Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

José Sazbón: Una antología comentada de su obra
José Sazbón: Una antología comentada de su obra
José Sazbón: Una antología comentada de su obra
Ebook670 pages10 hours

José Sazbón: Una antología comentada de su obra

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

En este libro, los principales núcleos de la obra de José Sazbón están organizados en secciones, cada una de las cuales consta de una introducción y una selección de artículos a cargo de especialistas en cada área. Así, presentamos aquí sus textos fundamentales, ordenados según los grandes temas a los que dedicó su obra: el marxismo, el estructuralismo, la memoria, la historiografía, la Revolución francesa, la Escuela de Frankfurt y la historia intelectual. Junto al bello texto de Ricardo Piglia, al diálogo hasta ahora inédito entre Sazbón y Perry Anderson y a las secciones dedicadas a la biblioteca y a la bibliografía del autor, este libro ofrece una herramienta sistemática para acceder al pensamiento de uno de los intelectuales más relevantes de la Argentina de la segunda mitad del siglo XX.
LanguageEspañol
Release dateNov 27, 2020
ISBN9789876996341
José Sazbón: Una antología comentada de su obra

Related to José Sazbón

Related ebooks

Social Science For You

View More

Related articles

Reviews for José Sazbón

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    José Sazbón - Ricardo Piglia

    PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES

    José Sazbón

    Una antología comentada

    de su obra

    Daniel Lvovich y Alberto Pérez

    (organizadores)

    José Sazbón : Una antología comentada de su obra / Daniel Lvovich ; Alberto Aníbal Pérez. - 1a ed . - Villa María : Eduvim ; Ushuaia : Editorial Universitaria de Tierra del Fuego - Ediciones UNTDF ; Viedma : Editorial Universitaria de Río Negro - Editorial UNRN ; San Miguel de Tucumán : Editorial Universitaria de Tucumán EDUNT, 2020.

    Libro digital, EPUB - (Pensar las Ciencias Sociales)

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-987-699-634-1

    1. Historia. 2. Marxismo. 3. Estructuralismo. I. Pérez, Alberto Aníbal. II. Título.

    CDD 305.552

    © Consejo de Decanas y Decanos de Facultades de Ciencias Sociales y Humanas de la República Argentina; Eduvim; Ediciones UNTDF; Editorial UNRN; EDUNT; 2020.

    © De la compilación, Daniel Lvovich y Alberto Pérez, 2020.

    Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723.

    Edición de textos: Francisco Lohigorry

    Corrección de textos y prueba: Emanuel Molina

    Diseño de tapa y maquetación: Álvaro Astudillo

    Flujo xml: Sergio Campozano

    Coordinación de edición y maquetación ePUB: Ignacio Artola

    Asesor editorial CODESOC: Carlos Gazzera

    Licencia Creative Commons. BY-NC-ND

    Usted es libre de: compartir-copiar, distribuir, ejecutar and publicar publicamente esta obra bajo las condiciones de:

    Atribución - No-comercial - Sin obra derivada

    Índice

    Daniel Lvovich y Alberto Pérez

    Un esbozo biográfico e intelectual de José Sazbón

    Ricardo Piglia

    Cinco instantáneas de José Sazbón

    José Sazbón

    Pierre Menard, autor del Quijote

    José Sazbón

    La reflexión literaria

    Luciano Alonso

    Los marxismos de Sazbón

    José Sazbón

    El fantasma el oro, el topo: Marx y Shakespeare

    José Sazbón

    Un capítulo abierto de historia intelectual: el régimen discursivo del Manifiesto

    José Sazbón

    Modelo puro y formación impura. La Alemania del 48 en los escritos de Marx y Engels

    José Sazbón

    Crisis del marxismo: un antecedente fundador

    José Sazbón

    Una lectura sinóptica de las crisis

    José Sazbón

    Filosofía y revolución en los escritos de Mariátegui

    Marcelo Starcenbaum

    Crítica de la razón estructural

    José Sazbón

    Sartre y la razón estructuralista

    José Sazbón

    Hacia una historia estructural. El proyecto arqueológico

    José Sazbón

    Razón y método, del estructuralismo al post‐estructuralismo

    Hernán Sorgentini

    Conciencia histórica y memoria: aspectos del problema de la revolución en la obra de José Sazbón

    José Sazbón

    Conciencia histórica y memoria electiva

    José Sazbón

    Memorias de la Revolución francesa

    José Sazbón

    La devaluación formalista de la historia

    Un esbozo biográfico e intelectual de José Sazbón

    Daniel Lvovich y Alberto Pérez

    Recién visita de José Sazbón, es el amigo más antiguo de mi nueva vida (que empezó en 1960 d. C.). No conozco a nadie más inteligente ni más culto (de la cultura que me interesa), a nadie más tímido o más cordial.

    Ricardo Piglia, Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices. Anagrama: Buenos Aires, 2016, p. 34.

    José Sazbón nació en Buenos Aires el 18 de julio de 1937. Su padre, Mauricio Sazbón, era un inmigrante sefaradí nacido en Esmirna que había partido con diecisiete años de Turquía hacia los Estados Unidos en el contexto de la Gran Guerra para radicarse, finalmente, a los veinte años en Argentina. Tras trabajar en distintas localidades, se radicó en Urdinarrain, Entre Ríos, donde conoció a la que sería su esposa y madre de José, Guinesi Guershanik, hija de judíos rusos que se habían asentado en la provincia mesopotámica. La pareja permaneció un tiempo corto en Entre Ríos y en sus primeros años de casados debieron enfrentar muchas dificultades económicas. De hecho, cuando nació José, su padre se encontraba en busca de trabajo en Rosario.

    En 1944, la familia se trasladó al Territorio Nacional del Chaco, primero a Puerto Bermejo y luego a Barranqueras, donde montaron un almacén. Dado que en Barranqueras no había escuela secundaria, a los doce años, José se fue a vivir solo a la ciudad de Resistencia para continuar sus estudios. Mientras cursaba la escuela secundaria, vivió en pensiones y cimentó unos lazos de amistad que lo acompañarían toda la vida con Kique Blugerman y Armando Anello, junto a quienes frecuentaba el café Sorocabana de la capital chaqueña. En aquel tiempo, José forjó su carácter disciplinado y reconcentrado e inició el desarrollo de un rasgo que conservaría de por vida: el culto a la amistad. En esos años, también comienzan sus inquietudes intelectuales y promueve la revista Estela, de la Escuela Nacional de Comercio de Resistencia, donde firma sus primeros textos, de corte literario, con el seudónimo de Edén Kipervas.

    En 1955, José se instaló en Buenos Aires para cursar como alumno libre el último año del colegio secundario y, posteriormente, desarrollar una muy breve temporada de estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Esos años los vivió en una pensión en Sarmiento y Callao junto a sus dos amigos chaqueños, reviviendo en Buenos Aires la vida bohemia de Resistencia, y trabajó como empleado administrativo en SIAM y otras empresas, actividad que José necesitaba, pero detestaba. En 1957, se instaló en La Plata para estudiar Filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, que a diferencia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA no tenía curso de ingreso.

    En La Plata entabla amistad con los estudiantes de filosofía Alfredo Puciarelli y Julio Godio, el estudiante de química Victor Grippo y, más tarde, con el estudiante de historia Ricardo Piglia, quien en sus diarios de Emilio Renzi retrató a José Sazbón como a un amigo brillante y entrañable, al que lo unía una complicidad secreta, hermética para los demás y clara para nosotros. Como si formáramos una secta de a dos. Piglia completaba esa entrada de abril de 1969 escribiendo: Por momentos me parece que José es el individuo más inteligente que conozco 1 .

    El mismo Ricardo Piglia recordaba los encuentros con José en los bares platenses para leer textos de Marx y de Sartre. En sus años de estudiante y en sus primeros tiempos como graduado, José Sazbón trabajó en la Biblioteca de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), un empleo que se ajustaba perfectamente a sus necesidades e intereses.

    La Plata fue el escenario del encuentro de Sazbón con la Nueva Izquierda y su Universidad, el ámbito en que desarrolló su militancia en la agrupación de izquierda independiente Estudiantes Reformistas, por cuyas listas llegó a ocupar la presidencia del Centro de Estudiantes de la Facultad de Humanidades de la UNLP. Como afirma Horacio Tarcus, entre los años 1963 y 1965, José Sazbón hizo sus primeras traducciones y presentaciones de textos para la Revista de la Liberación, dirigida por José Speroni, y en 1965 daría a conocer en Literatura y Sociedad –dirigida por Ricardo Piglia– un artículo en el que Roger Garaudy polemizaba con la célebre introducción de Jean Paul Sartre a Los condenados de la tierra, de Franz Fanon.

    Ese mismo año, José se recibió de Profesor de Filosofía y comenzó a trabajar en el área de Ciencias Sociales de la UNLP. En 1970, es designado profesor adjunto de Sociología General en la cátedra cuyo titular era Horacio Pereyra y que compartía entre otros con Pucciarelli, Godio, José Antonio Castorina y Gladis Palau. A comienzos de 1975, José Sazbón fue dejado cesante en sus funciones de profesor adjunto en una expulsión que abarcó a muchos docentes –entre ellos Alfredo Pucciarelli– en el marco de los embates del gobierno de Isabel Perón contra los exponentes del pensamiento crítico en las universidades. 2

    En 1963, y en el marco de la cátedra Latín I, dictada por el ultraderechista Carlos Disandro, José conoció a Berta Stolior, su compañera de toda la vida, con quien se casaría en 1966. En 1968 nacería su único hijo: Daniel. En todos esos años, José pasaría parte de la semana junto a su familia en Buenos Aires y otra parte cumpliendo sus obligaciones laborales en La Plata, donde, además, desde 1965, residían sus padres y hermana, a quienes debió llevar a la capital bonaerense tras la gran inundación que afectó al Chaco ese año.

    De modo simultáneo, José Sazbón comenzó su carrera de investigador, primero como becario de investigación de la UNLP y luego del CONICET, comenzando con ese apoyo en 1970 sus estudios de Doctorado en Filosofía en la UNLP. También en esos primeros años de la década de 1970 José dio clases a grupos de psicoanalistas y a los médicos del Hospital Borda. Entre 1972 y 1974, con el apoyo de una beca externa de CONICET, Sazbón cursó el Doctorado en Filosofía en París, en la École Normale Supérieure y la École Pratique des Hautes Études. Su proyecto de tesis se dedicó a El estatuto teórico de la lucha de clases en los análisis históricos de Marx y Engels. 3 Además de cursar con los referentes del estructuralismo francés, José aprovechó su estadía para entrar en contacto con la vida cultural e intelectual parisina, para recorrer sus calles y para visitar sus librerías. Los Sazbón regresaron a la Argentina en septiembre de 1974, en medio de la creciente violencia política. Sin embargo, José logra reincorporarse al CONICET –hasta su expulsión– y a la UNLP además de desarrollar –como veremos en el siguiente apartado– múltiples actividades como traductor y editor. En el año 1975, José Sazbón publicó su primer libro, Mito e historia en la antropología estructural, por la editorial Nueva Visión.

    El asesinato del intelectual platense Guillerrmo Savloff en enero de 1976 impactó fuertemente en Berta, quien comenzó a madurar en ese momento la posibilidad de exiliarse, aunque José no compartía esa idea. La decisión –motivada en gran medida en el pedido de Berta– de aceptar la invitación de Julio Godio para dar un curso por tres meses en la Universidad de Zulia, Venezuela, en septiembre de 1976, no resultó un acto consciente de exilio. De hecho, Berta y Daniel viajaron a Venezuela recién cuando el contrato se extendió por ocho meses, en diciembre de ese año, sin desmontar su departamento en Buenos Aires. Lo provisorio se tornó en definitivo cuando el CONICET dejó cesante a José y ante las noticias que llegaban desde la Argentina y la insistencia de Berta para que permanecieran en Maracaibo decidieron permanecer en Venezuela. En los muy productivos años venezolanos, Sazbón se desempeñó como Director de Investigaciones del Departamento de Postgrado de la Facultad de Derecho, donde creó una maestría en Ciencia Política. Uno de los invitados como Profesor a esa maestría fue Perry Anderson, con quien Sazbón compartió una amistad cimentada en el intercambio intelectual. En 1981, la Universidad de Zulia publicó su segundo libro, Historia y estructura, dedicado al análisis crítico del proyecto intelectual de Michel Foucault y al análisis de la tradición estructuralista.

    A su regreso a la Argentina, se reincorporó a la carrera de investigador del CONICET y como docente en las carreras de Historia, Sociología y Filosofía de las universidades de Buenos Aires, La Plata y posteriormente en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín. Entre 1990 y 1992, fue director del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y desde 2003 dirigió la Maestría en Historia y Memoria, iniciativa conjunta de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata y de la Comisión por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires. 4 En el nuevo milenio, se editaron tres libros que recogían artículos publicados con anterioridad en revistas y que se hallaban dispersos: en 2002, Historia y representación, editado por la Universidad Nacional de Quilmes; en 2005, la editorial platense Al Margen publicó Seis estudios sobre la revolución francesa ; en 2007, publicó en la editorial Biblos la recopilación Cuatro mujeres en la Revolución Francesa , texto en el que ofició de compilador y traductor además de autor de un extenso estudio preliminar . Tras su muerte, la Universidad Nacional de Quilmes publicó Nietzsche en Francia y otros estudios de historia intelectual.

    José Sazbón falleció en Buenos Aires el 16 de septiembre de 2008, dejando un enorme y generoso legado como autor, profesor, traductor y editor. Sin dudas, no se equivocaba Ricardo Piglia cuando lo recordaba como el maestro secreto de toda una generación, aunque se podría ampliar esa influencia a varias de las generaciones que lo sucedieron.

    Una trayectoria intelectual en la segunda mitad del siglo XX

    Desde sus primeros escritos y traducciones, José Sazbón mostró su especial interés por la obra de Sartre, por la tradición estructuralista –en especial de Saussure y Lévi-Strauss– y particularmente por Marx. José fue a lo largo de su vida un marxista sin partido, un materialista en busca de una herencia de Marx compleja y ajena a las simplificaciones. Como ha planteado Patricio Geli, la estrategia de Sazbón fue …la de deslizarse críticamente por ciertos ´autores-pasadizos´ –como la misma obra marxiana, la Escuela de Frankfurt, el marxismo inglés e italiano, Mariátegui y Lukács– desde los cuales procura casi obsesivamente aventar, mediante la rigurosidad analítica, la más mínima insinuación reduccionista 5 .

    Junto a este conjunto de preocupaciones, Sazbón dedicó sus reflexiones a la teoría de la Historia, la historia de la Revolución Francesa, la historia de los intelectuales y la problemática de la recepción, para la cual resulta modélica su obra sobre las interpretaciones de Nietzsche en Francia. En sus últimos años, José Sazbón nos legó muy importantes contribuciones que aportan a la reflexión sobre el fenómeno de la memoria colectiva y su relación con la historia. 6

    Citamos nueva y extensamente a Patricio Geli para recordar un aspecto fundamental del aporte de José Sazbón: su rol como docente.

    (…) sería injusto recordarlo exclusivamente –y no creo que lo deseara– por su producción escrita. José Sazbón hizo de la enseñanza una misión a la cual consagró enteramente su existencia hasta sus últimos días. Concebía sus clases como un acto intelectual por excelencia, un espacio para exhibir una constelación de reflexiones maduradas a lo largo de años de pensar y repensar un espectro desmesurado de autores clásicos contemporáneos. Enhebraba con solvencia refinada vastas zonas del conocimiento como la filosofía, la historia, la literatura y la teoría social, poseía una erudición casi inconmensurable puesta al servicio del análisis conceptual y una claridad expositiva que no hurtaba la complejidad de los problemas a su auditorio. Indudablemente ese diálogo interdisciplinario que lo atravesaba y el celo implacable que ponía en la custodia de la rigurosidad del oficio intelectual exigían a sus interlocutores un esfuerzo para poder seguir sus disertaciones, dentro o fuera de los claustros, que procuraba mitigar, según su estilo tan personal, con la provocación al debate, con más y nuevas explicaciones, pero, sobre todo, con más y más bibliografía 7 .

    En el recuerdo de sus estudiantes, cada clase de José Sazbón era una exposición de generosa y profunda erudición. 8 Los que tuvimos la fortuna de compartir con José la actividad de docencia sabemos que sus programas de estudio resultaban en sí mismos ensayos interpretativos, expresión de su voluntad de presentar de modo sistemático desde los debates fundacionales hasta los aportes más recientes del área de la historia o la filosofía que abordara, desarrollando extensos documentos donde el estudiante podía encontrar la más completa bibliografía, en varios idiomas, para estudiar en profundidad los temas de que tratara. Berta Stolior recuerda que los programas en la Universidad de Zulia, en Venezuela, eran verdaderos libros, ya que incluían un breve análisis de cada uno de los textos que en ellos se presentaban.

    Como traductor y editor, José Sazbón contribuyó de un modo fundamental al conocimiento y difusión en Argentina y América Latina del pensamiento social europeo, y en particular del estructuralismo francés. En 1968, tradujo y editó en la editorial Quintaria el volumen Sartre y el estructuralismo, que incluía textos de Poulantzas, Pouillon, Sarte y Lévi-Strauss. Entre 1969 y 1970, coordinó la edición de los doce volúmenes de la colección El pensamiento estructuralista, publicada por Nueva Visión. Se trató de una colección fundamental en la que se presentaban los principales textos de la corriente, organizada en volúmenes que daban cuenta de los aportes de esa tradición en las distintas disciplinas sociales, incluyendo textos de Lévi-Strauss, Leach, Bourdieu, Althusser, Jakobson, Barthes, entre muchos otros, seleccionados y traducidos del francés en su mayor parte por Sazbón.

    En los años siguientes, desplegó una intensa labor editorial: compiló para Nueva Visión el volumen colectivo Presencia de Max Weber (1971) y tradujo poco después para la misma editorial Las formaciones del inconsciente, de Lacan. En 1970, compiló para Tiempo Contemporáneo los volúmenes Análisis de Marshall McLuhan y Análisis de Michel Foucault y en 1973, una Introducción a Bachelard para la editorial Caldén; en 1975, tradujo del italiano para Siglo XXI Gramsci y la Revolución de Occidente, de María Antonietta Macciocchi, con quien había entablado una amistad desde su estancia en París. En 1976, tradujo y preparó para CEAL una edición popular del Curso de lingüística general, de Saussure, precedida de un estudio preliminar, que alcanzó una enorme tirada en todo el continente.

    En el conjunto de sus actividades, José Sazbón resultó un verdadero precursor que introdujo como docente, investigador, editor y traductor algunas lecturas muy poco transitadas con anterioridad o directamente desconocidas en Argentina –tales como las obras de Saussure, Benjamin o Foucault– y perspectivas y problemáticas que luego encontrarán amplio eco, como la del estructuralismo, la semiótica o la del vínculo entre Historia y Memoria. Mariana Canavese ha reafirmado este carácter pionero observando que cuando José Sazbón editó en el año 1970 de manera anónima Análisis de Michel Foucault –antología que reunía textos de Cangilhem, Burgelin y Amiot, entre otros– estaba ofreciendo la primera publicación íntegramente dedicada a Foucault en español y seguramente la primera en el mundo fuera de Francia 9 .

    En este libro, los principales núcleos de la obra de José Sazbón están organizados en secciones, cada una de las cuales consta de una introducción y una selección de artículos a cargo de especialistas en cada área.

    La primera de las secciones corresponde a un bello texto del recientemente fallecido Ricardo Piglia, que ofrece una semblanza personal e intelectual de Sazbón y de la amistad entre ambos y testimonia la íntima relación de José con la obra de Borges, de Marx y de Sartre.

    La segunda estuvo a cargo de Luciano Alonso y se dedica a la reflexión de José Sazbón sobre el marxismo, caracterizada por una lectura plenamente histórica –esto es, atenta a los contextos, a la emergencia de los regímenes de discursividad y a las influencias– de la obra de Marx y Engels y a la perspectiva atenta a la distancia entre modelos analíticos y las formaciones sociales. La obra de Sazbón en este campo, asimismo, incluyó aportes sobre las múltiples crisis del marxismo, sobre la obra de Mariátegui y sobre la historiografía marxista.

    La tercera, a cargo de Marcelo Starcenbaum, se dedica a los aportes de José Sazbón sobre la problemática del estructuralismo, en una clave de lectura que integra la preocupación por el impacto de dicha tradición sobre las perspectivas existencialista, humanista e historicista. Sazbón dedicó especial atención al estudio de los mitos en el seno del estructuralismo y propició una lectura compleja de la antropología estructural y atenta a los movimientos de desplazamiento y superación operados en el seno de esa tradición teórica.

    En la cuarta sección, última de este tomo I, dedicada a la problemática de la Memoria y su vínculo con la historia, Hernán Sorgentini analiza la compleja y original trama con que Sazbón organizó su pensamiento al respecto, a manera de una síntesis de las principales líneas de indagación que desarrolló a lo largo de su vida, y motivado por la percepción acerca la devaluación de las posibilidades de la conciencia histórica de informar la práctica emancipatoria.

    Ya en el segundo tomo, la sección a cargo de Roberto Pittaluga considera la reflexión sazboniana sobre la historiografía –terreno que nunca dejó de considerar con relación a la política tanto en su inspiración cuanto en sus efectos– a partir de su diálogo con la obra de Walter Benjamin, E. P. Thompon y Reinhart Koselleck.

    La sexta sección, dedicada a las lecturas de Sazbón sobre la Escuela de Frankfurt, fue preparada por María Belforte, quien en base a la noción de legado destaca la interpretación fuertemente orientada a una política emancipatoria que nuestro autor realizó de los textos de esa corriente, enfrentada a las visiones esteticistas de la tradición frankfurtiana.

    En la séptima sección, Patricio Geli presenta los modos en que Sazbón interpretó la Revolución francesa, proponiendo tres grandes áreas que permiten organizar la preocupación sazboniana sobre 1789: su relación y los lugares que ocupa en el desarrollo de la teoría marxista, los debates políticos e historiográficos a los que dio lugar el auge de las corrientes revisionistas y su importancia como tópico de la historia intelectual.

    La octava sección, preparada por Elías Palti, está referida a los modos en que Sazbón pensó los problemas de la Historia Intelectual, en particular a los problemas de la circulación y recepción de ideas. En el apartado se analiza el modo en que nuestro autor pensó los modos en que los textos y sistemas de pensamiento se trasladan en el tiempo y en el espacio y son apropiados por culturas y épocas diversas adquiriendo sentidos y funciones distintos a los que les dieron origen, concentrándose para ello en sus escritos sobre las apropiaciones de los textos de Nietzsche y Voltaire.

    A continuación se incluye un texto de Emiliano Sánchez sobre la biblioteca de Sazbón, a manera de una carta de navegación en la enorme colección que José atesoró a lo largo de su vida, y que da cuenta de sus preocupaciones intelectuales, gustos literarios y temáticas a las que dedicó sus estudios y reflexiones.

    Lo sucede la presentación de los diálogos entre José Sazbón y Perry Anderson. Se trata de un material excepcional y hasta ahora inédito, resultado de las conversaciones que en sucesivos encuentros desarrollados en ocasión de las visitas de Anderson a la Universidad de Zulia mantuvieron ambos intelectuales, en los que recorrieron muchos de los tópicos de las diversas tradiciones emancipatorias en las que los dos abrevaban.

    El libro se cierra, por último, con una contribución a una bibliografía de Sazbón, en la que se presenta de manera sistemática el conjunto de los textos que nuestro autor escribió a lo largo de su vida.

    Notas

    1 Piglia, 135.

    2 Luciana Garatte, Tesis doctoral Políticas, grupos académicos y proyectos curriculares de Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata (1966 - 1986), Universidad de San Andrés, 2012, p.146; Mónica Paso, Tesis de Maestría Políticas. Elites intelectuales y discursos en la construcción de la universidad excluyente. El caso de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de la Plata, FLACSO, 2012, p. 53.

    3 Augusto Botia, Reivindicación de la conciencia histórica: La memoria en el pensamiento de José Sazbón (1937-2008). Ponencia presentada a la Mesa: Ciencias Sociales en América Latina, del I Congreso de Historia Intelectual de América Latina. Medellín, septiembre de 2012, p. 3.

    4 También en esos años colaboró de manera entusiasta y –con su habitual modestia– se desempeñó como editor adjunto de Hermes. Boletín de crítica bibliográfica, publicación que le permitió renovar su pasión por los libros publicando innumerables reseñas.

    5 Patricio Geli, A la memoria de José Sazbón (1937 - 2008) en Prismas, vol. 16, julio- diciembre de 2009. En http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1852-04992009000200014, visualizado el 5 de enero de 2017.

    6 Además de los ya citados en este texto, varios trabajos aparecidos en los últimos años han abordado distintos aspectos de la obra de Sazbón. Entre ellos se cuentan los siguientes: Luis Ignacio García, Teoría crítica e historia intelectual en José Sazbón en Políticas de la Memoria, N°10/11/12, Buenos Aires, 2011; Estela Fernández Nadal, El Mariátegui de Sazbón en Utopía y Praxis Latinoamericana, 18 (62), Maracaibo, Venezuela, 2013; Daniela Losiggio, "El pensamiento de izquierda en la transición democrática. El debate Terán-Sazbón en Punto de Vista (1983-1984)" en Papeles de trabajo (IDAES), N° 17, Buenos Aires, 2016.

    7 Geli, op. cit.

    8 Ver los textos de Laura Ehrlich, Emiliano Sánchez y Carla Maglio en Homenaje a José Sazbón, Buenos Aires, IDAES-UNLP-CEDINCI, 2009.

    9 Mariana Canavese, Los usos de Foucault en la Argentina. Recepción y circulación desde los años cincuenta hasta nuestros días, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015, p. 38.

    Cinco instantáneas de José Sazbón

    Ricardo Piglia

    1.

    La primera imagen de José Sazbón es tan nítida en mi recuerdo como una fotografía. Yo había entrado hacía poco en la Facultad de Humanidades en La Plata y alguien en el centro de estudiantes me dijo él sabe Leibniz, y me señaló a un joven que fumaba en boquilla, enjuto y esencial en su ser, ocupaba un lugar mínimo en el universo, con una calvicie incipiente y un bigote elegante, con un aire que llamaré europeo. Me acerqué a José y le dije: Me dijeron que conocés la obra de Leibniz. Él sonrió y me dijo: Solo conozco lo que se puede conocer de la obra de Leibniz.

    Esa tarde, sentados en el bar Don Julio, en la esquina de 6 y 49, José me dijo: En uno de mis mundos posibles, conozco la obra de Leibniz, en otro lo ignoro fervorosamente y en un tercero sé algo de Merleau Ponty, pero no sé nada de las mónadas de Leibniz. Era una respuesta irónica y borgeana a la pregunta sobre el saber.

    Pertenecíamos a dos categorías o clases distintas de estudiantes. Yo estudiaba Historia y él, Filosofía. Nosotros leíamos con fervor el Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, de Braudel, y ellos leían la Fenomenología del Espíritu, de Hegel. Éramos dos clanes, dos bandas, dos ejemplares de especies diferentes. ¿Qué nos unió? La literatura, es decir, Borges y un vago interés (en mi caso) por el marxismo. Yo practicaba entonces un liviano anarquismo, reducido a la lectura de la revista libertaria Reconstruir, mientras que José se mantenía cercano a las posiciones de Les Temps Modernes, la revista de Sartre. La bibliografía marcaba, como un oráculo, nuestro incipiente y febril destino, éramos lo que leíamos y más de una vez nuestras discusiones se reducían a enunciar los títulos de los libros que devorábamos con fervor. Además, diré, practicábamos el arte de citar sin comillas. José estaba mejor preparado que yo y fue él quien me abrió paso a Marx. Me acuerdo que unos meses después nos juntábamos una tarde por semana en La Modelo a leer El Capital. En realidad, José leía y comentaba el texto y yo escuchaba.

    El otro punto de unión era Borges. Me acuerdo que José trajo un día Un bárbaro en Asia, de Henri Michaux, solo porque lo había traducido Borges. No me interesan las chinerías de este librito –me dijo–, pero la prosa de Borges es inigualable y mejora el original, que no he leído, pero puedo imaginar, concluyó con una sonrisa. Éramos, entonces, marxistas y borgeanos. Eso nos unía y nos unió toda la vida.

    2.

    Un tiempo después, José y yo compartíamos una pensión en la calle 119 en La Plata. Era una casa que alguien a quien nunca vimos nos había alquilado. Yo tenía un cuarto al que se accedía por una escalera, una especie de altillo muy cómodo y luminoso. José ocupaba una habitación en el piso de abajo que daba a la cocina y al patio. Había en la casa un tercer inquilino, un estudiante crónico que nunca rendía sus materias de derecho pero que enviaba periódicamente a su casa en la provincia de Corrientes un telegrama donde decía que había aprobado una materia. Le importaba sobre todo la música y ese año su pasión se había confinado en Mahler, a quien escuchaba con persistencia, y una noche lo vi dirigir una sinfonía con gestos ampulosos, como si estuviera frente a la orquesta. Éramos los tres jóvenes y enérgicos noctámbulos que nos pasábamos la noche leyendo y conversando. Yo había empezado a escribir y José fue durante años mi primer lector. De hecho, fue mi lector ideal y leyó todo lo que yo escribí desde los comienzos de los años sesenta hasta La ciudad ausente en 1992. Así que durante treinta años José fue mi interlocutor privilegiado. Me importaba lo que decía José y luego si el texto había pasado por la aduana Sazbón, no me interesaba lo que los demás dijeran. José era un lector minucioso y captaba las imperfecciones de un texto con un golpe de vista, sus observaciones sobre la puntuación y los ritmos de la prosa eran sagaces y certeras. De hecho, por su generosa inmersión en lo que yo escribía, le dediqué el primer relato que publiqué, Desagravio, que se editó en 1963 en El escarabajo de oro, la revista de Castillo.

    Por otro lado, José también escribía cuentos, pero no quería publicarlos. Me acuerdo de un relato, El insomne, sobre un hombre que no podía (o no quería) dormir y su vida se poblaba de pesadillas y alucinaciones. Era muy bueno y no sé qué habrá sido de sus cuentos de aquel tiempo. Años después, en 1982, José obtuvo una meritoria mención en un importante certamen literario por un relato conceptual basado en una biografía imaginaria de Pierre Menard, el autor del Quijote. (Pierre Menard, autor del Quijote).

    3.

    Pero volvamos al año 63, José era el único que trabajaba entre mis conocidos en la facultad, a mí me ayudaba mi abuelo que me mandaba un giro todos los meses, mientras que José había conseguido un trabajo en la biblioteca de la universidad, entraba a las tres de la tarde y salía a las nueve de la noche. Así que esa obligación cotidiana le hizo, estoy seguro, interpretar mejor a Marx. José tenía una rutina, se levantaba antes de las dos para llegar, siempre corriendo, al comedor universitario, se podía vivir casi sin dinero en aquel tiempo en La Plata. El padre de José era un tipo encantador y culto, había perdido todo durante una gran inundación en el Chaco y José tuvo que buscar un trabajo.

    Ese año, el grupo político al que yo estaba ligado, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria Praxis, que dirigía Silvio Frondizi, decidió publicar Liberación, una revista cultural, y yo fui el secretario de redacción. Era muy buena, colaboraban, entre otros, Carlos Astrada y Milcíades Peña. En el primer número, se publicó una nota introductoria de José presentando su traducción de La dialéctica en cuestión, un ensayo de Roger Garaudy en el que polemizaba con Sartre. Creo que es el primer trabajo publicado por José y allí se ve su labor de editor y comentador, que le daría fama en los años siguientes. Su nota era un panorama de la filosofía francesa de la posguerra. En el segundo número, José tradujo y presentó el muy influyente prólogo de Sartre a Los condenados de la tierra, de Fanon, un ensayo que defendía el derecho a la violencia de los pueblos que sufrían la ocupación colonial. Su discreción y su capacidad para dar a conocer y traducir textos que enriquecían la discusión cultural fue uno de sus aportes más recordados.

    José contaba a sus amigos que Sartre y Fanon se habían encontrado en el bar del aeropuerto de París y habían conversado toda la noche y que Fanon era vehemente y combativo, un intelectual de nuevo tipo que había nacido en el Caribe, es decir, un latinoamericano. Me decía con ardor José que la mañana después de la noche en vela Sartre había querido ir a descansar y Fanon le había dicho: No me gustan los hombres que se economizan, José se reía, justo a Sartre, decía. Y no economizarse fue durante años nuestra consigna.

    Dos años después yo ya vivía en Buenos Aires, pero pasaba dos días en La Plata, donde enseñaba como ayudante de cátedra en Introducción a la Historia y me veía todo el tiempo con José. Ese año dirigí el único número de la revista Literatura y Sociedad, dedicado a la crítica literaria; José publicó un excelente trabajo sobre el método de Sartre, un lúcido ensayo basado en la Crítica de la razón dialéctica.

    No nos economizábamos. En aquellos días, José había encontrado en Sartre (como muchos de nosotros) un camino de acceso a un marxismo renovado, libre de las categorías burocratizadas del pensamiento soviético.

    4.

    En 1973, en viaje hacia Pekín, estuve una semana en la casa de José y de su mujer, Berta Stolior, en París; otra vez nos pasamos las noches conversando y discutiendo. José estaba en Francia con una beca para estudiar el concepto de lucha de clases en Marx. Su investigación se asentaba en Sartre, que consideraba la lucha de clases como un modo de actuar definido por el estallido de los grupos en fusión en una dinámica social espontánea, ligada a coyunturas precisas y contingentes. José había asimilado también la línea teórica de los historiadores marxistas ingleses, en especial la de E.P. Thompson, que había hecho un análisis muy renovador de la cultura de la clase obrera. José se inclinaba a considerar más el criterio de lucha y ponía en cuestión el concepto de clase social. Existen las luchas sociales, me dijo una noche, pero el concepto de clase debe ser reformulado. Pensaba la clase como una posición más que como una esencia determinada económicamente. La idea de lucha estaba ligada, para él, a los complejos trabajos de Marx y sus análisis de la Comuna, y sobre todo al libro La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850.

    José se había convertido en un marxista clásico, a la inglesa y criticaba al maoísmo. Para él, los chinos encarnaban el viraje del marxismo al nacionalismo populista, Lo mismo pasa en Cuba, me dijo, bajo el pretexto de la lucha anticolonial, cultivan el patriotismo y la demagogia, se reía. Una tarde, caminando por el borde del Sena y revisando los maravillosos quioscos de libros, encontramos un viejo número de Les Temps Modernes de 1952 con un ensayo donde Etiemble imagina un personaje, Wan Yung Ming, habitante del año 250 de la era maoísta (que comienza en 1950 y sucede a la era cristiana). Wan Yung Ming estudia las causas del hundimiento de Europa, y se dedica al estudio de la palabra cosmopolita, hurga lo poco que ha quedado de los archivos históricos y ve que se define como aficionado al espionaje. Por fin encuentra un ejemplar de Ficciones, de Borges. Ese libro deteriorado, amarillento, lleno de polvo, debió figurar en la biblioteca de algún erudito; en la página tres de la cubierta había pegado un sobre amarillo repleto de artículos y recortes concernientes a esa vieja obra.

    Otra vez nos divertíamos con Borges. José recordó que los críticos del grupo Contorno denostaban al autor de Ficciones en nombre de la teoría sartreana del compromiso, mientras que Sartre en su revista publicaba un ensayo que ponía a Borges como un clásico de la resistencia cultural.

    José me acompañó varias veces a la Embajada china, donde yo ultimaba los detalles de mi viaje de tres meses a la República Popular; lo sorprendían los saludos de bienvenida y las ceremonias de cortesía que nos llevaban casi toda la reunión. José veía ahí los rastros de la cultura feudal y las formas de servidumbre del campesinado. Al final de esos preámbulos retóricos, abordábamos el tema de mi visita. Yo estaba interesado en reunirme con los estudiantes de filosofía, quería visitar una escuela secundaria, ir a museos, entrevistarme con escritores, conocer la ópera de Pekín, conocer los sistemas de producción del cine y del teatro. Los camaradas chinos tomaban notas de lo que yo decía, pero a la reunión siguiente me informaban con sonrisas y gestos de simpatía que, en función de mis deseos, el itinerario incluía la visita a diez fábricas y ocho comunas campesinas. Practican con esmero la terquedad y son educadamente tiránicos, decía José, siempre se salen con la suya, ¿pero cuál es la suya?, concluía cuando ya habíamos salido de la Embajada y caminábamos por los Champs Élysées. Los chinos son ceremoniosos y despóticos, dedujo. Era rápido en su lectura de los signos, y en eso, digamos, era un filósofo, develaba las poses y se preguntaba qué escondían los ritos sociales.

    5.

    En 1981 viajé a los Estados Unidos, hice una escala en Venezuela solo para ver a José. Él estaba exilado en Maracaibo y otra vez pasé unos días en su casa. Hacía un calor infernal, pero José tenía una oficina en la Universidad que era una heladera. Estaba en un subsuelo con el aire acondicionado en temperatura polar, así que yo iba con campera y bufanda, de modo que los colegas del profesor Sazbón pensaban que yo estaba loco o afiebrado. La imagen de José en su guarida congelada me hacía pensar en un Robinson aislado en el trópico construyendo sus defensas climáticas. José había escrito un análisis generoso, exhaustivo y brillante de mi novela Respiración artificial y me lo leyó el día de mi llegada, mientras yo tiritaba agradecido. (La reflexión literaria). La novela había salido hacía un par de meses, pero José había leído el manuscrito y su ensayo fue, desde luego, lo mejor que se ha escrito sobre el libro. Asistí a su vez a una de sus clases inolvidables sobre Gramsci ante un auditorio de estudiantes de derecho que lo escuchaban deslumbrados. José partió de una frase de Gramsci: Todos los hombres son intelectuales (es decir, tienen una visión del mundo), pero solo algunos cumplen en la sociedad la función de intelectuales, y comenzó a analizar la historia de esa función, pero sin olvidar la otra parte de la frase. Les había dado a leer El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg, para hacer ver cómo un pobre molinero había construido una cosmología a partir de su experiencia y por eso fue condenado por la Inquisición como si fuera un ideólogo. Había que ser capaz de analizar las concepciones espontáneas de las clases subalternas, las categorías del sujeto de la Historia no son las categorías del historiador, afirmaba.

    Esa noche, caminando por las calurosas calles de Maracaibo, tuve la sensación de que el tiempo se había detenido y que estábamos en La Plata en una noche de verano, como si los temas y los afectos fueran los mismos. En ese presente inolvidable se avivaron para mí la calidez de José, su serena ironía y su capacidad para la camaradería intelectual. La amistad es ese don que se realiza y se repite con pocas variantes; esa insistencia de lo mismo es una gracia del destino y por eso agradezco a la fortuna haber conocido a mi amigo el filósofo José Sazbón.

    Pierre Menard, autor del Quijote

    José Sazbón

    A Ricardo Piglia

    La verdadera historia de Pierre Menard aún debe ser contada. Ahora que su nombre está asociado, quizá definitivamente, a la obra inconclusa que le dibujó un destino en la historia de la parodia, ahora que parece más descifrable su abigarrado proyecto de lectura diferencial, ahora debemos acordarnos de él y restituirle su exacto perfil de precursor o de inventor efímero. No es posible hacerlo, sin embargo, antes de despejar algunas tinieblas sobre su existencia real. La mayoría de los críticos siguen persuadidos de su imagen misantrópica, extemporánea, hostil a las vanas pasiones que nuestra época fomenta. Esa imagen pervive gracias al fervor ultramontano de sus descendientes, empeñados en crearle una biografía unilateral, parcializada, apta para transformarlo en un ejemplar de la especie Menard, notoria por su celo borbónico durante la Restauración y por su celo conservador en otras restauraciones posteriores. Después de los trabajos recuperatorios de Karl Schlechta, que exhumaron la historia y el contenido no adulterado de la obra de Nietzsche, aún falta por hacer con Pierre Menard un similar discernimiento del documento objetivo antes de las interpolaciones familiares. Estas fundadas alarmas no parten de un fetichismo anecdótico ni se proponen conciliar al escritor genial con el ciudadano moralmente comprometido: la invención individual de Pierre Menard es indescifrable si no la referimos a la invención colectiva que la inspiró y dentro de la cual pensaba inscribirla.

    Un recuento mínimo de algunos hechos significativos va a sustentar, pensamos, copiosamente esta tesis.

    La versión más difundida de la vida de Menard abunda tendenciosamente en algunas circunstancias exteriores, excesivamente pregonadas y paradigmáticamente cristalizadas: sus años de docencia insigne como catedrático del Liceo de Metz, su ingreso –histórico e inevitable– en el Institut, los memorables frutos que produjo su reflexión filosófica e histórica 1 , el duelo que lo enfrentó al diputado socialista de Seine-et-Marne (y que ilustra su constante combate por el espíritu), la amistad fecunda y documentada (en la Correspondencia que divulga Albin Michel) que lo unía al escritor y diplomático Maurice Paléologue, sus días, en fin, de voluntario ostracismo en el Chateau familiar. Curiosamente, este voluntario ostracismo –adjudicado por sus parientes al sinsabor que le producía una Francia gobernada por el Frente Popular– es la única y desplazada mención de sus años más lúcidos: aquellos en que razonó y redactó el Quijote fragmentario. Menos imaginativos que Elizabeth Forster con los manuscritos de su incapacitado hermano Friedrich Nietzsche, los familiares de Pierre Menard no han logrado ofrecer una versión plausible de la gestación y composición del Quijote; han decidido asignarlo como apéndice a una obra ya ilustre y autosuficiente, han preferido tolerar el enigma antes que la impugnación de un pasado reconfortante.

    La falacia esencial de esas menciones deriva, como puede sospecharse, de una exacerbación de verdades parciales, de hechos incompletos (cuando no asincrónicos), de documentos demasiado elocuentes (sobre todo cuando su selección es conspicua). No dicen, por ejemplo, estos custodios de la memoria barresiana de Menard, que desde febrero de 1917 su intercambio epistolar con Paléologue se degradó hasta el contenido insulto, hasta la piedad, no informan que el escritor laureado dejó de frecuentar el Institut cuando la academia rechazó (con presumible escándalo) el homenaje que él propusiera a André Marty, no cuentan que durante su ostracismo provinciano el Chateau era la sede francesa del Socorro Rojo Internacional, no aclaran que el duelo con el diputado socialista no se debió a que este defendiera la rehabilitación de Dreyfus, sino a que propusiera la rehabilitación de Kerensky. Estos pocos datos –ahora exhumados y serviciales para la recomposición de la figura de Menard– bastarán al lector para orientarlo.

    Una sinuosa dialéctica de contrarios está en el origen del Menard histórico y del Menard apócrifo permitidos por la ambivalencia funeral del archivo que monopolizan los descendientes del escritor. Porque fue ciertamente mediante Paléologue, el francés zarista y cronista elegíaco de los Romanoff, como Menard llegó a admirar y a adherir a sus sepultureros (y esta es la dialéctica censurada). Y fue igualmente mediante el embajador galo, selecto miembro del Institut y displicente documentarista de la vida literaria petersburguesa, como Menard, su académico colega, tomó conocimiento de la existencia de la Opojaz, esa agrupación de críticos iniciadores de una revolución en los estudios literarios casi contemporánea de la otra revolución que gestaba Petrogrado y que, producida, fijaría el marco (y los límites) de la suya.

    Esta constituye, por así decir, la prehistoria de la empresa de Menard, o sus condiciones: una revolución estética y otra política, filtradas por las cartas distraídas o crispadas de Maurice Paléologue, el infatuado heredero de varias generaciones de aristócratas obstinados y clercs parasitarios, que ahora resurgían en esa correspondencia cómplice en la que Menard se negaba a reconocerse, en toda su miseria espiritual, con el ácido aroma de un feudalismo rencoroso y vengativo. Pero la ceguera clasista del embajador era para Menard aún menos vituperable que su dilatada miopía de académico bien pensante, esa culpable ineptitud que le ocultaba los signos anunciadores de una nueva cultura. Esteta al fin, pero buscando solitariamente una reinserción en la historia, Menard piensa, comprueba, anticipa que la profundidad de una transformación social no puede no reflejarse en el estallido del arte y de la literatura de clase. Fascinado por esta derivación que intuye mas que razona, inicia entonces un laborioso aprendizaje del ruso para seguir a distancia el curso de esos episodios que conmueven el mundo (y, también a distancia, enriquecerse con ellos): practica un Lermontov bilingüe, se suscribe a varios periódicos (aunque desdeñando el que editaba Gorki), traduce –con cierta ironía autocrítica– algunos trozos de su Historia, acomete –no sin estupor– un cotejo del Chto dielat? de Chernishevski y el Chto dielat? de Lenin, se sumerge en versiones cirílicas de Victor Hugo: en suma, construye voluntariosamente su imaginario lingüístico desde donde puede abarcarlo. De la época de la sublevación de la flota intervencionista francesa en el Báltico data el propuesto homenaje a su cabecilla, André Marty, hecho menos pour épater l'Institut (considerado ahora uno de los tantos basureros de la historia) que como un ejercicio de deconstrucción ideológica fácilmente practicable.

    Todo esto, sin embargo, es un prólogo, un impetuoso desembarco, una quema de naves (aunque la familia Menard se obstine en encubrirla con la complicidad del Institut y de la gran prensa). Es a partir de estos años cuando Pierre Menard anuda los lazos que serán decisivos en la edificación de su obra original. Conocemos su carta a Tynianov, de octubre de 1919 (no tengo la menor seguridad de que esta carta llegará a sus manos; se han perdido varias en los últimos meses y, lo que es peor, no me han llegado unos libritos de Shklo­vski que esperaba con mucha impaciencia. El bloqueo, como usted ve, se ejerce en las dos direcciones. Si recibe esta, le ruego se ocupe de ponerme al día. Todo lo que publican ustedes me interesa. Creo que mi ruso –leído– ha progresado bastante. Trate de enviarme los textos por las vías que utilizaba Sadoul o, en todo caso, a través de Victor Serge. Sin duda me gustaría reseñarlos, pero hace tiempo que aquí se niegan a aceptar colaboraciones mías; intentaré en alguna revista suiza); conocemos una aparente respuesta de Lunacharski a Menard, de mediados de 1920, sobre un punto de política cultural 2 hay una fugaz alusión a P. Mehnard [sic] (entre nuestros amigos franceses) en un discurso que pronuncia Victor Shklovski en la Casa de la prensa de Moscú en julio de 1922 y cita Bernard Shaw en un comentario de The Guardian , insinuando que la mención de an unknown and perhaps inexistent European writer era, quizá, solo un recurso propagandístico (although justified) de los aislados intelectuales rusos; entre 1923 y 1927, la correspondencia de Pierre Menard con los formalistas parece haber sido nutrida: varias cartas pueden ser consultadas ahora en los archivos de la Houghton Library de la Universidad de Harvard (Sección Rusa 3 que conserva asimismo el borrador de una curiosa respuesta de Trotski a Menard, del 10/1/24, en la que le aconseja ponerse en contacto con el encargado de nuestra prensa en Viena, compañero Masci [Gramsci] para conocer mejor el futurismo ruso y contrastarlo con el mussoliniano). De esa documentación fragmentaria se infiere la reflexiva seducción que ejercían en Menard los trabajos rusos y su acentuada inclinación a los enfoques de la escuela formalista. (Las opiniones de los formalistas sobre su distante admirador francés, en cambio, solo podemos reconstruirlas parcialmente y conjeturar una simpatía algo paternalista. En efecto, durante la ocupación nazi de París, Menard cambió varias veces de domicilio y extravió una serie de carpetas y manuscritos. Victor Serge asegura que tenía no menos de cincuenta cartas de corresponsales rusos, la mayoría sobre temas literarios).

    En aquel tiempo tumultuoso, el ímpetu teórico era un estilo de pensamiento, una forma de traducir la desmesura de los cambios históricos. Como todo principiante, el discípulo francés adoptó posiciones intransigentes y ruidosas, inspiradas directamente en el primer formalismo, que no se caracterizaba por la sobriedad de sus juicios (la exageración es esencialmente una buena táctica, sostenía Shklovski todavía en 1923). Representativa de esa estridencia es la monografía de Menard La literatura como ciencia estricta, donde integra, casi sin buscarlo, el lirismo irreverente del futurismo y el desdén formalista por la inspiración subjetiva del creador. En la última parte, el autor sostiene que, faltos ya de toda excusa histórica, los estudios literarios deben llegar a cumplir el ideal científico de la predictibilidad: en adelante, la previsión de un eclipse en el hemisferio norte, o de la altura de la marea en tal costa marítima, no debe ser más segura que, por ejemplo, la de un poema surrealista al que se aguarda, digamos, en París, el 15 de febrero de 1926, a las 9 de la noche (p. 117). Enviada al Círculo Lingüístico de Moscú, la monografía nunca fue publicada por oposición de Gustav Spet, el discípulo ruso de Husserl, que vio en su título una parodia de la obra del maestro La filosofía como ciencia estricta. Spet ignoraba hasta qué punto su error envolvía una profecía: años después, Menard concentraría todo su esfuerzo en la teoría de la parodia y, luego, en su ejecución. Al prestar atención a esa forma de creación apócrifamente auténtica –como la llamó en una ocasión–, Menard no hacía más que prolongar una de las orientaciones más firmes de los estudiosos formalistas: en el solo año de 1921 habían aparecido en Petrogrado dos importantes trabajos sobre la parodia (el de Shklovski sobre Laurence Sterne, el de Tynianov sobre Dostoievski y Gogol) que Menard recibió, mediante los oficios de Victor Serge, dentro de un sobre timbrado en Finlandia.

    Hasta fines de los años veinte, Menard se consagró a recapitular y ordenar los esbozos formalistas de una teoría de la parodia. El concepto Shklovskiano de no coincidencia de lo parecido o disimilitud de lo similar le pareció legitimable si se lo situaba como momento subsidiario de otro lógicamente anterior, y más pregnante, que debería consistir en fijar la similitud de lo similar, es decir, la equivalencia del original consigo mismo. ¿Por qué dar por sentada la organicidad del texto? Los formalistas axiomatizaban este punto, y de esa manera quedaba fuera de la investigación. Pero no todo texto se parece a sí mismo: solo aquellos que una dinastía de lectores ha logrado unificar, corregir y recomponer transformados por el margen diferencial que constituye el cierre de su forma. La parodia se basa en este espesor que la historia ha depositado en ella y que abre la cuestión de su identidad: llegado ese momento, no puede haber hemorragia de la forma, y la idea de que la parodia es el testamento póstumo del viejo género no abarca más que una variedad secundaria, apta para la nostalgia o para la diatriba. Solo después de aclarada esta cuestión podía hablarse de disimilitud de lo similar, como Shklovski, o de influencia y apropiación, como Eijenbaum.

    Apartado de la sociabilidad del Instituto así como de la de sus familiares, dictando sin entusiasmo los cursos de literatura del Liceo de Metz (donde no le permitieron sustituir un seminario sobre Corneille por otro sobre Maiakovski), rechazando todo acercamiento a sus colegas, Menard hacía un sincrético aprendizaje de marxismo, leninismo y formalismo. Hacia 1926 se contaba ya con las (primeras) Obras completas de Lenin, y su estudio demoró a Menard por lo menos hasta el otoño de 1927. Sumergido en la copiosa recopilación, decidió presentar su dimisión al Instituto y encabezó la comunicación con el título de Lenin a un artículo de 1898 contra los liberales y populistas: ¿A qué herencia renunciamos? Para entonces, la figura del fundador de la nueva Rusia –esa síntesis de sociedad y de cultura inéditas– se entrecruzaba en Pierre Menard con sus digresiones propiamente estéticas. A ello había contribuido un número de la revista Lef (con contribuciones formalistas) sobre la lengua de Lenin, pero sobre todo una relectura más ceñida del ¿Qué hacer? de Chernishevski, cotejado con el ¿Qué hacer? del teórico bolchevique. Si antes la confrontación solo había suscitado perplejidad en el esforzado aprendiz de ruso, ahora –en plena elaboración de un criterio definitorio sobre el quid de la parodia– los textos adquirían otra dimensión.

    ¿Qué relación existía (qué intercambio se podía establecer) entre los dos ¿Qué hacer? y qué estatus asumía el segundo a partir de la fulgurante significación del primero (habiendo circulado uno y otro en copias clandestinas, es decir, fijando idénticas condiciones de lectura)? Desde que existe una tipografía en Rusia –había dicho Plejánov– ninguna novela, ningún escrito tuvo nunca la repercusión de la novela de Chernishevski. Y, en cuanto a Lenin, era pertinente un recuerdo de la Krupskaya: nadie, quizás, fue tan amado por Lenin como Chernishevski. O dos declaraciones del propio Lenin: "[esa novela] me transformó profundamente; y es un libro que deja una carga para toda la vida". Ahora bien, ¿no es la parodia la forma más perfecta del

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1