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Lunes 12 de junio de 2000

Editora Responsable: Patricia Vega

Las inundaciones de Chalco


Marco Adrián Ortega Guerrero

Sufragios para la ciencia


Alejandro Canales

La marcha de los suicidas


Victoriano Garza Almanza

Ciencia sin fronteras


Mirna Servín

Lunes en la Ciencia, 12 de junio del 2000

Al sur del paraíso

La marcha de los suicidas


Victoriano Garza Almanza
Estados Unidos es una nación que siempre se ha caracterizado por manifestar movimientos
racistas y periodos de odios xenofóbicos. El actual ataque de desprecio, expresado en
acciones de caza y asesinato de migrantes ilegales en la frontera norte de México es la
cresta de una ola que ha venido creciendo desde que el mal recordado ex gobernador de
California, Pete Wilson, inventó su propuesta 187 para avenirse votos y apoyo económico
de los grupos más radicales e intolerantes de ese estado.

Mediante dicha propuesta, aparecida en la primera mitad de los noventa, pretendieron


eliminar algunos de los derechos de los migrantes, como educación, seguro de desempleo,
atención a la salud, entre otros.

Un gato atrapado en espinosos arbustos es capaz de tocar los corazones de azúcar de los
estadunidenses; pero un mexicano ilegal, atorado en las rejillas del drenaje de El Paso, por
el cual pretendía entrar a la ciudad, les provoca disgusto y enfado. Y si es baleado, como
ahora lo están haciendo en varios puntos de la frontera, convierten a los cazadores en
héroes.

En Estados Unidos hasta un perro es un animal con derechos, un ser vivo que goza de leyes
que lo protegen del maltrato, que es cuidado y alimentado mejor que muchos millones de
pobres de nuestro país. Pero en ese mismo lugar, un mexicano es un "alien", en todo el
sentido de las películas de ciencia ficción. Es un ser de otro mundo, sin derecho alguno, que
ha ido al norte para aprovecharse de la candidez de los gringos y despojarlos de sus
propiedades; un "alien" que es enfrentado y sometido, en desigual lucha, por un Rambo, un
sacrificado patriota que puede ser cualquier ciudadano.

En ese país de migrantes, sus ciudadanos ven al nuevo migrante, sobre todo al ilegal, como
una amenaza a su fuente de trabajo, a su cultura y a su pureza de raza.

"Don't open the cesspool" (no abran la cloaca), exigió la Asociación Médica Americana,
cuando México y Estados Unidos estaban negociando el Tratado de Libre Comercio. Sus
ignorantes socios creían que la frontera iba a ser abierta de par en par, se aterrorizaban
pensando que la mexicanidad se iba a derramar de sur a norte.

El costoso daño a sus terrenos agrícolas o de ganadería es una de las principales razones
que arguyen los rancheros de Arizona para combatir con armas de fuego a la "plaga de
ilegales", como les denominan. Al mismo tiempo, algunos universitarios, estudiosos de la
ecología del desierto sonorense, han estado evaluando el impacto ambiental de los
migrantes que cruzan en medio de las reservas naturales del sur de Arizona.

Esos investigadores han cuantificado, a juzgar por los resultados que publican, las especies
vegetales y animales que están sufriendo el embate de la atropellada internación de los
ilegales. Denuncian que la falta de control, por parte de las autoridades de inmigración y
naturalización de su país, está poniendo en peligro la sobrevivencia de especies silvestres y
el equilibrio de los ecosistemas naturales.
Las muestras mexicanas de contrariedad,
ante las criminales medidas que para
combatir a los ilegales están aplicando
algunos rancheros estadunidenses en la
línea fronteriza, han sido muy tibias. Tal
parece que "ojos que no ven, corazón que
no siente".

La fortaleza del antimexicanismo está en la


desunión de los mexicoestadunidense
dentro de EU; en la flaca -si no es que
inexistente- defensa a los migrantes ilegales
por parte del gobierno de México; y en la
falta de preocupación, por parte de los mexicanos que vamos de compras al vecino país, en
dejar de ir a tiendas departamentales o cadenas de supermercados o en dejar de adquirir
productos fabricados por empresas que financian a grupos racistas o campañas
antimexicanas.

Pero el hombre, cualquiera que sea su nacionalidad y su preparación, no deja de ser un


organismo migrante que, como muchos seres vivientes, busca mejorar su situación de vida.

En la naturaleza un pequeño roedor, el lemming, causó extrañeza por la rara conducta que
desarrollaba cuando su población aumentaba desproporcionadamente. El biólogo ruso
Akimushkin escribió: "Los jóvenes animalitos, que en su patria ya no encuentran lugares
aptos para establecerse ni alimentos para sustentarse, comienzan sus famosas migraciones.
Emprenden la marcha solos: cada animalito tiene su senda. Poco a poco los caminos se
unen. Y ya son miles los animalitos que, unidos por la desgracia general, van por un mismo
camino. ¿A dónde van? Muchos caminos de los lemmings no van a ninguna parte. Casi
todos ellos mueren durante el trayecto, aniquilados por los perros, zorros, lobos, linces,
etcetéra."

La leyenda dice que, en una marcha suicida, los lemmings escalan los acantilados más
escabrosos de los fiordos noruegos y que, obcecados por seguir su peregrinaje en pos del
sustento, se arrojan al mar. "Se ahogan, chillan, nadan, sin esperanza alguna. (Detrás de
ellos) nuevos suicidas continúan saltando al mar".

Mientras tanto, los cientos de miles de mexicanos migrantes, como los lemmings,
abrumados por el peso de la sobrepoblación, la carencia de alimentos y la poquedad de
alternativas laborales para hacer una vida digna con bienestar para la familia y, como si se
tratara de un pacto suicida, se lanzan en una desaforada marcha por todas las sendas y
trochas de México que convergen en el norte. Unen sus caminos en uno solo y se lanzan en
masa al despeñadero.

El autor es coordinador del Centro de Estudios del Medio Ambiente de la Universidad


Autónoma de Ciudad Juárez

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