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TEORÍA DEL MÉTODO

Claudio Gutiérrez y Abelardo Brenes

Este trabajo es un resumen de la introducción de Teoría del método en las


ciencias sociales (1971), tal como apareció en Epistemología e informática
(1993).

El conocimiento como lenguaje


La ciencia es un proceso que desemboca en un lenguaje: los resultados del
quehacer científico son formulados en proposiciones que llamamos, por
ejemplo, hipótesis o leyes científicas. Los procesos psicológicos del científico, o
sus operaciones mecánicas en el campo o en el laboratorio, no interesan a la
teoría del método. Lo que interesa son las formulaciones y sus respectivos
valores lógicos, o sea, su verdad o falsedad. La teoría del método se preocupa
por la justificación de esas formulaciones, por el fundamento para aceptarlas
dentro de nuestro sistema de creencias, si es que las aceptamos; o para
rechazarlas, si así lo decidimos.

Análisis del lenguaje


La teoría del método es, ante todo, análisis de lenguaje. No de todo lenguaje,
sin embargo, sino de aquel que intenta informarnos sobre la configuración de la
realidad. No interesa el lenguaje como expresión de sentimientos o como
medio de provocar emociones o impartir órdenes, sino sólo como forma de
trasmitir o conservar información. Las piezas lingüísticas que somete a análisis
son los enunciados o proposiciones, es decir, aquellas unidades del lenguaje
que pueden ser juzgadas según criterios de verdad y falsedad. Muchas de las
frases que son emitidas o percibidas no intentan primordialmente comunicar
información, sino más bien manifestar sentimiento o provocar emoción; quizá
darnos una orden, hacernos una súplica o sugerencia o movernos a la acción.
De tales frases no podemos con propiedad decir que sean verdaderas o falsas,
sino tal vez sinceras o insinceras, insensatas o razonables, juiciosas o
temerarias.

Estructura lógica
Nos interesa del lenguaje, lo que tenga de contenido informativo, descriptivo de
la realidad, lo que sea asimilable a un mensaje. En todo mensaje hay dos
aspectos que conviene destacar. Uno es el contenido mismo, a lo que el
mensaje se refiere, la situación objetiva que sus palabras representan. Otro es
su forma o estructura. Normalmente, el contenido de un mensaje está ligado a
sus palabras representativas: sustantivos, adjetivos o verbos, etc. La
estructura, por su parte, está ligada primordialmente a palabras relacionales,
palabras lógicas, como las llamadas conectivas ("no", "y", "o", "si... entonces") y
los cuantificadores ("todos", "algunos").

En el mensaje "si todos los volcanes de Centro América eruptaran al mismo


tiempo entonces nos hundiríamos en el mar" hay palabras de las dos grandes
clases. Las palabras representativas pertenecen a diversos vocabularios
científicos: "volcanes", a la geología; "Centro América", a la geopolítica. Pero
"todos", "si... entonces...", no pertenecen a ningún vocabulario científico
determinado, pues pertenecen a todos ellos en general; es decir, pertenecen
propiamente al vocabulario de la lógica, disciplina lingüística fundamental que
todas las ciencias necesitan usar.

El análisis de tales palabras de estructura, conectivas y cuantificadores, es un


estudio que se ha desarrollado mucho en los últimos decenios; su exposición
elemental puede encontrarse en cualquier tratado de lógica moderna. Sobre la
base de esa lógica fundamental, y con ayuda de algunos conceptos auxiliares,
como "clase" y "par ordenado", pueden desarrollarse sistemas de lógica
superior, una disciplina exactamente equivalente a las matemáticas. De ahí que
se diga contemporáneamente que las matemáticas han sido reducidas a la
lógica.

La inferencia o conocimiento mediato


Si miro una montaña y percibo sus formas y colores, adquiero una experiencia
que constituye un conocimiento inmediato; nada se interpone entre la
experiencia y yo. El resultado de la experiencia puede ser, desde luego,
formulado en una proposición, a saber, una unidad lingüística que expresa su
pensamiento informativo completo susceptible de ser juzgado según criterios
de verdad o falsedad. Por ejemplo, la proposición "veo el volcán Irazú desde mi
mesa de trabajo", es de carácter empírico; expresa coordenadas de tiempo y
lugar y se refiere a objetos observados en concreto.

El observador es el responsable de la verdad de la proposición, y en cuanto tal


podría consignarla en un protocolo o libro de observaciones científicas, si fuera
el caso que estuviera realizando una investigación (por ejemplo sobre la
densidad de la atmósfera en distintas regiones de la corteza terrestre). Por ello,
podríamos llamar a esa proposición enunciado protocolario; pertenece a una
clase de unidades lingüísticas que son básicas para la edificación de la ciencia.
Conocimiento inmediato será todo aquello que pueda inscribirse en el protocolo
de observación, bajo la responsabilidad de un observador. Conocimiento
mediato o inferencia será, por el contrario, aquello que una persona haya
derivado de sus propios enunciados protocolarios (o de los ajenos) o, en
general, de cualquier proposición aceptada por ella, al amparo de algún
principio lógico.

Inferencia espontánea
Todo lo que una persona conoce o es conocimiento inmediato basado en la
experiencia de esa persona o es conocimiento mediato obtenido por inferencia
a partir de otros conocimientos que ella misma posee. A esta última categoría,
con seguridad, pertenece la inmensa mayoría de sus creencias, es decir, de las
proposiciones que acepta como verdaderas. De ahí la importancia de examinar
la naturaleza y la justificación de la inferencia como método de conocimiento.
Ante todo, podemos identificar dos clases de inferencia claramente
discernibles: la inferencia espontánea y la inferencia rigurosa.

Inferencia espontánea es la que aprendemos a hacer desde niños, de manera


instintiva o refleja, sin percibir claramente lo que estamos haciendo. Los ruidos
a nuestro alrededor, por ejemplo, los atribuimos automáticamente a una serie
de fuentes –personas, maquinaria, animales, fenómenos de la naturaleza–
guiados por nuestra experiencia anterior y generalizaciones de carácter
prácticamente inconsciente. Lo que nos consta inmediatamente no es que
"haya una persona ahí" o que "un automóvil suba la cuesta", sino más
escuetamente que "un ruido así o asá procede de tal o cual dirección". Esta
clase de inferencia es muy valiosa en la vida práctica; sin embargo, puede a
menudo engañarnos; lo atestiguan, por ejemplo, las ilusiones ópticas o
acústicas y accidentes pequeños o grandes que todos hemos sufrido. Tal
inferencia, pues, resulta un fundamento demasiado débil para la ciencia, la cual
desde hace tiempo el hombre se ha esforzado en construir sobre las bases
más seguras posibles. Para hacer ciencia necesitamos la inferencia rigurosa.

Inferencia rigurosa
El concepto de inferencia rigurosa está muy ligado al concepto de estructura
lógica que mencionamos arriba. Consideramos inferencia rigurosa aquel
conocimiento mediato que se realiza no por automatismo o reflejo sino por
aplicación de un patrón previamente reconocido como correcto. La corrección
del patrón no depende de las palabras representativas que intervienen en los
enunciados, sino solamente de la estructura lógica de las proposiciones.
Depende, pues, únicamente de las palabras lógicas que dan cohesión a los
enunciados, de las relaciones necesarias que se dan entre los valores de
verdad o falsedad de los mismos. Por ejemplo, el siguiente patrón es muy
común:

Si A entonces B
A
––––––––––––––
B

La confianza que tenemos en el patrón, que nos lleva a aplicarlo


repetidamente, mediante sustituciones de las letras por diversos enunciados,
es la convicción de que, independiente- mente de esas sustituciones, es
lógicamente imposible que las proposiciones ya aceptadas, que llamamos
premisas, sean verdaderas, y al propio tiempo la proposición nueva, que
llamamos conclusión, sea falsa. Decimos que el patrón es válido, esto es, que
da resultados seguros de conocimiento mediato, cualquiera sea la
interpretación que demos a "A" y a "B" con tal de que haga verdaderas a todas
las premisas.

Patrones de inferencia
Los patrones de inferencia son muchos y muy variados; los hay de una, de dos,
y aún de más premisas; los hay unos con premisas que usan la conectiva "si...
entonces", y otros que usan otras conectivas como "y", "o", "ni", etc. Además,
hay patrones cuyas palabras de estructura son cuantificadores, y no sólo
conectivas; por ejemplo: "todo H es G; luego, algún G es H". La premisa no
puede ser verdadera y la conclusión falsa, cualquiera que sea la sustitución
que hagamos de "H" y "G" por predicados, es decir, cualquiera que sea la
interpretación que hagamos del esquema. Los patrones más corrientes se
encuentran codificados en los manuales de lógica; citamos a continuación
algunos, dando a la par interpretaciones posibles correspondientes:
---
modus ponendo ponens

Si A entonces B
(si la columna se quiebra entonces cae la viga)
A
(la columna se quiebra)
––––––––––––––––––––––––––
B
(cae la viga)

silogismo disyuntivo

o bien A o bien B
(o bien sube la demanda o bien baja la oferta)
no A
(no sube la demanda)
––––––––––––––––––
B
(baja la oferta)

dilema

o bien A o bien B
(o bien sube el gasto público o bien bajan los impuestos)
si A entonces C
(si sube el gasto público hay inflación)
si B entonces C
(si bajan los impuestos hay inflación)
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
C
(hay inflación)

-silogismo universal

todo F es G
(toda sociedad es histórica)
todo G es H
(todo lo histórico es transformable)
––––––––––––––––––––––––––
todo F es H
(toda sociedad es transformable)
--------------------------------------------------------------------------------
silogismo existencial

todo F es G
(todo metodólogo es filósofo)
algún H es F
(algunos científicos son metodólogos)
––––––––––––––––––––––––––
algún H es G
(algunos científicos son filósofos)
--------------------------------------------------------------------------------

Táctica y estrategia
Podemos comparar los patrones básicos de inferencia rigurosa a las reglas
sencillas de táctica que un jugador de fútbol, un guerrero o un político deben
dominar para saber su oficio; por ejemplo, cómo hacer un tiro alto, cómo dividir
las fuerzas del enemigo, cómo distraer al adversario en momentos de crisis.
Ahora bien, estas tácticas básicas no son suficientes para ganar un juego, una
batalla o unas elecciones; es necesario, además, que esas tácticas figuren,
adecuadamente integradas, dentro de un plan general o estrategia. Como parte
de ese plan cada una de las tácticas particulares adquiere sentido y eficacia.

La táctica define los pasos que son posibles; la estrategia, combina esos pasos
de manera que se obtenga el fin perseguido. Lo mismo sucede con nuestros
procedimientos rigurosos de inferencia: los patrones son equivalentes a las
tácticas, nos dicen cómo debe darse cada paso correctamente; pero se
necesita además concebir una estrategia global que nos diga, frente a un
problema complejo, de qué manera combinar diversos patrones para obtener
una conclusión determinada.

Existen dos grandes estrategias deductivas: la directa y la indirecta. En la


estrategia directa nos conformamos con las premisas que tenemos a nuestra
disposición y vamos pasando, mediante la aplicación sucesiva de varios
patrones, de una conclusión provisional a otra hasta llegar a la conclusión
definitiva. La otra estrategia deductiva es la indirecta; aquí no nos conformamos
con las premisas que tenemos, sino que "pedimos prestada" alguna otra, como
cuando suponemos lo contrario de lo que queremos demostrar para
convencernos de que lleva a contradicciones.

Deducción e inducción
La inferencia rigurosa es un conocimiento mediato que consiste en la aplicación
de patrones o estructuras lógicas para pasar legítimamente de la verdad
aceptada de ciertas proposiciones a la verdad aceptada de otras proposiciones.
Todo conocimiento mediato riguroso, y así tiene que ser el que usemos en la
ciencia, debe corresponder a uno o más patrones de inferencia válidos. La
determinación de cuáles sean esos patrones es una de las más importantes
funciones de la disciplina filosófica que llamamos lógica.

No hay más que un método riguroso de conocimiento mediato, y este único


método es de naturaleza inferencial o deductiva. No obstante, la historia de la
filosofía está llena de argumentaciones en favor de la existencia de dos
métodos distintos, a saber, la deducción y la inducción; algunos autores
sostienen todavía esta tesis dualista. Se dice, por ejemplo, que la deducción es
"el paso de lo general a lo particular" y que la inducción en cambio es "el paso
de lo particular a lo general"; o que la deducción es un método de conocimiento
apropiado para las ciencias matemáticas o "exactas", mientras que la inducción
es el método para las ciencias positivas o empíricas. Todo esto, a primera vista
razonable, no puede aceptarse más que como primera aproximación a la teoría
del método; la posición correcta parece ser la tesis de la unidad de método, lo
que intentaremos demostrar enseguida.

Justificación y descubrimiento
Ante todo, debemos distinguir dos problemas diferentes: el problema de la
justificación del conocimiento, un problema de lógica y filosofía de la ciencia; y
el problema del descubrimiento de las proposiciones científicas, un problema
de historia o psicología pero no lógico ni filosófico. Una cosa es explicar cómo
fue que una hipótesis científica apareció en la mente de un científico y otra muy
distinta es dar las razones por las cuales la aceptamos como verdadera. Esto
último, la justificación de la teoría, es algo que la metodología puede hacer, y
con mucha propiedad; en cambio, lo primero no puede ser materia de la
misma, y ello por razones fundamentales. Un descubrimiento puede narrarse,
decirse cómo sucede, una vez acontecido; pero no podemos fijar las
condiciones para que se produzca, porque entonces no sería auténtico
descubrimiento. No hay lógica del descubrimiento, pero en cambio sí hay lógica
de la justificación de los enunciados de la ciencia. El llamado problema de la
inducción, la pregunta de cómo es posible pasar de lo particular a lo general, es
una cuestión ambigua, pues no distingue entre estos dos aspectos tan
diferentes.

Las hipótesis científicas


Si ahora nos concretamos al problema de cómo se justifican las
generalizaciones empíricas, resultará conveniente comenzar nuestro análisis
comparando un ejemplo de inferencia "deductiva" con un ejemplo de inferencia
"inductiva", de conformidad con la clasificación de los autores tradicionales a
que nos hemos referido antes:

Deductiva

si los ángulos del triángulo suman 180 grados entonces la superficie es plana
los ángulos del triángulo suman 180 grados
––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
la superficie es plana

Inductiva

la órbita de Marte es elíptica

las órbitas de todos los planetas son elípticas

Planteado el asunto en estos términos, el contraste entre los dos tipos de


inferencia no puede ser más tajante: se trata de dos procedimientos de
conocimiento mediato completamente diferentes. Tanto que, desde el punto de
vista de la justificación de las proposiciones, debemos señalar al procedimiento
deductivo como válido, por ser una interpretación del patrón de inferencia que
hemos denominado modus ponendo ponens; mientras que, por el contrario,
debemos calificar al procedimiento "inductivo" como inválido, por no
corresponder a ningún patrón aceptable e incluso por caer de lleno dentro de
una categoría lógica evidentemente inválida, la falacia de generalización
ilegítima.

El mismo patrón podría recibir la interpretación siguiente:

la ropa del Obispo es lujosa


–––––––––––––––––––––––––––––––––
la ropa de todos los cristianos es lujosa

donde la conclusión es falsa a pesar de que la premisa, para el caso de un


obispo determinado, pueda ser verdadera.

Pero el planteamiento hecho no es el único posible y, como se verá enseguida,


tampoco es el más correcto; podemos reformular las dos inferencias de modo
que queden de la siguiente manera:
1
1.1 si los ángulos del triángulo suman 180 grados entonces la superficie
es
plana
1.2 los ángulos del triángulo suman 180 grados
1.3 la superficie es plana
2
2.1 si las órbitas de todos los planetas son elípticas entonces la órbita de
Marte
es elíptica
2.2 las órbitas de todos los planetas son elípticas

2.3 la órbita de Marte es elíptica

En esta forma, como se ve, no hay contraste entre los dos procedimientos;
ambos son interpretaciones del mismo patrón de inferencia, a saber,

si A entonces B
A

No obstante, aunque el patrón sea el mismo, la estrategia de la inferencia es


distinta en ambas aplicaciones del patrón. Efectivamente, en (1) usamos
estrategia directa; (1.1) y (1.2) son premisas en el sentido propio de la palabra,
y de ellas deducimos en forma directa la conclusión (1.3). Pero en (2)
empleamos estrategia indirecta: (2.1) es la única premisa propiamente dicha;
(2.2) es más bien una "premisa prestada" o, para decirlo con más propiedad,
una hipótesis. Debemos aclarar el papel que cumple en el razonamiento.

La hipótesis como explicación


Hay una diferencia importante en la aplicación del patrón de inferencia en (1) y
en (2): en (1) tratamos de probar que la conclusión (1.3) es verdadera: lo
hacemos razonando desde dos premisas verdaderas mediante el patrón válido.
Pero en (2) ya sabemos, por experiencia o por conocimiento mediato, que la
conclusión (2.3) es verdadera; lo que deseamos, al incluir la premisa hipotética
(2.2) es explicar esa conclusión. Con esto descubrimos una función de los
patrones de inferencia distinta a la de proporcionarnos conocimiento mediato;
estos patrones también sirven para aclarar el por qué de las cosas, hacen
razonables y familiares fenómenos que de lo contrario aparecerían extraños y
sin conexión con el resto de nuestra experiencia.

En este sentido podemos decir que explicamos un fenómeno cuando


encontramos un razonamiento, correspondiente a un patrón de inferencia
válido y dotado de premisas verdaderas o supuestas, cuya conclusión sea la
descripción de ese fenómeno. Explicar es, pues, proporcionarle premisas
adecuadas al enunciado que describe el hecho que queremos explicar. Cuando
las premisas que encontramos son todas verdaderas, la explicación es
categórica; si alguna de las premisas es un simple supuesto, hablaremos de
explicación hipotética. Una explicación de este último tipo, naturalmente, será
insatisfactoria mientras no la dotemos de algún grado de confirmación, que la
separe o escoja de entre el grupo de todas las explicaciones hipotéticas
posibles.

Pluralidad de hipótesis
Ahora podemos comprender en dónde radica la debilidad del procedimiento de
inferencia tradicionalmente llamado inductivo. No se trata de que el patrón
aplicado sea menos riguroso o seguro que el que se aplica en la deducción; la
debilidad está más bien relacionada con el carácter hipotético de la explicación
y, sobre todo, con la pluralidad de las hipótesis explicatorias posibles. Si la
hipótesis, por alguna razón, apareciera como la única posible en el caso, la
explicación hipotética y la categórica se identificarían, y el procedimiento (2)
sería tan seguro para garantizarnos la verdad de (2.3) como el procedimiento
(1) es seguro para garantizar la verdad de (1.3). Pero en la generalidad de los
casos las explicaciones posibles son múltiples, y se necesita algún trabajo
posterior para eliminar un cierto número de ellas y quedarnos con la más
plausible. Por ejemplo, tendríamos un esquema de explicación inferencial
perfectamente aceptable desde el punto de vista estrictamente lógico, si
sustituyéramos la hipótesis (2.2) por la siguiente hipótesis alternativa:

3.2 las órbitas de todos los planetas exteriores y solamente las suyas son
elípticas

Con ayuda de esta nueva hipótesis podríamos construir otro esquema


explicatorio de inferencia rigurosa:

3.1 si las órbitas de todos los planetas exteriores y solamente las suyas son
elípticas entonces la órbita de Marte es elíptica
3.2 las órbitas de todos los planetas exteriores y solamente las suyas son
elípticas

2.3 la órbita de Marte es elíptica


Como vemos, (3) es un patrón que explica de una manera distinta al enunciado
(2.3). Es entonces preciso encontrar un procedimiento confiable para
decidirnos por una de las dos hipótesis plausibles, a saber (2.2) o bien (3.2).

Refutación
Aquí viene de nuevo en nuestro auxilio la estrategia deductiva indirecta. Como
se recordará, esta estrategia consiste en agregar un supuesto a nuestra lista de
premisas, y con esto pueden lograrse diversos objetivos importantes; uno de
ellos ya lo hemos examinado: consiste en producir hipótesis para explicar
fenómenos conocidos pero que no pueden explicarse a partir de proposiciones
categóricamente verdaderas. El otro objetivo, que mencionamos arriba y vamos
a buscar ahora, es la reducción al absurdo de una tesis supuesta
provisionalmente como verdadera: si de las premisas aceptadas como
verdaderas y de la "premisa prestada" se deduce una contradicción, podemos
tener seguridad de que la "premisa prestada" es falsa. Como el problema de
nuestro ejemplo consiste en que tenemos demasiadas hipótesis, podemos
entonces esperar que de alguna de ellas se deduzca una contradicción que nos
permita eliminar la hipótesis correspondiente. Este procedimiento, que
llamamos refutación, junto con el presentado arriba que llamamos explicación,
constituyen los dos aspectos lógicos fundamentales del método hipotético
deductivo de la ciencia.

Veamos en concreto cómo procede la refutación; construye un nuevo esquema


deductivo, esta vez no con el objeto de explicar un enunciado conocido sino
con el objeto de producir un nuevo enunciado que sea contrastable con la
experiencia:

4.1 si las órbitas de todos los planetas exteriores y solamente las suyas son
elípticas
entonces la órbita de Venus no es elíptica
3.2 las órbitas de todos los planetas exteriores y solamente las suyas son
elípticas
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
–––––––
4.3 la órbita de Venus no es elíptica

Hemos obtenido (4.3) de la hipótesis (3.2); ahora podemos comparar ese


enunciado con otros que tengamos registrados en nuestro protocolo de
observaciones, o en nuestra lista de enunciados generales bien confirmados.
Entre ellos encontramos el siguiente:

la órbita de Venus es elíptica

que es claramente la contradicción de (4.3); hemos hallado la contradicción que


esperábamos, la cual nos permite afirmar que la hipótesis (3.2) es falsa, y así
darla por eliminada.

Verificación
Pero eliminar una hipótesis de dos alternativas posibles es, por supuesto
verificar la hipótesis restante; ello se desprende de la aplicación del patrón de
inferencia que denominamos silogismo disyuntivo:

o bien A o bien B
no A
–––––––––––––
B

Confiabilidad del método hipotético-deductivo


Vemos cómo, a través de la aplicación del método hipotético, en sus dos fases
de explicación y refutación, es posible llegar rigurosamente al establecimiento
de generalizaciones empíricas aceptables; no necesitamos recurrir a un
discutible procedimiento de "inducción". Sin embargo, debemos ser muy
conscientes del alcance de nuestra afirmación: el procedimiento lógico, a base
de aplicación de patrones de inferencia y del uso inteligente de la estrategia
deductiva indirecta, merece absoluta confianza; pero los resultados de la
generalización están sujetos a una serie de condiciones extralógicas cuya
ausencia puede en alguna medida debilitar esa seguridad.

Entre esas condiciones debemos mencionar en primer lugar la confianza en la


destreza de los investigadores; suponemos que las observaciones que nos
llevan a la refutación de hipótesis son eficientes.
Debemos, además, por sentado que el investigador no ha querido engañarnos,
o por lo menos que los controles de la crítica y la competencia entre los
científicos han prevenido ese engaño.
Finalmente, es condición indispensable para que el método sea confiable que
estemos seguros de haber pensado en todas las hipótesis explicatorias
posibles, antes de proceder a la eliminación de todas menos una.
Este último es, sin lugar a dudas, un requisito muy difícil de cumplir, pues una
generación posterior de científicos puede descubrir una tercera o cuarta
alternativa a un grupo de hipótesis que la generación previa había considerado
como absolutamente cerrado. Esto es aún más grave si tomamos en cuenta
que las hipótesis no se dan aisladas, sino formando sistemas, entre sí y en
relación con teorías más generales, de modo que las alternativas explicatorias
no son de hipótesis individuales sino de distintas y complicadas combinaciones
de ellas.

Integración de hipótesis
Con esto llegamos a otro tema de fondo en relación con la importancia de la
inferencia en el método de la ciencia. No sólo cumple el doble cometido ya
comentado de la explicación y la verificación, sino también el de la integración
de las distintas partes del sistema de la ciencia. Las distintas hipótesis que
forman el conjunto de conocimientos de una disciplina rara vez se dan sin
conexiones recíprocas, excepto en las primeras etapas del desarrollo científico.
El grado de madurez de una ciencia es siempre proporcional al grado de
organización logrado entre sus distintas partes; y esta organización se produce
precisamente mediante relaciones de inferencia.
Tomemos, por ejemplo, el caso de la mecánica, o ciencia que estudia el
movimiento de los cuerpos. Al principio estaba constituida por una serie de
leyes o hipótesis más o menos desconectadas sobre el desplazamiento de los
proyectiles, la caída libre de los cuerpos sobre la superficie de la Tierra y los
movimientos de los astros en el firmamento. Poco a poco, sin embargo, fueron
encontrándose relaciones de inferencia entre las distintas hipótesis, hasta
lograrse un conjunto articulado de leyes para los movimientos terrestres (obra
de Galileo) y otro conjunto de leyes para los movimientos celestes (obra de
Kepler). La contribución extraordinaria de Newton, finalmente, al proporcionar
un juego único de leyes para explicar toda clase de movimientos (los axiomas
del movimiento y la ley de gravitación universal) vendría a unificar las dos
mecánicas en una sola gran ciencia, por mucho tiempo considerada modelo e
ideal de ciencia experimental y deductiva. Se lograría así la integración
axiomática de la mecánica.

Distintas clases de enunciados


Decíamos al comienzo que la ciencia como producto es un lenguaje. Ahora
podemos agregar que es un lenguaje que se compone de distintas clases de
enunciados. Unos, los básicos, son de carácter empírico, obtenidos por
conocimiento inmediato: los enunciados protocolarios. Otros, obtenidos por
conocimiento mediato, aplicando el método hipotético, son las explicaciones de
esos enunciados básicos: los hemos llamado leyes o hipótesis. Ahora ha
aparecido un tercer tipo de enunciados, que ni son de carácter empírico ni
explican directamente enunciados empíricos: las teorías o axiomas,
proposiciones sistemáticamente relacionadas de las cuales pueden derivarse
lógicamente diversas leyes o hipótesis comprobables empíricamente. A
diferencia de las hipótesis, que son generalizaciones empíricas, las teorías son
construcciones bastante abstractas; su confirmación experimental sólo puede
ser indirecta, a través de la verificación de las hipótesis que de ellas se
deducen.

Se nos presenta así la ciencia, a través de sus enunciados, como un todo


organizado, como una arquitectura de conocimientos. Los enunciados
protocolarios son obtenidos a través de los sentidos, de manera inmediata; los
enunciados explicatorios, que pueden ser hipótesis o teorías, son respaldados
por conocimiento mediato, la inferencia. Las hipótesis explican los enunciados
protocolarios y son confirmadas por ellos; las teorías explican a las hipótesis y
son verificadas por ellas. En último término, claro está, las teorías explican los
enunciados protocolarios (a través de las hipótesis) y son confirmadas por ellos
(también a través de las hipótesis). El que todo el cuerpo de la ciencia esté
organizado por conexiones de inferencia, o integrado desde unos pocos
axiomas que sostienen deductivamente a todo el conjunto de enunciados, le da
a cada una de las hipótesis una solidez extraordinaria, que no podría tener si
se fundara exclusivamente en enunciados empíricos aislados.

El sistema axiomático
La teoría del método tiene un nombre técnico especial para esa arquitectura u
organización sistemática de enunciados: sistema axiomático. Desde Euclides,
los geómetras han dedicado gran parte de sus esfuerzos a la presentación
integrada de sus conocimientos, en forma de un sistema de verdades que
dependen unas de otras por relaciones de inferencia. A las verdades primitivas,
de las cuales las otras se deducen, podemos llamarlas axiomas. Tales
verdades no tienen más privilegio que éste, el ser primitivas, el no tener
demostración dentro del sistema. Su relativa mayor "evidencia" no pasa de ser
una propiedad accidental, cuando no falta completamente: un geómetra o
axiomatizador puede considerar más importante que sus axiomas sean pocos o
muy breves, por ejemplo, y no que sean poseedores de una especial claridad.
Las verdades deducidas de los axiomas se llaman teoremas, y estos a su vez
pueden servir para deducir nuevos teoremas. El sistema debe ser congruente
en el sentido de que no sea posible demostrar a partir de los axiomas un
teorema determinado y también su contradicción; dicho de otra manera, debe
tener la propiedad de dejar por fuera todas las proposiciones que el
axiomatizador considera falsas, e incluir como axiomas o teoremas, sólo
proposiciones verdaderas. Por lo demás, el axiomatizador debe tratar de incluir
dentro del sistema a todas las proposiciones de la disciplina reputadas como
verdaderas, lo que le daría al sistema axiomático la propiedad de ser completo.

No siempre es posible lograr que el sistema sea completo; si no lo es, sin


embargo, no por ello pierde toda utilidad: un sistema incompleto es
aprovechable en la medida en que logre organizar un conjunto considerable de
conocimientos. El sistema incongruente, por otro lado, es totalmente inservible,
pues una vez que una contradicción se filtra en la arquitectura de
conocimientos se extiende por todo el cuerpo lógico como un virus mortal: un
par de premisas incongruentes hacen posible demostrar cualquier cosa; con lo
que se ve que la inclusión de una sola falsedad dentro del sistema abre la
puerta a todas las otras, a un infinito número de falsedades. El sistema pierde
rigor y ya no nos merece confianza.

Funciones de la ciencia

Funciones externas
Una vez que la ciencia se da como organización bien trabada de
conocimientos, aunque no necesariamente como un sistema completamente
formalizado, es eficaz en gran medida para cumplir a cabalidad las funciones
que le ha confiado la cultura contemporánea. Igualmente, se hace capaz de
defenderse a sí misma y perpetuarse por fuerzas que ella misma engendra,
poniéndose en camino hacia su propio desarrollo, perfeccionamiento y eventual
transformación radical.

Cuando la ciencia está integrada alrededor de esos enunciados privilegiados


que llamamos axiomas, de los cuales se deduce todo el resto de su contenido
mediante procesos de inferencia, le es bastante fácil cumplir su función
filosófica de orientación para los hombres, dotándoles de una concepción del
mundo. Por otra parte, en un nivel más pragmático, se hace entonces posible la
explicación de los fenómenos, que no resultan ya misteriosos ni sorprendentes,
sino perfectamente normales en relación con conjuntos de leyes y condiciones
de validez universal.

Finalmente, cuando el hombre tiene en su poder la arquitectura de la ciencia,


se hace factible para él una amplia posibilidad de predicción de fenómenos
concretos y hasta de clases enteras de fenómenos mucho antes de que estos
se produzcan.

Estas funciones de la ciencia, que podemos llamar sus funciones externas, han
representado sin duda, y representarán en adelante, un gran valor de
supervivencia para la especie, al tranquilizar dudas y resolver perplejidades,
dando a la mente armonía y paz interior; y al ofrecer al brazo del hombre una
herramienta inestimable, la posibilidad de anticipación racional del futuro, para
la transformación tecnológica del ambiente exterior.

Funciones internas
La estructuración de la ciencia como sistema bien trabado la hace apta para
defenderse, progresar y eventualmente evolucionar radicalmente. En efecto, es
gracias al advenimiento de una gran teoría, un logro de integración de valor
paradigmático, que una ciencia pasa de su estadio primitivo a su época madura
y profesional. Una vez surgido el paradigma, los practicantes de la ciencia
comenzarán a trabajar en su articulación y expansión, formando ellos mismos
un círculo más o menos cerrado, con su lenguaje propio, sus publicaciones
especializadas, sus técnicas particulares de investigación, sus artes de
construcción de hipótesis y de contrastación empírica –trasmisibles de maestro
a discípulo tanto por la palabra como por el ejemplo y la imitación–. Al tener
aclarada la concepción fundamental sobre su campo de conocimientos, los
científicos que trabajan al amparo de un paradigma axiomático pueden
dedicarse con una intensidad y laboriosidad de otra manera inconcebibles a la
solución de los problemas pendientes en su ciencia. Esto hace que la disciplina
progrese y se desarrolle, y que eventualmente llegue a mostrar de manera
palpable las deficiencias implícitas en la concepción original.

Las conexiones axiomáticas de la ciencia bajo el amparo social del prestigio del
paradigma ofrecen un escudo contra la refutación prematura de hipótesis y
teorías. En efecto, es generalmente posible maniobrar dentro del sistema para,
enmendando un detalle aquí y otro allá, defender una hipótesis que se
considera importante contra una evidencia o prueba empírica adversa. Todo
paradigma es así, como las instituciones políticas de los hombres, una
estructura que tiende a perpetuarse negándoles posibilidades de desarrollo a
sus rivales o alternativas. Pero, al resistir el cambio pequeño o la refutación
menor, él también, al igual que esas instituciones, prepara de manera ineludible
una modificación con carácter de verdadera revolución. El conservatismo de los
científicos que no se dejan convencer hace así posible que la incongruencia
descubierta afecte integralmente el sistema y facilite su eventual sustitución por
otro.

Reducción de teorías
La existencia de un paradigma exitoso en una ciencia y la integración
axiomática de la disciplina que trae consigo hacen muy sencilla la enseñanza
de sus ideas fundamentales y su transmisión de una generación a otra. No se
trata ya de memorizar una serie de resultados inconexos entre sí, sino más
bien de entender unos cuantos principios generales a la luz de los cuales las
demostraciones experimentales cobran sentido. La influencia de la ciencia
sobre la cultura general de su tiempo se magnifica al facilitar la comprensión
del no iniciado, quien puede hurgar en los principios básicos de la disciplina y
asimilarlos como parte de su bagaje intelectual de hombre educado. Surge
también la posibilidad de que el especialista de otra disciplina conozca más
ampliamente los axiomas de la ciencia vecina, se interese por su contenido y
comience a preguntarse por la aplicación posible de ellos dentro de su propio
campo.

De esta manera se pone en marcha un esfuerzo de explicación de doctrinas


menos desarrolladas a partir de los axiomas de las ciencias más evolucionadas
que puede culminar, cuando tiene éxito, en la reducción de las primeras a la
condición de ciencias lógicamente subordinadas a las segundas. Tal es el
caso, por ejemplo, de la reducción de la termodinámica a la mecánica, es decir,
de la ciencia clásica del calor a la ciencia del movimiento. Gracias a la teoría
cinética de la materia, que supone a los cuerpos constituidos por moléculas en
movimiento, se hizo posible explicar los fenómenos calóricos como
manifestación macroscópica de la actividad mecánica de partículas
microscópicas.

La reducción de una teoría a otra, sin embargo, supone una formalización muy
avanzada de ambas teorías, por lo que es claro que es tan poco frecuente
como las doctrinas científicas completamente formalizadas. No obstante, los
casos notables de reducción que registra la historia de la ciencia han hecho
surgir entre científicos y filósofos la esperanza de que algún día será posible
contar con un solo sistema axiomático formalizado que dé cuenta, por
relaciones de inferencia, de la totalidad de los conocimientos seguros de los
hombres. Hay suficientes motivos para creer que esta esperanza de la unidad
de la ciencia seguirá siendo indefinidamente un programa irrealizable, pero
válido como ideal de gran fuerza motivadora para lograr integraciones de
enunciados científicos cada vez más comprensivas y mejor articuladas.

Crítica de la unidad de la ciencia


Aparte del hecho de que las dificultades para organizar un solo gran sistema
científico son enormes, no es cierto que la reducción de una ciencia a otra sea
deseable en todos los casos. Puede suceder que una reducción prematura
detenga el desarrollo de la ciencia derivada y de esa manera impida el avance
del conocimiento. Por otra parte, sólo parece ser conveniente la reducción
fecunda en sugerencias y que abra perspectivas nuevas a la investigación; o
aquella que logre unificar ramas del conocimiento previamente separadas, de
modo que se refuercen mutuamente con sus respectivos bagajes de
confirmación. En cambio, sería ociosa y reñida con el espíritu del método
científico la reducción que se limitara a demostrar los postulados de una ciencia
desde los de otra, sin ampliar el radio de la investigación ni conectar disciplinas
previamente no relacionadas. Ganaríamos muy poco en ese caso al adquirir
sólo la posibilidad de expresar en lenguaje diferente los enunciados de la
ciencia así "reducida".

En resumen, la reducción es procedente y productiva cuando es útil en los dos


contextos del conocimiento, el del descubrimiento y el de la justificación,
cuando aumenta la eficacia de ese extraordinario instrumento de orientación y
supervivencia humanas que es el sistema de la ciencia. Tal y como son las
cosas, sin embargo, el programa de unidad de la ciencia parece estar motivado
más por la inclinación a la generalización propia del espíritu humano, y por su
tendencia a la simplicidad y claridad intelectuales, que por imperativos
instrumentales estrictamente ligados a la naturaleza del método científico.
Además, la idea de tener algún día un solo gran sistema científico parece
suponer, aunque no lo enuncie explícitamente, que llegará un día en que
habremos encontrado el conocimiento absoluto, en que habremos descubierto
de una vez por todas las verdades que explican los misterios del universo. Tal
pretensión no puede estar más distante del ideal metódico de la ciencia.

Provisionalidad de la ciencia
Es cierto que los sistemas científicos son aproximaciones más o menos
afortunadas a una inalcanzable "verdad objetiva"; de lo contrario no habrían
pervivido ni se hubieran desarrollado, al no representar valor de adaptación y
supervivencia para la especie humana, lo cual supone acuerdo con la realidad.
Pero eso no quiere decir que el estado actual de la ciencia, o algún estado
futuro de la misma, vaya a ser tal que no pueda sobrepasarse o superarse. La
historia de la ciencia está llena de lecciones que nos ilustran sobre la
provisionalidad de las construcciones hipotéticas y teóricas, aun de las más
majestuosas, como la síntesis mecanicista del siglo XVIII alrededor de las ideas
de Newton.. Para el filósofo de la ciencia de hoy, las generalizaciones
científicas y los marcos teóricos que las integran axiomáticamente, son
instrumentos creados por el hombre para organizar su experiencia; en cuanto
tales son cambiantes, perfectibles, reformables y hasta desechables. Son
conocimientos que no pueden ir más allá de los elementos que los justifican: la
experiencia inmediata de los sentidos y la inferencia lógica. Por más claros y
hermosos que sean los axiomas a que lleguemos, nunca podrán ser "evidentes
por sí mismos".

Crisis del ideal sistemático


El ideal de la unidad de la ciencia está muy relacionado con el concepto mismo
del sistema axiomático. Dijimos arriba que el sistema axiomático debe cumplir
dos condiciones fundamentales: ser congruente y ser completo. Estos
requisitos corresponden a la naturaleza misma del sistema, cuya función
pragmática es separar los enunciados verdaderos de los falsos en una
determinada disciplina.. Una ciencia formal, la metamatemática, tiene como
objeto el estudio riguroso de los sistemas axiomáticos; uno de sus más ilustres
practicantes, el matemático austríaco Gödel, demostró en 1931 que el ideal del
sistema axiomático perfecto, congruente y completo a la vez, no es realizable
en general para las verdades matemáticas.

Gracias a los trabajos de eminentes matemáticos y filósofos, se había logrado


en ese entonces reducir gran parte de las matemáticas a la teoría de los
números naturales, y esta teoría a su vez a la lógica superior o lógica de
clases. La demostración de Gödel vino a caer como un balde de agua fría en
una atmósfera de optimismo sobre las posibilidades de integración axiomática
de las matemáticas. Prueba que por cada verdad matemática es posible
encontrar un sistema axiomático que la contenga, pero que es lógicamente
imposible construir un sistema libre de contradicción que las contenga a todas.
Aunque no todos los filósofos aceptan este corolario, parece que la
incompletabilidad de las matemáticas hace imposible a fortiori una integración
axiomática completa de las otras ciencias dada la amplitud del uso de los
modelos matemáticos en todas las ciencias.

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