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Fray Luis de León: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor
Fray Luis de León: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor
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Fray Luis de León: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor

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About this ebook

Obras completas de Fray Luis de León
ÍNDICE:
[FRAY JUSTO CUERVO ARANGO]
[BIOGRAFÍA DE FRAY LUIS DE GRANADA]
[GUÍA DE PECADORES]
[LIBRO DE LA ORACIÓN Y MEDITACIÓN]
[MEMORIAL DE LA VIDA CRISTIANA]
[ADICIONES AL MEMORIAL DE LA VIDA CRISTIANA]
[INTRODUCCIÓN DEL SÍMBOLO DE LA FE]
[TRATADO DE LA ORACIÓN Y MEDITACIÓN]
[MANUAL DE DIVERSAS ORACIONES Y ESPIRITUALES EJERCICIOS]
[INSTRUCCIÓN Y REGLA DE BIEN VIVIR]
[MANUAL DE DIVERSAS ORACIONES Y ESPIRITUALES EJERCICIOS]
[HISTORIA DE LOS PRINCIPALES MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO Y DE SU SANCTÍSIMA MADRE SEGÚN QUE SE COLIGE DE DIVERSOS EVANGELISTAS]
[BREVE INSTITUCIÓN Y REGLA DE BIEN VIVIR]
[DEVOTAS ORACIONES PARA PROVOCAR AL AMOR DE DIOS Y DE LAS OTRAS VIRTUDES]
[VITA CHRISTI]
[MEDITACIÓN PARA ANTES DE LA COMUNIÓN]
[ORACIONES Y EJERCICIOS ESPIRITUALES]
[COMPENDIO DE DOCTRINA CRISTIANA]
[TRECE SERMONES DE LAS TRES PASCUAS DEL AÑO]
[DOCTRINA ESPIRITUAL]
[DISCURSO DEL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS]
[BIOGRAFÍAS]
[CARTAS]
[CATORCE CARTAS]
[SERMÓN EN QUE SE DA AVISO QUE EN LAS CAIDAS PUBLICAS DE ALGUNAS PERSONAS NI SE PIERDA EL CRÉDITO DE LA VIRTUD DE LOS BUENOS NI CESE Y SE ENTIBIE EL BUEN PROPÓSITO DE LOS FLACOS]
[MEMORIAL DE LO QUE DEBE HACER EL CRISTIANO]
LanguageEspañol
Release dateJan 1, 2022
ISBN9789180305709
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    Book preview

    Fray Luis de León - Fray Luis de León

    ÍNDICE

    Biografía Fray Luis de León

    Biografía

    La obra

    Estilo

    Ediciones

    Monumento en Salamanca

    VIDA DE FRAY LUIS DE LEÓN

    D. JOSÉ GONZÁLEZ DE TEJADA

    DE LOS NOMBRES DE CRISTO

    LIBRO PRIMERO

    LIBRO SEGUNDO

    LIBRO TERCERO

    LA PERFECTA CASADA

    Dedicatoria

    Capitulo 1

    Capitulo 2

    Capitulo 3

    Capitulo 4

    Capitulo 5

    Capitulo 6

    Capitulo 7

    Capitulo 8

    Capitulo 9

    Capitulo 10

    Capitulo 11

    Capitulo 12

    Capitulo 13

    Capitulo 14

    Capitulo 15

    Capitulo 16

    Capitulo 17

    Capitulo 18

    Capitulo 19

    Capitulo 20

    Capitulo 21

    POESIAS

    POEMAS ORIGINALES DE FRAY LUIS DE LEÓN

    PROLOGO QUE PUSO A SUS OBRAS EL MAESTRO FRAY LUIS DE LEON

    ODA I - VIDA RETIRADA

    ODA II - A DON PEDRO PORTOCARRERO

    ODA III - A FRANCISCO DE SALINAS

    ODA IV - CANCIÓN AL NACIMIENTO DE LA HIJA DEL MARQUÉS DE ALCAÑICES

    ODA V - DE LA AVARICIA

    ODA VI - DE LA MAGDALENA

    ODA VII - PROFECÍA DEL TAJO

    ODA VIII - NOCHE SERENA

    ODA IX - LAS SERENAS

    ODA X - A FELIPE RUIZ

    ODA XI - AL LICENCIADO JUAN DE GRIAL

    ODA XII - A FELIPE RUIZ

    ODA XIII - DE LA VIDA DEL CIELO

    ODA XIV - AL APARTAMIENTO

    ODA XV - A DON PEDRO PORTOCARRERO

    ODA XVI - CONTRA UN JUEZ AVARO

    ODA XVII - EN UNA ESPERANZA QUE SALIÓ VANA

    ODA XVIII - EN LA ASCENSIÓN

    ODA XIX - A TODOS LOS SANTOS

    ODA XX - A SANTIAGO

    ODA XXI - A NUESTRA SEÑORA

    ODA XXII - A DON PEDRO PORTOCARRERO AUSENTE

    ODA XXIII - A LA SALIDA DE LA CÁRCEL

    CUANDO ME PARO A CONTEMPLAR MI VIDA

    POEMAS ATRIBUIDOS A FRAY LUIS DE LEÓN

    A NUESTRA SEÑORA

    AGORA CON LA AURORA SE LEVANTA

    ALARGO ENFERMO EL PASO, Y VUELVO, CUANTO

    AMOR CASI DE UN VUELO ME HA ENCUMBRADO

    EPITAFIO AL TÚMULO DEL PRÍNCIPE DON CARLOS

    CANCIÓN A LA MUERTE DEL MISMO

    DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO Canción

    DEL MUNDO Y SU VANIDAD

    DESPUÉS QUE NO DESCUBREN SU LUCERO

    ¡OH CORTESÍA, OH DULCE ACOGIMIENTO,

    EXPOSICIÓN DEL LIBRO DE JOB

    Dedicatoria

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 34 exposición (II)

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Capítulo 38

    Capítulo 39

    Capítulo 40

    Capítulo 41

    Capítulo 42

    DECLARACIÓN CANTAR DE LOS CANTARES

    Prólogo

    Introducción

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    BUCÓLICAS

    ÉGLOGA I

    ÉGLOGA II

    ÉGLOGA III

    ÉGLOGA IV

    ÉGLOGA V

    ÉGLOGA VI

    ÉGLOGA VII

    ÉGLOGA VIII

    ÉGLOGA IX

    ÉGLOGA X

    ODAS DE HORACIO

    Oda 1. Libro I.

    La mesma

    Oda 4. Libro I. Solvit acris.

    Oda 5. Libro I. Quis multa.

    Oda 13. Libro I. Cum tu Lydia.

    Oda 14. Libro I. O navis.

    Oda 19. Libro I. Mater.

    Oda 22. Libro I. Integer.

    Oda 23. Libro I. Vitas.

    Oda 30. Libro I. O Venus.

    Oda 33. Libro I. Albi.

    Oda 8. Libro II. Ulla si iuris.

    Imitación de la oda 9. Libro II. Non semper.

    Oda 10. Libro II. Rectius.

    Imitación de la oda 12. Libro II. Nolis.

    Oda 14. Libro II. Heu.

    Oda 18. Libro II. Non ebur.

    Oda 4. Libro III. Descende.

    Oda 7. Libro III. Quid fles.

    Oda 9. Libro III. Donec gratus.

    Oda 10. Libro III. Extremum.

    Oda 16. Libro III. Inclusam.

    Oda 27. Libro III. Impios.

    Oda 1. Libro IV. Intermissa.

    Oda 13. Libro IV. Audivere.

    Oda 2 del Epodon. Beautus.

    Índice

    Biografía Fray Luis de León

    Fray Luis de León (en latín, F. Luyssi Legionensis; Belmonte, 1527 o 1528- Madrigal de las Altas Torres, 23 de agosto de 1591) fue un teólogo, poeta, astrónomo, humanista y religioso agustino español de la escuela salmantina.

    Fray Luis de León es uno de los poetas más importantes de la segunda fase del Renacimiento español junto con Francisco de Aldana, Alonso de Ercilla, Fernando de Herrera y San Juan de la Cruz. Su obra forma parte de la literatura ascética de la segunda mitad del siglo XVI y está inspirada por el deseo del alma de alejarse de todo lo terrenal para poder alcanzar lo prometido por Dios, identificado con la paz y el conocimiento. Los temas morales y ascéticos dominan toda su obra.

    Además, fray Luis de León fue uno de los expertos consultados para cambiar el calendario juliano usado en Occidente desde la época de Julio César al actual calendario gregoriano, así llamado por el papa Gregorio XIII que lo supervisó.

    Biografía

    Fray Luis de León nació en Belmonte en 1527 o 1528 y era de origen judeoconverso por ambas ramas. Su padre fue el abogado Lope de León y su madre Inés Varela. Residió y cursó sus primeros estudios en Madrid y en Valladolid, lugares donde su padre ejerció la distinguida labor de consejero regio. Cuando cumplió los catorce años, marchó a Salamanca para ingresar en la Orden de los Agustinos, probablemente en enero de 1543, y profesó el 29 de enero de 1544. Salamanca constituiría más adelante el centro de su vida intelectual como profesor de su universidad.

    Estudió filosofía con fray Juan de Guevara y teología con Melchor Cano. En el curso de 1556-1557 conoció a fray Cipriano de la Huerga, un orientalista catedrático de Biblia en Alcalá de Henares, y este encuentro supuso una experiencia capital en la formación intelectual de fray Luis. Asimismo, un tío suyo, Francisco de León, catedrático de leyes de la universidad salmantina, lo tutoró en esos momentos, puesto que su familia había marchado a Granada siguiendo los avatares de la profesión del padre, que había sido nombrado oidor en su Chancillería en 1542.

    Entre mayo y junio de 1560 obtuvo los grados de licenciado y maestro en Teología por la Universidad de Salamanca. Comenzó entonces su lucha por las cátedras: la de Biblia, que había dejado vacante Gregorio Gallo, más adelante nombrado obispo de la diócesis de Orihuela, ganada por Gaspar de Grajal; y la de Santo Tomás, que obtuvo al año siguiente (1561) superando a siete aspirantes, entre ellos el maestro dominico Diego Rodríguez.

    En 1565, al completar los cuatro años en la cátedra de Santo Tomás, opositó a la de Durando y salió triunfador de nuevo frente al mismo Diego Rodríguez. Se mantuvo en ella hasta marzo de 1572. A finales de 1571, junto con el músico Francisco Salinas y el rector Diego de Castilla, formó parte del jurado de la justa literaria por la victoria de Lepanto y el nacimiento del príncipe Fernando.

    Estos y otros éxitos le atrajeron probablemente la ojeriza de los dominicos, patronos de la Inquisición, pues, en efecto, fue denunciado, y estuvo una temporada en prisión (en Valladolid, en la calle que ahora recibe el nombre de Fray Luis de León) por traducir el Cantar de los Cantares a la lengua vulgar sin licencia. Su defensa del texto hebreo irritaba a los escolásticos más intransigentes, en especial al canónigo y catedrático de griego León de Castro, autor de unos fracasados comentarios a Isaías, y al dominico fray Bartolomé de Medina, molesto contra él por algunos fracasos académicos. Fray Luis había defendido, en las juntas de teólogos celebradas en la Universidad para tratar de la aprobación de la llamada Biblia de Vatablo, una serie de proposiciones que lo llevaron a la cárcel junto a los maestros Gaspar de Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra. En prisión escribió De los nombres de Cristo y varias poesías, entre las cuales está la Canción a Nuestra Señora.

    Tras su estancia cautelar en prisión (del 27 de marzo de 1572 al 7 de diciembre de 1576), fue nombrado profesor de filosofía moral, y un año más tarde consiguió la cátedra de Sagrada Escritura, que obtuvo en propiedad en 1579. En la universidad uno de sus alumnos fue San Juan de la Cruz, quien era llamado entonces fray Juan de San Matías.

    En Salamanca las obras poéticas que el agustino componía como distracción se divulgaron pronto y le atrajeron no solo las alabanzas de sus amigos, los humanistas Francisco Sánchez de las Brozas (el Brocense) y Benito Arias Montano, sino de los poetas Juan de Almeida y Francisco de la Torre y otros como Juan de Grial, Pedro Chacón o el músico ciego Francisco de Salinas, que formaron la llamada primera Escuela salmantina o de Salamanca.

    Los motivos de su prisión hay que achacarlos a las envidias y rencillas entre órdenes y a las denuncias del catedrático de griego León de Castro. La acusación principal era preferir el texto hebreo del Antiguo Testamento a la versión latina (la traducción Vulgata de San Jerónimo) adoptada por el Concilio de Trento, lo cual era cierto, pero también haber traducido partes de la Biblia, en concreto el Cantar de los Cantares, a la lengua vulgar, cosa expresamente prohibida también por ese reciente concilio y que este sólo permitía en forma de paráfrasis (esto es, usando más palabras que el original). Por lo primero fueron perseguidos y encarcelados también sus amigos los hebraístas Gaspar de Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra y el catedrático de la Universidad de Osuna Alonso Gudiel, quien, al igual que Grajal, murió en la cárcel de la Inquisición en Valladolid durante su cautiverio.

    Es cierto que había traducido el Cantar de los Cantares directamente del hebreo, con glosas y comentarios, pero lo había hecho privadamente para ilustrar a su prima Isabel de Osorio, monja en el convento salmantino de Santi Spiritus, la cual no sabía latín: alguien había sacado una copia sin su consentimiento, de la que se hicieron varias más. En los Índices de libros prohibidos por la iglesia de Lisboa (1581) y Toledo (1583) aparecen tanto su versión en prosa como otra, de dudosa atribución, en verso. Su prolija defensa alargó el proceso inquisitorial, que se demoró casi cinco largos años, tras los cuales fue finalmente absuelto. Parece cierto que se le puede atribuir la décima graffiti que presuntamente, al salir de la cárcel, escribió en sus paredes:

    Aquí la envidia y mentira

    me tuvieron encerrado.

    ¡Dichoso el humilde estado

    del sabio que se retira

    de aqueste mundo malvado,

    y, con pobre mesa y casa,

    en el campo deleitoso,

    con sólo Dios se compasa

    y a solas su vida pasa,

    ni envidiado, ni envidioso!

    Tras salir de la cárcel, aun cuando la Inquisición le había reconocido el derecho a regresar a su cátedra de Escritura, renunció a ella en favor del padre Castillo, ya que la estaba desempeñando desde su encarcelamiento; poco menos que obligado, el claustro le concedió en enero de 1577 la de Teología. Sus biógrafos cuentan que fray Luis acostumbraba en sus años de docencia resumir las lecciones explicadas de la clase anterior y que al volver a la Universidad a su nueva cátedra, retomó sus lecciones con la frase Decíamos ayer… (Dicebamus hesterna die), como si sus cuatro años de prisión no hubieran transcurrido. Pero, aunque la frase tiene sello luisiano, se supone que es una superchería posterior de fray Nicolaus Crusenius. El caso es que un año después (1578), siendo conocidos los conocimientos astronómicos que tanto lucen en sus poesías (y debidos, tal vez, a un más que probable y pertinaz insomnio), fue comisionado para la reforma del calendario juliano al mismo tiempo que alcanzaba la cátedra de filosofía moral. Asimismo, simpatizante de la reforma carmelitana, cuando santa Teresa de Jesús andaba confinada en Toledo y procesada (también) por la Inquisición a causa de haber escrito el libro de su Vida, la defendió de las calumnias de sus enemigos y en 1579 volvió a ganar por oposición la cátedra de Biblia, asignatura que impartió ya hasta su muerte..

    Sin embargo, a partir de 1580 estuvo muy ocupado en los asuntos de su orden, aunque tuvo tiempo para ordenar y corregir sus Poesías ocultándose bajo el pseudónimo de Luis Mayor y poniéndoles un prólogo y dedicatoria a su amigo el inquisidor general Pedro Portocarrero.

    En 1582, junto al jesuita Prudencio de Montemayor, intervino en la polémica De auxiliis que había levantado en la Universidad la publicación de la Concordia del jesuita Luis de Molina; y de nuevo se enfrentó a los dominicos pronunciándose a favor de la libertad humana, lo que lo llevó a ser denunciado nuevamente ante la Inquisición, esta vez sin otra consecuencia que una suave amonestación del Inquisidor general, el arzobispo de Toledo y cardenal Gaspar de Quiroga.

    El 15 de septiembre de 1587 Luis de León fechó en Madrid su carta-prólogo a la edición príncipe del Libro de la vida de Teresa de Jesús. Fray Luis había examinado sus escritos para publicación y aprobado el autógrafo del «libro grande» —como lo llamaba la Santa— que ella había redactado en su celda, apartada del monasterio de San José de Ávila, entre los años 1563 y 1565, después de haber fundado, en 1562, el primer monasterio de su reforma. Fray Luis admiraba la labor de aquella monja intrépida y su vívido y castizo lenguaje, y había pretendido incluso que ingresara en su orden. Sobre la conveniencia de la publicación del libro, así comentó Luis de León la bondad propia de esa obra:

    En el juzgar de las cosas se debe atender a si ellas son buenas en sí y convenientes para sus fines, y no a lo que hará de ellas el mal uso de algunos. Que si a esto se mira, ninguna hay tan santa que no se pueda vedar.

    El 5 de diciembre de 1588, tras el capítulo de Toledo, su Orden le encomendó escribir la Forma de vivir de los frailes agustinos descalzos, documento que sentaría las bases espirituales y prácticas de las nuevas fundaciones del la Orden de Agustinos Recoletos. Esta Forma de vivir se convirtió inmediatamente en sus primeras Constituciones y fray Luis de León en uno de sus principales inspiradores, al recoger en su escrito el espíritu originario de este movimiento agustiniano y plasmarlo en la vida cotidiana de los frailes.

    El 14 de agosto de 1591 fue elegido provincial de Castilla de la orden de San Agustín, en el convento de la localidad de Madrigal de las Altas Torres (Ávila). Allí lo sorprenderá la muerte nueve días después. Sus restos fueron trasladados a Salamanca, donde fue enterrado. El pintor Francisco Pacheco lo describe así en su Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones (1599):

    En lo natural fue pequeño de cuerpo, en debida proporción; la cabeza grande, bien formada, poblada de cabello algo crespo; el cerquillo, cerrado; la frente, espaciosa; el rostro más redondo que aguileño; trigueño el color; los ojos verdes y vivos. En lo moral, el hombre más callado que se ha conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos, con extremo abstinente y templado en la comida, bebida y sueño; de mucho secreto, verdad y fidelidad, puntual en palabras y en promesas, compuesto, poco o nada risueño.

    La obra

    Actividad intelectual

    Como varón comprometido con su tiempo no dejó de lado los problemas del día a día, de forma que en el contexto de los problemas abordados por la Escuela de Salamanca, a la que pertenecía, fray Luis intervino en la Polémica De auxiliis, junto con el jesuita Prudencio de Montemayor, defendiendo la libertad del hombre, lo que le costó la prohibición de enseñar dichas ideas. Peor librado había salido Montemayor al ser separado de toda enseñanza.

    Literatura

    El propio fray Luis dejó escrito su concepto de la poesía: una comunicación del aliento celestial y divino, en su De los nombres de Cristo, libro I, Monte, para que el estilo del decir se asemeje al sentir, y las palabras y las cosas fuesen conformes:

    Porque" [Cristo] es sólo digno sujeto de la poesía; y los que la sacan de él, y, forzándola, la emplean, o por mejor decir, la pierden en argumentos de liviandad, habían de ser castigados como públicos corrompedores de dos cosas santísimas: de la poesía y de las costumbres. La poesía corrompen, porque sin duda la inspiró Dios en los ánimos de los hombres, para, con el movimiento y espíritu de ella, levantarlos al cielo, de donde ella procede; porque poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino; y así, en los Profetas casi todos, así los que fueron movidos verdaderamente por Dios, como los que, incitados por otras causas sobrehumanas, hablaron, el mismo espíritu que los despertaba y levantaba a ver lo que los otros hombres no veían, les ordenaba y componía y como metrificaba en la boca las palabras, con número y consonancia debida, para que hablasen por más subida manera que las otras gentes hablaban, y para que el estilo del decir se asemejase al sentir, y las palabras y las cosas fuesen conformes.

    Sus temas preferidos y personales, si dejamos a un lado los morales y patrióticos que también cultivó ocasionalmente, son, en el largo número de odas que llegó a escribir, el deseo de la soledad y del retiro en la naturaleza (tópico del Beatus Ille), y la búsqueda de paz espiritual y de conocimiento (lo que él llamó la verdad pura sin velo), pues era hombre inquieto, apasionado y vehemente, aquejado por todo tipo de arrebatos atormentados, y deseaba la soledad, la tranquilidad, la paz y el sosiego antes que toda cosa:

    Vivir quiero conmigo,

    gozar quiero del bien que debo al cielo,

    a solas, sin testigo,

    libre de amor, de celo,

    de odio, de esperanzas, de recelo.

    Este tema se reitera en toda su lírica, la búsqueda de serenidad, de calma, de tranquilidad para una naturaleza que, como la suya, era propensa a la pasión. En él batallaba ya el equilibrio clásico del renacimiento con las nacientes y dinámicas asimetrías barrocas, ya constituyendo de hecho un ejemplo vivo de manierismo poético. Y ese consuelo y serenidad lo halla en los cielos o en la naturaleza:

    Sierra que vas al cielo

    altísima, y que gozas del sosiego

    que no conoce el suelo,

    adonde el vulgo ciego

    ama el morir, ardiendo en vivo fuego:

    recíbeme en tu cumbre,

    recíbeme, que huyo perseguido

    la errada muchedumbre,

    el trabajar perdido,

    la falsa paz, el mal no merecido.

    Oda «Al apartamiento»

    Como poeta desarrolló la lira como estrofa que había introducido Garcilaso de la Vega, compuesta de heptasílabos y endecasílabos, pero prefería exclusivamente el endecasílabo para las traducciones de poetas latinos y griegos, que por lo general realizaba en tercetos encadenados o en octavas reales.

    Estilo

    Escribir, piensa fray Luis, es actividad difícil (porque pongo en las palabras concierto y las escojo y les doy su lugar... porque el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice, como en la manera como se dice). Se usarán palabras comunes, pero selectas, ya que el buen escritor, entre

    Las que todos hablan, elige las que convienen y mira el sonido de ellas, y aun cuenta a veces las letras y las pesa y las mide y las compone para que no solamente digan con claridad lo que pretenden decir, sino también con armonía y dulzura

    La armonía era para él el equilibrio oral de la frase, pero en él domina sobre la dulzura, ya que no se le advierten las melosidades de, por ejemplo, la contemporánea prosa bucólica de la novela pastoril. Logra la armonía mediante una perfecta correspondencia entre fondo y forma, aprendida en los clásicos latinos, a los que estudió no sólo para imitarlos, sino para reproducir sus cualidades en castellano. Su lengua, pues, es la de Juan de Valdés: natural, selecta y sin afectación.

    Aunque su estilo es en apariencia sobrio y austero, y según Marcelino Menéndez Pelayo reflejaba la sofrosine o equilibrio griego, la crítica actual ha hecho notar que su lenguaje y técnica traslucen el carácter vehemente y apasionado del autor. Así que su estilo sólo es sencillo y austero en cuanto a las imágenes, el vocabulario y los adornos: la sintaxis, que dice más sobre la esencia verdadera del autor, se ve constreñida por la exigente forma de la lira, y recurre con frecuencia desusada al encabalgamiento abrupto y al braquistiquio, así como al hipérbaton, expresando con ello un carácter tenso y atormentado, que desborda con frecuencia el cauce del verso y aun de la estrofa. Por otra parte, su vehemencia se refleja a través de las numerosas expresiones admirativas e interjecciones que pespuntean sus versos, de ritmo entrecortado, y tanto en su prosa como en su verso recurre habitualmente a las parejas de palabras unidas por un nexo o una coma, es decir, a los dobletes de palabras con significado complementario, o a las geminaciones, dobletes de sinónimos, que reposan con su equilibrio esa pasión que se esfuerza en contener tanto en su verso como en su prosa.

    Su afán comunicativo se expresa en una particular preferencia por la segunda persona, por lo que sus textos suelen tener un carácter discursivo y de comentario moral que exhorta de alguna manera al receptor. Este tono discursivo, de alguna forma oratorio, da pie a frecuentes enumeraciones, exclamaciones e interrogaciones retóricas, y abundan también los pasajes descriptivos con el que el autor hace vivir al interlocutor en tiempo presente lo que evoca: de ahí su frecuente uso del presente histórico. Las odas son cortas: solamente dos pasan de los cien versos, la XX y la XXI. Las más importantes oscilan entre los cuarenta y los ochenta o noventa y, de las veintitrés, diecisiete están escritas en liras garcilasianas. Como ya se ha dicho, son frecuentes como manifestación de la tensión entre su vehemencia y su deseo de refrenarla los encabalgamientos, numerosísimos y a veces violentamente abruptos, por lo que caracteriza al estilo de fray Luis una tensión particular propia del Manierismo, en suma, paralela a la que se expresa en el severo y contemporáneo estilo arquitectónico herreriano.

    Utiliza un repertorio simbólico tomado de la poesía clásica latina y hebrea, que sintetiza tres tradiciones culturales distintas: la grecolatina clásica (la lírica, en especial las Odas de su admiradísimo Horacio y las Églogas de Virgilio y el neoplatonismo filosófico); la literatura bíblica (SalmosLibro de JobCantar de los Cantares) y, por último, la poesía tanto italianizante como castiza del primer Renacimiento español.

    Empezó a escribir en 1572 en prosa De los nombres de Cristo, obra en tres libros que no terminaría hasta 1585. En ella muestra la elaboración última y definitiva de los temas e ideas que esbozó en sus poesías en forma de diálogo ciceroniano donde se comentan las diversas interpretaciones de los nombres que se dan a Cristo en la Biblia: Pimpollo, Faces de Dios, Monte, Padre del Siglo futuro, Brazo de Dios, Rey de Dios, Esposo, Príncipe de Paz, Amado, Cordero, Hijo de Dios, Camino, Pastor y Jesú. Llega ahí a la máxima perfección su prosa castellana, de la que puede ser buen ejemplo el párrafo siguiente:

    Consiste, pues, la perfección de las cosas en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que por esta manera, estando todos en mí y yo en todos los otros, y teniendo yo su ser de todos ellos, y todos y cada uno de ellos teniendo el ser mío, se abrace y eslabone toda esta máquina del universo, y se reduzca a unidad la muchedumbre de sus diferencias; y quedando no mezcladas, se mezclen; y permaneciendo muchas, no lo sean; y para que, extendiéndose y como desplegándose delante los ojos la variedad y diversidad, venza y reine y ponga su silla la unidad sobre todo. Lo cual es avecinarse la criatura a Dios, de quien mana, que en tres personas es una esencia, y en infinito número de excelencias no comprensibles, una sola perfecta y sencilla excelencia (De los nombres de Cristo, lib. I).

    Para esta obra se inspiró en la de su compañero de orden Alonso de Orozco (1500-1591) De los nueve nombres de Cristo. También se deben a fray Luis obras de cierta entidad en latín (De legibus, en tres libros; In Cantica Canticorum Salomonis explanatio, 1582; In psalmum vigesimumsextum explanatio, 1582; el tratado De agno typico, las Exposiciones sobre Abdías y Ad Galatas, las Constituciones para los Recoletos de San Agustín...) y algunas otras obras morales en castellano sobre educación, como La perfecta casada (Salamanca, 1584), dirigida a su prima, María Varela Osorio, donde describe lo que para él es una esposa ejemplar y establece los deberes y atributos de la mujer casada en las relaciones de familia, las tareas cotidianas y el amor a Dios. Inspirada en fuentes clásicas y sobre todo en los Proverbios de Salomón, cuyo último capítulo expone e ilustra desde el versículo 10, es una obra que hay que poner en correlato con otras del mismo género escritas por Luis Vives (De Insitutiones Feminae Christianae, traducida al castellano en Valencia en 1528) y otros humanistas europeos del Renacimiento.

    Como traductor vertió del hebreo en verso el último capítulo del Libro de los proverbios y el Libro de Job, que además comentó, como su compañero de orden y amigo Diego de Zúñiga, importante filósofo y defensor del heliocentrismo copernicano. Más detención le supuso (tardó veinte años) terminar la Exposición del libro de Job: la empezó en la cárcel y la concluyó poco antes de morir. Primero traducía fragmentos en prosa, luego los comenta y por último los versifica al final de cada capítulo.

    Igualmente vertió el Cantar de los cantares en octavas (de esta última hay otra versión en liras que es apócrifa), para la monja Isabel Osorio; y algunos Salmos, en concreto 21, incluyendo las dos versiones del «Salmo 102». Para estas versiones de una poesía construida por medio de paralelismo semántico, adoptó a veces una conveniente estrofa, la lira de cuatro versos: A11, B7–11, A11, B7–11, que la métrica conoce como estrofa alirada. Del latín pasó al castellano las Bucólicas y los dos primeros libros de las Geórgicas de Virgilio, así como 23 versiones seguras de las Odas de Horacio y 7 que le atribuye el padre Merino; destaca también la versión del Rura tenent de Albio Tibulo y algunos fragmentos de poetas griegos (parte de la Andrómaca del trágico Eurípides y de la Olímpica I de Píndaro). De los italianos hay poemas de Pietro Bembo y Petrarca.

    Ediciones

    Aunque el propio fray Luis pensó en imprimir sus poesías hacia 1584 y a tal fin escribió una Dedicatoria a su amigo Portocarrero que se ha conservado en un manuscrito, se deduce de ella que iba a aparecer anónima o sin nombre de autor, y que compuso sus poemas:

    Más por inclinación de mi estrella que por juicio o voluntad, no porque la poesía, mayormente si se emplea en argumentos debidos, no sea digna de cualquier persona y de cualquier nombre, de lo cual es argumento el haber usado de Dios de ella en muchas partes de sus Sagrados Libros, como es notorio, sino porque conocía los juicios errados de nuestras gentes y su poca inclinación a todo lo que tiene alguna luz de ingenio o de valor [...] y así tenía por vanidad excusada a costa de mi trabajo ponerme por blanco a los golpes de mil juicios desvariados y dar materia de hablar a los que no viven de otra cosa [...] por esta causa nunca hice caso de esto que compuse, ni gasté en ello más tiempo del que tomaba para olvidarme de otros trabajos, ni puse en ello más estudio del que merecía lo que hacía para nunca salir a la luz, de lo cual ello mismo, y las faltas que en ello hay, dan suficiente testimonio.

    Sus obras alcanzaron una amplia difusión manuscrita, pero permanecieron inéditas hasta 1631, año en que Quevedo las imprimió por primera vez junto a las de otro ingenio de la Escuela de Salamanca, Francisco de la Torre, como ataque contra el desmesurado culteranismo estilístico de Góngora; llevaban el título de Obras propias, y traducciones latinas y griegas y italianas, con la parafrasi de algunos psalmos y capítulos de Iob. Sacadas de la librería de don Manuel Sarmiento de Mendoça, canónigo de la Magistral de la santa Iglesia de Sevilla (Madrid: Imprenta del Reyno, a cargo de la viuda de Luis Sánchez, 1631) y fue reimpresa el mismo año (Milán: Phelippe Guisalfi, 1631). Pero Quevedo copió las poesías de este canónigo sevillano tal cual se las dio, de forma que publicó juntas y revueltas poesías originales de fray Luis con otras apócrifas y espurias pertenecientes a familiares, como su sobrino fray Basilio Ponce de León, depositario de sus papeles, amigos, religiosos de su orden, discípulos, componentes de la primera escuela salmantina y burdos imitadores.

    El ilustrado Francisco Cerdá y Rico editó algunas en 1779 y el también ilustrado Gregorio Mayáns y Siscar otra más completa (Valencia: Tomás de Orga, 1785), a la que agregó además una biografía, entre otras muchas reimpresiones que tenían como definitiva la realizada por Quevedo. Sin embargo, los manuscritos más fieles a su obra son los conservados y copiados por su sobrino y correligionario, el fraile y teólogo agustino Basilio Ponce de León, ya que a él le fueron entregados a su muerte por la Orden Agustina para que los editara. En el siglo XVIII hizo una edición de sus obras un filólogo tan acreditado como el manchego Pedro Estala, fundándose en un manuscrito valenciano; ya es una edición crítica, sin embargo, la que realiza el agustino fray Antolín Merino (1805-1806) en cinco volúmenes, cotejando numerosos manuscritos, con el título de Obras del maestro fray Luis de León, fruto del fervor que a este escritor tuvieron siempre los integrantes de la Segunda escuela poética salmantina; él estableció el canon actual de textos considerados como estrictamente luisianos. Salvador Faulí realizó una de De los nombres de Christo, añadido juntamente el nombre de Cordero (Valencia: Salvador Faulí, 1770). En el siglo XIX hay que reseñar la edición de la Biblioteca de Autores Españoles (Madrid, Manuel Rivadeneyra, 1855).

    Entre las ediciones modernas, son dignas de mención la que sobre Los nombres de Cristo editó el padre Manuel Fraile (1907) y de esa misma obra Federico de Onís para los Clásicos Castellanos de la Editorial Castalia en tres volúmenes, correspondientes a 1914 el primero y 1922 los otros dos; y la realizada por el poeta de la Generación del 98 Enrique de Mesa de De los nombres de Cristo en 1876 y 1917.

    De las obras poéticas de fray Luis de León hizo en 1932-1933 una buena edición el P. Llobera, en dos volúmenes que contenían, respectivamente, las Poesías originales (volumen I) y las Traducciones del latín griego y toscano e imitaciones (volumen II); se trata de una obra editada en Cuenca y difícil de encontrar actualmente, aunque fue reeditada en facsímil en 2001 por la Diputación Provincial de Cuenca con introducción de Hilario Priego y José Antonio Silva Herranz.

    Luis Astrana Marín realizó una de La perfecta casada (Madrid: Aguilar, 1933), bastante reimpresa, a la que siguió la de Elena Milazzo (Roma, 1955); Joaquín Antonio Peñalosa editó esta obra junto con las poesías originales y el Cantar de los Cantares en la editorial Porrúa de México (1970); tuvieron mucho curso además las ediciones del agustino Ángel Custodio Vega para la BAC o Biblioteca de Autores Cristianos; una reimpresión de su ed. de las Poesías está aún disponible (Barcelona: Planeta, 1970). Juan F. Alcina realizó otra de su Poesía (Madrid: Cátedra, 1986); además tenemos las de Cristóbal Cuevas de De los nombres de Cristo (Madrid: Cátedra, 1977), de su Poesía completa (Madrid: Castalia, 1998) y de Fray Luis de León y la escuela salmantina (Madrid: Taurus, 1986); por parte de José Manuel Blecua hay ediciones de su Poesía completa (Madrid: Gredos, 1990) y del Cantar de Cantares de Salomón (Madrid: Gredos, 1994). José María Becerra Hiraldo editó por su parte Cantar de los Cantares. Interpretaciones literal, espiritual, profética (El Escorial: Ediciones Escurialenses, 1992) y el Comentario al Cantar de los Cantares (Madrid: Cátedra, 2004). Antonio Sánchez Zamarreño realizó una nueva de De los nombres de Cristo (Madrid: Austral, 1991); José Barrientos, por otra parte, imprimió su Epistolario. Cartas, licencias, poderes, dictámenes (Madrid, Revista Agustiniana, 2001) y, con Emiliano Fernández Vallina, hizo la edición bilingüe latín-castellano de su Tratado sobre la Ley (Monasterio de El Escorial: Ediciones Escurialenses, 2005). También ha sido editado por Ángel Alcalá El proceso inquisitorial de fray Luis de León (Salamanca, Junta de Castilla y León, 1991)

    Monumento en Salamanca

    En 1858, con motivo del traslado de los restos de fray Luis de León a la capilla de San Jerónimo de la Universidad, el claustro universitario planteó la posibilidad de abrir una suscripción popular para erigir un monumento. El proceso de selección del autor se hizo mediante concurso, quedando adjudicado el primer premio a Nicasio Sevilla en 1866 y el Patio de Escuelas como su lugar de colocación, frente a la fachada de la Universidad. El autor solicita a la Academia de Bellas Artes de San Fernando viajar a Roma para la realización de la obra. Allí estudia el fresco de la Escuela de Atenas de Rafael, tomando la figura de Aristóteles como modelo para su realización. En 1868 se realiza la fundición de la escultura en Marsella y, tras su viaje a España, queda definitivamente inaugurada el 25 de abril de 1869 con unos grandes actos y festejos prolongados varios días.

    Índice

    VIDA DE FRAY LUIS DE LEÓN

    POR

    D. JOSÉ GONZÁLEZ DE TEJADA 

    1863

    Hijos de Gómez de León, escudero que vivía de sus viñas y heredades, y de Leonor de Tapia, su mujer, eran el doctor Francisco de León, catedrático de prima en Salamanca, el licenciado Antonio de León, abogado en corte, Luis de León, clérigo tesorero en la colegial de Belmonte, en cuyo cargo reemplazó á su tío Juan de León, y don Lope, padre de nuestro poeta, que también se dedicó al noble ejercicio de la abogacía.

    El no existir en Belmonte libros parroquiales de aquella fecha {1} no nos permite saber cuándo D. Lope contrajo matrimonio. Resulta sin embargo, del proceso seguido al célebre agustino, que la madre de este se llamaba doña Inés de Valera y Alarcon, y que era también descendiente de familia avecindada desde remotos tiempos en aquellas tierras. Ejercia Juan de Valera, padre de esta señora, y marido de Mencía Alvarez Ossorio, el cargo de contino de S. M.; y prueba lo distinguido de esta familia el ser los hermanos de doña Inés, capitán el uno en Italia, canónigo el otro de Belmonte, alcaide de Palos el tercero, y el restante camarero del duque de Maqueda.

    Después de su boda, y hasta el nacimiento de Fr. Luis de León, debió D. Lope ejercer la abogacía en su ciudad natal. Por el año de 4532 trasladóse á Madrid, siendo abogado en corte, cuando esta se pasó á aquella villa; y sin duda su mérito le alcanzó renombre, mereciendo por ello ser elegido en 1541 oidor de la Chancillería de Granada {2}; puesto que ocupó hasta 1560, según noticias del marqués de Valdeflores, por cuyo tiempo debió ocurrir su muerte, como se deduce de las declaraciones de su hijo

    {3}.

    Cuatro hijos y dos hijas nacieron del matrimonio de D. Lope Ponce y doña Inés Valera, siendo el mayor de ellos nuestro poeta, segun él mismo aseguró ante el Santo Oficio. Es pues inexacta la opinión del colector del Parnaso Español que le supone el último en edad de sus hermanos {4}. Dos de estos, D. Cristóbal y D. Miguel, fueron veinticuatros de Granaba. Según el mismo Sedaño, la veinticuatría del Miguel estaba aneja al mayorazgo de segundo-genitura, fundado á su favor por D. Lope con una asignación de 2.000 ducados exclusivamente para aquel oficio; pero los datos existentes en Simancas no acreditan ciertamente la exactitud de tal especie. Consta en aquel archivo que la facultad de fundar mayorazgo se concedió á D. Lope en 21 de Abril de 1543, no resultando nada respecto á la veinticuatría sino en 1539 (40 de Noviembre) que aparece haberse concedido á D. Miguel Fernandez el Zegri; por vacación de un D. Miguel de León, que no debía ser el hermano de Fr. Luis, atendida la edad que este tendría en aquella fecha.

    Más fácil es que las veinticuatrias servidas por los hermanos de nuestro autor fueran las que resultan en el archivo de aquellos oficios en Granada, con los números 27 y 42. Efectivamente, entre sus poseedores aparecen los nombres de D. Cristóbal de León y D. Miguel de León que entraron á desempeñarlas el primero en 1556, y en 4562 el segundo

    {5}.

    Las dos hijas de D. Lope, llamadas doña Mencía de Tapia y doña María de Alarcon, casáronse aquella con Francisco Dávalos, vecino de la villa de Hellin y ésta con el doctor Jaramillo, abogado de Granada, sabiéndose que habia muerto en 4572, lo mismo que el otro hermano Antonio de León que fué clérigo.

    Dejando ya tanta digresión acerca de los hermanos menores, vamos ¿ tratar del mayor, objeto de estas páginas. Costumbre corriente para los historiadores de cada pueblo es traer á que nazcan en el mismo todos los personajes que por su fama pueden honrarle y por circunstancias particulares suponerse nacidos en el punto que acomoda á los escritores. De aquí que á Fr. Luis de León le haya visto bautizar una parte de sus biógrafos en Granada, mientras la otra le contemplaba llegar al mundo en Madrid ó en Belmonte {6}, no faltando tampoco quien nos asegure que nació en Sevilla. El haber desempeñado el padre de nuestro poeta el cargo de oidor en la ciudad de Boabdil, pudo ser causa de que le dieran por patria la del otro Fr. Luis, equivocación en que nadie hubiera caido con solo tomarse el trabajo de cotejar la fecha del nombramiento de D. Lope Ponce para la Chancilleria de Granada y la edad que al agustino salmanticense atribuye su epitafio.

    Descubierto ya en nuestros días el proceso instruido por el Santo Oficio no queda la menor duda acerca del particular {7}. Fr. Luis de León vio la luz del sol en Belmonte en el año de 4527, siendo su padre abogado en aquella villa. Pasó allí su primera infancia, y á los cinco ó seis años lleváronle á Madrid, donde D. Lope iba á ejercer la abogacía. En la corte recibió la educación primera, y á los 14 años enviáronle á estudiar cánones en Salamanca. Querido de sus padres, que le proporcionaban medios de seguir carrera; debiendo esperar una lucida posición en el mundo por la que D. Lope ocupaba, rodeado en fin de risueñas esperanzas, no se sabe qué pudo influir en él en tan tierna edad para hacerle trocar los placeres de la vida por las austeridades del claustro. Es sin embargo lo mas probable que una temprana vocación le llevara á tomar el hábito de San Agustín, en el convento de la misma orden de aquella ciudad, á los cuatro ó cinco meses {8} de haber llegado á ella. Cuatro mil ducados de renta que su padre tenia vinculados en él, como mayor de los hijos, dejaba por entrar en religión, según él mismo nos dice {9}. Contento sin embargo con una pequeña dotación para libros, abandonaba el mundo, para él sin placeres, por dedicarse al estudio y á la contemplación de las cosas divinas y de los encantos de la naturaleza.

    Seguia entre tanto sus estudios; y en 29 de Enero de 1544, á los 46 años de edad profesó en el convento de San Agustín, siendo prior el padre Fr. Alonso Dávila, y dándole la profesión el padre provincial Fr. Francisco de Nieva

    {10}.

    La falta de libros de matricula en Salamanca, anteriores á 1546, no nos permite saber qué clase de estudios ocuparon á nuestro joven desde su llegada á las famosas aulas, que habian de aplaudir un día su ciencia y su talento. En aquel año le hallamos inscrito entre los que se dedicaban al conocimiento del griego y de la retórica

    {11}.

    Más conforme con su genio y con su nuevo estado la carrera ele teología que la de cánones, á que pensó dedicarse, si hemos de creer lo que él mismo dioe, consagróse á ella, apareciendo haberse matriculado en 1553, y pasando luego no sé por qué motivo á cursar los cuatro años siguientes en la Universidad de Toledo, donde recibió el grado de bachiller. Con el dulce Francisco de la Torre, gloria de las musas castellanas y con el rector del colegio de San Agustin Fr. Gabriel Rojas y otros varios colegiales, vérnosle matriculado en Alcalá como estudiante de teología desde San Lucas, ó sea desde principio del curso de 1556 {12}; y en 1558 vuelve de nuevo á las aulas de Salamanca.

    Desde 1558 empieza verdaderamente su carrera en esta Universidad. En 31 de Octubre se halla la incorporación de los cuatro cursos y el grado de bachiller seguidos y ganado en Toledo {13}. En Mayo de 1560 hallamos el expediente de sus ejercicios para licenciado, honor que obtuvo por unanimidad de votos, {14} logrando también en el mismo año las insignias del doctorado. Ya anteriormente había conseguido el titulo de maestro en Artes {14}.

    Endulzando la austeridad de sus estudios, dedicábase al mismo tiempo al ejercicio de las lenguas sabias. Su perfecto conocimiento del griego, del hebreo y del latin lo prueban sus traducciones, que no tienen rival en nuestra lengua; y según asegura Francisco Pacheco, era además famoso matemático, y aun argüia en los actos de la facultad de medicina

    {15}.

    Tan vasto ingenio no podia pasarse sin el adorno y la amenidad de las artes. Pacheco nos dice «que Fr. Luis estudió sin maestro la pintura, y la ejercitó tan diestramente que entre otras cosas hizo (cosa difícil) su mesmo retrato:» y del entusiasmo con que ensalza á Francisco Salinas, maestro de música, y de la declaración de Pedro Ramírez; procurador del fisco de S. M. en el Santo Oficio, que manifestó conocer á nuestro autor porque un hermano suyo le enseñaba música, parece presumible que también tenia conocimiento del arte sublime de la armonía.

    En esta época de su existencia debió escribir muchos de sus rasgos poéticos; joven, cercado de aplausos y y lejos del bullicio y de los sinsabores del mundo, natural era que su imaginación volase libremente, produciendo sazonados frutos sus vastísimos conocimientos.

    La afición á los clásicos latinos era universal en aquel tiempo; el que entonces pulsara la lira debía necesariamente imitar en sus canciones la forma y los pensamientos de Virgilio o de Horacio, para merecer la aprobación de los doctos. De aquí que Fr. Luis de León se viera cercado de ellos en su niñez, y aprendiera desde muy temprano á conocerlos, enderezando su ingenio por el camino del buen gusto: de aquí su predilección por Horacio, el más conforme con su carácter pensador y filosófico, y de aquí que procurando imitarle en las formas, se hiciera uno de los poetas más originales de nuestra patria. Y digo en las formas porque nada más que en las formas se parecen el cantor español y los del Lacio. Ni puede ser otra cosa: porque ¿cómo hallar semejanza de pensamientos entre un poeta cristiano y un cantor del paganismo? El que cantaba la Ascensión de Cristo y la pureza de la Santísima Virgen jamás puede asemejarse al que ensalzaba las glorias de Baco y los placeres de Venus. Tal vez haya parecido en la estructura exterior, en la fachada, por decirlo así, de sus obras; pero el fondo de estas, que es lo esencial en todos los productos del ingenio, ninguna analogía tiene, por mas que el afán de algunos críticos haya querido buscarla, creyendo aumentar el mérito de nuestro autor con hacerle copia de las bellezas de los clásicos.

    ¿Pues qué, dirá alguien sin duda, la Canción a todos los santos, la Profecía del Tajo y la que empieza «Qué descansada vida...» no son puras imitaciones de Horacio? En la forma sí; ¿pero esto es un defecto por ventura? Cuando la poesía castellana empezaba á formarse ¿no era llevarla por el mejor camino el copiar los buenos modelos?

    Respecto á que la forma es igual en la primera y en el ¿Quem virum ninguna duda cabe; pero ¿basta que se trate de los santos en aquella y de los dioses en esta, con el mismo orden simétrico para decir que es la una completa imitación de la otra? En la Profecía del Tajo habla el rio dirigiéndose al monarca godo, y Nereo en la oda Pastor cyn traheret: la estructura del discurso es igual en ambas.

    Ay, ¡cuanto de fatiga 

    ay, cuanto de dolor está presente, 

    al que viste loriga, 

    al infante valiente,

    á hombres y caballos juntamente!

    dicese en aquella; y

    Eheu, quantus equis, quantus adest viris 

    sudor! quanta moves funera Dardanae

    genti! Jam galeam Pedias et agida

    currusque et rabiem parat

    exclámase en la segunda; pero ¿cuántas nuevas bellezas no hallamos en el autor español? ¿Dónde están en la oda latina estas imágenes:

    Cubre la gente el suelo,

    debajo de las velas desparece 

    la mar, la voz al cielo 

    confusa y varia crece, 

    el polvo roba el día y le oscurece?

    El enérgico «acude, acorre, vuela,» la pintura de Neptuno abriendo paso á las naves por el «hercúleo estrecho, con la punta acerada,» ¿no son adornos completamente originales y tan buenos como los mejores de la composición de Horacio?

    En cuanto á la oda en alabanza de la vida del campo, parécese al Beatus ille en que pinta las dulzuras campestres; pero ni esta misma pintura, ni el fin moral de la composición tiene nada de semejante en las dos poesías. La del agustino es puramente un elogio de la vida campestre; la del protegido de Mecenas es una sátira contra lo incorregible de la avaricia.

    Esta afición á los clásicos, pues, trazó el camino á nuestro poeta. Pero aun hallaba, como he dicho, en su infancia, la poesia castellana. No hacia muchos años que Boscan ensayaba la introducción de nuevas formas claudatorpoéticas én España, y que el dulce Garcilaso daba albergue en nuestro duelo a nuevas musas vestidas en traje italiano. Inocente, sencilla y juguetona la musa del guerrero de Carlos V, como las primeras horas del dia, y como la doncella que empieza á contemplarse hermosa y á gozar los encantos del mundo, complacíase en cantar la belleza de los campos, los gorjeos de las avecillas y los irespetuosos amores de nobles caballeros ocultos bajo el nombre de Salicios y Nemorosos, bajo cuyo pellico se veia brillar la coraza, y cuyo lenguaje era mas propio de dorados alcázares que de pajizas chozas.

    Pero el maestro León estaba destinado á sacar la poesía de la adolescencia y guiarla en los generosos arranques de la juventud. Por eso si pinta las bellezas de los campos, no es únicamente por hacer cuadros agradables y descripciones del género bucólico, sino para meditar sobre la fragilidad del mundo y lo breve y miserable de nuestra existencia. No las quejas de enamorados é inverosimiles pastores hacen resonar su lira: educado en el claustro y dedicado á la meditación, si recorre las galas de la naturaleza es para exclamar

    Y pues toda la tierra 

    tan fea me parece viendo el cielo, 

    y todo lo que encierra 

    el estrellado velo,

    no quiero desde hoy mas amor del suelo.

    Siempre en fin sus acentos son en alabanza de Dios, siempre consagrados á recordar lo perecedero del mundo y lo eterno de los goces celestiales: ora exclama

    ¿Qué vale el no tocado 

    tesoro, si corrompe el dulce sueño, 

    si estrecha el ñudo dado, 

    si mas enturbia el ceño 

    y deja en la riqueza pobre al dueño?

    Ora

    El hombre está entregado 

    al sueño, de su suerte no cuidando,

    y con paso callado 

    el cielo vueltas dando 

    las horas del vivir le va hurtando.

    Ya deja,volar su fantasía en la contemplación do los arcanos de la naturaleza, imaginándose verlos desde la mansión de los justos, libre de los vínculos terrenales:

    Veré las inmortales

    columnas, do la tierra está fundada, 

    las lindes y señales 

    con que á la mar hinchada

    la providencia tiene aprisionada.

    .....................

    Las soberanas aguas,

    del aire en la región quien las sostiene; 

    de los rayos las fraguas; 

    dó los tesoros tiene 

    de nieve Dios, y el trueno donde viene.

    Ya sigue la nave que trae á España el cuerpo del Apóstol, donde mezcla, si no con oportunidad, á lo menos con belleza, las glorias de nuestra patria y los milagros del catolicismo con los retozos de las nereidas

    Por los tendidos mares

    la rica navecilla va cortando;

    nereidas á millares

    del agua el pecho alzando 

    trabadas {16} cutre sí, la van mirando.

    Y de ellas hubo alguna 

    que, con las manos, de la nave asida

    la aguija con la una,

    y con la otra tendida

    á las demás que lleguen las convida.

    Alguna vez el asunto de las poesías no es puramente religioso 6 moral, pero ni aun en estos casos Fr. Luis se présenta como escritor profano. Si pinta al Tajo recordando sus deberes al rey Rodrigo, es para hacer ver cuan funestas son las consecuencias del vicio; si canta el nacimiento de una hija del marqués de Alcañices, mezcla entre los lugares comunes propios de tal clase de poesías no pocas reflexiones morales.

    Y no sólo manifiesta Fr. Luis de León en sus odas tener un alma de poeta; es además pintor excelente y escultor perfecto, y consumado. Ese grupo de nereidas que rodea graciosamente la navecilla que lleva el cuerpo de Santiago ¿no le habéis visto en algún bajo relieve antiguo? Los versos de Fr. Luis que le copian, son una fotografía con todo el bulto, con todo el movimiento, con toda la delicadeza de contornos del original. Ojead sus poesias y encontrareis en abundancia paisajes embalsamados por el aroma de las flores, donde

    El aire el huerto orea 

    y ofrece mil olores al sentido,

    los árboles menea

    con un manso ruido 

    que del oro y del cetro pone olvido;

    cuadros de hermosa composición, como el que representa á la Magdalena que

    Lavaba larga en lloro 

    al que su torpe mal lavando estaba; 

    limpiaba con el oro 

    que su cabeza ornaba 

    á la limpieza, y paz su paz daba.

    y fantasías de enérgico colorido:

    Y entre las nubes mueve

    su carro, Dios ligero y reluciente,

    horrible son conmueve,

    relumbra fuego ardiente,

    treme la tierra, humillase la gente.

    En aquella época, en fin, ¿cómo no ser poeta y pintor á un tiempo mismo? La poesía y las bellas artes caminan siempre asidas de las manos; cuando una de ellas va por mal camino, las otras tienen que seguirla. Ved los templos derruidos de Grecia, y encontrareis en ellos ta misma sencilla grandiosidad que en Sófocles y Eurípides. Roma os presenta al lado de sus arcos triunfales y sus anfiteatros las odas de Horacio y la Eneida; llena el churriguerismo de inverosímiles adornos lascases, y de retruécanos y sandeces el teatro, la poesía lírica y hasta los sermones; y después de los fríos cuadros de David y sus discípulos, contemporáneos de las comedias sujetas á las tres unidades y del renacimiento de las anacreónticas, con sus arrullos y sus zagalejas, viene la época presente copiando en el lodo y el yeso con que adorna las fachadas el desorden y los desatinos del articulo de fondo y la gacetilla.

    Por eso el siglo XVI es completo, y Fr. Luis de León á la vez pintor y poeta: cuando España se ilustraba con las obras del cincel de Berruguete, de Monegro y de Siloe, y de los pinceles de Vicente Joanes, de Pantoja y del Mudo; cuando el monasterio del Escorial se elevaba á la voz de Juan de Herrera, no podían menos de escribir inmortales páginas Santa Teresa y San Juan de la Cruz y los dos Luises. 

    De estos años debieron ser obra también muchas de las traducciones de Fr. Luis: las odas de Horacio, que gallardamente puestas en romance corren con su nombre, las églogas y parte de las geórgicas de Virgilio y alguna de Tibulo y Pindaro, deben contarse en este número. Pasan todas ellas como modelos de semejante clase de trabajos, en especial las églogas de Virgilio. Acaso una parte de la versión de los Salmos corresponda á la misma fecha, según hace presumir su afición á los estudios religiosos, á que constantemente se dedicó desde los primeros años; siendo en mi juicio posteriores, y escritas en la cárcel ó después de salir de ella, las traducciones del libro de Job y del mayor número de los Salmos. De unas y de otras hablaré con mayor despacio mas adelante.

    Dejamos á Fr. Luis al empezar esta larga digresión adornado con el lauro de la ciencia {17}. La universidad le prodigaba los mas altos honores; aplaudía su saber y sus virtudes la juventud estudiosa, y unos y otros buscabas su consejo. Necesario era ya que para gloria eterna de las aulas salmanticenses resonase desde la cátedra la voz de varón tan insigne. Asi sucedió en efecto: con extraordinario aplauso y preferencia á otros opositores, entre los cuales los había catedráticos, cincuenta y tres votos de exceso le daban la cátedra de Santo Tomás en la vigilia de la celebridad del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, año de 1564 {18}. Votaban entonces los mismos estudiantes, por lo cual, los que aspiraban al titulo de maestros debian granjearse su aprecia, dedicándose con esmero al estudio y á la enseñanza. Prueba es por consiguiente tan señalado triunfo de lo mucho que ya entonces se apreciaba y distinguia al gran poeta.

    Ni fué aquella la única ocasión en que demostró sus conocimientos: algunos años después (1565) obtuvo también la cátedra de Durando, previa oposición como para la otra, según él mismo dice, y según lo acreditan los documentos que acaban de encontrarse en Salamanca

    {19}.

    Tal es lo que podemos llamar primera parte de la vida de Fr. Luis de León. La virtud y las letras ocupaban sus días, que pudieran contarse por sus triunfos; gozosa acudía la juventud disputándose la entrada en las aulas por oir sus lecturas; difundíanse lo mismo estas que cuanto en verso y prosa brotaban de su pluma, llegando las copias hasta las mas apartadas regiones, y la Universidad conocedora de su mérito le encargaba después del concilio Tridentino juntamente con el Dr. Miguel Francés la reducción del calendario. Ay! que pronto la envidia, enemiga de todo lo bueno, había de trocar tanta felicidad en los horrores de un calabozo. Pero no adelantemos los sucesos.

    Del mismo modo que hoy es la política abundante manantial de cuestiones en tertulias y cafés, y en calles y paseos, lo eran entonces los asuntos teológicos entre los maestros de las universidades; y sucedía frecuentemente que de alegres y amistosos tornábanse aquellos coloquios ásperos é ingratos, como que en ellos se interesaba el amor propio de los contendientes {20}. Y no solo en las juntas de catedráticos, sino en las celdas, en las calles, y hasta en los paseos, donde quiera que llegaban á juntarse dos, fuesen maestros ó estudiantes, se entablaba al instante la polémica. El mismo Fr. Luis nos presenta á Sabino y Juliano discutiendo sobre los nombres de Cristo en los momentos dedicados al recreo en la deliciosa isleta bañada por el Tormes.

    En tales cuestiones teológicas tomaron gran parte, llegando á hacerse enemigos declarados, los frailes de Santo Domingo y los de San Agustín, á cuya orden pertenecía Fr. Luis. El genio fuerte y vivo de éste, y su vastísima ciencia y grandes conocimientos en el hebreo, griego y latín, tan útiles para la interpretación de las Sagradas Escrituras, excitaron la envidia de no pocos. Resentíanse también contra él los frailes de San Gerónimo, porque Fr. Luis fué parte, según él dice, á que uno de ellos, Fr. Héctor Pinto, «no hubiese en esta universidad un partido que pretendía» {21}, y por haberle sido contrario en una cátedra que pretendió y perdió. Y por igual razón le odiaba el maestro Rodríguez, también derrotado por él en las oposiciones á las cátedras de Santo Tomás y de Durando, y el cual no ponia en buena fama á nuestro autor, según éste asegura.

    Pero el mayor de los enemigos de Fr. Luis de León y el mas cruel y encarnizado de todos ellos era el maestro León de Castro, hombre por entonces de unos sesenta años, de carácter díscolo y violento, catedrático de Prima y jubilado de gramática, y envidioso perseguidor de todos los hombres notables de aquel tiempo. Asi lo decía con su sabia ingenuidad en una carta escrita en defensa de Arias Montano, el célebre historiador de aquella universidad Pedro Chacón. Ya dirigida al mismo León de Castro, y exprésase en estos términos. «Y si para mayor prueba, añadiere á esto lo que se dejan decir los que vienen de Salamanca, que vuesa merced por si ó por interpuesta persona ha hecho prender á los que en estos reinos acompañan la teología con letras griegas y hebreas para quedar solo en la monarquía, y que ahora pretende hacer lo mismo con Arias Montano, entendiendo que vuelve á España, para que muertos ó encerrados los perros no puedan ladrar ni descubrir la celada, nos dejarán estas cosas incadas púas de siniestras sospechas en el ánimo de los jueces.» No menos enérgico el resto de la carta, trátase en ella á León de Castro como «herege peor que Celso y Porfirio; y como Mahometano y como Atheista, que quería introducir en España esta mala peste, y derribar el fundamento firme de la Sagrada Escritura, y tomar por instrumento para ello la autoridad del Supremo Consejo de la Inquisición para que ninguno se atreviese á reedificarle.» Añadiendo «que mofaba y burlaba en sus papeles del Sumo Pontífice, porque dio el motu propio para la edición de la Biblia regia, y de los Cardenales porque la aprobaron, y de los Obispos de España porque la consintieron, y del Rey porque la mandó imprimir y la autorizó con su nombre.» También nuestro autor, á pesar de su. discreta moderación, asegura que le tenia por hombre de poco juicio, y que en un libro que habia escrito destruía la autoridad de la Vulgata {22}. Esto además de expresar á veces opiniones sospechosas sobre puntos teológicos, que Fr. Luis de Leon rechazaba enérgicamente

    {23}.

    Tal era el maestro León de Castro, que á pesar de tan malas propiedades ocupaba una cátedra en aquella ilustre escuela, y llegó después, en el año de 1580, á obtener la plaza de lectoral en Valladolid.

    Veiase Fr. Luis de León precisado á tener con este hombre frecuentes cuestiones por razón del puesto que ambos ocupaban {24}. Ya sospechaba y conocía que sus enemigos no habían de perdonar ninguna especie de calumnias para perderle. «Demás de esto digo que tengo grande sospecha no me hayan levantado algún falso testimonio, porque sé que de dos años á esta parte se han dicho y dicen algunas cosas de mí que son mentiras manifiestas, y sé que tengo muchos enemigos.» Asi decia él mismo, y asi sucedía efectivamente: trece ó catorce años continuos estuvo leyendo teología en las escuelas de Salamanca teniendo sobre si en constante acecho los ojos de los frailes de Santo Domingo. Uno de ellos el maestro Fr. Bartolomé de Medina {25}, asociado con León de Castro, siempre contrarios ambos en opiniones á Fr. Luis, vanamente buscó entre sus escritos y papeles, fingiéndose amigo, cosa de que poder denunciarle. Todo fué trabajo inútil hasta que uniéndose varios de aquellos infames que pertenecían á la clase tan de mano maestra descrita por Fr. Luis en el libro de Job, {26} y otros que sólo eran de esas personas que viven únicamente para hacer coro y servir de instrumento á los osados, tramaron contra el sabio y virtuosísimo maestro, la intriga que juzgaron bastante para perderle, y lo ha sido por el contrario, para manchar eternamente la memoria de tales calumniadores, y elevar más y más la del célebre agustino

    {27}.

    «Perseguir á un miserable y dar pena al que nada en ella, y al caído y al dolorido acrecentarle mas el dolor, es caso vilísimo y de corazones bajos, y villanos, y desnudos de toda humanidad y virtud.........Dios nos libre de un necio tocado de religioso y con celo imprudente, que no hay enemigo peor...» Así decia más tarde retratando de mano maestra á sus perseguidores.

    La guerra continua en que los teólogos vivían á causa de sus pretensiones y competencias, por lo cual, dice Fr. Luis «todos teníamos enemigos»; y el entender muchas veces los oyentes una cosa en lugar de otra, se aprovechó por los émulos de nuestro autor. Habia entre los papeles de éste muchos que no eran composición suya, ni aun siquiera de su propiedad, como lecturas de los maestros Victoria, Ganó y Vega, Fr. Pedro de Sotomayor, Fr. Juan de la Peña, Gallo, Guevara y otros, juntamente con diversos cartapacios que frailes y distintas personas le habían prestado, y varios sermones en suma que habia copiado de su letra después de oírlos al dominico Fr. Alopso Gutiérrez. Y aunque, como él asegura, en dichos papeles no creia que hubiese cosa alguna de mala doctrina, y muchos de ellos, ni siquiera los habia leído, este fué uno de los medios que utilizaron sus enemigos para hacerle la guerra.

    ¡Qué más! hasta la amistad, ese movimiento espontáneo del alma que embellece la vida, se convertía en motivo de persecuciones para nuestro autor. Era este con efecto amigo de cierto maestro llamado Grajal, y así lo confesaba ante la Inquisición, añadiendo: «Y querelle yo bien comenzó de que siendo competidores en la cátedra de Biblia, que él llevó, en las demás oposiciones que yo hice, sin cabello yo» trató en mi favor con tanto cuidado y con tan gran encarecimiento de buenas palabras, que cuando lo supe quedé obligado, á tratalle, y del trato resultó conocer en él uno de los hombres de mas sanas y limpias entrañas y mas sin doblez que yo he tratado; y ansi nuestra amistad fué siempre, no como de hombres de letras para comunicar y conferir nuestros estudios, sino como dos hombres que trataban ambos de ser hombres de bien, y por conocer esto el uno del otro se querían bien. Y en tanto es esto verdad, añadia, que en muchos años que nos tratarnos, fuera de lo que yo le oia á él ó él me oia á

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