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La obra se inicia describiendo Killac, pueblito de los andes, donde

transcurren los principales hechos de la novela. En Killac sólo el


paisaje físico es bello, pero no el social que es aberrante. En la
trama de la novela aparece Manuel, quien se enamora de una joven
doncella, Margarita; él desea casarse con ella, pero pronto
descubren que son hermanos, pues ambos son hijos de un cura.
Primera parte
Aves sin nido empieza con una descripción del pueblo situado en la
sierra del Perú que se llama Kíllac—un lugar en que la naturaleza
inspira a la gente a sentir mucho amor para su país. El autor usa los
colores y los olores para describir la naturaleza y la belleza de la
tierra peruana. El narrador continúa por describir a la gente del
pueblo. Primero, se presenta a Marcela, una mujer india que lleva
la ropa peruana tradicional. En contraste, hay otra mujer, se llama
Lucía, que pertenece a la clase élite del Perú y acaba de mudarse a
Kíllac con su esposo, don Fernando. Con su tiempo libre, empieza a
hablar con Marcela y aprende de su situación devastadora: Marcela
tiene que pagar sus deudas al cura y al gobernador del pueblo pero
no tiene bastante dinero. Por eso, Lucía decidió hablar con el cura
Pascual y con el gobernador, don Sebastián. Cuando los dos
oficiales del pueblo van a visitar a Lucía y se enteran de sus
opiniones, se burlan de ella. Ellos piensan que Lucía tiene la
intención de cambiar el ritmo y estilo de vida en el pueblo. Además,
el cura dice que tiene que coleccionar las deudas para que él pueda
continuar con sus servicios al pueblo. En este momento Lucía
empieza a darse cuente a la corrupción en Kíllac en vez de estar de
acuerdo con ellos. Marcela, después de conocer a Lucía, comienza a
tener la esperanza de que alguien pueda tenerles compasión y tal
vez cambiar el sistema corrupto de su pueblo.
En la próxima parte, se descubre que el cura tomó a la hija de
Marcela, que se llama Rosalía,que es la hija menor, con la intención
de amenazar a Marcela. Entonces, Lucía decide que va a dar dinero
a Marcela para que pueda recoger a su hija. Mientras tanto, el
esposo de Lucía da un documento al gobernador en que se dice que
pagarán las deudas de Marcela si ella puede recuperar a su hija.
Este es el comienzo de situaciones conflictivas. Cuando el cura se
da cuenta que fue Lucía que le dio el dinero a Marcela, se reúne con
el gobernador, y juntos hablan a su vez con la gente del pueblo.
Todos deciden matar a esta nueva pareja (Lucía y Fernando) por
sus intenciones de arruinar la felicidad del pueblo.
Al mismo tiempo que esto ocurre, se presenta a Dona Petronila (la
esposa del gobernador) y su hijo (cuyo verdadero padre no es el
gobernador) que se llama Manuel. Manuel es muy bien educado y
tiene una mente clara y digna. También él tiene mucho respecto
para Lucía y don Fernando y quiere ayudarlos en cualquier manera
que sea posible. Cuando Lucía y don Fernando vuelven a su casa,
tienen que escapar la brutalidad de la gente del pueblo cuando
tratan de allanar su casa y matarlos. En medio del ataque, la gente
del pueblo mata al esposo de Marcela y ella muere poco después
por dificultades y el desconsuelo ante la muerte de su esposo. Las
hijas de Marcela quedan sin hogar, son las “aves sin nido”,
carentes de padres, casa y sostén. Lucía, por su empatía, decide
ser la nueva madre de las huérfanas (Margarita y Rosario).
Este parte termina con el retiro del cura del pueblo de Kíllac,
debido a padecer la fiebre tifus, de la cual se recupera, quedando
sin embargo con perturbaciones psicológicas. Se resalta también la
persistencia y afán de Lucía, su esposo Fernando y Manuel por
proveer justicia y borrar la corrupción al interior del pueblo.
Segunda parte
Al principio de la segunda parte de la novela, el narrador cuenta
que pasan “meses y meses” sin que haya progreso en la
investigación del crimen de la noche del 5 de agosto. Ésta continúa
“con la lentitud alentadora del reo, lentitud con que en el Perú se
procede dejando impune el crimen y tal vez amenazada la
inocencia” (79).
A pesar de haber tomado las declaraciones de muchos testigos, el
juez de paz, don Hilarión Verdejo, no ha hecho un juicio y cita a don
Fernando Marín para que éste dé su testimonio. Marín no ha
querido “empeñarse en aquel juicio” (79), pero cumple con la
citación y llega a la oficina de Verdejo para hacer su declaración.
Después de que llega el plumario Estéfano Benites, el juez de paz
comienza la entrevista con Marín. Cuando Marín declara que sí
“sabe quiénes atacó la casa o conoce los autores del atentado”,
Verdejo concluye la entrevista diciendo que está suficiente para
hoy y que anda muy ocupado con otras cosas. Al salir Marín,
Benites y Verdejo planean el embargo para poder quitarle al
campanero Isidro Champí de sus vacas, ovejas y alpacas y deciden
que su amigo Escobedo será el que exige la orden para la entrega
del ganado de Champí.
“Encerrado en su cuarto por largas horas” (82), Manuel sufre por la
contradicción entre la implicación de don Sebastián en el crimen y
su deseo de ayudar a Lucía con los planes para el futuro de su
nueva ahijada, Margarita. Después de largas vacilaciones, Manuel
decide volver a la casa de don Fernando Marín y de su esposa la
señora Lucía. Antes de llegar él coge una ramita de violetas del
jardín de su mamá para dársela a Margarita, haciendo una
comparación entre ellas y la modestia de la chica. Una vez en la
casa de Marín, observa a Margarita estudiando una fichas grabadas
con las letras del alfabeto. Lucía le pregunta a Manuel porque ha
estado ausente por tanto tiempo, y él explica mencionando a sus
preocupaciones recientes. Mientras estudia Margarita, Manuel
expresa de manera disimulada su interés en la chica y Lucía se da
cuenta de los sentimientos de Manuel.
Gracias a “la asistencia caritativa” (85), el cura Pascual no muere
del ataque de tifoidea y se va para la ciudad de Lima para pasar el
período de su convalecencia allí. Mientras tanto, llega a Kíllac el
hombre que ha sido designado por el Supremo Gobierno como la
nueva autoridad de la provincia serrana. El coronel Bruno de
Paredes es conocido en el Perú “por gozar de influjos conquistados
en torneos del estómago, o banquetes, como por sacar con
frecuencia las manos del plato de Justicia” (85), y además es amigo
antiguo de don Sebastián.
Don Sebastián y el coronel se reúnen en la casa de don Sebastián
para hablar de los sucesos de los últimos meses. Paredes critica a
don Sebastián por haber tomado en cuenta las sugerencias de
Manuel, y le dice que a pesar de su resignación, nuevamente le va a
nombrar gobernador a don Sebastián. Paredes declara su intención
de aprovechar de su nueva posición para sacar beneficias, y dice
que quiere incluir a don Sebastián en sus planes.
Nuevamente en la casa de don Fernando Marín, Manuel y Marín
lamentan el estado de las autoridades en el pueblo. Marín revela
sus planes para mandarlas a las chicas a educar en Lima. Manuel le
da a Margarita el ramillete de violetas y ella lo acepta. Los hombres
continúan hablando de la nueva autoridad, quien parece no querer
la amistad de Manuel. Éste se va de la casa y se pierde en sus
pensamientos de Margarita. Piensa que si puede revelar la verdad
se su verdadero padre a don Fernando, podrá estar con Margarita.
Se resuelva además a seguirla a Margarita cuando se vaya a Lima y
estudiar para hacerse abogado.
Mientras Manuel está en la casa de Marín, los vecinos notables de
Kíllac se reúnen en la casa de don Sebastián para conocer al nuevo
subprefecto, coronel Paredes. Paredes declara su esperanza de
poder apoyar a los vecinos y de recibir su apoyo también. Avisa que
“debemos aprovechar de la estación para hacer nuestro reparto
moderado”, pues dice que no le gustan los abusos (91). También
Paredes les hace una recomendación en cuanto al juicio todavía
irresuelto. Les dice que tengan “prudencia” con don Marín y que
capturen y encarcelen a Isidro Champí. Entonces Paredes parte de
la casa entre la multitud voces gritando “¡viva el subprefecto,
coronel Paredes!” (93) y poco después se va Benites a ejecutar la
orden para la captura de Champí. Don Sebastián queda sólo en su
casa y comienza a tomar caña de azúcar, pues teme que su esposa
y Manuel arruinarán su ambición de llegar a un puesto más alto por
medio de conspirar con Paredes. Doña Petronila oye los gritos locos
de su esposo borracho y luego de vacilar entre esperar a que llegue
Manuel e intervenir por su propia cuenta, entra en el cuarto donde
don Sebastián está tomando. Éste sigue gritando y se pone violento
con su mujer. Mientras tanto, Manuel llega a la casa y encuentra el
conflicto entre su padrastro borracho y su madre. Manuel termina
la escena por tomar a su padrastro por la cintura y llevarlo a su
dormitorio.
Benites rápidamente cumple la tarea de llevarlo preso a Champí. El
campanero se está alistando para ir a la iglesia cuando llega
Benites. Delante de la esposa y los siete hijos de Champí, Benites
sale para la cárcel con su prisionero. Antes de irse dice que no
tengan miedo, que les va a ayudar a resolver el asunto. La esposa
Martina está muy preocupada y decide acudir a su amigo Escobedo,
pues cree que “él puede hablar por nosotros” (97).
Don Fernando se preocupa cada día más por el estado de las cosas
en Kíllac y toma la decisión de que partir del pueblo. Le revela su
decisión de volver a Lima a Lucía, quien está embarazada. Rosalía y
Margarita acompañarán a la pareja en el viaje para entonces
estudiar en la capital.
El cura Pascual, que está en el camino para Lima, pasa unos días
sin tomar alcohol ni estar con mujeres. Su intención de llevar una
vida más sana fracasa cuando llega a un posado y ve a la bella
posadera. Se emborracha en el posado y la posadera y su esposo lo
ponen nuevamente en su caballo fino para que termine el viaje a
Lima. Cuando llega a Lima se cae de su caballo y está salvado por
los frailes de un convento. Le dan un cuartito en que descansar, y
una vez allí el cura piensa en la contradicción entre el deseo natural
del hombre y la vida que tiene que llevar en el servicio de Dios y la
Iglesia. De repente cae muerto el cura, y lo encuentran unos frailes
que después hablan de su temor a la muerte repentina, pues una
muerte repentina no les daría la oportunidad de prepararse para el
más allá.
Manuel, que ha sufrido internamente por el tumulto de los sucesos
domésticos, habla con su mamá sobre su deseo de estudiar para
hacerse abogado. Doña Petronila le asegura que ha ahorrado
dinero para estos fines. También le acuerda de que es su deber
respetar a Don Sebastián y de tratarlo como si fuera su padre
verdadero.
En la casa de Escobedo, Martina aplica al vecino para que la ayude
a liberar a su esposo. Escobedo le avisa que le entrega cuatro de
sus vacas, pues así podrá liberar a Champí “mañana, pasado,
dentro de tres días” (110). Ella sale de la casa rumbo a la cárcel y
Escobedo se dice riendo, “Ratón, caíste en la ratonera” (110).
El subprefecto coronel Paredes visita a los pueblos vecindarios de
Kíllac y en uno de ellos escoge a una joven muy linda para ser su
próxima conquista. Teodora está prometido a otro, y sabe que las
intenciones del subprefecto son malas. Mientras Paredes pasa
cinco días en la casa de Teodora bebiendo y festejando con sus
amigos, ella se preocupa por su reputación y por su novio. Su papá
le aconseja que sea amable con el subprefecto en la noche de la
última cena, y que luego buscará una salida para su hija.
Manuel va a la casa de don Marín y la halla sola a Margarita.
Aprovecha de la circunstancia para declararle su amor y su deseo
de casarse con ella. Margarita, que todavía está muy joven, sin
embargo “sabía desde este momento que era mujer. Sabía que
amaba” (115).
Después Lucía le informa a Margarita que toda la familia se irá para
Lima. Cuando Margarita le cuenta de lo ocurrido con Manuel, Lucía
le aconseja que no se enamore de Manuel, pues él es “el hijo del
sacrificador de tus padres” (116). Margarita se siente muy triste
por el conflicto. Lucía decide que va a hablar con su esposo acerca
de la situación de Manuel y Margarita.
Mientras tanto, Teodora y su padre don Gaspar huyen de su casa y
del coronel Paredes. Teodora continúa en el camino para la casa de
doña Petronila, quien la esconderá del subprefecto. Su padre
regresa a la casa para encontrarse en el camino con los amigos de
Paredes que han salido en busca de Teodora. Mientras tanto,
Paredes recibe una carta avisándole de “una tempestad política”
(123) que le obliga a salir rápidamente de la casa de don Gaspar
para esconderse en la ciudad.
Después de la declaración de amor de Manuel, éste se reúne con
don Fernando y los hombres hablan de sus planes para ir a Lima.
También Manuel insinúe que don Sebastián no es su padre
verdadero. Don Fernando dice que le va a ayudar a Manuel con el
arreglo de sus financias para el viaje a Lima, y luego los hombres
cierran su conversación lamentando nuevamente la situación de la
política y de las indígenas en los pueblos del Perú, pues la huida de
Teodora a la casa de Manuel ha destapado otra prueba de la
corrupción de las autoridades regionales.
Martina lo visita a su esposo en la cárcel y le cuenta de la entrega
de las cuatro vacas a Escobedo. Mientras toma lugar la triste
reunión de la pareja, Escobedo y Benites planean dar una vaca al
subprefecto y quedar con las otras tres, y también arreglan cómo
proceder con el embargo. Champí permanecerá en la cárcel, pues
“Ahora no conviene que salga; lo embromaremos unos dos meses, y
después la sentencia hablará” (132).
La familia de doña Petronila llega a la casa de don Fernando para
presentar a Teodora. El grupo está platicando amablemente cuando
aparece Martina. Ella está desesperada porque las justicias han
llevado sus vacas y porque teme que don Fernando los esté
persiguiendo a ella y su esposo. Don Fernando dice que los
protegerá y salvará de las autoridades corruptas y Martina sale
“llena de esperanzas” (137) para comunicarle la noticia a su esposo
encarcelado.
Gracias a la situación inestable de las políticas nacionales, también
cambia el autoridad local en Kíllac. Nadie sabe dónde se ha
escondido Paredes.
Manuel continúa pensando en Margarita y declara que les revelará
a don Fernando, Lucía y Margarita el secreto de su nacimiento.
Doña Petronila también fue a la casa de don Fernando para pedirle
cartas de recomendación al nuevo subprefecto para Teodora y su
padre. Don Fernando dice que pedirá las cartas a la vez que aplica
a su amigo para ayuda en respeto a la situación de Champí.
Después de que se van doña Petronila y Manuel, Lucía habla con su
esposo acerca del amor que ha observado entre los jóvenes. Don
Fernando le asegura que el de Manuel y Margarita sería un muy
buen matrimonio, y Lucía piensa en la educación de las virtudes
domésticas de Margarita. Don Fernando prepara la carta con el
doble propósito a su amigo don Federico Guzmán.
Mientras Martina le cuenta las noticias a su esposo, Escobedo,
Benites y otros amigos hablan de la intervención de don Fernando y
de Manuel. Deciden que no es una gran amenaza a sus planes
debido a la pronta partida de Marín.
Don Fernando y Lucía deciden invitar a los vecinos para un
desayuno en la mañana de su viaje para Lima. Así don Fernando
podrá hablar a favor de la causa de Champí. También se han
concretizado los planes de Manuel para estudiar en la ciudad
capital.
En la mañana de la partida de la familia Marín, llegan todos los
vecinos, inclusive Escobedo, cuya esposa ha dicho que está de
viaje. Margarita y Rosalía van a despedirse de la tumba de sus
padres. Durante el desayuno, don Fernando habla por la causa del
campanero Champí. Mientras la familia se está tomando las últimas
preparaciones para salir rumbo a la estación del tren, un grupo de
hombres armados llega a la casa con el propósito de llevarlos preso
a don Sebastián, don Verdejo, Escobedo y Benites. Como su
padrastro ha sido encarcelado, Manuel sabe que va a tener que
postergar sus planes. Intenta calmar a su madre y comienza a
trabajar en las defensas de Champí y de don Sebastián.
Don Fernando y su familia viajan por caballo hasta llegar a la
estación de tren. Manuel está muy triste por la postergación de sus
planes y extraña mucho a Margarita. Su madre le anima por decirle
que vaya a alcanzar a don Fernando para que declare su intención
de casarse con Margarita.
Lucía y su esposo suben al tren con las dos chicas. El tren sigue
sale de la estación y todo va bien hasta que el tren choca con una
tropa de vacas que está en el centro de un puente.
Manuel cumple su deber con respeto a su padrastro, pues don
Sebastián sale de la cárcel. Él explica a don Sebastián su deseo de
salir la próxima mañana diciendo que además de pedir la mano de
Margarita hará los pasos necesarios para conseguir de don
Fernando “el recurso de transacción y desistimiento, para que este
juicio quede fenecido y no nos vuelvan a molestar” (168).
Debido a los esfuerzos de Manuel, también sale de la cárcel Isidro
Champí. Nuevamente reunidos, él y su esposa lamentan su triste
existencia: “Nacimos indios, esclavos del cura, esclavos del
gobernador, esclavos del cacique, esclavos de todos los que
agarran la vara del mandón” (170). La pareja dice que moriría
dichosa si no fuera por sus hijos; para los indios, “¡La muerte es
nuestra dulce esperanza de libertad!” (170).
Don Fernando y su familia salen del choque de tren sin mayores
heridas. Por fin el tren reanuda la marcha y llegan a una hermosa
ciudad. Una tranvía tirado por caballos los conduce al Gran Hotel
Imperial. La familia llega al hotel lujoso mientras Manuel está en el
camino para alcanzarla.
Cuando Manuel llega al hotel, se reúne con la familia para contarles
del estado de las cosas en Kíllac. Hablan de la salida de don
Sebastián y de los pasos que debe tomar don Fernando para
asegurar la libertad de Champí y de don Sebastián. Don Fernando
sale a arreglar el asunto y Manuel queda con la familia en regresar
por la noche, cuando espera pedir la mano de Margarita.
Esa noche, Manuel aparece en el hotel lleno de esperanzas. Otra
vez declara su amor a Margarita, y cuando llegan don Fernando y
Lucía, les pide su mano con un plazo de tres años. Entonces revela
que su verdadero padre es el obispo Claro, y Lucía, quien sabe la
identidad del verdadero padre de Margarita, comienza a temblar y
a llorar. Por fin, se entiende que Margarita y Manuel son hermanos.
Margarita cae en los brazos de Lucía, “cuyos sollozos acompañaban
el dolor de aquellas tiernas aves sin nido” (183).

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