer perder su significado como ciencia
social.
Puede observarse que la primera de las cinco alternativas citadas por Munné (1995) se
apoya en la asunción de que la psicología social es parte integrante de la psicología y que
aporta explicaciones sobre el comportamiento social mediante la aplicación de las leyes
explicativas de la psicología. Como consecuencia de este reduccionismo psicologista,
predominante largo tiempo en la psicología social institucionalizada, el estudio del
comportamiento colectivo se ha ido reduciendo al simple estudio de conductas individuales
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Autores como Apfelbaum (1985) o Pepitone y Triandis (1987) han denunciado el riesgo
que supone la individualización teórica y metodológica de la psicología social, pues pone en
peligro la identidad de esta disciplina como ciencia social, además de quedar reducida a un
mero epígrafe de la psicología. Como señalan Garrido y Álvaro (2007) y Jiménez-Burillo
(2005), la consideración de una psicología social independiente, situada entre la psicología y
la sociología, abierta a las demás ciencias sociales, pero con un enfoque propio, es defendida
por numerosos autores, para los cuales la psicología social se halla en la encrucijada de varias
disciplinas, tanto a raíz de su historia como por su naturaleza y objeto de estudio.
En ese mismo sentido, Morales (1985) destaca que la psicología social trabaja con
temáticas olvidadas o parcialmente recogidas, bien por la psicología o bien por la sociología,
que, sin embargo, han sido las temáticas objeto de análisis para los psicólogos sociales. Este
hecho podría darnos una pista acerca de la naturaleza de la psicología social, ya que, como
afirma Turner (1999), aunque los conceptos, principios, explicaciones y teorías de la
psicología social sean, mayoritariamente, de tipo psicológico, lo son en un sentido “especial”,
pues se entiende que existe una interacción de lo psicológico con la actividad social y con los
procesos y productos sociales.
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La problemática epistemológica
Sin embargo, en el último tercio del siglo XX comienzan a formularse dudas sobre la
concepción “moderna” de la razón y la ciencia. La crítica posmoderna pretende reconstruir
realistamente los límites de la razón. De este modo, primero desde la filosofía y después en
algunos sectores de las ciencias sociales y naturales, se cuestiona la idea de un mundo
organizado según leyes infalibles y estáticas, cuya existencia sea independiente de su
observación (Gergen, 1992). Los conceptos científicos hallados en la investigación no están
exentos, según esta crítica, de interpretaciones del científico, así como de valores y criterios
culturales que también condicionan la manera de pensar de éste.
Las críticas de la posmodernidad han sido muy diversas y muy heterogéneas, tanto
desde el punto de vista teórico como ideológico-político. En todo caso, como explican Collier,
Minton y Reynolds (1996), es común en la expresión posmoderna la duda acerca de que la
razón pueda proporcionar un objetivo y una fundamentación universal del conocimiento o que
el conocimiento basado en la razón asegure el progreso social. Por su relevancia para las
ciencias sociales, destacaremos algunos hechos argüidos por la crítica posmoderna: la
falibilidad de ciertos presupuestos positivistas en el estudio de lo social y lo humano; la
existencia de numerosos actos corrientes de la vida social cotidiana y numerosos hechos
políticos y culturales que no responden a criterios estrictamente racionales; la diversidad de
conceptos sobre qué es “racional” en las diferentes culturas del planeta; o la persistencia de
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Como afirma Ibáñez (1982), los supuestos epistemológicos de la psicología social han
pretendido ubicarse en el contexto de la ciencia “moderna” de corte newtoniano, pero su
objeto de estudio, en realidad, es del tipo “posmoderno” o “pospositivista”, es decir,
caracterizado por la presencia de un cierto nivel de ingredientes tales como relativismo,
indeterminismo, no linealidad y dificultad para concretar la existencia de una realidad
objetiva. Para eludir esta contradicción y sus implicaciones, sugiere Ibáñez que la psicología
social debe asumir los supuestos de la ciencia posmoderna. A partir de esta asunción, los
aspectos críticos y las dudas se dirigirían, principalmente, sobre cuatro cuestiones:
− Sobre el mito del objeto ¿Los acontecimientos de la vida social son objetos neutrales
como los cuerpos físicos? En la vida social, un “objeto” −un hecho de conocimiento, aquello
que se investiga− no tiene existencia fuera de unas interacciones dotadas de significados
culturales, en las que, además, ese “objeto” participa.
− Sobre el criterio de permanencia y estabilidad ¿Es posible estudiar la vida social como
algo universal, estable y no cambiante? En realidad, la convención social no posee un carácter
de permanencia espacio-temporal, sino que cambia en la geografía y en la historia de las
sociedades. Por tanto, es dudoso que pueda estudiarse el comportamiento de las personas en la
sociedad desde criterios de permanencia y estabilidad como los de los cuerpos físicos.
comprensible sin atender a los aconteceres históricos que lo envuelven−, la agencia humana
como creadora de los hechos sociales, la naturaleza sociocultural e histórica del ser humano,
la naturaleza autoorganizativa de lo social y el carácter socialmente construido de los
fenómenos psicológicos. Este último punto es especialmente relevante, puesto que ante la idea
ampliamente generalizada de que los aspectos sociales impactan sobre un entramado
psicológico más fundamental, Ibáñez señala la dificultad para separar lo que es “social” y lo
que es “psicológico” en el ser humano y la necesidad de que ambos sean considerados como
las dos caras de una misma realidad. La adopción de las anteriores premisas implica también
una redefinición de la explicación tradicional y hegemónica de qué es la ciencia, lo cual
repercutirá en la definición del objeto de estudio de la psicología social.
La obra de Vico representa un punto de interés para la psicología social por tres
aportaciones básicas: la idea de que el fundamento de una sociedad lo constituyen los
significados compartidos, puesto que éstos permiten la interacción entre las personas que
integran la sociedad; el carácter construido que posee toda sociedad, como producto de la
actividad desarrollada en ella por los individuos; y la noción de que los contenidos sociales
son más dinámicos que inmutables, ya que resultan de esa actividad de los individuos y del
desarrollo histórico de la misma (Ibáñez, 2003).
Pero es durante el siglo XIX, con el evidente desarrollo de las ciencias sociales y del
pensamiento social, cuando empieza a tomar cuerpo la explicación psicosocial de la
naturaleza humana. Este periodo será especialmente relevante para comprender cómo
emergerá, a principios del siglo XX, la psicología social como disciplina diferenciada
(Garrido y Álvaro, 2007; Ovejero, 1998, 1999). En los apartados siguientes se presentan las
principales contribuciones del pensamiento social en el siglo XIX a la explicación psicosocial
y a la construcción de la psicología social.
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Auguste Comte
Uno de los puntales básicos del pensamiento comtiano es la ley de los tres estadios
(Tezanos, 2001). Postula que, al igual que los individuos evolucionan en el desarrollo de su
intelecto a lo largo de su crecimiento, las sociedades progresan a través de tres estadios de
desarrollo, que se corresponden con tres maneras de entender los fenómenos, de dar
explicaciones a los hechos:
capacidad predictiva de consecuencias que pueden ser verificadas. De aquí el lema comtiano
“conocer para predecir” (Esper, 1964).
Realizó una taxonomía de las ciencias y llegó a la conclusión de que la sociología −el
nombre es creado por él− debe ser reconocida como una nueva ciencia positivista (Gil-
Lacruz, 2007). Comte hizo un gran esfuerzo por asegurar una respuesta positivista en la
explicación social. La sociología, propone, aspira a ser la ciencia concreta que formule leyes
explicativas de lo social a través de las regularidades observables en los fenómenos sociales
objetivamente comprensibles: el hábitat, los recursos económicos, los hechos políticos,…
Rechaza el mentalismo en las ciencias sociales por considerar que los análisis de lo
subjetivo son extracientíficos (Castellan, 1978). Sí se refiere Comte a la “ciencia de la moral
positiva” para referirse a la ciencia positivista de la individualidad, pero rehúsa el nombre de
psicología, porque en su día, la psicología era demasiado mentalista y demasiado metafísica
para su gusto. Consideraba Comte que la “ciencia de la moral positiva” debería tratar con la
unidad individual de los seres humanos. Esta ciencia sería, sin embargo, dependiente de una
base biológica y de una base sociológica. A veces se apoyaría más sobre sus fundamentos
biológicos, en otras ocasiones trataría con el individuo en un contexto social y cultural, pero
rechazando el análisis mentalista. En esta línea de razonamiento encontramos tres interesantes
proposiciones comtianas (Allport, 1968):
− Esta ciencia podrá considerarse desde el punto de vista biológico o desde el punto de
vista social.
Émile Durkheim
Para Durkheim la sociedad es algo más que la mera suma de los individuos, es una
realidad específica con caracteres propios. Afirma que, si bien no puede producirse nada
colectivo sin que existan unas conciencias individuales, éstas son necesarias pero no
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suficientes, pues es preciso que estén asociadas y combinadas de una determinada manera,
combinación de la cual proviene la vida social. En su obra “Las reglas del método
sociológico” Durkheim (1895/2004) se acerca a un positivismo objetivo para la sociología,
considerando que los fenómenos sociales son “cosas” y deben ser tratados como tales. Explica
que “cosa” es todo aquello que es dado, lo que se impone a la observación. Por tanto, tratar
los fenómenos como cosas es tratarlos como datos observables, lo cual constituye el punto de
partida de la ciencia.
Comparte con Comte el rechazo a una ciencia que estuviera basada en el mentalismo, y
se propone proporcionar a la sociología un método y un objeto. El objeto lo constituyen los
hechos sociales: rasgos demográficos, creencias y prácticas establecidas,… El método se basa
en el estudio de los hechos sociales como “cosas” observables y verificables empíricamente,
al tiempo que se desecha cualquier idea preconcebida sobre los hechos.
Las representaciones colectivas se caracterizan, según Durkheim, por poseer tres rasgos
diferenciales: son externas a los individuos y anteriores a cada conciencia individual concreta;
se dan de modo general en una sociedad, conservando una existencia propia e independiente
de sus manifestaciones individuales; y se imponen sobre el individuo particular mediante
diversos tipos de presión social. Esta caracterización no sólo acentúa el objetivismo y
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minimiza la referencia a los estados psicológicos, sino que supone una teoría sobre la
conciencia colectiva (Tezanos, 2001).
Gabriel Tarde
sociales, incluyendo los de la política o la economía, tienen siempre unas causas psicológicas
(Quintanilla y Bonavía, 2005).
A pesar del individualismo que caracteriza las primeras obras de Tarde, acentuado por
su polémica con Durkheim, posteriormente adoptará una postura más interaccionista y menos
teñida de individualismo (Collier et alii, 1996).
Como señalan Garrido y Álvaro (2007), si bien Tarde inició el camino en el estudio de
la realidad social basado en la interacción interpersonal, lo hizo utilizando conceptos
excesivamente simplistas −la imitación−, explicación que no ha sobrevivido en la teoría
social, aunque sí ejerció una importante influencia en su época y a principios del siglo XX,
fundamentalmente en la obra de Edward Ross, autor de uno de los primeros manuales
reconocidos de psicología social.
Gustave Le Bon
comportamiento colectivo y eso a pesar de que, como veremos, su obra es discrepante con
ciertos valores del sistema democrático.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se hacen comunes las reivindicaciones sociales
y laborales, muchas de ellas traducidas en manifestaciones, huelgas, e, incluso,
enfrentamientos y actos violentos. En este contexto, Le Bon propone la existencia de una
entidad psicológica en la masa, que no se puede encontrar en el individuo aislado. Remite, por
tanto, a la idea de que el comportamiento en la masa no puede explicarse satisfactoriamente
aludiendo sólo a la interacción entre individuos. En otras palabras, según Le Bon, la unión de
los individuos hace aflorar entidades supraindividuales −ley psicológica de la unidad mental
de las masas−. Además, bajo el influjo de la multitud, las personas pierden sus facultades de
razonamiento, se vuelven extremadamente sugestionables y regresan a formas más primitivas
de reacción que les hacen capaces de realizar todo tipo de actos de barbarie. Según Le Bon, a
través de la sugestión y el contagio, el individuo se vuelve irracional cuando está dentro de la
masa.
Como nos recuerdan Garrido y Álvaro (2007), la obra de Le Bon refleja su peculiar
talante ideológico, alejado de las ideas democráticas, cuando presenta la decisión colectiva
como muy inferior, en su opinión, a la decisión individual. Este matiz reaccionario lleva a Le
Bon a identificar la masa con grupos tumultuosos, pero también con manifestaciones, con
asambleas de trabajadores e, incluso, con jurados, electorados o asambleas parlamentarias
(Javaloy et alii, 2001). Además, al caracterizar el “alma de la masa” como de naturaleza
femenina o salvaje, Le Bon muestra el sesgo sexista que caracteriza su pensamiento.
que se notará en los estudios que los psicólogos sociales del siglo XX realizarán sobre la
desindividuación y la difusión de responsabilidad como causas de la conducta agresiva; pero
tampoco conviene omitir que ha originado un sinnúmero de controversias, justificadas por el
alcance ético de sus explicaciones (Javaloy et alii, 2001; Ovejero, 1998).
comprensiva que se acerque a la persona como una entidad de carácter histórico, en vez de
como un ente inmutable. La hermenéutica de Dilthey supone que toda manifestación humana
tiene que ser comprendida dentro del contexto histórico y cultural en que se dé. Si los
acontecimientos de la naturaleza deben ser “explicados”, los acontecimientos históricos,
sociales, morales y culturales deben ser “comprendidos”. Desde su perspectiva, las ciencias
del espíritu tendrán como objeto a la persona en la totalidad de sus manifestaciones y
expresiones culturales (Ortiz-Osés y Lanceros, 2005).
Smith y Mackie (1997) afirman que la psicología científica nace en el último cuarto del
siglo XIX, cuando unos investigadores alemanes, fascinados por los métodos de laboratorio
usados en las ciencias físicas y naturales, comienzan a diseñar técnicas experimentales para
comprender los procesos mentales. Uno de estos investigadores, Wilhelm Wundt, funda en
1879 en la Universidad de Leipzig el primer laboratorio conocido de psicología experimental.
Influido por los avances de la química y por la filosofía empirista, Wundt pensaba que era
posible el estudio analítico de la conciencia a partir de sus elementos básicos −las sensaciones
y los sentimientos− y de las leyes de combinación de éstos. La psicología, como nueva
ciencia experimental, debía caracterizarse por una tarea analítica, mediante la descomposición
de entidades complejas en sus elementos constitutivos. Además, era la propia persona, el
sujeto experimental, quien debería observar en sí misma estos procesos básicos, por lo que la
introspección mental se propuso como el método válido para abordar el estudio experimental
de los elementos básicos de la conciencia.
varias ocasiones sujeto experimental, pues era común que el sujeto experimental y el
experimentador fueran la misma persona.
Pero Wundt, coincidente con las ideas de Dilthey, consideraba que si bien el método
experimental podría permitir conocer las “afueras” de la mente, era dudoso que fuera válido
para conocer los procesos mentales superiores. Estos procesos, según Wundt, son el resultado
de la historia del ser humano y de las sociedades, y su comprensión requerirá una perspectiva
diferente: la Völkerpsychologie o psicología de los pueblos, un movimiento muy aproximado
a los conceptos actuales de la psicología social y cuyo principal ponente acabó siendo el
propio Wilhelm Wundt. Décadas antes, Johann Friedrich Herbart ya había considerado la
personalidad individual como un producto cultural, idea que se halla entre las que
contribuirán al desarrollo de una psicología dedicada a estudiar y explicar cómo son las
mentes y las “almas” de los diferentes pueblos, naciones o comunidades étnicas (Blanco,
1989). La Völkerpsychologie es una psicología de los productos de la vida cultural colectiva,
que son la expresión sociohistórica de los procesos mentales (Danziger, 1983).
Collier et alii (1996) afirman que la psicología de los pueblos surgió, durante el siglo
XIX, dentro de un contexto histórico en el que Alemania buscaba una identidad de carácter
nacional que facilitara su unificación política. El carácter étnico del pueblo se consideraba
previo a su carácter político. En 1860, antes de que Wundt centrara en la Völkerpsychologie
sus esfuerzos investigadores, Moritz Lazarus y Heymann Steinthal ya habían fundado la
“Zeitschrift für Völkerpsychologie und Sprachwissenschaft” −la revista de psicología de los
pueblos y ciencias del lenguaje−, en la cual, junto a incipientes psicólogos y sociólogos,
participaban lingüistas, historiadores, folcloristas o antropólogos. El propósito de esta nueva
disciplina era conocer los elementos constitutivos del espíritu de un pueblo −el Völksgeist− e
identificar las maneras de ser de los distintos pueblos (Blanco, 1988).
Desde esa perspectiva, Wundt se adentra en el análisis de aquello que configura a los
pueblos como tales y que trasciende a sus individuos: la lengua, las costumbres, los mitos, la
identidad colectiva, las creencias,… La lengua será considerada el elemento clave, tanto en la
conformación del mundo interior del individuo como en la expresión del espíritu del pueblo.
Para la Völkerpsychologie de Wundt, la lengua y el resto de elementos que constituyen el
Völksgeist no son consecuencia de una decisión individual, pero su pervivencia sí dependerá
de la asunción individual. En esta interdependencia entre individuo y cultura, el Völksgeist
configura no sólo la formación de la organización social sino también el sentido de los estados
psicológicos individuales (Alonso, Gallego y Ongallo, 2003).
En sus últimos 20 años de vida −las dos primeras décadas del siglo XX− Wundt publica
los 10 volúmenes de su obra “Elementos de psicología de los pueblos”, pero ya antes había
publicado algunos textos sobre el desarrollo de las costumbres culturales. En todo caso, es a
partir de principios del siglo XX, con un Wundt ya septuagenario, cuando la
Völkerpsychologie adquiere en su obra un carácter tan protagonista como el que había
disfrutado antes su psicología experimental. Al final de su vida, ambos tipos de psicología son
tratados por él como las dos grandes ramas de la psicología científica.
Karl Marx
Las relaciones de producción, de entre todas las relaciones que se establecen entre los
seres humanos, son, para Marx, las más determinantes en la génesis de las clases sociales y
del conflicto entre ellas. Así, quien esté en la situación dominante, respecto a las relaciones de
producción, tendrá el poder y hará la legislación; de este modo, la gente tendrá que vivir bajo
esa legislación.
las condiciones laborales a que da lugar esta ordenación del trabajo y describe cuatro
componentes de la alienación, por los cuales el trabajo se puede convertir en “ajeno” para
quien lo realiza: la alienación sobre la actividad productiva, pues ésta no está bajo el control
de quien la realiza; la alienación sobre el producto, dado que el producto final del trabajo no
podrá ser utilizado por quien lo ha producido; la alienación de los compañeros de trabajo, ya
que se elimina la solidaridad y se introducen elementos de competitividad entre ellos; y la
alienación del propio potencial humano, pues los individuos quedan reducidos a piezas de una
maquinaria. Los resultados de la alienación son sentimientos de frustración, insolidaridad,
soledad e imposibilidad de autorrealización personal.
La dialéctica marxiana, a diferencia Hegel, no se basa en las ideas abstractas, sino en los
procesos sociales específicos, susceptibles de ser conocidos y previstos (Tezanos, 2001). Por
ello, percibe la naturaleza contradictoria del progreso capitalista y concibe la propuesta de
unos seres humanos capaces de inventar formas distintas de organizar la producción. Esto,
según Marx, generaría unas nuevas relaciones de producción que constituirían la base −la
infraestructura de la sociedad− sobre la que se asentaría la superestructura política y jurídica,
a la cual corresponderían unas formas concretas de conciencia. El socialismo conceptualizado
por Karl Marx tenía un cierto carácter utópico, de manera que para ser llevado a la práctica
sería necesario que el ser humano fuera perfecto al nacer; como esta exigencia de perfección
humana choca frontalmente con la realidad, Marx intenta recrear un orden sociopolítico en el
cual la estructura del Estado sea sólo un tránsito en la educación del ser humano. Consideraba
indispensable la introducción en la sociedad del orden de la solidaridad, gracias al cual todos
los hombres, sobre todo los más desfavorecidos, pudieran romper sus impedimentos.
Ferdinand Tönnies
afectivas. Esta voluntad caracteriza a agrupaciones humanas en las que predominan relaciones
comunitarias.
− La voluntad reflexiva está determinada por el pensamiento y es, por tanto, una
voluntad mediada por el raciocinio y el interés calculado. Da lugar a agrupaciones humanas
en las que predominan relaciones asociativas.
Las ideas de Tönnies han tenido eco en la psicología comunitaria actual, en concreto su
noción de comunidad como modelo de agrupación basado en la solidaridad, la cooperación y
la empatía. Precisamente, uno de los objetivos de la psicología comunitaria es la intervención
en entornos vecinales para fomentar lazos que fortalezcan la cohesión y la solución
cooperativa de necesidades colectivas (Cantera, 2004; Musitu, 1998).
Max Weber
Aunque Weber vive hasta 1920, y algunos de sus libros más destacados son publicados
originalmente después de esta fecha, su obra fue intelectualmente concebida durante el siglo
XIX, dentro del marco de desarrollo teórico en las ciencias sociales que estamos analizando
en este capítulo.
Al igual que Karl Marx, Max Weber se interesa por el análisis del capitalismo. Para
Weber el capitalismo era un exponente de las tendencias hacia una progresiva racionalización
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de la economía y no tenía un sentido tan negativo como para Marx. Creía Weber que el
sistema capitalista evolucionaría hacia un socialismo moderado que rectificara las injusticias y
desigualdades de aquél (Tezanos, 2001). Cuestiona el determinismo económico propugnado
por la teoría marxiana y afirma que el capitalismo no puede explicarse apelando únicamente a
unos determinantes económicos, sino que en el propio desarrollo industrial capitalista
concurren otros tipos de factores como son los ideológicos y los culturales. Así, mientras que
Marx se centra en los factores económicos y materiales para explicar el capitalismo, Weber se
interesa por las ideas y las creencias. En el desarrollo del capitalismo, según la idea de Weber,
han concurrido unos factores ideológicos que han facilitado la formación de una determinada
mentalidad económica.
Weber intentó integrar los ámbitos de lo objetivo y lo subjetivo por medio de una
metodología que llamó “método comprensivo”, de forma que fuera posible formular
explicaciones de los fenómenos sociales. El método comprensivo de Weber se basaba en tres
conceptos clave: la acción, la relación social y la interpretación causal. La acción se refiere a
las conductas humanas, a lo que las personas hacen dentro de la sociedad. La relación social
se refiere a los modos más probables de aparición de las conductas humanas en los contextos
sociales, es decir a regularidades que se orientan por la repercusión mutua. La interpretación
causal es el grado en que es conocido el desarrollo externo de una acción y el motivo de la
misma. El método comprensivo requiere, además, el plano de análisis histórico como gran
horizonte analítico de los hechos sociales (Tezanos, 2001).
37
En 1859 publica Darwin su obra “Sobre el origen de las especies mediante la selección
natural”, que intentaba explicar el problema de la adaptación y construir una teoría general
sobre la Evolución. El principal mecanismo explicativo era la selección natural: la
supervivencia de los individuos cuyas características les permiten una mejor adaptación a su
medio. A partir de aquí, ciertos teóricos −los llamados “darwinianos sociales”− comienzan a
utilizar esta visión para explicar la sociedad. Su objetivo fundamental era describir la historia
evolutiva de la sociedad humana: en la medida en que la sociedad, en sentido amplio, pasaba
a través de estadios cada vez más complejos, también se consideraba que evolucionaba hacia
estadios más elevados. Pero estos teóricos ya presentaban puntos de vista similares antes de la
obra de Darwin; la influencia de éste sirvió para fortalecer el concepto evolucionista,
favoreciendo así su aplicación a la esfera social (Rossi y O’Higgins, 1981).
Fue Herbert Spencer el primero en introducir en las ciencias sociales los principios
derivados de las teorías evolucionistas. En 1855 publica “Principios de psicología”, donde
expone una explicación evolucionista fundamentada en la de Jean Lamarck relativa a la
evolución de formas simples en formas complejas. Posteriormente, incorporaría su
interpretación de las ideas de Darwin y ampliaría su concepción evolucionista a otras
disciplinas como la sociología, la política y la ética. Spencer, cuando aplica la ley general de
la Evolución a la psicología, afirma que la evolución de la mente es el resultado de una
progresión desde el estado indiferenciado de los órganos primitivos hasta la estructura
compleja del cerebro humano (Hergenhahn, 2001). La mente humana, considera Spencer, ha
evolucionado hacia una mayor complejidad de las reacciones ante los acontecimientos
externos, como consecuencia de la interacción entre el organismo y el medio. Así, pasa de los
reflejos a los instintos, después a la memoria y finalmente al razonamiento.
En la misma línea evolucionista, Spencer establece una analogía entre los organismos
biológicos y las sociedades. El organicismo social de Spencer compara el crecimiento de un
ser vivo con el desarrollo de una sociedad, proponiendo que ambos coinciden en los
principios evolucionistas de integración de las partes y diferenciación de las mismas. Así, en
38
Sin embargo, Darwin no planteó que los principios evolucionistas pudieran aplicarse a
la evolución de la sociedad, como sí fue afirmado por los darwinianos sociales, que incluso
los pretendieron aplicar a la política. El propio Spencer considera que una política social de
“dejar hacer” permitiría la libre competición entre los ciudadanos y, por tanto, la
supervivencia de los fuertes y la perfección de la especie humana. Según Spencer, los
programas gubernamentales de protección social interferían el natural desarrollo de los
principios de selección natural (Gaviria, 2007).
Otro texto de Darwin, el que trata de la expresión de las emociones en el hombre y los
animales (Darwin, 1872/1984), presenta contenidos de interés para la psicología social. La
propuesta es que las expresiones emocionales humanas, mediante gestos, son una prueba de
su hipótesis evolucionista: el gesto emocional es un vestigio de conductas que en el pasado
filogenético tuvieron una función adaptativa para la especie y que, posteriormente, cambiaron
su función de lo instrumental a lo expresivo −por ejemplo, la gesticulación de ira−. Dado que
es herencia filogenética, la gesticulación emocional básica es relativamente universal e,
incluso, muestra una continuidad entre el hombre y otras especies animales.
teórico dentro de la psicología social no hubiera sido posible sin la explicación darwiniana
sobre la selección natural.
Collier et alii (1996) explican la incidencia que el darwinismo social tuvo sobre
diversos autores estadounidenses del siglo XIX, como William Sumner y Lester Ward. La
postura de Sumner es similar a la de Spencer, aunque más claramente individualista y
determinista, postulando una simetría entre las leyes de la evolución natural y la social.
Sumner fue un defensor radical de las políticas liberales de laissez faire y de la supervivencia
de los más fuertes en la sociedad. En contraste, Ward diferencia entre la evolución natural y la
social: la evolución social se produce cuando las personas sustituyen la casualidad y el azar
por la inteligencia y la previsión científica, lo cual permitirá transformar el individualismo y
la competitividad en un sistema de vida cooperativo y humanizado.
En este contexto, se desarrolla en los Estados Unidos un interés creciente por el estudio
de lo social durante el siglo XIX. La obra de Peirce, James y Dewey, merecerá una
caracterización en los párrafos posteriores.
40
Sin embargo, como explican Collier et alii (1996), Dewey no considera el pensamiento
una “propiedad privada” sino que pertenece a la interacción. En efecto, aunque sean
individuos particulares los que producen el pensamiento, éste tiene una base social sostenida
en convenciones y creencias, por lo que no es adecuado concebir la mente como algo
esencialmente personal. El carácter inacabado del mundo genera entre las personas un estado
de incertidumbre del cual emerge el pensamiento. La actividad concreta que origina el
pensamiento y el carácter inconcluso del mundo convierten cada experiencia en singular, lo
que hace que todo conocimiento sea provisional. El lenguaje es lo que posibilita el examen de
la acción y la posibilidad de imaginar diferentes posibilidades alternativas, pero tampoco es
algo personal o privado sino que está en relación con los otros. La comunicación, según
Dewey, es clave para entender el pensamiento, ya que éste se expresa desde el habla y es la
comunicación la que permite la interacción. La interacción es el proceso fundamental que
permite comprender la conciencia. El hecho de que cada persona nazca en una sociedad ya
constituida con costumbres, tradiciones, convenciones, lengua, instituciones,… configura su
subjetividad, lo cual posibilitará la intersubjetividad, es decir, el desarrollo del pensamiento de
cada individuo dentro de las diferentes interacciones sociales. Dewey, a diferencia de la
psicología wundtiana, defiende que los fenómenos complejos no pueden descomponerse en
elementos simples, sino que es necesario comprenderlos en su complejidad, conformando un
sistema coordinado de acción en el que intervienen cada uno de esos elementos.
42
Por otro lado, su concepción de la ciencia social enfatizaba la atención a los aspectos de
interés social por encima del corsé positivista. Consideraba Dewey que si la teoría social se
aparta de la consideración de los intereses sociales básicos y se aleja de la cultura humana,
bajo el argumento de que lo social contiene valores y la investigación científica no tiene nada
que ver con los valores, la consecuencia inevitable es que la investigación en el área humana
se confine a lo que es superficial y trivial (Collier et alii, 1996).
43
William McDougall
En la segunda mitad del siglo XIX, época en la que la psicología social iba adquiriendo
forma, la influencia de la obra de Darwin fue muy significativa. Esto explica que la primera
psicología social −como, en realidad, toda la psicología− prestara especial atención a los
instintos e intentara explicar la conducta de los humanos en términos de diferentes instintos
sociales que mueven a las personas. Detrás de cada fenómeno psicosocial se buscaba el
instinto que lo provocaba, un instinto común a los individuos de nuestra especie.
McDougall, los principales instintos son los siguientes: el instinto de fuga ante la emoción de
miedo, el instinto altruista y de ayuda, el instinto de curiosidad ante la sorpresa, el instinto de
pugnacidad ante la ira, el instinto de autocontrol o de sujeción, el instinto de autoafirmación o
de exhibición, el instinto parental y de ternura ante los niños, el instinto gregario o de
búsqueda de compañía, el instinto de adquisición y mantenimiento de la propiedad, el instinto
agresivo de hostilidad y el instinto de reproducción.
Hay que hacer algunas matizaciones sobre la noción de psicología social que presentaba
el libro de McDougall de 1908, pues, realmente, la concepción de la disciplina que se
desprende de este manual es marcadamente individualista y biologicista, enmarcada dentro de
la más pura tradición evolucionista. Afirma McDougall (1908/2003) que el objetivo de la
psicología social es analizar las bases instintivas del comportamiento social, es decir, mostrar
cómo las inclinaciones y capacidades naturales de la conciencia individual modulan toda la
compleja vida de las sociedades, aun quedando también condicionado el individuo por esta
vida social.
actuar de manera muy diferente a como lo harían en solitario. En los casos de grupos con poca
estructura y organización, esta mente grupal se convierte en irracional.
Edward Ross
Para Ross (1908) los principales mecanismos explicativos del comportamiento social y
de las uniformidades sociales son la imitación y la sugestión. Ross reprodujo en su manual y
divulgó las leyes de la imitación de Tarde y analizó, además, el papel de la interacción y la
asociación entre individuos en la determinación del comportamiento individual. No obstante,
su planteamiento sociologista tuvo más éxito entre los sociólogos que entre los psicólogos
(Gil-Lacruz, 2007). De hecho, Ross era sociólogo y aunque McDougall era médico, las
46
La psicología social, según Edward Ross, debía estar enmarcada dentro de la sociología,
puesto que su objeto de estudio versa sobre las causas y condiciones que hacen del individuo
un ser social (Pepitone, 1981). Para Ross, la psicología social trata de comprender y explicar
las uniformidades en los pensamientos, creencias y voliciones que son consecuencia de la
interacción de los seres humanos entre ellos. Sin embargo, también considera que la persona
posee, por sí misma, una entidad propia, pues, efectivamente, entiende al ser humano como
agente del cambio social, introduciendo así su tercer mecanismo explicativo de la conducta en
la sociedad: la actividad agente.
Aunque suelen marcarse diferencias entre los supuestos de Ross y los de McDougall,
algunos autores como Garrido y Álvaro (2007) o Munné (1994) sostienen que, pese a las
diferencias de énfasis, hay un fondo común en ambos, pues para Ross la imitación, por el
hecho de ser considerada innata en el ser humano, no es otra cosa que un instinto. Sin
embargo, estos mismos autores matizan que el instintivismo de Ross es subyacente, mientras
que el de McDougall no sólo lo explicita, sino que, además, lo radicaliza. Por otro lado, la
defensa de la desigualdad racial de McDougall era también compartida por Ross, quien en la
segunda década del siglo XX publicó varios artículos acerca de la supuesta superioridad de
los estadounidenses anglosajones sobre los inmigrantes llegados desde del sur de Europa, si
bien esta postura es matizada en su obra posterior, orientándose hacia una ideología más
democrática (Collier et alii, 1996).
Floyd Allport
La pretensión de Floyd Allport es crear una psicología social de carácter empirista, que
produzca conocimientos comparables con los de las ciencias naturales y que se apoye en la
metodología y la epistemología positivista. Sus ideas constituyen el punto de confluencia en
psicología social de tres elementos propios del paradigma conductista: el análisis de la
conducta observable, el individualismo metodológico y la investigación experimental (Álvaro,
1995).
hace Allport es forzar una separación conceptual entre individuo y sociedad, como si fueran
entidades esencialmente distintas (Graumann, 1986).
La Escuela de Chicago
La obra de Thomas y Znaniecki es una muestra del interés por el estudio de los
problemas sociales en el seno de la Escuela de Chicago. En su obra “El campesino polaco en
Europa y en América”, Thomas y Znaniecki tratan de formular una teoría social que dé cuenta
de las transformaciones personales, interpersonales y familiares que se producen como
consecuencia de la emigración. Para ello, centran su análisis en los efectos de la emigración
en campesinos polacos hacia las áreas urbanas de los Estados Unidos. A través de cinco
volúmenes publicados entre 1918 y 1920, describen cómo el abandono de un medio rural
cohesivo por el ambiente impersonal de la ciudad industrializada generaba problemas de
comportamiento y desorganización social en los grupos de inmigrantes. La tesis central de la
investigación de Thomas y Znaniecki es que la organización social, la cultura y los individuos
son interdependientes, por ello será necesario conocer los determinantes tanto objetivos como
subjetivos de la vida social (Garrido y Álvaro, 2007). Es decir, para el estudio de un proceso
social se deben considerar no sólo los hechos objetivos que ocurren, sino también las actitudes
individuales ante esos hechos. Los valores del grupo guían la acción individual, mientras que
las actitudes de la persona hacen posible tal acción. Estas ideas llevan a Thomas y Znaniecki a
50
analizar las relaciones dinámicas entre valores sociales y actitudes individuales, lo que les
aleja de la concepción dominante de la actitud como una variable vinculada sólo a lo
individual.
Desde esta perspectiva de investigación, Park y Burgess gestan una ciencia social
urbana comprometida con el estudio de los problemas de las personas y los grupos, utilizando
la ciudad como “laboratorio natural” de observación de la vida social. Entre sus hallazgos se
encuentra que los problemas conductuales y psicológicos no se distribuyen por igual en todas
las áreas de la ciudad, sino que encontraron mayor incidencia de ellos en las zonas en que
habitaban inmigrantes y minorías étnicas, como consecuencia de las carencias materiales,
pero también del desarraigo y de las carencias convivenciales: la desintegración de las
comunidades socialmente cohesivas, en favor de la vida desvinculada, típica de la ciudad
industrializada.
entorno social y cultural en que vive la familia. Los trabajos de Park y Burgess tendrán una
honda influencia, incluso décadas después, en el pensamiento socioecológico aplicado a la
psicología social, así como en el desarrollo de la psicología comunitaria y también en los
estudios sobre la influencia que las buenas o malas relaciones sociales tienen en la salud de
las personas (Gracia, Herrero y Musitu, 2002).
El comportamiento de los individuos, plantea Mead, debe ser estudiado en base a las
características de la sociedad y los grupos de los que forman parte. Mead explicó que la
interacción social está mediada por símbolos con significado, y estos símbolos permiten al
individuo, desde la infancia, ir obteniendo información sobre el mundo, sobre los demás y
sobre sí mismo. Esto ocurre mediante un proceso de comprensión de los roles sociales o
“role-taking”: si el otro puede ser identificado como padre, profesor, amigo, comerciante,…,
las normas sociales sobre cómo debería comportarse cada uno de ellos permiten predecir con
éxito de qué manera se van comportar, además de favorecer en uno mismo la adquisición de
los roles.
En este proceso, la persona recabará información sobre sí mismo a partir de los otros y,
lo que es más importante, aprenderá a anticipar cómo reaccionarán los demás ante su propia
conducta. Mead se interesa por el desarrollo del self y recalcó −como ya lo había hecho
Charles Cooley a principios del siglo− que la noción de uno mismo, el autoconcepto, se
origina, se mantiene y se modifica a través de la interacción social: cada individuo construye
su autoconcepto a través de relacionarse con los demás y ver cómo los demás lo ven a él. El
concepto de uno mismo es el resultado de verse a sí mismo desde la perspectiva del otro; así,
el individuo adopta en su mente las actitudes que los otros, generalmente, tienen hacia él. En
efecto, el aprendizaje de la conducta apropiada a cada rol supone una interiorización de la
52
sociedad dentro del individuo. Éste puede, entonces, desplazarse fuera de sí mismo y evaluar
sus características y su conducta. Por ejemplo, un niño puede decir de sí mismo: soy un
buen/mal alumno, un buen/mal compañero, un buen/mal hijo,… o soy o no soy simpático,
atractivo, inteligente,…, pero siempre lo hará desde la perspectiva de los significados sociales
que ha aprendido.
En la psicología social actual existe cierto consenso en considerar que las actitudes
hacen referencia al grado favorable o desfavorable con que las personas tienden a juzgar un
determinado aspecto de la realidad social (Briñol, Falces y Becerra, 2007). A menudo, el
lenguaje común y el mediático usan el término “actitud” con el sentido de “manera de actuar”,
“forma de proceder”,… cuando, realmente, su sentido real es el de predisposición psicológica
a la actuación, basada en un juicio evaluativo sobre algo −sobre el “objeto” de la actitud−. La
psicología social ha otorgado y otorga un gran espacio al estudio de las actitudes, su génesis,
sus correlatos socioculturales, sus contenidos, su valor predictivo de la conducta o sus
53
El aire científico que posibilitaban los estudios de tipo cuantitativo para medir las
actitudes jugó un papel muy positivo para facilitar la emergencia de la psicología social como
disciplina (Garrido y Álvaro, 2007). En esa época surgió un auténtico fervor por la medida y
muchos psicólogos proclamaban que, por fin, la psicología podía ser tan científica como la
física. Fue destacable el apoyo económico que las grandes fundaciones −Ford, Carnegie,
Rockefeller,…− aportaron a la investigación actitudinal, contribuyendo a certificar el estatus
científico de la psicología social (Jiménez-Burillo, 2005).
Todas estas propuestas participan del auge de las técnicas psicométricas basadas en el
principio de Alfred Binet, según el cual todas las instancias psicológicas pueden medirse y
todas ellas deben definirse por principios métricos (González, López-Cerezo, Luján y Tortosa,
1998). El interés por la medición es extensivo a todas las ciencias sociales durante la década
de los años treinta del siglo XX. La realización de investigaciones mediante encuesta y las
técnicas estadísticas de tratamiento de datos brindaban la posibilidad a empresas, partidos
políticos y gobiernos de conocer el nivel de aceptación de sus productos, sus programas o sus
políticas. Sin embargo, el éxito de esta modalidad de investigación psicométrica para las
actitudes trajo consigo el fortalecimiento de un concepto muy particular sobre la actitud: la
aceptación del individualismo metodológico, amparado en la consideración de que es posible
54
En Francia son relevantes las figuras de Charles Blondel y de Maurice Halbwachs por
sus aportaciones sobre la memoria colectiva, centradas en el análisis de los marcos sociales de
la memoria. Blondel (1928/1966) y Halbwachs (1925/1994) coinciden en proponer que la
55
Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse o Erich Fromm forman parte de la primera
generación de la Escuela de Fráncfort.
El periodo que transcurre entre la década de los treinta y la de los cincuenta del siglo
XX se puede calificar de fundamental para la consolidación de la psicología social (Collier et
alii, 1996; Garrido y Álvaro, 2007; Jiménez-Burillo, 1986; Pepitone, 1981). Varios son los
motivos que explican esta consolidación y expansión, a los cuales nos referiremos en el
presente apartado.
Entre los temas de interés para la psicología social de esta época destaca el de los
grupos. Desde los años treinta del siglo XX se produce un incremento en la investigación
59
sobre los grupos en sus contextos naturales, sobre todo desde el Departamento de Sociología
de la Universidad de Chicago. Como señala Blanco (1989), durante la década de los veinte ya
se habían elaborado investigaciones sobre los grupos en contextos naturales: son muestra de
ello algunos estudios realizados en Chicago sobre comportamiento grupal en ámbitos muy
diferentes, como las bandas de jóvenes de los barrios o los elitistas clubes privados de reunión
de las clases altas. Esta línea de trabajo naturalista tendrá continuidad en los años posteriores
con la ampliación de ámbitos temáticos −estructura de clases, modos de vida de los
grupos,…− y cuyo ejemplo más conocido será el famoso libro de William Whyte “La
sociedad de las esquinas” (Whyte, 1943/1971) sobre las bandas de jóvenes en Chicago, donde
demuestra que la supuesta anomia social atribuida a estos jóvenes no es tal, pues sí existe una
fuerte adhesión a los valores propios del grupo.
Pero el cambio cualitativo que comienza en los años treinta −exceptuando las
mencionadas investigaciones sobre grupos realizadas en contextos naturales− consiste en el
auge del método experimental de laboratorio: prescindir de los grupos naturales e investigar
con grupos artificiales creados ex profeso. En 1931, había aparecido el texto de Lois Murphy,
“Psicología social experimental”, a decir de Jiménez-Burillo (2005) la primera vez que el
término “experimental” aparece explícitamente en un título de psicología social. En este texto,
Murphy indica que pese a no haber cuajado aún una psicología social experimental
sistematizada, ésta tendría que ser una tarea, entre otras de interés, que debería ocupar al
psicólogo social. De hecho, entre los años treinta y los cincuenta se produce un incremento
considerable en la utilización del método experimental en la investigación psicosocial, lo cual
60
Entre los trabajos experimentales sobre grupos destacan los de Muzafer Sherif sobre
cómo se forman las normas sociales en los grupos. Mediante la manipulación experimental de
la situación, sus célebres experimentos sobre el efecto autocinético ponen de manifiesto la
posibilidad de abordar experimentalmente el estudio de procesos psicosociales (Sherif,
1936/1966), abriendo camino a una rica tradición de investigaciones experimentales −como
las que llevaría a cabo, más tarde, Solomon Asch− acerca la presión uniformadora del grupo y
la respuesta individual de conformidad ante ella. Son importantes, asimismo, sus estudios
sobre competición y cooperación entre grupos (Sherif y Sherif, 1953), en los cuales se aplica
la manipulación experimental de la situación para crear y eliminar conflicto intergrupal, con
grupos formados ex profeso pero llevados a situaciones aparentemente naturales
−adolescentes en campamentos de vacaciones−.
Sin duda, uno de los autores que más destacan por la repercusión de sus contribuciones,
no sólo en el estudio de los grupos, sino en toda la psicología social y, especialmente, en la
consolidación del método experimental, es Kurt Lewin (Blanco et alii, 2005). Inspirado en los
planteamientos de la Escuela de la Gestalt, Lewin considerara al grupo interactivo como un
todo dinámico, con características sustancialmente diferentes a las de los miembros que lo
componen. Desde su perspectiva, la dinámica del grupo o conjunto de fuerzas que actúan en
él debe investigarse articulando teorización y experimentación. Las contribuciones de Kurt
Lewin sobre estilos de liderazgo, climas grupales o grupos de aprendizaje y trabajo (Lewin y
Lippitt, 1938; Lewin, Lippitt y White, 1939) inauguran una nueva línea de tratamiento en el
estudio de los grupos interactivos. En materia de estilos de liderazgo en grupos de trabajo, su
demostración empírica de que el liderazgo democrático mejora la productividad, frente al
autoritario y el permisivo, sirvió, además, para certificar los valores de la democracia, en un
momento de crisis social y política en el mundo.
fuente del self y de las variables psicológicas. Esta corriente tendrá gran influencia en la
psicología social de corte sociologista.
transmisión de rumores en los contextos sociales; o los trabajos sobre el motivo de logro de
David McClelland, que describen las características del tipo de motivación asociado a la
superación de desafíos en la vida social. Mención aparte, merecen las investigaciones de
Jerome Bruner, en la formulación de lo que se denominará “new look in perception”, que
supone la inclusión de las motivaciones, expectativas, experiencias, actitudes y valores de los
sujetos dentro del proceso de percepción de la realidad, lo que convierte a la percepción
humana en un proceso dinámico y selectivo que va más allá de la información efectivamente
dada. Las investigaciones de Bruner constituyeron una influencia importante tanto para los
planteamientos de la cognición social, que posteriormente triunfarán en la psicología social,
como para los de la tradición sociocognitiva europea.
La psicología social vivió en el periodo que transcurre entre la década de los treinta y la
de los cincuenta del siglo XX un extraordinario desarrollo: consolidación de la
experimentación, ampliación temática, formulación de teorías explicativas, impulso de la
aplicación y reconocimiento institucional. Este desarrollo seguirá con una nueva etapa de
expansión en las dos décadas posteriores.
Entre las décadas de los sesenta y los setenta del siglo XX, la psicología social vive un
segundo momento de expansión y de gran producción investigadora y editorial. La
consolidación de líneas de investigación, de institutos y departamentos universitarios, así
como de las numerosas formulaciones teóricas surgidas en la etapa anterior, seguirá
promoviendo el desarrollo de la disciplina.
− La teoría de las bases del poder de French y Raven (1959), que define el poder como
el cambio conductual producido en un sujeto como consecuencia de la acción particular de
otra persona o grupo de personas. Esta relación puede aparecer en situaciones sociales muy
66
diversas: desde relaciones en ámbitos formales, hasta las que se producen en la familia,
relaciones de pareja, amistosas,… e, incluso, a través de los mass media. French y Raven
describen cinco tipos de poder: el poder de recompensa, cuya base es la capacidad de una
parte para distribuir recompensas valiosas para la otra; el poder coercitivo, basado en la
capacidad para castigar o sancionar; el poder de referente, cuya base es la identificación con
el agente de poder; el poder del experto, basado en la mayor capacidad, experiencia o nivel de
conocimientos de una de las partes; y el poder legítimo, que está basado en prescripciones
legales o morales.
− Los trabajos de Martin Fishbein y Icek Ajzen sobre las relaciones entre actitudes y
conducta. La cuestión clave es en qué grado las actitudes son predictivas de la conducta o,
dicho de otra manera ¿actuamos las personas como pensamos? ¿nuestro comportamiento
siempre refleja nuestros posicionamientos internos? A este respecto, Fishbein y Ajzen (1975)
proponen la teoría de la acción razonada, según la cual la conducta realizada por una persona
dependerá de tres factores: la probabilidad percibida de que esa conducta dé lugar a
determinados efectos, el nivel de deseabilidad que la persona otorga a esos efectos y la norma
social subjetiva o percepción acerca de cómo será acogida tal conducta entre los miembros de
su contexto social más próximo. Más tarde, Ajzen (1985), en su teoría de la acción
planificada, añadirá un nuevo factor: la capacidad que el individuo percibe en sí mismo para
llevar a cabo con éxito tal conducta. De este modo, el comportamiento humano no siempre
será un reflejo del posicionamiento actitudinal, sino que entrarán también en juego presiones
sociales y autoevaluaciones personales.
− Los estudios sobre grupos de trabajo, como los desarrollados por Steiner (1972), que
realiza una tipología de tareas grupales y destaca en qué circunstancias los grupos pueden
perder rendimiento debido a una mala gestión del proceso interactivo. Aparece también en
este periodo un enorme interés por los estilos de liderazgo que resultan más efectivos en la
dirección de equipos de trabajo. Entre la gran cantidad de estudios al respecto, destacamos los
de Blake y Mouton (1964) que diferencian las distintas maneras de ejercer el liderazgo
formal, en función de que el director del grupo conceda mayor o menor importancia a dos
dimensiones bipolares: la orientación hacia la tarea y la orientación hacia las personas. En
torno a estos dos ejes se situarán las diversas posiciones que puede adoptar el liderazgo
formal.
− Los estudios que permitieron conceptualizar el apoyo social, como los realizados por
Cassel (1974) o por Cobb (1976). En ellos se pone de relieve el papel del apoyo social en el
bienestar emocional y la salud física de las personas, así como que la integración social es una
necesidad básica para el ser humano: formar parte de redes relacionales establecidas con
familiares, amigos, compañeros o vecinos predice bienestar y salud, al contrario de lo que
ocurre cuando la persona no dispone de tales redes.
como factor determinante de la conducta, pues como afirma Herrero (2004) la novedad de
Bronfenbrenner es incluir en su modelo explicativo la dinámica de influencias entre los
propios ambientes en que se halla inmersa la persona. Así, considerará cuatro contextos
socioecológicos que condicionan el desarrollo psicológico del individuo: el microsistema de
influencias relacionales y grupales directas, el mesosistema o relaciones de influencia mutua
entre los microsistemas, el exosistema o influencias de los microsistemas a los cuales
pertenecen las personas con quien ese individuo se ha de relacionar y el macrosistema de
influencias sociales, culturales, económicas, políticas e institucionales. La obra de Urie
Bronfenbrenner será crucial para entender el desarrollo de los modelos socioecológicos que
ponen su énfasis en los contextos sociales como condicionantes de la conducta humana.
Con respecto a lo que pasaba en Europa durante los años sesenta y setenta, Cartwright
(1979) e Ibáñez (1990) se refieren a este periodo como de un retorno americanizado de la
disciplina, en el cual las producciones estadounidenses determinarán las producciones
europeas. Pero este periodo de americanización encontrará salida en la producción de una
psicología social europea con personalidad propia, caracterizada por un mayor énfasis en los
aspectos sociales, frente a la primacía de los planteamientos individualistas de la psicología
social estadounidense.
Las aportaciones europeas más destacadas tienen lugar en el Reino Unido y en Francia.
En este primer país, Henri Tajfel dará a conocer sus estudios sobre percepción, inspirados en
las investigaciones de Jerome Bruner, y consigue aglutinar en la Universidad de Bristol a un
activo grupo de investigadores, entre los que figuran nombres como John Turner, Howard
Giles o Michael Billig. En la década de los setenta se crea el “British Journal of Social
Psychology” y el “European Journal of Social Psychology”. El propio Tajfel dirigirá la
publicación de la prestigiosa colección de monografías “European Monographs in Social
Psychology”. Estas publicaciones proporcionarán a la psicología social europea la fuerza
necesaria para dar a conocer sus estudios y propuestas teóricas (Ibáñez, 1990).
En el Estado español, hay que mencionar la figura de Miquel Siguan. En una época de
transformaciones sociales y políticas, como consecuencia del final del franquismo, Siguan se
interesa por la problemática y la dinámica de una sociedad encaminada hacia la
modernización de sus estructuras e instituciones (Carpintero, 2004). Su trabajo psicosocial se
dirige hacia el estudio de los movimientos sociales y al de las condiciones de vida de los
inmigrantes que llegaban al medio urbano desde el rural, así como hacia una psicología del
trabajo comprometida y orientada a la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores.
También destaca por sus estudios en sociolingüística, realizando investigaciones sobre el
bilingüismo, la convivencia lingüística y la situación social de las lenguas minoritarias.
Estudia el hecho social de las lenguas en contacto con una perspectiva basada en la superación
de conflictos y en la defensa de la diversidad cultural como factor enriquecedor de las
sociedades.
Hacia el final del periodo de expansión que ha sido expuesto en los apartados
precedentes aparecen numerosas formulaciones críticas, desde dentro de la disciplina,
respecto al modo dominante de hacer psicología social. Es la época de “la crisis”, datada en
torno a los años setenta del siglo XX. Nos referiremos a estas críticas e intentaremos
analizarlas, pero cabe decir antes que el cuestionamiento de los modelos teóricos y
metodológicos institucionalizados no incumbió sólo a la psicología social, sino, también y en
general, a las ciencias que tratan del ser humano y de la sociedad, incluyendo a la psicología
(Gil-Lacruz, 2007), si bien es cierto que, dentro de las ciencias del comportamiento, la
psicología social se resintió más ante la crítica, pues encajó peor los dos principales
argumentos de ésta: el individualismo teórico y metodológico imperante en los paradigmas
71
psicológicos al uso y las limitaciones del método experimental. Dicho de otra manera, aquella
psicología cuyo objeto de estudio es lo individual se sintió menos aludida por esos
argumentos críticos, mientras que la psicología social necesitó detenerse un momento a
reflexionar sobre sí misma.
Para entender la crisis de los setenta habrá que buscar los motivos no sólo en factores
internos de la disciplina sino también en el marco general del pensamiento científico, en
concreto la crisis del pensamiento moderno y la cuestión de los límites de la razón (Crespo,
1995; Ovejero, 1999). Las ciencias sociales son herederas de la Modernidad y una de las
características más singulares de ésta es la confianza depositada en el progreso fundamentado
en la razón. Los pensadores de la Ilustración consideraban que existía una relación esencial
entre racionalidad, progreso y libertad: el predominio de lo racional conducirá a la libertad y
al progreso. La crítica posmoderna pone en duda tanto la relación directa y no conflictiva
entre razón, progreso y libertad, como la creencia en la seguridad y positividad de la razón.
sesenta y en esta misma línea, Orne (1962) realizó estudios en los que puso de manifiesto que
los resultados de los experimentos de laboratorio pueden estar contaminados por ciertas
características de las propias situaciones experimentales, que influyen sobre los sujetos
participantes: desde indicios que sugieren la hipótesis experimental, hasta la aquiescencia para
responder positivamente a los requerimientos del experimentador. Por su parte, Rosenthal
(1963, 1967), además de comprobar también los sesgos de expectativa y de aquiescencia,
añadió los sesgos en los que incurre el investigador durante la recogida o la interpretación de
los datos. Lo relevante de estos estudios es que ponen en cuestión la validez y objetividad de
los resultados obtenidos, sirviéndose, para ello, del método experimental.
Pero las dudas no sólo se dirigen a la metodología, sino también al modelo de ciencia
que sigue la psicología social y al modelo de ser humano que se deriva. En la obra “La
explicación de la conducta social” de Rom Harré y Paul Secord, los cuestionamientos sobre la
psicología social dominante se refieren tanto a los planteamientos metodológicos como a los
teóricos. Harré y Secord (1972) critican la imagen mecanicista del ser humano que propone la
investigación experimental y la pretensión de que la actuación de las personas en la sociedad
esté regida por leyes explicativas de carácter universal e infalible.
Más explosiva fue la aportación al debate de Kenneth Gergen, con su artículo “La
psicología social como historia”, tanto por su radical cuestionamiento como por el debate que
propició y las críticas que se le dirigieron. Gergen (1973) proponía que la psicología social es
más histórica que científica, pues el conocimiento que genera no es acumulativo. Añade
Gergen que eso es así no por algún tipo de deficiencia inherente y salvable mediante una
mayor nivel de rigurosidad, sino, simplemente, porque la psicología social estudia fenómenos
y procesos fundamentalmente inestables, dada su natural supeditación a las condiciones
históricas y culturales. Para Gergen, la mayoría de las investigaciones en la psicología social
experimental se focalizan en lo que ocurre en segmentos escasos de segundos o minutos,
habiéndose centrado muy poco en la función de esos segmentos dentro de su contexto
histórico; la consecuencia es que se dispone de escasa teoría que trate de la interrelación de
acontecimientos a lo largo de periodos dilatados de tiempo. Los factores políticos,
económicos e institucionales son todos ellos inputs necesarios para una comprensión
integrada. Concentrarse sólo en lo psicológico, dice Gergen, proporciona una comprensión
distorsionada de la condición humana.
¿Cómo se resolvió la crisis? Rijsman y Stroebe (1989) explican que la crisis condujo, a
partir de los años ochenta, a una división de la disciplina. Por un lado, se mantuvo el viejo
paradigma experimentalista, con su asimilación al modelo de las ciencias naturales y con un
marcado acento cognitivista. Por otro, se desarrollan modelos alternativos, como el etogénico
o el construccionismo social, que rechazan el paradigma experimentalista y el método
hipotético-deductivo para la psicología social. En una posición intermedia se ubicarían
algunas propuestas del sociocognitivismo europeo, como las de Serge Moscovici. De hecho,
Moscovici (1989) reclamará un estatus científico independiente para la psicología social, sin
que ello evitara una cierta continuidad del conocimiento psicosocial con el psicológico, pero
también con el sociológico, el antropológico o el histórico.
A finales de los noventa, algunos autores como Ovejero (1997, 1999) defendían que la
psicología social aún no se había recuperado de la crisis, pues la disciplina seguía
mayoritariamente instalada en los modelos individualistas herederos de la ideología liberal
estadounidense y aislada de las demás ciencias sociales y humanas. El mismo Ovejero afirma
que las fronteras entre las ciencias sociales son, realmente, artificiosas y aboga por la
permeabilidad de la psicología social al resto de disciplinas afines −no sólo a la psicología− y
por articular un orden teórico y metodológico basado en la diversidad de enfoques.
Anteriormente, Blanco (1989) había descrito muy expresivamente cómo, desde los años
setenta, se produce una invasión de las teorías cognitivistas en la psicología social, que
institucionalizarán en ella los modelos teóricos de la cognición social. Aunque, junto a ello y
como consecuencia de la crítica, prosigue Blanco, convivirán otras corrientes que destacan la
importancia de las variables socioambientales en el comportamiento humano, además de
abrirse también el camino para la psicología social aplicada, orientada a la solución de los
problemas sociales relevantes.
Aunque la psicología social posmoderna ha sido cuestionada por algunos autores, como
Morgan (1996), por “parecer un cajón de sastre en el que todo entra”, lo cierto es que en
determinados sectores se considera que representa una postura sana para generar debate
dentro de la disciplina y para incrementar su versatilidad (Gil-Lacruz, 2007). Como afirma
Blanco (1995), la psicología social es una, pero se puede expresar de maneras diversas. Desde
una posición crítica al paradigma hegemónico, Stryker (1997) manifiesta que fundamentar la
producción de conocimiento en el experimento de laboratorio y en el estudio de los procesos
78
intrapsíquicos puede resultar muy útil para el propósito de cierta investigación básica, pero no
lo es tanto para atender a gran parte de los problemas sociales.
afirma Nouvilas (2007) la psicología social aplicada pretende dar respuesta a los problemas
socialmente relevantes, replanteándolos desde su perspectiva psicosocial e introduciéndose en
los contextos en los que se producen. La actuación aplicada ha permitido acercarse a
problemáticas sociales muy diversas, siempre relacionadas con el bienestar social y la calidad
de vida: problemática en los barrios, calidad de vida laboral, desarrollo organizacional,
promoción de la salud, humanización de la asistencia sanitaria, contextos educativos, políticas
de igualdad, integración social y condiciones de vida de los sectores sociales, conflictividad
social, actividades de ocio y cultura, movimientos sociales, seguridad ciudadana, marketing
de causas sociales, diseño de espacios construidos, consumo y economía,… y, en definitiva,
cualquier terreno que sea susceptible de optimización mediante el análisis y la intervención
psicosocial.
de análisis hacia los sistemas macrosociales y no sólo hacia las variables individuales y
relacionales.
− Utilización del conocimiento en el mismo contexto del que proviene. De este modo,
se cierra el ciclo y se retorna al primer elemento: la mejora de la calidad de vida de los
individuos, los grupos y las sociedades.
Fue también suceso de esta época −al menos dentro de los sectores interesados por la
psicología social aplicada− la recuperación de las propuestas de Kurt Lewin sobre
investigación-acción: la investigación y la praxis interventiva son las dos caras de un mismo
proceso. La investigación de un problema social genera un intento científico para modificarlo,
y la aplicación de este intento sigue generando conocimiento sobre el problema, su contexto,
sus dimensiones y sus causas (Nouvilas, 2007). Esta idea lewiniana tuvo importante
repercusión en el desarrollo de la psicología comunitaria y en las intervenciones en entornos
vecinales −barrios− y servicios sociales comunitarios (Montenegro, 2004a; Sánchez-Vidal,
2007), así como también en el ámbito educativo (Elliot, 1990; Pérez-Serrano, 1990) e,
incluso, en el organizacional (French y Bell, 1996).
En los últimos años, la psicología social aplicada se ha hecho eco de las aportaciones de
la corriente llamada “psicología positiva”1. Esta corriente, surgida en el ámbito de la
psicología clínica, pone el punto de mira en la potenciación de los recursos psicológicos y
sociales de la persona para la consecución del bienestar, más que en el análisis de los rasgos
patológicos y la enfermedad mental (Vázquez y Hervás, 2008). Se identifican como factores
de bienestar: las relaciones sociales, la potenciación de las capacidades, la implicación
personal en los asuntos cotidianos y la influencia positiva sobre los acontecimientos. Tal
visión de las cosas contiene también referentes para la psicología social aplicada, en el sentido
de promoverse intervenciones −en el terreno comunitario, organizacional, educativo,…−
tendentes al desarrollo positivo de las personas y los grupos, más que al diagnóstico y
paliación de problemas específicos. Emerge, en este contexto, el concepto de “capital social”,
entendido como aquellas potencialidades de la persona que se derivan de sus relaciones
sociales, y que son utilizadas como instrumentos para aumentar la capacidad de acción y
satisfacer objetivos y necesidades en la vida social, al tiempo que facilitan la cooperación
interpersonal en beneficio mutuo (Gil-Lacruz, 2007).
1 El adjetivo “positiva” alude a la potenciación de las capacidades de la persona, frente a la visión “negativa” que
focaliza sobre la patología. No tiene que ver, por tanto, con una alusión explícita al positivismo, aunque la corriente de la
psicología positiva sí utiliza los presupuestos de la investigación científica tradicional.
82
− Psicología ambiental.
− Psicología jurídica.
− Psicología de la comunicación.
Munné (1989), por su parte, distingue cinco grandes marcos teóricos en psicología
social, en los que advierte, dado el carácter paradigmático que poseen, supuestos
epistemológicos propios, procesos formativos particulares y productos teóricos genuinos.
Estos marcos son, según Munné, los siguientes: el psicoanálisis social, el conductismo social,
el cognitivismo social, el interaccionismo simbólico −con sus enfoques afines, como la
etnometodología− y la psicología social marxiana. Del mismo modo, Ibáñez (2003) distingue
también cinco grandes orientaciones en la psicología social: el interaccionismo simbólico, el
conductismo social, la orientación psicoanalítica, el guestaltismo y cognitivismo y el
socioconstruccionismo.
84
Para el desarrollo de este capítulo hemos optado por la agrupación de las diferentes
teorías siguiendo un criterio de adscripción a sistemas teóricos, agrupando las teorías en
función de que compartan supuestos, principios, postulados o perspectivas. En la medida en
que algunas de las corrientes que conforman la psicología social confluyen en supuestos y
propuestas, y se manifiestan como formas características de hacer psicología social, podrán
ser agrupadas bajo el mismo epígrafe. La sistematización que seguiremos en este capítulo es
la siguiente:
1) La orientación psicoanalítica.
3) La orientación guestaltista.
4) La orientación cognitivista.
5) La orientación sociocognitiva.
9) La perspectiva evolucionista.
La orientación psicoanalítica
Las teorías de Sigmund Freud se difundieron con gran celeridad por todo el mundo
académico y profesional de la psicología desde las primeras décadas del siglo XX. El
instintivismo de Freud, que difiere en muchos aspectos del de McDougall, contribuyó también
a que los psicólogos sociales fijaran la atención en la importancia de los instintos en la
conducta social. Sin embargo, la influencia de Freud en la primera psicología social no fue tan
fuerte como la de McDougall, probablemente porque los instintos que postulaba Freud eran
más lejanos, menos definidos y más difíciles de manejar que los de McDougall (Allport,
1968).
85
En otro orden de cosas, Freud realiza un análisis de la conducta grupal, tomando como
punto de inspiración los estudios de Le Bon sobre la conducta de las multitudes. Freud
(1922/1987), en su libro “Psicología de las masas”, intentó especificar la naturaleza y el
origen de los vínculos emocionales que se producen en el seno de los grupos. Consideraba
que en un grupo típico con un líder definido y sin una organización formal concreta, este líder
se constituye temporalmente en objeto común de orientación emocional, sustituyendo a los
vínculos parentales que dieron origen al superyó. A medida que los miembros del grupo
utilizan al líder como sustituto de sus superyós, establecen entre ellos una identificación
general y recíproca del yo. Pero también reconoce Freud que el individuo no desaparece
pasivamente en la pertenencia al grupo, sino que la identificación es limitada y diferenciada
86
para los individuos en cuestión. Cada individuo establece vínculos grupales en muchas
direcciones, lo que ayuda a equilibrar la personalidad. Precisamente, para Freud, las
filiaciones estables al grupo constituyen la base de una personalidad estable (Schellenberg,
1981).
Las aportaciones de Freud a la psicología social son motivo de controversia para los
mismos historiadores de la disciplina. En todo caso, como afirma Buceta (1979) las
discrepancias se refieren al alcance de la influencia pero no tanto al hecho de la misma. Hay
autores, como Gerth y Mills (1984) o Hollander (1982), que atribuyen importancia al
psicoanálisis en el desarrollo de la psicología social. No hay que olvidar que Freud enfatiza la
causalidad de las experiencias relacionales infantiles en el desarrollo de la personalidad,
además de reivindicar el papel del superyó como “guardián moral de la conciencia” y fruto de
la socialización. Ambos elementos de la teoría freudiana poseen una cierta idiosincrasia
psicosocial, al menos para poder inspirar hipótesis.
Hall y Lindzey (1968) consideran que las contribuciones de Freud a la psicología social
pueden resumirse en los siguientes contenidos: socialización del individuo, estructura y
dinámica familiar, psicología de los grupos, origen de la sociedad y naturaleza de la cultura
humana. Destacan Hall y Lindzey que el psicoanálisis tuvo alguna influencia concreta, muy
significativa, en la psicología social: los estudios de Theodor Adorno y su equipo sobre el
prejuicio etnocentrista basado en la personalidad autoritaria, una configuración de
personalidad caracterizada por la adhesión incondicional a los valores convencionales del
endogrupo y por el rechazo hacia quien los desconfirmara. Los propios autores de la teoría de
la personalidad autoritaria reconocían explícitamente su deuda con los planteamientos
freudianos (Adorno, Frenkel-Brunswick, Levinson y Sanford, 1950/1965).
Por otro lado, Ventosa (1990) recuerda que las propuestas psicoanalíticas se han
utilizado en el área de los estudios psicosociales sobre delincuencia y conducta antisocial. A
este respecto, fueron relevantes las explicaciones de Bowlby (1951/1982) sobre la relación
entre delincuencia juvenil y privación maternal en la infancia, aunque se confundió al
reivindicar el rol tradicional femenino como medida preventiva del desajuste y la conducta
antisocial. Más allá de este error, muchos psicólogos sociales actuales podrían asumir la
hipótesis de trabajo que se deriva de la propuesta de Bowlby: hay una incidencia de factores
87
familiares en la conducta antisocial de los jóvenes. Las ideas psicoanalíticas, en general, han
influido en los trabajos de investigación −desarrollados desde otras perspectivas teóricas−
sobre los procesos de socialización y desarrollo social del niño, su educación y crianza. Hay
que mencionar también, en otra vertiente, la influencia del psicoanálisis en John Dollard y
Neal Miller y su teoría neoconductista de frustración-agresión.
También destacables son los trabajos de Sarnoff (1960), quien propone una teoría de
inspiración psicoanalítica en la formación y cambio de actitudes. Su posición consiste en
afirmar que las actitudes humanas tienen como función la reducción de la tensión existente en
la psique. Para Sarnoff, la actitud de una persona hacia cierta clase de objetos está
determinada por el papel que juegan dichos objetos en la reducción de la tensión causada por
determinadas motivaciones o por determinados conflictos entre motivos. Una concepción
similar también puede encontrarse en Katz (1960), quien destaca el papel funcional de
defensa del yo que poseen las actitudes.
Por su parte, Munné (1989) considera que el psicoanálisis social, propiamente dicho, no
comienza hasta que se eliminan los dos escollos en los que había quedado anclado el
freudismo: el biologicismo −no alcanzado, pero deseado− y la valoración de la vida
88
sociocultural limitada a los aspectos negativos de la misma. Para Blanco (1988), la influencia
del psicoanálisis es mucho más modesta y considera innecesaria la inclusión de la orientación
psicoanalítica como un referente teórico en psicología social. A este respecto, en los manuales
al uso de psicología social esta orientación es la que menos espacio ocupa, al compararla con
la cognitivista, la conductista o la guestaltista (Garrido y Álvaro, 2007; Jiménez-Burillo,
Sangrador, Barrón y De Paúl, 1992).
Taylor (1998) señala dos factores por los cuales el conductismo perdió protagonismo en
la psicología social. En primer lugar, por la ubicación que realiza de las causas de la conducta
sólo en el ambiente externo y no en la interpretación que hacen los individuos. En segundo
lugar, por su focalización sobre la conducta, sin atender a la actividad mental interna,
ignorando así buena parte de la experiencia psicológica. Estas dos características definitorias
del conductismo colisionan con las propuestas de las teorías guestaltistas y cognitivistas,
mayoritarias en la historia de la psicología social institucionalizada, motivo por el cual la
influencia del conductismo se vio menguada dentro de esta disciplina. A esto hay que añadir
89
Entre las décadas de los veinte y los cincuenta del siglo XX las teorías conductistas
tienen una presencia hegemónica en la psicología estadounidense, pero habrá que esperar a
los posteriores desarrollos neoconductistas para encontrar una impronta más significativa en
la psicología social. La psicología conductista tiene su origen en los Estados Unidos, a partir
de los trabajos desarrollados en los años veinte por John Watson, influido por la investigación
etológica de Edward Thorndike sobre adquisición de conductas en animales y por la
reflexología soviética, en especial las investigaciones sobre reflejos condicionados de Iván
Pávlov. Es característico del conductismo su deseo de construir una ciencia experimental de la
conducta observable, lo cual se mostraba irreconciliable con el psicoanálisis, que, en la misma
época, postulaba una psicología de la dinámica interna de la mente y cuyo método de
conocimiento era la casuística clínica y nunca la experimentación. Como afirman Pérez-
Garrido, Tortosa y Calatayud (1998), Watson pretende construir una ciencia natural de la
conducta humana, es decir, no tiene dudas sobre la adscripción de su psicología a las ciencias
naturales, en tanto que estudia el comportamiento observable del animal humano y lo hace
desde presupuestos estrictamente experimentalistas, aunque también reconoce el carácter
aplicado de su ciencia para la mejora de la sociedad.
Skinner (1953/1981a), en la más pura tradición conductista, propone que los patrones de
conducta son adquiridos, mantenidos o abandonados a partir de las consecuencias que esa
91
conducta tenga para el individuo que la realiza. De este modo, las contingencias ambientales
determinarán, afirma Skinner, el comportamiento de los individuos:
Skinner defiende que no es posible estudiar los procesos internos −la mente−, ya que,
según su propuesta, no son susceptibles de ser observados ni verificados experimentalmente.
Es rasgo característico de su formulación el rechazo a las explicaciones mentalistas y, por
tanto, también a las variables internas que puedan tener presencia en el esquema estímulo-
respuesta. Así, desde su perspectiva, se considera que “conducta” es, estrictamente, lo
observable y que es sólo un producto de la interacción adaptativa con el ambiente. La
conducta social será resultado de contingencias de refuerzo acaecidas en el marco de las
relaciones entre individuos: por ejemplo, el lenguaje, como una modalidad de conducta social,
92
se aprende por condicionamiento operante, como ocurre con cualquier otro comportamiento
(Skinner, 1957/1981b).
Más tarde, Miller y Dollard (1941), en su obra “Aprendizaje social e imitación” abordan
otra línea de investigación, dirigida, esta vez, a explicar la adquisición de conductas a través
del aprendizaje por imitación. Su propuesta es que en la infancia se adquiere una tendencia a
imitar, que aumenta progresivamente debido al refuerzo positivo de las respuestas imitativas
ante el modelo. Así, en la interacción social la imitación opera proporcionando,
simultáneamente, el modelo de conducta y el refuerzo. La imitación se generalizará a nuevas
situaciones fuera del momento en que se produce, es decir, no ocurrirá sólo de forma
mecánica ante el modelo. La imitación social, según Miller y Dollard, como principio de
aprendizaje conductual, tiene un papel importante en la conformidad normativa −la
aceptación de las normas y convenciones convivenciales− y en la adquisición del lenguaje.
Sin embargo, Bandura (1965) sostendrá que la anterior explicación es incompleta, pues
no da cuenta de cómo se produce la adquisición de respuestas conductuales que la persona
aún no conoce. Albert Bandura propone que la adquisición de respuestas imitativas es fruto de
la observación del comportamiento de otra persona que sirve de modelo, no siendo necesario
el refuerzo hasta la ejecución por parte del observador de las conductas imitadas. En este
sentido, el refuerzo actuaría más para mantener la conducta que para adquirirla. La
94
Un campo en el que Albert Bandura aplicó sus conceptos fue el de la conducta agresiva.
Bandura (1973) comprueba que los niños aprenden la conducta agresiva de los adultos, de
otros niños o de los medios de comunicación, por medio de la observación y la imitación. Las
imágenes de la conducta del modelo se archivan en la memoria del observador y,
posteriormente, cuando se presente la ocasión oportuna, serán recuperadas en la realización
del acto agresivo. Si los modelos violentos obtienen recompensas sociales −reputación,
reconocimiento,…− como consecuencia de su conducta, la imitación será más probable. En
todo caso, si la conducta agresiva del observador no es reforzada cuando la ponga en práctica,
tenderá a extinguirse.
ejemplo, elogio de los padres, respeto de los compañeros,…− que los niños han obtenido
como consecuencia de realizar tales conductas (Geen, 1990).
actitudes y las opiniones del receptor. Según este modelo, una comunicación tendrá eficacia
persuasiva cuando es capaz de estimular la motivación del receptor para aceptar la idea
propuesta. Las implicaciones del estudio de la persuasión son múltiples: educación,
publicidad, política, religión, relaciones informales, campañas de salud,…
El objetivo del equipo de investigadores del grupo de Hovland fue determinar qué
características de la fuente comunicativa, del mensaje y del receptor hacen más fácil la
persuasión. Se pretende estudiar de qué manera se puede aumentar la influencia de la
comunicación que pretende ser persuasiva. Basándose en el análisis emisor-mensaje-receptor
se estudiaron experimentalmente un sinnúmero de variables que inciden en la persuasión:
características del emisor, rasgos del receptor, orden en la presentación de los argumentos,
argumentos racionales o emocionales en el mensaje, efectos de las comunicaciones que
provocan temor, efectos de las características del contexto de la comunicación persuasiva,…
Estas investigaciones permitían una clara traducción aplicada, en términos de incidencia sobre
aquellas variables que posibilitan cambios actitudinales en el receptor o receptores.
William McGuire es uno de los principales seguidores de esta prolífica línea e interpreta
el modelo de la comunicación persuasiva en base a los dos procesos que acontecen en el
receptor cuando es persuadido, esto es, la recepción del mensaje y la aceptación del mismo,
así como a la influencia que todos los elementos implicados en la comunicación persuasiva
ejercen sobre esos dos procesos (McGuire, 1968, 1985). Para que un mensaje tenga efectos
persuasivos ha de ser, en primer lugar, atendido, bien comprendido y retenido por el receptor
−factor recepción− y, en segundo lugar, ha de ser aceptado por éste. Si falla uno de los dos
factores, el cambio actitudinal será poco probable. McGuire investiga las relaciones de estos
dos factores con ciertas características individuales. Así, por ejemplo, las personas con escaso
97
interés por el mundo que les rodea y aquéllas con menor nivel de inteligencia tendrán más
dificultades para la recepción de un mensaje contradictorio con sus actitudes previas.
El punto que conecta entre sí las teorías del intercambio social desarrolladas en la
década de los cincuenta y los sesenta es su visión economicista de la interacción social. Por
ello el rótulo de “intercambio” social. El argumento cardinal de esta concepción, siguiendo la
propuesta precursora de Homans (1958), reside en la consideración de que las personas, en
sus relaciones sociales, realizan comparaciones y cálculos sobre costes y beneficios, con el fin
de mantener una relación social equilibrada y basada en el equilibrio entre ambos factores.
Qué se obtiene y qué se invierte −o se deja de ganar− en una relación social serán factores
configuradores de la motivación a establecer o a mantener tal relación. El intercambio alude a
todo tipo de relaciones sociales, sean éstas amorosas, familiares, amistosas, laborales,... La
propuesta de George Homans tiene la peculiaridad de que, además de asumir los presupuestos
básicos de la teoría conductista del aprendizaje, utiliza analogías de la economía y agrega
concepciones vinculadas a la noción de justicia, componiendo así un modelo de motivación
humana con un destacado ingrediente de cálculo racional.
El núcleo central de estas teorías fue explicar el intercambio social en base al interés
particular que los actores de una interacción dada tienen por obtener beneficios de la misma;
beneficios, por otra parte, que son esperados por ellos (Morales, 1981). Pero el concepto
mismo de intercambio adquiere diferentes significados según las diferentes teorías, pues no
puede hablarse de una sola teoría del intercambio. La definición más amplia, basada en la
relación entre costes y beneficios, corresponde a Homans (1958), anteriormente mencionada.
A partir de ahí otros investigadores desarrollarán propuestas más específicas.
Por su parte, Blau (1964/1983) mantiene que no toda conducta de relación supondrá un
intercambio, sino que sólo se dará éste cuando las conductas relacionales buscan
intencionadamente unos resultados. Sostiene la importancia otorgada a los incentivos de
recompensa, así como las analogías económicas, pero además incluye en su explicación la
influencia grupal en la definición de costes y beneficios, la búsqueda de aprobación social y el
deseo de diferenciación individual para obtener mayores recompensas de la relación.
Finalmente, hay que citar la teoría formulada por Adams (1965) conocida como teoría
de la equidad, la cual se relaciona con las propuestas de Festinger sobre la comparación social
y la disonancia cognitiva. Para Adams, en el intercambio social, las personas comparan y
evalúan la diferencia entre sus aportaciones y los resultados que obtienen. La percepción de
inequidad produce una tensión cognitiva y afectiva, ante la cual la persona tiene varias
alternativas: modificar sus aportaciones, distorsionar cognitivamente sus aportaciones o sus
resultados −cuando no sea posible mejorarlos−, intentar influir sobre otras personas para
conseguir equidad, cambiar el criterio de comparación o, por último, abandonar el campo de
comparación. La teoría de la equidad ha tenido aplicación, no sólo en el terreno de las
relaciones informales, sino también en la explicación de la motivación laboral.
Existen otras líneas de investigación de interés para la psicología social que están
influidas por el conductismo y por el neoconductismo. Sumariamente, pueden mencionarse
los siguientes:
− Las investigaciones sobre atracción interpersonal de Lott y Lott (1972), que ponen de
manifiesto que la atracción que una persona experimenta hacia otra se incrementará cuando de
la interacción con ésta se deriven consecuencias positivas para aquélla, y se reducirá en caso
contrario.
− Los trabajos de Berkowitz (1969) sobre la conducta agresiva, que revisan la teoría de
frustración-agresión de Dollard y Miller. Para Berkowitz la frustración no conduce
directamente a la puesta en marcha de una conducta agresiva, sino que lo hará a un
incremento del nivel de activación fisiológica del organismo, lo cual llevará o no a la
conducta agresiva, en función de la predisposición del individuo.
La orientación guestaltista
La psicología social guestaltista −del vocablo alemán Gestalt, que podría traducirse
como “forma” o “configuración”−, es contemporánea del conductismo y fue durante bastantes
años la orientación dominante en psicología social. Su eclipse y el paulatino desplazamiento
de su posición preponderante vendrán propiciados por la fuerza que tomará la orientación
cognitivista en psicología y en psicología social.
Sahakian (1982) explica que la tesis fundamental de Wertheimer y de la Gestalt era que
hay contextos donde lo que está ocurriendo en el todo no puede deducirse de las
características de las partes separadas, sino a la inversa: lo que le ocurre a una parte está
determinado por las leyes que explican la estructura interna del todo. Se podría sintetizar la
teoría de la Gestalt como la indagación de la relación que se establece entre las partes y el
todo y el estudio de las leyes de la organización perceptiva. El conocido principio “el todo es
más que la suma de las partes” es el exponente principal de la idea de que el mundo percibido
está organizado en “todos funcionales” o estructuras que le dan sentido. Es decir, las personas
reaccionan en función de cómo perciben o, dicho con otras palabras, en función del
significado que otorgan. Este acto organizador apela a un mecanismo de categorización
interno y connatural al individuo −la organización perceptiva se considera una capacidad
innata−. Así, la percepción, según el guestaltismo, incluye, no sólo una observación, sino
también cierta construcción de la realidad. La psicología social guestaltista recogerá los
presupuestos fundamentales de la psicología de la Gestalt para aplicarlos al estudio del
101
comportamiento social. De este modo, en torno a los años cuarenta del siglo XX surge una
orientación que resultará decisiva para la consolidación y expansión de la psicología social.
− La defensa del carácter activo del ser humano y la primacía otorgada a la autonomía
personal, frente al esquematismo estímulo-respuesta del conductismo.
102
Kurt Lewin
hecho conocido. Estos análisis deben estar vinculados a los hechos observables, mediante
definiciones operacionales. El objetivo es obtener de ahí un concepto general verificable
experimentalmente.
Las tres grandes aportaciones de Lewin a la psicología social son la teoría del campo, la
dinámica de grupo y el planteamiento de investigación-acción. En las siguientes páginas
analizaremos estas tres contribuciones.
En la teoría del campo, Kurt Lewin nos presenta a la persona permanentemente inserta
en un campo de fuerzas psicológicas. El concepto clave de esta teoría es el de “campo
psicológico” o “espacio vital”. Según Lewin, cualquier suceso psicológico, del tipo que sea,
es función del espacio vital de la persona, es decir, del conjunto de fuerzas interdependientes
formadas por el individuo y su entorno. Por lo tanto, para comprender el comportamiento de
una persona determinada, se deben considerar sus necesidades, sus metas, sus capacidades, su
percepción y su situación, aunque ningún factor será suficiente por separado. El espacio vital
está integrado, asimismo, por los acontecimientos pasados, presentes y futuros que puedan
ejercer su influencia; sin embargo, y pese a ello, cualquier conducta o cualquier cambio en un
campo psicológico depende, solamente, del estado de ese campo en ese momento. Esta noción
no implica desconsiderar la influencia de los acontecimientos no presentes; al contrario, el
campo pasado y el futuro constituyen dimensiones del campo presente, pero la conducta
dependerá sólo de cómo es en la actualidad el campo presente. El espacio vital, por otra parte,
abarca la totalidad de acontecimientos posibles −tanto explícitos como implícitos− que
determinan la conducta en un momento dado. Esto significa que existe una distinción entre la
realidad y la percepción personal de la realidad. La percepción puede ser correcta o
incorrecta, pero lo que la persona percibe es lo que determina su conducta (Lewin, 1948,
1951/1988).
La conducta, según Lewin, no está determinada solamente por las metas que el
individuo persigue, sino también por los obstáculos que encuentra. No puede planificarse la
104
conducta en base a esos obstáculos, pero éstos la van a limitar. Por ello, pasan a formar parte
del campo psicológico, lo que obligará a reconsiderar situaciones y, en consecuencia, a
seleccionar conductas. El movimiento dentro de un campo psicológico puede ser físico o
imaginado, lo cual hará posible diferenciar las situaciones en función de su nivel de realidad:
obviamente, es más fácil alcanzar metas en la imaginación que en la realidad, no obstante, la
persona puede imaginar conductas y comprobarlas. Cada movimiento dentro del campo o
espacio vital abre nuevas posibilidades y exigirá una reestructuración del mismo, si al
dirigirse a una meta se encontraran obstáculos o acontecimientos imprevistos.
La teoría del campo es una teoría compleja, tanto en sus elementos constitutivos como
en su formalización. De acuerdo con Blanco et alii (2005), sus características fundamentales
serían:
− Incluye un enfoque psicológico, pues tiene en cuenta las cosas que existen para el
individuo en su percepción.
− Se interesa más por la configuración del todo que por el examen aislado de las partes.
− La dinámica del grupo siempre ejerce un impacto sobre los individuos que lo
constituyen.
Lewin no publicó mucho sobre dinámica de grupos −fueron sus colegas y discípulos del
Centro de Investigación para la Dinámica de Grupos los que desarrollaron y difundieron sus
ideas−, pero sí lo suficiente como para que su impulso se constituyera en alternativa a la idea
de Floyd Allport acerca de una psicología del grupo reducida a la psicología del individuo
(Deutsch y Krauss, 1988).
Lewin entiende que, de la misma forma que es posible registrar con exactitud los
aspectos físicos, también será posible observar los aspectos sociales de la conducta
interpersonal con precisión y con un grado de confiabilidad satisfactorio. Pero la investigación
sobre los modos de comportamiento en la vida social carecerá de valor o utilidad si no se tiene
en cuenta el contexto o la “atmósfera social” como unidad más amplia en la que tiene lugar la
107
actividad de los individuos y los grupos. Es decir, lo que Lewin propone es contextualizar los
problemas sociales dentro de la realidad social en la que surgen.
El interés de Kurt Lewin es, pues, realizar investigaciones socialmente relevantes que
conduzcan a resultados que puedan ser utilizados para la mejora de la vida social. El modelo
de investigación-acción propugnado por Lewin entiende que la investigación no se reduce a
una teoría y a su consecuente aplicación práctica, sino que ambas, teoría y praxis, se integran
en un mismo y único proceso. Este modelo de investigación-acción combina e integra la
teoría y la praxis, a lo largo del tiempo y en diferentes grados: los conocimientos teóricos
sobre la vida social se construyen al mismo tiempo que se interviene sobre los sistemas
sociales para intentar comprenderlos y mejorarlos. De ahí que la separación entre ciencia
básica y ciencia aplicada no tenga sentido para Lewin, pues entiende que se trata de dos
dimensiones de un mismo proceso. Su posición epistemológica representa, en definitiva, un
intento por reconciliar la teoría y la praxis en la investigación psicosocial.
Fritz Heider
forma parecida a lo que hacen los científicos, y de esta manera intentan predecir tales
acciones y enjuiciar sus causas. La cuestión que se propone explicar Heider es cómo se usa el
sentido común para discernir el significado de los acontecimientos de la vida cotidiana. Este
paralelismo trazado entre la forma de operar del sentido común y la forma de hacer del
conocimiento científico le conduce a hablar de una “psicología ingenua” en la mente del
conocedor social cotidiano.
Heider fue, de hecho, el primer investigador que abordó el estudio del proceso de
atribución causal en las relaciones interpersonales (Morales, 1999b). La tesis que sostiene es
que, en las situaciones de relación interpersonal no sólo se produce una interacción
comunicativa y conductual sino que, entre los implicados en la relación, también se dan
percepciones de atribución causal, a partir de las cuales se realizan interpretaciones sobre las
acciones de los otros. La teoría de la atribución se refiere, pues, a la percepción que las
personas tienen respecto a la causalidad del comportamiento social o, dicho de otra manera, al
análisis “ingenuo” que éstas hacen para establecer asociaciones entre los comportamientos
observables y las causas inobservables. Heider (1958) señala que las personas pueden asociar
dos tipos de causas a los comportamientos: causas internas o personales, tales como
intencionalidad, capacidad, responsabilidad o deseo; y causas externas o ambientales, tales
como circunstancias, azar o características de la actividad.
Tanto la teoría de la atribución de Heider como la teoría del equilibro han sido muy
influyentes en la psicología social posterior. De la teoría de la atribución derivan la teoría de
las inferencias correspondientes, formulada por Jones y Davis (1965), y la teoría de la
covariación y configuración de Kelley (1967), que revisaremos en el apartado dedicado a la
orientación cognitivista. La teoría del equilibrio cognitivo influye, asimismo, en otros
investigadores contemporáneos de inspiración guestaltista: la teoría de la disonancia cognitiva
de Festinger (1957/1975), de la que nos ocuparemos posteriormente, recibe el influjo de las
investigaciones de Heider sobre el equilibrio.
hacia los cuales desarrollan actitudes positivas o negativas. Si las personas se sienten
mutuamente atraídas y tienen actitudes similares hacia terceros objetos, aparecerá un estado
de equilibrio. Así, la atracción mutua, será más marcada entre individuos que mantienen
actitudes y creencias similares.
Leon Festinger
Es indudable que las aportaciones de Leon Festinger, discípulo de Lewin, han tenido un
extraordinario impacto en la psicología social. Destacaremos tres de sus contribuciones
fundamentales y estrechamente interrelacionadas entre sí: la teoría de la comunicación social
informal, la teoría de la comparación social y la teoría de la disonancia cognitiva.
realizar comparaciones con aquéllos cuyas actitudes y aptitudes se perciben como más
atractivas, más similares o más próximas. La consecuencia es que si la persona percibe que
sus actitudes o aptitudes están muy alejadas del modelo de comparación, intentará
modificarlas para asemejarse más a los otros, o bien intentará transformar las de los demás
−por ejemplo, su forma de pensar−. Una tercera vía es sentir menor atracción por las
situaciones disímiles y dejar de compararse con un determinado grupo.
“yo fumo”− y las que se refieren a los sentimientos −“me gusta tener amigos como Luis”;
“me gusta fumar”− son más factibles de modificar que las que se refieren a acontecimientos
del ambiente −“Luis tiene ideas políticas contradictorias con las mías”; “el tabaco
perjudica”−. Por ello, será más probable que se intente modificar las relativas al
comportamiento y a los sentimientos. Otra opción será distorsionar cognitivamente la
importancia de lo discordante o, incluso, introducir nuevos elementos que reduzcan la
relación disonante. Todo ello tiene una especial trascendencia en el proceso de formación y
modificación de actitudes: cambiar elementos reduce la contradicción, pero añadir otros
nuevos, buscando información adicional, proporciona un peso añadido a uno u otro de los
elementos de la díada discordante, que podrá quedar fortalecido en las actitudes de la persona.
De las situaciones corrientes de la vida social en las cuales puede aparecer disonancia,
las que mayor volumen de investigación han generado son, entre otras, la toma de decisiones,
la obediencia forzada, los desenlaces imprevistos, los efectos posteriores a la decisión, las
transgresiones morales y la recepción de información discrepante con las propias
convicciones (López-Sáez, 1999, 2007a).
halle consonancia con la conducta que es forzado a realizar, mientras que ante una
recompensa elevada poseerá una justificación suficiente para no cambiar sus ideas en la
dirección de su conducta contraactitudinal. Lo que sucede es que la persona que no reciba una
recompensa significativa no dispondrá de justificación y será más probable que intente
cambiar sus creencias para que estén de acuerdo con su conducta realizada y, de esta manera,
eliminar la tensión o incomodidad de la disonancia. Sin embargo, en investigaciones
posteriores, como la de Simon, Greenberg y Brehm (1995) se comprueba que cuando la
actitud de partida es firme y el sujeto se da cuenta de su importancia, el cambio actitudinal es
difícil, utilizándose, en situaciones contraactitudinales, la trivialización de la conducta como
mecanismo para reducir disonancia, pero con poca probabilidad para el cambio de actitudes.
La teoría de la disonancia cognitiva fue decisiva para abrir el camino hacia el estudio de
los procesos cognitivos en la psicología social (Turner, 1999). Sin embargo, ha recibido
críticas por la noción de ser humano que plantea Festinger. Para Rodríguez-Pérez (1993) la
teoría de la disonancia cognitiva presenta a un ser que funciona, por sí solo, como un
microsistema con capacidad reducida para tratar información, interesado sólo por un número
limitado de objetos simbólicos, generalmente incoherentes, conflictivos o contradictorios.
Esto significa, según Rodríguez-Pérez, que estamos ante un ser socialmente aislado y
dominado por sus propias pasiones, pues son éstas las que deciden el sentido del cambio que
restaurará la coherencia; un ser que vive al margen de la cultura y de los grupos sociales y,
por tanto, al margen de aquello que configura las creencias, que, precisamente, son el objeto
de su debate cognitivo.
Muzafer Sherif
Las investigaciones realizadas por Muzafer Sherif constituyen otro punto de referencia
fundamental en la historia de la psicología social, especialmente por su aplicación de los
principios guestaltistas al estudio de procesos intragrupales e intergrupales. El estudio de las
relaciones entre la percepción y el comportamiento en grupo representa el núcleo de sus
trabajos. Sherif se aleja de la perspectiva individualista y psicologista, pues mantiene que en
la percepción de la realidad se producen modificaciones cuando los individuos perceptores se
encuentran en una situación en la que se identifican con un grupo o una categoría social.
115
Según Sherif, la mente del individuo se modifica en estas situaciones y se crean, en ese
contexto, una serie de productos colectivos que, posteriormente, se interiorizan.
Es necesario hacer también mención a las investigaciones de Muzafer Sherif sobre las
relaciones intergrupales y, especialmente, sobre el conflicto intergrupal, que dieron forma a la
teoría del conflicto realista. Desarrolla la tesis de que cuando un grupo social se encuentra en
competición con otro, aumenta la solidaridad intragrupal, al tiempo que se desarrollan
prejuicios hacia el otro grupo. Una de las conclusiones más interesantes de estos trabajos es
que pueden superarse situaciones de enfrentamiento y conflictividad intergrupal a partir del
establecimiento de objetivos comunes, para los cuales se necesite la cooperación de los dos
grupos previamente enfrentados. Sherif y Sherif (1953) realizan estudios con grupos creados
ex profeso de adolescentes en campamentos de vacaciones. Allí, primero provocan y después
resuelven una situación de conflicto intergrupal, mediante la manipulación experimental de
los objetivos de dos grupos de jóvenes. Cuando a los grupos se les planteaba metas
mutuamente incompatibles, estallaba el conflicto, la hostilidad, el prejuicio y la estereotipia
negativa. Cuando se planteaban metas mutuamente deseadas y sólo alcanzables mediante la
cooperación −metas “supraordenadas”−, se reducía el conflicto y sus correlatos psicosociales
y conductuales. La creación y reducción del conflicto intergrupal fueron demasiado
generalizadas y dependientes de factores grupales, como para poder ser atribuidas tan sólo a
predisposiciones individuales.
persuadir hay que encajar los argumentos dentro de los márgenes de aceptación de las
personas receptoras. No obstante, no debe descartarse que factores como la credibilidad o el
prestigio de la fuente puedan matizar significativamente esos efectos.
Uno de los aspectos singulares y relevantes de la teoría del juicio social radica en el
hecho de que estudia la influencia desde la percepción y desde cómo se produce un cambio a
partir de una fuente externa, lo que la diferencia de las teorías del equilibrio cognitivo o de la
disonancia, que ponen su énfasis en los procesos motivacionales y cognitivos internos.
Solomon Asch
Asch ha sido considerado como el guestaltista social más puro (Munné, 1989).
Mantiene que los hechos psicológicos pierden sentido si son aislados de su marco de
referencia, por lo que considera que los procesos psicológicos son siempre sociales. En la
obra de Asch, la esencia de lo psicosocial es la interacción: lo psicosocial es interactivo y
relacional y se cifra en un conjunto de hechos y procesos que son consecuencia de las
relaciones entre las propiedades de los individuos y los fenómenos sociales (Blanco, 1988).
− Las impresiones sobre una persona se organizan en función de unos rasgos centrales y
otros rasgos periféricos. Un rasgo central es capaz de modificar contundentemente el
significado de la impresión global. Por ejemplo, si se sabe de un sujeto que es “prudente”,
“inteligente” y “trabajador”, la impresión global que de él se tenga variará hacia significados
muy distintos según se añada que es “afectuoso” o que es “frío”.
118
− Cada rasgo que se percibe de una persona es una parte que influye en el todo de la
percepción global. A su vez, el todo percibido influirá sobre el significado de cada rasgo en el
marco de esa globalidad.
− Aunque se posea escasa información sobre una persona, se tiende a formar una
impresión global y organizada sobre ella.
Otra gran línea de investigación de Asch está constituida por los estudios sobre
conformidad normativa. En ellos comprueba que la percepción de la realidad y las opiniones
de un individuo se hallan influidas por la presión social hacia la conformidad ejercida por una
mayoría unánime. Inspirado por los estudios sobre el efecto autocinético de Muzafer Sherif,
Solomon Asch diseña un experimento de laboratorio con uno de los resultados más
sorprendentes de toda la historia de la psicología social −tal vez, junto con los experimentos
de Stanley Milgram sobre obediencia a la autoridad, que mencionaremos en párrafos
siguientes−. Asch (1956) plantea una situación en la que un grupo de siete personas debe
realizar juicios verbales acerca de su percepción de ciertas magnitudes, en una tarea
suficientemente sencilla como para que el número de errores en una persona adulta fuera
ínfimo. Sin embargo, seis de los miembros del grupo realizaban, propositivamente,
verbalizaciones erróneas sobre su percepción de tan fácil comparación de magnitudes,
dejando a un sujeto experimental “ingenuo” en una situación de franca minoría. Esta situación
era resuelta con un elevado porcentaje de respuestas también erróneas por parte de los sujetos
experimentales. La distorsión del juicio resultante es, según explica Asch, fruto de presiones
sociales que, por otra parte, se realizaban sin coacción explícita alguna por parte de la
119
mayoría: sólo la uniformidad mayoritaria producía el cambio en las respuestas del sujeto
aislado.
A partir de los trabajos de Sherif y de Asch sobre influencia social, surgieron numerosas
líneas de investigación. Entre ellas, destacan los conocidos experimentos de Stanley Milgram
sobre obediencia a una autoridad inmoral (Milgram, 1974). En estos experimentos, Milgram
demuestra que un porcentaje muy elevado de sujetos con características sociológicas medias
son capaces de torturar a un desconocido, siguiendo órdenes asertivas, aunque no coactivas,
de una figura de autoridad −en este caso, un supuesto profesor universitario que,
supuestamente, investiga los efectos del castigo en el aprendizaje−. La situación de castigo es,
desde luego, ficticia, aunque eso no es conocido por los sujetos experimentales, que piensan
que están causando daños reales −fuertes descargas eléctricas− a un sujeto que se equivoca en
120
La orientación cognitivista
− La organización mental de la realidad tiene como función proporcionar una guía para
la acción y una base para la predicción.
La noción de ser humano que presenta el cognitivismo fue uno de los motivos que
ayudó a su gran auge dentro de la psicología estadounidense, desde los años sesenta del
pasado siglo. El hecho es que tanto el psicoanálisis como el conductismo, pese a sus grandes
discrepancias, presentaban ambos unas nociones que, implícitamente y aun sin pretenderlo,
dejaban entrever dudas sobre algunos de los valores fundacionales de los Estados Unidos,
tales como el libre albedrío, la preeminencia del raciocinio o la capacidad de elección. Las
propuestas cognitivistas, por el contrario, permitían mantener explícitamente a salvo estos
valores que legitiman el individualismo ideológico.
enmarcan a las teorías guestaltistas en psicología social dentro de las cognitivistas, tal y como
aparece también reflejado en diferentes ediciones de “The handbook of social psychology”,
como es el caso del capítulo de Zajonc (1968a), el de Markus y Zajonc (1985) y, más
recientemente, el capítulo de Taylor (1998). Por su parte, Rodríguez-Pérez (1998) establece
una distinción entre dos psicologías cognitivistas: una inspirada en las teorías del
procesamiento de la información y otra que es resultado de la evolución de los planteamientos
guestaltistas. A pesar de estas afinidades entre la concepción de la Gestalt y la psicología
cognitivista, entendemos, como hacen, entre otros, Garrido y Álvaro (2007), que la génesis de
los presupuestos de la cognición social debe buscarse en las teorías del procesamiento de la
información, algo que le es único e indispensable a la psicología social cognitivista para
entender su desarrollo.
El libro de George Miller “El mágico número siete más menos dos: algunos límites de
nuestra capacidad para procesar información”, aparecido en 1956, suele ser considerado como
el primer punto de inflexión para entender el cambio de paradigma experimentado en la
psicología en dirección hacia el cognitivismo y alejándose del conductismo. Cuatro años más
tarde, el propio George Miller, Eugene Galanter y Karl Pribram firman “Planes y estructura
de la conducta”, otro texto fundamental en el mismo sentido. Ya en 1967, Ulric Neisser utiliza
el nombre de “Psicología cognitiva” para titular su libro. Neisser (1967) define la cognición
como el conjunto de procesos mentales a través de los cuales las entradas sensoriales se
transforman, se reducen, se elaboran, se almacenan, se recuperan y se usan. La cognición,
para Neisser, se refiere a todo lo que el ser humano puede llegar a hacer con su mente.
123
Según explica Ibáñez (1990), en las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX se
producen diferentes influencias teóricas que contribuyen al desarrollo del cognitivismo: la
aproximación de la psicología a la cibernética, las aportaciones teóricas en psicología de la
percepción de Aleksandr Lúriya, los planteamientos de la corriente del new look in perception
de Jerome Bruner, los primeros trabajos sobre representaciones sociales de Serge Moscovici y
el impacto de la teoría de la disonancia cognitiva de Leon Festinger. Pero, prosigue Ibáñez, la
orientación cognitivista, en el periodo referido, se caracteriza por una posición oscilante entre
lo opuesto y lo complementario con respecto a las orientaciones conductista y guestaltista. Es,
precisamente, esta relación la que marcará, en buena parte, su configuración final hasta
nuestros días. A ello nos vamos a referir en los párrafos que siguen.
Por otro lado, aunque el cognitivismo comparte con el conductismo la defensa del
método experimental, la utilización que de él hace no se limita al estudio de lo observable,
pues el cognitivismo, precisamente, se ocupa de lo que los conductistas habían desdeñado: la
mente, la “caja negra” del conductismo. Igualmente, mientras que el cognitivismo parte de
una concepción del sujeto como agente, el sujeto del conductismo se presenta sometido al
papel de mero elemento que reacciona a su ambiente, dotándolo de un carácter
fundamentalmente pasivo (Rodríguez-Pérez, 1993).
Sin embargo, pese a las diferencias notables de planteamiento, autores como Landman y
Manis (1983) sugieren puntos de similitud entre cognitivismo y conductismo. Uno de ellos
alude a que cognitivismo y conductismo comparten la defensa del experimento como método
para la investigación en psicología y en psicología social. El otro se fundamenta en que el
neoconductismo acepta, aunque sea condicionalmente, la existencia de procesos internos no
124
observables, por lo que podría pensarse que este neoconductismo forma parte de las bases
sobre las que emergerá el cognitivismo.
Aunque durante los años sesenta el peso del cognitivismo en la psicología es ya muy
destacado, la orientación cognitivista alcanza su carácter preponderante en la psicología social
con la edición, en 1972, del manual de Ezra Stotland y Lance Canon “Psicología social: Una
aproximación cognitiva” (Garrido y Álvaro, 2007). Posteriormente, esta corriente se extendió
a partir de la creación en 1980 de una sección sobre actitudes y cognición social dentro el
“Journal of Personality and Social Psychology” y, más especialmente aún, con la aparición de
la revista “Social Cognition” en 1982.
Desde otra perspectiva, Markus y Zajonc (1985) matizan que las emociones y
motivaciones deberían incluirse en el estudio de la cognición social, pues siempre están
presentes en ella y actúan sobre los mecanismos de procesamiento de la información. Las
estructuras cognitivas, añaden estos autores, reposan sobre factores sociales y culturales, que
también inciden sobre los mecanismos cognitivos. De todo ello se desprenden dos
planteamientos fundamentales. El primero es que las cogniciones acostumbran a ser
elaboradas y a funcionar en un entorno comunicacional, lo que, evidentemente, repercute
sobre ellas. El segundo es que las cogniciones sociales tienen consecuencias para otras
personas, por lo que el individuo procesador trata de anticipar esas consecuencias y, por lo
tanto, puede convertirlas en nuevas informaciones a procesar. Asimismo, las otras personas
127
Las teorías cognitivistas de la atribución tienen su origen en los trabajos de Fritz Heider
sobre la necesidad que tienen las personas de establecer explicaciones causales de los
acontecimientos que ocurren a su alrededor. La teoría de la atribución de Heider y sus
estudios sobre la “psicología ingenua” −de inspiración guestaltista y lewiniana− pretendían
dar cuenta de cómo las personas formulan inferencias causales sobre los acontecimientos que
ocurren en su medio relacional y cómo dichas inferencias constituyen mecanismos
primordiales para la comprensión del comportamiento ajeno. La investigación sobre estos
tópicos adquirirá una gran importancia en la década de los sesenta y setenta, a través de la
teoría de las inferencias correspondientes formulada por Jones y Davis (1965) y de la teoría de
la covariación y configuración de Kelley (1967). A ambas teorías, de inspiración cognitivista,
nos referiremos en las siguientes páginas.
pueda inferir que lo que ha ocurrido tiene que ver con características personales del actor o se
corresponde con una intención estable por parte de éste. Si el observador extrae una
característica personal de la observación de una conducta, se dirá que ha establecido una
“inferencia correspondiente”. El proceso, según Jones y Davis, se produce en dos momentos:
un primer momento en que se infiere la intencionalidad a partir de los efectos observados y un
segundo momento en que se extraen disposiciones personales a partir de esa intencionalidad.
Para que se atribuya intencionalidad al actor, es necesario que el observador piense dos cosas
sobre la persona que emite el comportamiento: que es consciente de los efectos que se
desprenden de su acción y que tiene capacidad para desarrollar tal comportamiento. Si no se
producen estos dos requisitos, los efectos se atribuirán a factores externos y no a
características del actor.
Para explicar este complejo proceso, Jones y Davis (1965) recurren a dos factores que
determinan la probabilidad de que un observador realice una inferencia correspondiente: la
deseabilidad social y los efectos no comunes. La deseabilidad social se refiere a la evaluación
de hasta qué punto el comportamiento observado se ajusta o no a los patrones sociales
normativos. Si el comportamiento goza de aprobación social, será más difícil atribuirlo a
factores internos; pero si este comportamiento fuera desconcertante, antinormativo o
desconfirmador de las expectativas sociales, será más probable establecer una inferencia
correspondiente. Los efectos no comunes son las consecuencias específicas de la acción
observada, al compararlas con las consecuencias que se derivarían de otra acción alternativa:
cuantos menos efectos no comunes perciba el observador, mayor será la probabilidad de que
el comportamiento observado sea atribuido a características del actor. Dada la importancia de
este factor en la explicación de Jones y Davis y su nivel de complejidad, lo ilustraremos con
un ejemplo. Si una persona joven y atractiva no tiene pareja estable y vive sola, se podría
pensar que ello ocurre debido a motivos diversos, cada uno de los cuales reflejaría un efecto
derivado de su elección: evitar el compromiso, disfrutar de una vida libre e independiente,
poder divertirse con sus amigos o no interferir con su estabilización laboral. Si observamos
que esta persona se caracteriza por buscar aprobación de los demás y apoyo emocional, que
suele tener relaciones esporádicas o poco estables, que ya no sale con sus amigos porque éstos
están con sus parejas y, que además, ya ha conseguido estabilizarse laboralmente, sólo
quedará un efecto específico de su comportamiento de vida en solitario: evitar el compromiso.
129
De ahí podrá establecerse una inferencia correspondiente, esto es, extraer una característica
personal de una conducta observada.
− Cuando existe distintividad alta, consenso alto y consistencia alta, la atribución más
probable es a las características permanentes del tipo de estímulo que ha provocado la
conducta observada −Por ejemplo, Luis ha suspendido el examen porque esa asignatura es
muy difícil−.
130
− Cuando existe distintividad baja, consenso bajo y consistencia alta, la atribución más
probable es a las características personales y estables del actor −Por ejemplo, Luis ha
suspendido el examen porque es poco estudioso−.
− Cuando existe distintividad alta, consenso bajo y consistencia baja, la atribución más
probable es a las circunstancias concretas y eventuales en que se dio la conducta observada
−Por ejemplo, Luis ha suspendido el examen porque ese día no pudo estudiar−.
Por lo que se refiere al proceso de configuración, éste aparecería, según Kelley (1967)
cuando el perceptor no tiene la información, el tiempo o la motivación suficientes para extraer
de su memoria múltiples observaciones, pero, aun así, realiza una inferencia sobre la
causalidad de un comportamiento observado. En este caso, la persona utiliza esquemas
causales, esto es, precogniciones basadas en su experiencia acerca de qué tipo de causas
suelen darse unidas a determinados efectos.
Las teorías de Jones y Davis y de Kelley explican cómo las personas realizan
interpretaciones causales sobre la conducta de sus semejantes. Pero estas interpretaciones, aun
siendo creídas por quien las realiza, no siempre se corresponden con la realidad objetiva. De
aquí se deriva la existencia de los llamados “sesgos atributivos”, entendidos como errores en
la interpretación, que, como tales, no se corresponden con una forma lógica y objetiva de
proceder. Moya y Expósito (2007) cifran en cinco los sesgos atributivos a los que se ha
referido la investigación cognitivista:
− Las diferencias actor-observador. Este sesgo se refiere a que, ante un mismo hecho,
los actores y los observadores dan explicaciones diferentes: el actor suele encontrar
explicaciones externas con más facilidad que el observador, mientras que éste está más
predispuesto a dar explicaciones alusivas a las características del actor.
131
Como se ve, las teorías de la atribución han prestado más atención a la relación
interpersonal que a la intergrupal y, más exactamente, a la actividad mental interna del
perceptor cuando percibe acciones de otros individuos.
Para finalizar este apartado nos referiremos a una tercera teoría de corte cognitivista que
utiliza el proceso de la atribución para explicar, en este caso, no las conductas ajenas sino la
formación de las propias actitudes. Surgiendo como reacción crítica a la teoría de Festinger
sobre la disonancia cognitiva, Bem (1967, 1972) formula la teoría de la autopercepción, en la
que pretende explicar los procesos de formación y cambio de actitudes como consecuencia de
la propia acción, pero sin recurrir a los elementos motivacionales de los que hablaba
Festinger. La propuesta de Bem es que las personas forman actitudes viendo sus propios
comportamientos y atribuyendo a ellos la causa de sus sentimientos. Dicho de otra manera,
aquellas actitudes que se forman como consecuencia de la propia acción lo hacen a través de
dos factores: la autoobservación que un individuo realiza de su conducta y el establecimiento
de atribuciones a tal conducta para explicar los sentimientos posteriores a la acción. No es
132
necesario, según Bem, apelar a las complejas dinámicas internas que propone la teoría de
Festinger, ni a la motivación para su reducción. Bem reconoce que las personas tienen acceso
a indicios internos inaccesibles a un observador externo, pero señala que cuando esos indicios
son débiles, la persona está en la misma posición que un observador externo, convirtiéndose,
en ese caso, en actor y observador simultáneamente.
Para explicar el porqué de los sesgos detectados a partir del estudio de la atribución, la
psicología cognitivista desarrolló otra línea de investigación, explicativa de cómo los
individuos recurren a ciertas estrategias que les permiten simplificar la información. Esta
simplificación facilita la rapidez de la respuesta interpretativa de la realidad, aunque no
siempre la hará más precisa. Supone un cambio desde el modelo del individuo como un
“científico ingenuo” al individuo como un “tacaño cognitivo” que reduce en su mente el
entorno complejo, para quedarse sólo con un número manejable de categorías significativas
(Fiske y Taylor, 1991; Taylor, 1981).
la cognición social se suele hacer uso del concepto de los esquemas conceptuales de Neisser
(1976).
− Ejemplares. Cumplen una función similar a la de los prototipos, pero, en este caso, no
son abstracciones de ejemplos canónicos que permitan identificar una categoría, sino que son
ejemplos reales que permiten definir a un conjunto o categoría de individuos (Markus y
Zajonc, 1985).
Pero, como ya ha sido mencionado, las interpretaciones que las personas efectúan sobre
la realidad cotidiana no siempre reflejan fielmente esa realidad. Siguiendo la línea iniciada
por las teorías de la atribución, la investigación cognitivista en psicología social ha prestado
gran atención a los sesgos cognitivos que aparecen en los procesos de inferencia y juicio sobre
la realidad; de hecho, estos procesos de juicio sesgado han sido más estudiados por la
psicología social que por la psicología básica (Hewstone, 1992). Estos sesgos interpretativos
podrían entenderse como simples preferencias por determinados tipos de inferencia o formas
de interpretar la realidad, o bien como claras limitaciones de las capacidades cognitivas de las
personas, o bien como errores de procesamiento. Tversky y Kahneman (1974) hablan, más
que de errores, de heurísticos de conocimiento puestos en juego por las personas. Un
heurístico es una regla simple, “de andar por casa”, que las personas utilizan para juzgar la
realidad circundante. Quien utiliza un heurístico corre el riesgo de basarse en señales
134
superficiales y alejarse de un juicio realista; lo que ocurre es que el heurístico permite una
elevada adaptabilidad en términos de la relación tiempo-precisión. Además, si el heurístico o
su conclusión son compartidos por los iguales, aumentará la confianza que el individuo
deposite en él. Siguiendo a Moya (1999) y a Rodríguez-Pérez y Betancor (2007),
enumeraremos los principales heurísticos de conocimiento estudiados por la investigación
cognitivista:
La crítica al cognitivismo
A partir de los años setenta, comienzan a formularse críticas desde la psicología social
sobre diferentes aspectos teóricos y antropológicos del paradigma del procesamiento de la
información en la disciplina. Siguiendo a autores como Garrido y Álvaro (2007), Gil-Lacruz
(2007) o Markus y Zajonc (1985), resumiremos las críticas más frecuentes, que han recaído
sobre aspectos como los siguientes:
− Visión mecanicista del ser humano: se concede primacía a las operaciones cognitivas
formales y al funcionamiento de los procesos cognitivos, pero no a la naturaleza de los
contenidos mentales ni a las dinámicas sociales y motivacionales que afectan a los contenidos
y a los procesos. Como afirma Álvaro (1995) el paradigma cognitivista ha sustituido un
individualismo de carácter reactivo −el del conductismo− por, en el mejor de los casos, un
individualismo “ilustrado”.
Otra cuestión crítica tiene que ver con la relación causal entre los pensamientos y los
sentimientos. El terapeuta Aaron Beck, muy influyente en la psicología cognitivista, defendió
136
la tesis de que las cogniciones determinan no sólo la conducta sino también los sentimientos
del individuo: son las interpretaciones sobre los acontecimientos, y no los acontecimientos
mismos, las que determinan lo que la persona sentirá (Beck, 1967, 1976). Esta relación causal
del pensamiento al sentimiento es ampliamente aceptada dentro del movimiento cognitivista
en psicología: la idea que se presenta es que las emociones son producto de la razón y de la
valoración cognitiva que el individuo hace de los sucesos del entorno. Sin embargo, desde la
neurociencia, las investigaciones sobre los circuitos neuronales del cerebro han hallado que la
emoción precede al pensamiento y que existe un procesamiento emocional precognitivo
(LeDoux, 1999).
La orientación sociocognitiva
Forgas (1983) y Leyens y Codol (1988) afirman que, ante la pregunta ¿qué tiene de
social la cognición social? se ha manifestado como respuesta la voluntad de muchos
psicólogos sociales europeos por edificar una psicología sociocognitiva, con señas de
identidad propias y más cercana a la noción de lo social. No hay que olvidar que el término
137
Otra figura destacada en el marco del Grupo de Bristol es John Turner, discípulo y
colaborador de Tajfel, así como investigador interesado en ampliar las explicaciones sobre
identidad social. John Turner pone el énfasis en el proceso de identificación grupal, para
buscar nuevas respuestas a la cuestión de por qué las personas se identifican con un grupo
social. Propone un modelo teórico que explica la identificación del individuo con su grupo en
base a un proceso de categorización del yo. Un grupo social, según Turner (1988, 1990) es
definible en términos de pertenencia e identificación de sus miembros con la categoría.
Además, el sesgo de favoritismo endogrupal, característico del paradigma del grupo mínimo,
no puede explicarse suficientemente, según John Turner, apelando sólo a la categorización
social, sino que requiere acudir a la identificación social positiva de los individuos con su
grupo.
La teoría de la categorización del yo de John Turner sostiene que una persona puede,
dependiendo de la situación, categorizarse a sí misma como sujeto individual o como
miembro de una categoría social determinada. Cuando se produce esta segunda posibilidad,
acontecerán tres efectos en la persona: se acentuarán las percepciones de semejanza
intragrupal y de diferencia intergrupal, se producirá favoritismo endogrupal y se dará un
proceso de despersonalización. Esto último, según Turner (1990), significa que los
componentes del endogrupo −incluido uno mismo− no serán vistos como personas
individuales sino como miembros de un grupo social, ocurriendo lo propio con respecto a los
miembros del exogrupo. Partiendo del concepto de prototipo −como estructura cognitiva
uniformizadora de la percepción de un grupo social−, Turner mantiene que la
141
Serge Moscovici
El propio Moscovici (1984) explica que la psicología social que él propugna se centra
en lo cognitivo, si bien proponiendo un cambio radical respecto a los presupuestos clásicos de
la psicología cognitivista. Critica el carácter individualista de los modelos cognitivistas al uso
en psicología social y, además, aboga por una mayor pluralidad metodológica, a la vez que
sugiere cambiar la unidad de análisis desde los procesos cognitivos individuales a las formas
142
Su prolífica obra arranca con la publicación en 1961 del libro “El psicoanálisis, su
imagen y su público”, fruto de su tesis doctoral dirigida por Daniel Lagache, uno de los
pioneros del psicoanálisis en Francia. En este texto, Moscovici (1961/1979) recupera el
concepto de representaciones colectivas de Durkheim, del que hace uso como elemento de
inspiración para su formulación sobre las representaciones sociales. En palabras de Sabucedo
et alii (1997), Moscovici recupera y modifica este constructo tradicional de la sociología, para
incluir en la psicología social la noción de la “sociedad pensante”, a través del concepto de
representación social.
Desde esta perspectiva, parece claro que las representaciones sociales de Moscovici no
son impuestas sobre la conciencia, como ocurría con las representaciones colectivas de
Durkheim, sino que, al contrario, son producidas por las personas y los grupos en situaciones
143
partir de ella. Esta “teoría” describe, explica y justifica tal realidad, constituyéndose así el
sentido común del grupo, que no es otra cosa que un discurso ideológico no necesariamente
formalizado. Las representaciones sociales son, por tanto, un conocimiento práctico que
ayuda a regular y a legitimar las conductas intragrupales y los modos de relacionarse con
otros grupos.
Pero no todas las minorías consistentes y flexibles han logrado incidir sobre el
pensamiento mayoritario. Lo que Moscovici explica es que las minorías que logran influir
manifiestan ese estilo conductual y que sin él la influencia será muy poco probable. En todo
caso, el proceso es más complejo e incluye más variables, tales como la presión hacia la
conformidad por parte de la mayoría, los acontecimientos ocurridos a escala macrosocial o la
significatividad social de las primeras personas “convertidas”.
Antes de finalizar este apartado dedicado a Moscovici, es necesario referirse a otra línea
de investigación por él emprendida: la polarización de grupo. Moscovici y Zavalloni (1969)
observan que si entre los miembros de un grupo interactivo existe una postura mayoritaria
respecto a determinada cuestión, la discusión grupal acerca de ese tema favorecerá que la
opinión final del grupo se radicalice hacia tal postura mayoritaria. Es decir, la discusión
146
grupal es capaz de acentuar la posición dominante entre sus miembros, de manera que el
grupo podrá tomar decisiones más radicales o ubicarse en posturas más extremas de lo que
haría cada miembro por separado.
Los primeros trabajos de Moscovici sobre polarización ejercieron un fuerte influjo sobre
la investigación posterior, que ha intentado buscar explicaciones a este fenómeno. Aunque la
polarización de grupo se ha estudiado experimentalmente en pequeños grupos interactivos,
este fenómeno es posible observarlo en gran cantidad de contextos: formación de estereotipos
sociales y de impresiones personales, decisiones políticas y empresariales, posicionamientos
políticos,… e, incluso, decisiones de jurados (Van Avermaet, 2001). Los estudios de
polarización grupal abrieron también el camino a la teoría del pensamiento grupal de Irving
Janis: los miembros de grupos ideológicamente muy cohesivos pueden llegar a perder el
juicio crítico sobre los acontecimientos y basar sus evaluaciones de la realidad en un
pensamiento grupal cerrado y caracterizado por el rechazo de cualquier duda, pues las
opiniones grupales actúan como “certezas” que guían ese juicio de la realidad (Janis y Mann,
1977).
La Escuela de Ginebra
Doise (1982) propone una explicación acerca de cuáles son los contenidos de la
psicología social, y lo hace en base a la articulación de cuatro diferentes niveles de
conocimiento. Cada uno de ellos recogería un conjunto de contenidos y temas de estudio, con
la particularidad de ser niveles acumulativos y complementarios, pues cada uno implica a los
anteriores y ninguno es autosuficiente para ofrecer una explicación completa de lo
psicosocial. En los siguientes párrafos se describe esta propuesta:
Señala Willem Doise la necesidad de que la psicología social se acerque más a los
niveles III y IV para, de este modo, lograr una articulación psicológica y sociológica de la
explicación. Doise (1981) denuncia la desatención del componente social por parte del
148
Como ha sido mencionado, una de las líneas de trabajo de la Escuela de Ginebra ha sido
la de las relaciones entre grupos sociales. Doise (1979, 1982) entiende estas relaciones en el
marco de un proceso de diferenciación intercategorial que conecta las actividades individuales
con las colectivas, a través de las evaluaciones intergrupales y las representaciones propias del
endogrupo. Es decir, la diferenciación intergrupal conecta al individuo con lo colectivo, y lo
hace por medio de las representaciones que su grupo social tiene de sí mismo y del otro. Un
aspecto importante es la consideración de que las personas pertenecen, simultáneamente, a
diferentes grupos sociales −por ejemplo, grupos geográficos, ideológicos, de género, de
profesión,…−, por lo que se produce una categorización cruzada que puede reducir la
incidencia de los procesos de diferenciación categorial y sus consecuencias, pues la persona
puede identificarse, al mismo tiempo, con más de un grupo social.
una ideología consonante con tales conductas. Por ejemplo, una persona no actúa de una
manera determinada porque crea en cierta ideología o filosofía, sino que dado que ésa es la
manera de actuar que conoce y aplica, sus actitudes acaban siendo favorables a esa ideología.
Más en concreto, Beauvois y Joule estudian las relaciones entre las conductas de obediencia y
las ideologías, afirmando que los comportamientos cotidianos son, bastante frecuentemente,
comportamientos de seguimiento a una autoridad moral, ideológica, institucional u
organizacional. Tales conductas tienen efectos sobre las opiniones, creencias y
representaciones de la realidad, es decir, sobre lo que se conoce como ideologías.
La mayoría de los autores e investigadores de esta orientación han sido sociólogos, por
ello, el interaccionismo simbólico ha tenido muy poca presencia en los textos y en las aulas de
psicología. A pesar de ello, se trata de un movimiento teórico esencialmente psicosocial, con
total independencia de cuál sea la titulación académica de sus ponentes. Tradicionalmente, los
psicólogos han prestado muy poca atención a lo que investigaban los sociólogos y otros
150
científicos sociales −a diferencia de lo que éstos han hecho con respecto a aquéllos−. Los
textos de psicología social, arrastrados por la vocación intrapsíquica propia de la psicología,
se han visto a menudo mermados de contenidos enriquecedores provenientes de otras
disciplinas sociales. Como veremos en este apartado, el objeto de estudio del interaccionismo
simbólico, así como sus conceptos y explicaciones, son perfectamente adscribibles a la
explicación psicosocial. Los interaccionistas simbólicos son psicólogos sociales, aunque,
mayoritariamente, su titulación académica no sea de psicología. De hecho, Garrido y Álvaro
(2007) o Ibáñez (2003) afirman que el interaccionismo simbólico ha sido la corriente más
influyente para la psicología social de tradición sociologista.
El término “interaccionismo simbólico” fue acuñado por Herbert Blumer en 1937, quien
propone la premisa básica de esta orientación: si la conducta de las personas se halla
vinculada al significado que tengan las cosas, lo que signifiquen las cosas para el sujeto va a
depender de su interacción social con otros actores de su entorno y, en definitiva, de los
significados aprendidos en su experiencia social interactiva (Blumer, 1937). Blumer se nutre
de cuatro fuentes principales: la obra de George Herbert Mead con sus ideas de role-taking y
la emergencia social del self; los conceptos de William James y del propio Mead sobre el “yo”
y el “mí”; la noción de Charles Cooley del “self espejo”, es decir, de la adquisición del
concepto de sí mismo a través de verse reflejado en la imagen que los demás tienen de uno; y
la idea de John Dewey del pensamiento como instrumento de adaptación y producto de la
interacción.
Partiendo de las revisiones que realizan Ibáñez (2003) y Musitu (1996), así como de los
trabajos de autores de esta orientación como Blumer (1937), Rose (1962) o Stryker (1964,
1980), resumiremos los supuestos básicos del interaccionismo simbólico:
− Los seres humanos deciden lo que hacer y lo que no a partir de los símbolos que han
aprendido en interacción con otros y de sus creencias sobre la importancia de estos
significados. A partir de aquí empezamos a diferenciar esta perspectiva teórica de otras: para
el interaccionismo simbólico el comportamiento está asociado al significado de las ideas en la
mente, pero este significado es compartido, en esencia, con las otras personas con las que se
interacciona.
− Los seres humanos, a diferencia de otras formas de vida, son capaces de pensar de
manera suficientemente compleja como para distinguir entre una variedad de objetos. Las
personas son reflexivas y en su introspección crean, gradualmente, una definición del self. El
self es un proceso de concienciación y definición del propio sí mismo y como tal, siempre es
cambiante y dinámico.
asociar impulsos con satisfacciones. Además, los seres humanos no responden al ambiente tal
y como es físicamente, sino tal y como se percibe a través de procesos simbólicos. Dado esto
y dado que el hombre es capaz de producir sus propios símbolos, puede convertirse en
autoestimulante, es decir, puede responder a sus propias producciones internas simbólicas.
− El niño no es ni bueno ni malo por naturaleza. Los seres humanos tienen un potencial
enorme cuando inician su vida, estando su naturaleza determinada por lo que encuentran y por
sus reacciones a lo que encuentran en su discurrir vital, pero no por una predisposición a
actuar de cierta manera. Así pues, el niño comienza siendo asocial hasta que se convierte
plenamente en un ser social.
puede manipular y, de hecho, se manipula para presentar una imagen lo más favorable posible
de uno mismo: cada persona trata de influir en la definición de la situación que los otros
realizarán. Así, toda persona podrá ejercer influencia en esa definición que hacen los demás,
expresándose de tal forma que dé a los otros la impresión que pretende. Creada esa impresión,
los otros actuarán, aunque voluntariamente, influidos por la imagen que ha querido dar esa
persona −y viceversa−.
esencialmente configurada por sus experiencias subjetivas cotidianas. Esto significa que los
objetos no se pueden considerar como separados de los sujetos que los perciben y que no
pueden describirse aparte del significado que estos sujetos adscriben a los objetos (Barber,
2004).
− La idea de que las personas operan de forma activa y propositiva, utilizando los
métodos o procedimientos que les convienen y les resultan eficaces en su vida social
cotidiana.
Como han afirmado Garfinkel (1984) y Heritage (1990), la problemática básica que
afronta la etnometodología gira en torno a tres cuestiones nucleares: la teorización sobre la
acción social cotidiana, la naturaleza de la intersubjetividad y la construcción social del
conocimiento. Estos temas son analizados a partir de métodos cualitativos de investigación y
de investigación participante para llegar al entendimiento de las propiedades elementales del
razonamiento práctico y la acción cotidiana. La investigación se basa en cuatro conceptos
propios de la interacción natural y común: el significado de las expresiones dentro de su
158
− La capacidad del actor social para tomarse a sí mismo como objeto de conocimiento.
Esta reflexividad implica una equivalencia entre la descripción y la producción de una
situación, pues, en este caso, la situación descrita y el sujeto que la describe son coincidentes.
En este sentido, lo que la gente hace es mostrar a los otros −y al investigador− el sentido que
tienen sus prácticas concretas, lo cual es incompatible con una noción determinista y
predictible del comportamiento humano.
− La accountability. Tiene que ver con las explicaciones o enunciados discursivos que
utilizan las personas para dar cuenta de sus actividades, con la finalidad de hacerlas
descriptibles. Accountability quiere decir descriptible, inteligible, relatable, analizable,…
Mediante las descripciones se constituye la ordenación social, se hace visible el mundo y el
investigador deberá acudir a la comprensión de ellas para poder comprender cómo aparece la
159
realidad social a los ojos de las personas. Toda descripción se convierte en parte constitutiva
del hecho que describe.
Bajo el epígrafe que encabeza este apartado trataremos dos líneas de investigación que,
aunque diferentes entre sí, tienen en común la relevancia que otorgan al entorno sociocultural
como determinante de la conducta individual. Como, muy expresivamente, afirma Benson
(2007), las personas están tan acostumbradas a la socialización que han recibido y a su
manera de vivir que olvidan, con frecuencia, lo diferentes que hubieran podido ser si se
hubieran educado ya no sólo en otro país, sino incluso en la casa de al lado.
Estos significados vienen modulados por la estructura social y por la cultura particular
en la que opera el individuo. Se sitúa el énfasis en la interacción social y en la consideración
de la persona inmersa dentro un contexto sociocultural determinado y peculiar, que no sólo
influye sobre él, sino que forma parte de su psique, como su psique es cocreadora de aquél.
Los humanos viven y desarrollan su conducta dentro de sistemas sociales, de los cuales,
a su vez, son elementos fundadores y constituyentes. Un sistema social está integrado por
personas y por relaciones entre personas, así como por grupos de personas y sus relaciones.
Cada elemento del sistema social afecta y es afectado por los otros. Como afirma Scott
(1981), se perdería la esencia de lo que es un sistema social si se pretendiera centrar la
atención en las unidades aisladas, excluyendo el significado del tejido de relaciones entre las
unidades.
Pero los sistemas sociales, como los biológicos o de cualquier otro tipo, no operan
aisladamente, sino en permanente contacto con el exterior. Una organización laboral, una
familia, un grupo informal, un vecindario, una sociedad, una cultura,… mantienen relaciones
de repercusión mutua con otros sistemas similares, lo cual condicionará no sólo su
funcionamiento y atributos globales, sino también las relaciones entre sus elementos y el
funcionamiento y características de éstos.
individuo ha mantenido y mantiene con otros elementos del sistema, y a las relaciones que sus
sistemas establecen con otros sistemas. Los contextos relacionales, para el ser humano, son
sistemas de referencia cognitivos y emocionales, en los cuales encuentra sentido la variable
psicológica; por tanto, el acercamiento a ésta desde el enfoque sistémico supone comprenderla
dentro del marco ecológico de relaciones en que se halla inmerso el sujeto (López-Sánchez,
Ros y De Rueda, 2002). Es premisa fundamental que dentro de los sistemas sociales y entre
ellos no existen conexiones lineales simples de causa-efecto sino conexiones complejas que
obedecen a una lógica circular, basada en regularidades y cuya naturaleza es dinámica y no
inmutable (Musitu, 1996).
Las relaciones establecidas dentro de los sistemas sociales aportan a sus integrantes
valores, normas y roles. Los valores establecen justificaciones ideológicas del
comportamiento, las normas configuran un marco de referencia estandarizado sobre las
expectativas generales de conducta y pensamiento, mientras que los roles representan
expectativas específicas acerca de las formas de actuación propias de cada posición dentro del
sistema. A través de la función socializadora del sistema, sus integrantes interiorizan esas
variables y asumen los estilos conductuales y actitudinales característicos de aquél (Herrero,
2004).
fidedignamente la forma en que los individuos configuran los ambientes sociales y son, a su
vez, configurados por ellos.
− El exosistema. Incluye nexos entre dos o más microsistemas, de los cuales, al menos
uno, no contiene a la persona en desarrollo. De nuevo se hace referencia a las relaciones entre
microsistemas, pero, en este caso, el exosistema alude a contextos en los cuales no se halla el
individuo, pero que sí inciden sobre lo que ocurrirá en aquellos contextos en los que está. Por
ejemplo, todo lo que acontezca en el trabajo de los padres tendrá un efecto en el sistema
familiar y, por tanto, en el desarrollo de los hijos. Un pequeño cambio en el entorno podría
provocar un efecto enorme en la dinámica de un sistema y en el desarrollo de un individuo.
Como estamos viendo, la propuesta de Bronfenbrenner no sólo contempla la incidencia de los
164
contextos sobre el desarrollo psicológico de la persona, sino que otorga gran relevancia a
cómo las influencias mutuas entre contextos incidirán sobre ese desarrollo.
− El macrosistema. Está configurado por el marco social y cultural más amplio que
envuelve a los individuos, a sus relaciones, a sus sistemas y a las relaciones entre ellos. El
macrosistema incluye los valores sociales imperantes, las características étnico-culturales de
una sociedad, las condiciones políticas y económicas o los aconteceres históricos que
condicionan la dinámica social. Todo individuo es socializado y enculturizado en el marco de
unas condiciones macrosociales particulares que van a incidir sobre los contenidos mentales y
conductuales de esa persona.
Shaffer (2000) menciona que algunos autores han considerado a la teoría ecológica
como una teoría complementaria de otras que explican el desarrollo psicológico desde
presupuestos más individualistas, pero no como sustitutiva de éstas. Las principales críticas
recibidas, prosigue Shaffer, han aludido a la escasa y poco definida consideración de los
factores genéticos y biológicos en la configuración de la persona, y al hecho de no dejar claro
cuál es el mecanismo que conecta funcionalmente lo contextual con lo psicológico.
166
Durante las primeras décadas del siglo XX, la obra de Vygotski destacó el carácter
esencialmente sociocultural de la naturaleza humana. Su propuesta fundamental es que el
desarrollo del ser humano, de niño a adulto, es explicable en términos de interiorización de
contenidos culturales. A través de la interacción social se transmiten elementos de la cultura,
que serán diferentes en sociedades distintas −en distintos países, regiones, etnias,
religiones,… pero también en distintos momentos históricos−. El proceso de interiorización
de los contenidos de la cultura de pertenencia es el que permite reorganizar permanentemente
la actividad psicológica de los sujetos como seres sociales. El rasgo distintivo de la psique
humana, según Vygotski, es, precisamente, la interiorización de las actividades socialmente
originadas e históricamente desarrolladas en una cultura particular. En el marco de la
propuesta de Vygotski, los procesos de interiorización de la cultura son creadores de la
personalidad y de la conciencia individual (García-González, 2005).
Margaret Mead, retomando la idea del relativismo cultural que ya apareciera en Franz
Boas, enfatizó la gran posibilidad de conocimiento sobre el ser humano que puede generarse a
través del estudio de las diferentes sociedades y culturas. En su prolífica carrera, desarrollada
desde antes de la Segunda Guerra Mundial hasta los años setenta, consideró la diversidad
cultural como un recurso enriquecedor y nunca como un inconveniente para la humanidad. La
noción de relativismo cultural alude a que todas las verdades inducidas a partir de la
experiencia son meras construcciones sociales, y que, por lo tanto, no son independientes del
contexto cultural en que fueron formuladas como proposiciones. No obstante, este concepto
no está exento de polémica interpretativa, pues podría significar desde una oposición a la
167
uniformización cultural hasta la negación de cualquier código ético universal (Rachels, 2007).
En todo caso, implica que ninguna cultura es, en esencia, mejor que otra y que cualquier
aspecto de una sociedad debe estudiarse en relación con los estándares culturales propios.
Uno de los principales hallazgos de Mead fue comprobar que los roles de género que
llamamos tradicionales no funcionan del mismo modo en todas las culturas del planeta, lo
cual cuestionará la interpretación universalista sobre el comportamiento de género y abrirá
una posibilidad a explicaciones sobre la conducta en general basadas en factores culturales
(Pollard, 1999).
Los enfoques culturales dentro de la psicología social han pretendido sacar a relucir la
dimensión sociocultural del comportamiento y de la psique. Más que una orientación teórica
establecida en torno a una ortodoxia de postulados, se trata de un conjunto de desarrollos de
investigación que comparten un mismo interés por las raíces socioculturales de la naturaleza
humana. De hecho, algunas de estas investigaciones encuentran buen acomodo en ciertos
parámetros sociocognitivos, aunque la especificidad de sus argumentos y el énfasis puesto en
los contenidos culturales más que en los procesos mentales, permite considerarlas
autónomamente. Con la finalidad de ejemplificar los desarrollos socioculturales en psicología
social, nos referiremos, en las páginas que siguen, a tres de ellos: el estudio transcultural de
los valores sociales, el enfoque sociocultural en el estudio de los estereotipos y las
investigaciones sobre aculturación y contacto entre culturas.
Hofstede (1999, 2001), después de estudiar las prioridades de valor en muestras de más
de 70 países de los cinco continentes, concluye que las diferentes culturas humanas pueden
diferenciarse y clasificarse en función de la importancia que conceden a cuatro dimensiones
de valor:
Las grandes diferencias encontradas entre países distintos en estas cuatro dimensiones
llevan a Hofstede a concluir que las diferentes culturas humanas difieren significativamente
en el modo en que se enfrentan a la solución de las cuestiones básicas para la convivencia y la
supervivencia.
En una línea similar, Triandis (1995) diferencia dos dimensiones que permitirán
establecer una tipología de las culturas: la dimensión individualismo-colectivismo y la
dimensión alta-baja jerarquización. De este modo, podrán diferenciarse cuatro tipos de
culturas:
Para entender esto, partiremos de la diferenciación que establece Devine (1989) entre
los estereotipos y las creencias prejuiciosas personales. El estereotipo social es el conjunto de
características que son atribuidas a los miembros de un determinado grupo social, mientras
que el prejuicio representa una actitud negativa y de rechazo, mantenida sólo por
determinadas personas. El estereotipo, es decir, lo que se piensa de una categoría social, está
culturalmente determinado, pues su creación no corresponde a la actividad mental de personas
individuales sino a lo que establece una sociedad colectivamente: el estereotipo no es una
creencia individual, sino una construcción sociocultural. Por su parte, el prejuicio recoge un
Esta distinción entre estereotipo social y prejuicio tendrá una consecuencia, y es que las
personas que forman parte de una sociedad conocerán los estereotipos que ésta define sobre
grupos étnicos, de género, de profesión,… y los utilizarán en su percepción de la realidad,
como una noción más que se activa automáticamente en sus mentes, aunque no haya sido
creada por ellas; sin embargo, sólo algunas personas convertirán un estereotipo negativo en
una evaluación prejuiciosa hacia todos los miembros de un grupo social. Las personas
conocen los estereotipos que genera su sociedad y los activan automáticamente ante la
presencia de individuos de los grupos estereotipados, pero no necesariamente les asignarán
verosimilitud absoluta. Sólo cuando el estereotipo es negativo y se le concede verosimilitud,
será factible que esa persona desarrolle un prejuicio.
En todo caso, el prejuicio, como actitud que es, también tiene una génesis social y,
consecuentemente, ha sido comprobado en diversas investigaciones que los niños suelen
mantener actitudes raciales muy similares a las de sus padres (Gómez-Jiménez, 2007). Pero,
como afirman Stangor y Schaller (1996), el estereotipo no es que esté influido por la sociedad,
sino que está en “la mente de la sociedad”, siendo creado, mantenido y modificado
colectivamente por el consenso social y utilizado por los individuos, como ocurre con el
lenguaje o con los roles sociales.
Sangrador (1985) alude a esta cuestión con un ejemplo muy didáctico: cuando se dice
que los andaluces son graciosos, obviamente, se está realizando una sobregeneralización, pues
todos los individuos andaluces no son así; pero también es cierto que es estadísticamente más
probable encontrar una persona graciosa y dicharachera en Andalucía que en otras
comunidades autónomas del Estado español. El estereotipo, por tanto, está basado en la
percepción de diferencias reales entre grupos sociales y, en este sentido, siempre tendrá un
cierto fondo de verdad, aunque suponga una descripción sobregeneralizada acerca de una
categoría social.
No obstante, esta línea sobre el estereotipo social como constatación empírica de una
realidad observable no esconde el hecho de que un estereotipo negativo pueda responder a
situaciones de injusticia y desigualdad que, muchas veces, hunden sus raíces en dilatados
procesos históricos. Lo que ocurre es que la comprobación de coincidencia entre el
estereotipo de una categoría y el comportamiento concreto de sus miembros actúa a modo de
profecía autocumplida: “Si se comportan así es porque son así”, por lo tanto, los miembros del
grupo dominante se relacionarán con los del grupo no dominante como si, realmente, eso
fuera cierto, lo cual promoverá las condiciones efectivas que mantienen la desigualdad.
Otra cuestión analizada desde la perspectiva sociocultural ha sido la del cambio de los
estereotipos sociales. Bar-Tal (1994) se refiere a diferentes situaciones de conflicto bélico o
político que han propiciado la acentuación de estereotipos negativos entre los grupos
enfrentados o, incluso, la creación de ellos cuando no existían. Otros autores han aludido a la
173
El tercer ámbito de estudios socioculturales del que vamos a tratar, para finalizar este
apartado, es el de los estudios sobre aculturación y contacto entre culturas. La aculturación es
un concepto surgido de la antropología y que hace referencia al cambio en los elementos de
una cultura producidos por el contacto directo y continuado entre dos grupos culturales
distintos (Sabatier y Berry, 1996). El concepto de aculturación engloba diferentes situaciones
de relación intergrupal en sociedades pluriculturales, en las que, generalmente, el grupo
cultural no dominante o minoritario es el que ve modificados sus elementos culturales de
partida, como consecuencia de la relación con el grupo dominante o mayoritario. La
naturaleza del grupo no dominante puede ser diversa: pueblos aborígenes colonizados,
inmigrantes en la sociedad de acogida, culturas minoritarias autóctonas dentro de un mismo
Estado,…
Los cambios que definen la aculturación afectan a los elementos colectivos propios de
un grupo cultural y, en consecuencia, implicarán también cambios psicológicos en sus
miembros, pues se trata de modificaciones en las formas de vida en su totalidad: prácticas
cotidianas, creencias y significados sobre el mundo, instituciones educativas y socializadoras
e, incluso, la lengua en la que se habla. Los cambios psicológicos producidos por la
aculturación conforman una amplia clase denominada genéricamente “desplazamientos de
conducta”, en la cual se encuadran las nuevas actitudes que se desarrollan y las nuevas
identidades que se adquieren (Morales, 1999c). El proceso de aculturación puede acarrear
importantes costes psicológicos, con consecuencias para el bienestar físico y psíquico de sus
protagonistas. Ante el cambio en las condiciones culturales, el individuo puede optar por el
ajuste, la reacción o la retirada (Berry, 1992). En el ajuste es la persona individual la que
intenta cambiar, en la reacción se intenta incidir sobre las condiciones sociales y en la retirada
se busca escapar de las presiones mediante conductas reductoras del estrés de aculturación. La
174
En este apartado serán tratados aquellos modelos teóricos que se alejan de una visión
positivista de la ciencia y que cuestionan los postulados hegemónicos y tradicionales sobre el
conocimiento científico. Según afirman historiadores de la psicología social como Garrido y
Álvaro (2007) u Ovejero (1999), existen ciertas orientaciones en la disciplina que, desde
posiciones plenamente posmodernas, asumen algunos de los argumentos críticos producidos
175
dentro del debate en la filosofía de la ciencia, como la crítica acerca del papel de lo racional
en la producción de conocimiento o sobre la naturaleza misma de aquello que llamamos
ciencia y razón. La magnitud del distanciamiento respecto a los modelos epistemológicos
dominantes será variable en las diferentes orientaciones que van a ser analizadas en este
apartado: desde un rechazo radical del positivismo a un planteamiento modificado en el que
éste pueda ser matizado. En todo caso, hay que mencionar previamente el hecho de la
heterogeneidad de contenidos y temas de atención que presentan estas orientaciones teóricas,
cuyo nexo de unión es la alternatividad a los modelos teóricos institucionalizados en la
psicología social. Analizaremos en este apartado nueve orientaciones alternativas:
− El construccionismo social.
− El constructivismo radical.
− La orientación humanista.
influencias mutuas entre naturalezas distintas es sustituido por el estudio de las relaciones
sociales contextualizadas dentro de un continuo proceso de creación, modificación y
transformación de la sociedad. El individuo y la sociedad se hallan fusionados en un proceso
dialéctico de relaciones creadas y recreadas. No existe, pues, oposición entre lo social y lo
individual ya que, por definición, ambos están entrelazados dentro los procesos de relaciones
sociales en el contexto sociocultural (Georgoudi, 1983).
como persona que es, no es ajeno a los valores de sus propios grupos de referencia; por tanto
no es posible una ciencia libre de valores, muy especialmente en la ciencia social.
quería trascender los factores económicos y políticos, e incidir en todos los órdenes que
constituyen la civilización humana (Bottomore, 1984). De este modo, la crítica que se generó
en la Escuela de Fráncfort fue de tipo político, económico, cultural, filosófico y psicosocial.
Además, se dirigió, en un principio, a la sociedad burguesa tradicional, pero después también
a la sociedad tecno-burocrática, tanto de los países del este europeo como de los occidentales
e, indudablemente, contra los regímenes fascistas y totalitarios.
supondrá tanto la asunción de una disposición sumisa ante las figuras de autoridad, como el
ejercicio autoritario de la misma, según cuál sea el rol que toque ser desempeñado.
La teoría de la acción es formulada durante los años cincuenta del pasado siglo, lo que
la convierte en contemporánea del neoconductismo y anterior al cognitivismo. Anscombe
(1957/1991) recoge la referencia a las causas inobservables de la conducta, pero no como un
recurso metodológico, como proponían los neoconductistas, sino como requisito ineludible
para obtener una explicación satisfactoria sobre las acciones de las personas. Lo que
Anscombe llama “causas mentales” es lo que una persona es capaz de afirmar como causa de
un pensamiento, de un sentimiento o de un comportamiento. A la noción de conducta,
definida por los conductistas, esta autora contrapone la noción de acción, cuyas características
vienen definidas por la intencionalidad y por el significado. Asimismo, en la explicación de
las acciones se consideran otros elementos, tales como deseos, motivaciones, creencias o
actitudes.
− No se puede concebir a los seres humanos como organismos determinados por leyes
explicativas universales, sino como agentes guiados por regularidades.
− La conducta social debe ser entendida como acciones mediadas por significados y no
como respuestas a estímulos.
Como se ve, la propuesta define una forma de hacer psicología social, tanto en su
vertiente metodológica como teórica, radicalmente diferente a la instituida. Los principios y
objetivos de la orientación etogénica pueden entenderse recurriendo a la muy descriptiva
definición que ofrece Harré (1983): la etogenia es el estudio de las vidas humanas tal y como
las personas las viven en la realidad, no en el extraño y empobrecido mundo del laboratorio de
psicología experimental, sino en la calle, en las casas, en las tiendas, en los cafés o en el
trabajo, lugares donde la gente, verdaderamente, interacciona. Las acciones no son sólo
conductas, son actuaciones significativas e intencionadas.
experimento de laboratorio, puesto que las variables presentes en la vida real están del todo
relacionadas entre sí y carecen de significado por separado.
El construccionismo social
Constituye una de las orientaciones surgidas como consecuencia de la crisis que vivió la
psicología social durante los años setenta del siglo pasado. El momento fundacional del
socioconstruccionismo o construccionismo social fue la publicación en 1973 del artículo de
Kenneth Gergen “La psicología social como historia”, donde plantea que los fenómenos
estudiados por la psicología social se hallan supeditados a las condiciones históricas y
culturales en las que se generan. La interacción humana, plantea Gergen (1973), no puede ser
explicada mediante principios universales y estables a través del tiempo, pues las condiciones
en que se produce no son ni estables ni generalizables.
− Interés por dilucidar los procesos que las personas utilizan para describir, explicar o
responder al mundo en el que viven.
− Posición de escepticismo ante todo lo dado por sabido, tanto en las ciencias como en
la vida corriente.
La importancia que esta orientación otorga al lenguaje queda ilustrada a través de las
aportaciones de Shotter (1987) sobre el papel que el lenguaje tiene en la constitución de los
objetos y en la construcción de la realidad social cotidiana. Según Shotter, el lenguaje no está
compuesto de la acción individual, sino que es una acción conjunta e interactiva: el
significado de un término no está ubicado dentro de la mente individual, sino que emerge
continuamente del proceso relacional.
Para el socioconstruccionismo, los términos que las personas usan para comprender el
mundo son “artefactos sociales”, productos de intercambios entre la gente e históricamente
situados. El proceso de entender el mundo no es dirigido automáticamente por la naturaleza
misma de los objetos, ni elaborado individualmente en una mente aislada, sino que resulta de
una empresa activa y cooperativa de personas en relación. Por ejemplo, el significado de las
palabras con las que se designa la realidad variará según la época histórica en que nos
encontremos (Gergen, 1996).
El eje sobre el que giran las críticas feministas en el marco general científico-académico
es el cuestionamiento del sesgo androcéntrico típico de la producción de conocimiento, tanto
en las ciencias sociales como en las ciencias naturales, y que se ha traducido en la
legitimación de un conjunto de desigualdades. La crítica feminista cuestiona la manera
habitual de hacer ciencia y pretende poner en evidencia el sexismo y el androcentrismo
presentes en ella, caracterizado por conceder primacía al punto de vista masculino. Es decir, la
producción científica mantiene un sesgo sexista, tanto en la investigación como en la
teorización, lo cual es contradictorio con la objetividad y neutralidad anunciadas como
características definitorias de toda actividad científica (Moreno, 1987).
En una línea crítica muy cercana a la de Sue Wilkinson, Goudsmit (1994) cuestiona los
modos en que ciertos problemas de salud de las mujeres han sido tradicionalmente
trivializados por los médicos −mayoritariamente varones− y atribuidos, muchas veces, a una
supuesta inestabilidad emocional típica de la mujer o a una menor capacidad de
afrontamiento, contribuyendo así a perpetuar un estereotipo sexista, con el aval de la
medicina.
Erica Burman pretende también aportar una respuesta crítica a las teorías dominantes
sobre el desarrollo psicológico infantil, y muestra cómo los textos de psicología evolutiva
contribuyen a mantener el rol de las mujeres como cuidadoras de los hijos e, incluso, a
patologizar su experiencia como madres. Según Burman (1994) y Parker y Burman (1993), el
189
El constructivismo radical
En relación a este último punto, Von Glasersfeld (1995) postula que los contenidos
mentales no pueden ser transmitidos de un comunicante a otro, sino que se derivan de una
experiencia individual, y sólo más tarde se podrán ajustar intersubjetivamente los
significados. De esta manera, el conocimiento es subjetivo, por lo que no puede mantenerse la
noción preconcebida de que las palabras comunican ideas o conocimientos en sentido puro.
En cada persona, según la visión constructivista, está la única explicación posible de sus
propios pensamientos, conocimiento y acciones.
190
Según este enfoque, los sentidos funcionan como una cámara que proyecta una imagen
del mundo al cerebro de cada uno, y cada uno utilizará esa imagen como un mapa,
codificando la estructura externa en un formato diferente. Esta construcción a la que se hace
referencia, sirve, antes que nada, a propósitos adaptativos: el sujeto desea adquirir control
sobre lo que percibe, de manera que trata de eliminar cualquier desviación o perturbación en
el logro de sus propias metas; ese control requerirá un modelo de lo que se desea controlar,
pero sólo será necesario incluir en él aquellos aspectos relevantes para las metas y acciones de
ese sujeto. A la persona no le interesa tanto controlar “la cosa”, como compensar las
perturbaciones que esa “cosa” representa para sus metas; y con esa compensación se convierte
en capaz de adaptarse a las circunstancias cambiantes de su entorno.
Junto con Ernst Von Glasersfeld, Paul Watzlawick es otro de los autores ubicados en los
presupuestos del constructivismo radical. Watzlawick (1976/1995) cuestiona los supuestos
ontológicos y epistemológicos de la ciencia dominante y afirma que lo que conocemos no
puede abordarse separadamente de los mecanismos cognitivos que permiten ese
conocimiento: el “qué” está íntimamente vinculado al “cómo” y, de esta manera, lo que en un
principio era una realidad objetiva e independiente de uno mismo se torna una realidad menos
segura por la influencia de los procesos cognitivos que acercan al sujeto a esa realidad.
La orientación humanista
La psicología humanista se postuló, entre los años cuarenta y los sesenta del siglo XX,
como la “tercera fuerza” en psicología, alternativa al psicoanálisis y al conductismo. Esta
orientación concibe a la persona como un ser capaz de autoafirmarse de modo creativo,
autónomo y consciente, de tomar decisiones y de desarrollar su rica experiencia interior
subjetiva (Peiró, 1998). La obra de Carl Rogers y de Abraham Maslow, principales
iniciadores de esta corriente, reivindica la consideración global de la persona y la acentuación
de sus aspectos vitales existenciales, tales como la particularidad del conocimiento, la
iniciativa personal, la responsabilidad o la historicidad, oponiéndose tanto al esquematismo
conductista y su pretensión de reducir al ser humano a variables cuantificables, como a las
posturas psicoanalíticas centradas en los aspectos inconscientes y patológicos de la persona.
En todo caso, los trabajos de Rogers, por su temática terapéutica, han tenido poca
incidencia en la psicología social; no así las aportaciones de Abraham Maslow, que sí
contienen claros elementos psicosociales y, en concreto, su teoría de la jerarquía de
necesidades tuvo influencia en ciertas corrientes de la psicología de las organizaciones.
Maslow (1943, 1954/1991) propone que las necesidades humanas se ordenan jerárquicamente
en cinco niveles: necesidades de supervivencia, de seguridad, de relación y aceptación social,
de autoestima y, finalmente, de autorrealización personal. Estas necesidades se encuentran
vinculadas entre sí mediante una relación jerarquizada: la meta prioritaria para cada persona
en cada momento de su vida monopolizará la motivación de ese individuo y organizará, en la
medida de lo disponible, sus recursos personales en dirección a ella. La importancia de la
propuesta de Maslow estriba en reconocer el papel central de las motivaciones en la conducta
de las personas y en conceder legitimidad a las necesidades humanas en los cinco niveles
propuestos.
Entre los años sesenta y los setenta, las ideas de la psicología humanista son recogidas
por una serie de investigadores y teóricos de las organizaciones, como Douglas McGregor,
Chris Argyris o Rensis Likert, que formulan nuevos modelos acerca de la organización
laboral, en los que se prioriza una concepción humanista del trabajo y de la empresa. Ha sido
ésta la presencia más destacada de la orientación humanista dentro del terreno psicosocial.
En una línea similar, Argyris (1976) denuncia que, en muchas ocasiones, las empresas
no toman en consideración los aspectos humanos y las necesidades personales de quienes
trabajan. Por ello, propone un nuevo modelo de organización más humanizado, en el cual el
cumplimiento de los objetivos organizacionales sea compatible con el cumplimiento de los
objetivos vitales de cada miembro. Es decir, que el trabajo sirva a cada persona para cumplir
con sus expectativas vitales, al mismo tiempo que sirve para cumplir con los objetivos de la
empresa.
También Likert (1967) se une a esta corriente y explica que las organizaciones más
eficaces facilitan un clima caracterizado por la cooperación y por la motivación hacia el
trabajo común. En ellas, los directivos procuran que las fuerzas motivadoras de cada persona
confluyan en una sola fuerza participativa y orientada a alcanzar unos objetivos mutuamente
establecidos y aceptados. Ello se facilitará si, desde los niveles superiores de la empresa, se
prioriza el respeto hacia las peculiaridades y necesidades personales de los trabajadores. Las
organizaciones que obtienen éxito, dice Likert, son aquéllas que logran un clima cooperativo
y motivador, así como una confluencia de voluntades individuales hacia unas metas comunes,
todo ello basado en un sistema de interacciones comunicativas abiertas y de tareas
cooperativas.
El término “discurso” se refiere a las diversas formas que adoptan las expresiones orales
y escritas, mientras que “análisis del discurso” representa la investigación de esos materiales.
Según Potter y Wetherell (1987), existen tres grandes aspectos en el análisis del discurso:
− Función. Hace referencia a la forma en que las personas utilizan el lenguaje para
actuar y relacionarse. La función de una expresión a menudo no se establece explícitamente,
pues los sujetos pueden usar formas indirectas de expresión para, por ejemplo, evitar el
rechazo o buscar un congraciamiento. Se deberá considerar, pues, el contexto de un enunciado
para determinar su función.
reacciones de los sujetos, aun cuando existan diferencias individuales. Incluso en las técnicas
cualitativas, a veces los investigadores eligen por adelantado las categorías clasificatorias de
respuestas, de forma que, afirman Potter y Wetherell, se ignora buena parte del discurso
original.
El análisis del discurso proporciona un método específico para investigar el flujo real de
la interacción entre sujetos que se comunican. Se le concede así prioridad a la interacción
social como unidad básica de la psicología social. Sin embargo, como exponen Collier et alii
(1996), es un procedimiento que, pese a sus hallazgos, resulta muy laborioso y exige mucha
destreza, por lo que es improbable que se pueda poner en práctica sin preparación específica.
de esta corriente de pensamiento, que rechaza la idea de una psicología imparcial y neutra. En
lugar de esto, Martín-Baró (1983, 1989) concibió una psicología social crítica y
comprometida, postulando que el análisis psicosocial debería servir para solventar las
necesidades reales de los grupos humanos y fortalecer los valores de la igualdad, la
solidaridad y la justicia social. Fuentes teóricas de la psicología social de la liberación son la
“pedagogía del oprimido” del brasileño Paulo Freire, la investigación-acción participativa
interpretada por el colombiano Orlando Fals-Borda y la filosofía de la liberación del argentino
Enrique Dussel.
contexto son el marco para esa realización y, además, en ellas se encuentran las limitaciones y
las oportunidades que inciden en la vida de los seres humanos. Critica la pretensión de
neutralidad de la psicología institucionalizada, basada en el supuesto de que la ciencia es
imparcial y la ciencia psicológica debe abstenerse de valoraciones. Martín-Baró, en su
psicología social, se opone a que ésa sea una actitud válida, además de negar que tal
pretensión represente, realmente, neutralidad e imparcialidad, pues de la asepsia científica es
fácil derivar encubrimiento de las desigualdades sociales. En sociedades caracterizadas por la
desigualdad, donde prevalece una especie de “anormalidad normal”, la solución a los
problemas relacionados con las carencias de bienestar social pasa por la transformación de las
condiciones sociales, analizando aquéllas que han llevado a la desigualdad y eliminándolas.
La perspectiva evolucionista
La teoría darwiniana postulaba que las características que son útiles para la adaptación
al medio son “seleccionadas” y se mantienen a lo largo de las generaciones. Los individuos
poseedores de tales características son los que sobrevivirán y tendrán más probabilidad de
reproducirse. Es decir, en cada especie animal, los rasgos que se propagarán son los de
aquellos individuos que pudieron sobrevivir y reproducirse. Pero Darwin se interesó, sobre
todo, por las características físicas y no tanto por las conductuales. La psicología
evolucionista abordará esta cuestión y destacará que la Evolución en nuestra especie
“seleccionó” grupos más que individuos: la supervivencia y la propagación genética de los
rasgos se hizo más probable en aquellos grupos que ponían en práctica ciertas pautas
relacionales que hacían más “fuerte” al colectivo (Gaviria, 2007).
Los inicios de esta perspectiva pueden encontrarse en las obras de los sociobiólogos
William Hamilton y Robert Trivers. Durante los años sesenta y setenta del siglo XX, estos
investigadores dieron explicaciones acerca de la base biológica de la conducta prosocial,
arguyendo que ésta responde a ciertos mecanismos fortalecedores de la cohesión grupal, que
se han ido propagando desde las primeras generaciones humanas. En los párrafos que siguen
daremos cuenta de estos mecanismos y también de otras investigaciones que ilustran la
aportación evolucionista a la psicología social:
− La aptitud inclusiva. Este mecanismo fue descrito por Hamilton (1964) para exponer
una base biológica del comportamiento prosocial: dado que los primeros humanos vivían en
grupos con rasgos genéticos similares, ayudar a un individuo estaba aumentando la
probabilidad de supervivencia −y, por tanto, de procreación− para alguien con genotipo
similar. Así, los individuos con tendencia altruista incrementaban indirectamente la
probabilidad de propagación de sus “genes altruistas”.
199
− El mecanismo de los celos. La psicología evolucionista considera que los celos son
una tendencia conductual y mental que se mantiene porque contribuye a la supervivencia de la
especie: los individuos que no temían perder la pareja hacían menos esfuerzos por mantenerla,
por tanto, tenían menos oportunidades de procrear, por tanto, era menos probable que sus
genes se propagaran y que hayan llegado al ser humano actual. Partiendo de la idea de
inversión parental, Buss (2000) expone que, tanto con métodos de encuesta como con
registros psicofisiológicos, en personas heterosexuales, ha sido hallado que los varones
experimentan más malestar ante una infidelidad sexual que ante una emocional, mientras que
en el caso de las mujeres ocurre al contrario. En los varones, la infidelidad sexual pone en
duda que los hijos que el hombre cuida sean de él; en las mujeres, una infidelidad emocional
reduce el espacio de supervivencia de los hijos. Los individuos poseedores de este tipo de
motivación incrementaban la probabilidad de pervivencia de sus genes y de estas mismas
preferencias.
200
Del mismo modo puede decirse de los procesos intergrupales: el hecho de que
nazcamos siendo sensibles a claves que implican algún tipo de amenaza exogrupal no
significa que tal sensibilidad esté ya programada de manera irresoluble. Está claro que el
contacto interracial es algo demasiado reciente dentro de la historia de nuestra especie, para
que el prejuicio derivado pueda ser considerado producto único de la Evolución. Lo que
probablemente sí ha evolucionado es un aparato psicológico que es perspicaz para detectar y
clasificar “claves de pertenencia” perceptibles −fisonomía, lengua, costumbres,…−.
En los capítulos precedentes hemos presentado una muestra representativa −pero sólo
una muestra− de la multiplicidad de líneas y temas de investigación a los que ha dedicado
atención la psicología social a lo largo de su historia. Ya decíamos en las primeras páginas de
este trabajo que la psicología social ha abarcado una diversidad tan amplia de temas de
estudio, que resultará muy complejo definir con precisión a qué se dedica esta disciplina, cuál
es, finalmente, su objeto. Un aspecto importante que no se debe olvidar es que la psicología
social ha llevado siempre consigo una cierta ambigüedad en su concepción, debido a su
proximidad a otras disciplinas más fuertemente consolidadas, como la sociología y la
psicología. Por ello, en función de la orientación de quien defina a la psicología social, le dará
a ésta un cariz más sociologista o más psicologista.
Sin embargo, la definición de Gordon Allport no fue plenamente aceptada por aquellos
psicólogos sociales que adoptaron el acercamiento sociologista, cuyo enfoque se distinguía
por el estudio de los procesos psicosociales dentro de un contexto sociocultural, reconociendo
el papel crítico de esos procesos en las relaciones interpersonales, en la dinámica social y en
la estructura social (Álvaro et alii, 2007; Cartwright, 1979). Su propuesta fue superar la
reducción del contexto social a la mera presencia real o imaginada de otros, como destilan las
definiciones de corte individualista al estilo de la de Allport. Pero, como afirman Garrido y
Álvaro (2007) y Jiménez-Burillo (2005), la psicología social “estándar” −psicologista− no ha
visto la necesidad de participar en esos debates, a los cuales mira de lejos, como si no fueran
con ella.
Por su parte, Morales (1985) plantea que la psicología social ha de intentar articular en
su seno las aportaciones de la psicología y de la sociología, necesidad que este autor concreta
en dos exigencias fundamentales: dilucidar la influencia que los aspectos sociales −el
ambiente o contexto, la cultura y la estructura social− tienen sobre los fenómenos que
constituyen su campo de estudio y dilucidar cómo se produce la incidencia de esos aspectos
socioculturales.
Recogiendo las ideas de Moscovici, plantea Pérez-Pérez (1994) que la psicología social
se ocupará, por una parte, de cómo se inscribe la realidad social en el individuo; estudiará,
también, cómo el individuo trata de inscribir en los otros esa realidad social interiorizada; y se
encargará, de igual modo, de estudiar los procesos que propician que los objetos sociales, a
través de la interacción, adquieran nuevos significados en la visión de los individuos y
constituyen un medio de compartir con los demás la realidad.
las intenciones se queda en el plano de lo ideal, pero lo que cuenta, según Insko y Schopler, es
lo que realmente se hace en el terreno, esto es, la definición efectiva. Ésta es menos
comunicable, más compleja y sólo se ejemplifica a través de las líneas de investigación, en los
libros de texto y en la docencia universitaria. Jiménez-Burillo (2005), tras una revisión de los
manuales de psicología social, sintetiza, con mucho realismo, que el asunto puede plantearse
así: primero, sustantivamente, la psicología social ha sido y es una ciencia con muy amplios y
muy diversos intereses de estudio; segundo, formalmente, sus análisis pocas veces han sido
desarrollados desde una perspectiva propia, sino más bien incurriendo en reduccionismos
psicologistas; y tercero, en ningún texto de la disciplina existe algún criterio organizador de
ese pluralismo temático, siendo la regla la mera yuxtaposición de tópicos adosados los unos
con los otros.
Blanco (1988) va, incluso, más allá al afirmar que la psicología social no tiene un objeto
propio y, por consiguiente, parece improcedente hacer descansar sobre tan “efímero y
superficial asunto” la misma naturaleza de lo psicosocial: la psicología social, como el resto
de ciencias sociales, no es una disciplina cuya razón de ser sea primordialmente temática. Cita
a Émile Durkheim en su afirmación de que los seres humanos no han esperado al
advenimiento de la ciencia social para formarse ideas sobre la política, la moral, la familia, el
Estado o la sociedad misma, porque, obviamente, no podrían haber pasado sin ellas para
poder vivir. Lo psicosocial, prosigue Blanco, no es un conjunto de hechos que suceden como
consecuencia del maridaje entre individuo y sociedad, sino una manera de enfrentarse a los
datos, los temas y las preocupaciones de siempre. Y aquí radica, según Blanco (2003), la
quintaesencia de la psicología social: el intento de explicar y cambiar una realidad −la
social−, cuya dinámica es intrínsecamente problemática.
Las referidas afirmaciones de Amalio Blanco acrecientan el interés por las nuevas
teorías y orientaciones psicosociales, a las que nos hemos referido en el capítulo anterior. En
el ámbito de las ciencias sociales, el conocimiento generado no es independiente de la
reflexión epistemológica que se haga y, naturalmente, la definición del objeto estará
intrínsecamente vinculada a cómo sea el tipo de saber que se postule y al valor que se le
confiera desde aquella reflexión (Crespo, 1995). Se trata de un objetivo científico al que,
ciertamente, se puede llegar por diversos caminos; es decir, los caminos −el método− son tan
diversos como las necesidades de la investigación. En este sentido, autores como Álvaro
207
Así como el campo teórico de la psicología social no puede ser monocolor, tampoco su
objeto de estudio debe constituir un espacio cerrado o perfectamente delimitado, en el que no
puedan entrar otras disciplinas o del que no se pueda salir para entrar en contacto con ellas.
No puede ser un espacio en el cual todo esté tan bien definido que ese espacio sea único y de
total exclusividad. Poner fronteras internas entre las ciencias sociales, además de ser un
planteamiento arcaico, no contribuirá a hacerlas más fructíferas, pues eliminará áreas de
intersección donde se podrían explicar fidedignamente numerosas cuestiones relevantes sobre
el ser humano y sus productos.
Afirma Torregrosa (1984) que la tarea de los psicólogos sociales debe ser construir una
ciencia psicosocial coherente y sensible con los problemas reales a los que se enfrentan las
personas de nuestros días. Es necesario, prosigue este autor, hacer transparentes en términos
humanos concretos los procesos y tensiones sociales que enhebran el acontecer cotidiano de
los individuos, de los grupos y de las sociedades.
208
Hasta qué punto estas dos aproximaciones metodológicas son excluyentes constituye un
elemento de debate que hoy todavía no parece aclarado. Son numerosos los autores que han
defendido la complementariedad de la metodología cuantitativa y la cualitativa, al menos
como un objetivo a conseguir (Anguera, 1998; Ibáñez, 1992; Sabucedo et alii, 1997).
Algunos, como Álvaro (1995), manifiestan que no existe contradicción alguna en utilizar
ambas metodologías, de forma conjunta, en la investigación social, pues la utilización de
diferentes recursos metodológicos puede, incluso en un mismo estudio, aportar una visión
más enriquecedora de la realidad que se está estudiando.
Pero también se ha destacado la idea de que buena parte del auge de la metodología
cualitativa en ciencias sociales está relacionada con el desencanto producido, en las últimas
décadas, en el campo de las técnicas cuantitativas. Así, autores como Ruiz-Olabuénaga e
Ispizua (1989) o Sabucedo et alii (1997) mencionan la escasa proyección social de numerosos
resultados en las investigaciones cuantitativas, así como la dificultad de comprensión, incluso
para muchos profesionales, de la elaboración metodológica; todo ello frente a la mayor
visibilidad y proximidad a las situaciones reales que ofrecen los métodos cualitativos. Ovejero
(1997) se pregunta por la relevancia social de muchas investigaciones experimentales o
correlacionales en el campo de la psicología, que se limitan a exponer hechos evidentes con
209
Es más difícil de lo que a simple vista parece establecer disparidades rotundas entre
ambas formas de investigación. Probablemente, si existe una diferencia primordial que pueda
justificar hablar de dos tipos de metodologías, ésta es la orientación epistemológica que les
sirve de base. En este sentido, no se trataría de decantarse por uno u otro método, sino de
explicitar adecuadamente los objetivos que guían la estrategia investigadora, en función de
que sea utilizada una u otra metodología (Álvaro, 1995; Ibáñez, 1992; Sabucedo et alii, 1997).
210
Metodología cuantitativa
El acercamiento experimental
− Críticas a la simplificación. Tiene que ver con la metáfora del microscopio antes
expuesta. Los análisis experimentales suelen restringir el universo social a un pequeño
conjunto de variables −habitualmente dos: variable independiente y variable dependiente,
causa y efecto− cuando, en la vida real, el espectro de variables contextuales, sociales,
comunitarias o culturales es de amplitud mucho mayor. Obviamente, estas últimas son
variables muy difícilmente manipulables experimentalmente, por lo que el experimentador
suele limitarse a controlarlas mediante procedimientos de muestreo y agrupación. Tajfel
(1972a) realiza una dura crítica a esta característica de la investigación experimental y señala
que la psicología social se convertirá una ciencia realizada en un vacío social, si los
investigadores no se interesan por los factores contextuales y grupales que están
condicionando la creación de expectativas de los individuos y, por tanto, la explicación de su
conducta.
− Críticas éticas. La mayoría de las condiciones experimentales son inocuas para los
sujetos, sin embargo, muchas investigaciones de este tipo, realizadas a lo largo de la historia
de la psicología social, han incluido situaciones en las que los sujetos eran sometidos a
tensiones emocionales, relacionales, intelectuales, cognitivas, físicas o éticas. En estos casos,
la situación experimental no difiere en su apariencia externa y en la tensión experimentada a
la que se crearía en un programa televisivo de cámara oculta. Las exigencias de la
operativización de la variable independiente han justificado está complicada situación moral.
Como ponen de manifiesto Howe y Reiss (1993), cada persona es diferente y, por tanto,
siempre está presente la posibilidad de que alguien experimente una situación que pretende
ser científicamente neutra como algo muy incómodo o desagradable.
213
La validez interna indica hasta qué punto el investigador puede establecer como ciertas
las conclusiones que obtiene de su investigación. Se refiere, por tanto, al grado de confianza
con que puede inferirse si una relación causal entre variables es o no interpretable en el
sentido apuntado por el investigador. Este concepto está vinculado al de control de las
variables, que tiende a ser máximamente estricto en la investigación experimental. Sin
embargo, alcanzar dicho propósito no es fácil, dado que, muy a menudo, habrá otros factores
que operen al mismo tiempo que las variables independientes, y que deberán ser controlados
para poder separar los efectos que tienen sobre las variables dependientes. Como
metafóricamente ha señalado Fernández-Dols (1990), la validez interna es como el horizonte:
nunca se alcanza completamente, aunque sólo sea porque no hay una explicación científica
que sea totalmente irrefutable.
Los cambios producidos en la variable dependiente no podrán ser atribuidos con total y
absoluta seguridad a la acción de la variable independiente. Sin embargo, la planificación
cuidadosa de la investigación asegura que dicha atribución pueda tener una elevada
probabilidad. Durante la planificación es importante considerar qué técnicas de control se
llevarán a cabo, así como qué diseño será el más adecuado, lo cual permitirá obtener
conclusiones con un menor grado de ambigüedad respecto al papel desempeñado por la
variable independiente. Por lo tanto, se considera que un experimento posee validez interna
cuando se han controlado o eliminado factores que posibilitarían explicaciones alternativas a
las formuladas como conclusiones.
El segundo tipo de validez al que nos referiremos es la validez externa. Cuando se lleva
a cabo una investigación se pretende poder generalizar los resultados obtenidos más allá del
propio estudio, es decir, que los resultados puedan ser extrapolados a otras personas,
ambientes y contextos. La validez externa responde a la cuestión de si lo hallado en la
investigación, con una muestra concreta y en un contexto concreto −por ejemplo, el
laboratorio−, se puede aplicar a otros grupos de sujetos y en otros contextos diferentes al de la
investigación. Para posibilitar la generalización, la muestra ha de ser representativa, en
número y características, de la población objeto de estudio.
Como apunta Ato (1998a), una de las amenazas a la validez externa deriva de la posible
existencia de los llamados “efectos de interacción” entre los errores de selección muestral y el
tratamiento experimental. Se refiere a que se escogieran individuos con una o varias
características que provocan que el tratamiento experimental produzca un resultado que no se
daría si las personas no tuvieran esas características. Los efectos de interacción impedirán
generalizar los resultados obtenidos más allá de las condiciones concretas de la investigación.
Esto explica el caso de resultados contradictorios en estudios aparentemente similares, dado
215
que los sujetos seleccionados en cada uno no son representativos de una misma población de
referencia. Este hecho es frecuente cuando se llevan a cabo muestreos arbitrarios y no
aleatorios para seleccionar la muestra.
Otro tipo de amenaza a la validez externa está relacionada con la interacción entre el
momento histórico y los resultados de la investigación. Los hechos o acontecimientos
históricos son mutables, por eso su acontecer podría estar interaccionando con el efecto de la
variable independiente en una investigación psicosocial. Entonces, los resultados obtenidos
podrán referirse a dicho periodo, pero se reduciría su generalización. Ha sido objetivo de la
investigación cuantitativa en psicología social alcanzar conclusiones que no se limiten al
momento particular en que el estudio se realizó, sino que se mantengan a lo largo del tiempo.
Sin embargo, autores como Gergen (1992) o Ibáñez (1990) ya avisaron de lo escurridizo de
este objetivo para las ciencias sociales.
La presencia de validez tanto interna como externa puede ser estudiada mediante la
replicación de los resultados, de tal modo que se pueda maximizar la confianza en los efectos
observados de la variable independiente sobre la variable dependiente. Por otro lado, si un
experimento carece de rigor metodológico en su ejecución, no tiene sentido preguntarse sobre
la posibilidad de generalizar los resultados. Si se carece de validez interna, no existirá una
posibilidad lógica de validez externa. Dado que existe una relación entre ambos tipos de
validez, se tratará de alcanzar un nivel óptimo de ambas, de manera que las conclusiones
obtenidas puedan ir más allá de la propia situación de investigación, con objeto de avanzar en
el conocimiento científico acerca del comportamiento de los fenómenos.
La validez de constructo es el tercer tipo de validez del que trataremos en este apartado.
Se refiere a la explicación teórica dada a los resultados, es decir, a cómo una medición se
216
relaciona con otras, de acuerdo con la teoría que concierne a los conceptos que se están
midiendo. Al llevar a cabo un estudio de investigación interesa comprender qué constructos
teóricos subyacen y explican las modificaciones observadas en la variable dependiente. Se
considera que un constructo teórico tiene un alto grado de validez, si posee validez
convergente y validez discriminante. La validez convergente refleja el hecho de que diferentes
operativizaciones de una misma entidad teórica convergen en señalar resultados congruentes.
La validez discriminante se obtiene cuando operativizaciones de distintos constructos no
señalan los mismos resultados.
Al igual que en los dos tipos de validez anteriores, existen una serie de factores que
amenazan a la validez de constructo. La operativización inadecuada del constructo teórico es
la principal responsable de la pérdida de validez de constructo. Otras amenazas son las dos
siguientes:
no sólo debe nutrirse de la propia ciencia psicológica, sino que debe atender a la historia del
hombre y a sus producciones culturales (Cronbach, 1975).
realizada aleatoriamente, dado que se trabaja con “grupos intactos”, es decir, grupos ya
constituidos. Ato (1998b) diferencia dos tipos básicos de diseños cuasi-experimentales:
Metodología cualitativa
Si un recién llegado −por ejemplo, un estudiante con una beca− quisiera conocer cómo
son las costumbres del país que le acoge, podría optar por varias alternativas: observar el
comportamiento de sus habitantes en escenarios naturales, conversar y preguntar a éstos
acerca de lo que quiere saber, escuchar las conversaciones mantenidas entre los autóctonos o,
incluso, prestar atención a lo que aparece en los medios de comunicación locales. De esta
forma, se hará una idea bastante precisa de lo que pretende. Pues bien, si un investigador
social pretendiera realizar un estudio sobre el significado de los modos de vida y de relación
en determinados grupos sociales, podría optar por la aplicación sistemática y metódica de
técnicas de observación directa, de entrevistas en profundidad, de grupos de discusión o de
análisis documentales. Así, el investigador podrá generar conocimiento de una manera tan
fidedigna que no podría excluirse el calificativo de “científico” para su quehacer.
221
− Las técnicas de recogida de datos son abiertas. Estas técnicas son sensibles a la
identificación de patrones conductuales y actitudinales de los sujetos y grupos estudiados, así
como de influencias ambientales y relacionales. Se incluyen entrevistas semiestructuradas o
no estructuradas, grupos de discusión, observación directa, registros autobiográficos, análisis
de contenido en encuestas de respuesta abierta,…
− La fuente principal y directa de los datos son las situaciones naturales. Ningún aspecto
social puede entenderse fuera de sus referencias espacio-temporales y de su contexto.
− Los datos se analizan de manera inductiva. Se realiza así con el fin de detectar la
existencia de regularidades entre los datos, que constituyan la base de una futura teoría
adecuada al fenómeno social analizado y a su contexto sociocultural.
223
No habrá que pensar que las técnicas utilizadas desde el enfoque cualitativo se dejan
llevar por la arbitrariedad o que son carentes de rigor y cautela. Al contrario, como afirman
Ruiz-Olabuénaga e Ispizua (1989), los métodos cualitativos presentan una serie de supuestos,
cuya transgresión invalida automáticamente su utilización. Entre estos presupuestos, destacan:
Métodos cualitativos
Partiendo de la distinción que realizan Ibáñez e Íñiguez (1999) en cuanto a los métodos
de investigación cualitativa, en este apartado se presentan algunos de los más referenciados en
la literatura científica. Nos referiremos a la investigación naturalista, a la investigación-acción
participativa, a la investigación evaluativa y al recurso autobiográfico.
224
− La selección de los problemas y de las variables a investigar está determinado por las
necesidades reales de los “investigados”.
225
− Los métodos a elegir los decide la naturaleza del problema, estando abierta a toda la
multiplicidad metodológica.
− De discrepancias: Identificar y analizar las diferencias entre los logros y los objetivos,
bien al final de la aplicación de un programa o intervención, o bien en uno o más momentos
del proceso de aplicación.
Recurso autobiográfico. Parte del supuesto de que las personas utilizan los recuerdos de
su experiencia personal para planificar, resolver problemas, instruir y guiar a otros, justificar y
explicar sus acciones, a ellos mismos y a los demás. Por ello, este método de investigación se
basa en los relatos, datos, experiencias y comentarios de los sujetos, para construir un mundo
de significados capaz de dar sentido a los comportamientos y a las actitudes.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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