En esta gran época: De cómo la prensa liberal engendra una guerra mundial
By Karl Kraus
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Karl Kraus
Karl Kraus (Jičin, Bohemia, 1874 - Viena, 1936), ensayista, aforista, dramaturgo y poeta, es uno de los más importantes escritores satíricos en lengua alemana. En 1899 funda Die Fackel (La antorcha), la inclasificable revista vienesa que editó y escribió casi en solitario, de la que llegó a publicar más de novecientos números y en la que brilló como un intelectual independiente con susingeniosas y virulentas críticas a la prensa, la cultura y la política alemanas y austríacas de la época. Entre su monumental obra, cabe destacar Los últimos días de la humanidad (1919), Palabras en versos (1916-30) y La tercera noche de Walpurgis (1933).
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En esta gran época - Karl Kraus
autoría.
prólogo
Cómo hacer ahora La antorcha
JOAQUÍN ESTEFANÍA
Es muy conocido el papel que los socialistas jugaron en la Primera Guerra Mundial y las contradicciones a que dio lugar. Dos años antes de iniciarse la conflagración, en 1912, se reunió la Internacional Socialista con el objeto de analizar la brutal carrera armamentista que se había apoderado de muchos países y que parecía conducir irremediablemente al estallido de una crisis bélica. Los principales líderes socialistas se comprometieron a denunciar cualquier política agresiva de sus gobiernos y, llegado el momento, a pronunciarse en contra de los créditos de guerra: prevalecería en ellos una perspectiva de clase (defender al proletariado) frente a una perspectiva patriótica (defender a los países). A la hora de la verdad, en agosto de 1914, se olvidaron de sus promesas, dominó en ellos el ardor guerrero, ayudaron a aprobar los créditos de guerra, no convocaron ninguna huelga revolucionaria internacional contra la guerra
y acompañaron los fuegos fatuos patrióticos que se multiplicaron en una parte amplia y enloquecida de la ciudadanía de aquel momento. El resultado fue nefasto también en términos partidistas: la socialdemocracia se dividió y algunos de sus mejores líderes, lo que más se opusieron a la guerra (Rosa Luxemburgo, Kart Liebknecht, Jean Jaurès…) fueron asesinados por los partidarios de la reacción.
Mucho menos conocido por el público en general —aunque también haya sido objeto de abundante estudio por parte de los historiadores— es el papel de la prensa liberal en ese conflicto, en una buena parte protagonista de un idéntico entusiasmo bélico que arrastró a las masas hacia la violencia. Aquí es donde aparece la figura del periodista austriaco Karl Kraus (1874-1936), uno de los grandes escritores satíricos de todos los tiempos en lengua alemana y, como se dice en la presentación del editor de este libro, uno de los modelos más armados del periodista de opinión
. Karl Kraus es el gran debelador de su tiempo contra el periodismo que se pone al servicio de la oscuridad y apoya la confrontación bélica desde la comodidad de sus despachos (esos decoradores del hundimiento, esos recomendadores de campos de cadáveres, esos miserables lameculos que preparan editoriales y textos de décima mano
). Odiaba tanto a los malos periodistas (que, para él, eran casi todos) que le preocupaban menos los criminales que asesinaban a la gente o los políticos venales que vendían a la población que los periodistas que se alineaban acríticamente con sus amos y que utilizaban un lenguaje podrido que vaciaba la imaginación y excluía la percepción crítica.
Kraus, que utiliza para su labor todos los géneros —compilaciones, conferencias, manifiestos, poemas, panfletos, piezas de teatro… aunque sobresale, sobre todo, en el artículo periodístico y en el aforismo— desarrolla la sátira a través del absurdo, la parodia, la exageración, el humor, la saña y la confrontación de sus oponentes dialécticos con sus propios escritos, en un contexto diferente. En determinadas circunstancias piensa que en vez de denunciar o difamar a sus adversarios, lo mejor es reproducir sus artículos sin comentario alguno. La principal arma de combate de Kraus es, asimismo, su gran obra: la revista Die Fackel, La antorcha, un objeto periodístico inclasificable, en la que durante 37 años y casi mil números ajusticia a sus contrincantes. El blanco inicial de sus sátiras y sus iras es, como hemos dicho, el lenguaje corrompido y la prensa adulterada, aunque poco a poco va refinando los contenidos de la revista y en su morral caen la justicia, el Ejército, la burocracia, la Iglesia, los partidos políticos, las universidades, la policía, la cultura, la Administración, la banca, los ferrocarriles, etcétera, considerados en tantas ocasiones venales e incompetentes. Nadie se escapa de esa crítica brutal y muchas veces desaforada.
Las innumerables piezas escritas de Kraus aparecen previamente en La antorcha (aunque luego se conviertan en libros), una publicación sin periodicidad de la que fue propietario, director, único redactor y publicista. Nacida para evitar el amordazamiento al que se sentía atenazado por parte de los directores del resto de los periódicos de la Viena de entre siglos, La antorcha fue un enorme éxito para la época. Kraus, que empezó en la prensa como crítico teatral, llegó a la conclusión de que era necesario convertirse en su propio periódico si quería hablar de lo que sucedía alrededor con voz independiente. Su acomodado padre estuvo en condiciones de correr con los gastos de salida y del primer número. Luego, las ventas le aseguraron esa independencia económica (en sus mejores momentos vendió unos 30.000 ejemplares —más que algunos diarios de la capital austriaca— y nunca bajó de los 7.000 ejemplares) y, en momentos de debilidad, pudo echar mano de la herencia de su antecesor, muerto en el año 1900. En cuanto a la independencia ideológica o partidista, el ideal de este hombre orquesta era el de un escritor sin ideas personales
que observa su entorno sin antiorejeras de los partidos; evitaba toda afiliación ideológica (liberalismo, socialdemocracia, clericalismo, sionismo, antisemitismo —era judío—, pangermanismo, socialismo igualitarista o capitalismo rapaz, etcétera), lo cual no significa que sus textos no destilen determinadas simpatías políticas subyacentes que, por cierto, varían a lo largo del tiempo.
Kraus es un periodista que odia a los periodistas, culpables de los males de su tiempo más que los políticos o los banqueros. Es tal su obsesión que Walter Benjamin, quien publicó en 1931 un ensayo titulado Karl Kraus aparecido por entregas en el periódico alemán Frankfurter Zeitung, escribe: El odio que Kraus siente por los periodistas […] ha de tener raíces en su propio ser
. No en vano define Kraus al periodista con la siguiente antinomia: Aquel que no tiene una idea pero puede expresarla
.
El mundo vive entonces la primera era de la globalización, que dura hasta la Primera Guerra Mundial. Una globalización que es muy profunda. Stefan Zweig, que también es objeto de las diatribas del director de La antorcha, describe en sus fantásticas memorias de un europeo cuál era el espíritu de la época:
Antes de 1914, la Tierra era de todos. Todo el mundo iba donde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada vez que les cuento que antes de 1914 viajé a la India y a América sin pasaportes y que, en realidad, jamás en mi vida había visto uno. La gente subía y bajaba de los trenes y los barcos sin preguntar ni ser preguntada, no tenía que rellenar ni uno del centenar de papeles que se exigen hoy en día […] Fue después de la guerra cuando el nacionalsocialismo comenzó a trastornar el mundo, y el primer fenómeno visible de esta epidemia fue la xenofobia, el odio, o por lo menos el temor al extraño. En todas partes la gente se defendía de los extranjeros, en todas partes se los excluía. Todas las humillaciones que se habían inventado antaño solo para los criminales, ahora se infligían a todos los viajeros, antes y después del viaje… (Zweig, 2001).
Los periódicos diarios estaban viviendo un momento de esplendor por la acumulación de diferentes factores: los inventos tecnológicos (las rotativas y linotipias compuestas), la mejora de las comunicaciones (el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono…), el aumento de la alfabetización de una parte de la ciudadanía que es la consumidora de esos medios de comunicación, etcétera. Los propietarios de esos periódicos tenían la suficiente influencia para presionar a los gobernantes y que estos adoptasen políticas de conveniencia para ellos en lugar de afianzar las políticas del interés general. Tanto como para determinar la guerra y la paz. Se ha contado muchas veces el papel del imperio periodístico Hearst en la guerra hispanoamericana de 1898, empujando al presidente McKinley a declarar la guerra a España tras el hundimiento de un buque, el Maine, en el puerto de La Habana, y creando artificialmente un clima de histeria popular. La crítica de Kraus a la prensa se resume en los versos que escribió para una obra de teatro titulada Literatura, que decían: Al principio era la prensa y después vino el mundo
, o la vida es solo la forma impresa de la prensa
. En 1912 publicó un texto titulado Untergang der Welt durch schwarze Magie
, Hundimiento del mundo por obra de la magia negra
, calificado como el mayor manifiesto antiperiodístico de su generación: el periodismo engendra guerras para lucrarse con su cobertura y asesina la imaginación del lector complaciente. Untergang...
es una pieza muy vienesa, difícil de comprender y de contextualizar para el lector de hoy, pero su intensión se manifiesta desde el propio titular. Muchos textos de Kraus abundan en parecido