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Cámara Nacional Civil de la Capital, en pleno, 11 de noviembre de 1958, “Arcadini, Roque (suc.) vs. Maleca,
Carlos”
2º La tesis que niega la acción reivindicatoria a quien no ha estado en posesión de la cosa, es de un rigor
lógico inobjetable, pues se ajusta al sistema general del Código en materia de derechos reales (arts. 507 (1),
2378, 2379, 2417, 2601, 2758, 3265, 3270) y a la doctrina romana que informa todo el sistema:
“Traditionibus et usucapionibus domina rerum, non nudia pactis trasferuntur” (L. 20, Cód. de pactis; v.
Maynz, “Cours de droit romain” 4ª ed., t. 1, párr. 105; Ortolán, “Instituts”, 12ª ed., Nº 416; Girard, “Manuel
élèmentaire”, 7ª, ed., pág. 309 y 355; V. También Freitas, art. 901 y nota).
Sin embargo, cuando se trata de resolver a la luz de esos principios generales el caso particular de la acción
reivindicatoria ejercida por el comprador, aquellos deben ser relacionados con los que gobiernan la materia de
los contratos, cuyo régimen no es ajeno a la cuestión que se debate.
Adviértase, por de pronto, que aún los partidarios de la tesis negativa admiten que la cesión de los derechos y
acciones sobre una cosa cuya posesión el cedente ha perdido (art. 1444, C. C.), faculta al cesionario para
reivindicarla, aunque no se le haya hecho la tradición de la misma (v. Salvat, t 8, Nº 893, t. 9, Nº 2059). Para
explicar esta solución, que no resulta del todo congruente dentro del sistema, se invoca el art. 1457, que
establece que “la propiedad de un crédito pasa al cesionario por efecto de la cesión, con la entrega del título si
existiere”; sin advertirse acaso que la expresión “propiedad de un crédito” es impropia, por lo que la regla del
precepto no cabe extenderla, analógicamente, a la hipótesis del cesionario de derechos y acciones sobre una
cosa que ni recibió la posesión de la misma en la forma prescripta por el art. 577.
Por otra parte, debe observarse que cuando el crédito consta en algún documento, la entrega de éste no viene a
llenar el papel de la tradición en punto a cosas, lo que equivale a ese requisito es la notificación o la
aceptación de la cesión (art. 1467); por donde lo de la entrega del título es una mera consecuencia o un simple
accesorio (conf. Colmo “Obligaciones”, Nº 1043).
No es pues en la solución particular del art. 1457 que debe buscarse la explicación del problema, sino en los
principios generales relativos a los contratos, y en especial, el de la cesión de créditos.
4º El C. C., art. 1444, declara que pueden ser cedidos todos los derechos y todas las acciones sobre una cosa
que se encuentren en el comercio, sin más excepciones que las derivadas de prohibiciones expresas o
implícitas de la ley. En los términos amplios del precepto está comprendida, en mi opinión, la acción
reivindicatoria, a la que no alcanzan las limitaciones establecidas en los arts. 1445, 1449 y 1450 a 1453.
Como señala el Dr. Zenón Martínez en un meduloso trabajo publicado en el libro que editó en su homenaje la
Universidad Nacional del Litoral (Santa Fe, 1945, p. 687), los romanistas de todos los tiempos y los
comentaristas de las legislaciones que han seguido la tradición romana, enseñan que las acciones reales, y en
especial la reivindicatoria, son cesibles, sin que a esta doctrina se oponga el sistema que exige la tradición
como medio de adquirir los derechos reales.
Debe observarse a este respecto, que “acción real” y “derecho real” no son conceptos equivalentes.
La primera es, en cierto modo, un derecho de obligación, distinto del derecho real que le sirve de base. Por
eso, la transmisión de las acciones reales es independiente de la de los derechos reales, y la cesión de una
acción real no implica necesariamente la enajenación del derecho real correspondiente, bien que pueda tener
este alcance (v. Maynz, op. cit., párr. 190; Ortolán, “Instituciones”, 3ª ed., t. 2, p. 619, Van Wetter,
“Obligations en droit romain”, t. 1, párr. 67, p. 357).
Coincidiendo con estas ideas, en la nota al art. 1445, el Dr. Vélez Sársfield, después de indicar que no pueden
ser cedidas las acciones fundadas sobre derechos inherentes a la persona, agrega, siguiendo a Maynz, que “la
reivindicación fundada sobre el derecho de propiedad es cesible”.
En tal caso, el cesionario puede requerir el reconocimiento del “jus possisendi” y la entrega de la cosa, aunque
nunca la haya poseído personalmente (v. Machado, t. 7, p. 186; Salvat, loc. cit.; Lafalille, loc. cit.; Spota, op.
cit.; v. también J. A.t. 10, p. 397), lo que demuestra que el principio según el cual “antes de la tradición de la
cosa el acreedor no adquiere sobre ella ningún derecho real” (art. 577), con ser tan vigoroso en el sistema
instituido por el codificador, debe aplicarse sin violentar otros principios establecidos en el código, como son
los relativos a los efectos de las obligaciones.
5º Admitida la facultad de reivindicar del c cesionario, no se advierten razones fundamentales que obsten al
ejercicio de igual facultad por parte del comprador –o de cualquier adquirente– a quien ni se le haya hecho
tradición de la cosa objeto del contrato.
Son notorias las afinidades que existen entre la compraventa y la cesión de créditos, cuando ésta se hace por
un precio en dinero. Por eso se ha dicho que, en el fondo, la compraventa importa una cesión de derechos, al
obligarse el vendedor a entregar una cosa y a transferir el dominio de ella (v. Lafaille, “Curso de contratos”, t.
2, Nº 24; Rezzónico, “Contratos”, p. 25).
Cuando el vendedor no se reserva ningún derecho sobre la cosa, debe entenderse que se desprende y transmite
al comprador todas las acciones que tenía con respecto a la misma. En la nota al art. 2109, C. C. –referente a
la evicción cuando hay transmisiones sucesivas–, se lee que “el acreedor puede ejercer todos los derechos y
acciones de su deudor, con la sola excepción de los que sean inherentes a su persona. Se juzga que cada
enajenante ha transferido la cosa a su adquirente, “cum omini sua causa”, es decir, con todos los derechos que
le competía. El último adquirente es, pues, tácita y necesariamente subrogado en todos los derechos de
garantía de los que han poseído la cosa antes que él y reúne esos derechos en su persona”. Esta idea, que
“mutatis mutandi” es aplicable al problema de que aquí se trata, también aparece desenvuelta por el
codificador en la nota al art. 2096. Por obra de este traspaso implícito de los derechos y acciones de los
antecesores a los sucesores, pueden éstos ampararse en la posesión de su causante, adquiriendo de tal modo la
posibilidad jurídica de reivindicar. No sería razonable que el comprador estuviera facultado para reclamar del
verdadero dueño la entrega de la cosa que éste le ha vendido y no pudiera hacerlo contra un tercero que la
posee o detenta sin derecho.
Los contratos, como el de compraventa, que tienen por finalidad transmitir la propiedad de una cosa, llevan en
sí la fuerza suficiente para que se cumpla dicha finalidad (v. “Fallos”, 96, 120; “La Ley”, t. 12, p. 860, voto
del Dr. Perazzo Naón). En un acto jurídico de esa especie, señala Spota (loc. cit, Nº 9), la transmisión de la
“reivindicatio” hallase, por así decirlo, “in re ipsa”. O bien tal cesión constituye una de las consecuencias que
pueden considerarse que hubiesen sido comprendidas en tal acto jurídico (art. 1198 C. C.), cuyo fin inmediato
(art. 944) fue la transmisión del dominio.
A esta interpretación no se opone, como se ha pretendido, el art. 3265, C. C., en cuanto establece que todos
los derechos que se transmitan por contrato“sólo pasan al adquirente de esos derechos por la tradición”. Esta
norma (que no es, en realidad más que una repetición de la contenida en el art. 577), debe restringirse a los
derechos reales, como lo enseña Segovia (t. 2, p. 390, nota 9) y resulta de la nota al mismo art. 577. Porque si
bien en derecho real ni se transmite antes de la tradición, no ocurre lo propio con la acción real respectiva, que
pasa al adquirente como consecuencia del contrato. Debe tenerse presente, para comprender esta idea, que, a
diferencia del derecho real, que es absoluto, y existe frente a todos los miembros de la sociedad, la acción
real, como toda relación obligatoria, es un derecho relativo, que no tiene existencia sino con la relación al
tercero que ha lesionado el derecho real. De ahí que la transmisión dela primera sea independiente de la
enajenación del segundo.
6º Cabe señalar, a mayor abundamiento, que el comprador estaría siempre facultado para ejercer la acción
reivindicatoria correspondiente al dueño vendedor, subrogándose en los derechos de éste (art. 1196, C. C., y
nota al art. 2109; conf. Segovia, art. 1197, nota 115, y art. 2774, nota 48; de Tezanos Pinto, loc. cit.; Lafaille,
“Derecho civil”, t. 5, Nº 2047; Sánchez de Bustamante, “Acción oblicua”,Nos. 541 y 589/90; Spota, loc. cit.,
Nº 11;Cám. Civ, Sala D. “La Ley”, t. 66, p. 460; Cám. Fed. B. Blanca, “La Ley”, t. 2, p. 556).
Concurren en efecto, los extremos que la doctrina y la jurisprudencia exigen para el ejercicio de la acción
indirecta, la cual, en principio, corresponde a todo género de acreedores (Lafaille, op. cit., t. 6, Nº 68); siendo
indiferente que el crédito consista en el derecho a reclamar una suma de dinero o la entrega de una cosa o el
cumplimiento de una prestación cualquiera (v. art. 496, C. C.; Sánchez de Bustamante, op. cit., Nos. 792/3).
Es verdad que la acción no atribuye a quien la ejerce ningún derecho inmediato o preferente sobre la cosa
demandada, toda vez que, aunque aquél defiende su personal interés, ni actúa “nomine propio”, sino a nombre
de su deudor. Pero nada obsta a que combine la ajena acción reivindicatoria y la que forma el objeto de la
prestación que le es debida (v. Bibiloni, “Anteproyecto”, ed. of., t. 2, nota al art.1035). De cualquier modo, el
acreedor demandante puede asegurarse, frente a los demás acreedores, el beneficio exclusivo de la acción,
mediante las pertinentes medidas cautelares, si es que la calidad de comprador no le atribuye un mejor
derecho sobre la cosa (v. J. M. Saravia, “La acción subrogatoria”, en“Revista Crítica de Jurisprudencia”, t. 2,
p. 457, Nº 219.
Considero, en suma, que sea como cesionario implícito, de los derechos y acciones del vendedor, sean por
aplicación del art. 1196, C. C., el comprador con título a quien no se ha hecho tradición dela cosa, puede
ejercer la acción reivindicatoria para entrar en posesión de ella cuando la detenta un tercero.
En consecuencia, voto por la afirmativa.
3º Como concuerdo con los fundamentos y conclusiones del voto del Dr. Cichero, nada más puede agregar al
mío, y sí únicamente subrayar que, en la cuestión motivo de este plenario, vienen a coincidirla solución
práctica de sentido común, a que me referí al principio, con la de la dogmática jurídico positiva, desarrollada
con todo acierto en el voto precedente.
2º Delimitado así el “thema decidendi”, adelanto mí opinión concordante con la de los jueces preopinantes.
Según el art. 3268, C. C., el sucesor particular puede pretender aquellos derechos de su autor que deban ser
considerados como un accesorio del objeto adquirido.
La acción reivindicatoria es sin duda un accesorio del inmueble cuya transmisión intentan realizarlas partes
del contrato de compraventa, por cuya razón debe entenderse que ha sido transmitida por el vendedor al
comprador. “Sería absurdo –dice Fornieles– suponer que el vendedor que ha recibido el precio de la cosa
vendida, por el hecho de no haberla entregado, entiende conservar el dominio, no transmitiendo al comprador
sino una acción personal.
Ese vendedor será el primero en protestar contra semejante interpretación. La verdad es que la intención de
las partes será siempre la de transmitir el domino y todas las acciones que sean necesarias para hacerlo
efectivo, sin reserva alguna”. (Salvador Fornieles, “La prueba del dominio en el juicio de reivindicación”, J.
A. 1946-III, sec. doc t., p. 11, Nº 8).
Tal cesión de la reivindicación, por efecto de la compraventa realizada, resulta corroborada por el art. 1409,
C. C., que obliga a la entrega de todos los accesorios de la cosa vendida, entre los cuales están comprendidos,
analógicamente, los medios jurídicos enderezados a la defensa del derecho que se trasmite. Pues si el
vendedor debe la garantía de evicción a favor del comprador (conf. arts. 2089 y2097, C. C.), y aquel “debe
salir a la defensa del adquirente” (art. 2108, C. C.), no podría explicarse que el vendedor retuviera en su poder
la acción reivindicatoria después de celebrada la venta privando así al comprador de tan importante medio de
hacer valer el derecho que está en trance de desplazamiento.
Por ello es que el comprador, por efecto de la sucesión singular que el contrato opera, puede ejercer todos los
derechos y acciones de su autor, con la sola excepción de los que sean inherentes al la persona de éste. Como
dice el codificador en su nota al art. 2109, C. C., “se juzga que cada enajenante ha transferido la cosa a su
adquirente, “cumomni sua causa”, es decir, con todos los derechos que le competían. El último adquirente es,
pues, tácita y necesariamente subrogado en los derechos de garantía de los que han poseído la cosa antes de él
y reúne esos derechos en su persona”.
El desplazamiento de derechos que provoca la compraventa no alcanza, desde luego, al dominio mismo, hasta
tanto no se practique el “modo” adecuado para la traslación de ese derecho, consistente en la tradición de la
cosa. Pero mientras esto ocurre, especialmente en los casos en que el vendedor por carecer de la posesión de
la cosa está impedido de entregarla al adquirente, nada se opone a que se entienda trasmitida a éste la acción
reivindicatoria perteneciente a aquél, a mérito de esa independencia funcional que media entre el dominio
como tal y la acción que lo ampara, a que se refiere acertadamente al Dr. Fliess en su voto precedente.
Adviértase que de otra manera el contrato de compraventa, en tal supuesto, vendría a quedar desprovisto de
contenido práctico pues sería ilusorio esperar que el vendedor sin provecho efectivo para él promoviera nada
menos que un juicio de reivindicación contra un tercero, cuando es razonable pensar que exactamente para
eludir esa contingencia es que ha concertado la venta en condiciones inconvenientes–sin posesión– que no
pueden menos de haberse reflejado en un inferior precio del inmueble.
4º De la indudable cesibilidad de la acción reivindicatoria surge una convincente consideración para admitir
que el comprador del inmueble carente de tradición del mismo, puede con todo ejercer aquella acción, por
efecto del contrato celebrado. En el meditado voto del Dr. Cichero se han señalado con acierto las afinidades
existentes entre la compraventa y la cesión de créditos (de derechos y acciones sobre una cosa), así como
también los motivos que juegan para entender al régimen de la compraventa lo que en materia de cesión de
créditos y acciones rige para la reivindicación. A esas consideraciones me remito. Pero deseo agregar una
reflexión complementaria viene a corroborar la conclusión a que llega el ilustrado colega. Y es que la
compraventa efectuada estando la cosa en poder de un tercero, aunque lleve el nombre de tal, es, en verdad, o
se la puede considerar como una efectiva cesión de los derechos que el vendedor tiene sobre la cosa que no
está bajo su control.
Para que se advierta mejor lo adecuado de esta comprensión, comenzaré por recordar que constituye un
principio esencial de la interpretación de los actos jurídicos el que indica que “la equivocada calificación de
las partes no perjudica la eficacia del acto, que se juzgará de acuerdo a sus verdadero contenido”
(Anteproyecto de código civil del año1954, art. 156, 1ª parte). Lo que significa que los actos jurídicos valen
por lo que son, en verdad, y no por la etiqueta con que los haya decorado las partes.
Este principio es útil para apreciar el real significado del acto por quienes se autodenominan“vendedor” y
“comprador” respecto de un inmueble poseído por un tercero. Entiendo que al celebrar este contrato el
llamado “vendedor” no ha entendido comprometerse a ventilar largos pleitos con terceros para finalmente
hacerse de la cosa y estar en condiciones de entregarla al comprador. Interpreto también que este último no
esperaba que el transmitente, por razón del contrato, quedara obligado a realizar odisea tribunalicia. Pienso,
en cambio, que“puesto que las partes no celebran actos jurídicos sino para alcanzar mediante ellos cierto
resultado económico o de otra índole” (Aráuz Castex y Llambías, “Derecho civil, Parte General”, t. 2, Nº
1217, ps. 210/11; conf. G. A. Borda, “Derecho civil, Parte General”, t. 2, Nº 904, p. 122), de ahí“que sea
indispensable conectar el medio utilizado con el fin propuesto por las partes, para atribuir a ese medio que es
el acto jurídico su significación adecuada” (Aráuz Castex y Llambías, op. et loccits., p. 211).
Aplicando estas ideas a la relación jurídica que vincula a las partes en la hipótesis sometida a la interpretación
del tribunal, cabe sentar las siguientes proposiciones:
1º En el contrato que se contempla las partes no pueden haber entendido obligar al “llamado” vendedora
articular acciones judiciales destinadas a recuperar el inmueble de manos de un tercero;
2º Tampoco pueden haber entendido los contratantes efectuar un acto estéril, desprovisto de contenido
práctico, por el cual el “llamado comprador pagara un precio si obtener nada en cambio, ni la cosa poseída por
un tercero, ni las acciones judiciales adecuadas para obtener la recuperación de la cosa;
3) Si cabe descartar las dos alternativas anteriores no resta sino una explicación posible: con la compraventa,
en tales condiciones, los contratantes han entendido realizar una efectiva cesión de los derechos sobre la cosa
del vendedor a favor del comprador, con lo cual éste queda habilitado para deducir la reivindicación contra el
poseedor, actual del inmueble. Hasta casi puede decirse que en semejante supuesto el contrato se reduce a la
compra de la acción reivindicatoria correspondiente al vendedor.
Finalmente, es posible agregar que confirma la conclusión a que se llega lo dispuesto en el art.1198, C. C.
según el cual “los contratos obligan no sólo a lo que esté formalmente expresado en ellos, sino a todas las
consecuencias que puedan considerarse que hubiesen sido virtualmente comprendidos en ellos”. Estimo que
la “consecuencia” del convenio concertado radica en la posibilidad de lograr el adquirente la obtención de la
cosa mediante la deducción de una acción reivindicatoria que debe estimarse cedida, implícitamente, por el
efecto del“titulado” contrato de compra-venta. En suma, cuando la cosa está en posesión de un tercero, el
contrato de compraventa vale como cesión de los derechos y acciones que el vendedor tiene sobre la cosa, y,
por ende, en razón de la aplicación del régimen propio de este último contrato, el llamado “comprador” puede
reivindicar contra el poseedor actual.
5º La jurisprudencia reinante sobre la materia ratifica las conclusiones precedentes.
a) La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha entendido, desde antiguo, “que si la tradición, en efecto, es
necesaria para adquirir la propiedad de las cosas en general, no lo es para el ejercicio de la acción
reivindicatoria” (“Fallos”, 36, 372), concepto reproducido en “Fallos”, 123, 285, en el cual se admitió la
reivindicación ejercida por la Nación “adquirente por compra” por entenderse que el contrato celebrado
importaba una cesión de acciones.
En igual sentido, ha sostenido la Corte en “Fallos”, t. 142, p. 273, consid. 18, que el comprador es en el hecho
un cesionario de los derechos que el vendedor tenía sobre la cosa vendida y de las acciones que sobre ella le
competían, así como también que la escritura de venta importa una cesión de acciones permitida por el C. C.,
art. 1444.
b) Los demás tribunales de país han seguido, con una gran generalidad, la misma orientación antes apuntada.
Así se ha decidido que el comprador es en el hecho un cesionario de los derechos que el vendedor tenía sobre
la cosa vendida y de las acciones que sobre ella le competían. Cám. Civ. 1ª Cap., J. A.: 1950-III, p. 42; 1942-
II, p. 533; Sup. Corte Bs. As. J. A., t. 48, p. 280; Cám. Fed. Mendoza, J. A., 1951-I, p. 416; Sup. Corte de La
Rioja, J. A., 1951- I, p. 225).
Igualmente que el comprador carente de la tradición de la cosa no puede ejercer en interés propio los derechos
de su vendedor, de los que pasa a ser titular en virtud de la enajenación que se le hizo (Cám. 1ª Civ. y Com.
La Plata, J. A., 1952, p. 108; Sup. Corte Bs. As., J. A. 1945-IV, p. 843; Cám. Apels. Mercedes, J. A., t. 2, p.
544); que el adquirente del inmueble puede reivindicar no por su propio título sino por el de su antecesor que
detentaba la posesión (Cám. 1ª Civ. y Com. La Plata, J. A., 1956-I, p. 329); que la falta de tradición de la cosa
no obsta a la acción reivindicatoria entablada por el comprador que invoca a su favor la posesión de sus
antecesores (Sup. Corte de Bs. As., J. A., 1954-III, p. 505; Cám. 2ª Civ. y Com. La Plata, J. A., 1954-I, p.
109) en razón de la cesión que implica la compraventa (Cám. 2ª Civ. y Com. La Plata, J. A., 1945-I, p. 690;
Cám. Fed. Cap., J. A., t. 21, p. 653; Cám. Apels. Tucumán, J. A., t. 2, p. 1182). En sentido análogo se ha
dicho que el adquirente carente de tradición de la cosa puede ampararse en el derecho de sus antecesores a
quienes ha subrogado en todos sus derechos y garantías, y también en la presunción que ellos tenían de ser
poseedores desde la fecha del título (arts. 1444 y 1003 y nota del art. 2109, C. C., Cám. 1ª Civ. Y Com. La
Plata: J. A., 1949-I, p. 269; 1945-I, p. 697).
Asimismo, que el comprador carente de tradición de la cosa puede ampararse en el derecho de sus antecesores
para ejercitar la acción reivindicatoria, porque se juzga que cada enajenante ha transferido la cosa a su
adquirente con los derechos que le competían (Cám. 1ª Civ. y Com. La Plata, J. A., 1945-III, p. 601; Cám. 2ª
Civ. y Com. La Plata: JA., t. 37, p. 456; t. 34, p. 1471; t. 30, p. 6.).
En este mismo orden de ideas se ha admitido que el comprador como sucesor a título particular del vendedor
ocupa su lugar con respecto a la cosa y puede como lo hubiera podido haces su antecesor, entablar la acción
reivindicatoria contra un tercero (fallo de 1ª instancia Dr. Francisco D. Quesada, J. A. t. 64, p. 250); y que el
comprador carente de tradición puede reivindicar como cesionario o subrogado del vendedor que tuvo la
posesión, ya que los contratos que tienen por finalidad transmitir la propiedad, llevan en sí la fuerza suficiente
para que se cumpla dicha finalidad y no se explicaría que pudiendo hacer efectivo el comprador su derecho a
la posesión contra el vendedor y dueño no lo pudiera hacerlo contra terceros. La acción de reivindicación es
cesible sin que sea condición indispensable de la cesión que ésta se establezca en forma expresa (voto en
disidencia del Dr. Perazzo Naón, en J. A., t. 64, p. 251).
c) En otra serie de fallos no se ha afirmado explícitamente el traspaso de la acción de reivindicación a favor
del comprador como consecuencia del contrato de compraventa. Pero sí, en forma tácita, se ha admitido la
transmisión al aceptarse reiteradamente que el comprador pudiera reivindicar invocando la posesión presunta
del vendedor, anterior por la fecha de su título a la posesión actual del reivindicado.
En este sentido, y haciendo funcionar la presunción del art. 2790, C. C., se ha expresado que el reivindicante
que presenta títulos del autor de su derecho, anteriores a la posesión del demandado, puede invocar la
posesión de su autor y prevalerse del derecho preexistente de éste para reivindicar el inmueble (Sup. Corte de
Bs. As., J. A.: 1955-II, p. 90; 1954-I, p. 291).
Asimismo, se ha sostenido que el sucesor singular carente de tradición de la cosa puede reivindicarla de
manos de un tercero invocando la posesión que presuntivamente ha tenido su antecesor desde la fecha de su
título anterior a la posesión
del reivindicado (Cáms. Civiles en pleno, por desempate del camarista comercial Dr. Casares J. A. t. 10, p.
397; Cám. Fed. Cap., J. A., t. 36, p. 1638; Sup. Corte de Bs. As., J. A.: 1948-I, p. 370; 1942- IV, p. 618; Cám
1ª Civ. y Com. La Plata, J. A., 1948-I, p. 411; Cám 2ª Civ. y Com. La Plata, J. A., t. 58, ps. 327/29).
Igualmente, se ha declarado que el comprador puede prevalerse para reivindicar de la posesión presunta de
autor anterior a la posesión actual de demandado (Cám. Civ. 1ª Cap., J. A., t. 1, p. 857; Cám. Apels. B.
Blanca: J. A.: 1954-III, p. 84; 1955-I, p. 226).
En igual sentido se sostiene que el reivindicante que presenta un título anterior a la posesión del reivindicado
no necesita probar que tuvo la posesión efectiva necesaria para adquirir el dominio: le basta con la presumida
posesión que involucra el título válido (Cám. Civ. 1ª , J. A., 1950-III, p.38; Cám. Fed. B. Blanca, J. A., t. 47,
p. 520; Sup. Corte de Bs. As., J. A. t. 48, p. 280; Cám. 2ª Civ. Y Com. La Plata, J. A. t. 42, ps. 1222/23; Cám.
Apels. B. Blanca, J. A., t. 39, p. 950).
d) En otra serie de sentencias, también se ha admitido el ejercicio de la reivindicación por parte del comprador
carente de la tradición de la cosa, pero se lo ha fundado inapropiadamente, según mi criterio.
La falta de tradición de la cosa –se ha dicho– no obsta al ejercicio de la acción reivindicatoria por que en tales
casos en adquirente no obra estrictamente como propietario, sino como “procurador in rem suam” en ejercicio
de los derechos que competían a sus antecesores, implícitamente cedidos en el contrato (Sup. Trib. Entre
Ríos, J. A., 1943-II, p. 442; Cám. Fed. La Plata, J. A., 1942- III, ps. 199 y 635).
Estimo que es impropio y contradictorio acudir a la doctrina romana de la “procuratio in rem suam”, para
encontrar allí el fundamento de la acción reivindicatoria ejercida por el comprador. Por lo pronto, tal doctrina
importaba una ficción imaginada por el ingenio sagaz del pretor, que permitía al cesionario de un derecho,
que no había cumplido las formas de derecho quiritario relativas a la transmisión, ejercer, con todo, las
acciones correspondientes a su derecho, no como titular el mismo, sino por el mandato que “suponía” el
pretor le había otorgando el “tradens” al celebrar el contrato.
Se comprende que en el primitivo derecho romano hubiera necesidad de recurrir a tales ficciones por ese
imperio que ejercía el formulismo sobre la sustancia jurídica. Pero el derecho moderno no se paga de tales
ingeniosidades que deforman la realidad jurídica, ni tiene necesidad de recurrir a ellas. Resulta
incomprensible, por lo demás, que se acuda a la “procuratio” para suplir las formas de una transmisión a la
que se da por realizada, si lo característico del mandato reside en que la actividad del representante se reputa
en cabeza del mandante y queda librada a iniciativa de éste por donde en relación con el fenómeno de que
aquí se trata, no se sale del patrimonio del dueño primitivo ni se logra justificar la adquisición efectuada pro
el“procurator”.
Pero sobre impropio el recurso es contradictorio. Pues si se concede, como lo hacen aquellos fallos, que hay
una cesión implícita de los derechos del vendedor a favor del comprador, ya esto es suficiente sin que
corresponda considerara a este último procurator” del primero, por ser incompatible la doble investidura
simultánea de cesionario de un derecho y representante de otro con relación a ese mismo derecho: no es dable
ostentar un título determinado en nombre propio y en nombre de otro al propio tiempo.
Por todo esto, opino que no es acertado acudir a ese juego de ficciones y especiosas razones para explicar un
fenómeno jurídico que encuentra su fundamento adecuado en sólidos y bien cimentados principios del
derecho contemporáneo, acogidos por lo demás por el C. C. argentino.
e) Esa cesión de la acción reivindicatoria que está ínsita en la operación de compraventa, como bien dice el
juez preopinante Dr. Fliess, ha sido negada en algún fallo para el cual el comprador carente de tradición no
puede reivindicar, a menos que el vendedor le haya cedido todas las acciones y derechos sobre la cosa
vendida (Cám. Civ. 1ª Cap., J. A., t. 42, p. 553). Pero es claro que entonces la procedencia de la
reivindicación se apoya, no en la compraventa sino en la cesión de derechos expresamente efectuada.
Todavía en otro fallo vuelve a negarse la cesión implícita de la reivindicación a favor de comprador al
sostenerse que sólo pude articularla ejerciendo los derechos de su autor por vía de la acción subrogatoria, la
que se entiende debe prosperar aunque no la haya invocado el actor (Cám. Fed. B. Blanca, J. A., 1945-II. Ps.
250 y ss.).
f) Finalmente, ya en una dirección netamente divergente de la que trasuntan las sentencias apuntadas en los
apartados a) a d) de este capítulo, se ubican las decisiones que niegan de un modo terminante al comprador
carente de tradición de la cosa el ejercicio de la acción reivindicatoria.
Así, se ha sostenido que siendo la reivindicación acción que nace del dominio no puede ejercerla el
comprador carente de la tradición de la cosa (Cám. Civ. 2ª Cap., voto de la mayoría, J. A., t. 64, p. 251) y que
para el progreso de la acción reivindicatoria se requiere que el reivindicante haya adquirido la posesión de la
cosa, pues no podría haberse perdido lo que nunca se hubiese tenido (Cám. Civ. 2ª Cap.: J. A., t. 9, p. 114 y
ss.; t. 6, p. 220; t. 47, p. 208). E igualmente que no procede la reivindicación si el actor no acredita haber
poseído el inmueble cuestionado, ni que se le hiciera tradición del mismo al tiempo de la venta (Cám. Civ. 1ª
Cap., J. A., 76, p. 110; Cám. Civ. 2ª Cap., J. A., t. 71, p. 314; Cám. Civ., Sala A, J. A., 1953-IV, p. 378; Cám.
Apels. Tucumán, J. A., t. 21, p. 554).
En estos fallos ha prevalecido la idea simple de que la reivindicación compete al propietario de la cosa para
recuperarla de manos de un tercero, por lo que no siendo el comprador dueño de la cosa por falta de tradición
de ella, se concluye que no le es dable ejercerla.
Desde luego, nadie dice que el comprador carente de tradición sea propietario de la cosa y que como tal pueda
promover la reivindicación. Pero sí se alegan muchas y muy buenas razones que ni siquiera han sido
examinadas por aquellas sentencias, las que muestran que el comprador en tales condiciones, no obstante no
ser propietario es por sucesión singular titular actual de la acción reivindicatoria, como creo ha quedado
establecido en los capítulos anteriores de presente voto, así como en los votos precedentes de los Dres.
Cichero y Fliess.
Y para terminar con esta reseña jurisprudencial, meramente enunciativa apunto algunos fallos que contradicen
directamente a aquellos otros indicados en este apartado. En unos se dice que la pérdida de la posesión no es
exigencia “sine qua non” para reivindicar (Cám. Civ. 1ª Cap., J. A., t. 49, p. 267). En otros, se aclara que
cuando el código se refiere
al propietario “que ha perdido la posesión” no es porque exija que este hecho haya ocurrido realmente en
todos los casos sino porque se coloca en el más general en que se encuentra el que se presenta a intentarla
(voto del Dr. Tobal, al que adhirió el Dr. Barranquero, J. A., t. 52, p. 48).
Todavía en otros fallo más se admite que no obsta al ejercicio de la acción reivindicatoria, el hecho de que el
actor no haya tenido la posesión del inmueble, pues el art. 2758, C. C., al acordarla al propietario que ha
perdido la posesión, se refiere a la posesión del reivindicante o de algunos de sus antecesores en el dominio,
siempre que el título de éste le de derecho para poseer como propietario del inmueble (Cám. Civ. 1ª Cap. J.
A., 1944-II, p.493).
Pienso que ésta es la interpretación que cuadra hacer en la disposición citada del C. C., que así entendida no
constituye impedimento para que el comprador que no ha entrado en la posesión de la cosa, pueda, con todo,
ejercer la reivindicación que antes correspondía al vendedor y de la que ha llegado a ser titular por efecto del
contrato celebrado.
6º Por las consideraciones expuestas y las concordantes expresadas por los Dres. Cichero y Fliess voto por la
afirmativa.
–Néstor Cichero. –Jorge Fliess. –Luis R. Gondra. –Guillermo A. Borda. – Roque L Claps. –Jorge J. Llambías.
–Abel M.
Fleitas. –Rodolfo de Abelleyra. –Roberto E. Chute. –Jose V. Martínez. –Alfredo Navarro. –Miguel Sánchez
de Bustamante. –Mario E. Calatayud. – Arturo G. González. –Ismael Cazaux Alsina