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Sócrates

Sócrates llena la segunda mitad del siglo V ateniense; murió a los setenta años, en 399 al
comenzar el siglo IV, que había de ser de máxima plenitud filosófica en Grecia. Era hijo de un
escultor y una comadrona, y decía que su arte, era como el de su madre, una mayéutica, un
arte de hacer dar a luz la verdad. Sócrates fue una de las personalidades más interesantes e
inquietadoras de toda la historia griega. Este apasionó a sus contemporáneos, hasta el extremó
de costarle la vida, y su papel en la de Grecia y en la filosofía no carece de misterio. Sócrates
tuvo una actuación digna y valiente como ciudadano y soldado; pero, sobre todo, fue el hombre
del ágora, el hombre de la calle y de la plaza, que habla e inquieta a toda Atenas. Al principio
Sócrates pareció un sofista más; solo mas tarde se vio que no lo era, sino al contrario, que
justamente había venido al mundo a superar la sofistica y restablecer el sentido de la verdad
en el pensamiento griego. Tuvo pronto un núcleo de discípulos atentos y entusiastas; lo mejor
de la juventud ateniense, y aun de otras ciudades de Grecia, quedo pendiente de las palabras
de Sócrates; Alcibíades, Jenofonte, sobre todo Platón, se contaron entre sus apasionados
oyentes.

Sócrates afirmaba la presencia junto a él de un genio o demonio familiar, cuya voz le


aconsejaba en los momentos capitales de su vida. Este demonio nunca lo movía a actuar, sino
que, en ocasiones, lo detenía y desviaba de una acción. Era una inspiración intima que se ha
interpretado a veces como algo divino, como una voz de la divinidad.

La acción socrática era exasperante. Un oráculo había dicho que nadie era más sabio que
Sócrates; este, modestamente, pretende demostrar lo contrario; y para ello va a preguntar a
sus conciudadanos, por las calles y plazas, que son las cosas que el ignora; esta es la ironía
socrática. El gobernante, el zapatero, el militar, la cortesana, el sofista, todos reciben las saetas
de sus preguntas. Que es el valor, que es la justicia, que es la amistad, que es la ciencia?
Resultan que no lo saben tampoco; ni si quiera le tienen, como Sócrates, conciencia de su
ignorancia, y la postre resulta que el oráculo tiene razón. Esto es superlativamente molesto
para los interrogados, y ese malestar se va condensando en odio, que termina en una acusación
contra Sócrates por introducir nuevos dioses y corromper a la juventud, un proceso absurdo,
tomado por Sócrates con serenidad e ironía, y una sentencia de muerte, aceptada serenamente
por Sócrates, que bebe la cicuta en aguda conversación sobre inmortalidad con sus discípulos,
sin querer faltar a las leyes injustas con la huida que le proponen y aseguran a sus amigos.

La oposición máxima de Sócrates va contra los sofistas; sus esfuerzos máximos tienden a
demostrar la inanidad su presunta ciencia; por eso, frente a los retóricos discursos de los
sofistas pone su dialogo cortado de preguntas y respuestas. Si nos preguntamos cuál es, en
suma, la aportación socrática a la filosofía, encontramos un pasaje de Aristóteles en que dice
categóricamente que le debemos dos cosas: Los razonamientos inductivos y la definición
universal; y añade que ambas cosas se refieren al principio de la ciencia. Cuando Sócrates
pregunta que es por ejemplo, la justicia, pide una definición. Definir es poner límites a una cosa,
y por ello, decir lo que algo es, su esencia; la definición nos conduce a la esencia, y al saber
entendido, como un simple discernir o distinguir sucede, por exigencia de Sócrates, un nuevo
saber cómo definir, que nos lleva a decir lo que las cosas son, a descubrir su esencia. De aquí
arranca toda la fecundidad del pensamiento socrático, vuelto a la verdad, centrado
nuevamente en el punto de vista de ser, de donde se había apartado la sofistica. En Sócrates se
trata de decir verdaderamente lo que las cosas son. Y por ese camino de la esencia definida se
llega a la teoría platónica de las ideas.

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