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El genoma humano
Antonio R. Cabral
Opiniones de mexicanos
El ideal clásico del estudiante de ciencias a lo largo del tiempo ha sido convertirse en un
investigador científico. En el México de hace 30 años esta querencia era nada menos que
imposible: la actividad científica era un lujo que pocas universidades podían darse, y un
elemento inexistente dentro del sector privado.
Debido a esta situación tan desequilibrada entre el apoyo oficial a las artes y a la ciencia,
los científicos universitarios del país se organizaron y, en 1959, crearon una asociación
civil llamada Academia Mexicana de Ciencias. Este grupo de investigadores se daba cuenta
de que por el escaso interés del gobierno federal para apoyar e impulsar el desarrollo
científico y tecnológico, la brecha entre los países que hacían ciencia y los países sin
ciencia, como el nuestro, era cada vez mayor.
A partir de 1976, llevado de la mano de Edmundo Flores y con un mayor apoyo financiero
(eran los tiempos cuando
el presidente López
Portillo pomposamente
anunciaba que los
mexicanos íbamos a tener
que aprender a
administrar la abundancia,
que llegó para quedarse,
pero en forma de crisis),
el Conacyt desató una
avasalladora campaña de
"ciencitis" en las
universidades mexicanas
y entre la comunidad
nacional.
Se crearon centros de
investigación en muchas
regiones de México
(CIES, Cique, Cicese,
etcétera.). Surgieron
librerías Conacyt en las
más importantes ciudades y con excelente variedad de títulos. Se tradujeron obras de
científicos y filósofos de la ciencia poco conocidos en lengua castellana. Se fundaron
revistas como Información Científica y Tecnológica, Comunidad Conacyt, y Ciencia y
Desarrollo, esta última es la única que aún existe.
Flores y muchos científicos más, incluyendo algunos premios Nobel, se apersonaban en los
sitios más remotos del país para darnos a conocer su proyecto de ciencia mexicana a los
entonces jóvenes estudiantes universitarios. Al término de sus conferencias, permanecían
en los repletos auditorios para escucharnos y responder preguntas que iban más allá del
tema ofrecido. Era un acercamiento que no se ha vuelto a ver.
La "ciensada", por no decir cruzada, que en aquellos años emprendió Conacyt, fue con la
clara intención de abonar el terreno para la resiembra de una ciencia mexicana. Es cierto, en
30 años no se ha alcanzado ninguna independencia científica y tecnológica, y dudo que
algún día se consiga, pero el país cuenta con infraestructura y gente capaz de analizar
críticamente los adelantos de la ciencia global e implementar técnicas y procedimientos
avanzados, de enfrentar científicamente algunos de nuestos problemas.
Lo importante es que el virtual presidente de México recoja el guante lanzado por las
mencionadas academias y que implemente la iniciativa por el bien del país. Lo menos
deseable es que los nietos de los actuales científicos aparezcan, dentro de 30 años,
reinvindicando la lucha de los científicos mexicanos de fines de siglo XX. cl
El autor es coordinador del Centro de Estudios del Medio Ambiente de la Universidad
Autónoma de Ciudad Juárez