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Orar desde la Vida

− Presentación.
− Convertirse a la oración en un mundo
secularizado.
− La oración de Jesús según el Evangelio.
− Lo “Inédito” de la oración cristiana.
− Los contenidos de la oración cristiana.
− Las fuentes de la oración: la escucha de la
Palabra.
− Las fuentes de la oración: orar ante la Eucaristía.
− La dimensión misionera de la oración.
− La experiencia de Dios y la oración.
− Formulas para “aprender a orar”.
Orar desde la Vida

Presentación.
“¿Qué sería de la Iglesia sin su oración?, ¿Qué sería del cristianismo, si no enseñara a
los hombres cómo pueden comunicarse con Dios? ¿Un humanismo filantrópico? ¿Una
sociología meramente temporal?”.
Releyéndolas, con la perspectiva que les da el tiempo, estas palabras evocan la
Iglesia de los “Hechos de los Apóstoles”: una Iglesia que nace de la oración (Hch. 1,
14) y que en los momentos de tempestad y persecución ora incesantemente (Hch. 12,
5). Su misma misión evangelizadora se sostenía y se sigue alimentando de la oración.
Basta recordar a san Pablo, “hombre de acción y de temperamento viril y concreto,
que es al mismo tiempo un místico, un contemplativo que busca y encuentra en la
oración la fuente y la energía para la acción”.1
Surge, entonces, la pregunta: ¿Por qué, a pesar de tantas iniciativas y esfuerzos, la
crisis de la oración no sólo persiste sino que parece agravarse?
Para superar la crisis entonces, debemos volver a familiarizarnos con valores
olvidados o ignorados por demasiado tiempo: la humildad, es decir el sentido creatural
ante el Dios “siempre mayor”, el sentido de la gratuidad que nos hace comprender que
todo lo bueno nos viene del Padre Dios (St. 1, 17), que todo es fruto de una amorosa
Providencia y que “todo es gracia”; el sentido del servicio a los hermanos que
encuentra en la oración el momento privilegiado para un efectivo contacto con Dios
que nos impulsa a inclinarnos amorosamente sobre los demás; el sentido del rigor.
En esta luz adquieren todo su significado las palabras del convertido inglés Robert
Hug Benson: “El hombre necesita adora para no embrutecerse”.
“Orar desde la vida”, es establecer un diálogo permanente con Dios “desde nuestra
pobreza”, desde nuestra situación de pecado y de injusticia para derivar de ese
diálogo la luz, la fuerza y la paciencia que nos ayuden a descernir objetivos, medios y
circunstancias para la acción concreta.

I. Convertirse a la oración en un mundo secularizado.

A. La crisis de la oración en nuestro ambiente.

1. Peligro y oportunidad.
En esta forma, la crisis, si bien nos pone en peligro de perder las riquezas espirituales
del pasado, nos brinda también la oportunidad de recuperarlas purificadas y
transmitirlas así a las nuevas generaciones.

2. Elementos condicionantes.
Tres categorías de condicionamientos hacen hoy más difícil la oración que en el
pasado:
− Elementos socio-culturales: son aquellos que configuran la situación que
está modelando una nueva imagen del mundo, del hombre y de la misma religión.
Tales son: el secularismo, el pluralismo ideológico, la pérdida del sentido de la
vida, etc. estos y otros factores repercuten negativamente en la vida de las
personas y de las comunidades, impidiendo una atención veraz y profunda a los
valores del espíritu.
− Elementos ambientales-personales: son los que han “condicionado” la vida
de muchos en sus años de formación: métodos, fórmulas y hasta los contenidos
doctrinales: oración de tipo utilitarista, sentido mágico de la misma.

1
P. ROSSANO, II Nuovo Testamento, vol. II Ed. Paoline, Roma 1977
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− Elementos religiosos: estamos, pues, en pleno secularismo, es decir: ya no


se cree en Dios; Dios está ausente; Dios no tiene sentido, no se habla más de Él ;
no nos es necesario para organizar el mundo.
Hay quien habla hoy incluso de un ateísmo cristilógico: lo que a la postre vacía,
además de muchas otras cosas, la “mediación orante” de Cristo (Hb. 7, 25).

3. Consecuencia para la oración.


Se acepta prácticamente el punto de vista marxista de la “religión opio del pueblo” y
así: se considera la oración como evasión y tiempo perdido; se quiere buscar a Dios
en el prójimo; se aspira a sustituirla con la actividad.
En un clima así, prevalece todo lo que es eficiencia y cálculo y se llega a extremos
“despersonalizantes”.

B. La conversión a la oración.

1. Superación de los condicionamientos.


Esta superación podemos realizarla en una doble dirección:
− Un proceso que incluya: la asimilación creadora de las formas de la
oración; la transposición (intercalación) de las mismas a la cultura actual; la
recuperación de los valores religiosos auténticos.
− Y esto en base a precisos puntos de referencia: el Cristo de Evangelio,
como Maestro único de oración; el sentir la Iglesia de hoy, lo que conlleva un
sincero discernimiento sobre nuestra oración. Si se tratase de Religiosos, tendrían
que medirse con el espíritu y el ejemplo del fundador.

2. Una conversión de “actos concretos”.


A partir de ese proceso y de esas orientaciones, hay que poner en marcha una serie
de superaciones y recuperaciones. Me limito a enumerar algunos aspectos
fundamentales:

− Superar el “complejo de la secularización” y del ateísmo reinante, mediante


un humilde y confiado reacercamiento al “misterio”: recordando con la Biblia que
Dios es “un Dios escondido” (Is. 45, 15), que “a Dios nadie lo ha visto” (Jn. 1, 18),
pero el Hijo lo revela a quien quiere.
− Superar el miedo a confrontarse con Dios: él es “el Santo” (Is. 6, 1-8); el
Separado, el Distinto, el Todopoderoso (Is. 1, 4; Ex. 3, 5; Ap. 4, 8; Lc. 5, 8-11; Is.
40, 18-25), el “totalmente Otro”. Pero es también “el Padre”, revelado por Jesús y
con el cuál él se identifica (Cfr Jn. 14, 19), y nos enseña a orarlo como “Padre
nuestro, que está en los cielos” (Mt. 6, 9ss).
− Superar los resabios(desazón)del formulismo, del sentido mágico de la
oración y sobre todo, esas separaciones entre oración y vida, oración y actividad,
oración y compromiso(que hacía del cristiano un ser dividido y amorfo), mediante
una síntesis vivencial que se manifieste en el testimonio cotidiano.
− Esta conversión no es una simple vuelta al pasado, sino que debe
reformular una escala cristiana de valores que incluya: la revalorización del silencio
y de la reflexión que facilite la maduración del “yo” personal y del “nosotros”
comunitario.
− Recupera el sentido de la “gratitud”. Para el hombre actual, lleno de sí
mismo, autosuficiencia, por sus conquistas científico-técnicas, es de suma
importancia volver a sentir su condición creatural y que “todo es gracia”.
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3. En la práctica: se hace camino al... andar.


Y con Rinser, que ha estudiado el tema en relación con nuestro tiempo secularizado:
“Rezad y encontraréis que la oración tiene sentido. No hay otro camino para
descubrirlo que la misma oración.

II. La oración de Jesús según el Evangelio.

A. Jesús, Maestro de oración.


No olvidemos que la norma suprema de toda renovación religiosa es el Cristo del
Evangelio (Cfr PC n.2). en el Evangelio encontramos la “gramática” y el “criterio” para
una auténtica vuelta a la oración.
Mons. Duchesne, en su obra clásica sobre el culto cristiano, escribe, escribe
refiriéndose a estos tiempos: “Un cristiano que no hubiese orado todos los días, y aun
varias veces al día, no sería una cristiano”.2

1. Jesús ora habitualmente.

a) Ocasión.
Después del Bautismo: “Bautizado también Jesús y puesto en oración...” (Lc. 3, 21);
en la sinagoga de Nazaret: “...llegó a Nazaret donde se había criado. El sábado entró
según su costumbre, en la sinagoga y se levantó a leer” (Lc.4, 15-16); al comenzar su
vida pública, va al desierto a orar, ayunar, meditar, bajo el empuje del Espíritu (Mt.4, 1-
11), y responde victoriosos antes las tentaciones, con la Palabra de Dios, ampliamente
meditada y orada; ante la elección de los apóstoles: “Por aquellos días se fue a la
montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llegó el día , llamó a sus
discípulos y eligió doce de entre ellos, a los que llamó apóstoles...” (Lc. 6, 12ss); etc.

b) Lugares, tiempos y posturas.


Los lugares preferenciales para esta actividad: “se fue al monte a orar” (Mc. 6, 46); fue
a un lugar solitario donde se puso a orar” (Lc. 6, 12 y Mc. 1, 35). Otro lugar preferido
de su oración: el desierto (Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 12-13; Lc. 4, 1-13).
Lo mismo pasa con las posturas que asumía en la oración; “ puesto de rodillas...” (Lc.
22, 41); “rostro en tierra” (Mt. 26, 36); “se apartó de ellos...” (Lc. 22, 41); “sumido
(silencioso) en la angustia “ (Lc. 22, 44); “repitiendo las misma palabras” (Mt. 26, 44).

2. Fórmulas utilizadas por Jesús.


Algunas de ellas son: bendición (Mt. 11, 25), acción de gracias (Jn. 11, 41), aceptación
(Mt. 26, 42), entrega (Lc. 23, 46), perdón (Lc. 23, 34), súplica (Mt. 26, 39).
La “oración sacerdotal” tiene que resumir bien todos estos aspectos.

B. Condiciones para una oración evangélica.


En los viejos manuales se definía la oración como “respiración del alma”. La
respiración asegura al cuerpo su bienestar y asegura la vida.
− La oración, por lo tanto debe tener su ritmo: tiempos fuertes; sus formas;
sus fórmulas y sus posturas (hoy se revaloriza mucho el rol del cuerpo en la
oración)3. ¿Qué nos dice esto? Que ningún sector solicita tanto como éste la
“creatividad” y a la vez, como hizo Jesús, la fidelidad a todo lo válido de la
tradición.

2
L. DUCHESNE, Los orígenes del culto cristiano, 1925
3
Cfr M. RIBEIRO, Oración corporal, Ed. Paulinas, Bueno Aires, 1985
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− Tiene un clima propio e irrenunciable: el silencio; el recogimiento; no es la


exclusión de “algo” sino una Presencia en Dios; la reflexión; el “espacio” para que
este clima se dé; la autodiciplina.

1. Para los que viven en comunidad.


Nuestra comunidad “tiene algo propio, bien definido, fundado en el espíritu del
Evangelio, que mana del alma de la Iglesia. Nuestra oración pone delante de Dios
todo nuestro ser: mente, voluntad y corazón cuerpo. Ella procede de los dogmas
fundamentales de la Iglesia, están dirigidas a formar al religioso Paulino y apóstol, a la
par que están pletóricas (lleno) de sentimientos fuertes y devoto. El que se familiariza
con ellas, y es fiel a ellas, poco a poco, va siendo iluminado, fortalecido, guiado en la
espiritualidad de San Pablo...”4

III. Lo “inédito” de la oración cristiana.

A. Lo que Jesús “denuncia” en la oración.


Las actitudes que Jesús denuncia en la oración podemos reducirlas a seis, siguiendo
las pautas teológicas del jesuita Jon Sobrino.5
− Primera actitud: autoafirmación del “yo” egoísta. Aquí Dios no es el punto
de referencia en el diálogo, sino que se afirma a sí mismo. Falta la base misma del
diálogo: el Tú no sólo de Dios, sino del prójimo.
− Segunda actitud: ostentación pública de la oración. En Mt. 6, 5ss, Jesús
reprocha a los que oran de pie, en las sinagogas y en las esquinas de las plazas,
para hacerse ver y los tacha de “hipócritas”. En fin, se busca aquí la religión como
instrumento de poder.
− Tercera actitud: oración mecánica y mágica. Significativo al respecto es el
texto de Mt. 6, 7ss: al orar no multipliques las palabras... El Padre sabe de
antemano lo que necesitas... En breve, se “cosifica” a Dios, ¡cómo si fuera un
surtidor de mercadería!.
− Cuarta actitud: oración alienante. En el texto de Mt. 7, 21 Jesús condena la
oración alienante, es decir que se queda en puras palabras y no lleva a la acción.
− Quinta actitud: oración... comercializada y opresiva. Esta actitud ya había
sido reprobada por los profetas, pues, a veces se convertía al Templo en lugar de
lucro, en vez de oración.
− Sexta actitud: oración demitizada. La oración en la vida de Jesús no era
reservada a momentos extraordinarios y que estos momentos no son lo sustancial:
lo importante era para Jesús su relación orante con el Padre, en lo cotidiano,
como un hecho normal.

B. Lo “inédito” en la oración de Jesús: Dios “Padre”.


Hemos dicho que Jesús actúa como un judío de su tiempo, pero en muchas cosas se
aparta e innova. En este terreno, él realiza una verdadera revolución y propone su
“novedad”: al revelar a Dios como Padre, como Amor.
Esta “novedad” fundamental para la oración cristiana, se puede medir mejor
confrontándola con algunos datos:
− En el Antiguo Testamento sólo 11 veces utiliza la palabra “padre” para
referirse a Dios.
− El Nuevo Testamento, y precisamente en los Evangelios, Dios es llamado
Padre por Jesús 170 veces.

4
S. ALBERIONE, Carissimi in san Paolo, Ed Paulinas, Roma 1971, pág. 696-699.
5
J. SOBRINO, La oración de Cristo y del cristiano, Ed. Paulinas, Bogotá, 1979, pág. 20-25
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− En Mc.14, 36; Rm. 8, 14-17 y Ga. 4, 6, se nos ha conservado la palabra


original utilizada por Jesús: “Abba”, que era el balbuceo con que los niños
pequeños se dirigían a sus padres y que expresa ternura y confianza.
Los hombres son hijos en la medida en que participan de la relación única que media
entre Jesús y su Padre. La revelación de la paternidad de Dios a los hombres va
indisolublemente unida a la revelación de la filiación única de Jesús. Hay paternidad
por que hay filiación. Y hay filiación porque hay, en virtud del don del Espíritu,
comunión con el Hijo único.
Esto tiene una importancia enorme para nuestra oración, pues constituye el
fundamento de la oración cristiana.
Ahora ya podemos describir la oración cristiana, sobre el ejemplo de Jesús y sus
enseñanzas, como “nuestra comunión consciente, personal con Dios nuestro Padre,
en Cristo Jesús. Es el fruto del Espíritu Santo actuando en nuestros corazones (Cfr
Rm. 5, 5), permitiéndonos volver hacia Dios con confianza (Cfr. Rm. 8, 16; Ga. 4, 6).
Esta oración... es un don de Dios.6

IV. Los “contenidos” de la oración cristiana.

A. Cuatro contenidos fundamentales.

1. El Reino de Dios.
El Reino consiste en el restablecimiento del señorío de Dios sobre el mundo.
Es significativo que en la oración que nos ha enseñado, haga pedir expresamente:
“Venga tu Reino”. Es un contenido permanente de la oración cristiana que debe
traducirse en actitudes y en acciones que lo hagan posible y aceleren su
“manifestación” en el mundo y en la Historia. Pero, sobre las enseñanzas de Jesús, sin
caer en impaciencias (parábola de la semilla que crece lentamente), sin confundirlos
con proyectos humanos de tipo “político”, pero tampoco sin reducirlo a puras formas
espirituales descarnadas. La oración y la reflexión sobre esta perenne realidad de
Jesús, nos ayudará a discernir y a obrar en consecuencia.

2. La “voluntad de Dios”.
También este tema lo encontramos en el Padre nuestro: Hágase tu voluntad (Mt. 6,
10). Y podríamos preguntarnos a que se debe. La respuesta es simple y precisa: la
oración no es un “medio” para pedir favores: es una actitud para “descubrir” el
proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros. En este sentido “venga tu Reino”
y “hágase tu voluntad” llegan a ser una misma cosa: la expresión de señorío de Dios
sobre el hombre y la necesidad de confrontar sobre estas exigencias todos nuestros
proyectos.

3. El prójimo, “nuestro hermano”.


El Evangelio está repleto de textos que llevan más allá de las fronteras simplemente
humanas. “Amad a vuestros enemigos y orad por lo que os persiguen” (Mt. 5, 44; Lc.
6, 28)...

4. La conversión continua.
Si la oración en mi vida no logra cambiarme, hacerme tomar conciencia de quién soy
yo para Dios y cómo espera El mi conversión al amor, entonces es vana, es nula...
En la oración uno se cuestiona, descubre sus límites, sus errores ante el “Santo” que
es Dios; la distancia que lo separa de él... Descubre lo poco que ha hecho y lo
“demasiado” que queda por hacer y de allí, si se es honesto con Dios y consigo

6
Doc. sobre la oración, Conf. Episcopal de Asia, rev. Ecclesia, 14 de abril 1979, pág. 12.
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mismo, nace el estímulo a la “metonoia” para entrar en la óptica de Dios y aceptar su


proyecto.

B. Conclusión.
¿Es posible orar como Jesús? Sí, pero con una triple condición: si lo hacemos con fe:
Mt. 21, 22; si lo hacemos en su Nombre: Jn. 14, 13-14; 15-16; 16, 23-24-26; y si lo
hacemos con alma de pobres: como María.

V. Las fuentes de la oración: la escucha de la Palabra.

A. La Palabra se hace viva en la Iglesia.


No está de más recordar que la Biblia no es un libro cerrado. Siempre en la Carta a los
Hebreos, nos dice que no es una “palabra encadenada”, sino “viva”; y por las
parábolas de Jesús sabemos que crece y da frutos abundantes, si encuentra un
terreno apto y receptivo.
Ella es para la Iglesia y para todo creyente el “criterio” para leer hoy los
acontecimientos, con la óptica de Dios. San Pablo, en efecto, nos recuerda que las
Sagradas Escrituras fueron escritas para nuestra enseñanza; y a su discípulo Timoteo
le recuerda que son aptas para todo: - enseñar, reprender, corregir, formar en la
justicia... (2 Tm. 3, 15-17).

1. Su evolución histórica.
En el Antiguo Testamento hay una veneración casi mágica por la Palabra de Dios,
común a otras religiones orientales. Pero Israel se diferencia pronto, por la conciencia
que, especialmente a través de Moisés, adquiere de la revelación del “verdadero”
Dios. Esta conciencia se concreta en la alianza del Sinaí y en la promesa que Moisés
pide al pueblo: ser fiel a la palabra con la cual se han comprometido con Dios.
Pero es en el misterio profético donde la “palabra” adquiere toda su fuerza renovadora
y eficaz que se expresa en fórmulas solemnes: “Palabra de Yavé”, “Oráculo del
Señor”, etc. Con ella los profetas, en nombre de Dios anuncian el paso del Señor,
llaman a conversión, bendicen, exhortan, amenazan y hasta maldicen. Y su palabra,
puesto que es palabra de Dios y ellos son sólo “repetidores”, se cumple puntualmente,
aun cuando a veces con dilaciones.
No hay lugar explícito para el anuncio de la palabra, pero sí hay un lugar privilegiado
para ser comunicada a los instrumentos escogidos: el desierto. Esto incluye también
un clima interior, una actitud de vida, en fin, el corazón del hombre, donde Dios habla.
Con sus caracteres de aridez, aislamiento, silencio, miedo, etc., es el signo del
desasimiento (desprendimiento) y de las condiciones aptas para escuchar
debidamente a Dios.
En el Evangelio, la palabra, sin perder nada de su fuerza, asume caracteres inéditos,
cuando Cristo iniciando el Nuevo Testamento, se presenta como el que “anuncia la
Buena Palabra”; como el único Maestro de esa Palabra que afirma haber recibido del
Padre... la presenta como palabra de vida a la cual hay que creer para salvarse; y la
gente y sus discípulos sienten que la anuncia “como uno que tiene autoridad”.
Los “discípulos”, herederos de esa Palabra, recibe el mandato de anunciarla y ser
testigos de ella en todo el mundo, hasta el fin de los siglos: “Vaya al mundo entero y
hagan a todos los pueblos discípulos míos, enseñándoles todo lo que les he
enseñado... El que creyere... se salvará” (Mt. 28, 19-20; Mc. 16, 16).

2. En la vida y oración de la Iglesia.


Don Alberione con mucho acierto y pena, así lo resume: “La continua
descristianización de la vida, del arte, del pensamiento, etc. depende de la falta de
oxígeno litúrgico-bíblico con que durante siglos hicimos vivir al pueblo. Del fenómeno
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de siglos de separación entre Liturgia y Biblia se derivan consecuencias dolorosas: la


masa que no comprendía la Misa, los Sacramentos, las funciones (sagradas)... Una
predicación desligada de la Biblia no se la escucha como Palabra de Dios, sino más
bien como razonamiento del hombre”.7

B. El vuelco del Concilio Vaticano II.


Esta situación cambia paulatinamente, pero llega a su maduración en el Concilio
Vaticano II.

1. El retorno a las fuentes.


Fue el Papa San Pío X quien lanzó esta consigna, pero la vieja eclesiología impidió
que diera los frutos esperados. En el Vaticano II se dan finalmente las condiciones. La
Iglesia se re-forma: redescubre a Cristo, como sacramento de Cristo; a sus miembros
como Pueblo de Dios, reunido en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En esta nueva eclesiología, recobran el primer lugar: la Liturgia y la Biblia.
Así lo evidencian la Constitución Sacrosanctum Concilium y Dei Verbum.
Se afirma que cuando se lee la Palabra de Dios en la Iglesia “es El quien habla” (SC.
7).
(...) El hombre que medita la Palabra, la asimila y aplica a iluminar situaciones nuevas,
hace crecer la Palabra, la abre a nuevos espacios hasta entonces inexplorados (DV.
8).
“Puntal de la fe, para los hijos de la Iglesia, alimento del alma, fuente pura y perenne
de la vida espiritual”. (DV. 21).

2. Biblia y Religiosos.
El Concilio, al ocuparse de la Vida Religiosa, no sólo ha exhortado a los Religiosos a
tomar al Cristo del Evangelio como norma única de su renovación, sino que se ha
ocupado en forma específica de su retorno a la Palabra de Dios.
En PC. 6, se lee: “Sobre todo, tengan diariamente entre las manos la Sagrada
Escritura, para que aprendan con la lectura y meditación de las divinas escrituras `la
eminente ciencia de Jesucristo ´” (Fip. 3, 8) y lo mismo se les repite en DV. 25. Esto
sirve para que el sacerdote no se un predicar vació y superficial del la Palabra de Dios.

C. Etapas y condiciones para la “escucha de la Palabra”.


Para que la Palabra de Dios se convierta en la “primera fuente inspiradora de nuestra
oración” no basta afirmar principios. Se necesitan “actos concretos” que los hagan
pasar a la práctica.

1. Etapas de meditación e interiorización.


− Atención: indica la actitud de respeto con que debemos ponernos delante
de la persona que nos va a hablar. En nuestro caso es DIOS. Implica una serie de
disposiciones: la negación de sí, la paciencia, la fortaleza, la templanza,
superación de ruidos, etc.
− Audición: es la actitud de disponibilidad a lo que Dios me va a decir: “Habla,
Señor, que tu siervo escucha” (Is. 3, 10). No basta, anota Von Balthasar, que sólo
escuchemos. No podemos oír nada si nuestra escucha no se transforma en una
respuesta verdaderamente activa del Verbo.
− Interiorización: rumiar la Palabra para entrar en ella, como hacía María en
Lc. 2, 19 y 51. San Agustín habla del oído del corazón y del “maestro interior” que
ayudan a “leer dentro”. ¿Qué quiere decirme realmente a mí el Maestro?.

7
S. ALBERIONE, op. Cit., pág. 685.
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− Asimilación: indica la función de transformar en carne y sangre de uno. La


Palabra de Dios dirigida a todos se personaliza; la hago mía. Vive en mí. Pasa a
ser “vivencia”.
− Actualización: es el momento de la respuesta. Lo que fue anunciado hace
siglos, se hace vivo, se encarne en mí, gracias a mi respuesta concreta y pasa a
ser un compromiso vital en mi situación. Es el momento de preguntarse ¿Qué
haría Cristo si tuviera en mi lugar?.
El “método “ es un medio: cuando uno logra caminar por sí mismo, no lo necesita
ya.8

2. Condiciones de eficiencia.
Para que la Palabra se encarne en nuestro SER y demos TESTIMONIO de ella, con la
vida y el anuncio, se han de cumplir ciertas condiciones. Las enuncio brevemente:
ponerse ante el Maestro, con ánimo de discípulos; recuperar el sentido del desierto:
espacio de silencio y reflexión; ponerse ante la Palabra con el espíritu de María, dócil
al Espíritu, sin politizar ni ideoligizar la Palabra y sin desencarnarla; necesidad de
cultura, de la lectura: para entender debidamente el texto sagrado y vehicularlo hoy al
hombre de hoy; la Palabra como “parámetro” para leer los “signos” de salvación hoy,
en los pobres, en los oprimidos y en la lucha por la justicia.

VI.Las fuentes de la oración: orar ante la Eucaristía.

A. La oración litúrgica de la comunidad.

1. Oración comunitaria y personal.


La oración personal no se disuelve por el hecho de estar inserto en una comunidad;
antes bien es ella la que da vigor y creatividad a la oración comunitaria. “La oración,
permanezca silenciosa en el corazón del hombre o exprese con palabras siempre
encuentra su alma inspiradora en la vida personal de fe, esperanza y caridad de cada
persona.” 9

2. La oración litúrgica de la comunidad.


Es cuando nos dice que la Eucaristía es “la raíz” y el “quicio” (madero)de la
comunidad: ¡sin ella el árbol no puede alimentarse y la puerta no gira!.

B. Contenplación-adoración: la visita Eucarística.

1. La “intuición” espiritual de un fundador.


Según el trinomio de san Juan se estructura en: Verdad, Camino y Vida. “La hora de
adoración cotidiana en la Familia Paulina, particularmente en la relación a su propio
apostolado, es necesaria. De no haberla establecido se tendría una tremenda
responsabilidad: el religioso paulino no dispondría de un alimento suficiente para su
vida espiritual y para su apostolado.”10 Esto es válido para todos.

8
Cfr J. DANIELOU, Contemplaciones – Crecimiento de la Iglesia, Encuentro Ed., Madrid 1981, pág. 28;
S. ALBEBERIONE, L `Apostolado delle Edizioni, Ed. Paulinas, Alba 1944, escribe: “La vida espiritual
no es un método, y por lo tanto hay que educar a ser rápido en la docilidad al Espíritu Santo. Pero la vida
espiritual tampoco es desorden y, por ende, se explique que un buen método, bien asimilado, aplicado
oportunamente, conduce a la madurez y desde allí a la perfección y a la perfecta unión con Dios” (pás.
222).
9
C.M .MARINI , La dimensión contemplativa de la vida, en rev. Testimonio 66 (1981) n. 3, pág. 27.
10
S. ALBERIONE, Ut perfectus sit homo Dei, ed. Paulina, Roma, 1961, I, pág.
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2. A la “escuela del Divino Maestro”.


En esta perspectiva podemos definir la visita en estos términos: “Eucaristía como
`contemplación´ y adoración de una Presencia viva, que `visitamos´ durante el día, a
fin de que la palabra y la presencia de Cristo nos guíen: a la interiorización-asimilación
de la verdad, a la conversión del corazón, a la participación más intensa de la vida
divina y hasta el “en mí vive Cristo” (Ga. 2, 20)que es la meta de toda la pedagogía de
Dios. En tal sentido la visita es como un ir a la “escuela del Divino Maestro”.
En efecto, en esta hora cotidiana, se va reflexionando sobre el LIBRO. (Verdad); luego
a confrontarse sobre el Cristo que le ha hablado de (Camino), y finalmente, a orar para
alcanzar: la luz, fuerza, perseverancia para llevar a la vida el compromiso nacido del
contacto con el Maestro (Vida).

3. Testimonio autorizado de hoy.


No diversamente se expresa otro gran teólogo, Hans Urs Von Balthasar que hace
hincapié sobre la necesidad de esta práctica para prolongar el fruto de la Misa, pues,
dice, los pocos momentos de silencio después de la comunión no son suficientes para
una provechosa asimilación del misterio eucarístico.11

4. Justificación de esta forma de oración.


Partiendo de san Pablo que nos dice que el fundamento de la oración es “la vida en el
Espíritu de Jesús”.
Esta estructura conlleva tres pasos: oír la Palabra de Dios, “hacerla” y una palabra de
“acción de gracias” o de “petición de perdón”, según como haya sido la praxis.
− El oír es necesario al hombre para discernir su voluntad, y siendo Dios el
absoluto, su voluntad no puede ser aceptada adecuadamente sino en su Palabra.
− El hacer “la actitud interior necesaria para orar ante el Dios de Jesús se va
haciendo, va recobrando su esencia concreta a través del hacer”.
− La palabra de respuesta aquí debe darse la posibilidad y necesidad de
“cambiar formas externas de oración según las diversas edades, psicologías,
épocas históricas”12.

C. Algunas reflexiones finales.


La oración eucarística es esa relación filial con el Padre, mediada por el Hijo y
plenificada por el Espíritu Santo, que difunde su amor en nuestros corazones y nos
capacita para decir a Dios: ¡Abba!.
La Eucaristía construye la Comunidad: en derredor de este sacramento, banquete-
sacrificio, las personas adquieren conciencia de ser “pueblo de Dios”: que va hacia el
Padre en comunión (LG 9).
En la oración eucarística se dan las condiciones para que nuestra oración personal y
comunitaria sea “teologal”: se evidencia en ella su contenido trinitario (al Padre por el
Hijo en el Espíritu Santo).
Es una oración comunitaria: Cristo no está ni “mudo” ni “prisionero” en el Tabernáculo:
es un verdadero interlocutor, es Maestro, enseña, dialoga, orienta.
Es una oración comunicacional: de allí mana la fuerza para que el apóstol puede dar el
mensaje de salvación con eficacia.

VII. La dimensión misionera de la oración.


A partir del ejemplo de Jesús, especialmente en Getsemaní, este tipo de oración se
define como “lucha” con el Padre, y esto indica que la oración del apóstol pasa por la
Cruz. En efecto, el apóstol no se queda tranquilo mientras lo llegue a encontrar

11
H.U. von BALTHASAR, El cristianismo es un don, Ed. Paulina, Madrid, 1973.
12
Ibid., pág. 67ss.
Orar desde la Vida

caminos, medios y maneras más eficaces para hacer realidad el anhelo de Jesús:
“¡Que todos sean uno!” y que ” haya un solo rebaño, bajo un solo Pastor”.

A. La oración misionera en los Hechos y en san Pablo.

1. La comunidad cristiana primitiva.


Todo el libro de los “Hechos de los Apóstoles” constituye un testimonio de cómo el
crecimiento de la Iglesia, la difusión de la Palabra y la conversión de los paganos es
fruto de la oración, de la predicación y del sufrimiento de los discípulos del Señor.
Por ejemplo:
− La comunidad primitiva nace y crece, gracias a la predicación y a la oración
(Hch. 2, 42-47).
− Durante una oración litúrgica, el Espíritu indica a la comunidad de Antioquía
que escojan a Bernabé y a Pablo para la primera misión entre los paganos (Hch.
13, 2-3).

2. En la vida de Pablo.
Pablo siente que la oración del apóstol debe responder a una doble exigencia: que el
Señor ponga en su boca la palabra “justa” y oportuna; y que disponga, a su vez, a los
hombres a recibirla debidamente para que se salven. Indicamos aquí algunos de sus
textos:
− A los tesalonicenses les pide: “Orad por nosotros, para que la Palabra del
Señor continúe su carrera y sea glorificada, como lo ha sido entre vosotros” (2Ts.
3, 1).
− A los efesios les pide que oren para que él pueda anunciar la Palabra con
valentía (parresía): “Orando en todo tiempo en el Espíritu con toda clase de
oraciones y súplicas y velando a este fin con toda perseverancia y súplicas, por
todos los santos y por mí, para que me sean dadas las palabras aptas para
anunciar con valentía el misterio de Cristo, del cual soy embajador, prisionero, de
modo que me atreva a hablar libremente de El como conviene” (Ef. 6, 18-20).
El apóstol es un hombre que experimenta a Dios vivencialmente; que se sabe amado,
escogido y enviado por El a una misión de salvación. Pero este hecho no “facilita”, ni
hace más llevadera su tarea; pues si su experiencia de Dios es auténtica, estará
necesariamente marcada por la Cruz.

3. Cómo él, muchos otros.


Esa ansia apostólica por la salvación de los hombres la han vivido también muchos
cristianos, a lo largo de los siglos, conscientes de sus compromisos bautismales. En
muchos de ellos se tradujo en un tormento apremiante por la misión hasta dar la
misma vida.
Una Teresita del Niño Jesús que, sin salir del claustro, se hace “misionera” no se
explica sino por su entrega y oración constante a favor de la salvación de los
hombres. Toda su vida fue devorada por el ansia misionera que la llevaría a la tumba a
los veinticuatro años.

B. Nuestra oración misionera aquí y ahora.

1. Orar en, desde y la situación.


La oración del apóstol, se afirma, o se inserta en la situación o no pasará de ser una
simple, aunque devota, avasión. Este aspecto lo traducimos en una fórmula muy
diciente: orar en la historia, orar desde la historia, orar la historia: como Jesús que vive
sumergido en la situación de su pueblo, la asume y la presenta al Padre para
cambiarla.
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¿Qué significa esto para el apóstol? Significa, asumir el “dolor de Dios”, con una
oración tan comprometida que “puede desembocar en el martirio”, ante situaciones
intolerables de opresión, de injusticia y de miseria en las cuales el apóstol debe actuar.
Es la “agonía de la oración apostólica con la cual Dios, de alguna manera y en cierta
medida, hace percibir al hombre el peso de su propio sufrimiento. En esa agonía se
halla contenido el deseo angustioso de socorrer las necesidades espirituales y
materiales de los destinatarios de la propia misión.

2. Una oración encarnada en la vida.


Debemos llevar al Señor, cotidianamente, las alegrías, las esperanzas, las angustias y
los sufrimientos de nuestra gente, alimentando con todo esto nuestra contemplación.
Pero no a la manera de los agentes revolucionarios o de activistas culturales, sino
iluminando esas tremendas realidades con la palabra de Dios, para que allí nazca el
compromiso liberador.
Orar en y desde nuestro pueblo y orar en su historia significa para nosotros: conocer
debidamente su realidad sociocultural, sentirse solidarios con la gente que vive esa
realidad; cuestionarla desde adentro y cuestionarse a la luz de la Palabra, hacerla
materia concreta de reflexión, de vivencia, orándola; ante el Señor para conocer el rol
específico que nos toca en el “cambio” de la misma.

3. La oración “reparadora” del apóstol.


Se entiende como “reparación” una contraposición concreta y directa del bien al mal.
Repara, es asumir una situación negativa y cambiarla con obras positivas a favor del
hombre, allí donde el maligno está actuando contra la salvación del hombre.
La oración reparadora consistirá, entonces, en discernir ante el Señor las causas que
originan esas situaciones deshumanas y los aportes concretos para remediarlas.

C. Condiciones y riesgos de la oración misionera.


− Esperanza y serenidad, el misionero, escribe Segundo Galilea, es aquél
que se entrega a la edificación de un Reino que va mucho más allá de lo que él es
o lo que él hace. Ser consecuente con esta experiencia de fe, es hacer de la
contemplación un estilo en la acción. El estilo de la acción contemplativa está
marcado por la esperanza. Está marcado por la serenidad, ante la colosal tarea
misionera que nos sobrepasa. Pues en la perspectiva de la fe, la misión es hacer
lo que Dios quiere, y no todo lo que nosotros pensamos que habría que hacer.
− Dejarse evangelizar por los pobres, es decir tratar de entrar en la situación
de nuestros hermanos menos favorecidos para sentir sus problemas, ser solidarios
con ellos mediante una vida de trabajo, de austeridad y de pobreza.
− Salvar la doble dimensión de la oración. Asumimos así la oración
“encarnada”, pero a manera de Jesús, apuntando al Padre. La encarnación nos
hace asumir la realidad situacional (dimensión horizontal), la trascendencia nos
hace dirigir la mirada hacia el Padre Dios, fuente y meta de toda existencia
(dimensión vertical). Si nos quedamos sólo en la “encarnación” desembocamos
hacia el moralismo y la revolución; si nos quedamos sólo en la trascendencia,
caemos nuevamente en la “fuga mundi”.
− Discernimiento comunitario. Esto hará evitar el maximalismo utópico que,
por quererlo todo, no llega a ninguna parte.

VIII. La experiencia de Dios y la oración.


Los diferentes tipos de oración, apuntan a configurar una oración contemplativa
habitual; en la cual consiste lo que llamamos “experiencia de Dios”.
De manera que “podemos afirmar que nos se da la posibilidad de ser cristiano y
religioso sin una auténtica experiencia de Dios”. Recalcando que es ”auténtica”,
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cuando no es un sentimentalismo epidérmico (superficial) y efímero, que no “cambia”


la vida y se disipan ante la primera dificultad13.

A. La experiencia de Dios en las vocaciones bíblicas.


Sin ella, la elección, la llamada y la misión pierden sentido y pronto o tarde, se
vanifican.

1. Algunos ejemplos bíblicos.


− Abraham: su experiencia se da en la pura fe, traducida en obediencia total
y sin palabras: “Sal de tu tierra y de tu gente... vete donde yo te mostraré... Partió
Abraham”.
− Moisés: se da aquí un diálogo largo, robusto, atormentado, entre el Dios
que llama y el instrumento que se siente incapaz. Dios no cede y da a Moisés la
seguridad: “Yo te envío... Yo estoy contigo”.
− Isaías: es llamado a experimentar al “Santo” y, en esa confrontación, sentir
fuertemente su impureza. Purificado se halla dispuesto a la misión. “¿A quién
enviaré?... ¡Heme aquí, envíame!” (Is. 6, 1-13).
− Jeremías: es el profeta llamado a hacer la experiencia de la gratitud y del
sufrimiento (Jr.1, 4-19). Ningún profeta sufre en carne propia la oposición como él:
le toca vivir la historia de la caída de su pueblo y todos se obstinan contra su
mensaje. A mayores pruebas, mayores ayudas y un más profunda experiencia del
poder de Dios y de su Palabra.
− María: es llamada a una experiencia de Dios única e irrepetible, en la fe, en
el sufrimiento, en la aceptación humilde de la Palabra y en realizarla en lo
cotidiano, hasta llegar al pie de la Cruz (Lc. 1, 26-28; Jn. 19, 25-27).
− Pedro: llamado por Jesús para seguirle, percibe en la pesca milagrosa, el
paso de lo “divino” en su vida, Cristo en sí lo llama a su servicio, con todas la
consecuencia que sabemos (Lc. 5, 1-11).
− Pablo: es un caso particular (Hch 9, 1ss; Ga. 1, 15-16). Queda marcado
para siempre por el “encuentro con Cristo” en el camino a Damasco. Cristo desde
ahora en adelante es el parámetro sobre el cual medirá todos los valores. Ni otra
explicación se le puede encontrar a su evangelización tan universal y tan
encarnada, tan fiel a Cristo y a su Evangelio hasta la sangre. También en Pablo la
experiencia de Dios está sellada por la Cruz y es garantía de su autenticidad.

2. Un hecho que se renueva.


En la vida de los grandes llamados, como de los santos y de los fundadores, la
experiencia de Dios es la “fuente” de su opción inicial, pero también de las opciones
sucesivas, por lo tanto es un hecho que se renueva. Esto vale también para el aspecto
“pasivo”: Dios que “experimenta” al llamado, lo prueba una y otra vez, en la oscuridad
de la fe y en los sufrimientos de la Cruz14.
Dios es un Dios siempre nuevo: optar por él significa renovar continuamente esa
experiencia, pero también dejarse experimentar por Él, dejarse purificar, pues sólo con
una buena poda se crece y se producen frutos duraderos.

B. Nuestra experiencia de Dios hoy.


Al abordar este aspecto, hay que recordar lo que hemos dicho de los
condicionamientos que hacen difícil la oración hoy, pues si bien es cierto que la
experiencia de Dios es un don particular, es también una tarea que debemos
proponernos.

13
R. PERINO,Occorrono santi per i nuovi cantieri della Chiesa, Ed. Paulina, Roma, 1984, pág. 140
14
Cfr A. CENCINI, Psicología del encuentro con Dios, Ed. Paulinas, Santiago, Chile, 1984, págs. 87ss
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1. La experiencia “cristiana” de Dios.


Se trata ante todo de algo que se da “en la oscuridad de la fe”: Dios se percibe sólo a
través de la fe y no necesariamente en forma “sensible”. Esto vale hoy más que nunca,
cuando el mal parece triunfar y Dios parece como “ausente del mundo”. Entrar en una
óptica de la fe, ayuda a ver a Dios que obra en la historia, a descubrirlo en los “signos
de los tiempos”.
Contemplación y experiencia de Dios son, en la práctica, la misma cosa, pues
contemplar a Dios es experimentarlo en la realidad de nuestra vida. Y la actitud
contemplativa es la “capacidad” que nos da el Espíritu Santo de ver a Dios en el
corazón de los hombres, del mundo y del acontecer cotidiano.
Podríamos decir que la “experiencia de Dios consiste en la intimidad profunda,
amorosa y oscura con Dios vivo”.
Nuestra experiencia de Dios debe ser “cristiana” porque no es el hombre el que, con
sus esfuerzos, remonta hacia Dios, como en las religiones paganas; es Dios mismo
quien busca al hombre, que lo capacita para percibir su paso por la vida, para sentirlo
“Padre”.

2. Dónde se da esa experiencia.


La experiencia de Dios se da en todo lugar. Hay santos que afirman que las mayores
“revelaciones” de ese paso de Dios por su vida se daba en los servicios más humildes.
Este aspecto cobra hoy una gran actualidad, mientras vivimos en plena secularización
y el mundo se organiza, prescindiendo de Dios, más que contra Dios, como si Dios no
tuviera sentido.
Se da principalmente en “Jesús”, como en el “lugar privilegiado”: contemplado en las
diversas formas de oración, en particular en la meditación y en la Eucaristía. En él
podemos realmente percibir la verdad de lo que afirma en Juan: Quien me ve a mí, ve
al Padre.
Se da en el “prójimo”, con el cual Jesús se ha identificado, especialmente con los más
pobres, los necesitados ya sea de bienes materiales, espirituales o morales (Cfr Mt.
25, 34-36).
Se da en la ”cruz”, pues si es auténtica, Dios también prueba al hombre, lo busca, lo
acosa, en fin, lo “experimenta”. “Es decir, crea para nosotros esas situaciones de
desierto, de soledad afectiva, de rechazo por parte de alguien, de lucha y de
tribulación... de todo lo cual tenemos necesidad para quedar libres de nuestros ídolos.
En efecto, en la prueba sale a flote lo que verdaderamente tenemos en el corazón, que
hay de auténtico y qué no: es decir, se revela nuestro verdadero rostro”.15

3. Algunos “criterios” para hoy.


Hoy, en un mundo cambiado, es necesario tener presente lo que apunta el P. Arrupe:
“Nuestra exigencia de Dios es así: interrogativa, abierta y problemática. Lo ha sido
también la de los grandes místicos. Esto podrá escandalizar sólo a aquél que piensa
que de la experiencia de Dios uno debe salir cargado de respuestas, recetas y
seguridades; aquél que olvida que, precisamente cuando se experimenta a Dios, como
los grandes creyentes del Antiguo y del Nuevo Testamento (Hb. 11), es cuando el
hombre comienza a entrever con mayor profundidad el carácter misterioso de la
realidad y comienza a hablar y a preguntar verdaderamente a Dios y ni a sí mismo”.
Puntualizando que hoy, debido a la violencia y a la opresión reinante, es más difícil,
continúa: “Aquél que no soporta la permanencia incluso prolongada, en la pregunta
humilde, difícilmente realizará esta experiencia de Dios, típica del hombre actual... Lo
que importa es que sepamos transformar estas acciones personalísimas, nacidas en lo
más profundo de nuestro ser, en una auténtica experiencia de Dios, hecha de
interrogantes y silencio; interrogantes que no juzgan, sino que piden humildemente; y

15
A. CECINI, op. cit., págs. 86-90.
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silencios que esperan. El interrogante es la oración del niño (¿Por qué?, ¿Cómo?,
¿Qué cosa?)

IX.Fórmulas para “aprender” a orar.


La oración es una respuesta del hombre y exige un prolongado aprendizaje ya que el
camino que hay que recorrer es difícil, accidentado, con frecuencia oscuro y sólo es
posible avanzar en él en un clima de fe. Para ello muchas veces podemos utilizar
como propulsor las llamadas “fórmulas – guías” que no son nada más que oraciones
resultantes de la inspiración de otras personas.
¿No parece esto contradecir la afirmación que debemos orar con nuestras palabras,
expresarles a Dios nuestros sentimientos o lo que el Espíritu nos vaya sugiriendo, en
situaciones concretas?.
En realidad, no hay tal contradicción. Cierto, las palabras ajenas nunca podrán
expresar nuestra realidad íntima; pero hay momentos en la existencia en los cuales
“nuestro propio pozo”, parece haberse secado.
Las fórmulas ajenas pueden ser en estas ocasiones una ayuda efectiva para
desbloquear las oclusiones que impiden a nuestro espíritu expresarse. Esos orantes,
nos presentan sus palabras que provocan en nosotros un estado de ánimo,
resucitando sentimiento que creíamos muertos, haciendo aflorar necesidades ocultas,
preocupaciones y vivencias latentes...
La meta de todo orante, será la de liberarse en forma progresiva de formulas, métodos
y técnicas abandonarse con sencillez y confianza al impulso del Espíritu.

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