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AIMARA
Rodolfo Cerrón–Palomino
Academia Peruana de la Lengua
peruano. En la nota que sigue, tras un excurso sobre el tema, nos ocuparemos
de la etimología formal y semántica del nombre, cuya dilucidación había
quedado pendiente, reclamando un mejor escrutinio de los datos. Creemos
estar ahora en condiciones de ofrecer los elementos de juicio que permiten
resolver, al menos en calidad de hipótesis, los arcanos que encerraba la voz
que nos ocupa.
1 La expresión «lengua de los collas» requiere también de una explicación, pues adolece
de una asociación equívoca. En efecto, como lo vienen demostrando los estudios
lingüísticos y etnohistóricos (cf. Torero 1987: 343-351, Bouysse–Cassagne 1988:
1, § III), la lengua de los collas originarios, habitantes de la región noroeste del
lago Titicaca, habría sido la puquina, antes de su aimarización lingüística previa
a su quechuización ulterior.
Ahora bien, hasta aquí nos hemos referido solo a la asimilación del
nombre dentro del castellano, el mismo que, según se vio, de etnónimo
devino en glotónimo. Sin embargo, queda la pregunta con respecto a la
motivación que dio origen a la transposición semántica del término. En
efecto, ¿por qué razón el gentilicio prehispánico de los <aymaray> fue
tomado por los españoles como base del nombre de la lengua que
conocemos como aimara? La misma interrogante se formularon en su
momento estudiosos como Markham ([1871] 1923: Apéndice) y Tschudi
([1891] 1918: 146–167). La tesis que el historiador británico ofrece en
respuesta a dicha pregunta, y que luego será suscrita por el viajero suizo, es
que la designación de aimara para referir a la lengua le fue impuesta a ésta
por los misioneros aimaristas de Juli (Puno), en forma arbitraria, desde el
momento en que habrían tomado el nombre de uno de los grupos de
colonos prehispánicos procedentes de la «provincia» de Aimaraes,
transportados allí por los incas en calidad de mitmas, y de quienes se habrían
servido aquéllos en su aprendizaje del idioma. Observa el mismo autor,
sin embargo, que tales colonos y sus descendientes, originariamente vecinos
y aliados de los quechuas de la región de Apurímac, apenas habrían
cambiado su lengua quechua materna por la del aimara de su nueva
residencia. De esta manera, concluye Markham, se designaba un idioma
con un nombre desprovisto de toda motivación histórica y lingüística.
Pues bien, ¿hasta qué punto es válida la tesis del ilustre historiador
sajón? En verdad, estudios posteriores se encargarán de desecharla, por
carecer de sustento. Así, Middendorf ([1891] 1959: II), sobre la base
documental proporcionada por las «Relaciones Geográficas» (cf. Jiménez
de la Espada [1881–1897] 1965), demuestra que en verdad el antiguo
territorio ocupado por los aimaraes era de habla aimara, por lo menos
antes de su quechuización, como lo estaría probando la toponimia de la
región4. Por su parte, José María Camacho, el estudioso boliviano que
tiempo, persisten en el empleo de la otra variante (¿y por qué no entonces seguir
escribiendo <quichua> y no <quechua>?). No así en el país boliviano donde,
sobre todo entre los aimaristas, escribir <aymara>, con <y> y no con <i>, parece
haberse convertido en símbolo de reivindicación idiomática.
4 Así, por ejemplo, al hablar del nombre de la provincia de Cotabambas, que
limita con la de Aimaraes, comenta, y con razón: «También este nombre pertenece
conocemos como tal, lejos de haber sido inmotivada, le venía más bien de
modo natural.
6 A nadie se le ocurrió entonces, comenzando por el propio Torero, acuñar otro rótulo,
que siguiendo igual lógica habría sido simi, pues se prefirió seguir empleando el mismo
nombre tradicional, aun cuando muchos dialectos quechuas ostentan una designación
particular.
9 Pero no solamente entre los gramáticos tradicionales, pues lo mismo podemos decir
del «proyecto Atamiri», del experto boliviano en informática, Iván Guzmán de Rojas,
para quien el aimara sería la única lengua del mundo dotada de una sintaxis
«algorítmica» de base lógica trivalente (cf. www.atamiri.cc). Lo que no advierte el
mencionado experto es que, siguiendo su razonamiento, y sin ir muy lejos, el quechua
también tendría la misma propiedad que se le atribuye al aimara. Ocurre que en
ambos casos, aparte de las proposiciones afirmativas y negativas, cabe otra «valencia»:
la de los juicios probables; pero ello también se da en toda lengua, con la única
diferencia que en los idiomas andinos su gramaticalización se hace a través de morfemas
especiales.
10 Para muestra, un botón: el topónimo Ottawa (Canadá) es explicado, en tales predios,
como proviniendo del aimara *uta–wa ‘(es una) casa’; asimismo Alaska (Estados
Unidos) se interpreta a partir de *ala–ska- ‘estar comprando’. Para más ejemplos
con lindezas semejantes, ver Deza Galindo (1992: Apéndice).
En efecto, los topónimos en referencia son de dos tipos: (a) los que
presentan una estructura derivada (radical más sufijos); y (b) los que
constituyen formas compuestas, que a su vez se subdividen en: (b’)
compuestos formados por raíz simple más un nombre; y (b’’) compuestos
integrados por raíz derivada más nombre. Seguidamente ilustramos los
tipos caracterizados13:
<Ayma–s> (1 caso)
<Ayma–ra> (6 casos)
<Ayma–ña> (1 caso)
<Ayma–y(a)> (2 casos)
<Ayma–pata> (1 caso)
<Ayma–putunco> (1 caso)
<Ayma–ra–pata> (1 caso)
<Ayma–ra–bamba> (1 caso)
Pues bien, los sufijos contenidos en (a) son *–º ‘caracterizador’, *–ra
‘multiplicador’, –ña ‘concretador’ y –y(a) ‘localizador’. Con excepción del
primero, vigente sólo en el quechua central (cf. Cerrón–Palomino 2002b), y
que no debe ser interpretado como el plural castellano, todos ellos son de
cuño aimara, si bien, conforme vimos, el último acusa remodelación en la
otra lengua. Conociendo el valor de tales sufijos, podemos intentar traducir
los topónimos listados, en una primera aproximación, como ‘(lugar)
caracterizado por ayma’, ‘(lugar) donde abunda ayma’, ‘(lugar) donde se
ayma’ y ‘(lugar) donde hay ayma’, respectivamente. Sobra decir que en todos
estos casos falta la información básica: el significado de ayma. Con todo, se
va insinuando el carácter más bien concreto del referente, puesto que en
todos ellos se hace alusión, descriptivamente, a un contexto físico. Los
ejemplos de (b) confirmarán esta sospecha. En efecto, <Ayma–pata> vale
como ‘andén de ayma’ y <Ayma–putunco> se glosa como ‘brotar o germinar
14 Esto, de aceptarse el étimo quechua de <putunco>, cuya raíz es el verbo p’utu– ‘brotar,
germinar los sembríos’ (cf. Gonçález Holguín [1608] 1952: I, 298), seguido de un
nominalizador –nku, hoy fosilizado. Cabe también analizarlo como aimara, que
registra <phutu–> ‘echar vaho’ (cf. Bertonio, op. cit., II, 282), en cuyo caso el significado
del topónimo sería ‘el vaho de las aymas’. Ante esta alternativa, nos inclinamos por la
primera, y, en tal sentido, el nombre habría sido ideado en quechua.
entre una forma con aspiración y otra sin ella. Para dar con dicha variación
había, pues, que recordar la advertencia formulada, en el vocabulario citado,
sobre las palabras que empezaban con <h> o sin ella. Decía, en efecto, el ilustre
aimarista, en el encabezamiento de la primera parte de su obra: «[…] miren con
cuydado la primera letra con que se escribe el vocablo que quieren buscar: por
que podria ser que buscassen al que comiença por HA: entre los que comiençan
por A sin aspiracion, y al reues […]» (p. 1). Nótese, sin embargo, que la variación
fonética del vocablo dio lugar, posteriormente, a un doblete: (a) <ayma>, con
el significado de ‘canto o baile que se ejecutaba al ir a trabajar en las sementeras
de los principales’, y (b) <jayma>, como equivalente de ‘chacra de principal o
de la comunidad’. Ambas formas remontan entonces, sin duda alguna, a
*hayma: en términos de fonética articulatoria, es más natural esperar que la
aspiración desaparezca antes que surja de la nada15.
Antes de concluir con esta sección, resta que digamos unas palabras en
relación con la motivación semántica original del término. En efecto, si
asumimos que la práctica del <(h)ayma> era propia del sistema agrario
preincaico y no una actividad particular del grupo étnico que luego se
denominaría <Aymaray>, ¿por qué razón el pueblo así llamado tomó (si es que
no se le dio) dicha designación? Porque seguramente <(h)aymas> los hubo en
todas partes, y la tonada especial que se cantaba y bailaba en ocasión de sus
faenas era una práctica común, tanto que no escapó a los ojos y oídos del Lic.
Polo de Ondegardo, quien la consigna como un ejercicio idolátrico, según se
vio. Al respecto, diremos que, como ocurre en casos semejantes, la motivación
inicial del nombre es algo que escapa a la pesquisa etimológica. A lo sumo,
podría conjeturarse que quizás el lugar de origen de los antiguos <aymaray> se
caracterizaba, a diferencia de otras comarcas, por tener mayor cantidad y
calidad de terrenos considerados como <(h)ayma>.
16 Tampoco debe olvidarse, en este punto, los efectos de la presión fiscal ejercida por la
corona española sobre los uros, quienes, considerados como «medio–hombres», por
el hecho de pagar la mital de la tasa que aportaban los demás grupos étnicos, una vez
sedentarizados a orillas del lago, procedieron a ofrecerse voluntariamente como
contribuyentes «normales», es decir pagando una cantidad semejante a la que daban
sus vecinos. De esta manera, al ser censados como «aimaras», se buscaba borrar el
estigma de ser «medio-hombres» con el que se les marcaba. Para la «adquisición» de la
ciudadanía aimara por parte de los uros, ver Wachtel (1978).
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