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Buenos hijos
De las instituciones creadas por la Constitución de 1991 la más popular es sin lugar
a dudas la tutela. Su aplicación acercó la norma de normas a todos los colombianos
y la convirtió en un texto de consulta y aplicación diaria; diríamos que en un libro
de bolsillo. Me atrevo a afirmar que la tutela ha hecho que la Constitución sea hoy
un texto más leído que la Biblia. Su popularidad medida en las encuestas supera el
80 por ciento de opinión favorable. Ella es fuente de controversias que no cesan. A
los gobiernos les incomoda, en cuanto los obliga -al menos parcialmente- a no
perder la prioridad social en épocas de vacas flacas. A algunos jueces les molesta,
en cuanto los saca de la tranquilidad burocrática y les impone plazos
impostergables para producir justicia. A los reaccionarios de siempre los irrita,
porque ensucia de barro las inmaculadas instituciones que preferirían encerradas en
castillos de cristal.
La otra institución estrella es la Corte Constitucional: abierta, dinámica, política en
el buen sentido, defensora a ultranza de la nueva institucionalidad, ilustrada, audaz,
eficiente, moderna, permanente creadora de decisiones de avanzada, y en el actual
período pasa por una etapa crucial de su aún corta existencia. Nunca antes había
corrido tantos riesgos de ver recortadas sus funciones y disminuida su capacidad de
decisión.
Los intentos sistemáticos del actual gobierno de recortar elementos del Estado
social de derecho, al disminuir los alcances de la tutela y las funciones de la Corte
Constitucional, entre otras medidas, han producido un efecto lógico pero que no
deja de ser sorprendente. La defensa de la Constitución se ha vuelto una bandera
política del centro y de la izquierda, y hasta los más ortodoxos marxistas, que
atacaron duramente el trabajo de la Constituyente, cuando una contrarreforma está
hoy en curso, han entendido las bondades de una buena parte del texto del 91 y la
defienden con ardor. Yo predigo que en este terreno, la Constitución prevalecerá,
aunque no han terminado los tiempos borrascosos.
Cambios y riesgos