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Hay historias invisibles que nunca llegan a la luz pública. Una de ellas la escuché en 1983 en
Tapachula, Chiapas, de boca de uno de los protagonistas. Esta persona relató que cierto día de
ese mismo año interceptaron y atraparon a un grupo de presuntos terroristas chiitas pro-
iraníes armados, que cruzaba desde Guatemala con probable destino al norte de México.
Dado que internacionalmente México ha sido más una nación pacifista y mediadora ante los
conflictos de terceros, hasta hace unas semanas creíamos que nuestro país difícilmente sería
blanco per se del terrorismo internacional. Pero desde el martes 11 de septiembre, fecha en
que se perpetró el brutal ataque al World Trade Center de Nueva York, todo cambió. México
se ha constituído hoy más que nunca en un medio potencial para que grupos terroristas,
enemigos del país del norte, alcancen su objetivo.
La interdependencia de las comunidades fronterizas del norte va más allá de las relaciones
políticas o comerciales, vínculos de sangre unen a ambos lados. Eso establece un movimiento
humano por el que las ciudades parecen una sola, y cuando a una localidad le duele algo la
otra, como su hermana siamesa, lo resiente.
Otra cara de la frontera es que por años ha sido trampolín para los migrantes, los autos
chuecos, el narco, el lavado de dinero, el contrabando de armas, la importación de productos
alimenticios caducos y hasta de la maquiladora. Y así también, en estos momentos, lo puede
ser para el terrorismo.
Operación Cobra, libro de ficción científica sobre bioterrorismo que tiene como escenario la
ciudad de Nueva York, escrito por Richard Preston, puso en movimiento al oxidado aparato
de estrategia estadunidense cuando fue publicado. Las investigaciones e ideas del autor
despertaron enorme preocupación en el gobierno de Estados Unidos, que en febrero de 1999
realizó en Arlington, Virginia, el primer Simposio Nacional sobre Respuesta Médica y Salud
Pública al Bioterrorismo. Participaron 46 estados de EU y 10 países interesados. Por supuesto
que ni México ni ningún país latinoamericano asistió.
Siegrist, conferencista del simposio mencionado, declaró que para que haya un ataque
biológico se necesitan tres cosas: 1. un punto vulnerable, 2. un grupo o una persona con
capacidad de organizarlo, y 3. un perpetrador. Para un ataque así, basta un sólo hombre en la
frontera.
Aunque esto parezca un desvarío, las autoridades locales, estatales y nacionales deberían,
como primer paso, evaluar nuestra vulnerabilidad de fronterizos. Tampoco podemos pensar
en hacer las cosas unilateralmente, pues no tenemos capacidad para ello. La labor preventiva
debe hacerse en ambos lados, por lo que se debe trabajar con las autoridades y expertos del
país vecino. No hay que olvidar que en Ciudad Juárez o en la región fronteriza, la realidad le
lleva delantera a la ficción.
Atrapar a un terrorista con armas biológicas sería, dice Preston, como si una aguila quisiera
atrapar a una mosca. El problema es que, con la cada vez más sofisticada biotecnología, la
mosca se hace más y más pequeña e invisible. Frente a este panorama, nuestra pasividad y
negligencia pueden ser nuestro peor enemigo.
vgarza@uacj.mx