You are on page 1of 7

SPAN 4160

Scott Spanbauer

15. Dic. 2006

Don Juan o el Diablo: La ambigüedad en Rosarito

En el desenlace de su novela corta Rosarito, el autor Ramón del Valle-Inclán nos

presenta—casi nos asalta—con una escena sorprendente de horror. La Condesa de Cela,

durmiendo a medianoche en el sofá de la sala de su pazo, se despierta a medias al oír un grito

medroso. Vuelve a dormir, pero momentos o minutos después, otro grito más fuerte la despierta

por segunda vez. La Condesa se levanta, y anda aterrorizada hacía la fuente de los sonidos (121).

Encuentra el cuerpo de la joven Rosarito, dos lágrimas en las mejillas, tendido en la cama de

palo santo (que, irónicamente lleva el apodo el árbol de la vida, y el nombre latín lignum vitae—

vida larga) del cuarto de don Miguel de Montenegro. El alfilerón de oro que usaba la niña en los

cabellos está clavado en el pecho, y su corpiño blanco resulta manchado por un hilo de sangre.

Don Miguel, parece, ha huido por la ventana abierta (122-123). ¿Qué tipo de tragedia ha

sucedido, y cómo se relaciona con los gritos? ¿Ha matado el viejo libertino donjuanesco a su

pariente inocente después de violarla? O, ¿es posible que la haya matado sin violarla? y,

¿porqué? Una hipótesis aún más trágica es que Rosarito, después de ser violada por don Miguel,

se suicidada con su propio alfiler. (Considero este escenario lo más probable, por razones que

explico más adelante.) De todos modos, Valle-Inclán nos ofrece pocas claves con que descifrar el

rompecabezas de Rosarito.

No obstante, por lo menos un crítico literario de la obra de Valle-Inclán cree que no cabe

1
duda—ni tampoco ambigüedad—de que don Miguel ha matado, pero no ha violado a Rosarito.

En su ensayo Rosarito y la hermenéutica narrativa, Luís Gonzáles del Valle sostiene que la

explicación más lógica es que don Miguel, fracasado su intento de violar a Rosarito y profanar su

inocencia, la mata por venganza (155). Gonzáles del Valle presenta varias razones para esta

conclusión, entre ellos el hecho de que la niña todavía lleva el corpiño en vez de ser desnuda, y

que “los amantes no asesinan a las mujeres que han poseído tras haber alcanzado sus objetivos

amorosos con ellas” (145). Su argumento fundamental, y sorprendente, es que don Miguel ha

dejado de ser una persona histórica, pariente de la Condesa de Cela, e hidalgo gallego, y es, en

efecto, el diablo. Esto lo propone Gonzáles del Valle literalmente; no arguye que el personaje de

don Miguel representa la encarnación de las cualidades que asociamos con el diablo (los

pecados, la maldad, la oscuridad), sino que Satanás, el mismo Príncipe de Tinieblas, ha tomado

posesión del cuerpo de don Miguel.

Gonzáles del Valle provee varios argumentos en apoyo de esta creencia, empezando con

los informes del narrador omnisciente y fidedigno. Según este narrador, nos dice, don Miguel

ejerce “el poder sugestivo de lo tenebroso” sobre otros, y que su sonrisa, miradas y frases son

siniestras cuando parece intuir el interés romántico de Rosarito (141). Gonzáles del Valle nota

evidencia de lo diabólico en otros detalles menores también. Don Miguel profesa su ignorancia

de que el marido de la Condesa de Cela, su primo el Conde, ha muerto, y que esto tiene que ver

con el hecho de que la Condesa se lo dice mirando al cielo, lugar prohibido al diablo. Otra

prueba de la identidad “verdadera” de don Miguel es su capacidad de reconocer a Rosarito

aunque no la ha visto desde su niñez (144). La prueba más fuerte que ofrece es que Rosarito es

asesinada en la cama donde había dormido el santo Fray Diego de Cádiz. Gonzáles del Valle

2
explica que este acto es de suma importancia, porque “el diablo, encarnado en don Miguel,

profana un recinto esencialmente sagrado al haber vivido en él un santo: lo hace a través del

crimen horrendo de un ser inocente que, hasta entonces, encarnaba la belleza casta” (144-145).

En este acto de profanación sobre el altar sagrado—el lecho del santo—ve Gonzáles del Valle un

“rito de profanación en obediencia a una liturgia de mal” (145).

Esta bifurcación del personaje de don Miguel en dos entidades—el hidalgo y el diablo—

es esencial para la verosimilitud, según Gonzáles del Valle. Es improbable que el primero viole a

una joven en la casa de un pariente “ya que un acto de esta naturaleza iría en contra de su buen

nombre y menospreciaría la condición de aquéllos con los que él se igualaba” (142). Repite este

argumento de otra manera unas páginas después: “es ilógico pensar que, por muy libertino que

fuese, don Miguel iba a intentar seducir a una joven de su familia, que conoció de niña hace más

de diez años, en la casa donde se le ha dado albergue y pocas horas después de haber llegado a

ese sitio” (144). Un mero don Juan no sería capaz de tanta degradación, pero el diablo sí.

Siendo persona razonable, Gonzáles del Valle admite que “no todo lector de Rosarito llegará,

necesariamente, a conclusiones semejantes a las mías,” dado que cada lector interpreta los

elementos del cuento conforme con su propias experiencias y creencias (142). Con este permiso,

me dirijo a los argumentos de Gonzáles del Valle, con que no siempre estoy de acuerdo. Primero,

es importante notar que aunque el lector típico de 1895 (cuando salió a luz Rosarito por primera

vez) tuviera una fe en la existencia de Satanás más fuerte que la del lector actual, eso no quiere

decir que Valle-Inclán intentara una equivalencia literal entre él y don Miguel. A veces lo

tenebroso es simplemente lo tenebroso – una herramienta del arsenal gótico para crear una

atmósfera de temor, de duda, o de oscuridad. Si esta técnica usa como metáfora lo diabólico, o la

3
lucha entre las fuerzas de lo bueno y lo malo, la luz y la oscuridad, eso no requiere que el tema

de la obra sea también esa lucha. Como nota Rosa Alicia Ramos en su estudio de los cuentos de

Valle-Inclán, Rosarito es “un ejemplo de la comunicación directa, propia del género narrativo, y

de la expresión sugestiva de la poesía simbolista (121). Además, hay problemas con las pruebas

de la posesión diabólica de don Miguel que cita Gonzáles del Valle. Al leer la citación completa

de Rosarito, el “poder sugestivo de lo tenebroso” que demuestra don Miguel está relegado no a

todos que le rodean, sino a un grupo específico: “Era de ver cómo aquellos hidalgos campesinos

que nunca habían salido de sus madrigueras concluían por humillarse ante la apostura

caballeresca y la engolada voz del viejo libertino, cuya vida de conspirador, llena de azares

desconocidos, ejercía sobre ellos el poder sugestivo de lo tenebroso” (109). Visto en su contexto

original, este poder parece menos sobrenatural que egoísta: don Miguel sabe como causarles una

buena impresión a los provinciales. Ramos también insiste que la influencia que tiene Don

Miguel en los otros personajes es menos sobrenatural que sugestivo, basando esta observación en

las declaraciones claras del narrador. “Por cierto...las sensaciones que despierta el caballero en

los demás son producto de la sensibilidad subjetiva de ellos y no de los poderes portentosos que

a él se le atribuyen” (121). Tampoco es cosa sobrenatural que un gran seductor como don Miguel

adivine lo que siente una joven que le mira con admiración, temblando. El ejemplo del Conde

muerto tiene aún menos sentido; don Miguel pregunta por su primo, el Conde, y la Condesa

responde (mirando al cielo) que, en efecto, el Conde se ha muerto (111). No hay evidencia en

absoluto de una relación causal entre la ignorancia de don Miguel sobre la muerte de su primo, y

las palabras de la Condesa. Tampoco es sorprendente que uno tan entendido en los asuntos de las

mujeres como don Miguel reconocería a Rosarito después de diez años. Tampoco es prueba de

4
su enlace con el diablo la historia del santo Fray y su cama de lignum vitae. Como otros

fenómenos que ocurren en el cuarto cuando entra la Condesa—la mancha negra que baila sobre

las paredes (una polilla dando vueltas alrededor de la lámpara), el mueble que cruje, el gusano

que carcome en la madera—la cama y su historia sirven sólo para aumentar la tensión dramática.

¿Es Rosarito víctima de una misa negra? Es dudable, porque tan rito requeriría la premeditación,

la preparación, y los instrumentos de un cura satánico, elementos que provee Valle-Inclán

abiertamente en otro cuento de Jardín Umbrío, “Beatriz”. Lo que sufre Rosarito de verdad,

aunque nunca aprendemos los detalles, es un crimen repentino de la pasión.

Si queremos poner en duda la teoría de Gonzáles del Valle sobre la naturaleza de este

crimen, sería bastante proponer otros escenarios probables. Para creer el más obvio—que don

Miguel ha violado, y después matado a Rosarito—no se necesita nada más que leer el diario.

Cada día aparecen reportajes sobre mujeres asesinadas después de ser violadas por hombres

brutos y violentos. No hay razón, salvo la carencia trágica de bondad y empatía del prójimo. Si

uno busca alguna señal o símbolo de semejante violación en el desenlace de Rosarito, no es

preciso buscar más allá del hilo de sangre en el corpiño, que se asemeja a la sangre de la

doncellez perdida en la sabana blanca.

Igualmente trágica, pero más noble, sería la posibilidad de que Rosarito se ha suicidado.

Apoyando esta interpretación tenemos primero los dos gritos. La Condesa, dormida, oye un grito

medroso, y vuelve a dormir. Entonces sigue un párrafo donde Valle-Inclán trata de (y logra en)

asustarnos con un ratón, pupilas de monstruos, y daguerrotipos que centellan. Pasan quizás unos

minutos así, antes de que oiga la Condesa el segundo grito. Este intervalo nos indica que hay dos

hechos; el primero es que don Miguel viola a Rosarito—ella da un grito débil al ser penetrada,

5
arruinada, y denigrada. Después huye don Miguel de acuerdo con su historia—es persona

acostumbrada a huir, y la ventana está abierta. Sola, desmayada, quizás creyéndose pecadora,

Rosarito alisa su corpiño, toma el alfiler del pelo, y se apuñala el pecho. Nunca le ocurriría a don

Miguel matar a alguien con un alfiler, que no es arma caballerosa.

De todos modos, aunque uno puede construir un argumento en apoyo de alguna

interpretación u otra sobre los últimos minutos de Rosarito, es posible que no sea necesario

escoger no comprobar una sola hipótesis. Aunque el autor ha dejado varias pistas, eso no

requiere que él afirme un escenario u otro para el desenlace de Rosarito. Según Ramos, la

complejidad y ambigüedad del desenlace de “Rosarito” permite una variedad de interpretaciones:

“Lo irrefutable, sin embargo, es que mediante la expresión sugestiva y evocativa del cuento, la

intrusión de lo insólito y lo sobrenatural en el mundo sensible adquiere una compleja

impenetrabilidad que nos hace detenernos en asombro ante los hechos.” Para Ramos, este

conjunto de elementos no sirve para dar luz al mundo interior de don Miguel o de Rosarito, sino

para acercarse el lector al desconocido (127).

Si es verdad, como señala Gonzáles del Valle, que cada lector trae su propio sentido al

texto, el mío sería que los personajes no son ni blanco ni negro. En vez de dos seres—el hidalgo

gallego y el diablo—creo que el personaje de don Miguel es tan complejo que pueda abarcar

tanto el caballerismo como la cobardía. El héroe puede violar la niña inocente, porque así son

seres humanos—personas complejas, hondamente imperfectas. Rosarito, por su parte, es un ser

virginal e inocente, pero a la misma vez, una mujer, con impulsos sexuales. El horror de

Rosarito es la necesidad de sentir los dos simultáneamente.

6
Fuentes

Gonzáles del Valle, Luís T. “Rosarito y la hermenéutica narrativa.” La ficción breve de Valle-

Inclán: Hermenéutica y estrategias narrativas. Barcelona: Anthropos, 1990. 139-157.

Ramos, Rosa Alicia. Las narraciones breves de Ramón del Valle-Inclán. Madrid: Editorial

Pliegos, 1991.

Valle-Inclán, Ramón. “Rosarito.” Jardín Umbrío. Madrid: Espasa Calpe, 1986. 102-123.

You might also like