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A raíz de los atentados terroristas contra el World Trade Center y el Pentágono y el desplome
intencional de un avión en Pittsburgh, el pasado 11 de septiembre, y después de la declaración
de guerra del presidente George Bush contra el terrorismo mundial, comenzaron a registrarse
una serie de casos de ántrax en humanos en Estados Unidos, y que al momento de escribir
este texto (jueves pasado) ya se habían extendido a Kenia.
Las personas con ántrax una murió, otras fueron hospitalizadas y otras más puestas bajo
vigilancia médica, estuvieron expuestas a un material polvoso contenido en la
correspondencia que recibieron o manipularon. Dicho material contenía Bacillus anthracis,
agente causal del ántrax. Y aunque no existen pruebas, se estima que se trató de un golpe
bioterrorista realizado por los mismos que atacaron a Estados Unidos el 11 de septiembre.
En teoría, la propuesta tiene sentido; pero en la práctica, con los lamentables sucesos de las
Torres Gemelas y la dispersión intencional del ántrax, está demostrado que la realidad rebasa
las quimeras futuristas del "mundo feliz" de Huxley o las ilusiones del "sueño americano".
Y esto se debe, en buena medida, a que la educación y formación profesional de los creadores
de Hollywood está hecha en una dimensión social de dominio plenipotenciario, de paz y
bienestar internos, y en un contexto de descubrimiento y progreso tecnológico, antípoda, todo
esto, de la dimensión formativa (o deformativa) del tercermundista, sobreviviente de la
precariedad, la enfermedad y el hambre, en un contexto de asedio y violencia cotidianos,
como la existente en los países en vías de desarrollo.
Si como lo manifestó el Banco Interamericano del Desarrollo, que 100 años de avances
científicos y tecnológicos separan a Latinoamérica del primer mundo, entonces, dadas las
condiciones miserables de numerosos países africanos y del oriente, ¿cuantos siglos están
retrasados los países más pobres del planeta respecto al adelanto europeo y de EU?
De tal manera, las vías de ataque terrorista que los de Hollywood puedan talentosamente
imaginar, para el terrorista estratega podrán ser alternativas poco pensables y menos factibles
de realizar. Por el contrario, las ideas ofensivas del terrorista tercer-mundista podrán ser vías
invisibles o poco detectables a la mente ilusionista del guionista cinematográfico.
Eso lo hicieron los cubanos, ¡ni más ni menos que por 42 años!, y lo siguen haciendo. Los
carburadores, las bujías, los filtros y todas esas cosas necesarias para el funcionamiento de los
autos de hace medio siglo (que además ya no se fabrican en la actualidad), fueron sustituidas
por artefactos hechizos manualmente y aún sin nombre en el diccionario.
Y eso es tan sólo un ejemplo de cómo la imaginación del tercermundista responde a una
situación problemática específica. Una mente brillante nacida, criada y educada en el primer
mundo, no tiene la misma perspectiva para la solución de ciertos problemas que una mente
subdesarrollada que a diario lucha por sobrevivir en un ambiente hostil.
En esta lógica, no es de descartar el surgimiento de nuevas tácticas de ataque por parte de los
terroristas, sorpresivas chicanadas letales o amedrentadoras que agarren fuera de base a las
autoridades de Estados Unidos y a sus vecinos México y Canadá.
Otra cosa en la que el primermundista piensa, o los analistas tercermundistas que tratan de
emularlos, es que la supuesta intención de los terroristas es la de matar a miles de personas,
pero que, por lo imposible, afortunadamente no ha sucedido así. Y ese es el asunto, la
fortaleza del terrorismo con ántrax no reside en el número de víctimas mortales que causa,
sino en los millones de bajas sicológicas que logra.
Y esto es fácil de de ver. Los pocos casos de ántrax detectados están trastocando los sistemas
de comunicaciones, provocan altibajos financieros, ocupan a miles de estrategas en su
entendimiento, merman el pensamiento de los individuos, su seguridad en el trabajo, la
tranquilidad de sus familias.
Si el terrorismo sicológico dentro de Estados Unidos se sostiene a la par que los bombardeos
en Afganistán y en otros sitios donde en el futuro decidan hacerlo, ¿cuánto podrán vivir los
estadunidenses en permanente estado de alerta contra las amenazas de lo desconocido?
¿Cuanto podrán soportar la inseguridad y, sobre todo, la falta de confianza entre sí antes de
que el estrés haga efecto?