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HECHOS QUE

PRUEBAN

AMALIA DOMINGO SOLER

Razones que fundamentan la Ley de


Reencarnación

El dolor y los sufrimientos como


confirmación y prueba de la justicia de
Dios.

Solución a muchos enigmas de la


ciencia, la filosofía y la religión.
VIDENCIAS Y COMUNICACIONES

Siguiendo nuestra costumbre de publicar todo lo bueno que sabemos respecto a Espiritismo,
extractaremos una extensa carta que hemos recibido, dándonos cuenta de nuevas videncias y
comunicaciones obtenidas por el médium, del que ya nos hemos ocupado en nuestro artículo
“Protección espiritual”.
Como la vida terrena es una serie de penalidades, conviene muchísimo leer y meditar las
comunicaciones ultraterrenas que nos impulsan a la resignación y a la esperanza.
Hay tanto que sufrir... que nos es muy necesario saber esperar, confiando en la misericordia de
Dios y en el gigante esfuerzo de nuestra inquebrantable voluntad.
Nuestro hermano nos habla en su carta de varias videncias en las cuales el médium no sólo ve
figuras hermosísimas de Espíritus luminosos, cuya contemplación transporta al médium a otras
regiones, sino que llegan hasta él palabras dulcísimas que le hacen comprender que, tras de la Tierra,
hay otra vida de amor y de progreso indefinido.
El médium, para obtener videncias y comunicaciones, se aísla por completo de las miserias
humanas, se desprende de amargos recuerdos y de tristes pensamientos y sólo piensa en la grandeza
de Dios. En varias sesiones, estando fuera de este mundo, ha escuchado las comunicaciones dadas
por diversos Espíritus, que copiamos a continuación.

***

“Tanto como más humildes seáis, menos el mundo os conocerá, porque la humanidad quiere
vanidad, fausto y cosas mundanas. Las distracciones de la Tierra son para los del mundo; vosotras ya
encontraréis alegrías divinas en el reino de Dios.
“Los humildes debéis sentir satisfacción en llevar vuestra cruz, sino ¿en qué os pareceríais al
Maestro?, ¿en qué podrías acreditar que sois sumisos y resignados, y qué testimonio daríais al Padre
de que acatáis su ley? Vosotros debéis ser como el navegante viajando en alta mar, que en medio de
la borrasca ve venir las olas tan furiosas que parece que han de sumergir el buque: tras una ola viene
otra y otra, pero el navegante resiste y lucha hasta vencer, porque sabe que le va la vida. ¡Ay de él si
pierde la serenidad!
“Así sois vosotros, las pruebas de la vida son borrascas y a veces parece que os han de
anonadar. ¡Ay de vosotros si os desesperáis!; ¡pedid fuerzas y luchad con valor! Y así como el
navegante pasada la tempestad goza días plácidos y alegres, cantando al compás del balanceo de su
buque, así vosotros viviréis alegres y dichosos en el reino de Dios, cuando hayáis triunfado de vuestras
pruebas y sufrimientos”.

***

“No esperes nada bueno de este mundo, porque muchos gustan de rendir culto a la vanidad y
se apartan de la virtud. Ten valor y resignación para llevar la cruz de tu cautiverio.
“Levanta tu pensamiento y recuerda la multitud de mártires, recuerda la calle de la Amargura,
el monte Calvario, la Cruz, la Muerte. ¿Has llegado tú a tal extremo? Conforta tu voluntad, ama el
dolor, ama los sinsabores y las angustias y acata la ley, que el Padre todo lo ha hecho bien, y un día,
que será de siglos, todo se volverá luz, dicha y paz”.

***

“Venid a mí, que yo os haré elevar las oraciones al Padre. Le dais ahora gracias por lo que os
satisface, está bien; pero dádselas también cuando estéis en tribulación y os abrume el dolor, y
dádselas con serenidad y amor, que precisamente eso e lo que os eleva.
“Rechazad toda clase de pensamientos que no os honren delante de Dios”.

***
“¿Qué pedís? ¿No tienes satisfecho el día de hoy? Da gracias a Dios. Si te sobrara algo podría
perderse o hacerse un uso contrario a tus deseos. No pienses en mañana, que mañana será un nuevo
día. Cuando así lo hagas y los sufrimientos, las pruebas y los dolores no te aflijan, ni te hagan caer,
piensa que has dado un paso hacia tu perfección; mas si procuras para mañana y los sufrimientos te
hacen perder la calma, piensa que aún estás en el mismo lugar”.

***

“Venid a mí los que estéis agobiados y os debata la tristeza, que yo os aliviaré y acudiréis al
Padre, para lo cual no necesitáis riquezas ni títulos, sino abnegación, amor y sacrificios; pedidme, yo
vendré, que procedo del Padre que nos ama a todos y está con nosotros si nosotros estamos con Él.
“No os quejéis de vuestras pruebas, porque ¿quiénes sois vosotros para murmurar? Dad
gracias a Dios y resignaos con la ley divina”.

***

“La Tierra que el Padre os ha cedido para vuestra depuración podría haceros felices, si todos,
pobres y ricos, pensarais cada día: ¿a qué he venido a la Tierra? Pero habéis faltado y faltáis a la ley.
Las pasiones, el orgullo y la crueldad se han apoderado de la humanidad y en lugar de hacer un edén
de ese mundo que habitáis, lo habéis convertido en un infierno, y digo infierno porque en la Creación
no hay otros infiernos que aquellos que los hijos rebeldes se crean, en donde sufren y en donde sufrís,
porque en lugar de la paz tenéis la guerra, y en vez de amaros no os podéis sufrir los unos a los otros,
y gran parte de la humanidad vive como las fieras: gruñendo y despedazándose, y el resultado de tal
proceder son lágrimas, sangre, horrores, crímenes, sufrimientos, castigos y turbaciones, por siglos y
siglos”.

***

“Si los que acatáis la ley divina queréis huir de la expiación y alcanzar días de paz, sed mansos
y humildes de corazón y resignaos con vuestras pruebas, alejaos de la tentación y sed fuertes en la
virtud y en el trabajo. Sembrad la paz y el amor para atraeros a los que combaten en esa lucha, en que
como fieras se destruyen, que si lográis llevar la luz donde tantas tinieblas hay, mereceréis la
recompensa de lo Alto”.

***

“Uníos vosotros estrechamente, y respetaos los unos a los otros, y observad... a aquellos que
veáis que por su virtud, su humildad y su abnegación se hagan dignos de ser escogidos del Padre,
tomadles por guías y seguidles, a fin de que ninguno de vosotros se extravíe y os hagáis todos aptos
para entrar en el reino de Dios”.

***

“Guardaos de hablar cuando estéis tristes y abatidos por los dolores que sufrís en la Tierra, si
vuestras palabras no son de alabanza a Dios, porque el Padre todo lo ha hecho bien según la ley de
justicia; y así como los astros no pueden cambiar su curso, tampoco se puede cambiar nuestro destino.
Cuando estéis tristes y abatidos retiraos a vuestro aposento y entregaos a la oración, y yo vendré y os
consolaré, y otros también vendrán y os consolarán”.

***

“¿Por qué con tanto afán buscáis en la Tierra horas de calma y de paz? ¿No sabéis que no es
morada de paz sino de luchas? Esperad siempre horas de pruebas y de sufrimientos, pero esperadlas
con ánimo sereno y con valor, y así no os contrariarán tanto las luchas y pesares de la vida.
“Vosotros que amáis tanto al Maestro, ¿no sabéis que Él en la Tierra no encontró ni una hora
de paz? ¿Por qué anheláis tanto lo que no es de ese mundo? Acordaos que estáis en un paraje de
pruebas, de expiación y de dolores; amoldaos al sufrimiento y resignaos para que podáis hallar la paz
en el reino del Padre”.

***

“Todos los que queráis seguirme deberéis llevar vuestra cruz con amor, y no penséis que
marchando de una parte a otra podáis escaparos de ella; a donde vayáis irá la cruz, y si queréis
escaparos, tenéis que llevar dos, la de vuestra expiación y la de vuestra rebeldía”.

***

Hasta aquí las comunicaciones de los Espíritus, terminando la carta de nuestro hermano con la
siguiente frase:
“No nos esforzamos en demostrar la verdad de las manifestaciones que recibe este buen
médium; sólo las exponemos, tal como resultan, a la consideración de nuestros hermanos, para que
tomen lo bueno y dejen lo que no lo sea”.

***

Por nuestra parte creemos que estas comunicaciones merecen ser leídas y estudiadas, porque
en todas ellas nos aconsejan lo más difícil, que es la resignación y la serenidad en la batalla de la vida.
Todos sabemos dar consejos para que se resignen los otros, todos somos buenos marinos en
tierra firme; pero cuando nuestro barco hace agua, la mayoría renegamos de haber nacido. Por eso
cuando algunos descontentos alegan: los Espíritus siempre nos dicen lo mismo: que seamos buenos,
humildes y resignados, decimos nosotros: ¿Y qué otra cosa nos han de expresar? Si lo que más falta
nos hace es la bondad, la humildad y la resignación. El que no es bueno no ama a la humanidad, el
que no es humilde no es tolerante, y el que no es resignado nada puede esperar en su propio
progreso; por eso creemos que la prensa espiritista debe ser un raudal inagotable de dulces y
consoladoras enseñanzas.
Escriban los sabios sus observaciones científicas, levanten vuelo los Espíritus que saben leer
en el alfabeto del infinito, pero guárdense unas cuantas páginas para llenarlas con las comunicaciones
de los Espíritus que aconsejan a los atribulados tener calma en sus aflicciones y esperanza en su
desconsuelo.
Los terrenales, ¿qué somos?: náufragos en el mar de la vida. ¡Sean los Espíritus de luz
nuestros pilotos!
CIENTO CINCUENTA AÑOS

“Ha muerto en Belgoroff (Rusia) un mendigo de ciento cincuenta años, cuya vida novelesca e
interesante tiene episodios realmente fantásticos. Este hombre, llamado Andrés Basisikoff, comenzó a
mendigar desde los quince años. Primero se hizo el manco, después el sordo, luego el cojo, más tarde
el ciego, y desde los sesenta años en adelante hacía un sordomudo casi perfecto.
“Pues bien, por virtud de tales engaños, el bueno de Andrés Basisikoff consiguió reunir una
fortuna de varios miles de rublos, con la cual adquirió tres posadas que puso a nombre de uno de sus
hijos, sin perjuicio de seguir pidiendo como cualquier pelele. Pasaba de una ciudad a otra, adquiría una
casa y un carro y hacía entrega de ello a sus hijos. Y luego echaba a andar a otra provincia, donde
proseguía su vida de pordiosero <afortunado>.
“Ha muerto, como decimos, a los ciento cincuenta años; deja a sus ocho hijos un caudal, entre
fincas y dinero, de dos millones de rublos”.

***

El suelto que antecede a estas líneas me llamó muchísimo la atención cuando lo leí, y exclamé
con espanto: ¡qué expiación tan larga, ciento cincuenta años!
¿Qué historia tendrá este Espíritu? Debe ser muy accidentada, y tiene que haber pecado
mucho para merecer tantos años de tortura, porque hay que confesar que la vida pesar cuando se
cumplen doce lustros; a los 60 años, por muy vigoroso que sea el organismo, comienza a decaer,
múltiples dolencias anuncian la vejez, las ilusiones juveniles, semejantes a las flores de un día, se han
marchitado, se han deshojado, y sólo queda de ellas un melancólico recuerdo, y a veces se siente
recordando las lamentaciones de Campoamor: “Penar tanto por tan poco...” que la vida sin ilusiones,
no tiene encantos, no tiene atractivos, es una enfermedad lenta, sin grandes crisis, pero enfermedad al
fin; presintiendo que el mendigo ruso debería tener una triste historia, pregunté al guía de mis trabajos
literarios si estaba yo en lo cierto al creer que su larga peregrinación en la Tierra era un castigo de sus
anteriores culpas, y el Espíritu me dijo así:

“El presente siempre es el corolario del pasado, como el porvenir lo es del presente. La vida es
una serie de acontecimientos enlazados estrechamente entre sí; la vida es una madeja sin cabos
sueltos, sus hebras nunca se rompen por enredada que esté la madeja, sus nudos no necesitan que se
haga con ellas lo que hizo Alejandro con el nudo que ataba el yugo o lanza del carro de Gordio, que
cortó con su espada; y son de tal naturaleza los nudos de la madeja de la vida, que aunque la violencia
quiera romperlos y al parecer los llegue a romper, hay unos hilos invisibles tan resistentes, que éstos
no se rompen, ni la muerte consigue romperlos, y el Espíritu de grado o por fuerza va saldando sus
cuentas en innumerables encarnaciones, no valiendo ser sabio y ser considerado como una verdadera
notabilidad en el mundo científico, si a su ciencia no se ha unido el sentimiento y el estricto
cumplimiento del deber. El grande entre los grandes vuelve a la Tierra y, como compensación, a cada
uno se le da el premio según sus obras.
“El que ha vivido últimamente mintiendo y simulando defectos físicos ha brillado en ese mundo
hace muchos siglos, cuando el florecimiento de Grecia, y allí, entre aquella pléyade de hombres
ilustres, descollaba él, el materialista Ataúlfo, el que buscaba el secreto de la prolongación de la vida,
el que detestaba la muerte y más que a la muerte a la vejez, el que decía que era humillante y
vergonzoso dejarse dominar por el decaimiento físico, que la inteligencia debía servir para buscar
remedios heroicos que vencieron en la lucha a la debilidad orgánica, que el hombre no debía
resignarse a morir como morían los irracionales inmolados ante los dioses, y Ataúlfo, que era maestro
en muchas ciencias, se dedicó con sus discípulos a buscar medicinas tónicas que vigorizaran los
cuerpos debilitados por el peso de los años. Él (sin comprenderlo entonces) soñaba con la vida eterna,
quería vivir muchos siglos, y como no comprendía que pudiera vivir el Espíritu desligado de su cuerpo,
todo su empeño fue fortalecer su organismo, y compuso diversos específicos para renacer como él
decía. Sus estudios y sus experimentos causaron muchas víctimas, sacrificó a muchos seres
inocentes, tiernos niños y hermosas jóvenes, porque el viejo necesitaba beber contadas gotas de
sangre de una virgen, mezclada dicha sangre con una pequeña cantidad de polvos humanos, o sean
huesos de niño pulverizados. Cometió en aquella existencia muchos crímenes, pero los cometió sin
gran responsabilidad para él, porque no mataba por el gusto de matar, no se complacía en la agonía
de las víctimas, les evitaba el sufrimiento y sólo quería encontrar el medio de vivir luengos siglos, pues
según su teoría, si los hombres conseguían vivir muchos siglos, adquiriendo continuamente nuevos
conocimientos, la Tierra sería un paraíso, porque cada hombre la embellecería con sus inventos y con
sus descubrimientos incesantes. Él soñaba, repito, con la verdad de la vida; él no se conformaba con
ver morir a un sabio en lo más florido de su edad; él lamentaba las energías que se perdían, las
iniciativas que se paralizaban, y a todo trance quería luchar con la muerte; amaba la vida con
verdadera idolatría, y llegó a ser muy viejo, no por los brevajes que tomó, sino por las medidas
higiénicas a que se sujetó al llegar a la edad madura. Fue un modelo de continencia, reguló de un
modo admirable sus horas de trabajo, de reposo absoluto y de meditación. Él entreveía los raudales de
la vida eterna, sospechaba que había una fuerza superior a todo, pero esa fuerza no era de su agrado;
él quería ser grande por sí solo, era la personificación del orgullo, quería debérselo todo a su propio
esfuerzo, y cuando se desprendió de su cuerpo, completamente inservible por el enorme peso de los
años, su asombro no tuvo límites, y se quedó tan aturdido al ver lo que nunca había soñado, la vida del
Espíritu desligado del cuerpo, que si se puede emplear la frase, Ataúlfo enloqueció al encontrar la
eternidad con distintas leyes de las que él conocía.
“El orgulloso sabio ¡qué pequeño se vio!... cuando comprendió que los siglos eran mucho
menos que segundos en el reloj del tiempo, él, que había cometido tantos asesinatos para prolongar la
vida algunos años, se encontraba lleno de vida sin necesidad de aquel cuerpo cuya conservación le
había hecho cometer tantos atropellos.
“Pronto volvió a la Tierra ansioso de nuevos descubrimientos, y llegó a penetrar victorioso en el
templo de la gloria por sus inventos y descubrimientos encaminados todos ellos a prolongar la vida del
hombre sin dolores, sin pérdida de fuerzas, aunque ya no empleó los medios anteriores de inmolar
niños y vírgenes en aras de la ciencia, echó mano de otros que causaron la ruina de muchas familias,
porque se apoderó de la riqueza de muchos para emprender largos viajes, prometiendo pingües
ganancias que nunca llegó a satisfacer, porque se olvidaba muy fácilmente de sus favorecedores; su
orgullo le cegaba y creía que aún les hacía un gran favor despojándoles de sus bienes para buscar una
verdad científica, asociándoles en cierto modo a sus gloriosas empresas.
“Llegó a ser muy sabio, dio la vuelta a ese mundo cuando los viajes era un cúmulo de
imposibles y dificilísimos de vencer, pero su corazón estaba seco, las dulzuras del amor le eran
totalmente desconocidas; llegó un día que sintió frío en el alma, se encontró en el Espacio muy solo
con toda su ciencia, escuchó las amonestaciones de su guía y al fin se convenció que sabiduría sin
amor es como una fuente sin agua, como un árbol cuya copa llega al cielo y no da sombra, ni fruto;
reconoció la grandeza de Dios, y con afán vivísimo de igualar su bondad a su ciencia, dio comienzo a
una serie de existencias expiatorias, muriendo muchas veces sacrificado en edad temprana. Él, que a
tantos inocentes sacrificó, últimamente quiso permanecer en la Tierra todo el tiempo posible en la
humillación, ya que antes le cegó su orgullo, y se creyó más grande que toda la humanidad y al mismo
tiempo ha devuelto una mínima parte de lo por él usurpado, porque cuando él pedía, no era para vivir
cómodamente, sino para que vivieron sus hijos, a los cuales había despojado de sus riquezas en otro
tiempo por satisfacer sus caprichos y su vanidad. El sabio de ayer, el que tanto se cuidó de la lozanía
del cuerpo, en su última existencia le sirvió su organismo de mentir, para engañar, para sacar fruto de
una defectuosidad aparente. ¡A cuántas consideraciones se presta el distinto uso que ha hecho de su
cuerpo el gran sabio de ayer! ¡Razón tenías al creer que en el Espíritu del mendigo había una larga
historia! ¡A cuántos precipicios conduce la ciencia sin el amor! Adiós.”

***

¡De cuánta enseñanza es la anterior comunicación!...Ya dijo Victor Hugo que sin amor se
apagaría el sol, y yo digo que el que no ama no vive.
TODO ES JUSTO

Un amigo nuestro que vive actualmente en Mérida de Yucatán, nos envió un pequeño artículo
necrológico que nos impresionó tristemente, hasta el punto que preguntamos al Espíritu que
generalmente nos guía en nuestros trabajos si podía decirnos algo sobre aquel Ser tan profundamente
desgraciado, cuya existencia había sido tan horrible. Y nuestro amigo invisible, viendo que nuestra
pregunta no llevaba otro móvil que el estudio y el deseo de dar una lección útil, nos dio algunos
pormenores que transcribiremos a continuación del citado escrito, que dice así:

ARCADIO GÓNGORA

La Naturaleza suele usar burlas espantosas con la humanidad.


Ya en el fondo del hogar, o a la faz pública, el genio del mal suele hacer sangrientos escarnios
del hombre, del rey de la Creación, de ese a quien el Supremo Hacedor formó a su hechura y
semejanza, según la frase bíblica. Suele precipitarlo, desde el trono en que le colocó Natura, hasta los
últimos y sucios escalones de la degradación.
Se ha visto a individuos de la especie humana, en todas las gradas de la escala social,
proceder como jamás se han conducido los más estúpidos animales.
Pongan ustedes la mano sobre el polluelo de cualquier ave, sobre la cría de cualquier
cuadrúpedo, sobre el cachorro de la bestia más feroz, y verán como los padres se abalanzarán sobre
ustedes y se desesperarán si se encuentran impotentes para vengar o defender a sus hijos. Y si éstos
enferman o se extravían ¡con qué cariño o angustia los cuidan y curan o los buscan!
Pues bien, se ha visto padres, y lo que es más monstruoso todavía, madres que permanecen
indiferentes y frías ante la agonía o el cadáver de un hijo, o que los abandonan y olvidan hasta el
extremo de vivir como si nunca lo hubieran concebido y alimentado en su seno... Se ha visto morir a
gentes en tales condiciones pero, afortunadamente, no es eso lo regular en la existencia de las
sociedades. Tan sombrías reflexiones me las sugiere el reciente desenlace de un drama que, no por
ser humilde el protagonista, ni por haberse desarrollado la acción en la oscuridad de la pobreza, deja
de conmover a todo Espíritu pensador y humanitario.
El 13 del presente mes ha dejado de sufrir para siempre un hombre que en la villa fue conocido
con el nombre de Arcadio Góngora.
Parece que hace unos treinta y dos años perdió completamente la razón, víctima de cierta
predisposición orgánica de raza, determinada por no sé qué descalabro amoroso.
Era entonces un arrogante mancebo de dieciocho a veinte años, lleno de vida y de salud.
Desgraciadamente, su locura inofensiva y apacible al principio, se hizo al poco tiempo hostil y
peligrosa, hasta el caso de tenérsele que encadenar a un poste, como a una fiera, para su propia
tranquilidad y la de su familia.
Allí se le llevaba su mísero alimento, de allí no se movía jamás, y allí... vivía como vive una
bestia, y, en ocasiones, en peor condición que ésta.
Hace cosa de diez años que yo le conocí. Aún no se ha borrado, ni creo se borre de mi
pensamiento, la impresión que entonces produjo en mí su presencia.
Estaba sentado con el codo derecho apoyado en la rodilla, y la mejilla en la palma de la mano,
en una pequeña hamaca que era todo el moblaje de la ruinosa, desaseada y desabrigada choza de
guano que habitaba, choza triste y aislada de las demás, como la de un paria o la de un apestado...
Con un pie estrechamente aprisionado entre un anillo y el extremo de una cadena de hierro fijada en
un poste; los cabellos, las patillas y las barbas incultas y crecidas, cayendo sobre sus hombros; pecho
y espalda formando marco a unas facciones que debieran ser buenas, pero que entonces estaban
desfiguradas; sus negros y azorados ojos casi saltando de sus órbitas y su calzón y camisa sucios y
rotos, enseñando en diversos lugares su velluda piel; parecía un salvaje o un anacoreta perdido en las
profundas sociedades de la selva. Hablaba sin cesar, ora alzando, ora bajando la voz, pero en un
lenguaje inteligente y rápido.
Al pararme en el dintel de la puerta, levantó los ojos, los fijó en mí con una expresión que me
hizo retroceder y los giró enrededor como buscando algún objeto. De repente se inclinó, echó mano a
una piedra y la arrojó violentamente sobre mí; pero vi el movimiento y me oculté tras de la puerta, que
recibió el terrible golpe, que de alcanzarme, sin duda me hubiera hecho daño.
Le observé un momento con sincera piedad, y me retiré con el corazón oprimido.
Desde aquel día hasta su muerte, no volví a verle sino dos o tres veces.
Nadie podía acercársele sin peligro, y su pobre familia compuesta solamente de mujeres,
sufría crueles penalidades para atender a la subsistencia.
Las ocasiones en que transitaba yo por las inmediaciones de su pequeña choza escuchaba
con emoción su cavernosa y sonora voz, cuyo eco, en las altas y silenciosas horas de la noche,
vibraba hasta larga distancia y se cernía sobre la dormida villa, y se elevaba al cielo como una
dolorosa protesta contra la sociedad que le abandonaba, o como una misteriosa plegaria impregnada
de tristeza infinita: entonces me preguntaba por qué la justicia divina no devolvía la razón a aquel
desdichado, o no hacía cesar para siempre su espantosa desgracia, quitándole la vida, harta pesada
para él, por más que no tuviese conciencia de su estado.
Decíase que casi nunca dormía: el aniquilamiento de sus fuerzas le obligaba a callarse y a
rendirse a breves instantes de reposo.
En diversas ocasiones, personas caritativas pretendieron enviarlo al hospital general de
Mérida, en donde si no se le curaba, siquiera estaría aseado y mejor atendido, pero su familia siempre
se opuso y rogó que se le dejase creyendo que por peor que ella pudiese tratarle, siempre estaría
mejor que en manos extrañas.
¡Funesto temor! ¡Fatal equivocación que acaso perjudicó al infeliz demente! Por último, hace
algún tiempo fue atacado de una enfermedad del vientre que lo fue consumiendo lentamente, que
agravó su situación hasta ser anticipadamente devorado por los gusanos parte su cuerpo: y el 13 del
presente mes la Providencia se apiadó de él, poniendo punto final a sus padecimientos terrenales.
Tenía entonces cincuenta y dos años aproximadamente y estuvo demente treinta y dos.
Cuéntase que antes de morir, la fugitiva razón, como esos relámpagos que rasgan fatídicos la
profunda oscuridad de una noche tormentosa, centelleó sobre su Espíritu al irse éste a desprender su
mísera cárcel. “Ea, hermanos” – dicen que exclamaba lastimosamente en lengua maya - , “llegó
entonces la hora de mi muerte”. Cuando la muerte se presenta bajo esa forma u otra análoga creo que
en vez de deplorarla, débese dar un voto de gracia. En esos casos, la muerte lejos de ser un mal, debe
ser un positivo beneficio.
¡Paz al Espíritu de Arcadio Góngora! Repose en la mansión de los mártires.

F. Pérez Alcalá

(Yucatán) Tizimin, diciembre 19 de 1882.

***

Como comprenderán nuestros lectores, este tristísimo relato da margen a serias y dolorosas
reflexiones, porque si no hay efecto sin causa, la causa de tan deplorable efecto debe ser horrible,
espantosa: y desgraciadamente no nos engañábamos en nuestros cálculos, porque nuestro amigo
invisible nos dijo en su comunicación lo siguiente:

“Grandes remordimientos pesan sobre la vieja Europa, que ha conquistado a sangre y fuego
los países que llamáis el Nuevo Mundo y otros hermosos continentes; y no pequeña parte tiene
España en esas horribles luchas, o mejor dicho, en esas matanzas fratricidas en que sucumbieron
tantos caudillos vencidos por el número de los contrarios; pero no por el valor y la nobleza de los
conquistadores, que llamándose civilizados fueron más indómitos y más rebeldes que los salvajes,
más desnaturalizados y más feroces que las mismas fieras.
“¡Cuántos crímenes se han cometido en esas para vosotros lejanas tierras, en sus bosques
vírgenes! ¡Cuántas víctimas se han sacrificado en aras de las más torpes, desenfrenadas e inmundas
pasiones! Causa horror leer la historia de los terrenales que manchados estáis con todos los vicios,
hundidos en la concupiscencia y en la iniquidad.
“Grandes expiaciones estáis sufriendo pero, creedme, si fuerais a pagar ojo por ojo y diente
por diente, se sucederían los siglos como se suceden vuestras vidas y casi llegaríais a creer en la
eternidad de las penas al ver la continuación de vuestros incesantes martirios a pesar de la
Misericordia Divina. Como las leyes de Dios son inmutables y tienen que cumplirse, tenéis
necesariamente que sufrir todos los dolores, todas las agonías que habéis hecho padecer a otros,
gozándoos en su tormento, la única ventaja de que disfrutáis al expiar, es que a ningún ser de la
Creación le falta alguien que le quiera: miente el que dice que está solo, todos estáis acompañados de
un alma que se interesa por vosotros más o menos relativamente según la enormidad de vuestro
delito, y a falta de racionales tenéis una raza irracional muy amiga del hombre, tenéis al perro, símbolo
de la fidelidad, que con una leve caricia os sirve de guía, de compañero, toma parte en vuestras penas
y en vuestras alegrías; esto en la parte visible, que fuera del alcance de vuestra vida material están
vuestros Espíritus protectores dándoos aliento y resignación en las horas de cruenta agonía. ¡Ah! Si
estuvieras solos como decís, ¿qué sería de vosotros, infelices? Sí. Caeríais anonadados, abrumados
ante el terror y la soledad.
“Si cuando vuestro cuerpo se entrega al descanso, vuestro Espíritu no encontrara una mano
amiga que le detuviera y no oyera una voz cariñosa que le preguntara: ¿Dónde vas, pobre desterrado?
¿Creéis que tendrías fuerza para reanimar su organismo y comenzar el trabajo de un nuevo día? No: el
alma necesita amor como vuestras flores el rocío, como las aves sus alas; sin ese alimento
esencialmente divino no puede vivir; y cuando sus culpas le obligan a carecer de familia, de hogar, de
seres afines a él, y tiene que permanecer en una doble prisión, separado de sus semejantes, entonces
su razón se oscurece. El hombre es un ser sociable por excelencia, se siente atraído a formar familia,
como que es miembro de la familia universal; recuerda su origen, y sin los lazos del amor, de la
amistad, del parentesco, de la simpatía, no puede vivir, y como no puede vivir, por eso no falta quien le
quiera, visible o invisible; por eso el desgraciado dice muchas veces: quisiera siempre estar durmiendo,
porque durmiendo soy más feliz; entonces no me acuerdo de mis desventuras; y no es que no se
acuerda, al contrario, las ve con más claridad; lo que tiene es que las ve acompañado de Espíritus
amigos que le alientan y le fortifican y le ayudan a llevar el peso de su cruz.
“Todos los que os creéis desheredados en la Tierra tenéis vuestros tutores en el Espacio,
quienes cuidan de vuestra herencia y os guardan vuestros tesoros para cuando seáis dignos de
poseerlos.
“Hay algunos Espíritus tan depravados, hacen tan mal uso de su libre albedrío, que a éstos
necesariamente les dura más tiempo la orfandad, porque rechazan con sus desmanes todo el amor y
la tierna solicitud de las almas que quieren su bien, y a este número pertenece el Espíritu que tanto os
ha impresionado con el sufrimiento de su última existencia; horrible, pero merecido, porque en la
Creación, recordadlo siempre, todo es justo.
“Ese Espíritu en una de sus anteriores encarnaciones fue uno de los aventureros españoles
que fueron a la tierra mexicana a imponer sus tiránicas leyes, reduciendo a la servidumbre a sus
guerreras tribus, abusando miserablemente de la inocencia de sus mujeres, enriqueciéndose de un
modo fabuloso con la usurpación y el pillaje, cometiendo todo género de atropellos, imponiendo su
voluntad soberana sobre pueblos enteros, convirtiéndose en un tirano tan cruel que su crueldad rayaba
en lo inverosímil; parecía imposible que aquel hombre hubiera recibido la vida del hálito de dios,
porque si pudieran admitirse dos potestades, la una del bien y la otra del mal, se diría que ese
desgraciado era el hijo predilecto del príncipe de las tinieblas, tanta era su perversidad. Brutal y lascivo
hasta la exageración, las doncellas más hermosas y los mancebos más arrogantes tenían que acceder
a sus impúdicos deseos, su excitación continua era el martirio de sus desgraciados siervos. Valiente y
temerario, cometía las más arriesgadas empresas, y sólo le faltaba uncir a un carro triunfal a la
hermosísima Azora, virgen mexicana, bella como las huríes del paraíso de Mahoma, casta y pura
como las vírgenes del cielo cristiano. Azora era el encanto de su padre y sus hermanos; su numerosa
familia miraba en ella a la elegida del Padre de la Luz, y todos la respetaban como un ser privilegiado,
porque sus grandes ojos irradiaban un resplandor celestial, y de su boca salían palabras proféticas que
escuchaban con santo recogimiento jóvenes y ancianos.
“Una tarde reunió a los suyos y les dijo con triste acento: <Grandes e invisibles desgracias van
a caer sobre nosotros; las aves de rapiña extienden sus negras alas y cubren de plomizas brumas
nuestros límpidos cielos. Temblad, compañeros, no por nosotros que seremos víctimas, sino por los
verdugos implacables que desoirán nuestras dolientes quejas; saldremos purificados por el martirio,
más ¡ay de los martirizadores!>
“Azora no se engañaba, aquella noche llegaron al valle un centenar de aventureros
capitaneados por Gonzalo, que iba en busca de Azora, cuya peregrina hermosura le habían
ponderado, y deseaba que fuese una de sus desgraciadas concubinas; la hermosa joven para evitar
derramamiento de sangre suplicó a Gonzalo que no levantara sus tiendas, que ella le seguiría, pero
que respetara la vida de sus padre y de sus hermanos; y como Azora tenía un ascendiente tan
extraordinario sobre todos los seres de la Tierra, Gonzalo también sintió su mágica influencia, y por su
vez primera obedeció al mandato de una mujer.
“Azora había tomado sus precauciones y había reunido a todos los suyos en gran consejo, y
mientras deliberaban sobre lo que debían hacer, la joven fue al encuentro del enemigo, diciendo a sus
deudos que iba a ponerse en oración para atraer sobre su cabeza los resplandores de la eterna luz,
que no turbaran su meditación, y como estaban acostumbrados a sus éxtasis que duraban algunos
días, nada sospecharon, y ella mientras tanto se entregó como víctima expiatoria a su verdugo
imponiendo a la vez condiciones que fueron respetadas.
“Gonzalo sintió por Azora todo cuanto aquel ser depravado podía sentir, y al querer manchar
su frente con sus labios impuros la joven le detenía con un ademán imperioso, y él quedaba como
petrificado causándole inmenso asombro su timidez.
“Los familiares de Azora al tener noticia de lo sucedido, juraron morir o vengar l deshonra de la
casta virgen, consagrada al Padre de la Luz; ellos ignoraban la mágica influencia que había ejercido la
joven sobre su raptor; para ellos estaba profanada la mujer consagrada a los misterios divinos y su
furor no tenía límite.
“Se pusieron en marcha yendo a buscar a la fiera en su guarida. Gonzalo al verlos sintió
renacer todos sus malos instintos, adormecidos momentáneamente por la mágica influencia de Azora;
se rompió el encanto, y auxiliado por sus inicuos secuaces aprisionó a los sitiadores, les amordazó
cruelmente y Azora perdió la razón cuando la llevaron a su padre que era un ídolo para ella, y le vio
cargado de cadenas, cubierto de insectos voraces que habían arrojado sobre su cuerpo para que lo
fueron devorando lentamente, y ante aquel mártir del amor paternal, consumó Gonzalo la acción más
infame, la que más podía herir al desgraciado, profanando el cuerpo de la pobre loca que cedió a sus
impuros deseos cuando se apagó la luz de su clarísima inteligencia; y durante muchos días el padre de
Azora sufrió el horrible martirio de ver a su hija en poder de Gonzalo, que se complacía en atormentar
a aquel infeliz haciéndole presenciar actos que no se pueden describir.
“Al fin murió Azora, y Gonzalo siguió insultando a su desgraciado prisionero, arrojando en sus
mazmorras la inmundicia de sus caballos, escupiéndole al rostro, cometiendo con aquellos defensores
de su honra toda clase de atropellos.
“Murió el padre de Azora después de crueles sufrimientos. Sus hijos también perecieron; de
aquella tribu de valientes no quedó ni uno, todos sucumbieron en poder de Gonzalo, que siguió
cometiendo infamia tras infamia hasta que uno de sus esclavos le asesinó mientras dormía en su
lecho, rendido por la embriaguez.
“Su vida fue un tejido de espantosos crímenes, y como se complacía en el mal, como no le
faltaba inteligencia para conocer que su proceder era inicuo, como encontró en su camino hombres de
corazón que se propusieron educarle, y él los despreció, su expiación tiene que igualar a la gravedad
de su culpa, y ya ha encarnado diferentes veces siendo el infortunio su patrimonio. ¡Ha hecho tanto
mal!...Sin que por esto le falte en todas sus existencias alguien que le quiera; y Azora, Espíritu de luz,
le alienta en sus penosísimas jornadas. Ella fue a la Tierra la última vez con el propósito noble de
comenzar la regeneración de Gonzalo, pero su extremada sensibilidad no pudo resistir el choque
violento que recibió al ver a su padre en tan lamentable estado; la prueba fue superior a sus fuerzas,
que como solo Dios es infalible, no siempre los Espíritus saben medir la profundidad del abismo donde
han de caer.
“Es muy distinto ver las miserias de la Tierra a gran distancia a vivir en medio de ellas, y son
muchos los Espíritus que sucumben en medio de sus rudas pruebas y de sus expiaciones.
“Nunca nos cansaremos de deciros, que por criminal que veáis al hombre no le corrijáis por la
violencia, que harta desgracia tiene con la enormidad de sus delitos.
“¿Dónde hay mayor infortunio que en la criminalidad? ¿Qué infierno puede compararse con la
interminable serie de penosísimas encarnaciones que tiene que sufrir el Espíritu rebelde inclinado al
mal? En unas la locura, en otras la espantosa deformidad, en aquélla la miseria con todos sus horrores
y sus vergonzosas humillaciones y otros sufrimientos que nos es imposible enumerar, porque para
sumar todos los dolores que puede sentir el Espíritu no hay números bastantes en vuestras tablas
aritméticas para formar el total; la imaginación se pierde cuando quiere sujetar a una cantidad fija el
infinito de la vida que nos envuelve en absoluto.
“Después de esas encarnaciones horribles, vienen esas existencias lánguidas, tristes,
solitarias, en las cuales la vida es una continua contrariedad; el Espíritu ya se inclina al bien, pero su
amor no encuentra recompensa; almas, al parecer ingratas, miran con indiferencia los primeros pasos
de aquel pobre enfermo que quiere amar y no encuentra en quien depositar su cariño, y hasta las
flores se marchitan con su aliento antes de ofrecerle fragancia; esas existencias son dolorosísimas;
expiación que sufre actualmente la mayoría de los terrenales, Espíritus de larga historia, sembrada de
horrores y de crueldades. En ese período es cuando necesita el hombre conocer algo de su vida,
porque ya tiene conocimiento suficiente para comprender las ventajas del bien y los perjuicios del mal;
y, como todo llega a su tiempo, por eso hemos llegado nosotros a despertar vuestra atención; por eso
las mesas danzaron y los demás muebles cambiaron de lugar. Y resonaron en distintos puntos de la
Tierra las voces de los Espíritus, porque era necesario que comprendierais que no estabais solos en el
mundo.
“Muchos suicidios hemos evitado y a muchas almas enfermas hemos devuelto la salud.
“A un gran número de sabios orgullosos les hemos demostrado que la ciencia humana es un
grano de arena en comparación del infinito, de la ciencia universal; y una revolución inmensa
llevaremos a cabo, porque ha llegado la hora del progreso para las generaciones de ese planeta.
“Comenzáis a conocer la verdad que ahora rechazáis, porque la luz os deslumbra, pero al fin
os habituaréis a ella, ensancharéis el círculo de vuestra familia terrenal y miraréis en los Espíritus
miembros de vuestra familia universal.
“Seréis más compasivos con los criminales cuando sepáis que también lo habéis sido vosotros
y que quizá mañana volveréis a caer; que al Espíritu apegado al mal le cuesta mucho decidirse al bien;
es como el pequeño que da un paso y retrocede cinco, y anda repetidas veces un mismo camino; pues
de igual modo hacéis vosotros y hemos hecho todos los Espíritus de la Creación, con la sola diferencia
que unos tienen más decisión que otros y más valor para sufrir la pena que se han impuesto.
“Vosotros, los que buscáis en nuestra comunicación saludable consejo y útil enseñanza,
aprovechad las instrucciones de ultratumba siempre que éstas os marquen el sendero de la virtud y no
halaguen vuestros vicios, ni patrocinen vuestras debilidades; desconfiad siempre de todo Espíritu que
os prometa mundo de gloria en cuanto abandonéis la Tierra. Estudiad vuestra historia, miraos sin
pasión, y os veréis pequeños, pequeñísimos, microscópicos, llenos de innumerables defectos: celosos,
vengativos, envidiosos, avaros, muy amigos de vosotros mismos, pero de vuestro prójimo, no; y con
una túnica tan manchada, no esperéis sentaros a la mes de vuestro Padre, para lo cual precisáis
cubriros con vestiduras luminosas y así poder penetrar en las moradas donde la vida está exenta de
penalidades, sin que por esto los Espíritus dejen de entregarse al cultivo de las ciencias y al nobilísimo
trabajo de la investigación, porque siempre tendrán las almas algo más que aprender.
“Nosotros venimos a demostraros que el alma nunca muere y que el hombre es el que a sí
mismo se premia o se castiga; que las leyes de Dios, que son las que rigen la Naturaleza, son
inmutables. Venimos a aconsejaros, a fortaleceros, a enseñaros a conocer la armonía universal, a
contaros la historia de vuestros desaciertos de ayer, causa de vuestros infoturnios de hoy; esta es la
misión de los Espíritus cerca de vosotros; impulsaros al trabajo, al cultivo de vuestra razón, que es la
que os ha de conducir al perfecto conocimiento de Dios. Cuando comprendáis que en la Creación todo
es justo, entonces será cuando adoraréis a Dios en espíritu y verdad, entonces alabaréis su nombre
con el hosanna prometido por las religiones, que aún no se ha cantado en la Tierra por la raza
humana; las aves son las únicas que lo entonan cuando saludan al astro del día en su espléndida
aparición.
“Recordad siempre que no hay gemido sin historia, ni buena acción sin recompensa; trabajad
en vuestro progreso, y cuando encontréis uno de esos desgraciados, como el Espíritu que ha dado
origen a nuestra comunicación, compadecedle, porque tras de aquel sufrimiento tan horrible le esperan
por razón natural muchas existencias dolorosísimas en las cuales la soledad será su patrimonio, y
aunque como os he dicho antes, el Espíritu nunca está solo, al alma enferma le sucede lo que al
hombre cuando sale de una enfermedad gravísima, que en la convalecencia está tan delicado, tan
impertinente, tan caprichoso, tan exigente, que toda su familia tiene que mimarlo, acariciarlo y prestarle
los más tiernos cuidados; y esto mismo exigen los Espíritus cuando salen del caos de los desaciertos y
comienzan su rehabilitación; entonces quieren el amor de la familia, la simpatía de los amigos, la
consideración social, y como no han ganado lo que desean, como no lo merecen, no lo tienen; y
aunque no les falte un Ser que les quiera y les compadezca, eso no es bastante para ellos; quieren
más, y corren anhelantes tras un fantasma que los hombres llaman felicidad, y como el judío errante de
la leyenda cruzan ese mundo sin encontrar una tienda hospitalaria donde reposar.
“La mayoría de los Seres encarnados en la Tierra sois enfermos convalecientes, y sólo en los
Espíritus encontraréis los médicos del alma que calmarán vuestra sed devoradora.
“Estáis cansados y fatigados, tenéis hambre, tenéis frío; reposad un momento, vuestros
amigos de ultratumba quieren hacer menos penosa vuestra jornada, demostrándoos con hechos
innegables que en la vida infinita todo es justo”.

***

¿Qué expresaremos después de lo que nos ha dicho el Espíritu? Que estamos completamente
de acuerdo con sus razonables consideraciones. Por experiencia harto dolorosa tenemos que
concederle la razón y repetir con él que la Tierra es un hospital de generaciones enfermas que están
pasando la convalecencia; sólo los Espíritus de buena intención son los que pueden conseguir con sus
sanos consejos nuestro alivio y regeneración.
Lo que es nosotros, hemos debido al estudio del Espiritismo los goces más puros de nuestra
vida; hemos adquirido una profunda resignación y un íntimo convencimiento de que nadie tiene más de
lo que se merece; esta certidumbre es la verdadera, la única felicidad que puede tener el Espíritu en
medio de su expiación.
Nosotros, estudiando la Naturaleza, leyendo en ese libro que nunca tendrá fin, admirando la
exactitud matemática que tienen sus leyes, trabajamos cuanto nos es posible en nuestro progreso, y
cuando la soledad nos abruma, cuando el desaliento nos domina, miramos al cielo, vemos en él los
resplandores de la eterna vida y decimos: ¡En la Creación todo es justo!
SIN BRAZOS Y SIN PIERNAS

En una de las oraciones que rezan los católicos romanos llaman a este mundo valle de
lágrimas, y creo que es la mejor definición que se puede hacer de esta penitenciaría del Universo,
porque en realidad, no hay un solo Ser que pueda vanagloriarse de decir: ¡soy feliz en toda la acepción
de la palabra!
La mayoría de los potentados suelen sufrir enfermedades incurables; hay millonarios en los
Estados Unidos que sólo pueden alimentarse con copas de leche en muy corta cantidad; otros no
pueden dormir porque se ahogan y tienen millones de renta que no les proporcionan el menor goce,
con lo que descienden hasta los más pobres; si algunos son fuertes y robustos carecen de los más
indispensable para sostener sus fuerzas vitales, viéndoselos decaer como lámpara que se apaga en el
lleno de su juventud; por consiguiente, la felicidad es una nube de humo que se deshace al menor
soplo de viento huracanado de la vida, como se deshace la niebla a los primeros rayos del sol; mas en
medio de tantos dolores, los hay de distintos grados: los hay soportables y los hay irresistibles.
Hablando hace pocos días con una amiga ésta me decía lo siguiente:
- Hace algún tiempo que fui a un depósito de aguas y allí encontré una familia que
nunca olvidaré. Era un matrimonio, los dos jóvenes, amables y simpáticos, sus semblantees
irradiaban alegría; los dos se amaban con ese amor primero que se asemeja a un árbol florido que
espera ser más tarde hermoso racimo de sazonados frutos; se unieron por amor, únicamente por
amor. Él era un modestísimo empleado, ella una humilde costurera; se vieron y se amaron, se
amaron y se unieron, y al unirse, al recibir la bendición, él pensó en la llegada de su primer hijo, y
ella, contemplando a un niño Jesús, pidió a Dios tener un hijo ten hermoso como aquella figura
angelical. Un año después, la enamorada pareja se sintió dominada por la más viva y amorosa
ansiedad. A fuerza de economías habían comprado todo lo necesario para vestir a un recién
nacido: camisitas de batista con preciosos encajes, vestiditos blancos con finos bordados, gorritas
lindísimas, todo lo más bello, todo lo más delicado les parecía poco para el niño que debía llegar
pidiendo besos con sus sonrisas. Al fin llegó el momento supremo. Áurea sintió los agudos dolores
precursores del laborioso alumbramiento y dio a luz un niño; quiso verlo inmediatamente y su
esposo y las personas que lo rodeaban, mustios y callados, parecían que no la comprendían, se
miraban unos a otros y cuchicheaban, hasta que Áurea gritó alarmadísima:
- Pero qué, ¿no me oyen?, quiero abrazar a mi hijo... ¿está muerto quizás?...
- No, contestó el esposo, pero....
- ¿Pero qué? ¿Qué sucede?
- ¡Que el niño no tiene brazos... ni piernas!...
- Así estará más tiempo en mis brazos, - contestó Áurea, abrazando a su hijo con
delirante afán.
El niño era precioso, blanco como la nieve, con ojos azules, cabello rubio muy abundante, sus
grandes ojos tenían una mirada muy expresiva; cuando yo conocí al niño tendría ocho o diez meses y
estaba hermosísimo; su madre estaba loca con él y su padre lo mismo; pero este último, cuando su
esposa no podía oírle, decía con profunda amargura: ¡tanto como yo deseaba un hijo... y ha venido sin
brazos ni piernas!...
- ¡Qué injusto es Dios!.... Si mi hijo fuera rico, pero ¡sí yo soy tan pobre!
- Créeme Amalia, aquel niño vive en mi memoria, ¿qué habrá sido? ¿Qué papel habrá
representado en la historia?
- Yo lo preguntaré, amiga mía, porque tu relato me ha impresionado muchísimo y,
efectivamente, de noche y de día pienso en el niño que tanto deberá sufrir si llega a ser hombre,
¡no tener ni brazos ni piernas!... ¡Qué horror! Y probablemente será un ser de gran inteligencia,
querrá volar con su pensamiento y no tiene más remedio que permanecer en la más dolorosa
inacción. ¡Dios mío! ¡Dios mío!..., no es vana curiosidad la que me guía, pero deseo saber si es
posible el porqué de tan terrible expiación.

***

“Por el fruto conoceréis el árbol, dijo Jesús, por consiguiente, a todo ser que veáis cargado de
cadenas desde el momento de nacer, podéis deducir, sin la menor duda, que de todo lo que le falte
hizo mal uso en sus encarnaciones anteriores. ¿Que no tiene piernas? Señal que cuando las tuvo le
sirvieron para hacer todo el daño que pudo; quizá fue un espía que corrió afanoso detrás de algunos
infelices para acusarles de crímenes que no cometieron y con sus declaraciones hizo abortar
transcendentales conspiraciones, que al ser descubiertas antes de tiempo produjeron innumerables
víctimas. Tal vez corrió para precipitar en un abismo a seres indefensos que le estorbaban para
realizar inicuos planes; al que le faltan las piernas tiene que haberlas empleado en atormentar a sus
enemigos, tiene que haber sido el azote de cuantos le han rodeado; carecer de miembros tan
necesarios pone de manifiesto una crueldad sin límites, un ensañamiento en hacer el mal imposible de
describir, unos instintos tan perversos que atestiguan el placer de hacer el mal por el mal mismo. ¡Ay
de aquél que nace sin piernas!...
“¿Que no tiene brazos? Quizá sus manos que tan útiles son a la especie humana, para hacer
con ellas obra de titanes y labores delicadísimas, las empleó para firmar sentencias de muerte que
llevaron al patíbulo innumerables víctimas, inocentes en su mayoría. Tal vez gozó apretando los
tornillos de horrible potros de tormento, arrancando confesiones de infelices acusados, enloquecidos
por el dolor; ¡quién sabe si escribió calumnias horribles que destruyeron la tranquilidad y el cariño de
familias dichosas! ¡Se puede hacer tanto daño con las manos!...; con ellas se acerca la mecha a
materias inflamables y se produce el devorador incendio; con ellas el fuerte estrangula al débil, con
ellas se abofetea y se convierte en fiera al hombre más pacífico y más honrado, con ellas se destruye
el trabajo de muchas generaciones. Son los auxiliares del hombre, quien con sus manos produce
maravillas o aniquila cuanto existe. Cuando se viene a la Tierra sin manos, ¡cuánto daño se habrá
hecho con ellas!
“No hay necesidad de particularizar la historia de éste ni de aquél; todos los que ingresan a la
Tierra sin un cuerpo robusto y bien equilibrado, son penados condenados a cadena perpetua que
vienen a cumplir su condena, porque no hay apelación ante la sentencia que uno mismo firma en el
transcurso de su vida. No hay jueces implacables que nieguen el indulto a los arrepentidos criminales,
no hay más juez que la conciencia del hombre; podrá éste embriagarse con fáciles triunfos de sus
delitos; podrá no tener oídos para escuchar las maldiciones de sus víctimas; podrá cerrar los ojos para
no ver los cuadros de desolación que él ha producido; podrá estacionarse millones de siglos, pero llega
un día que, a pesar suyo, se despierta y entonces ve, oye, reconoce su pequeñez y él mismo se llama
a juicio y pronuncia su sentencia, sentencia inapelable, sentencia que se cumple hora por hora, día por
día, sin que exima del tormento ni un segundo, porque todo está sujeto a leyes fijas e inmutables.
“No lo dudéis; los criminales de ayer son los tullidos de hoy, los ciegos, los mudos, los idiotas,
los que carecen de piernas, los que no tienen manos, los que padecen hambre y sed y son
perseguidos por la justicia.
“Tenéis un refrán que dice: <No te fíes del lisiado por la mano de Dios>; la idea está muy mal
expresada, pero en su fondo hay una gran verdad. Si bien se mira, veréis que la mayoría de esos
desgraciados revelan en su semblante la degradación de su Espíritu; la diestra de Dios no ha impreso
la ferocidad en su rostro; es el cúmulo de sus delitos, son sus malos y perversos instintos los que han
endurecido las líneas de su faz, y para esos penados guardad toda vuestra compasión, guiadles por el
mejor camino, haced por ellos cuanto haríais por vuestros hijos, porque son los más necesitados, los
más afligidos, porque en medio de la mayor abundancia no hay para ellos agua en la fuente, trigo en
los campos, frutos en los árboles, calor en el hogar de la familia; son los judíos errantes de la leyenda,
andan siempre sin encontrar una piedra donde sentarse. ¡Qué malo es ser malo! Adiós”.

***

¡Qué bien dice el Espíritu! ¡Si por el fruto se conoce el árbol, qué malo es ser malo!
EL ORGULLO TAMBIÉN ES UN PECADO

No hace muchos días que vino a verme mi amiga Alicia, Espíritu para mí muy simpático; es
una mujer distinguida, de porte verdaderamente aristocrático, de educación esmeradísima, de
vastísima instrucción; espiritista convencida que lee con gran aprovechamiento todo cuanto se escribe
sobre Espiritismo, traduciendo y comentando sus mejores obras sin que su verdadero nombre salga a
relucir. Ella sí que hace el bien por el bien mismo; trabaja sin desear los lauros de la gloria. Pero la
gloria de la elevación de sus sentimientos la lleva en todo su Ser; es una mujer de edad mediana y
conserva la esbeltez y la elegancia de la juventud, hay algo en ella que atrae, que seduce, que
interesa; cuando se habla con Alicia, se quisiera detener el vuelo del tiempo para que aquellos breves
momentos se conviertan en horas interminables. Casada y madre, se debe toda a su familia (que no
tiene sus ideales), y ella, prudente y reservada, oculta el valioso tesoro de sus creencias y evita
altercados con sus deudos; vive, puede decirse, en un mundo superior, participa de las luchas terrenas
para llorar con sus hijas si éstas padecen los dolores naturales que proporciona la vida a las mujeres
casadas, y después que cumple sus deberes de madre amantísima, parece que entra en otro mundo,
se reconcentra en sí misma, parece que vive de recuerdos, recuerdos que deben ser muy dolorosos,
porque su rostro adquiere una expresión tristísima, y más triste aún porque no es comunicativa, se
encierra en el silencio y evita cuidadosamente hablar de sí misma; así como sus trabajos espiritistas
los oculta para evitar disgustos de familia, de igual manera oculta sus inquietudes, sus ansiedades, sus
temores. Yo, cuando hablo con ella, comprendo que estoy leyendo en un libro del cual no veo más que
la primera hoja, las demás están sin cortar; así es que la última vez que la vi me sorprendió mucho
encontrarla más comunicativa, más expansiva; aquel Espíritu superior descendía de su alto pedestal,
se humanizaba, acortaba las distancias que indudablemente existen entre ella y la generalidad de los
mortales, y al advertir tal cambio, mi alegría no tuvo límites y se la demostré diciendo:
- No sé qué noto en ti, pero te encuentro más cariñosa, más cerca de mí.
- Indudablemente, ¿no ves que el dolor es el gran demócrata del Universo? Los que
sufren se entienden fácilmente (como decía Campoamor); tú hace tiempo que sufres; yo en estos
últimos años también he sufrido grandes reveses, y por ley de afinidad, me pongo al habla contigo
(como dicen los marinos) a ver si tú me puedes aclarar lo que yo no alcanzo a ver. Ya sé que estás
en muy buenas relaciones con los Espíritus, que éstos te cuentan muchas historias, y yo deseo
que una vez más contesten a tus preguntas, no para satisfacer mi curiosidad, sino para estudiar
uno de los capítulos de la historia humana.
- Ya sabes que te quiero, que te admiro, que veo en ti dos seres distintos, aunque hay
uno solo verdadero; que adivino tus pesares y, por prestarte consuelo, yo haré cuanto me sea
posible.
- Lo sé, tu Espíritu y el mío se conocen hace tiempo y aunque por esta vez nuestro
destino nos separa, no importa; las almas no necesitan el roce de los cuerpos para entenderse,
para quererse y para prestarse señalados servicios; ermitaños seríamos si las humanidades que
pueblan los mundos no pudieran comunicarse unas con otras a través de distancias inmensas;
pero vamos al asunto que me ocupa. Creo que ya sabes que me quedé viuda.
- Sí, lo supe, y si no lo supiera, los negros crespones que te envuelven me lo hubieran
indicado.
- Pero no te dirán mis negras galas del modo que murió mi marido, quien murió de la
muerte más horrible que tú no puedes imaginar.
- ¿De qué murió?
- ¡De hambre!...
- ¡ Jesús, qué horror! ¿tenía algún cáncer en el estómago que le impedía alimentarse?
- No, estaba muy bueno y muy sano, sabía cuidarse como pocos hombres, su ciencia
médica le servía admirablemente para no padecer dolores físicos, pero un dolor moral le hizo
olvidar todos los métodos higiénicos, se entregó en brazos de una muda obstinación y su vida fue
extinguiéndose como se extingue la luz de una lámpara a la cual le falta el aceite necesario.
- Dolor inmenso sería el que sufrió, porque, según tengo entendido, no era tu esposo
hombre dado a las sensiblerías.
- No, ciertamente; era bueno, pero adusto; su mundo era la ciencia, su familia, sus
innumerables enfermos, y sus únicos goces devolver la vista a los ciegos; por centenares se
cuentan los ciegos que él ha curado, en todas las clases sociales; lo mismo atendía a los más
pobres que a los más ricos, las operaciones más difíciles jamás las encargaba a sus ayudantes,
como hacen la generalidad de los médicos en la consulta gratuita. Él, no; donde veía más peligro
allí estaba él, tanto le daba que fuera en leproso repugnante como un enfermo aristocrático, limpio
y perfumado; la ciencia (según él decía), es la igualdad en acción; para ella no hay clases, y el
verdadero médico es el gran demócrata, el gran nivelador; él responde a todos los llamamientos;
así lo hacía mi marido, jamás se hizo el sordo cuando le llamaron los afligidos.
- ¡Qué bien deberá estar en el Espacio!
- Indudablemente, a no ser que su muerte sea un obstáculo para su gloria, porque él se
mató, el suicidio se efectuó.
- ¿Y cuál fue el motivo de tan violenta determinación?
- Ya te lo diré; una de mis hijas se casó y fue madre de una niña preciosa con unos ojos
hermosísimos que parecían dos luceros. Desde que nació, mi marido enloqueció por ella y la
chiquilla por él; el abuelo y la nieta eran dos cuerpos y un alma, estando juntos ya estaban
contentos; mi marido rejuveneció, y siempre estaba con su nieta en brazos y creo inútil decirte que
no la dejaba tocar con los pies el suelo, evitándole los dolores de la dentición y demás
enfermedades de la niñez; pero, hija, la viruela se apoderó de los ojos de mi nieta y de todo su
cuerpo, pero sobre todo los ojos; mi marido ni comía, ni dormía; estaba al lado de la pobre niña
devorando libros, buscando la luz para aquellos ojos que eran su vida; devolvió la luz a uno, pero
el otro salió de su órbita y mi marido creyó enloquecer, se retiró a su cuarto y yo le oía que
exclamaba a solas:
- ¿Será posible? Yo, que he devuelto la vista a tantos ciegos, yo que he curado a tantos
sifilíticos y a este ángel tan hermoso no he podido curarle más que a medias; le pondrán un ojo de
cristal, se harán prodigios... pero ver... ver no verá más que la mitad, y aun el ojo que le he salvado
no será tan hermoso, no tendrá aquel brillo deslumbrador; ¿para qué me ha servido mi ciencia?
Para nada.
- Y se negó a tomar ninguna clase de alimento, vivió algunos días alimentándose con
agua; todas mis súplicas fueron vanas; él sólo me decía: es inútil cuanto me dices; no puedo
tragar, hasta el agua me cuesta trabajo pasarla. Dos días antes de morir me pidió frutas muy
maduras, pero... ya era tarde, murió de hambre sin exhalar una queja, sólo decía entre dientes:
cuando de nada se sirve, se deja el sitio para otro. Ahora bien: ¿qué lazo le unía con su nieta?
Bien, tenía otros nietos, y por ninguno de ellos se desvivió como por su niña querida; si puedes
preguntar al padre Germán qué historia tienen esos dos Espíritus, porque morir de dolor como
murió mi marido, un hombre tan serio, tan grave, tan entregado a la ciencia, causa muy poderosa
le debe haber impulsado a sucumbir tan trágicamente.
- Yo te prometo que aprovecharé la primera oportunidad para complacerte.
Cumplí mi palabra preguntando al padre Germán lo que deseaba saber Alicia, y el Espíritu me
contestó lo siguiente:

“Justo es el deseo que os impulsa a las dos, y motivo de estudio será lo que yo te diré;
escucha con la mayor atención.
“El hombre que ha muerto de hambre, al que llamaremos Raúl, y su nieta, son dos Espíritus
que hace muchos siglos que caminan juntos, han estado unidos por todos los lazos terrenales y en sus
últimas existencias han sido amigos inseparables, mejor dicho, maestro y discípulo; porque Raúl hace
luengos siglos que se ocupa en curar a los enfermos, y la que hoy fue su nieta, ha sido anteriormente
su discípulo más aventajado, su ayudante más práctico; tenía fama, casi tanto como su maestro; los
dos eran inseparables, el uno complementaba al otro; tanta suerte tenían en sus curaciones que
llegaron a enorgullecerse el maestro y el discípulo, porque eran realmente infalibles en sus juicios
médicos; sus palabras eran proféticas, nunca se equivocaban, ni asegurando bienes ni presintiendo
males, y se llegaron a persuadir de tal modo de su infalibilidad, que no se contentaron con seguir las
huellas de otros sabios doctores, sino que inventaron nuevos métodos y procedimientos
especialísimos; para mayor seguridad en sus experimentos no se contentaban con hacer ensayos en
diversos animales, como es costumbre inmemorial, para ver el resultado que producen los sueros y
otras inyecciones hipodérmicas, sino que en los hospitales y en los asilos de la infancia hacían sus
ensayos en infelices niños sin familia; los unos morían, los otros se salvaban y los dos sabios no
sentían el menor remordimiento por la muerte de aquellos inocentes; ¿qué era la muerte de un niño sin
familia ante el bien que aquel ensayo reportaría a la humanidad? Y además del bien producido, la fama
universal que aquellos dos sabios médicos alcanzaban de día en día les llenaba de orgullo; se creían
infalibles, porque de lejanas tierras venían los enfermos en peregrinación para recobrar la salud
perdida. Raúl era verdaderamente una celebridad médica, su discípulo no se separaba de él un
instante y, cosa rara, no envidiaba a su maestro; como estaban unidos hacía tantos siglos por íntimos y
legítimos amores, su admiración rayaba la idolatría, exenta de las miserias terrenas, y su mayor placer
era proporcionar a su maestro niños desamparados, en los cuales Raúl ensayaba la eficacia de sus
atrevidos inventos; los dos se creyeron verdaderamente dioses, el orgullo los cegó y el orgullo también
es un pecado, y como todo pecado tiene su condena, Raúl y su discípulo han pagado en esta
existencia una parte de su larga cuenta.
“El discípulo amado es hoy la tierna niña, cuyo abuelo, con toda su ciencia, no ha podido curar
más que a medias; el sabio orgulloso, él, que se ha creído infalible en sus juicios, se ha visto impotente
para curar a su ángel querido, y éste, que no tuvo compasión de los pobres niños sacrificados al
estudio y a las investigaciones científicas, sufre hoy las consecuencias de su indiferencia de ayer; dolor
que no se compadece; es necesario sufrirlo para apreciarlo en su verdadero valor. A Raúl, cuya ciencia
ha estado completamente eclipsada en su última existencia, porque a proporción de lo que ha sido, no
era más que una vulgar medianía, su gran inteligencia médica le hacía sufrir extraordinariamente,
porque comprendía dónde estaba el remedio, sabía el modo de aplicarlo, y al llegar al momento
decisivo de administrar la medicina apropiada a la tenaz dolencia veía que se equivocaba, que su
acción curativa no respondía al impulso de su pensamiento, y si esto le desesperaba con los seres
extraños, su desesperación llegó al grado máximo cuanto se vio impotente para salvar a su nieta, que
era el amor de todos sus amores; muriendo, como era necesario que muriera, humillado, convencido
de su insignificancia, de su pequeñez, se creyó un dios y murió persuadido de que no hay dioses, que
no hay más que un Dios, y como el pecado del orgullo científico es hasta cierto punto perdonable, y
Raúl hace siglos que es un sol en el mundo de la ciencia, hoy se encuentra en muy buen estado,
porque no ha perdido un ápice de su sabiduría y ha reconocido una grandeza superior a la suya, una
ciencia para él desconocida, un poder maravilloso, una fuerza que sostiene la máquina del Universo, y
ante tanta luz, ante tanta luz, ante tanta magnificencia, ante tantos mundos, donde él adivina que hay
grandes sabios, preguntándole a Dios por qué brillan los soles, y por qué su fuego no incendia el
Universo, él se considera uno de tantos alumnos en la gran Universidad del Infinito; se reconoce
grande y pequeño a la vez y el orgullo no lo volverá a cegar. Tiene luz propia, vive en medio de la luz y
con su fluido luminoso envuelve a su nieta, que es el amor de todos sus amores.
“Estudia detenidamente el breve relato que te he hecho de la muerte de un sabio orgulloso;
pero no basta penetrar victorioso en el templo de la ciencia, hay que amar, hay que compadecer, no se
puede menospreciar al paria de la sociedad, porque aquel ser abandonado tiene un Espíritu quizás
más adelantado que el que se cree infalible por su sabiduría, y en el mero hecho de nacer hay que
considerar que viene a la Tierra a cumplir una misión, sea ésta de gran importancia o insignificante.
Todo hombre merece respeto y hay que esforzarse en protegerlo y en amarle; la ciencia que no
desciende hasta el desamparado, llega un día en que recibe el castigo merecido, como habéis visto en
el sabio Raúl. Adiós”.

***

Tiene razón el Espíritu al decir que es digno de profundo estudio el relato de la muerte de un
hombre que un día se creyó un dios y tan poco llegó a valorar a su organismo que dejó de alimentarlo,
convencido que su estancia en la Tierra era completamente inútil.
¡Fatal aberración! Aún podría haber hecho mucho bien, aún su ciencia hubiera difundido el
consuelo, pero se creyó dueño de sí mismo y dispuso de su vida ignorando que cometía un crimen,
porque ha negado sus beneficios a muchos enfermos.
¡Cuán necesario es conocer la vida de ultratumba! Si Raúl la hubiera conocido no se hubiese
entregado a la desesperación, destruyendo su organismo; antes al contrario, hubiera redoblado sus
esfuerzos para dar luz a los ciegos, ya que sabía lo que se sufre ante una desgracia irremediable.
Sólo el estudio del Espiritismo nos hará grandes en medio del dolor, porque sabiendo que
vivimos eternamente, haremos lo posible para ser hoy mejores que ayer y ser mañana grandes
benefactores de la humanidad.
UN SABIO SIN CORAZÓN

HISTORIA CURIOSA:EXPLOTACIÓN CRIMINAL

Durante algunos años ha estado vagando por las aldeas y campos del mediodía de Francia
una cuadrilla de gitanos, viviendo de mostrar a las gentes un fenómeno muy raro.
Metido en un cajón, y a través de un cristal, mostraban un muchacho salvaje, diciendo que
carecía en absoluto de extremidades inferiores y que hablaba una lengua extraña y bárbara.
Pero el muchacho no era ni monstruo ni salvaje, y la lengua que hablaba no era ni más ni
menos que la que se usa en los campos de Galicia.
El pobre muchacho, en efecto, no era ni más ni menos que una víctima de la explotación de los
gitanos.
Estos habían atado fuertemente las piernas del niño en una disposición violentísima y cruel,
quedando ocultas por un doble fondo en el cajón, por lo que parecía carecer de ellas.
¿Cómo este muchacho español había caído en poder de los gitanos?
Muy sencillo. Viajando la nómada partida por los campos de Galicia, vieron al chiquillo, y
embaucaron a sus padres, consiguiendo que éstos se lo cedieran bajo la promesa de devolución al
cabo de un año, estipulando que los gitanos abonarían por ello, a la familia galega, trece duros al
devolverles el muchacho. Contaba éste a la sazón seis años, y la partida errante se lo llevó consigo en
sus correrías por Galicia, León, Burgos, Logroño y Navarra, hasta que penetraron en Francia. Al
principio iba el muchacho tratado a cuerpo de rey (relativamente), pero haciendo jornadas terribles, por
lo largas, y montado a horcajadas en un mulo de gran alzada, cuyo lomo apenas podía abarcar las
tiernas piernecitas del niño. El resultado fue que al cabo de algún tiempo de este trajín, cuando por la
noche apeaban al muchacho, tenía sus extremidades doloridas y no podía andar. De aquí, sin duda, el
ocurrírseles a los gitanos inutilizar por completo las piernas del muchacho, atándolas, como queda
dicho, y aprisionándolo en el cajón de doble fondo.
Diez años duró el suplicio del galleguito, con incidentes muy variados y siempre tristísimos;
pero como no sabía ni una palabra del francés, le era imposible hacer entender a nadie la explotación
de que era víctima, y menos podía, por la disposición en que se hallaba, escapar de sus verdugos.
Por fin, al cabo de diez años, llegó a hacerse entender algo en francés, y aprovechando una
ocasión favorable pudo denunciar a las autoridades su explotación y su martirio.
Recobró así su libertad, pero la inmovilidad y posición forzada de las piernas durante tan largo
tiempo había producido en el muchacho una forma singular de paraplejía. Fue, pues, necesario
conducirlo al hospital de Burdeos, donde fue asistido por los doctores Duverjié y Arnozan.
Por mediación del cónsul español ha sido trasladado a España e ingresado al hospital general
de Madrid, donde se halla bajo los cuidados del doctor don Jaime Vera, que confía en la lenta curación
del muchacho, mediante un tratamiento eléctrico apropiado.

***

Con profundo sentimiento leí el anterior relato, pues me hice cargo que el protagonista de tan
horrible historia era un Ser que indudablemente había pecado mucho, y nada más triste que ser malo,
puesto que el que peca se degrada con el mal pensamiento que antecede a la realización de la mala
obra, se envilece llevándola a cabo y atrae más tarde Espíritus perversos que gozan y se complacen
en atormentarle. ¡Qué malo es ser malo!...
Porque no sólo cae en el abismo el criminal, sino que con él caen otros muchos.
Deseando proseguir mis estudios, leyendo en la humanidad, pregunté al guía de mis trabajos
sobre el pasado de este infeliz que ha vivido sin vivir, tantos años, y obtuve la comunicación siguiente:

“Por el fruto conoceréis el árbol, dijo Jesús. De igual manera por la existencia de cada Ser
conoceréis una parte de su historia, al menos la más culminante, la que ha formado época en la vida
de este o de aquel individuo. El hombre que hoy ha sido víctima de la codicia de unos mal aventurados
explotadores de la humanidad, ha sido durante muchos siglos un sabio sin corazón; así como vuestros
naturalistas y vuestros médicos más famosos ensayan en diversos animales el efecto de sus
invenciones, inoculándoles el virus de varias dolencias que diezman a la humanidad, muriendo muchos
de estos animales sometidos a ensayos científicos, sirviendo su muerte de útil enseñanza para evitar
más tarde la tortura de hombres atacados de análoga enfermedad, de igual manera el hoy martirizado
(al que llamaremos Ascaño), en sucesivas existencias hizo el estudio siguiente:
“Ver si la inteligencia tendía mejor su vuelo disponiendo de un cuerpo sano y robusto o
sufriendo la parálisis de sus miembros inferiores, condenando, así, a los hombres, a una quietud
forzosa. Ascaño fue durante mucho tiempo poseedor de bienes de fortuna, tenía gran número de
esclavos y en los hijos de sus siervos, en aquellos que presentaban una cabeza hermosa, bien
equilibrada, fijaba su atención y comenzaba sus crueles estudios. A unos les amputaba las piernas, a
otros se las oprimía entre moldes de hierro, a otros les producía llagas incurables, y a todos ellos les
enseñaba a leer, a escribir, a pintar, a modelar barro, a cantar; a cada uno le dedicaba a lo que
mostraba más inclinación y al mismo tiempo educaba de igual manera a otros niños sanos y robustos,
y así notaba la diferencia que existía entre unos y otros.
“Trataba a los infieles que sometía a sus extraviados estudios lo mimo o peor que vuestros
médicos a sus animalejos; no gozaba viéndoles sufrir, eso no; pero le importaban muy poco sus
gemidos de angustia, lo que él quería era observar si la inteligencia necesitaba del uso completo de
todo su cuerpo para funcionar y elevarse o si le bastaba impresionarse ante la belleza de la Naturaleza
con todas sus armonías.
“Ascaño buscaba, sin él saberlo, la vida independiente del Espíritu. En aquel tiempo no se
conocía todavía el aforismo de <cuerpo sano, mente sana>, ni hubiera servido tampoco para los
estudios de Ascaño; él buscaba algo que presentía, que adivinaba, pero no encontraba en torno suyo;
él buscaba inteligencias que funcionasen independientemente del cuerpo; por eso, a éste lo trituraba,
lo reducía, tratando al mismo tiempo de aplicar el remedio al mal causado para ver el giro que tomaba
la inteligencia si ésta batía sus alas hacia tierra, o si se elevaba como las águilas buscando las
inmensidades del infinito.
“Así como en vuestros días hay hombres que les sacan los ojos a determinados pájaros
porque dicen que estando ciegos cantan mucho mejor, de igual manera Ascaño mutilaba a sus pobres
esclavos para ver si careciendo de piernas corría más su pensamiento.
“Ya dijo Aristóteles que los esclavos eran una propiedad animada. Ascaño lo creía así y
martirizó a muchos niños, porque era un sabio sin corazón.
“No gozó el mal causado, pero como al fin causó muchos dolores, justo es que en su mismo
cuerpo sufra más de una vez los tormentos que hizo sufrir. Mas no creáis que porque él venga
obligado a sufrir lo que hizo sufrir a otros, sean menos culpables sus verdugos, porque ya os he dicho
muchas veces que el papel de verdugo no es necesario nunca representarlo; porque cada uno es
verdugo de sí mismo, cuando su expiación debe cumplirse.
“No tenéis más que mirar y veréis cuán cierto es lo que os digo.
“Muchos hombres tienen lo suficiente para ser relativamente felices, pero si no merecen serlo
no lo son; y les domina el vicio que más les puede perjudicar o están unidos a una familia que sin ser
mala les mortifica, les contraría, les exaspera, y cuántos hay que dicen: - ¡Quién fuera hijo de la casa
de expósitos!
“Tener familia es una verdadera calamidad. Cada cual lleva en sí mismo todos los apuntes
judiciales que se necesitan para pagar una causa, es el fiscal que acusa y el abogado que defiende, el
juez que dicta la sentencia y el verdugo que la ejecuta; todo lo lleva el hombre consigo.
“Dios en su justicia infinita no podía crear Seres para que éstos fueran odiosos y repulsivos;
sus leyes son inmutables y eternas, y así como los niños juegan con sus juguetes, así los hombres
juegan con sus leyes que duran y subsisten hasta que un soplo de eso que llamáis muerte os deshace.
“¡Cuántos jueces (verdaderamente criminales) cuando más contentos y más satisfechos están
de sus crueldades, lanzan un grito de angustia, se ven rodeados de sus víctimas y caen como heridos
por el rayo, y todo su poder, toda su autoridad, va a esconderse en un sepulcro que será quizá de
mármoles y jaspes, pero sepulcro al fin, depósito de gusanos que devoran aquel cuerpo que sólo se
movió para producir exterminio!
“Os lo repetiré cien y cien veces: no dejéis de compadecer a los verdugos y a las víctimas, los
primeros porque se preparan para ser sacrificados mañana, y los segundos porque han sido los
sembradores de la mala semilla, cuya cosecha están recogiendo y regada por sus lágrimas. Amad y
compadeced, porque amor y compasión necesitan las víctimas y los verdugos. Adiós”.

***
¡Qué hermosa enseñanza! ¡Cuánto se puede aprender con estas instrucciones
verdaderamente racionalistas, despojadas de todo misticismo!...
¡Cuán en armonía están con mi modo de pensar! Siempre he creído que Dios está a mucha
más altura que nuestras miserias y nuestras torpezas.
Cuando dicen: Dios castiga a sus hijos rebeldes y premia a los justos, me parece que profanan
la grandeza de Dios; yo considero a Dios como Alma del Universo irradiando en los mundos, no
convertido en maestro de escuela vigilando las acciones de sus discípulos.
Yo adoro a Dios en la Naturaleza, pero no tiemblo ante su cólera, ni confío en su clemencia.
Dios es justo, es inmutable, es eterno, es superior a todas las piedades y a todas las compasiones; no
necesita ser clemente porque es justo, porque su ley de amor tiene que cumplirse y cuando se cumpla
la ley de Dios, no tendrá ocaso el día de la felicidad universal.
EN LA CULPA ESTÁ EL CASTIGO

Hojeando los periódicos leí un suelto que me llamó vivamente la atención.

MENDIGOS DE OFICIO

Hace pocos días fue recogido por la ronda correspondiente un individuo que se dedicaba a
implorar la caridad pública, y llevaba en su poder 7.500 pesetas en billetes y monedas de distintos
países.
Anoche fue conducida al Asilo del Parque una mujer andrajosa y sin domicilio, a quien se le
encontraron títulos y obligaciones por valor de 8.392 pesetas.

¡Qué historia tan horrible tendrán esos dos Seres!... cuando tienen que ir por el mundo
cargados de oro mendigando el suplicio de Tántalo, que según la historia mitológica fue arrojado a los
infiernos sufriendo un castigo horrible, que consistía en permanecer en medio de un lago cuya agua le
llegaba a la barba y se escapaba de su boca cada vez que, poseído de una sed ardiente, quería beber
de ella, y en estar rodeado de árboles frutales, cuyas ramas se elevaban hasta el cielo cada vez que,
devorado por el hambre, llevaba la mano a ella para coger los frutos. Igualmente esos dos
desgraciados llevaban encima de ellos el agua y la fruta madura y se morían de hambre y de sed:
¿qué habrán hecho ayer?

***

“¿Qué quieres que hicieran? (me dice un Espíritu), faltaron a las leyes divinas y humanas y hoy
recogen la cosecha de la semilla que en mal hora sembraron. El mendigo que hoy implora la caridad
pública, en una de sus pasadas existencias fue el prior de una comunidad religiosa inmensamente rica;
el convento estaba situado en el campo, rodeado de muchas aldeas, cuyos habitantes venían
obligados a dar al prior del convento el fruto sazonado y abundante de todas sus cosechas y lo mejor
de sus ganados; y, ¡ay del que no lo hiciera!, pues lo excomulgaban y amenazaban con las penas
eternas del infierno; y aquellos infelices, verdaderamente atemorizados, para no caer en pecado
mortal, ofrecían humildemente al prior todo cuanto poseían con tal de alcanzar la gloria eterna,
promesa que les hacía el prior siempre que le llevaban lo mejor de su hacienda. Y tanto abusó de su
poder aquel hombre cuya avaricia no tenía límites, que llegó a ser el azote de aquellos pobres seres
crédulos y sencillos que le consideraban como si fuera un verdadero santo. Pero todo tiene su término,
y al fin dejó la Tierra el prior, dejando en ella bienes cuantiosísimos, y entrando en el Espacio tan pobre
que no tenía un átomo de virtudes; no había en él más que vicios, y vicios incorregibles, pues a pesar
de que su guía le hizo presente el error en que había vivido y que era necesario que desandara el
camino recorrido, él ha vuelto a la Tierra repetidas veces, siempre ansioso de dinero, y aunque su
expiación no le permite disfrutar de sus riquezas, él siempre procura atesorar, y va cruzando la Tierra
sin tener nunca ni casa, ni hogar, siempre temeroso de que la justicia le arrebate los valores que
consigue poseer, unas veces pidiendo limosna y otras por medio del hurto o del engaño, pero siempre
viviendo del modo más miserable.
“Así lleva ya varias existencias y muchas le quedan aún, porque él bien conoce el mal que
hace, pero el oro es para él la serpiente que se enrosca en su cuello y no le deja respirar. Ha hecho
tanto daño por la adquisición del oro, que el oro es su verdugo. ¡Infeliz! ¡Compadeced a los mendigos
que entre sus harapos llevan el agua y la fruta madura que no calma su sed ni su hambre!
“En cuanto a la pordiosera que poseía una pequeña fortuna, ésa ha comenzado en su actual
existencia el saldo de su cuenta. En su anterior encarnación era una joven muy hermosa, hija del
pueblo, soñaba con ser una gran señora; conoció a un anciano millonario y empleó todas sus artes
para entrar a su servicio, y ella era tan simpática, atrayente, tan cariñosa y tan expresiva, que se captó
por completo el cariño del anciano, que la dotó espléndidamente; pero ella no se contentó con esto,
consiguió que él hiciera testamento, dejándole su cuantiosísima fortuna, y después, en agradecimiento,
temiendo que él se arrepintiera de su obra, compró a buen precio a un médico tan pobre de bienes
materiales como de sentimientos humanitarios, y éste le dio un veneno que mataba lentamente sin que
dejara huellas visibles en el enfermo, quien fue languideciendo, perdiendo la lucidez de su inteligencia,
y en este estado se llevó al enfermo a viajar, y ya lejos de su patria lo dejó abandonado en un hotel,
dejándole una cartera con algunos valores; mas como el anciano estaba completamente idiota, nada
pudo explicar o decir, y lo encerraron en un asilo destinado a los octogenarios, donde murió sin darse
cuenta de nada; ella, entretanto, volvió a su patria y allí encontró el principio de su castigo, porque la
familia del millonario le puso pleito, y se comió la justicia el fruto de su crimen.
“Murió poco menos que en la indigencia, y al llegar al Espacio encontró a su víctima, que la
perdonó generosamente y la aconsejó que no siguiera por la senda emprendida, sino que, muy al
contrario, se decidiera a saldar sus enormes cuentas, porque no era la primera vez que cometía tales
atropellos. Siguió su consejo y en esta existencia ha encontrado medios para poseer un puñado de
oro; pero no lo disfruta, no le sirve para nada útil; es esclava de unas cuantas monedas y vive sin vivir,
porque no merece vivir tranquila la que pagó con tan negra ingratitud la generosidad y el cariño
verdaderamente paternal que le brindó su protector, que era de alma notable y elevada.
“Razón tenías al decir que cuando se vive mendigando y se lleva consigo lo suficiente para
satisfacer las primeras necesidades de la vida y no se las puede satisfacer, mucho se tiene que haber
pecado.
“Comprended a esos infelices que sufren la peor de las condenas.
“Adiós”.

***

Efectivamente, vivir a la intemperie, carecer de todo y guardar afanosamente lo que pudiera


salvarle del sufrimiento, es ser verdugo de sí mismo; por eso debemos vivir dentro de la moral más
estricta para no hacernos acreedores a ser los parias, los ilotas degenerados por los que nadie se
interesa, que viven en la sombra, aqui y allá.
¡Cuán cierto es que en la culpa está el castigo!
VENGANZA ESPANTOSA

Continuamente estoy recibiendo cartas pidiéndome que pregunte a los Espíritus el porqué de
muchos sucesos verdaderamente interesantes y muchos de ellos terribles. No siempre puedo
complacer a mis amigos o hermanos; unas veces porque no quiero abusar de las comunicaciones para
conservar lo que yo necesito, que es la comunicación para mis trabajos literarios; quiero que los
Espíritus no vean en mí un corre, ve y dile que les moleste con preguntas impertinentes para satisfacer
la curiosidad de la ignorancia. No; yo cuando interrogo a los Espíritus, es para aprovechar sus
narraciones y trasladarlas al papel publicándolas en los periódicos espiritistas, y de este modo mi
trabajo es verdaderamente productivo, porque son muchos los que leen mis escritos y aprenden en
ellos a saber sufrir y saber esperar.
Otras veces tengo que dar la callada por respuesta, porque el guía de mis trabajos literarios
me dice sencillamente que no siempre se puede uno acercar al fuego (metafóricamente hablando),
pues hay Espíritus cuya historia es tan terrible, y tanta su inferioridad y degradación, que van envueltos
en espesas brumas y su fluido, no diremos que ocasione la muerte, pero sí produce un malestar
indefinible, una angustia sin nombre, y en realidad tendrá que ser así, porque en la Tierra yo he
experimentado sensaciones dolorosísimas cuando, por circunstancias fortuitas, he tenido que ir a
ciertos lugares donde se reunían seres inferiores, o he cruzado calles cuyo vecindario se componía de
mujeres perdidas y hombres degradados.
¡Qué fatiga! ¡Qué ansiedad! ¡Qué repugnancia! Yo creo que el Espíritu también debe sentir
náuseas cuando encuentra en su camino a un ser o seres malvados; podrá, pasada la primera
impresión, dominarse y sentir compasión por los culpables, pero en el primer momento se rechaza con
horror a tales seres inferiores. Yo recuerdo perfectamente que hace muchos años visité la cárcel de
Barcelona; me acompañaba el alcaide y un escribano. Cuando llegamos al patio de la prisión y me
detuve delante de una reja, me horroricé de ver aquel enjambre de hombres abyectos, medio
desnudos muchos de ellos, que se acercaron a la reja, y me pedían cigarros sonriendo estúpidamente.
¡Qué cabezas tan deprimidas! ¡Qué ademanes! Yo volví la cabeza y murmuré con amargura
dirigiéndome al alcaide: ¿y éstos son hombres?
-Pues fíjese en un preso que le voy a presentar, a ver qué sensación experimenta.
Seguimos andando y entramos en una cocina muy limpia; todos sus utensilios estaban muy
bien colocados y brillaban las cacerolas de cobre como si tuvieran un baño de oro. Un hombre
pequeño y rechoncho estaba afilando un cuchillo; al ver al alcaide se cuadró, sonriendo humildemente.
Yo miré, y experimenté una sensación dolorísima, parecía que por todo mi cuerpo me clavaban agudas
espinas y que martillos candentes golpeaban mis sienes. El alcaide (de intento sin duda), le dirigió la
palabra, le hizo varias preguntas para que yo tuviera tiempo de contemplarle, pero me sentí tan mal
que salí de la cocina con presteza pidiendo agua porque me ahogaba, y con vivísima curiosidad le dije
al alcaide:
-¿Qué ha hecho ese hombre? ¿Por qué está aquí?
-Porque ha violado a sus tres hijas y las tres han tenido un hijo, que el padre y abuelo quería
estrangular, pero las tres criaturas se han salvado y él marchará al presidio de Ceuta dentro de
algunos días.
-¡Qué horror! Ahora me explico por qué yo no podía estar cerca de ese hombre.
Pues lo mismo que pasa con los criminales en la Tierra, lo mismo deberá pasar con los
criminales del Espacio; yo lo que sé es que me hacen preguntas a las cuales no puedo contestar
porque, como dice mi guía: Sufrirás demasiado, deja que los muertos entierren a sus muertos. Pero
últimamente me ha escrito un espiritista de México, muy interesado por saber el principio de una
tragedia ocurrida en el Manicomio de San Hipólito en México. En dicha casa de curación entró en
setiembre del año 1894 un enfermo llamado Ambrosio Sásamo. Los médicos dijeron que tenía
intoxicación por la marihuana y manía impulsiva y homicida; de fuerte constitución, muy bien
musculado, tiene ya fuerza hercúlea y domina, sin exageración ninguna, a tres hombres. Pertenece a
una familia de neurópatas. Su madre es una histérica, el padre un neurasténico, y el hijo mayor de
dicho matrimonio es también un enfermo. Ambrosio se ha puesto él mismo el apodo de “el dios de la
Tierra”. En el hospital se hizo célebre por su ferocidad; se golpeaba brutalmente, se desgarraba la ropa
y gritaba: ¿Quién como yo?
Hace poco tiempo que ingresó en el hospital don Antonio Marrón, joven enfermo, pero no de
locura; por un descuido que no se explica, entró Marrón en el patio donde se paseaba Ambrosio,
llevando puesta la camisa de fuerza, acompañado de dos celadores; pero éstos, fueron llamados por
alguien y se quedó solo el loco con Marrón, al que debió decirle: dadme la libertad, y Marrón le desató
los lazos que sujetaban la camisa de fuerza y el loco quedó libre y dueño del campo, y sin pérdida de
tiempo, le puso la camisa a Marrón, lo cogió en brazos y se lo llevó a su celda, cerró la puerta y se
quedó solo con su víctima. Nadie puede saber cómo ocurrió el terrible drama entre las tinieblas de la
celda, pero los gritos de los demás locos atrajeron a los celadores, los que vieron horrorizados que
Marrón estaba en el suelo con la camisa de fuerza y los pies atados, y el loco de rodillas ante el
cadáver forcejeaba por extraer una enorme alcayata, que él mismo había incrustado por cuarta vez en
el cráneo de Marrón, y con tal fuerza debió clavarla el loco, que perforó el cráneo del infeliz Marrón y
penetró en el pavimento.
Sujetaron al loco a un interrogatorio, diciéndole:
- ¿Mataste a un hombre?
- Sí, señor.
- ¿Por qué?
- Porque me tienen amarrado y me canso de esta vida; quiero que me pasen a Belén.
- Pero es que estás aquí por encontrarte enfermo.
- No estoy enfermo.
- Sí, estás loco.
- No, señor; no, señor.
- ¿Por qué eres tan malo?
- Porque me tienen amarrado.
- Si te soltaran serías bueno?
- Sí, señor; sí, señor.
Mucho más largo y más explícito es el relato que publica “El Imperial”, de México, del 8 de
junio último, pero con el extracto basta para hacerse cargo del terrible suceso ocurrido en el Manicomio
de San Hipólito.
Epílogo de una historia de crímenes tiene que ser la muerte del infeliz Marrón que, por una
serie de circunstancias inexplicables, tuvo que quedar a merced de un loco terrible que nunca paseaba
solo, al que siempre le acompañaban dos celadores, y acudir a aquel patio, destinado exclusivamente
para esparcimiento de los locos, un joven que estaba muy bien recomendado por un hermano suyo al
director del hospital, que pagaba espléndidamente su pensión, porque era muy rico, habiendo
heredado últimamente los dos hermanos cien mil duros, y entrar precisamente en el patio en el
momento en que los dos celadores dejaban solo al loco, confiados en que éste no podía hacer uso de
sus brazos, mandar el loco, obedecer el cuerdo, y con una rapidez extraordinaria, desarrollarse la
terrible tragedia; esto... no es producto de la casualidad, aquí hay una causalidad espantosa, no se
muere atormentado tan cruelmente sin antes haber cometido un delito semejante. ¿Cuándo lo cometió
Marrón? ¿En qué época? La sombra de los siglos ha borrado las páginas escritas en un libro cuyas
hojas ya no existen. ¡Vana pregunta! Los hechos de los hombre no se borran jamás; en la pizarra del
infinito están escritas todas las cantidades de nuestros vicios, de nuestros atropellos, de nuestros
crímenes; aquellas cifras imborrables están esperando que Dios haga la suma de todas ellas, pero
Dios no la sumará nunca, porque una sola suma significaría la perfección absoluta de un Espíritu y la
perfección sólo Dios la posee.

***

“Dices bien (me dice un Espíritu) siempre tendrán los hombre en los mundos y las almas en los
Espacios un cielo más que escalar y un abismo más donde caer; el progreso no tiene límites, el tiempo
no tiene fin, los Espíritus son los exploradores eternos, los trabajadores incansables, los mineros del
Universo, los aeronautas de la Creación; el día de la vida universal no tiene ocaso; la noche del reposo
no existe.
“Ahora bien, en esta historia de las humanidades, cuya primera hoja no se sabe con certeza en
qué época se escribió, abundan episodios terroríficos, al par que encantadores idilios. Dueño cada
Espíritu de emplear su tiempo según sus aspiraciones y sus deseos, se entrega a toda clase de
excesos, mortificando unas veces su carne y otras degradando su inteligencia.
“Ese epílogo de una historia, como tú llamas al suceso ocurrido en un manicomio, tienes razón
al decir que es el desenlace de un drama. ¡Cuántos han tomado parte en él; hace tiempo que vienen
luchando juntos! Cuatro son los actores que han desempeñado su papel en esa escena final, tres que
estaban en la Tierra y uno en el Espacio. A grandes rasgos te trazaré un capítulo de la historia de esos
desventurados; no estás tú en condiciones de penetrar muy a fondo en la vida íntima de cuatro Seres
que han adquirido grandes responsabilidades, dejándose dominar por sus indómitas pasiones.
“En una existencia no muy lejana, el que hoy se apellida <el dios de la Tierra>, era un hombre
feroz, indomable; por satisfacer sus lúbricos deseos, mancilló el honor de muchas mujeres y mató a
traición y frente a frente (según se le presentaba la ocasión) a más de un marido burlado, a más de un
padre desesperado por el deshonor de su hija. Entre los hombres que murieron por sus manos había
un conde que había lavado su honra con la muerte de su esposa y de su única hija, deshonradas por el
matador del conde; éste juró al morir perseguir eternamente al hombre que le había arrebatado su
felicidad, y al encarnar Ambrosio Sámano en la Tierra, su enemigo se apoderó de él y aún no lo ha
dejado.
“Tú dices que para morir atormentado tan cruelmente, se debe haber cometido un delito
semejante, y estás en lo cierto al afirmarlo. El joven que ha muerto, por haberle perforado el cráneo, no
cometió por su mano tal delito, pero presenció gozoso tal martirio, que lo sufrió un caudillo vencido por
su deslealtad y su traición, y el ejecutor de tal crimen fue el Espíritu que juró no abandonar nunca al
que hoy se llama <dios de la Tierra>. Une a esos tres Espíritus una cadena de crímenes, cuyos
eslabones los han ido forjando en diferentes existencias. El que hoy ha muerto (al parecer inocente)
tiene muchas páginas escritas con sangre en el libro de su historia, y el Espíritu que obsede al <dios
de la Tierra> se ha vengado del matador y de la víctima, pues los dos le han arrebatado, en otro
tiempo, el honor, la fortuna y la felicidad; y hasta el hermano de la víctima de hoy ha contribuido a la
realización de tal venganza, llevando al pobre enfermo al hospital donde debía morir, y ha sido él quien
le abrió la puerta de tan triste lugar, porque en otro tiempo, siendo él gobernador de una fortaleza
donde gemían prisioneros y prisioneras por mandato religioso, mujeres desdichadas que no querían
abjurar de su religión y querían, al mismo tiempo, conservar su virginidad, estas infelices, tenían que
sucumbir ante las amenazas de hombres opulentos que penetraban en sus calabozos, embriagados y
enloquecidos, y el gobernador era cómplice de tan infames atropellos, dejando entrar a varios
magnates, siendo uno de ellos el que hoy ha muerto a manos del <dios de la Tierra>. Ayer le abrió las
puertas de una prisión, para que saciara sus brutales apetitos deshonrando a mujeres indefensas, y
después le abrió las puertas de un hospital para que él muriera como había hecho morir a otro, con el
cráneo perforado. Él se rió ayer de los momentos que pasó su víctima al morir, gozó con su agonía, y
el ejecutor de aquella horrible muerte hoy levantó el brazo del que creéis loco, vengándose de los dos.
Todos ellos habían escrito la sentencia realizada hoy. ¿Entonces estaba escrito?, preguntas tú. Sí,
estaba escrito, no por la fatalidad, estaba escrito por la serie de crímenes cometidos por todos ellos. El
que pasa por loco no lo está, es víctima de su enemigo invisible; podrá la ciencia asegurar que
pertenece a una familia de desequilibrados, que él mismo no está, pero tiene horas, tiene días, tiene
noches que ve claro, muy claro, y dice: ¡No estoy loco! ¡No!; no lo estoy, siento que por mis venas
corre plomo derretido, siento que mi cerebro estalla, que una manos de hierro oprimen la garganta, que
tengo sed de sangre, y al mismo tiempo quisiera huir lejos, muy lejos de aquí para vivir tranquilo en los
brazos de una mujer amada.
“Compadeced a las víctimas de sus enemigos invisibles; sufren el más horrible de todos los
tormentos, luchan con verdaderos titanes, cuya fuerza es tan poderosa que el hombre más fuerte de la
Tierra cae vencido.
“Comprendo que sufres relatando tantos horrores, pero todo es útil; así como los anatomistas
hacen la autopsia de los cuerpos inertes para estudiar las enfermedades y los defectos orgánicos que
tanto atormentan a la mayoría de los hombres, también es conveniente hablar de lo invisible, de los
desconocido. ¿No se mira con el telescopio el mar del espacio donde navegan innumerables soles?;
pues los misterios de ultratumba también merecen ser estudiados, porque sin conocer el desconocido
se vive a ciegas, se llega al crimen sin remordimiento; y hora es ya que sepan los hombres que el
infierno y la gloria existen, que no están arriba ni abajo, que los llevamos nosotros mismos, que cada
Espíritu constituye su paraíso y su averno.
“Adiós”.

***

Dice muy bien el Espíritu: es de gran utilidad levantar el velo que cubre la vida de ayer; en
verdad que se sufre delatando crímenes, mas si las heridas del cuerpo se curan cauterizándolas,
apliquemos el cauterio de la revelación ultraterrena sobre los vicios incorregibles, sobre las pasiones,
sobre los odios, sobre la venganza; pongamos de manifiesto lo malo que es ser malo y lo bueno que
es ser bueno, y si con nuestros escritos un hombre se detiene en la pendiente de sus vicios, ¡bendito
sea el trabajo empleado! ¡Un alma que se despierta y ve la luz, es un nuevo sol irradiando en el
Universo!
LAS PENAS MÁS GRANDES

El agua menuda
Es la agua que hace barro,
Que el agua recia no deja señales
Por donde ha pasado.
Las penas pequeñas
Son las que hacen daño,
Porque las grandes, o matan al pronto,
O pasan de largo.

Augusto Ferrán

¡Cuán bien dice el poeta! Las penas pequeñas son las que hacen daño; de consiguiente son
las más grandes porque son las que más mortifican, las que van consumiendo la vida largamente.
Hemos conocido a muchas personas que han perdido en breve plazo a todos los individuos de su
familia, y algún tiempo después han sonreído y en su risueño semblante ha brillado un destello de
felicidad.
Recordamos a una joven que en quince días perdió a su marido y a su único hijo, quedando en
la mayor miseria, y algunos meses después no había en su rostro ni un leve reflejo de dolor. Otra, en
tres meses perdió a su esposo y dos hijos, y hoy vive tranquila como si tal familia no hubiese tenido.
Otra, en un año vio morir al elegido de su corazón y a cinco hijos; esta última quedó al pronto como
insensible y hoy sonríe dichosa, consolada en gran parte por un nuevo afecto que le ofrece un
halagüeño porvenir; y en cambio conocemos a muchas familias, a las cuales la muerte respeta, pues
cuando les arrebata alguno de sus miembros es una defunción esperada, bien por la avanzada edad
del individuo o por lo crónico de su enfermedad; así es que su desaparición no ocasiona ese dolor
terrible que nos llega a enloquecer.
Tiene también todo lo necesario para vivir, no conocen los horrores del hambre ni la
persecución de los acreedores; pueden satisfacer en algunas ocasiones hasta sus caprichos, y, sin
embargo, a pesar de estas condiciones tan favorables, tienen pequeñas contrariedades que contadas
hacen reír y sufridas hacen llorar.
Le oímos contar a una niña un cuento que encierra una profunda enseñanza; decía así la
hermosa pequeñita:

“Había un pobre, tan pobre, que no tenía ni cama donde dormir; dormía sobre un pedazo de
estera y, justamente enfrente de su chiribitil, vivía una familia muy bien acomodada, que todos los días
sacaba a los balcones los colchones de todas sus camas, y el infeliz mendigo los miraba con una
envidia que le devoraba el corazón. Tanto llegó a sufrir que se fue a confesar acusándose tristemente
que la envidia envenenaba todas las horas de su vida y que aquellos malditos colchones eran su
pesadilla.
“El buen cura, compadecido de su infortunio, le dijo:
- Ven a mi casa, yo te daré una cama que ni los ángeles la tendrán mejor, con una condición, de que
no te moverás de la habitación; tendrás vistas a un jardín, comerás opíparamente, dejarás de sufrir
el hambre, el frío, el calor y el desaliento, y a los quince días entraré a verte y me dirás cómo te
encuentras.
“ ¡Ah! Te advierto que no dejes tu desván ni tires el pedazo de estera por lo que pueda
suceder.
“El mendigo, ebrio de alegría, se fue tras el buen cura a su nueva habitación y su gozo no tuvo
límites cuando se acostó en una cama de tres colchones que, por lo blandos, parecían almohadones, y
además unas sábanas que disputaban su blancura a la nieve y almohadas de pluma.
“La primera noche el mendigo durmió con todo placer, y al día siguiente se despertó con muy
buen apetito; comió cuanto quiso y después se asomó a la ventana y estuvo mirando el jardín largo
rato; se volvió a acostar por disfrutar despierto de su cama, y así estuvo cinco días comiendo,
durmiendo y mirando por la ventana los jardineros que trabajaban en el jardín y al hortelano que
arreglaba el huerto.
“Al sexto día, con harta extrañeza suya, se levantó pensando en su chiribitil y en su pedazo de
estera. Recordó con delicia sus largos paseos por la ciudad y el campo y la completa libertad que
disfrutaba cuando dormía en el desván. Cierto que ayunaba muchos días, pero contaba sus penas a
otros compañeros y se consolaba. Estuvo luchando con sus recuerdos tres días, hasta que pidió ver al
buen cura. Éste acudió en seguida a su llamamiento, y el mendigo le dijo:
“- Señor, yo estoy muy agradecido a sus bondades, pero le suplico que me deje volver a mi
pobre cuarto, donde seré dichoso, porque ya no envidiaré los colchones de mi vecino. En estos días
me he convencido que no es la abundancia lo que da la felicidad; aquí todo me sobra, y sin embargo,
como vivo contrariado, todo me falta.
“- Esto quería yo demostrarte – le dijo el cura sonriendo -, que es iluso, que es visionario todo
aquel que envidia a otro, porque casi siempre el envidiado tiene en el fondo de su vida muy poco que
envidiar. Vive tranquilo con tu miseria, que nunca es pobre aquel que se contenta con su suerte.
“El mendigo volvió a su desván, contempló el pedazo de estera con viva satisfacción, se reclinó
en él y sonrió gozoso porque la víbora de la envidia ya no se albergaba en su mente”.

***

El fondo moral de este cuento es de profunda enseñanza, porque demuestra que las pequeñas
contrariedades envenenan la vida hasta el punto que se prefiere la miseria a gozar de la abundancia.
En medio de esas penalidades que tanto mortifican, y que, sin embargo, pasan completamente
desapercibidas para muchos seres, la generalidad cree que estando cubiertas las primeras
necesidades de la vida todo lo demás no hace estrago en el corazón del hombre, no siento así en
realidad, pues hay manjares que son más amargos que la hiel y hay pan duro más dulce al paladar que
la miel.
A nosotros, que por las circunstancias especiales de nuestra vida, por no tener familia y otras
causas, hemos tenido que vivir sin hogar propio por razón natural, se nos ha proporcionado más
ocasiones que a otros par conocer y sufrir esas pequeñas contrariedades que tanto influyen a veces en
los acontecimientos de nuestra vida, que tan distinto giro suelen dar a nuestras determinaciones.
En la Tierra abundan, como es lógico, Espíritus inferiores de instintos reñidos con el buen
gusto; son seres groseros, y cuando se une a ellos un Espíritu más distinguido, más delicado, más
sensible, aun cuando diste mucho de ser bueno, hay tanta distancia entre la vulgaridad y la distinción
que hay un mundo de por medio.
Mucho hemos estudiado en la sociedad, no precisamente en los seres que nos han rodeado
más de cerca, sino en aquellos que nos han parecido más dichosos. Avaros de la felicidad, como todos
los desgraciados, nos hemos parecido al mendigo que envidiaba a los colchones. Siempre hemos
mirado con febril afán los semblantes de aquellos seres donde irradiase el contento, y hemos tratado
de relacionarnos con ellos por ver si era completa su felicidad, y en estos estudios ¡cuánto hemos
aprendido! En estas profundas observaciones es donde hemos encontrado esa serie de pequeñas
contrariedades que forman un conjunto insoportable.
¡Cuántas veces nos ha sucedido, creyéndonos profundamente desgraciados, ir a contarles
nuestras penas a uno de los felices de la Tierra, y comenzar el afortunado a enumerarnos todas las
contrariedades que le rodean, y al oír su relación, comparar sus penas con las nuestras y creernos
felices, siendo el rico muy rico y nosotros, relativamente a él, uno de los muchos mendigos en el
mundo!
Se observa en este triste planeta tal desunión y animosidad entre los Espíritus, los mismos
matrimonios, los padres y los hijos en lucha íntima, y entristece profundamente ver esta guerra sorda
que divide a la mayoría de las familias.
¡Qué egoísmo tan profundo! ¡Qué amor propio tan exagerado! Todos quieren ser infalibles,
todos se creen con derecho para disponer de vidas y haciendas!...
En la vida íntima, ¡cuántas amarguras se encierran!... Los Espíritus inferiores, ¡cuánto
mortifican!... Los unos por su ignorancia, y los otros por su refinada malicia no pierden ni una sola
ocasión para molestar a cuantos les rodean. ¡Mujeres!, vosotras que vivís continuamente dentro de
vuestra casa, que sois las encargadas del hogar doméstico, que a vuestro calor crecen y se
desarrollan los pequeños, escuchad nuestra voz amiga: os queremos mucho, siquiera porque
accidentalmente pertenecemos a vuestro sexo vemos claramente que podéis ser los ángeles de la
Tierra, y sin embargo, os empeñáis muchas veces en ser tea de la discordia; os dedicáis a trabajar y
sacrificaros por la familia, pero lo hacéis de un modo que no despertáis el agradecimiento, lo que
fomentáis es el fastidio y el aburrimiento.
Ya hemos dicho en otros artículos, pero nunca nos casaremos de repetirlo: tenéis una
costumbre fatal las mujeres de la clase media, y nos fijamos más en éstas por ser las que más hemos
tratado, y por ser en realidad las que más adolecen de ese defecto que tanto mortifica a los que sufren
sus consecuencias, ese defecto es levantarse de mal humor.
Hemos visto a muchas mujeres del pueblo, a muchísimas, ir a lavar al río llevando sobre la
cabeza un gran lío de ropa, un niño en brazos y otro de la mano hablando alegremente con sus hijos, y
en cambio las que están en su casa, que no tienen que pasar malos ratos, ésas se levantan muchas
veces riñendo y buscando ocasiones para herir con sus palabras.
Durante la hora de la comida en algunas casas es terrible; todos los disgustos, todas las
cuestiones enojosas, y en el momento que se reúne la familia no es más que para disputar unos con
otros, y esta maldita costumbre es la base de las grandes disensiones domésticas.
Algunos dirán que nos fijamos en pequeñeces, y no lo son en realidad; desgraciada la familia
que cuando se reúnen sus individuos no cambian una sonrisa; esos seres aunque sean millonarios son
los pobres más pobres de la Tierra, son los que sufren las penas más grandes, son los que beben hiel
toda su existencia.
A los Espíritus inferiores siempre los veréis huraños, retraídos, descontentos; en cambio a un
Espíritu amante del progreso le veréis sonriente, ¡y es tan hermoso un rostro risueño! Nos encantan
esas mujeres, que algunas hay, en cuyos labios se dibuja la más dulcísima sonrisa y en su frente ese
resplandor divino que los pintores místicos dan a la cabeza de sus santos; al lado esos seres que
bendicen cuando hablan, se pueden soportar todas las amarguras de la vida, porque con su dulzura
nos alientan.
En cambio, junto a esas personas maliciosas que siempre hablan con segunda intención, que
contradicen hasta nuestro más recóndito pensamiento, que no saben agradecer el bien que disfrutan,
que aun queriendo aburren con su cariño, vivir al lado de esos seres que desgraciadamente tanto
abundan, es vivir muriendo.
Pensamos escribir una serie de artículos clasificando las penas más grandes que
indudablemente se encuentran en esas pequeñas contrariedades, las que unidas forman un todo
insoportable.
Falta hace el estudio del Espiritismo para el desenvolvimiento de la vida, pero nunca deseamos
más su vulgarización que cuando contemplamos esas familias cuyos miembros viven juntos y están
más separados que los dos polos de la Tierra.
Vemos esos Espíritus inferiores complaciéndose en fomentar la discordia, estacionados en su
ignorancia, sin querer dar un paso adelante, y estos mismos seres suelen tener virtudes, y algunas de
gran valía, como pequeñas rosas rodeadas de espinosas zarzas, que antes de aspirar su esencia hay
que lamentar las heridas que se reciben con sus punzantes espinas. Con el conocimiento del
Espiritismo se abren ante el hombre tan nuevos y tan dilatados horizontes que necesariamente el
espíritu comienza a progresar, porque ante un porvenir infinito las aspiraciones del alma se
engrandecen; y estamos plenamente convencidos que cuando la escuela espiritista tenga carta de
presentación en todos los círculos sociales, desaparecerán paulatinamente las pequeñas
contrariedades que son base de las grandes penas.
En los artículos sucesivos iremos desarrollando nuestro tema; hoy sólo repetiremos el
antiguo adagio “del agua mansa líbrame Señor, que de la brava me libraré yo”, esto es, que queremos
un dolor que nos abrume con su enorme peso, antes que esa sorda contrariedad que, parecida a los
tormentos de la Inquisición, mata lentamente.
LA MUERTE DE UN CUERPO DIO VIDA A UN ALMA

Entre las muchas cartas que recibo diariamente, me impresionó muchísimo una que me
enviaron desde Mayagüez, firmada por Rosendo Torrens, en la que después de elogiar mis escritos
por el consuelo que le producían, me decía lo siguiente:
“El 18 de febrero de 1905, la señorita Eloísa Castro estaba muy entusiasmada con la próxima
fiesta de carnaval, pues sabía que iba a ser proclamada la reina de tan alegres festejos en el vecino
pueblo de Cabo Rojo; y, con tal motivo, se vistió con sus mejores galas y adornó con todas sus joyas
para ir con su madre a Mayagüez a comprarse su equipo de reina, y tal esmero puso en adornarse y
en embellecerse, que su madre asombrada le decía: Pero Eloísa, ¿por qué te engalanas con tanto
afán? ¿Piensas que vamos a una recepción? Y la madre tenía motivos más que sobrados para
extrañar el capricho de su hija en vestirse con tanto lujo, porque nunca había tenido deseos de parecer
bella, pues asistía al teatro y al casino vestida con la mayor sencillez, mas aquel día se engalanó como
si fuera a casarse.
“Subió con su madre a una hermosa carretela y se dirigieron a la ciudad. Desgraciadamente,
en la carretela hay un cruce con el ferrocarril. La madre vio venir a un tren y gritó al cochero que se
detuviera, pero Eloísa gritó a su vez: No, mamá, no, no, mamá, no hay tiempo, y... hubo tiempo para
que el tren destrozara el coche y muriera hecha en pedazos la infeliz Eloísa, en tanto que su madre se
salvó para lamentar, con el mayor desconsuelo, la trágica muerte de su hija, que hasta la Naturaleza
parece que lloró ante tanto infortunio, pues llovía a torrentes cuando el tren destrozó el carruaje donde
iba la gentil Eloísa. Su pobre madre pone el grito en el cielo diciendo: Lo que yo no comprendo, lo que
yo no me explico, cómo llevando mi hija tantas reliquias encima, tantos relicarios con imágenes de
santas, no haya podido salvarse yendo tan bien acompañada. ¿Será mentira la protección de los
santos?
“¿Podrán decirme algo los Espíritus sobre tan triste suceso? Escribidle a Amalia, decidle que
una madre desolada se lo ruega, que pregunte al guía de sus trabajos por qué mi hija ha tenido que
morir de un modo tan desgraciado; no es la curiosidad, es el dolor de una madre sin consuelo la que
pide un rayo de luz para no acabar de enloquecerse.
“Esto pregunta la madre de la infortunada Eloísa, si se puede, a los Invisibles: por qué ha
muerto de un modo tan trágico una niña amada, que no tenía enemigos, porque no había hecho daño
a nadie; pregunte, Amalia, pregunte, que una madre espera su escrito como espera el sediento una
gota de agua que humedezca sus secos labios, y con ella esperamos muchos espiritistas”.

***

Mucho me impresionó la carta de mi hermano Rosendo Torrens, pero no siempre hay médiums
disponibles para hacer uso de ellos; he tenido que esperar más tiempo del que yo hubiera querido para
preguntar sobre el pasado de la hermosa joven que se vistió con tanto esmero para morir, y se
contempló con todas sus joyas ante el espejo, cosa que ella no tenía costumbre de hacer. Al fin mis
deseos han sido cumplidos y un Espíritu me ha dictado la comunicación siguiente:
“El dolor de una madre es sagrado, y prestarle consuelo es una obra de caridad; ella se
lamenta que su hija no se pudiera salvar de la muerte, llevando sobre su pecho tantos escapularios
benditos. ¡Pobre madre!... Cuando el Espíritu se decide a pagar una deuda, no hay santo que le
detenga ni Cristo que le salve, ni virgen que le separe del abismo; se cumple la ley creyendo en todas
las leyendas religiosas o negando la existencia de Dios; la justicia eterna es superior a todas las
creencias y a todas las negaciones, y Eloísa murió del modo que ella quiso morir.
“En una de sus anteriores existencias perteneció al sexo fuerte y era un apuesto mancebo de
gentil continente, muy preciado de su hermosura física, porque era lo que decís vosotros un guapo
mozo, pero... no tenía corazón. Galanteaba a las mujeres por orgullo, por verlas rendidas a sus pies, y
gozaba deshonrando a las mujeres más virtuosas, sembrando la discordia en los hogares más
tranquilos, y muchas madres de familia se vieron despreciadas por sus maridos y por sus hijos por
haber faltado a sus deberes, víctimas de las asechanzas de aquel hijo de Marte, porque era militar el
irresistible seductor, quien con su uniforme recamado de oro y su sombrero adornado de blancas
plumas era una figura tan atractiva y tan interesante, que en todas las lides de amor él ganaba la
victoria; le bastaba mirar para vencer.
“Estuvo largo tiempo en una populosa ciudad cercado por fuerzas enemigas, y para entretener
sus ocios requirió de amores a una hermosa joven perteneciente a una familia de alto linaje. La joven
cedió a todas sus amorosas exigencias; fue la esclava sumisa de todos sus caprichos, no vivía más
que para amarle, deliraba por él; cuando era más dichosa, las fuerzas enemigas levantaron el sitio, se
firmó un tratado de paz y las tropas que habían defendido la ciudad sitiada recibieron orden de
abandonar la plaza, y el seductor dijo a su víctima con la más ruda franqueza: <Te he consagrado más
tiempo del que consagro a mis aventuras galantes; llevo de ti un recuerdo muy agradable, pero como
soy ave de paso, no esperes volverme a ver. Adiós>.
“La joven no le contestó una palabra; pero al día siguiente se vistió con sus mejores galas, se
adornó con sus preciosas joyas, y sabiendo por dónde pasaría la columna mandada por su amante
subió a la torre de una iglesia situada a las afueras de la población, y cuando vio venir a los hijos de
Marte se arrojó a su paso, cayendo precisamente a los pies de su seductor. Éste se impresionó tan
profundamente, sintió tan hondo remordimiento al ver aquel cuerpo destrozado por su causa que, loco
de espanto, corrió velozmente, huyendo del cadáver hecho pedazos; pero su vertiginosa carrera no le
alejó de su víctima, porque ésta iba estrechamente abrazada a él; y los dos corrían juntos, trepando a
las montañas y descendiendo a los abismos, sintiendo el hijo de Marte tan inmenso remordimiento,
tenía tan grabada en su imaginación la imagen de la joven suicida, de aquella mujer que tanto le había
querido y que tanto le había complacido con sus apasionadas caricias, que se entregó por completo en
brazos del remordimiento, y en la primera ocasión que tuvo se hizo matar por el enemigo, huyendo de
sí mismo. Pero al llegar al Espacio encontró a su víctima más enamorada que nunca, la que le dijo:
<Ayer amé tu cuerpo; hoy amo a tu alma y te salvaré, y te regeneraré, pues por salvarte y por
regenerarte me arrojé a tus pies, para impresionarte y para despertar tu sentimiento, para ahogar tus
pasiones y levantar sobre ellas el más sincero arrepentimiento; nunca te dejaré, ni en tu sueño, ni en tu
vigilia; ni en la cumbre del placer, ni en el abismo del dolor; sigue pagando tus deudas, que muchas
has contraído, y al saldar todas tus cuentas te esperan mis brazos espirituales que siempre serán tu
refugio y tu puerto de salvación>.
“El hijo de Marte encarnó varias veces en la Tierra, siempre descontento de sí mismo, siempre
triste; su remordimiento era un fuego lento que nunca se apagaba, hasta que se decidió a sufrir la
misma suerte que tuvo la víctima de su indiferencia, y por eso no podían salvarle ni reliquias, ni
relicarios, ni amuletos, pues cuando el Espíritu firma su sentencia de muerte no hay salvación posible;
decidle a esa madre desolada que el Espíritu de su hija ya está tranquilo y que le acompaña su ángel
bueno, quien con sus sacrificios consiguió la redención de un Espíritu rebelde.
“¡Bendito sea el dulcísimo sentimiento del amor! ¡Por el amor se purifican las almas! ¡Por el
amor se engrandecen los pueblos! ¡Por el amor se realiza el progreso universal! Adiós>.

***

De gran enseñanza es la comunicación que he recibido; sirva ella de consuelo a la madre


desolada y de estudio a los espiritistas. La historia de la humanidad es el mejor libro de texto para
estudiar el porqué de las cosas, para dar solución a los grandes problemas sociales que tanto
preocupan a los que deseamos que reine en la Tierra el amor con toda su dulzura y la justicia con
todos sus derechos, sueño que sólo podrá realizarse cuando se comprenda la verdad del Espiritismo;
cuando todos los hombres se convenzan que hemos vivido ayer y que viviremos mañana, y que de
nosotros depende vivir en el cielo o en el infierno; y como la elección no es dudosa, llegará un día que
los espiritistas harán de la Tierra un oasis, un paraíso, una mansión de paz habitada por hombres
sabios y por hombres buenos.
TODO SE PAGA

Hace treinta años que conocí a Carlos y a Luisa; él era un joven pálido, enfermizo, de mirada
dulce y melancólica; ella era casi una niña, aún no sabía llevar el vestido largo; parecía el símbolo de la
modestia y de la humildad, y lo miraba fijamente al elegido de su corazón; me parece que aún los veo,
ella sentada en un antiguo sofá y él sentado en una silla apoyado en el respaldo del canapé, es decir,
en un brazo del mismo. Él la miraba fijamente, y ella con la cabeza inclinada y los ojos medio cerrados,
parecía que estaba magnetizada; ni uno ni otro pronunciaba una palabra, pues cuando habla el
corazón no hay intérpretes para ese lenguaje divino. Ellos se aislaban de tal modo, que aunque
estaban rodeados de la familia de ella y de varios amigos, no se mezclaban en la conversación
general, ni nadie osaba turbar su amoroso éxtasis; inspiraban respeto y admiración aquellos dos seres
que no parecían pertenecer a la Tierra, silenciosos, tranquilos, reservados y tan humildes que no se
atrevían a formular el menor deseo.
Luisa no tenía madre, y esto aumentaba su natural timidez; se veía que en su hogar era una
planta sin raíces, y Carlos era el rayo de sol que vigorizaba su frágil existencia.
Siguieron sus relaciones años y años, y aunque él adoraba a Luisa, por evitar graves disgustos
de familia, especialmente con su madre, que lo quería unir con una rica heredera, y no quería a Luisa
porque ésta era pobre, Carlos, tolerante por excelencia y aconsejado por Luisa que le decía: “No
quiero que le des disgustos a tu madre por causa mía; yo quiero tu alma, no quiero tu cuerpo, yo te
querré siempre lo mismo si permaneces soltero que si le das tu nombre a otra mujer: tu alma yo lo sé
que es mía, tu cuerpo será más tarde poseído por los gusanos; de todos modos tengo que perderte
años o años después; lo que es de la tierra, a la tierra vuelve; yo sé que las almas viven siempre, pues
viviendo siempre, nuestra unión será eterna”. Y Carlos, alentado por estas palabras, recordando la
frase de Dumas (padre), que decía: “La ciencia de la vida es confiar y esperar”; confiando en la justicia
de Dios y esperando el cumplimiento de sus eternas leyes, se consagró a su madre, sin dejar por esto
sus relaciones con Luisa. Diariamente le escribía amorosas epístolas, pues vivían muy lejos uno del
otro, trasmitiendo el telégrafo sus cuitas cuando alguna dolencia le impedía escribir, y así
transcurrieron ¡treinta años!, siendo las cartas de ambos tan apasionadas como en su juventud.
La madre de Carlos llegó a cumplir noventa años, y cuando menos se esperaba, Luisa cayó
gravemente enferma. Sintiéndose morir, pidió que le telegrafiasen a Carlos su alarmante estado, y
Carlos acudió a su llamamiento para recibir su último suspiro, y después de cerrar piadosamente los
ojos de Luisa, aquellos ojos que tan amorosamente le habían mirado, el telégrafo le llamó de nuevo
para que acudiera al lado de su anciana madre que esperaba la llegada de su hijo para morir. Su
misión se había concluído en la Tierra; muerta Luisa, ya no tenía que servir de obstáculo a la felicidad
de nadie.
La muerte de aquella anciana me impresionó profundamente, hasta el punto que como útil
estudio le pregunté al guía de mis trabajos qué lazos, qué historia existía entre Luisa y aquella mujer
que se negó siempre a las súplicas de su hijo (al que tanto quería) y no se ablandó a sus ruegos,
consintiendo en verle triste y meditabundo repitiendo con firmeza: “Lo que es, mientras yo viva no te
casarás con ella”. ¿Por qué tanta oposición? Siendo Luisa de muy buena familia, querida de cuantos la
trataban, porque era un modelo de virtudes, ¿qué abismo había entre esos dos Espíritus que los
separaba, causando la desgracia de dos almas buenas?

***

“Veo que olvidas (me dice mi guía), lo que no debieras olvidar, y es que toda causa produce su
efecto, sin que nada pueda impedir o desviar el efecto, una vez producida la causa. Nadie puede eludir
esa ley, por elevado que sea el puesto que ocupe en la escala interminable de la evolución. Lo que hay
arriba es como lo que hay abajo, y la ley es una.
“Carlos y Luisa son dos Espíritus enlazados hace muchos siglos por un afecto poderosísimo;
por eso para ellos los obstáculos terrenales no existen para entibiar su cariño, ¡se aman!, y en esta
palabra está dicho todo.
“En su encarnación pasada se unieron ante los altares y una hija vino a aumentar su felicidad,
una niña cándida y buena, dulce y reflexiva, sensible y apasionada. Un joven del pueblo, un humilde
obrero, logró atraer su atención, y los dos se amaron con delirio, porque el amor es el gran igualitario
del Universo, es el que acorta todas las distancias; pero Carlos y Luisa querían para su hija un
potentado, un noble que ciñera a sus sienes una corona ducal, y sus deseos se vieron cumplidos,
porque un noble con muchos pergaminos y un árbol genealógico lleno de escudos de nobleza ofreció a
la enamorada niña sus palacios, sus tesoros y su envidiable posición social; pero la niña contestó
resueltamente: <No me uniré con nadie si no es con el amado de mi corazón; antes morir que serle
infiel!>. Y cumplió fielmente su palabra; el humilde obrero fue deportado acusado de traidor a la patria,
muriendo en el destierro, y ella, su fiel prometida, vivió algún tiempo sin exhalar una queja. Sus padres
fueron inflexibles ante su dolor, y la joven murió perdonándoles su ceguera.
“¿Merecerían en esta existencia Carlos y Luisa disfrutar las delicias de un amor
correspondido? No; justo ha sido su sufrimiento y la madre de Carlos ha sido el instrumento de su
martirio; no podía morir antes que Luisa porque era preciso que se cumpliera la ley, ya que por ellos,
en su anterior existencia, murió en el destierro solo y abandonado un ser inocente, y el humilde obrero
de ayer, ha sido la madre inflexible de hoy. Ellos seguirán amándose, ellos conquistarán la tierra
prometida, ellos se purificarán por el sufrimiento y no ejercerán la tiranía con los Espíritus que les pidan
albergue en su hogar.
“La ley no es más que una; el que atropella, él mismo se atropella después; el que abusa de su
autoridad, es víctima de su abuso. De esto se ríen los ignorantes y los orgullosos, pero los hechos los
convencen a su debido tiempo, puesto que no puede ser dichoso el que ha causado la infelicidad de
otro. Adiós”.

***

Dice muy bien el Espíritu; no admiten muchos el Espiritismo porque no quieren conocer su
pequeñez y su miseria moral, pero ante la verdad no basta decir: no quiero creer que hay que inclinar
la cabeza ante la sentencia que pronuncia uno mismo, como la inclinaron Carlos y Luisa, que siendo
los dos muy buenos, muy sufridos, muy espirituales, tuvieron que vivir separados el uno del otro sin
poderse liberar del misterioso maleficio que les hacía sufrir una contrariedad perpetua, esperando
durante treinta años el indulto para un delito que ellos no sabían que habían cometido.
¡Cuánto hay que estudiar en la Biblia de la humanidad! Por ella sabemos que todo se paga.
LO QUE DAMOS ES LO QUE RECOGEMOS

“Vuestra vida es lo que os hagáis; el mundo no nos devuelve más que aquello que le damos”.
Máximas americanas.
Nada más cierto; recogemos lo que hemos sembrado, y ¡qué mala siembra habremos hecho
los terrenales!, porque la mayoría de los habitantes de la Tierra no recogemos más que punzantes
espinas. Leer los periódicos entristece, angustia, fatiga, porque no pasa un solo día que no se lea la
descripción de horrorosos naufragios, de choques de trenes, de hundimientos de puentes, de ciclones
devastadores, de erupciones volcánicas que arrastran ciudades florecientes, de incendios violentísimos
que destruyen pueblos enteros, explosiones en las minas donde quedan sepultados centenares de
mineros. Es tristísimo considerar el modo que se vive en la Tierra, porque los que no son víctimas de
espantosas hecatombes, los que viven “al parecer” con relativa tranquilidad, si se penetra en sus
hogares, si se levanta una punta del velo que cubre su vida íntima, ¡qué cuadros tan tristes se
contemplan! Familias formadas por enemigos irreconciliables, hacen ensayos de cariño, de tolerancia
mutua; procuran dominar sus inexplicables antipatías, sus misteriosas aversiones, pero no siempre lo
consiguen; a lo mejor, una chispa del odio mal apagado prende fuego y las rencillas, las envidias, la
diferencia de carácter, se incendian como un montón de paja y se desarrollan esas tragedias en las
cuales se produce la eterna historia de Caín y Abel, y si no se llega a final tan triste se vive muriendo
bajo la tiranía de un padre déspota, de una madre tiránica, de un hermano egoísta, siendo los abusos
de unos y de otros la moneda corriente en el gran mercado de la vida.
¿Y esto es vivir? ¡No! Esto es pagar ojo por ojo y diente por diente, es beber de continuo la hiel
y el vinagre que según cuenta la tradición le dieron a Cristo; es recibir herida tras herida, causadas por
implacables desengaños; y si a esto se redujera la vida más valiera no haber nacido.

***

“Dices bien (me dice un Espíritu), si no hubiera más escenario para representar el eterno
drama de la vida que la Tierra que habitas, Dios sería la injusticia personificada y el último reptil de la
Tierra sería más feliz que el rey de la Creación (vulgo hombre), porque éste está sujeto a innumerables
calamidades, comenzando por enfermedades incurables, por dolencias que conducen a la
desesperación, como son la guerra, la parálisis, la carencia de los miembros más necesarios, como
son los brazos , las manos, las piernas y los pies, la lengua, el oído y el entendimiento. Sufre el hombre
tan variados y multiplicados tormentos, que si no tuviera en su vida un pasado y no le esperara un
mañana, habría que renegar de haber nacido; pero, afortunadamente, en la noche del tiempo, sin
poder precisar la fecha fija, el hombre se encontró rey de las selvas, miró al cielo y sintió brotar de su
pensamiento la llama intangible del deseo; contempló su cuerpo desnudo y experimentó la imperiosa
necesidad de cubrir su desnudez; se vio fuerte y empleó su fortaleza en adquirir lo más indispensable
para satisfacer las más apremiantes necesidades de la vida, y fue conquistando palmo a palmo el
terreno suficiente para levantar sus tiendas y rodearse de sumisos servidores, de familias que
satisficieran su sed de reproducción, y durante el transcurso de los siglos los patriarcas centenarios
dejaron la Tierra, volviendo de nuevo a poblarla, pero yo no se contentaron con vivir entre las
asperezas del bosque y la fragosidad de las montañas, levantaron ciudades y le pidieron a los magos y
adivinos los secretos de su ciencia para destruir las tinieblas de la noche.
“Comprendieron que la divisa de la Naturaleza, como dijo uno de vuestros pensadores, es la
de <trabaja o muere>.
“Si dejáis de trabajar, moriréis moral, intelectual y físicamente, y la muerte ha sido siempre
rechazada por los hombres que han sabido tener lucidez en su entendimiento; sólo se suicidan los
desequilibrados; la completa destrucción sólo la busca el que no comprende el inmenso valor de la
vida; por eso el trabajo ha sido, es y será la ley eterna, por la cual los hombres se regirán eternamente;
y los actuales pobladores de la Tierra, todos, tienen su historia, todos vivieron ayer y vivirán mañana;
todos han trabajado para crearse un medio de vida, empleando su inteligencia y sus pasiones, sus
vicios y sus virtudes, sembrando cada uno la semilla que mejor le ha parecido y las circunstancias le
han proporcionado, pues muchas veces un paso dado en falso hace resbalar y caer. Como la
pendiente del vicio es tan resbaladiza, el hombre desciende por ella sin poder detenerse, porque dado
el primer paso la caída es inevitable, y conociendo así, a veces, el error que encierran las caídas, o
sean las reincidencias del delito, hasta llegar a acostumbrarse el Espíritu a la perversidad, se deja
arrastrar por lo que llama fatalidad, la cual no es otra cosa que la costumbre del mal obrar. Todo vicio
adquirido es un beodo insaciable, y mucho más que vuestras costumbre y vuestras mal llamadas
leyes, él empequeñece la órbita en la cual giran vuestros criminales, se le cierran todas las puertas y
sólo le abren sus brazos los antros del vicio, de la degradación más humillante.
“Siempre leo en tu pensamiento esta eterna pregunta: ¿Por qué Dios, que todo lo puede, no
detiene al hombre en el borde del abismo y le dice: <Levántate que lo quiero...>, y yo te contesto: ¿Y
qué mérito tendría entonces la regeneración del hombre? Ninguno, absolutamente ninguno; sus luchas
no tendrían la menor importancia, porque no le habrían servido de escarmiento; tanto valdría ser un
santo como un réprobo, si al final de la jornada Dios le dijera: <Entra a mi reino porque así lo quiere mi
voluntad>. El hombre ha sido creado para escalar todas las alturas, para afrontar todos los peligros,
para descubrir todos los arcanos que guardan los mundos, para conocer todas las propiedades de la
materia, para hacer uso de toda la fuerza de que dispone la Naturaleza, para ser sabio, para ser
bueno; y para llegar a poseer la virtud y la ciencia es necesario que el hombre sepa por sí mismo lo
que duelen las heridas del cuerpo y las heridas del alma, y la humillación que en sí lleva la ignorancia,
la crueldad, la persistencia en el crimen. Sin el dolor de la caída no se puede apreciar el placer superior
a la bajeza y a las miserias humanas.
“La obra de Dios es perfecta, pero la perfección es una obra de titanes, y para perfeccionarse
el Espíritu necesita la lucha incesante de los siglos. Los que vosotros llamáis desastres, calamidades,
hecatombes, horrorosos acontecimientos ¿sabes para qué sirven? Para sanear la atmósfera de
vuestro mundo, para librar a la humanidad de monstruos insaciables, para separar de vosotros a
muchos caínes dispuestos a seguir sacrificando a sus hermanos. Cuando tengáis noticia que ha
desaparecido una ciudad, aniquilada por el fuego o la furia del huracán, o por estremecimientos
geológicos, no creáis que Dios es injusto arrebatando de su hogar lo mismo al centenario que al
pequeñuelo pendiente del pecho de su madre; la envoltura material no marca el adelanto del Espíritu;
es su historia pasada, en su aspiración presente, la que pone de manifiesto su inferioridad o su
elevación.
“No es la caprichosa casualidad la que devasta un pueblo, es la ley de la compensación la que
se cumple. Los crueles conquistadores, los que han gozado destruyendo las ciudades donde se
albergaban los vencidos, tienen que sufrir el dolor que causaron a los otros, tienen que despertar
aterrorizados y aturdidos, tienen que vagar sobre las humeantes ruinas de sus hogares sin darse
cuenta del porqué en menos de un segundo han perdido cuanto poseían. En las leyes eternas todo es
justo, no se conoce la imprevisión ni el olvido, todo llega a su tiempo; nadie recoge un átomo que no le
pertenezca. Nadie lleva más carga que en justicia le corresponde, y por mucha que ella sea, no os
abrumará su peso, porque tiene el Espíritu un depósito de fuerzas para resistir todo lo que en justicia le
corresponde sobrellevar; si así no fuera Dios sería injusto y su justicia alteraría la marcha de los
mundos, porque crearía obstáculos que harían saltar de sus órbitas a las inmensas moles que llevan
en su seno otras humanidades.
“Lo que demos es lo que recogemos”; esa es la ley, no hay que echar mano de subterfugios ni
de componendas, no hay religiones que valgan, ni filosofías que alteren el orden de lo creado. Con la
obra divina todo es inmutable, las minas del infinito siempre tienen sus pozos abiertos para que por
ellos desciendan las humanidades y saquen el metal precioso del progreso y de la verdad. Sed buenos
mineros, buscad en las montañas de la Tierra a los débiles y a los vencidos, dadles lo que les hace
falta, luz para el alma y pan para el cuerpo, que de los ciegos y de los hambrientos salen los caínes de
la humanidad.
“¡Adiós!”

***

¡A cuántas consideraciones se presta la comunicación que he obtenido! ¡Cuántas verdades!


Verdades desconsoladoras, amargas, pero verdades innegables, y esto es lo que debe buscarse en
las comunidades de los Espíritus, la verdad sin velo, la enseñanza racional, el leal consejo para
inclinarse a las prácticas de las virtudes, el convencimiento que sin la mejora individual los pueblos
nunca serán libres, ni progresarán, ni se engrandecerán, ni conseguirán grabar su nombre en la
historia patria, figurando como héroes, como redentores, como inspirados marinos llevando las naves a
seguro puerto.
¡Benditas sean las comunicaciones de los Espíritus! Ellas nos guían, ellas nos alientan, ellas
nos hacen conocer la grandeza y la justicia de Dios.
PRESENTIMIENTOS

Dijo no sé qué poeta: “Está visto; no hay profeta como nuestro corazón”.
Y en verdad que estuvo en lo cierto el que tal cosa dijo; porque indudablemente muchas veces
se tienen corazonadas, se siente una voz interior que nos advierte que tenemos un peligro cerca, pero
no se hace caso en la mayoría de las ocasiones, no se atiende a esos avisos misteriosos que nos dan
nuestros deudos de ultratumba, y yo creo que nos hacemos sordos, porque cuando tenemos que pasar
por las horcas caudinas pasamos, a pesar de todas las advertencias y de todos los avisos; y en prueba
de ello copiaré algunos fragmentos, o mejor dicho, trataré de sintetizar la extensa carta que me envía
un espiritista desde Minas (Montevideo), contándome la desastrosa muerte de su hija María, que
desde muy joven tuvo el presentimiento de que su desencarnación había de ser dolorosísima.
Era María una joven bellísima, buena, sensible, cariñosa, muy amante a la familia,
especialmente de su padre, por el cual sentía verdadera idolatría.
A la temprana edad de diecisiete años un apuesto doncel la requirió de amores; ella
correspondió a sus galanteos contenta de verse atendida y obsequiada; el pretendiente quiso llevar el
asunto por la posta y puso el plazo de cuatro meses para efectuar el casamiento, pero el padre de ella
pidió un año de espera y hubo que concedérselo. Durante el año, aquellos volcánicos amores se
fueron enfriando, hasta concluirse las relaciones con gran contento de María, que quedó tranquila. Tres
años después, un segundo adorador ofreció a María su nombre y su amor. Ella manifestó vivísima
satisfacción, pero al llegar el día de comprar su canastilla de boda, se abrazó a su padre y le dijo
sollozando:
- Mi prometido es muy bueno, no tengo la menor queja de su comportamiento para conmigo,
pero me asalta el horrible presentimiento que voy a ser muy desgraciada en mi matrimonio,
me arrepiento por completo de mi determinación; no quiero separarme de ti, padre mío.
- Pero mujer – replicó su padre -¿por qué no pensaste esto antes de dar tu palabra y yo la
mía?
- Porque antes no sentía lo que siento hoy.
- ¿Pero tú le querías?
- Sí, muchísimo, pero ahora no lo quiero, estoy como si nunca lo hubiera tratado.
- ¡En fin, hija, todo sea por Dios! Más vale que te hayas arrepentido ahora que estás a
tiempo y no después.
No creas, Amalia (me dice mi amigo), que mi hija fuera coqueta, ni tuviera poco juicio; era una
niña modelo, querida de todo el mundo, porque era el cariño andando.
A los dos o tres años de lo acaecido otro nuevo galán se enamoró perdidamente de María; ella
le correspondió, y su padre escamado por los lances anteriores interrogó a su hija diciéndole que lo
pensara antes de decidirse, y ella le aseguró que con éste estaba segura de no arrepentirse. Tuvieron
dos años esas relaciones, sin el menor disgusto, y cuando llegó el momento de prepararlo todo para la
boda, llamó María a su padre una mañana y le dijo con espanto: - Padre mío, ¡qué sueño tan horrible
tuve anoche! Soñé que me había casado y que el mismo día me había muerto; yo me veía muerta y a
mi esposo al dalo del cadáver; perdóneme el nuevo disgusto que voy a darle, porque yo no me caso,
me inspira mi prometido la aversión más profunda desde anoche; no serviré para casada, está visto
que debo quedarme soltera. Y a todo esto, María lloraba con el mayor desconsuelo y su padre no
sabía qué decir, y el novio, al enterarse, cayó gravemente enfermo salvándose por milagro.
Cumplió María treinta años, y un joven de veinte primaveras enloqueció por ella, y su padre,
curándose su salud, le contó a él y a su familia lo acontecido con los novios de su hija, pero su relato
no fue óbice para que las relaciones siguieran adelante y al fin se efectuara el casamiento, no sin que
antes María dijera a sus amigas más íntimas: “Estoy arrepentida de mi casamiento, presiento una gran
desgracia, un acontecimiento dolorosísimo, sé que voy a sufrir horriblemente, me parece que ya me
atormentan los dolores, pero no quiero dar un nuevo disgusto a mi padre”.
Se casó y a los dos meses de casada ella y su esposo volvieron a Minas y se instalaron en la
casa de sus padres, y al conocer que iba a ser madre, dijo María a toda su familia, menos a su padre,
que moriría irremisiblemente en el acto de alumbramiento. Ocho días antes de dar a luz llamó a su
esposo, a su madre y a sus hermanas y a todos les suplicó que cumplieron fielmente su última
voluntad, que la amortajaran con su traje de boda, y dispuso de todas sus alhajas y de su ropa,
repartiendo cuanto poseía entre sus cuñadas y parientas más cercanas, dando mayor cantidad de
objetos preciosos a las más pobres, a las más necesitadas. Todas a una le decían: - Pero ¿estás loca?
Y ella replicaba, sonriendo tristemente: - Pronto veréis cómo se cumplirá mi presentimiento, no siento
más que no dejaros mi último retrato, y sólo pido que cumpláis mi postrera voluntad.
Su madre y sus hermanas creían que la dominaba el miedo, pero ella les decía: - Moriré,
moriré, y de muerte espantosa. ¡Cuántos años he huido de pagar esta deuda! Al fin pagaré más parte
de la que debo. Dios tenga misericordia de mí...
El padre de María ignoraba cuanto pasaba en su casa; todos callaron para no atormentarle
antes de tiempo, y porque en realidad, creían que María deliraba o que veía visiones. Pero llegó el día
del alumbramiento y su padre, excelente operador, al reconocerla creyó perder el sentido y salió del
aposento de su hija llorando como un niño. La familia lo rodeó afanosa y todos preguntaron a la vez:
- ¿Qué hay?
- Que se muere, que no hay remedio para ella.
- ¡Deliráis!, dijeron todos.
- La ciencia no ha dicho aún su última palabra.
- La digo yo, replicó el padre sollozando, ¡no la martiricéis, todo es inútil!
- Imposible, gritó su marido.
- El cariño os ciega, dijeron los hijos, vengan los médicos.
Fueron los médicos, la operaron cinco veces y murió María tranquilizando a su padre
diciéndole:
Ya sabía yo lo que me esperaba, ahora comprendo mi aversión al matrimonio: cumpliéndose
mi presentimiento, ya tengo una deuda menos. Alégrate, padre mío.
Alegrarse no es posible ante el cadáver de un ser adorado. Mi buen amigo quedó
profundamente impresionado por el trágico fin de su hija, gracias a que es un espiritista convencido,
porque en su larga vida ha tenido pruebas irrecusables de la eterna vida del Espíritu. Un año antes de
la muerte de María se le murió un niño de dos años, que le dejó también con su desaparición honda
huella por la causa siguiente:
Años atrás fue mi amigo a ver a su anciana madre, que vivía muy lejos de Buenos Aires. Ella
mostró mucho empeño para irse con su hijo a Minas, y él considerando la avanzada edad de aquélla,
no creyó prudente exponerla a tan largo viaje, y le prometió que al año siguiente volvería a verla, y ella
le dijo entonces:
- El año que viene ya será tarde, habré muerto, y habré muerto sin que tú me cierres los ojos,
siendo que éste ha sido el deseo de toda mi vida, después que te estreche en mis brazos. Y la anciana
acariciaba a su hijo como si éste fuera un pequeñito, y le repetía: - Llévame contigo, quiero que tú me
cierres los ojos.
Mi amigo no accedió al deseo de su madre, y ésta murió lejos del hijo que adoraba, y a los dos
meses de haber dejado su envoltura se presentó el Espíritu a su hijo, el que durante la noche, en
particular de madrugada, se pone en relación con sus deudos desencarnados y habla con ellos y
cambia impresiones.
Su madre se le presentó tan cariñosa como siempre y cada dos o tres noches la veía; pasaron
varios meses y la esposa de mi amigo dio a luz una niña hermosísima, y ya no se presentó más la
madre de mi amigo, el que al ver a su hija acabada de nacer, sintió un estremecimiento extraordinario,
miró a la niña fijamente y dijo él a su esposa: - Mi madre está con nosotros, estoy seguro de ello.
A los siete meses, la niña comenzó a balbucear algunas frases y a su padre le decía nene;
jamás le dijo papá, y nene le decía cuando era su madre, nunca le llamó por su nombre, y le acariciaba
dándole palmaditas en las mejillas, como lo hacía cuando era su hijo.
Cuando cumplió dos años enfermó de convulsiones y veinticuatro horas antes de morir acarició
a su padre con la mayor ternura; después extendió su diestra y con el dedo índice señaló el cielo y así
permaneció breves momentos. Luego bajando la mano y con su dedito se tocó la frente y los ojos
cerrándolos dulcemente. Luego los volvió a abrir y no dejó de mirar a su padre hasta que murió. Con
besos y expresivos ademanes se despidió de todos, pero en particular de su padre, haciéndole las
caricias más apasionadas. Mi amigo cerró los ojos de su hija, plenamente convencido que el Espíritu
de su madre había venido a reclamar aquella última prueba de cariño.
En una niña de dos años fue muy significativo, el apoyar su dedito en los ojos y cerrarlos, para
luego volverlos a abrir, llamarle siempre nene y nunca papá, acariciarle del mismo modo que lo hacía
anteriormente; todo, en fin, le decía a su amigo que el Espíritu de su madre había venido desde el
Espacio, ya que él no quiso complacerla cuando ella con tanta insistencia se lo pidió.
Cuando se vive tan identificado con los seres de ultratumba, los azares de la vida se soportan
con más energía, la muerte desaparece con todos sus horrores, porque se toca la realidad de la
inmortalidad del alma, y ante hechos innegables hay que creer en la supervivencia del Espíritu, sin que
por esto se deje de sentir la violenta sacudida que se experimenta ante el cadáver de un ser amado.
Pero el dolor del espiritista convencido no llega nunca al paroxismo de la desesperación, porque junto
al cuerpo inerte del Ser que se llora, se alza el Espíritu grave y silencioso que animó aquel organismo.
Se juntan la vida y la muerte, el ayer y el mañana, lo conocido, lo que hemos tratado y lo desconocido,
lo misterioso, lo inexplicable, el ánimo no se sobrecoge, la sorpresa y el asombro no se apoderan de
nosotros y se seca la fuente de nuestro llanto ante una nueva ansiedad, ante una nueva esperanza.
¡Se vive siempre! ¡Los seres que nos han amado no nos abandonan! ¡Podemos contar con su
inspiración, con sus consejos, con su apoyo moral! ¡Cuánto hay que pensar en esto!... Y cuando se
piensa, el dolor pierde su poderío, no nos tiraniza, no nos hunde en el abismo de la desesperación; la
vida se adelanta y lo deja muy atrás. ¡Bendito sea el Espiritismo! Tú eres el mejor amigo del hombre.
Tú le dices con hechos irrefutables: “¡El Espíritu no muere jamás!”

MALA COSECHA

- Oye, - me dice Luisa -, tú que eres un almacén de cuentos y relaciones, como dicen los ciegos
que venden romances en Andalucía, a ver si me dices por qué han tenido que matar a un pobre niño
atacado de hidrofobia. Fuera de bromas, aunque yo no creo en lo que tú crees (ni creeré nunca) me he
impresionado tanto al ver al niño ciego como un tizón, rodeado de su familia que lloraba sin consuelo,
que involuntariamente, sin yo quererlo, pensé en ti y dije: ¿Qué habrá hecho esta criatura para morir
así?; y vengo para que tú preguntes a esa gente de por allá el porqué ha sucedido esta desgracia tan
grande. Figúrate, tú, que este niño estaba jugando en la calle con otros chiquillos delante de su casa y
haciéndose el muerto se tendió en el suelo, cuando de pronto un perro vagabundo se arrojó sobre él y
le dio un tremendo mordisco en la nariz desapareciendo con la rapidez de un rayo. Nadie se cuidó
tampoco de buscarle, porque todos los presentes rodearon al herido que gritaba desesperadamente y
lo llevaron al laboratorio de Ferrán, y éste dijo: si el perro estaba rabioso, el niño morirá, porque ha
bebido en gran cantidad la sangre que destilaba de su herida, y no hay remedio para él; mas, valga lo
que valga, emplearemos todos los medios para salvarle; y la casa del niño se convirtió en una cátedra
de medicina. Acudieron médicos a granel, desde los más famosos hasta los más desconocidos por su
juventud. ¡Y todo fue en vano!
Al fin el padre tuvo que autorizar al médico más viejo, para que éste le diera un calmante que le
produjera la muerte. Eso es horrible ¡ordenar la muerte de su hijo!...Pregunta a ver qué te dicen; no
creas que me río, no; no son cosas de reír, ver a una familia completamente desesperada.
- Tienes razón, preguntaré a ver si algún Espíritu me puede contestar, que no creas que son
buñuelos que se echan a freír las comunicaciones de ultratumba; no basta preguntar, hay que tener en
cuenta el móvil de las preguntas y el uso que se hace de las revelaciones.
- Pues a mí no me impulsa pueril curiosidad, es que me ha impresionado muchísimo y no he
sido yo sola; entre los médicos que lo visitaron hubo un señor que, al entrar, miró al niño y rompió a
llorar con tal desconsuelo, que lo tuvieron que sacar de allí y darle un antiespasmódico y acompañarle
a su casa, porque no se podía tener en pie.
- Bueno, bueno, yo preguntaré; vuelve dentro de dos o tres días, a ver si mi médium ha podido
obtener alguna comunicación.

***

Luisa a los tres días vino a verme, no riéndose como de costumbre, sino muy seria y muy
preocupada.
- ¿Qué hay? – me preguntó con suavidad-; ¿ querrás creer que no puedo olvidar a ese pobre
niño?
- No es extraño, el verdadero dolor no hace reír, y la muerte de ese niño encierra una tristísima
enseñanza.
- ¿Sí?, pues habla , mujer, habla.
La médium ha obtenido la comunicación siguiente:

“Siempre estamos dispuestos a responder a los que buscan la verdad.


“En épocas muy lejanas, el niño que hoy ha sufrido tanto para morir, pertenecía a una noble familia
muy orgullosa, por cierto, de su árbol genealógico: ese niño llegó a cumplir diez años, y, con un aplomo
impropio de sus años, sentía profunda antipatía por su hermano mayor, que era lo que llamáis ahora
un verdadero demócrata, al que no le importaba un bledo sus títulos de nobleza. Amaba al pueblo, le
atraían los humildes, tanto que se enamoró ciegamente de una joven pastora, hija de uno de los
siervos de su padre. Un día salió de caza y se llevó a su hermano pequeño; y no sospechando del
niño, delante de él, habló largamente con la elegida de su corazón, haciendo planes para el porvenir.
Al niño le faltó tiempo en cuento llegó a su casa para contarle a su padre los amores de su hermano,
diciéndole con aumento cuanto aquel pensaba hacer y sugiriéndole que lo mejor sería hacer
desaparecer a la joven campesina para que el enamorado doncel no deshonrara a la familia con
enlace tan desigual.
“El padre estuvo muy conforme con el plan de su hijo y, como si todas las circunstancias ayudaran
para la realización de tal crimen, marchó a otra cacería el primogénito. Durante su ausencia se
apoderaron de la joven que él adoraba, la encerraron lejos de su morada y, cuando no sabían cómo
hacerla morir, echaron mano de un perro hambriento que presentaba todos los síntomas de la rabia, lo
encerraron con la inocente joven, que no había cometido otro delito que amar a un noble, y dos días
después la víctima y su matador presentaban un cuadro aterrador: ya no quedaba forma de ellos. El
perro, rabioso, había devorado a su presa, devorándose después a sí mismo. Tan horrible crimen
quedó en el misterio; nadie sospechó de aquel hermoso niño que siempre iba con su hermano mayor,
que era el benjamín de la casa, y menos que dentro de aquella cabecita coronada de rubios cabellos
se había fraguado aquel plan, verdaderamente infernal, llevado a cabo tan sigilosamente que nadie
supo nunca quien fue su autor. Las conjeturas que se hicieron fueron tan equivocadas y como la
víctima había sido una joven del pueblo (en aquella época los siervos eran propiedad de sus señores),
no valía la pena hacer averiguaciones por la suerte de una campesina que guardaba un rebaño de su
señor, ya que murió destrozada por un perro, quizá por defender a los corderos confiados a su
custodia. El velo de la más profunda indiferencia cubrió aquel triste suceso; sólo un hombre que se
adelantó a su época, el enamorado de la víctima, fue el que no pudo consolarse de haber perdido la
amada de su corazón; una profunda tristeza se apoderó de su alma, cerró los ojos de su entendimiento
para no ver, para no saber la historia de aquella muerte tan repentina: tuvo intuición de algo horrible,
pero enmudeció; a nadie confió las terribles sospechas que se abrigaban en su mente; culpó a su
padre, pero no a su hermano; un alma tan noble no podía concebir que un niño pudiera ser un asesino.
Renegó de su noble linaje, se convenció que si en vez de ser un señor feudal hubiera sido un triste
pechero, sus amores hubieran tenido el más hermoso complemento, y, soñando con la igualdad, con la
fraternidad y con la libertad, se fue consumiendo lentamente; la tisis se apoderó de su organismo y un
año después de haber muerto su amada murió muy contento de dejar la Tierra, causando su muerte
gran alegría a su hermano, que a su mayor edad heredó todos los títulos del primogénito, menos sus
nobilísimos sentimientos; que si en edad tan temprana supo herir en la sombra, muchos más
desaciertos cometió después impunemente; era dueño de vidas y haciendas y podía matar sin
compasión.
“Su primer crimen quedó envuelto en la sombra; en la Tierra nadie lo acusó, pero se acusó a sí
mismo, cuando leyó en el Espacio el relato de sus crímenes; y se horrorizó de sí propio, cuando vio
que para él no había existido la infancia con su inocencia y su bondad; que él había premeditado la
muerte de aquella infeliz de la manera más ingeniosa para evitar toda sospecha. ¿Qué cosa más
natural que una pastora, cuidando de su rebaño, fuera devorada por un perro rabioso?... ¡Y aquel niño
cruel estuvo orgulloso de su invento! ¡qué precocidad tan horrible!.... De todos sus crímenes (que
cometió muchos) ninguno le horrorizó tanto como el que llevó a cabo en su infancia, gozando de su
delito, viendo morir después a su hermano lentamente y, cuando le veía consumirse, se decía con
alegría infernal: ¡Todo esto es obra mía!...
“Su júbilo de entonces se trocó después en espantosa desesperación y, fuerte y animoso, se
dedicó a sufrir el martirio que hizo padecer a la joven campesina que murió devorada por un perro
rabioso, y volvió a la Tierra acompañado de su padre de aquella época, pues justo era que el que mató
sin compasión a una niña inocente viera morir a su hijo desesperado y rabioso y tuviera que acelerar
su muerte a fin de que dejara de sufrir.
“Lo que aconteció ya lo sabéis; se cumplió la condena sin que ningún juez de la Tierra dictara la
sentencia; el crimen que los dos cometieron nadie lo supo; es más, nadie lo sospechó, porque el
amante de la víctima a nadie confió sus sospechas; pero nada queda oculto en la eterna vida del
Espíritu y éste paga todo el mal que hace, cuando disfruta haciendo el daño, cuando goza con la
agonía de sus víctimas. No es extraño que tu amiga se impresionara tanto, contemplando el cadáver
del niño, porque aquel niño muerto simboliza la eterna justicia de Dios, la inmutabilidad de sus leyes,
porque Dios ni premia ni castiga; se cumple su ley, y cada uno recoge la cosecha de su siembra. ¿Qué
sembró ese niño? ¡Horrores, infamias, iniquidades! Por eso en su última encarnación ha recogido mala
cosecha.
“Muchas malas cosechas le quedan aún que recoger, pero también para él brillará el Sol, porque
es amado; su padre de hoy, le quería mucho, y tiene Espíritus que le aman: el médico que al visitarle
últimamente lloró como un niño al verle sufrir tanto, es el Espíritu de su madre, cuando él fue asesino
de la joven campesina. ¡Qué lejos estaba el médico de comprender que aquel niño, siglo antes, había
sido su hijo!... Él lloraba sin saber por qué lloraba, porque los médicos se habitúan a ver sufrir, y se
preguntaba con extrañeza: ¿Por qué lloro? ¡Se ven tantos efectos ignorando las causas!
“Dile a tu amiga que vaya pensando en lo que cuentan los Espíritus, que no se ría del pasado, que
no tire al tejado del porvenir. Adiós”.

***

- Esto es cuanto dijo el Espíritu a la médium, ¿qué te parece su comunicación? ¿te causa risa?
- No, no; muy al contrario, que me da mucho que pensar y, aunque yo creo que nunca seré
espiritista, te juro que no me volveré a reír de tus historias de ultratumba.
- Harás bien; no tires piedras al tejado del porvenir.
LA VENGANZA

Continuamente estamos recibiendo cartas en las cuales nos piden nuestros hermanos, los
espiritistas, que preguntemos el porqué de muchos sucesos verdaderamente dramáticos, y algunos de
ellos más que dramáticos, trágicos, espantosos y horribles.
Como en este mundo, según dice un antiguo refrán, nunca llueve a gusto de todos, nuestros
escritos también tienen sus adversarios, también son criticados y censurados duramente, lo que en
honor de la verdad no nos causa extrañeza, por ser imposible complacer a todos, por la sencilla razón
que cada Espíritu tiene su modo de pensar y de apreciar las cosas, y el verdadero propagandista de un
ideal escribe para todos y para ninguno, arroja la semilla convencido que una mínima parte será la que
germinará, que la mayoría de los granos resbalarán por la tierra endurecida y otros brotarán entre
zarzas espinosas, cuyas espinas no le dejarán crecer. Pero como la Verdad es como el Sol, que
siempre brilla y siempre alumbra su luz esplendente, nuestros escritos, que sólo reflejan la verdad de la
vida eterna, si son por algunos rechazados y anatematizados, por otros son comentados y estudiados
y analizados, sirviéndoles de enseñanza las comunicaciones que nos dan los Espíritus, y más que de
enseñanza de consuelo. ¡De consuelo del cual está sedienta la humanidad!, y como son muchos los
desgraciados, tanto encarnados como desencarnados, que nos hacen presente el bien que les ha
causado nuestros escritos, seguimos escribiendo, no por recibir aplausos de los felices, sino para ser
útil a los desventurados, cuyo número es incalculable.
De Rosario de Santa Fe nos enviaron el relato adjunto, publicado el 24 de marzo último en un
periódico de dicha ciudad, llamado “La Capital”. Hemos leído y releído esa triste narración, y como útil
estudio hemos preguntado a un Espíritu quién dio fuerza al brazo de un niño para dar golpe tan certero
como allí se dice.
A continuación copiamos lo que dice el diario “La Capital”:

El crimen de un niño. La madre degollada por el hijo. Un proceso dificultoso. Confesión ante la
justicia. Dolorosos detalles. Se cumplió la ley del talión. El heroísmo de una madre. Informes
completos.

Un sentimiento de piedad extraña, como su origen confuso brotado de muchas emociones


encontradas, pesa sobre nuestra pluma al iniciar esta crónica que, por la índole de sus motivos, ha de
presentar rarísimos contornos y, tal vez, significarse como rara en los anales del delito.
La imaginación se siente pequeña en este caso, porque los sucesos son tan patentes, tan
verídicos y hondos, que uno de sus más mínimos detalles habla con una elocuencia definitivamente
dolorosa.
El espíritu que avezado a la investigación especula sobre las insignificancias y sobre las ideas,
en presencia de un fenómeno de la naturaleza humana se abisma, se reconcentra en sí mismo y de
deducción en deducción se pierde en un inmenso caos.
En el breve término de pocos minutos, escuchando la revelación pasmosa de un alma nacida
ayer a la vida de la carne y que, sin embargo, parece tener unas inmensas alas negras, hemos ido
desde la tierna y sencilla emoción que producen espontáneas lágrimas de un niño, hasta el asombro
que encoge el corazón y pone en la garganta un lazo apretadísimo.
La escala del sentimiento ha sido recorrida en toda su extensión, y como el viaje es demasiado
angustioso para brindárselo al público con todas sus tristes arideces, procuraremos en este relato
atenuar algunas notas demasiado fuertes, sin que por esto la verdad se desfigure.

Retrospectiva – Con motivo de la última visita de cárceles realizada el 25 de febrero de este


año, en la crónica detallada que entonces hicimos anotamos de preferencia un hecho hacia el cual fue
el primero en llamar nuestro interés: el señor juez de instrucción doctor Bravo, sugestionado, como a
nuestra vez lo fuimos más tarde, por la palabra sentida de la presunta inocencia, daba a su idea la
convicción de lo levantado y generoso, con los nobles anhelos de reparar una tremenda injusticia.
Recordarán acaso los lectores de este diario, que se hallaba en la cárcel un niño de doce años
de edad, llamado Juan Muja, acusado por las autoridades de Carmen del Sauce de haber dado muerte
a su propia madre, Ana de Muja, degollándola.
No podíamos creer en la verdad del delito atribuido a un niño enclenque y enfermizo de doce
años, cuyo aspecto inspira lástima y compasión y sugiere el concepto de un incapaz físico para
ninguna acción de esfuerzo mediano; y para ratificar estas dudas fue que lo entrevistamos en aquel
momento, dando a conocer al día siguiente la relación que nos hizo entre suspiros y lágrimas, según la
cual nada tenía que ver con el horrible crimen que se le adjudicaba.
Ya hemos dicho que el juez que entendía en la causa de este niño creyó en un principio
también en su inocencia, en la que lo afianzaban todos los detalles que hasta entonces se poseían.

Trabajo de la justicia – La investigación se llevó adelante no obstante esto, obrándose con


paciencia perseverante, recogiéndose datos de una y otra parte, declaraciones, cotejo de documentos,
comparación de palabras y actitudes; en fin, todo aquello que podía servir para ilustrar el criterio de la
justicia en un asunto envuelto en sombras, demostrándose una laboriosidad honrosa que ha sido
coronada por resultados completos.
El expediente amenazaba crecer, a mitad de la jornada, indefinidamente, pues por momentos
se iban perfilando sucesos y conjeturas siniestras relacionadas entre sí por un maravilloso vínculo, que
obligaban a nuevas e inacabables actuaciones.
El juzgado de instrucción se hallaba recargadísimo con esta sola causa de un corte típico,
exclusivo, y era cosa de desesperarse para encontrar el final.
Un pequeñuelo, un niño, daba este trote fatigoso a la justicia, desesperando al juez y a los
secretarios con sus lloros unas veces, y con sus enérgicas y serenas negaciones otras, y todo, como
se ha visto después, reflexivamete, con un cálculo que asombra pueda caber en una cabeza de doce
años.
El juez, doctor Bravo, repetidas veces se había entrevistado con el niño Moja, deseoso de
establecer la verdadera faz de las cosas, pero siempre se encontró con lágrimas seguidas de energías
precoces, que nada adelantaban en el sumario.

Confesión del delito – Por fin, ayer se decidió a realizar la última tentativa haciendo llamar a
Muja a su despacho, encerrándose con él y el secretario, señor Villalón, durante largas horas.
Inmediatamente de terminada esta conferencia supimos que se había producido algo de
extraordinario. Quisimos averiguarlo en detalle, allí mismo, pero nos encontramos con la rígida mudez
que impone el secreto del sumario.
A todo trance era preciso esclarecer lo ocurrido y sin pérdida de tiempo fuimos a la
Penitenciaría, a donde había sido devuelto el minúsculo encausado.
Finalmente, atendidos por el alcaide, solicitamos hablar con el niño Muja y en seguida nos
vimos complacidos.
Nos encontramos, pues, en presencia del pequeñuelo que, al reconocernos, desde nuestra
anterior visita, bajó obstinadamente la vista, costándonos bastante trabajo conseguir que nos mirase.
En sus ojos pequeños y un tanto hundidos había lágrimas, y su rostro no presentaba la palidez
de las impresiones fuertes, sino el rápido sonrojo que puede observarse en quien ha sido descubierto
en delito de mentira.
Un pequeño calzón suspendido por un tirante ordinario sobre una burda camisa de tela gris,
alpargatas viejas y una boina descolorida en la mano, tal era la indumentaria con que se nos
presentaba el terrible acusado de tres codos de altura.
Lo llamamos benévolamente por su nombre, esparcimos sobre su ánimo la caricia de unas
palabras de amigo y lo vimos conquistado.
- ¿Te acuerdas de nuestra primera visita?
- Sí, señor, pero...
- Habla, ten confianza en nosotros. ¿Estuviste hoy con el juez?
- Sí, señor, estuvo mucho tiempo, esta mañana y por la tarde.
- ¿Te ha tratado bien?
- ¡Oh, es muy bueno el juez; muy bueno!
- Nos ha dicho que tú le confesaste por fin toda la verdad. No te queremos mal, dinos a nosotros
todo lo que has dicho al juez.
Nos miró un instante en silencio y mientras daba vueltas entre sus manos a la gorra, notamos
que un temblor indefinible agitaba las alas de su nariz pequeña y corva.
Le acercamos una silla y ya cómodamente sentado, nos hizo despacito, con una tenuidad de
enfermo, esta pregunta:
- Ustedes, ¿quiénes son?
- Tus amigos, pues.
- Tus amigos y tus defensores.
- ¿Me lo aseguran?
- ¿Por qué tanta desconfianza? No te vamos a causar ningún daño, habla. ¿Qué le dijiste al juez?
- Le dije....¡no me miren!... le dije que yo era el que había matado a mi madre. Yo no podía mentirle
más a ese hombre. Me trataba tan bien, con tanto cariño, y me hablaba de tan lindas cosas del
cielo, que aquí en el corazón, y aquí, en la cabeza, parecía que una voz sonaba fuerte diciéndome
que no mintiese.
- ¡Pobrecito! Tú, cuando mataste a tu madre no sabías lo que hacías, estamos seguro de ello.
Cuéntanos todo lo que pasó aquel día.
- Sí, lo voy a contar, pero no me reten. Mi madre me pegaba mucho. Casi todos los días se
emborrachaba desde que mi padre se fue muy lejos, y cuando estaba así agarraba la escoba o un
látigo que tenía en casa y me azotaba fuerte.
- Pero ¿qué motivos le dabas tú?
- Ninguno, ninguno. A veces me entretenía fuera de casa, con el carrero Ailana, y al volver no me
daba la comida y me pegaba muy duro.
- ¿Qué le decías cuando te castigaba?
- Lloraba y a veces me daba mucha rabia, pero nada más.
- ¿Mientras estuvo en casa tu padre, nunca te pegó?
- También, algunas veces, y me acuerdo que mi padre se enojaba conmigo diciendo que había de
echarme de casa.
- El día antes que muriese mamá un muchacho me pegó una pedrada en la cabeza y me salió
sangre. Fui a casa llorando y con todas las ropas manchadas y entonces mamá me pegó. Yo sentí
ese día más rabia que nunca y salí de casa pasando la noche en el campo. Al otro día volví
temprano y esta vez mamá no me pegó, pero sí me dijo amenazándome con un cuchillo que me
iba a matar si otra vez le daba motivos para enojarse. Me callé y salí al campo, pero me dolía
mucho el cuerpo y por la tarde volví a la casa.
- ¿Fue ese mismo días que la mataste?
- Sí, señor. Al entrar vi a mamá sobre la cama. Me acerqué despacito y estaba dormida. No sé por
qué me temblaron las piernas y las manos, ni por qué agarré aquel mismo cuchillo con que me
amenazó. ¡Ay! Yo no sé lo que pasó por mis ojos que me aturdió la cabeza. Apreté el cuchillo, un
cuchillo de cabo blanco, arrimé despacito un cajón a la cama que era alta, pero en ese instante
creí que despertaba mi mamá y me agaché para que no me viese. Pasó un rato y ya temblaba.
Poco a poco levanté la cabeza y vi que no se había despertado. Apreté el cuchillo hasta dolerme la
mano, puse una rodilla sobre la cama y...
- Pero no llores, pequeño, sigue.

Momento supremo – Vi que no iba a poder con una sola mano. Agarré la hoja del cuchillo con
las dos manos, con el corte para abajo y lo apreté mucho contra el cuello. Salió sangre muy caliente,
mamá se sentó de golpe en la cama, quiso gritar, pero no pudo, alzó los brazos y rodó al suelo,
quedando quieta.
Esta vez el rostro enflaquecido y anguloso de aquel niño que ahora se presentaba como un
gran criminal estaba palidísimo. Ya no había lágrimas en los pequeños ojos garzos, ni temblaba su
endeble cuerpo. Había en todo su ser la calma del inconsciente que hace un relato sin sentir las
emociones que produce.
- ¿Y qué hiciste después? – le preguntamos.
- Tiré el cuchillo y me acerqué a mamá; tenía los ojos muy abiertos mirando al techo, pero no se
movió. Estaba muerta y la sangre le salía a chorros del cuello. Asustado abrí la puerta y salí ligero
al campo. Cuando iba a ser de noche, vi que tenía el saco manchado de sangre. Pensé que esto
daría que sospechar a la gente y para evitarlo me metí otra vez en casa. Allí en el suelo estaba
todavía mi mamá con las piernas y los brazos abiertos. Saqué de un baúl un saco mío, envolví el
que estaba manchado y salté por la ventana después de cerrar por dentro la puerta.
- ¿No dijiste que el cuchillo era de cabo blanco?
- Sí, señor, era así.
- El que se encontró clavado en el cuello de tu mamá era de cabo negro.
- Ese es otro. Cuando iba a saltar por la ventana, tiré el cuchillo de cabo blanco debajo de la cama y
agarré otro de cabo negro que estaba sobre la mesa de comer y lo puse así en el cuello.
- ¿Para qué hiciste eso?
- Porque creía que así le echarían la culpa a otro.
- Ya vez cómo te equivocaste.
- Dios lo ha querido.
- ¿Crees en Dios?
- Antes me enseñaba a rezar la mamá.
- ¿Y no te decía que Dios castigaba a los malos?
- Sí que me lo decía, pero mamá seguía pegándome y a ella nadie la castigaba. ¡Ya ven ustedes!
- ¿Sabes que lo que has hecho lo castiga la ley?
- ¿La ley? Yo no sé lo que es eso, pero si la ley es como el comisario de allá debe ser muy mala.
- ¿Qué te hizo el comisario?
- Me pegó para que dijese que yo había matado a mi madre.
- ¿Por qué llorabas y negabas aquí?
- Porque me lo enseñaron adentro.
- ¿Adentro? ¿Quiénes?
- Los presos, todos los presos. Decía que si negaba no me podían castigar.
- ¿Estás arrepentido de lo que hiciste?
- Sí, muy arrepentido. ¿Saben ustedes si mamita me perdonará en el cielo?
- Sí, te perdonará.
- Otro crimen. ¿Y a ella la perdonarán también?
- ¿A ella? Ella no ha hecho nada.
- ¿Nada? ¡Pero entonces el juez no lo ha dicho todo!
- Vamos a ver, ¿qué falta?
- Mamá mató también a una persona.
- ¿Qué dices, muchacho?
- Es la verdad, pero ya hace mucho tiempo y fue lejos, en Austria. Una vez, cuando estaba mi padre
aquí, se enojó con mamá y le dijo que mejor estaría presa por haber muerto al primer marido. Le
conté esto a mi hermano mayor y por él supe todo lo que sucedió allá lejos. Me dijo que mamá Ana
tomó mucha bebida en Austria y que, estando así, con un cuchillo mató al marido.
- ¿Cómo no la llevaron presa?
- Porque la madre de mi mamá, mi abuela, para salvarla dijo a los jueces que era ella y la
encerraron en la cárcel.
- ¿Estás seguro de lo que dices?
- ¡Pero si esto lo sabe el juez! Pregúntele y verán como he dicho la verdad.

Esta revelación inesperada acabó con la penosa entrevista que hemos procurado reflejar con
toda fidelidad sin alterar el lenguaje sencillo con que fue hecha.
Por medios propios de información y no sin grandes esfuerzos corroboramos ayer mismo la
veracidad de todo lo relatado por el niño Muja, tanto en lo que se refiere al delito de que se confiesa
autor, como a la muerta violenta del primer marido de Ana de Muja.
En efecto, de las investigaciones efectuadas se desprende que hace muchos años, sin poder
precisar la fecha, Ana cometió un homicidio. La madre de ésta, ¡madre heroica!, se denunció como
autora del crimen y fue condenada.
Quizá esté aún purgando la pena que correspondía a la hija. Si así fuera, el representante de
Austria en la Argentina tendría un sagrado deber que cumplir, contribuyendo a la libertad de una madre
inocente que no vaciló en sacrificarse por su hija, obedeciendo a las leyes eternas del corazón y de la
sangre.
¡Sangre y corazón! Acaso en estos trágicos dramas de la vida, sobre todo en éste que por
fuerza ha dado tintes rojos a la crónica, tenga la psiquiatría misión dilucidadora. La teoría lombrosiana,
en la que la transmisión de los gérmenes mórbidos ocupa un argumento de primera fuerza, se ha
cumplido muchas veces. La madre enferma, la madre predispuesta a la delincuencia, y que delinque,
transmite con su sangre la misma tendencia criminaloide al hijo, y entonces suele cumplirse una
sentencia terrible: ¡Quién a hierro mata a hierro muere!, precisamente como en el caso relatado.

Autopsia – Ahora, pocas palabras para concluir.


El juez de instrucción, doctor Bravo, que de la manera dicha ha dado término a un proceso
pesadísimo, se ha visto obstaculizado en su investigación por muchas circunstancias.
Entre éstas, no es la de menor cuantía la que se relaciona con el certificado del médico que
reconoció en Carmen del Sauce el cadáver de Ana de Muja. Dijo ese facultativo que la extinta tenía
completamente separada la cabeza del tronco, lo que según información de la policía de la localidad y
de muchos vecinos no es cierto. El juez ha dispuesto ayer que se haga la autopsia del cadáver y
partirá él mismo a Carmen del Sauce para terminar otras diligencias interesantes.

***

“Me preguntas, me dice un Espíritu, quién dio fuerza al brazo de un niño para dar golpe tan
certero, si fue el Espíritu del primer esposo de su madre, que desde el Espacio puso en práctica el
aforismo de <quién tal hizo que tal pague>, dominado por el deseo de la venganza, y como yo sé que
no es la pueril curiosidad la que te guía en tus investigaciones, te diré la verdad del caso, para que
sirva de enseñanza al que quiera estudiar en los escritos espiritistas.
“La desdichada mujer, que en mal hora dio muerte a su primer esposo, aunque tuvo en su
madre su ángel salvador, y al parecer quedó limpia de pecado, no quedó libre de la persecución de su
víctima, el hombre asesinado cobardemente, sin haber cometido otro delito que servir de estorbo a su
infiel compañera, que se solazaba con ilícitos amores. Al desprenderse de su envoltura juró vengarse
de aquella mujer que tan vilmente le había engañado, y para él no hubo Espacio, no escuchó las voces
de su guía y de otros Espíritus, permaneció al lado de aquella mujer, que odiaba y amaba a la vez, con
el firme propósito de convertir su hogar en un infierno, y para llevar más tarde a término la ley del talión
encarnó en las entrañas de la que había sido su esposa y volvió a la Tierra sin darse cuenta que había
estado en el Espacio, tan apegado estaba a la vida material con sus odios y sus pasiones.
“El nacimiento de Juan no llevó la alegría a sus padres; éstos ignoraban quién era el viajero
del infinito que les había pedido hospitalidad, pero el pequeñuelo parecía que llevaba en su diestra la
tea de la discordia; reinaba en la casa un malestar incomprensible, pero reinaba, sin duda alguna; las
reyertas eran continuas, la intolerancia se apoderó en absoluto de aquellos Espíritus en realidad
culpables, porque si ella mató a su primer marido no estuvo lejos de ella su segundo esposo cuando se
cometió el asesinato, y sin hablar se acusaban mutuamente del delito, y a tanto llegó el mutuo fastidio,
que él se fue muy lejos huyendo de un hogar donde parecía que se pisaba sobre hierros candentes, y
ella se entregó por completo al vicio de la embriaguez para olvidar su crimen y, cuando menos lo
esperaba, su víctima de ayer le clavó un arma homicida en el mismo sitio donde ella la hundió años
atrás.
“El heroísmo y la abnegación de su madre consiguió retardar el cumplimiento de la ley del
talión, pero como indudablemente tenía que morir víctima de su propia alevosía, el vengador no se
separó de ella ni un segundo, tanto que encarnó en sus entrañas, la atormentó cuanto pudo con su
odio implacable y al fin llevó a cabo su inicuo propósito.
“Es horrible, ¿verdad? Muchos dirán que las comunicaciones son cuentos de viejas ¡ojalá lo
fueron! No habría tantas familias desgraciadas que viven en un infierno porque no se pueden tolerar
los unos a los otros, pero es tristemente cierto que los odios no los borra la muerte, que al contrario, los
aumenta, y hay venganzas premeditadas en el transcurso de muchos siglos, porque el tiempo no se
mide en el Espacio como en la Tierra. <No la hagas y no la temas>, dice uno de vuestros adagios, y es
la verdad; huid de los crímenes, de los desaciertos, de las impaciencias, trabajad en vuestro
mejoramiento moral e intelectual, y haced cuanto esté de vuestra mano para ser útiles a los demás, y
de este modo conseguiréis vivir en dulce calma rodeados de Espíritus amigos que son la verdadera
familia en la Tierra y en los otros mundos donde más tarde viviréis.
“Adiós”.

***

¡De cuánta enseñanza es la comunicación que hemos obtenido! ¡No hay deuda que no se
pague ni plazo que no se cumpla! ¡Ay de aquellos que quieren cimentar su dicha sobre la tumba de
otro!...
De una manera o de otra se paga la deuda contraída; los unos dejando su envoltura en manos
del vengador; los otros viviendo sin vivir, rodeados de Espíritus que procuran labrar su infortunio. Bien
dice el padre Germán, ¡qué bueno es ser bueno y qué malo es ser malo!
EL CRIMEN TRAE EL CRIMEN

CARMEN AYALA Y AYALA – La niña de diez a doce años que asesina a su tullida hermanita
Teresa.
CARMEN AYALA Y AYALA – La huérfana abandonada, con su hermana menor Teresa,
asesina a ésta, tal vez creyendo aminorar sus sufrimientos.

(Causa del Juzgado de Maricao, año de 1901)

ANTECEDENTES – Carmen y su hermana menor Teresa, tullida, se encontraron huérfanas de


madre y padre en una solitaria choza de los desiertos de Maricao, en los días nebulosos de 1901, “días
más nebulosos que los actuales”.
Carmen buscó amparo en la casa de un tío suyo, Pablo, hombre sin conciencia, de mal
temperamento, quien maltrató a estos pobres seres, y Carmen se vio obligada a acudir a otros vecinos:
a la casa de la señora de Denizar, quien las acogió pero, falta de recursos, tuvo Carmen que
abandonar la choza y dirigirse a otro hogar: a la casa de Alejo García, cuya esposa caritativa les dio
acogida maternal.

HECHOS – Declaración de Carmen Ayala y Ayala.


Dice que: “Después de la muerte de sus padres, fue recogida por sus caritativos vecinos Alejo
García y su esposa, y en casa de éstos se dedicaba a los pequeños quehaceres de la casa, y la mayor
parte del día a cuidar de la hermanita pequeña. Que ayer por la mañana salieron para el río los
esposos García, quedando ella sola en la casa con su hermana, y la noble señora le encargó que se
entretuviesen en recoger unas granos de café del suelo y que atendiera a la niñita hasta que ellos
regresaran al oscurecer. Habiéndose marchado aquéllos, fue la dicente a los cafetales, y allí le asaltó
la mala idea de asesinar a Teresa (idea que hacía tres días la impulsaba, resistiéndola) y tal fuerza
tuvo la sugestión que ese día corrió hasta la casa donde aquélla estaba, y al llegar la declarante se
echó a llorar arrepentida; volvió al cafetal y la idea de matar a su hermanita volvió a perturbar su
cerebro, hasta el extremo de impulsarla a cogerla y tirarla dentro del estanque de agua cercano a la
casa; mientras tanto corrió a hacer el hoyo para enterrarla así que se ahogara. Hecha la excavación,
vino a buscar el cadáver y lo llevó y lo enterró en el hoyo hecho por ella, valiéndose de una horqueta
sacó el cuerpecito del estanque, provista de un machete del señor Ayala para hacer la fosa. Luego,
cuando mató a su hermana, no estaba en sus sentidos, y después se fue huyendo de aquellos lugares
hasta llegar a la casa de Segunda, mujer de Justino, donde la halló Alejo García, a eso de la una de la
tarde, significándole antes la declarante a aquella mujer lo que había cometido, y ella le aconsejó que
se quedase allí hasta que fuesen a buscarla. Que no tenía odio ni aborrecía a su hermana (antes
sentía amor tierno y solícito) no obstante tener que cuidarla y atenderla siempre día y noche y tener
que llevarla al hombro, pues era tullida, que es cuanto puede declarar”.
La Corte de esta ciudad, nos dice nuestro reportero al conocer el caso, ha hecho un trabajo
que le honra en alto grado. Trató por cuantos medios hábiles pudo de colocar a la infeliz niñita en el
Asilo de Beneficencia, ya que no hay en la isla establecimientos apropiados para estos casos. No pudo
conseguirlo, y confió el pequeño ser a las hermanas del Asilo de Pobres de esta ciudad, donde falleció
Carmen el día 2 de febrero último.
Nuestro reportero desea confiar el caso a los pensadores, en particular a los espiritistas, para
que den una explicación al público hambriento de luz.

***

Una escritora espiritista de Ponce (Puerto Rico), me envió el suelto que antecede a estas
líneas, suplicándome encarecidamente si me era posible preguntar si la desgraciada Carmen de Ayala
fue víctima de una sugestión espiritual o fue ella la única autora de tan horrendo crimen, y yo,
siguiendo mi afán de servir de algo a la humanidad, pregunté al padre Germán la causa de tan
desastrosos efectos, y he aquí su contestación:
“Ya te he dicho repetidas veces que cuando un Espíritu no quiere dejarse dominar rechaza
toda influencia, porque si no tuviera libre albedrío para rechazarla, nacería ya con el estigma del siervo,
con la marca infamante del esclavo, con la pasividad humillante del paria, y los Espíritus no tienen por
patrimonio ni la ciega mansedumbre, ni la estúpida obediencia. Todos son libres para ejercitar los
deseos de su voluntad; lo que acontece es que muchos Espíritus están conformes y satisfechos con
seguir instrucciones de otro Espíritu, son perezosos para pensar. Si otro piensa por ellos y les dice <ya
tienes el camino trazado>, siguen la ruta que le indican sin miran a donde van, y aunque estos infelices
obedecen a su sugestión, obedecen porque quieren obedecer, porque no se toman el trabajo de
pensar; son esclavos porque ellos mismos forjan sus cadenas y levantan los muros de su prisión, no
porque exista un poder superior para esclavizarles, porque si existiera, Dios sería injusto, y en Dios no
cabe la injusticia, porque Él simboliza la igualdad.
“La niña que mató a su hermana, cometió el crimen por su voluntad y por la de otro ser
invisible. Teresa y Carmen fueron rivales en otro tiempo, se odiaron con verdadera crueldad. La niña
tullida, cuando en otro tiempo disponía de un organismo fuerte y robusto, empleó sus fuerzas
hercúleas en herir sin compasión, matando más de una vez a su terrible enemigo, que ha sido
últimamente su matador. Pendenciero por oficio, traidor por rutina, tuvo muchos enemigos creados por
su mal proceder, enemigos que la han perseguido sin compasión, siendo uno de ellos el ser invisible
que levantó el brazo de Carmen para matar a la niña tullida. Pero Carmen estuvo satisfecha de su
obra, porque odiaba a su hermana, sin ella explicarse el porqué. Cuando vino sabía que su rival
vendría a sufrir el tormento de no poder disponer de su cuerpo, y se dijo a sí misma lo siguiente: <Daré
comienzo a mi regeneración cuidando materialmente a mi enemigo; la ocasión no puede ser más
propicia; el ensayo me puede dar excelentes resultados, manos a la obra>. Pero una cosa es la teoría
y otra la práctica, y como el odio es la planta que más arraiga en el corazón humano, y Carmen había
sido víctima de su hermana muchas veces, el ensayo de amar a su encarnizado enemigo le ofrecía
muchas dificultades, y éstas se aumentaban con los pérfidos consejos del ser invisible que odiaba a las
dos hermanas, siendo su odio justificado, porque de las dos había recibido gravísimas ofensas, y
aprovechaba la perplejidad de Carmen para vengarse de las dos, matando a una y convirtiendo en
asesina la otra. Así es que Carmen no fue ella la sola autora del crimen, pero si su Espíritu hubiera
estado más inclinado al bien, hubiera rechazado los consejos del ser invisible que la empujaba al
abismo y hubiera triunfado de sus malas intenciones. Su nueva caída le ha causado mucho daño,
puesto que al volver al Espacio ha visto que sus propios propósitos de enmienda han sido aplastados y
pulverizados por su nuevo crimen, y está decidida a emprender distinto rumbo. Se ha convencido que
el crimen trae el crimen, y la satisfacción que da la venganza se asemeja a un veneno de sabor dulce,
pero que luego abrasa las entrañas. Destruir un cuerpo es poner en nuestro camino un bloque enorme
de granito que obstruye el paso, y no se sabe cómo levantarlo ni destruirlo. ¡Ay de los Espíritus que al
volver al Espacio encuentran cadáveres en su camino! Las mazmorras de vuestras prisiones son
deliciosos jardines en comparación de la sombra que rodea a los asesinos.
“En cambio, cuando se ha perdonado una ofensa, cuando uno se ha convertido en ángel
tutelar del ser que más se ha odiado, ¡qué placer se experimenta al ver borradas las huellas de sangre
y fuego que otro día dejamos en nuestro camino! ¡Crear amores! ¡Despertar sentimientos! ¡Suavizar
asperezas! ¡Acortar inmensas distancias! ¡Hacer el bien por el bien mismo!... ¡Qué trabajo tan
productivo es éste para el Espíritu! Por grande que sea su explicación, por larga que sea su cuenta, en
medio de sus sufrimientos tendrá horas de reposo; si tiene que sentir los horrores del hambre,
encontrará pan en medio del más árido desierto; si la sed ardiente tiene que atormentarle, de la roca
más dura brotará un hilillo de agua para él; en sus horas de mayor desconsuelo oirá una voz
armoniosa que le dirá con ternura: ¡Ama y espera!...Adiós”.

***

Gracias, buen Espíritu, por ti amo y por ti espero. ¡Bendito seas! ¡Cuántos consuelos te debo!
¡Cuánta luz has difundido en torno mío! Yo era menos que un átomo y hoy tengo una gran familia; yo
no tenía lugar en la Tierra y por ti sé que tengo heredades en el Espacio; yo no poseía un céntimo y
por ti tengo mi caja de ahorros en los que son más pobres que yo. ¡Bendito, bendito seas!
TREINTA Y DOS AÑOS

Hace algunos días que muchos periódicos publicaron sueltos referentes a un ataque de
catalepsia, ataque prolongado que ha durado treinta y dos años, el sueño de la infeliz mujer que ha
sufrido durante tanto tiempo un tormento, pues, según confesión de algunos desgraciados que han
sido víctimas de tan horrible enfermedad, oyen perfectamente cuando se habla en su derredor y se
enteran de todo cuanto dicen sus deudos y amigos, y algunos han sentido cuando los colocaban en el
ataúd y se disponían a realizar el entierro del supuesto cadáver, hasta que con un esfuerzo
sobrehumano han roto sus cadenas de inmovilidad. El suelto en cuestión decía así:

ATAQUE DE CATALEPSIA: CASO EXTRAORDINARIO

Los periódicos de Burgos dan cuenta del siguiente hecho:


Hace más de treinta y dos años, la vecina de Villavicencio, Benita de la Fuente, sufría un
ataque de catalepsia.
La enferma se hallaba postrada en cama, inmóvil y sin conocimiento, desde 1874, sin que
durante mucho tiempo haya hablado una palabra, limitándose a exhalar de vez en cuando algún
quejido inarticulado; su única alimentación ha sido agua, y alguna vez ha tomado pequeñísimas
cantidades de caldo y leche. Multitud de médicos, algunos de gran reputación, la han visitado en
diversas ocasiones, no pudiendo explicar científicamente tan extraordinario caso.
Pues bien: el viernes último la enferma abrió los ojos, y recobrando súbitamente el habla
expresó sus deseos de abandonar el lecho.
El domingo siguiente, la familia la levantó y desde entonces va recobrando rápidamente la
salud perdida, siendo de esperar que muy en breve recupere la normalidad de sus funciones
fisiológicas, aunque todavía no se le ha dado alimentación por el temor de que su estómago no pueda
soportarlo.
Benita de la Fuente conoce ya a todas las personas de su familia, pero lo extraordinario del
caso es que no recuerda nada de lo que le ha ocurrido y se niega tenazmente a creer que haya estado
dormida y sin comer más de treinta y un años.
Tiene actualmente sesenta y dos años.
Una hermana de la enferma, a quien todos tienen por persona seria y fidedigna, ha
comunicado esas noticias, las cuales constituyen un caso extraordinario, digno de ser estudiado por las
eminencias médicas.

***
Yo creo que este caso, verdaderamente extraordinario, no sólo deben estudiarlo los médicos, y
han opinado lo mismo que yo muchos espiritistas que me han escrito suplicándome que pregunte al
guía de mis trabajos el porqué de tan horrible condena, porque vivir treinta y dos años sin movimiento,
sin hablar, sin tomar parte en la lucha de la vida, debe tener una causa poderosísima; debe haber
cometido el Espíritu así castigado uno de esos crímenes sin precedentes, unos de esos delitos que si
no fuera porque dicen que nunca pagamos todo lo que debemos, la condena duraría millones de
siglos, todas las agonías que hemos hecho sufrir a una o varias de nuestras víctimas, y si sólo nos
aplican el mínimo de la pena merecida, treinta y dos años de martirio, ¿cuántos crímenes representan?

***

“No tanto como tú crees (me dice un Espíritu); que por regla general, los que os creéis mejor
inspirados estáis tan lejos de la verdadera causa que produce tan malos efectos, como lo está la luz de
la sombra, el fuego de la nieve, el amor del odio, la virtud del vicio, el egoísmo de la abnegación. No
juzguéis nunca por las apariencias, que de cien veces que pronunciéis juicio condenatorio, noventa y
nueve estaréis dominados por el error y seréis injustos convirtiéndose en jueces, cuando por vuestros
defectos no debéis juzgar, sino ser juzgados.
“En el caso de catalepsia que tanto os ha llamado la atención, y al que la ciencia médica no
encuentra explicación satisfactoria, hay efectivamente mucho que estudiar y mucho que aprender para
reconocer a la enérgica voluntad de un Espíritu, la que ha sometido a su cuerpo a una prueba tan
dolorosa. Los que niegan la existencia del alma, porque no la encuentran cuando amputan un brazo o
una pierna o extraen un feto, o abren la cabeza para extirpar un tumor (como la ciencia no les puede
decir la historia del Espíritu que anima a aquel organismo) se tienen que cruzar los brazos y
enmudecer ante hechos cuya causa no comprenden, y vosotros, los espiritistas, los que sabéis que el
presente está íntimamente enlazado con el ayer, y que el Espíritu es un agricultor eterno que siembra
hoy para recoger mañana, al ver que algunos agricultores recogen tan mala cosecha, decís con
espanto: ¿qué habrá hecho este desgraciado para merecer tan cruel castigo? ¿Qué papel habrá
representado en la historia universal? ¿Habrá empleado su ciencia para ser un verdugo de la
humanidad? ¿Habrá sido un conquistador insaciable?...Y vais acumulando pregunta sobre pregunta, y
mientras más preguntáis más lejos estáis de la verdad, como os sucede ahora con esa pobre mujer
cataléptica, que amontonáis sobre ella crímenes espantosos, y en realidad no es así; es un Espíritu
desequilibrado, que ha amado mucho, pero con ese amor terrenal, egoísta, absorbente, dominante,
avasallador, que prefiere la muerte del ser amado antes que verle dichoso en brazos de otro ser.
“Esa mujer, que hoy pertenece a una clase humilde, y que a no ser por su enfermedad hubiera
pasado completamente desapercibida en la Tierra, en otro tiempo su sitial era un trono, y aunque su
reino era pequeño, ello lo hizo grande por la severidad de sus leyes, y por ser ella el juez que
dictaminaba las sentencias. Parecía insensible a los encantos del amor; casado por razón de estado,
sin sucesión, era una mujer de hielo, intolerante para las faltas cometidas por amor; su corte parecía
más bien una comunidad de monjas y de frailes sin votos; tal era la rigidez de las costumbres y la fiel
observancia de los deberes en todos los sentidos. Así vivía Ermesinda, sin gozar, y sin dejar que los
demás gozaran, hasta un día que le presentaron a un joven militar (casi un niño) muy recomendado
por uno de sus parientes más cercanos, que lo ponía bajo su real protección, de la que se esperaba
que se haría digno, siquiera por honrar su ilustre apellido. Ermesinda al verle sintió lo que nunca había
sentido, hasta el punto que se dejó caer en un sillón porque perdió el conocimiento y el joven Ezequiel
se turbó extraordinariamente al ver el mal efecto que su presencia había causado a su soberana, y se
retiró temeroso de un algo desconocido.
“Ermesinda desde aquel día sintió una inquietud y una ansiedad inexplicable, si bien ella pronto
se hizo cargo que su corazón se había despertado demasiado tarde, comprendió que amaba a
Ezequiel con toda su alma, y trató de hacérselo comprender a él; pero Ezequiel era tan niño, y le
habían educado de tal modo, que para él Ermesinda no era una mujer de carne y hueso, era una santa
a la que había de venerar de rodillas, pero a gran distancia, para que el hálito humano no manchara su
pureza. Así es que mientras ella acortaba el camino para encontrarse más pronto con él, él se alejaba
de ella dominado por el temor de ofenderla, y como cuando uno no quiere, dos no se encuentran,
Ezequiel se fue alejando de Ermesinda, y ésta se convenció que el joven huía de ella; sintió entonces
celos, ¿de quién?, de todas las mujeres de la corte; no tuvo valor bastante para decirle: ven que yo te
amo; la austeridad de sus principios se lo impidió; orgullosa por su linaje y por sus virtudes, no quiso
descender de su alto pedestal para caer en los brazos de un niño, que no sentía por ella la menor
atracción, que antes al contrario le inspiraba un temor inexplicable. Ermesinda logró dominar sus
sentimientos, se cubrió con su máscara de hielo, venció en la lucha de sus pasiones, pero no consiguió
otra cosa que mostrarse fría y severa con Ezequiel, que era el niño mimado de la corte por su
gentileza, por su hermosura, por su distinción, por su nobleza, por su valor, y viéndole tan amado y tan
colmado de atenciones, sus celos aumentaron de tal modo, que una noche lo hizo prender acusándole
de traidor a su patria, de ser un espía pagado por huestes enemigas, y Ezequiel fue encerrado en una
torre que parecía un nido de águilas, tan alta era, teniendo por base un promontorio de rocas, donde se
estrellaban embravecidas olas, pues parecía que en aquel punto era continua la tempestad, tan fuerte
era el oleaje que rugía enfurecido al chocar contra aquella atalaya fabricada cerca de las nubes.
“Cuando lo tuvo allí encerrado, Ermesinda se tranquilizó, diciéndose a sí misma: no viéndole,
no descenderé de mi alto pedestal, no le diré que no puedo vivir sin él, y no sufriré el atroz martirio de
verle en brazos de otra mujer; a grandes males, grandes remedios; cometo un crimen acusando a un
inocente, pero evito mi deshonra ante el mundo y ante él y dejo de sufrir un dolor que me conduciría a
la locura, porque el dolor de los celos es la locura en acción.
“Durante algunos días se habló de Ezequiel, pero después todos enmudecieron temiendo ser
castigados como el joven espía, sobre el cual se acumularon tan horribles acusaciones, que hubo
quien aseguró que había vendido muchas plazas fuertes a legiones enemigas. Ermesinda urdió en
secreto la tela de tantas patrañas y pronto Ezequiel fue dado al olvido, aunque muchas mujeres
lloraron su ausencia lamentando su infausta suerte, pero todo en silencio; nadie tuvo valor para
defender al inocente, y Ezequiel estuvo encerrado treinta y dos años sin poder hablar ni con su
carcelero, porque no lo veía; el alimento llegaba hasta él por un mecanismo que no dejaba ver a la
persona que lo suministraba, y Ezequiel no tenía más consuelo que contemplar el cielo a través de los
gruesos barrotes de hierro de una alta claraboya que daba luz a su reducida prisión. Así vivió treinta y
dos años, y en ese tiempo el joven hermoso y fuerte se transformó en un viejo achacoso, sus rubios
cabellos perdieron su color de oro, se volvieron amarillentos y por último blancos como la nieve, y
cuando menos lo esperaba, se abrieron las puertas de su prisión y recobró la libertad, ignorando por
qué la había perdido; regresó a su casa y toda su familia había muerto; entonces se enteró de la
calumnia que le había deshonrado y pidió ver a la soberana; pidió una audiencia que no le fue
concedida, porque Ermesinda ya estaba en la agonía; al comprender que iba a morir, quiso dejar en
libertad al hombre que tanto había amado, y murió tranquila porque una dama de toda su confianza le
dijo que había visto a Ezequiel que estaba desconocido con su cuerpo doblegado bajo el peso de los
años y el dolor.
“Ezequiel no tardó en seguirla, y al verse los dos en el Espacio se compadecieron
mutuamente, y él la perdonó porque ella había pecado por amor. El perdón de Ezequiel le hizo tanto
bien a Ermesinda, que pidió ser para él la madre más amorosa, ya que el amor de las madres en la
Tierra es el más dispuesto a la abnegación y al sacrificio, pero antes de ser su madre mil y mil veces
pidió sufrir el tormento que él sufrió víctima de su amor y de sus celos, y lo quiso sufrir padeciendo la
peor de todas las dolencias: el sueño cataléptico. Quiso que su prisión fuera la más horrorosa, la que
sin grillos ni cadena la sujetara al potro del tormento, porque los catalépticos oyen cuanto se habla en
torno suyo, y ellos asisten a los consejos de familia, miden por lo que oyen el cariño de sus deudos, las
miras interesadas de unos y los egoísmos de los otros; para ellos la verdad (que siempre es amarga)
se presenta sin velos, y ¡ay de aquellos que viven sin una ilusión! En su prolongada agonía Ermesinda
ha tenido el consuelo de tener a Ezequiel a su lado, el que muy a menudo ha murmurado en su oído
juramentos de amor, pero no de amor terreno, de amor sobrehumano, y los dos Espíritus enlazados
por una de esas afecciones que no se conocen en la Tierra, se unirán más tarde para no separarse
jamás; ella dispuesta a ser su madre, su ángel tutelar; él, agradecido, apreciando en lo que vale la
vehemencia de la pasión de Ermesinda, está dispuesto a corresponder a ella y a serle fiel
eternamente.
“Ya ves qué porvenir tan hermoso les espera a esos dos Espíritus que han sufrido tanto
víctimas del amor, del amor terreno y del amor divino. Ezequiel vivió encarcelado treinta y dos años,
siendo la causa de su inmerecido cautiverio el amor y los celos de una mujer, que gozaba pensando
que nadie le vería, que nadie recibiría sus caricias ni escucharía sus juramentos amorosos. Lo había
arrebatado de la sociedad, era suyo, le pertenecía porque le adoraba, y ahora Ermesinda ha sufrido
otra prisión más horrible para hacerse digna por su martirio de adorar a su amado Ezequiel, santificada
por el sacrificio. Ayer no podía decir que le amaba; mañana presentará su hijo al mundo entero y dirá:
¡Es mío! ¡Yo le llevé en mi seno! ¡Yo escuché sus primeros vagidos antes de verle! ¡Mis brazos han
sido su cuna! ¡Su primera sonrisa ha sido para mí! ¡Sus primeras palabras han sido: ¡Madre mía! ¡Es
mi hijo! ¿No es verdad que es muy hermoso?...Y Ermesinda será de esas madres apasionadas que
seguirá a su hijo a todas partes, hasta el patíbulo si fuera necesario, todo su amor le parecerá poco
para hacerle olvidar a Ezequiel el tormento que su loca pasión le causó durante treinta y dos años.
“Adiós”.

***

¡A cuántas consideraciones se presta la anterior comunicación!


¡Cuán cierto es que engañan las apariencias! De cien veces, noventa y nueve juzgamos
erróneamente.
¡Cuán equivocados son generalmente nuestros juicios, dado que siempre estamos dispuestos
a aumentar la culpa de los otros y a disminuir se es posible la nuestra!
¡Cuánto peca nuestro pensamiento! Si con la intención basta, como dicen algunos creyentes,
por nuestras malas intenciones somos la mayoría de los terrenales merecedores de cadena perpetua;
y en verdad que, como la merecemos, la llevamos pendiente de nuestro cuello, al que rodea la argolla
de nuestros múltiples defectos y sólo las comunicaciones de los Espíritus conseguirán a su debido
tiempo hacernos reflexionar sobre nuestra pequeñez.
¡Bendito sea el Espiritismo! ¡Benditas sean las comunicaciones de los Espíritus, porque por
ellas se redimirán los pueblos!
POR LA PAZ, POR LA JUSTICIA

¡Qué bueno es amar!


Me dicen los Espíritus que si aún permanezco en la Tierra, a pesar de mi avanzada edad, mis
continuas dolencias y mi lucha incesante para poder vivir bajo techado y alimentar mi cuerpo
enfermizo, es porque tengo que escribir mucho todavía para consolar y complacer a todos aquellos
que me dirijan preguntas, en las cuales yo comprenda que tienen sed de verdad los que me piden
consejos y luz espiritual.
Hace algunos días que me escribió una señora espiritista, diciéndome lo siguiente:

“Querida Amalia: por un acto inhumano, muy vulgar por desgracia en nuestra humanidad, han
colocado en mis manos a un niño recién nacido, al cual estoy criando con biberón. Lo dejaron a la
puerta de mi casa en un día de los más fríos del pasado invierno. Emocionada por tan trascendental
hallazgo, no me he cuidado de averiguar nada de lo que espiritualmente se relaciona con él. Más
tranquila y reflexionando sobre el caso, me inducen a que te pregunte, por si tuvieras la bondad de
investigarlo, por qué ¡le amo tanto!...
“Cuando me creí sola e infecunda, viene este ser con sus sonrisas a iluminar mi hogar y a
cerrar con sus besos las hondas heridas de mi corazón, heridas producidas por los rudos golpes de la
vida. Ha venido tan a tiempo este niño a pedirme mis cuidados y mi amor, que quisiera que uno de los
destellos del padre Germán me orientara, sin que sea mi ánimo saciar pueril curiosidad, sino el buen
propósito de redoblar más mi amor hacia este ser por el cual estoy dispuesta a sacrificarme hasta
conseguir criarlo e instruirle en los consoladores principios que a ti y a mí nos alientan y nos sostienen
en la ruda batalla de la vida.
“¿Este niño es Espíritu de prueba? Si lo es, bienvenido sea, así venga a purificar con ello su
Espíritu y el mío.
“¿Viene a cumplir algún encargo de la Ley Suprema? Bendito sea Dios que me concede esta
gracia, y si estamos unidos por anteriores existencias, y la simpatía lo ha traído hasta mi regazo, yo
seré su madre más solícita, puesto que en mi corazón sentía la imperiosa necesidad de exteriorizar los
puros y maternales sentimientos de los cuales están poseídas todas las mujeres, exceptuando algunas
infelices a las que hay que compadecer.
“La madre que ha separado de su lado a este niño, privándole de su maternal calor, me inspira
una profunda compasión y respeto los secretos que le hayan obligado tal vez a desprenderse de su
hijo.
“Espero la tuya con ansia y te lo repito, no es la curiosidad la que me guía, es que a mí me
parece que este niño es mío, mío, sí; ¡lo quiero tanto!...”

***

Como es natural, me interesó vivamente el contenido de la carta anterior, y en cuanto tuve


ocasión oportuna pregunté a un Espíritu sobre dicho asunto, obteniendo la siguiente comunicación:
“Veo que continuamente te dirigen preguntas sobre asuntos interesantes, y tú, con la mejor
voluntad, nos preguntas a nosotros, estableciéndose así la comunicación directa entre los vivos y los
muertos, relaciones que han existido de toda eternidad, pero que ahora se han vulgarizado gracias al
progreso realizado en todas las clases sociales, que han hecho perder su preponderancia a los
iniciados en los misterios divinos, descendiendo de su alto pedestal los grandes sacerdotes que
guardaban en sus templos las revelaciones de los Espíritus, los que siempre se han comunicado con
los terrenales, porque es precisa esa relación directa entre los que os creéis vivos y los que llamáis
muertos.
“No es aún la comunicación ultraterrena la que será el transcurso de los siglos; es aún muy
defectuosa, por tener que hacerse varias transmisiones, porque a veces el Espíritu comunicante
transmite la comunicación de le da otro Espíritu, y al repetirla al médium éste da cuenta de lo que le
dicen y ya es la tercera transmisión, pero algo es algo: todo lo grande principia por la unión de los
átomos, como sucede con los mundos. De igual manera la comunicación entre los habitantes de la
Tierra y los moradores del Espacio ha tenido su comienzo con manifestaciones de escasa importancia
(al parecer), con golpes, movimientos de objetos, ruidos extraños, luces movibles, que han tenido
necesariamente que llamar la atención de los más indiferentes, haciendo pensar a los hombres
sensatos que han tenido que fijarse en aquellos fenómenos y decir: la nada, nada produce. Estos
ruidos, estos golpes, estos focos luminosos que brotan en diversos puntos, son efectos de alguna
causa, y de una causa inteligente; y han preguntado, han indagado, han inquirido, hasta obtener lo que
ya tenéis: conversaciones sostenidas con Espíritus; muy interesantes, muy instructivas algunas de
ellas, por más que los medios de que ahora disponéis son muy imperfectos, muy deficientes, pero ya
llegará la época en que no se necesiten mediadores entre vosotros y nosotros; cada cual hablará con
sus deudos, con sus discípulos directamente. ¿Cómo? ¿De qué manera? ¿Hablando? ¿Escribiendo?
¿Apareciendo con la última envoltura que usó en la Tierra? Los detalles son lo de menos, el hecho
positivo es de lo que menos nos debemos ocupar; pero, mientras llega esa época dichosa de la
comunicación directa, preciso es que os conforméis con las transmisiones actuales. Decía uno de
vuestros célebres escritores que una obra traducida le parecía un papiro de Flandes vuelto al revés.
Esto puede aplicarse a la mayor parte de las comunicaciones que recibís de ultratumba, pero todo
necesita su trabajo y su tiempo para ser apreciado en su justo valor. Sigue por lo tanto preguntando a
los Espíritus el porqué de muchos acontecimientos que os sorprenden y despiertan vuestro más vivo
interés, y presta consuelo a muchos que lloran en la oscuridad.
“Una mujer que soñaba con ser madre te pregunta si el niño que dejaron a la puerta de su casa
ha sido alguna vez algo suyo; puedes decirle que sí: que ha sido carne de su carne y hueso de su
huesos. En la última encarnación, en la que perteneció a la nobleza, engañada y seducida por un
magnate que no le podía dar su nombre porque ya se lo había dado a otra mujer, al comprender ella
que iba a ser madre, confió el secreto de su deshonra a su hermano mayor, y éste, compadecido de su
infortunio, la llevó lejos de su patria, y en un lugarejo escondido entre montañas asistió a su
alumbramiento, y cogiendo al recién nacido lo hizo llevar a un asilo benéfico, lo arrojó al montón de los
niños sin nombre, y la joven madre, por más que le pidió de rodillas que le devolviera su hijo, aunque la
dejase abandonada en medio de la calle, rogó inútilmente. Volvió a su palacio con el corazón hecho
trizas; no podía ver a un niño pequeñito sin que fuera acometida de horribles convulsiones, y todo el
tiempo que permaneció en la Tierra lloró por su hijo y murió llamándole. Cuando en el Espacio se dio
cuenta que vivía, encontró a su hijo perdido y olvidó con sus caricias todo cuanto había sufrido,
prometiéndole ser su guía, y que en premio de su constante recuerdo tendría más tarde en sus brazos
al niño perdido, quien en cumplimiento de su expiación llevaba ya muchas encarnaciones siendo
arrojado del seno materno; tenía que ser amado por caridad, por compasión; no era digno, por sus
hechos pasados, de reposar tranquilo en los brazos de una madre amorosa. Por eso en su actual
existencia lo dejaron abandonado, sin recomendación alguna, pero como era acreedora de ser madre
la que en su encarnación anterior no pudo serlo más que en el tiempo de su gestación, hoy le
entregaron a su hijo de ayer, para que su alma pueda gozar de las inefables delicias maternales.
Merece ser madre, por eso ha recobrado a su hijo, porque durante muchos años le llamó en su sueño
y en sus horas de vigilia, y en memoria suya vistió a muchos huérfanos y amparó a innumerables
desvalidos; que recoja la cosecha de su siembra de ayer; que ame a ese huerfanito, que para que le
ame, le guíe y le eduque y le instruya se lo han entregado; que goce en su buena hora, que amparar a
los huérfanos es la acción más meritoria y que más puede engrandecer al Espíritu.
“Adiós”.

***

¡Qué historia conmovedora y tan interesante! Contenta quedará la mujer generosa que ha
recogido en sus brazos al pequeño náufrago, que en el mar de la vida, a merced de las olas, a no ser
por ella hubiera muerto ante las rocas de la caridad oficial, que almacena niños, como decía Eusebio
Blasco, para dejarlos morir de hambre.
¡Dichosas las almas buenas que saben amar!
EL DOLOR CURA EL DOLOR

Cuando el pesar abruma, cuando la miseria oprime, cuando la soledad nos arroja en brazos de
la desesperación, es necesario buscar un lenitivo al sufrimiento, y para un alma pensadora no hay
lugar más a propósito para consolarse y aligerarse el peso de la pena que visitar a los enfermos que
gimen en los hospitales. Cuando se contempla a varios enfermos que no tienen junto a su lecho a un
alma viviente, y se les ve cómo miran a todos los que pasan, con esa mirada ansiosa, con esa sonrisa
tristemente irónica como diciendo: ¡hasta aquí me persigue la fatalidad!.... ¡hasta en esta mansión
donde reina la igualdad del infortunio, soy más desgraciado que los demás!... ¡nadie se acuerda de
mí!... ¡y luego dicen que hay Dios!...
Yo, que me he quejado tantas veces de mi expiación, cuando más desanimada me encontraba
acudía presurosa al Hospital de la Santa Cruz, y allí hacía un verdadero examen de conciencia, ¡y qué
pequeña me encontraba después de contemplarme por dentro!... ¡qué descontentadizo aparecía mi
Espíritu!... ¡qué exigente!... ¡qué voluntarioso!... ¡qué ignorante!... ¡qué desconocimiento tan completa
de las justas leyes de la vida!... ¡pedir alegrías!... ¡pedir amores!... ¡pedir el calor del sentimiento
cuando no se ha pensado en el dolor ajeno!... ¡cuando se ha huido de la tétrica mansión del
indigente!...y no habiendo tenido que abandonar el hogar, pudiendo resistir los embates de la miseria,
quejarse y renegar de haber nacido es cometer un gran delito, no pensando, no recordando que hay
otros muchos pobres que, más desgraciados que nosotros, sufren las más crueles torturas en el lecho
de un hospital.
Estas y otras muchas reflexiones se agrupaban en mi mente cuando contemplaba a los
enfermos que miraban a la multitud, unos pidiendo misericordia con sus dolientes miradas, y otros
amenazando con su amarga sonrisa a los que pasaban de largo sin dirigirles una palabra de consuelo.
En mis visitas a los hospitales he aprendido a conocer la justicia de Dios y me he convencido
de la inferioridad de mi Espíritu. Allí me he visto muy pequeña y muy grande a la vez, ¡qué
contrasentido!, ¿no es verdad?...no tiene explicación posible en el lenguaje humano lo que yo he
sentido, lo que yo he progresado sentada junto al lecho de un enfermo en la sombría sala de un
hospital.

***

“Es verdad (me dice un Espíritu), yo lo sé, porque muchas veces me has hecho compañía en
mis amargas horas de dolor. ¿Te acuerdas de Aureliano? ¿Te acuerdas cuando me acompañaste al
Hospital de la Santa Cruz? ¡Cuán bien me hiciste en compañía de la bonísima Filomena, alma llena de
amor, dispuesta siempre al sacrificio! Muchas veces recorro las estancias de dicho hospital, porque allí
pagué una mínima parte de mis muchas deudas, y allí recibí las pruebas inequívocas de tu amorosa
compasión. ¡Cuánto bien me hacías!... ¡me compadecías sinceramente!... ¡te interesabas tanto por mi
bienestar!... ¡Pedías a Dios con tan íntimo sentimiento que pusiera fin a mi tortura!... Te posesionaste
tan a lo vivo de tu papel de madre que a un ser que hubieras llevado en tu seno no le hubieras
prodigado tantas atenciones y tantos desvelos. ¿Correspondí yo a tu tierna y espiritual solicitud? No;
descendí a la mezquindad de cálculos egoístas, te fingía amores que yo no era capaz de sentir; llevé la
perturbación a tu Espíritu, la duda y la ansiedad, y gracias a tu firme propósito de ser una sacerdotisa
del Espiritismo, pudo más tu vocación que el halago de mi mentido amor, y rechazaste (aunque con
pena) todas mis ofertas de matrimonio. Mucho luchaste, pero al fin venciste, para bien tuyo y para bien
mío, porque tú te evitaste el más cruel desengaño, y yo otro nuevo delito. Tu negativa te engrandeció a
mis ojos, me vi en toda mi pequeñez, nos separamos y a través de la distancia se fue agigantando tu
Espíritu ante el mío, y más de una vez, dominado por mi enfermedad incurable, te pedí perdón por
haber turbado la melancólica tranquilidad de tu vida. En mis noches de insomnio, ¡cuánto pensaba en
ti!... ¡se fueron alejando las impurezas de mi mente y llegué a considerarte como a un Espíritu
desencadenado, te vi muy lejos de mí, muy lejos!...dejé la Tierra y he permanecido mucho tiempo ni
solo ni abandonado, porque todos tenemos nuestra familia de Espíritus afines, pero sí a una gran
distancia de ti, distancia tan inmensa que ni te he visto, ni te he presentido. Te he recordado muchas
veces como se recuerda un sueño agradable del que no se conserva más que una vaga impresión,
algo que no tiene nombre, que acaricia como una ráfaga de viento perfumado que agita las copas de
los árboles a cuya sombre nos sentamos para reposar.
“¿Por qué te acercaste tanto a mí en mis últimas horas de tribulación? ¿Me debías aquellas
atenciones que eran la expresión de todos los amores? ¿Serví yo de instrumento para atormentarte y
hacerte luchar entre tus deberes y tus deseos? No lo sé, ni tú tampoco lo sabes, pero los dos
conservamos un recuerdo imperecedero de nuestras confidencias en un hospital; los dos en aquellos
momentos acortábamos la distancia que nos separaba: ¡tú descendías hasta mí!... ¡yo ascendía hasta
ti!...y de mucho me hubiera valido no mezclar lo divino con lo humano, porque el amor de las almas es
divino, los cálculos egoístas no tienen la menos sublimidad.
“Hoy veo más claro, y cuando menos lo esperaba, te he visto abrumada por el dolor. Yo estaba
a tu lado cuando le diste el último adiós al compañero de tus trabajos, y desde entonces estoy contigo,
¡te has quedado tan sola!... ¡te encuentras entre ruinas!...estás desorientada, miras en torno tuyo y no
ves más que cuentas pendientes. Cuanto te rodea te hiere y te lastima; estás rodeada de antiguos
acreedores y todos te presentan sus letras diciéndote: ¡paga!... y ahora no puedes ir al hospital, tu
dolor no se puede curar con otro dolor, pero los dolores ajenos llegan hasta ti en otra forma; el libro de
la vida no se cierra para ti, siempre te presenta sus hojas llenas de historias tristes, tú ya sabes leer de
corrido en el manuscrito de lo desaciertos, y estudiarás sin descanso hasta tus últimos momentos.
“Estoy muy contento de estar cerca de ti, soy más bueno que antes, ¡cuánto quisiera decirte!,
pero no me dejan.
“Adiós”.

***

¡Qué sorpresa he tenido con la anterior comunicación!...Agradable, sí, agradable; siempre es


grato el recuerdo de una obra buena, y en aquella ocasión serví de amparo a un infeliz Espíritu que era
un pobre de solemnidad. ¡Qué hermoso es recordar una hora de Sol! Y el Sol brilla para el alma
siempre que ésta quiere vivir prodigando el consuelo y el amor.
226

LO QUE NO SE GANA, NO SE OBTIENE

Desde que el estudio del Espiritismo nos ha convencido que es una verdad axiomática “que
lo que no se gana no se obtiene”, cuando vemos a un ser abrumado bajo el enorme peso de una
expiación horrible, lo miramos con profunda compasión y decimos con angustia indefinible: ¿Qué hiciste
ayer? ¿A cuantos desgraciados condenaste a muerte? ¿A cuantas familias dejaste en la miseria?
¿Cuántos años de tu vida consagraste a la consumación de espantosos crímenes? Grandes debieron
ser tus delitos cuando para esta existencia no has conseguido ni un día de reposo, ni una hora solaz.
Estas o parecidas reflexiones, hicimos hace algunos días al visitar por vez primera a una
familia que ocupa una buena posición social, que posee bastantes riquezas, y a la que sin embargo
falta mucho para ser feliz.
Se compone la familia de un matrimonio y tres hijos, el mayor tienen veinte años, es
delgado y de mediana estatura, blando y rubio, cabeza de artista, frente pensadora y ojos que cuentan
una historia de lágrimas; la expresión de su rostro es melancólica. Cuando está sentado su porte es
distinguido, su figura aristrocatica; cuando se estrechan sus manos blancas, finas y delicadas, parecen
que se aprietan las manos de una niña, tan suave es su tacto. Habla muy bien, se expresa con soltura,
revela clarísima inteligencia y profundo conocimiento en el arte que inmortalizo a Murillo, a Velásquez, a
Juan Juanes y a Rafael; pero cuando se levanta, al dar los primeros pasos, una extremada debilidad en
sus miembros inferiores le hace doblar las rodillas y le obliga a inclinarse y balancear su cuerpo,
perdiendo su simpática figura toda su esbeltez y distinción , pues se asemeja al hombre dominado por
la embriaguez, que camina torpemente, dando pasos inseguros en opuestas direcciones.
¡Qué impresión tan dolorosa sentimos al contemplarle!; aumentándose nuestra compasión
cuando hablamos con él un largo rato, cuando vemos que posee (como hemos dicho antes) una buena
inteligencia; sintiendo, como es consiguiente, la influencia de las pasiones juveniles, la vida se desborda
en su ser, su voz vibra, su mirada fulgura, su ademán es apasionado y… todo ha de quedar ahogado
en si mismo. Su imperfección, su debilidad física, le separa de los amores y de las relaciones de la
vida, pues para ser amado en la Tierra, para ser preferido a los demás, no basta poseer un alma grande
y apasionada, se necesita tener un cuerpo estéticamente configurado. El jorobado, el manco, el cojo, el
epiléptico, el patizambo y todos los que tienen otras mil imperfecciones físicas, parece que solo han
venido a la Tierra para inspirar risas a los más y compasión a los menos; y aunque a veces llegan a ser
amados, como antes de serlo se han visto desdeñados por la generalidad, este desden se ha infiltrado
en su alma y ha ido formando en su corazón ese depósito de amarga ironía, esa profunda desconfianza
que tanto lastima, que tanto hiere, que tanto humilla, que tanto mortifica y que, fermentando en su alma,
como agria levadura, va formando el vació en torno de aquel que a pesar de ser un genio, que a pesar
de ser un hombre grande, huye de la sociedad como si hubiera cometido un crimen; se avergüenza de
si mismo, le inspira repulsión su figura, y tiene que vivir unido a su mayor enemigo, tiene que estar
enlazado al instrumento de su tortura, y no un día, no un año, no un lustro, sino toda la vida. ¡OH, eso
es horrible, es la cadena perpetua del presidiario! ¡Qué grande debe haber sido el delito cuando es tan
horrible la condena!
Esto pensábamos mirando a Cesar, después de preguntarle con maternal cariño, cuantas
veces había visto florecer los almendros.
-¡Tengo veinte años, señora!... ¡veinte años!
¡Cuando dijo en tan pocas palabras! Nos contó toda su historia, sus ambiciones y sus
anhelos, sus desengaños y decepciones; en ellas rebasó la amargura que llena hasta el borde la frágil
copa de su existencia.
¡Pobre Cesar, es inmensamente desgraciado! Joven, de rostro simpático, de claro talento,
de agradable trato, y sin embargo… no tiene amigos, no tiene quién le ame, no puede correr como sus
compañeros de estudio, y estos no tienen paciencia para acompañarle en sus cortos y fatigosos
paseos. El no tiene una ilusión amorosa, no está prometido con ninguna niña encantadora, su familia no
ha podido concertar su enlace con ninguna de sus jóvenes parientas y está condenado al celibato, a
pesar de tener un corazón sensible un alma apasionada. Es muy débil su organismo, casi siempre está
enfermo, y hasta hace pocos meses ha salido siempre con su ayo. Su niñez ¡sin un juego!... su juventud
¡sin amores!... habiendo en él todos los gérmenes de la vida, pero en estado latente, sin desarrollo. Es
un Espíritu gigante que solo puede disponer del organismo de un pigmeo; y para mayor sarcasmo es
rico, pero su riqueza no ha sido suficiente para robustecer su cuerpo: el último mendigo de la Tierra es
más feliz que él, puesto que sus miembros ágiles le permiten ir a donde desea, mientras que Cesar vive
prisionero dentro de si mismo.
Vivir sin alas el que ha nacido con las del genio, es un tormento que se comprende algo,
pero que no se explica, no hay lenguaje que describa fielmente esa continua agonía; se juzga de lo
horrible de la causa por sus dolorosos efectos.
Sabíamos antes de conocer a Cesar que éste era incrédulo en materias religiosas; si
nombraba a Dios era para apostrofarle, para increparle duramente por haberle dado la vida, y cien y
cien veces había dicho a sus padres: ¿Para que me habéis puesto en el mundo? ¿Qué daño os hice
para que os complacierais en formarme de barro tan quebradizo y deleznable? ¿Qué maldición pesa
sobre vosotros que para legitimarme vuestros amores dais la vida a un ser raquítico que no puede vivir
y gozar como los demás hombres? ¿Qué lujo de crueldad habéis desplegado que llamasteis un alma
inteligente y soñadora amante de lo bello y de lo grande para ofrecerle un cuerpo enclenque y
enfermizo, que no puede sostenerse y que en vez de ser el auxiliar de su Espíritu, es un verdugo que lo
atormenta incesantemente con su impotencia y su debilidad?
Dicen que la misión de los padres es una misión divina: no la habéis tenido para mí. ¡No!
¿Por qué me habéis despertado si yo dormía en el cosmos universal, si mi inteligencia no se había
individualizado? ¿Por qué pedisteis a la Naturaleza que fraccionara alguno de sus átomos para que
dieran forma al primer fruto de vuestros malhadados amores? ¿Por qué os conocisteis? ¿Por qué os
amasteis? ¿Por qué quisisteis veros reproducidos? ¿No os bastáis uno al otro?...
¿Por qué perjudicar a un tercero que sin vosotros no hubiera soñado con un cielo para
después precipitarse en un abismo inconsolable?
Yo, de niño, esperaba; yo creía en el oro era un amuleto misterioso con el cual conseguía
todo en la Tierra y me decía: mis padres son ricos, ellos pueden llamar y pagar espléndidamente a
sabios doctores que vigorizaran mi organismo y esperaba en la ciencia, en la riqueza y en mi juventud;
pero los médicos me miran, me dan remedios ineficaces; los años pasan, el niño de ayer es el hombre
de hoy, y mis piernas flaquean, mi cuerpo oscila como arbolillo sin raíces en poder de chiquillos
traviesos; la burla de los unos y la compasión de los otros me irrita y me humilla a la vez; quiero querer
y los malos me cierran el paso, quiero amar y no encuentro quien me ame, quiero recorrer el Universo
y apenas si puedo salir de mi hogar.
Decidme ¿qué os hice yo?..., responded; si todo efecto reconoce una causa, ¡yo quiero
saber por qué me habéis hecho tan inmensamente desgraciado!...
Sus padres, como se comprende fácilmente, sufrían con su hijo todos sus dolores, todas
sus angustias, y cuando le veían tan desesperado, su pobre madre lloraba amargamente; su padre se
enfurecía ahogando su furor con filosóficas reflexiones que solo conseguían las más de las veces
aumentar la exasperación de César.
Como no hay desheredados en la Tierra, como todo dolor encuentra su lenitivo, César,
cuando menos lo esperaba, ha visto ante sus ojos nuevos y dilatados horizontes. Entre sus amigos de
la infancia hubo una niña dulce y cariñosa llamada Ángela que se asocio a sus juegos con la docilidad
que caracteriza al sexo débil en su niñez. César no supo apreciar el cariño de su inocente compañera, y
eran más las veces que la repelía que las que aceptaba sus caricias infantiles. En una de las
temporadas que estaban enojados, murió Ángela, y César lloró la ausencia de la bella adolescente que
al hacer su entrada en el gran mundo se llevó las manos al corazón, lanzó un gemido y huyo de la
Tierra porque sentía la nostalgia del infinito.
Entre los numerosos amigos con que cuenta la familia de César, hay uno o dos que son
espíritas, y después de acaloradas discusiones, de burlas de una parte, y de serias reflexiones por la
otra, de magnetismo y de todo lo que se necesita para llevar el convencimiento a Espíritus refractarios a
las innovaciones, que cada uno de por si creía que su creencia era la mejor, añadiendo a esto una gran
desconfianza que rechazaba casi en absoluto la autenticidad de los fenómenos espíritas, después de
luchar con tantas y tan diversas contrariedades una intima amiga de la madre de César, una mujer
entregada por completo a las prácticas religiosas, una buena cristiana en toda la extensión de la
palabra, incapaz de mentir, temiéndole a los Espíritus y experimentando en las sesiones espíritas
dudas, contrariedad, hemos y todo lo que necesita para rechazar las influencias de los seres invisibles,
dominada por un buen magnetizador, durmió con el sueño sonambulito, y ante César y su familia dieron
principio unas sesiones de gran importancia, pues por medio de la sonámbula se obtuvieron
comunicaciones de varios parientes de los padres de César, a los cuales la médium no había conocido,
describiendo su figura con perfecto parecido. César observaba atentamente, y como no podía
desconfiar de la sonámbula ni del magnetizador, porque ambos son personas respetabilísimas,
incapaces de faltar a la verdad, su escepticismo comenzó a tambalear, y más aun cuando el mismo vio
una especie de humo blanquecino surgiendo en los puntos que señalaba la sonámbula, así como el olor
a aromáticas flores que la médium iba describiendo con bastante lucidez, aumentando su interés
cuando la sonámbula dijo alborozada: ¡Hay! ¡Que aparición tan preciosa! ¡Que joven tan hechicera! ¡Es
verdaderamente encantadora, quiero conocerla pero va envuelta en un largo velo de nívea gasa! ¡Que
digo!... No es gasa, es otra tela más impalpable, su vestido es de lana o de tisú de plata, pero
transparente. Se acerca a César, levanta una punta de su velo, le envuelve con el, se inclina y su
cabeza casi toca en su frente, debe mirarlo con inmensa ternura, le pido que se descubra bien y aparta
los pliegues de su velo. ¡Dios mio!... Si es Ángela, pero mucho más hermosa que cuando estaba en la
Tierra. ¿No sientes su fluido, César? ¡Estás envuelto con su flotante velo, te mira como las madres
miran a sus hijos enfermos, te habla!, ¿no la oyes?
César confesó que sentía una emoción dulcísimo que nunca había sentido, y desde aquel
día memorable su existencia no ha sido tan amarga.
Ángela, por medio de la sonámbula, le ha dicho a César que existía en el Espacio y que se
acercaba a la Tierra para consolarle y hacerle comprender la eternidad de la vida. Y en una serie de
dulcísimos comunicaciones le ha hecho conocer el error en que vivía negando la inmortalidad del alma
y el progreso indefinido del Espíritu; y el ateo, el enfermo desesperado, el genio aprisionado en un
organismo inservible, hoy sonríe dulcemente y habla de los Espíritus con la mayor sencillez y
naturalidad, mostrando empeño en leer las comunicaciones y en contar todos los detalles de las
sesiones, sin olvidar lo más insignificante.
¡Qué cambio debe haberse verificado en la mente de César! Cuanta habrá sido su sorpresa
al volver a encontrar en su camino a la compañera de su niñez convertida en madre amorosísima,
aconsejándole que se consagre por completo al divino arte de Apeles, por el cual César tiene decidida
predilección, impulsándole al estudio de la filosofía espirita para conocer el porque de lo que parece
anómalo, para convencerse por si mismo de que las existencias cual la suya tienen por base el olvido
total de los deberes y el completo abuso de los derechos.
Cesar no puede ser feliz en la Tierra, pero si puede ser mucho menos desgraciado,
estudiando el Espiritismo racionalista.

* * *

No por curiosidad, sino por estudio, por conocer la causa que ha producido tan dolorosos
efectos, hemos procurado ver las raíces del árbol que ha dado amargos frutos, y un Espíritu nos ha
dicho lo siguiente:
“Preguntáis quien fue César, con esa ansiedad dolorosa con que pregunta todo aquel que
se interesa por las desgracias de su prójimo. Por la clase de expiación se puede colegir cuál fue el
delito cometido; más ya que solo con vuestra razón no podéis deducir con toda claridad apetecible lo
que deseáis, yo os diré a grandes rasgos lo que hizo en ese mundo, en su anterior existencia.
“No es Espíritu en cuya historia se registren horribles crímenes, no; en su encarnación
pasada eligió noble cuna, gran riqueza, hermosa figura y genio aventurero; más no para emplearlo en
empresas provechosas para él y para su patria; antes muy al contrario, solo pensó en disfrutar lo que
poseía sin cuidarse ni poco ni mucho del aumento de su hacienda. Muy dado a lances amorosos,
malgastó los mejores años de su vida aprovechando las efímeras ventajas que le daban su belleza
física, su distinción y sus bienes, para ser atendido y obsequiado donde quiera que se presentaba; y
desde la mujer nacida en las gradas de un trono, hasta la infeliz que por hambre o por vicio se entrega
al mejor comprador, el mintió amores y prodigó caricias bajo pabellones de púrpura y en el rincón
nauseabundo del último lupanar de la Tierra.
“Para esos malhechores, para esos forajidos que penetran en una casa honrada sin
exponerse en lo más mínimo, hurtan el tesoro de más valía, aquel que una vez perdido jamás se
recobra; para esos bandidos sin corazón no hay en ese planeta penitenciarias, y más si el ladrón de
honras es inmensamente rico; si riqueza le hace inviolable. Y el que hoy llamáis César abusó tanto de
su posición social, que impunemente labró la desgracia de muchas familias, y más de una mujer
enamorada y abandonada a su desesperación murió maldiciendo su memoria. Y era tan hermoso,
había en su mirada una atracción tan poderosa que le bastaba mirar para conseguir. Fue un
galanteador de oficio, siempre con fortuna, consideró a las mujeres como mercancías sin valor, puesto
que no encontró ninguna belleza ingrata que despreciara sus halagos. Hizo daño, mucho daño, sin
medir sus consecuencias, sin fijarse a mirar por un segundo la suma total de sus victimas. Para él la
mujer era una propiedad animada, como llamó uno de vuestros sabios a los esclavos; creía que
habían nacido hermosas para satisfacer los caprichos de su señor; sus lágrimas le hacían reír, su furor
excitaba su ira, no le concedía a la mujer más que un deber: el de engalanarse y embellecerse para
ser agradable al hombre, negándole todos sus derechos, he aquí todo. Y así como un correo de
gabinete no se inquieta por los caballos de posta que estropea para llegar más pronto al fin de su
jornada, de igual manera al que hoy llamáis César le importaba un bledo que las mujeres murieran
envenenadas por sus caricias; no merecía una mujer más consideración que la de ser mirada y
acariciada en una noche de orgía.
“La mujer madre no consiguió tampoco su respeto; por lo demás, no fue ni avaro, ni traidor,
y sus servidores le querían entrañablemente. No tenia más que un vicio, que le dominaba por completo,
el apetito sexual; éste atrajo (como os he dicho antes) sobre su cabeza muchas maldiciones, porque
fueron muchas las mujeres que le amaron y tuvieron que maldecir su desvió.
“Murió solo y abandonado de todos; cuando iba más embebido en sus lúbricos recuerdos
equivocó la senda y cayo en un precipicio, donde permaneció algunas horas sufriendo agudísimos
dolores, hasta lanzar su postrer suspiro, sin que una mano piadosa cerrara sus grandes ojos, sin que un
beso de ternura sellara sus labios. Para sus restos no hubo sepultura, y aun existe la tradición en su
país de que su cuerpo y su alma se los llevó el diablo. Nadie encontró sus despojos, tan hondo fue el
abismo donde cayo; y, como si esto no fuera bastante, hubo un desprendimiento de rocas que, cayendo
sobre su cadáver, le trituraron.
“Cuando aquel Espíritu llegó a ver el cuadro de su vida, su dolor fue inmenso,
indescriptible… No le faltaron seres amorosos que le prodigaron consuelo, pero el tenia inteligencia
bastante para comprender que había pecado mucho, si bien en algunos de sus actos había influido
poderosamente la educación viciada que recibió de sus preceptores, todos ministros de Dios.
“Una de sus victimas que sucumbió bajo el peso de su vergüenza y de su dolor fue la que
influyo en su ánimo para que pidiera la expiación que hoy sufre, y César pidió una madre amorosa para
en sus brazos comenzar a amar y a respetar a la mujer; pidió riquezas y un cuerpo defectuoso y
animado por una clara inteligencia y un naciente sentimiento para desear amos y no poderlo obtener,
porque en la Tierra los organismos defectuosos sólo inspiran risa a los más y compasión a los menos;
el seductor irresistible de ayer, el que a su paso sembró dolores y vergonzosos remordimientos, hoy
apenas puede salir de su palacio; es rico, es amado de su familia, muy amado, pero su cuerpo es su
implacable verdugo, casi siempre está enfermo, rodeado de innumerables cuidados que acrecientan a
veces su sentimiento, porque despiertan en él los puros deseos de crearse una familia, sueña con una
esposa, con tiernos hijos, pero… ¿encontrará quien le ame? ¿Podrá resistir el horrible tormento de los
celos que necesariamente tendrá que sufrir si asocia su existencia a otra existencia? ¡Ah! ¡Su expiación
es terrible! Es una alma que despierta a la vida, aprisionada tras de espesas rejas. Ama las bellas artes,
ama todo lo que es grande, ama todo lo que despreció en su encarnación pasada; él no creía que
fueran seres racionales los que eran deformes y por eso él hoy, al observarse, se convence por si
mismo de su error y de su injusticia.
“Hacéis bien en compadecer a todos aquellos que veis abrumados bajo el peso de su
expiación. ¡Hay de los opresores, que luego serán los oprimidos!
“<no os canséis de relatar historias en cuyas tristes páginas encuentre la humanidad útiles
enseñanzas que la alejen del abismo insondable de vergonzosos vicios. Decid, repetid en voz muy alta
que los tullidos de hoy son los que ayer tuvieron prisa para cometer desaciertos; decid que el brazo que
hoy no se mueve ayer se movió para manejar el arma homicida y firmar presuroso sentencias de
muera; decid que los ojos que hoy no tienen vista ayer se complacieron en mirar impurezas,
contemplando también con delicia las constricciones de los condenados cuando en el potro del
tormento declaraban mentiras o verdades para dejar de padecer. Decid que los grandes sufrimientos
son el resultado de grandes crímenes, y no os inquiete que vuestras palabras no encuentren eco en la
humanidad; con un solo ser que os escuche tenéis la recompensa de vuestro trabajo, con un ciego que
recobre la vista podéis decir que habéis conquistado un mundo.
“Adiós”.

* * *
Creemos lo mismo que dice el Espíritu que ha tenido la amabilidad de darnos algunas
explicaciones sobre el pasado de Cesar; creemos que un Ser que despierta del letargo de la ignorancia
es un mundo en el cual comienzan a desarrollarse todos los gérmenes de la vida. Un solo pensador
basta en muchas ocasiones para dar distintos rumbos a las escuelas filosóficas y religiosas que han
imperado millones de siglos; un solo artista hace con su genio maravilloso una verdadera revolución en
el arte; un solo poeta sirve para despertar el sentimiento de cien generaciones. Las colectividades
sirven para arraigar las innovaciones del progreso, pero la palabra mágica, ¡hágase la luz!, un solo
hombre es el que la pronuncia cuando llega la hora de la redención de un pueblo.
Réstanos decir, para concluir, que cada día nos convencemos más y más de que el estudio
razonado del Espiritismo es la tierra prometida de todos los desgraciados. César, desde que se ha
convencido de que las comunicaciones de ultratumba son una verdad innegable, busca afanoso
ponerse en relación con los Espíritus, consultando con ellos sus dudas y recelos sobre sus adelantos en
el arte pictórico; y cuando un desengaño le hiere y hondamente le impresiona, evoca a su Ser amigo, y
si éste viene, escuchas dulces consejos y sensatas reflexiones, su rostro se ilumina con los
resplandores de una inmensa satisfacción: tiene quien le ama, quien le aconseje, quien vele por el, y
estos no son individuos de la familia, no; son otros afectos; ya no está solo en el reducido circulo de su
hogar. Tiene amigos, amigos que no le envidian por sus adelantos en el arte, sino que, muy al
contrario, le dicen: Para el genio no existen distancias ni alturas. ¡Sube! ¡Avanza que es tuyo el
porvenir!
Nunca olvidaremos a César. Su expiación nos hace mirarle con maternal cariño, y nunca
nos ha parecido más útil la comunicación de los espíritus, al ver a César escuchando anhelante los
consejos que recibe de ultratumba.
¡Por ella sonríe un mártir de si mismo! ¡Bendita sea la luz de la verdad!
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LO QUE PUEDE HACER LA FORTUNA

Hojeando varios periódicos leímos en “El Nuevo Ateneo” el suelto siguiente: “Aunque las
comparaciones son odiosas, vamos a hacer una que pone de manifiesto el producto diferencial de los
capitales de los tres hombres más ricos de la Tierra.
Mackey, capital: 55.000.000 libras; al año, 2.750.000; al mes, 200.000; al día, 7.000 por
hora, 300; por minuto 5.
Duque de Westminster, capital: 16.000.000 libras; al año, 800.000; al mes, 60.000; al día,
2.000
Senador Jones, de Nevada, capital; 20.000.000 libras; al año 1.000.000; al mes, 80.000; al
día, 3.000; por hora, 120; por minuto, 2.
De manera que el hombre más rico del mundo es Mr. Makey, cuya fortuna aumenta cinco
libras esterlinas por minuto.
Hace cosa de veinte años viajaba por Estados Unidos como vendedor ambulante, y hace
dieciséis era un pobre diablo sin un cuarto. Hoy, a la edad de cuarenta y cinco años, posee las tres
octavas partes de la gran “Bonanza”, mina argentífera situada en Nevada, la más rica que se conoce, y
que le produce una renta anual de 2.750.000 libras al cinco por ciento.
Mr. Mackey tiene un magnifico hotel en Paris, donde habita su familia, mientras que él pasa
la mayor parte de ese tiempo cerca del punto donde están sus intereses.
Se nos ocurre la siguiente pregunta: ¿Qué hará él de su fortuna? O mejor: ¿Qué ara la
fortuna de él?
He aquí una pregunta profundamente filosófica: ¿Qué hará la fortuna de un millonario?
¿Cuántas cosas le puede hacer?...
Le puede hacer ¡un agente de la Providencia y un verdugo de la humanidad! ¡El amparo de
los afligidos y el tirano de los pobres! ¡La esperanza de los tristes y la desesperación de los
necesitados! ¡La purísima luz del alba y la noche sombría! Todo esto y muchísimo más puede hacer la
fortuna de un hombre rico.
¡Un hombre rico puede hacer tanto bien y tanto mal!... Desgraciadamente los ricos de este
mundo (en su mayor parte) son débiles para resistir la prueba de la riqueza, puesto prueba, y grande,
es ser dueño de inmensos tesoros, porque estos proporcionan múltiples goces que forman una
atmósfera de adulación continua, dado que un rico, por muchos defectos que tenga, nadie se atreve a
decirle frente a frente que es un miserable. Lo suelen a veces matar a traición, pero delante de él todos
sonríen, pues tiene el oro un poder especial sobre las multitudes; por esto el rico es tan difícil que
progrese, porque él por sí solo ha de hacer todo el trabajo de su regeneración.
Ha de desprenderse del afán de atesorar, ha de pensar en los pobres aunque él no conciba
qué es la pobreza; ha de compadecer el infortunio, sin conocer los azares de la desventura; y no hay
nada más difícil que hacerse cargo de dolores que nunca hemos sentido.
Nos contaba un amigo nuestro (hombre muy desgraciado) que, cuando pequeño, ocupaba
una buena posición. Todas las noches salía con su madre y pasaban por delante de una iglesia en cuya
puerta se acurrucaban unos cuantos mendigos de ambos sexos que dormían a la intemperie. La madre
de nuestro amigo se quedaba mirando aquel tristísimo cuadro y decía estrechando el brazo de su hijo:
-¡Hay, Antonio, demos muchas gracias a Dios que nos ha concedido una buena cama! El
niño se encogía de hombros, y según nos contó, decía para si: -Mi madre es tonta, da gracias a Dios
porque tenemos una cama, cuando es una cosa que la tiene todo el mundo. Pasaron los años y el niño
se hizo hombre , perdió a sus padres, sufrió rudos cambios de fortuna y llego a una época que tuvo
que dormir todo un verano sentado en un sillón del Prado de Madrid; y cuando después de tantas
privaciones pudo ganar para vivir , lo primero que hizo fue comprar un catre y un colchón y alquilar un
gabinete en un quinto piso, y al llegar la noche, cuando por primera vez se vio solo en un cuarto, cayo
de hinojos, pensando en su buena madre, exclamando con intima efusión: ¡Ay, madre mía! Yo te
llamaba tonta, en mi inocencia, porque dabas gracias a Dios de tener un lecho donde dormir. Y yo
también hoy me creo dichoso porque tengo una pobre cama donde poder descansar. ¡Gracias, Dios
mió, que me has concedido lo que con tanta indiferencia miraba en mi niñez! Y el pobre joven nos decía
que ni una sola noche ha dejado de dar gracias a Dios antes de acostarse, compadeciendo
profundamente a los mendigos que duermen en el duro suelo, pero los ha compadecido después que
ha sabido lo que es vivir sin casa ni hogar. Del mismo modo los ricos miran con indiferencia el
sufrimiento de los pobres, porque no saben lo que es la pobreza. He aquí por que decíamos que la
riqueza es la prueba más difícil a que se puede someter el Espíritu, y la que tiene peores
consecuencias; porque la mayor parte de esos pordioseros de cuerpo torcido, de organismos deformes
que los tienen que arrastrar en un carretón, fueron malos ricos, y negaron las migajas de pan que
dejaban sus perros a los mendigos hambrientos que les pedían con lágrimas amargas una mirada de
compasión.
Últimamente hemos visto a una niña que, según dicen, cuenta seis años, y era conducida
en un carro de tres pies de largo y dos de ancho. La niña no sabemos cómo está configurada, pero sus
brazos desecados, y sus piernas que parecen dos tiras de pergamino están cruzados de un modo
extraño delante de su rostro, cuya expresión es la de idiotismo. En su cara redonda y de buen color se
dibuja una sonrisa vaga y aquel montón informe de carne y harapos inspira compasión y repugnancia a
la vez. Una pobre joven miserablemente vestida tira una cuerda atada al carro, y un enjambre de
chiquillos callejeros rodean aquel vehículo de la miseria. Nosotros, dolorosamente impresionados,
contemplamos algunos momentos a aquel desheredado de la Tierra, y le preguntamos repetidas veces
con nuestro pensamiento: ¿Qué hiciste ayer? ¿Se estremeció la Tierra bajo el enorme peso de tus
crímenes? ¿Gimieron las multitudes esclavizadas, azotadas por tu terrible látigo? ¡Qué horrible debe ser
tu pasado cuando es tan espantoso tu presente!
Embebidos en nuestras reflexiones seguimos nuestro camino, pero la niña aquella vive
desde aquel día la intencionada pregunta que hace "El Nuevo Ateneo", refiriéndose al primer millonario
de la Tierra. ¿Qué hará él de su fortuna, o mejor, qué hará la fortuna de él? Inmediatamente hemos
recordado a la infeliz tullida, a aquel pobre Ser que se le mira y si no fuera por la cabeza se dudaría si
dentro de aquel carro va una persona o un irracional, y hemos dicho con profunda tristeza:
¿Qué hizo la fortuna de ti? Y una voz, una clara intuición, ni repetido sacudimiento que agitó
nuestro Ser, nos ha indicado que uno de nuestros amigos de ultratumba quería ponerse la relación con
nosotros, y obedeciendo la influencia escribimos, el siguiente relato:
"Yo te agradezco, pobre Ser de la Tierra, que te compadezcas de los que son aún más
pobres que tú. ¡Mira siempre a los pobres! Especialmente a los que dice el vulgo que estás señalados
por la mano de Dios, que esos son los señalado por la iniquidad de sus propias obras. Dios, todo amor,
belleza y armonía, no puede crear nada inarmónico; el Espíritu des pues de creado es el escultor que
modela su envoltura, y 1, obra corresponde a la sabiduría del Espíritu.
"El vulgo, en medio de la ignorancia, ve algo en esas gran des víctimas; no sabe explicarlo
y dice inconscientemente ¡hombre lisiado no puede hacer cosa buena, si lleva encima la cólera de Dios!
Y lo que lleva realmente es su mala condición, es la perversidad de su Espíritu, es la rebeldía de su
carácter indomable, que ni aun estando abrumado por el peso de sus cadenas se humilla y se confiesa
vencido, sino que, muy, al contrario, es irascible, violento, iracundo, odia a la humanidad, aunque la
mira con sonrisa hipócrita para inspirarle más compasión; pero en el fondo de su alma guarda el
germen d( sus pasados desaciertos, quisiera tener fuerza suficiente par, seguir practicando el mal.
"Haces bien en mirar con interés esos grandes infortunios porque en esos Seres ves el
epílogo de las horribles historia: que guarda la humanidad. No entiendas por epílogo el punto final de la
vida, porque ésta no tiene fin; las etapas del progreso de los Espíritus se dividen en épocas, y éstas
entrañar varias encarnaciones, siendo el fin de esas existencias de dolo lo que yo llamo epílogo.
"¡Si tú vieras cuánto me ha hecho sufrir esa niña que tanto te ha impresionado! Si tú
hubieras visto hace algunos siglos era hermosa como las Gracias de vuestro Olimpo, era discreta, como
vuestra diosa Minerva.
"¡Era honesta como vuestra casta Susana! Pero ¡ay! los vicios tentadores se apoderaron de
aquel Espíritu débil aún para resistir la prueba de la felicidad. ¡Y cayó, cayó al fondo del abismo! ¡Y
pasarán centurias de siglos antes que deje el cenagal de sus inquietudes!
"Pobres ilusos de la Tierra, ¡cuánta lástima me inspiráis al escuchar vuestras palabras
haciendo planes de felicidad! Ni uno solo de vosotros dice: quiero ser bueno; todos en coro exclaman:
quiero ser rico. Esto es, quiero luchar con el enemigo más formidable, quiero exponerme a perder la
ternura del alma, endureciendo mi Espíritu; quiero embriagarme con el opio de la adulación, quiero ser
grande entre los gusanos de la Tierra para mañana vivir olvidado y pasar desapercibido entre los
Espíritus regeneradores.
"Te inspira compasión esa pobre niña, y hoy es dichosa en proporción con su ayer, porque
ayer inspiraba odio y desprecio y hoy quisiera despertar compasión.
"Esos Espíritus rebeldes son más desgraciados aún en la erraticidad, porque allí se
encuentran solos con sus liviandades, y la misma sombra que los envuelve no les permite ver las almas
amigas que les quieren consolar en su duelo. Solo ven todas sus existencias de crímenes y solo
escuchan voces perdidas que les acusan, como han acusado durante algunos siglos a esa pobre tullida
de la Tierra.
"Sí, ese infeliz Espíritu llegó a subir al pináculo de todas las grandezas humanas, porque no
se contentó con ser mujer bella, sabia y pura; quiso el poder, quiso la riqueza, pero la riqueza fabulosa;
quiso la soberanía de la seducción, quiso luchar con todos los enemigos del alma y se dio a los pérfidos
halagos de la concupiscencia, manchando el tálamo nupcial; profanó los lazos de la familia con
incestuosos concubinatos y regó con sangre la senda de su vida para borrar la huella de su crimen, que
la llevó al abismo, y luego de dar el primer paso la precipitó hasta el fondo. Compadeced, sí,
compadeced a esos desheredados de la Tierra, quizá ayer fueron esos Seres el delirio de vuestra alma,
y por obtener una de sus miradas perdisteis una existencia entre las liviandades de impúdicos placeres.
"Corred, corred como lo hacéis en pos de los desgraciados; leed en esos libros más
elocuentes que todos vuestros tratados de filosofía. Ni vuestro Sócrates, ni vuestro Platón, ni vuestro
Séneca, ni vuestro Aristóteles, ni vuestro Tomás de Aquino, ni ninguno de vuestros grandes sabios, os
darán las útiles lecciones que os dan esos Seres deformes rodeados de todas las humillaciones y de
todos los dolores.
"Estudiad sí, estudiad en esos horribles infortunios todas las degradaciones a que se
somete el Espíritu que solo quiere satisfacer los groseros apetitos de la carne.
"Cuando llama un pobre a vuestra puerta no solo dadle limosna, hablad con él, no lo hagáis
por caridad, hacedlo por egoísmo. Mirad bien su repugnante figura, reparad en sus sucios harapos,
haced retroceder vuestros pensamientos algunos siglos atrás, y veréis, si queréis ver, aquella misma
que tenéis delante, revestida de púrpura y armiño, ostentando en su diestra el cetro del poder.
"Los mendigos son los recuerdos palpitantes de la vida de ayer, compadecedles, amadlos,
protegedlos, que si con indiferencia los miráis, mañana les haréis* compañía, pues más carca estáis los
terrenales de la mendicidad que de los mundos de la luz".
Tienes razón, buen Espíritu, más cerca estamos los hombres del dolor que del placer, se
confunden perfectamente en el, mero hecho de estar en la Tierra, donde hay tantos seres que viven sin
hogar, que pasan el día en la calle y a la noche acuden a esos lugares insalubres, llamados casas de
dormir, donde por veinticinco céntimos les permiten echarse en un poco de paja y ahí duermen los
grandes opresores de ayer. Los mendigos son los restos de pasadas grandezas, son el complemento
de la historia universal, son el índice de los desaciertos humanos. Ellos nos atestiguan los crímenes del
pasado, por esto debemos intimar con ellos, primero para consolarlos, y segundo para tocar bien de
cerca las consecuencias de los atropellos y aprender a precavernos de volver a caer, pues como dice
muy oportunamente el Espíritu, la mayoría de los terrenales estamos más cerca de la sombra que de la
luz, (lado que las penitenciarías no se han hecho para los justos, sino para los pecadores.
¿Qué fuimos ayer? ¿Qué seremos mañana? He aquí las preguntas que los hombres se
hacen, pero nos falta hacernos la mejor: ¿Qué somos hoy? El hoy nos dice lo que seremos en el
porvenir. Preguntémonos constantemente qué somos
.
Hoy, estudiemos nuestra vida, las aspiraciones de nuestro Espíritu, y no hagamos preguntas inútiles,
porque en nosotros llevamos la solución del problema de nuestra existencia.
En la Creación no hay más que un camino: el Bien; sigamos por él y dejaremos este triste
planeta donde los grandes tiranos de ayer se han encadenado ellos mismos a trabajos forzados por
toda una existencia.
Pobre niña, vives en nuestra memoria con tu pequeño carro, con tus miembros dislocados y
enflaquecidos, con tus harapos, con tu miseria y tu expiación.
Iluminadnos, Señor, queremos progresar, queremos vivir, porque aún no hemos vivido, y
quiera el cielo que nunca nuestros desaciertos nos hagan volver a la Tierra en el tristísimo estado que
ha vuelto aquel Espíritu que tan penosamente nos impresionó.
No, no; queremos los resplandores del infinito, la abnegación de los redentores, el sacrificio
de los mártires, si necesario fuese queremos algo grande que sentimos y no podemos definir, pero
queremos la luz y la vida, los raudales de la ciencia y los divinos efluvios de la caridad.
Lo que no muere

En los diez y ocho años que día por día hemos ido estudiando los fenómenos del
Espiritismo, nos hemos convencido cien y cien veces que la comunicación de los Espíritus es una
verdad innegable, la realidad más absoluta que no da lugar a la menor duda. Se podrá dudar de la
identidad del Espíritu qué se comunica, pero no de que los Espíritus nos hablan y nos cuentan sus
impresiones del Espacio y las inquietudes que sufren cuando contemplan nuestra lucha por la
existencia, lucha en la cual se da la vida por la vida, siendo nuestra convicción tan profunda, que
aunque todos los espiritistas de este globo declararan que la comunicación de los Seres de ultratumba
es una alucinación de los sentidos, nosotros diremos que la comunicación de los Espíritus es tan
verdadera como la luz del Sol que nos alienta. Por ello, a pesar de nuestra íntima persuasión, cada vez
que una prueba evidente nos manifiesta la vida que se desenvuelve tras de la tumba, sentimos una
satisfacción tan inmensa que nos apresuramos a hacer partícipes de ella a nuestros habituales lectores
para llevar a su mente, en la escasa medida de nuestras fuerzas, la convicción que nos hace vivir con-
solados en medio de las más grandes tribulaciones.
Hace tres días que, hablando con varios amigos en nuestro gabinete sobre los desengaños
que las jóvenes reciben en la edad de las ilusiones, y lo difícil de que se arraigue la amistad
completamente desinteresada entre dos muchachos de distinto sexo, súbitamente brotó en nuestra
mente un recuerdo, el de José Alvarez, un amigo de nuestros primeros años que conocimos en los
jardines del Alcázar de Sevilla del modo más poético que se pueda imaginar.
Sin saber por qué nos llamó la atención aquel recuerdo, cuando en el largo período de más
de treinta años nunca habíamos pensado en él.
A la mañana siguiente nos levantamos con la imaginación muy dispuesta a trabajar y
cuando estábamos muy de prisa concluyendo de arreglar nuestro cuarto, comenzamos a recordar una
poesía dedicada a una rosa que nos había dado Álvarez, nuestro amigo de la adolescencia.
Al recitar la composición dimos principio por la segunda estrofa y, con un leve esfuerzo,
recordamos perfectamente una poesía escrita hace treinta y nueve años, de la cual no conservamos,
como es natural, ninguna copia, pues las flores de la juventud, como todas las flores de la Tierra,
cuando se secan sus marchitas hojas se las lleva el viento, y en nuestra azarosa existencia no hemos
consagrado al pasado el menor recuerdo. Hay encarnaciones en las cuales el Espíritu parece un marino
perdido en alta mar, y en aquel naufragio sólo se piensa vivir por horas; no se permite uno el lujo de
entregarse a recuerdos cuando la lucha del presente absorbe todas nuestras facultades; así es que me
sorprendió vivamente aquella reminiscencia, me pareció que en aquellos instantes una mano invisible
levantaba una punta del velo que cubre mi pasado, y vi el jardín del Alcázar de Sevilla con todos sus
encantos, y entre sus arrayanes me vi joven y risueña, acompañada de mi madre y de mis amigos. ¿Se
habrá muerto Alvarez y querrá comunicarse conmigo? Veremos. ¿O será que mi Espíritu, durante el
sueño de mi cuerpo, ha querido recorrer los lugares que un día fueron su encanto? No fiándome de mí
misma, aproveché la oportunidad de haber venido el médium que me ayuda en mis trabajos y le
pregunté al padre Germán a qué obedecía aquel extemporáneo recuerdo.
"¿A qué obedece?, me preguntas (contestó el Espíritu), pues a la causa más sencilla y más
natural; tu amigo de la juventud dejó la Tierra, tendió su vuelo y después de haberse elevado a gran
altura vuelve hacia ti con el propósito que él mismo te dirá, y dado que cada Espíritu tiene su libre
albedrío yo no seré quien me adelante a decirte lo que él piensa, pues es justo dejarle a él todo el
mérito de su proyecto. Acepta, pues, su comunicación, de un buen amigo que hoy se encuentra en el
Espacio".
Dominada por melancólicos recuerdos he dejado pasar algunas horas, hasta que tomando
la pluma he dicho a mi antiguo amigo: te espero.

* * *

"Heme aquí; no me esperabas... ¿es verdad? ... ¡Han pasado tantos años para ti! ... Porque
lo que es para mí no han transcurrido ni dos segundos; se mide el tiempo de muy distinta manera en la
Tierra que en el Espacio. A los terrenales, por regla general, los instantes os parecen siglos y a los
desencarnados las épocas que abarcan varios siglos las consideramos como brevísimos momentos.
"En la vida eterna del Espíritu, ¿qué son treinta y nueve años? Menos que un átomo
perdido en la inmensidad. Pero tú estás en la Tierra y, ajustando mis apreciaciones a las tuyas, te diré:
¡Cuánto tiempo hace que nos conocemos! ¿Te acuerdas? ... Era una tarde de primavera, en los
jardines del Alcázar de Sevilla una multitud de mujeres jóvenes y bellas (porque no hay juventud sin
belleza), cruzaban en todas direcciones por aquellos encantadores vergeles, con sus paredes cubiertas
de hojas de naranjos, con sus glorietas cerradas por muros de arrayanes, con sus canastillos de rosas,
rosas hermosísimas que atrajeron tus cándidas miradas y que fueron la causa de nuestra amistad. ¿Te
acuerdas? Aún te veo con tu vestido color de rosa, con tu velo blanco, con tus rubios cabellos y tu
blanca tez. Nunca fuiste hermosa, pero había algo en ti que atraía, era tu alma que, muy superior a tu
cuerpo, arrojaba sobre éste la magia de su poesía, de su sentimiento. Al verte me impresioné de tal
manera que cualquiera hubiera creído que me había enamorado de ti, y no era así en realidad. Ya
estaba marcado el derrotero de mi vida, pero tuve el presentimiento de que ibas a ser muy desgraciada
y hubiera querido salvarte del abismo.
"Sentía amar a otra mujer; hubiera querido darte mi nombre para decirte: vive a mi sombra;
pero no pudo ser, porque tú no venías a la Tierra para reposar en un lugar humilde separada de los
abrojos y de las penalidades; tenías que luchar con todas las miserias, con todas las humillaciones de la
pobreza y de la soledad. Sin yo saberlo, entonces, fui el destinado para despertar en tu alma el
purísimo sentimiento de la amistad; yo fui el primer hombre que puso en tus manos una rosa de cien
hojas, de embriagador perfume y de bellísimo color; tu buena madre me miró sonriente, dulcemente,
dándome gracias con sus expresivas miradas por mi galantería.
"Hablamos mucho tú y yo, y recuerdo que dijiste con encantadora ingenuidad:
-"¡Qué tarde tan hermosa!
-"Es verdad, tenéis razón, te contesté con el mayor entusiasmo, es una tarde color de rosa;
el cielo, vuestro traje y la flor que os he ofrecido, todo tiene igual color; la rosa, cuya fragancia aspiráis
con deleite, perderá su embriagador perfume, pero puede conservarlo si vos queréis.
-"¿Cómo?, -me preguntasteis con inocente asombro.
-"De una manera muy sencilla, dedicando unos versos a esa rosa cuyas hojas, por mucho
que las guardéis, se convertirán en polvo, mientras que vuestro canto resonará eternamente.
"Yo entonces ignoraba que mi Espíritu sobrevivía a mi cuerpo y que treinta y nueve años
después te recordaría las sencillas frases de tus versos; cópialos ahora, son la página más pura de la
historia de tu actual existencia".
A UNA ROSA

Flor de hermosura ideal, bella y dedicada rosa, yo te


contemplé orgullosa en un jardín oriental.

Hubo un Ser que comprendió que admiraba tu


hermosura; temerario te arrancó, en mi mano te dejó y le miré
con ternura.

Otra vez nos encontramos


Y en memoria de la rosa
Cariño eterno juramos;
De amistad pura y preciosa
Un santo lazo formamos.

Hoy tus hojas sin color


Las contemplo y las bendigo,
Pues me dieron un amigo
Que es una ignorada flor.

"¿Ves cómo se ha cumplido lo que yo te dije en los jardines del Alcázar de Sevilla? La rosa
que yo arranqué para ti la guardaste algún tiempo, después... cuando me uní a otra mujer te pareció que
serías culpable guardando un recuerdo mío y la entregaste a merced del viento
"Tus versos se grabaron en mi memoria, ninguna copia de ellos había en la Tierra, porque yo
destruí la que poseía una hora antes de recibir la bendición nupcial, pero nunca los olvidé. Siempre que
te veía se me oprimía el corazón y lamentaba no haber sido libre para haberme unido a ti, y no es porque
te amaba, no; mi esposa, la madre de mis hijos era la mujer de mis ensueños terrenales, y tu alma
poética y apasionada, tu infortunio algo misterioso que yo adivinaba en ti, me hacía querer tu Espíritu
que, triste y solitario, yo presentía cruzaría la Tierra.
"Lloré con tus primeros desengaños sin que nadie supiera la parte activa que yo tomaba en
tus dolores, y cuando tu destino te llevó lejos de Sevilla me alegré, me hacía sombra la sombra de tu
infortunio.
"Cuando dejé la Tierra me fui todo lo lejos que mi progreso me permitió y, en medio de la luz,
en medio de la inmensidad, libre y enteramente dichoso, súbitamente me acordé de ti, y acto continuo leí
la historia de tu actual existencia, sintiendo un placer purísimo al leer la primera página en la cual se
encontraba una rosa y una poesía.
"Desde entonces te sigo en tu penosa peregrinación, y de acuerdo con el elevado Espíritu
que tú conoces con el nombre humilde del padre Germán, me he puesto en relación contigo para
aconsejarte lo que él ya te indicó hace tiempo: que dés comienzo a escribir tus memorias, porque harás
un gran bien a las mujeres pobres, entregadas, abandonadas a sus propias fuerzas. Escribe sin
reservas, sin temores, cuenta una por una todas tus decepciones, di lo que sentiste cuando te faltaba la
luz en tus ojos y en tu alma; di cómo te levantaste de aquella postración, cómo buscaste la fuente de la
verdad para saciar tu sed de infinito. ¿Crees que no será un libro interesante? Sí, lo será; tu Espíritu en
esta existencia ha dado un paso gigante. ¿Crees que sólo vale la historia de la matanza universal? (pues
no otra cosa es la historia general de los pueblos). No; la historia de los Espíritus caídos es de gran
enseñanza, y en las páginas que dejes escritas muchas mujeres llorarán sobre ellas. Yo he querido
dictarte el prólogo de tus memorias. ¿Quién con más legítimo derecho? Ninguno. Yo fui tu primer amigo,
el que te presentó la flor que simboliza la vida de la mujer, breve en su lozanía y siempre rodeado de
espinas el tronco de su existencia.
"Alégrate, aunque ya no eres la niña de blanca tez y de cabellos de oro, de mirar ingenuo y
de alegre sonrisa; ya no te engalanas con trajes de color rosa y blancos velos; pasó para no volver la
juventud de tu cuerpo, pero no ha pasado ni pasará nunca la eterna juventud de tu alma. Ésta cada día
irá adquiriendo nuevas percepciones, en cada existencia alcanzará nuevos triunfos, los palacios de la
ciencia se abrirán ante ti y en ellos penetrarás con regocijo.
"En los asilos benéficos te esperarán los niños, y cuando te retardes se dirán unos a otros:
¿Por qué no habrá venido aquella señora tan buena? ...
"Esta regeneración del Espíritu no es obra de un año ni de ciento, se necesitan muchas
encarnaciones de luchas y de sufrimiento para refrenar las pasiones y hacer el bien sin esperar
recompensa, para perdonar todos los agravios y abstenerse de inferir ofensas; el trabajo de
perfeccionamiento del Espíritu es muy lento, amiga mía, pero no por su lentitud pierde un átomo de su
grandísima importancia.
"¿Ves cómo las verdaderas amistades ni la muerte las rompe? ¿No es verdad que te
sorprendió agradablemente recordar la poesía que tan borrada tenías de tu imaginación? ¿Qué es, pues,
el tiempo transcurrido? ¿De qué manera ha influido en nuestro Espíritu? Tú me has recordado (sin saber
por qué), con dulce melancolía, diciendo con inmensa satisfacción:
-"Nuestro afecto fue tan puro como el perfume de aquella rosa.
"Yo por mi parte recuerdo, mejor dicho, veo aquellos días de juventud del cuerpo lleno de
ilusiones y de halagüeñas esperanzas; aquellas ilusiones y aquellas esperanzas tenemos la eternidad
para realizarlas. ¿Por qué, pues, lamentas unos cuantos años de angustias, si éstos te han servido para
engrandecer las aspiraciones de tu alma, que es la que ha de vivir eternamente?
"Tú siempre te lamentas de tu soledad; tú, que dices con amargura que no quieres
profundizar en ningún afecto para que el cieno no aparezca en la superficie, cuando menos lo pensabas
has vuelto a encontrar un amigo que tuviste en la Tierra, que hoy se asocia a tus trabajos para ayudarte
a escribir tus memorias. Créeme, amiga mía: será un trabajo útil para ti y provechoso para las mujeres
pobres y abandonadas a sus propias fuerzas; pero hoy te dejo, necesitas reposo. Tu primer amigo".
ALVAREZ

* * *
Cuanto ha dicho el Espíritu es muy cierto; su encuentro nos ha producido una inmensa
satisfacción y estamos dispuestos a seguir sus consejos; lanzaremos una mirada a los treinta y nueve
años transcurridos y consagraremos un recuerdo a nuestras debilidades y a nuestras energías; a
nuestros inmensos dolores y a nuestros leves goces. Si este trabajo nos conviene para dar un paso en la
senda del progreso no titubearemos ni un segundo, y al prólogo de las memorias de una mujer seguirán
los capítulos de una historia de expiación; pero como el tiempo no tiene fin, con el transcurso de los
siglos tal vez escribiremos relatos interesantísimos de hechos heroicos en los cuales nuestro Espíritu
haya sido el héroe por su ciencia y por su inmenso amor a la humanidad.
Al que llama, le responden; al que pide, le conceden; nosotros llamamos y pedimos la
ciencia para comprender la omnipotencia de Dios y el amor de los amores, para hacer el bien por el bien
mismo y convertirnos en uno de los grandes Seres que implanten en la Tierra la fraternidad universal.

EL MAR DE TRIGO
El 24 de diciembre de 1887 ocurrió un lamentable suceso que los periódicos del 25 contaron
del modo siguiente:

LA DOBLE DESGRACIA DE AYER

Ocurrió a las tres y media de la tarde en el muelle de Barcelona.


Una familia aragonesa, compuesta de la madre, viuda, una hija casada y un hijo soltero, ya
mozo, y convaleciente de una grave enfermedad, se hallaban a la referida hora sentadas las dos
primeras en un tramo de una de las escaleras del muelle de Barcelona, y de pie, delante de ellas, el
último, disfrutando de los benéficos rayos del sol para librarse del frío que reinaba, y bien ajenos todos,
sin duda alguna, a la horrible des gracia que les amagaba.
En el referido muelle se estaba procediendo, según parece, a la peligrosa operación de
amontonar a granel el trigo descargado de uno de los buques surtos en nuestro puerto, y sea por haber
flaqueado un lado de la muralla o borde que para contener el trigo amontonado se acostumbra a formar
con sacos llenos del referido grano alrededor del sitio que para aquel objeto se destina, o sea que el
peso del trigo rompiese la ligadura que ataba la lona que lo cubría, el caso fue que el trigo amontonado
se corrió precipitadamente hacia aquella dirección, cayendo como una avalancha fuera del muelle por la
parte en que se hallaba la familia arriba mencionada, dos de cuyos individuos, las dos mujeres, quedaron
instantáneamente sepultadas.
El hijo, al ver derramarse el grano, apresurase inmediatamente a acudir en ayuda de
aquéllas, y cuando iba a tender las manos a su hermana, que le había cogido por una pierna, un saco
que cayó del muelle le dio con fuerza en el pecho, lanzándole al suelo a regular distancia.
A los gritos que dieron cuantos presenciaron el suceso, acudieron trabajadores con palas
para separar el trigo, en cuya tarea les ayudaron muchas otras personas, pero por más que trabajaron
con ahínco tardaron un buen rato en dar con el cuerpo de aquellas dos infelices, que al ser descubiertas,
estaban ya inanimadas. Las dos murieron por asfixia, demostrándolo la circunstancia de tener la boca
abierta y llena de trigo que se les introduciría al querer respirar.
El joven quedó, como puede suponerse, presa de la mayor desesperación al ver ante sí los
cadáveres de aquellos seres queridos, con quienes minutos antes conversaba alegremente sin el más
leve pensamiento de que pudiera ocurrirles tan terrible desgracia.
Un detalle: al apartar el trigo del sitio de la desgracia fue hallado vivo, junto a la pared a la
que estaba arrimado, y de pie, un perro perteneciente a la familia víctima del desgraciado suceso.
Un obrero que contempló aquella horrible catástrofe murmuró con tono sentencioso,
señalando a los dos cadáveres:
-¡Qué contraste! ... Mientras un gran número de jornaleros sin trabajo se mueren de hambre,
estas dos infelices mueren ahogadas en un mar de trigo.
Cuando leímos el anterior relato nos impresionó profundamente, como era muy natural,
lamentando la muerte de aquellas dos pobres mujeres; pero nos impresionaron más aún las palabras del
obrero: éstas fueron para nosotras una advertencia, un aviso que aprovechamos, preguntándole al Es-
píritu que guía nuestros trabajos si las palabras del obrero encerraban el compendio de una historia de
horrores, y nuestro amigo invisible nos dijo lo siguiente:

"Tenéis un refrán o adagio en ese planeta, que dice: «Voz del pueblo, voz del cielo». Y
nunca una inteligencia sencilla estuvo mejor inspirada que la de ese hijo del trabajo contemplando a las
mujeres ahogadas en un mar de trigo.
"Tened entendido que las muertes violentas obedecen siempre al cumplimiento de una ley
ineludible: de dar a cada uno según sus obras.
"Grandes, y muy grandes, son las culpas cometidas por el Espíritu cuando tiene que morir
violentamente, cuando no puede preparar su ánimo para ese momento supremo en que ha de separarse
de seres queridos rompiendo esos lazos humanos que constituyen, indudablemente, el todo de su vida
terrena. Y aunque el acto de la muerte, filosóficamente considerado, no es más que el desprenderse de
un traje más o menos pesado, quedándole al Espíritu su periespíritu, y con éste todas las sensaciones
de la verdadera vida, puesto que el que abandona la Tierra no pierde ni el entendimiento ni la memoria ni
la voluntad, ello no por eso deja de ser sensible y doloroso al abandonar unos lares donde se han escrito
algunos capítulos más o menos interesantes de la historia eterna del Espíritu; y si es triste despedirse de
aquellos lugares donde se ha vivido y se ha amado, muchísimo más violento es verse separado de
improviso de las personas amadas sin haberles podido hacer esas advertencias, esos encargos sagra-
dos de los últimos momentos que hasta los seres más ignorantes cumplen y respetan como un mandato
divino.
"Las muertes repentinas, sea su causa cual sea, no lo dudéis, son un castigo que sufre el
Espíritu; castigo merecido, indudablemente, mas no porque una sentencia sea justa deja de ser dolorosa
su ejecución.
"¿Por qué pensáis que generalmente el semblante de los ancianos adquiere ese tinte de
dulcísima serenidad y hasta se dice que los viejos se vuelven niños? Pues es porque el Espíritu está
íntimamente contento de haber estado en la Tierra el tiempo suficiente adquiriendo los conocimientos
que necesitaba, saldando a la vez las cuentas que se propuso saldar. Podrá un anciano decir: ¡Cuánto
me pesan los años! ... pero si aquel mismo Espíritu pudiera hablaros mientras su cuerpo reposa, quizá os
diría todo lo contrario, pues se piensa de muy distinto modo adherido a un cuerpo achacoso a
desprendido de un organismo cuyas múltiples e importantes necesidades fatigan y agobian al Espíritu.
"Una existencia es un viaje que emprende el alma para su perfeccionamiento relativo, y así
como vuestros exploradores terrenales están contentos y hasta orgullosos cuando dan la vuelta a ese
mundo y penetran en las regiones inexploradas del mismo modo el Espíritu está satisfecho de su obra
cuando contempla desde el Espacio su inservible envoltura diciendo ¡Pobre cuerpo mío! ¡Disgrégate en
paz! ¡Cuán bien me sirvieron tus músculos de acero, tu sangre roja, la sustancia fosfórica de tu cerebro!
¡Fuiste mi corcel de batalla y siempre me salvaste de inminentes peligros! ... ¡Ya nada eres! Tus átomo
se disgregan y en cada uno de ellos palpita aún la sensación que le imprimió mi voluntad.
"Cada existencia es para el Espíritu un capítulo interesantísimo de su historia. ¡Ay de aquel
que viene obligado a de prenderse de su envoltura cuando más apegado estaba a la vida terrenal, que
se odia cuando enferma la razón, cuando Espíritu no encuentra en el cuerpo todos los órganos que
necesita para manifestarse, y sino la prueba la tenéis en vosotros mismos! Cuántas veces decís que la
vida la encontráis insoportable, que quisierais morir, y al mismo tiempo si sentís que algún peligro os
amenaza huís instantáneamente y procuráis , poneros a salvo; viéndose más de una vez recobrar su
habilidad a un tullido al ver correr hacia él a un caballo desbocado. La prueba la tenéis también en los
pordioseros que a pesar de carecer de todo lo más indispensable para la vida (pues muchos de ellos
viven años y años durmiendo en distinto lugar), veréis que no por eso atentan contra su miserable
existencia, sino que, muy al contrario, se habitúan a las privaciones, se embrutecen, porque la miseria
embrutece, dudablemente, pero conservan el instinto de conservación porque el amor a la vida es
superior a todos los dolores.
"El Espíritu ama a su cuerpo, por defectuoso y repugna que sea, porque le sirve para su
adelanto y porque la ley progreso indefinido impone esa unión entre el alma human el organismo; son
dos entidades que la una sin la otra no ti valor alguno, pues si bien el Espíritu vive sin cuerpo en el
espacio, también es cierto que los mundos como el vuestro en otros más adelantados, sin un organismo
apropiado a condiciones del planeta en que quiera habitar no puede rozar sus empresas, no puede
asociarse a la vida de aquel g' que le atrae por sus magnificencias y por los recuerdos despierta en su
mente la estancia en él de seres queridos lazados a su eterna historia. De los muchos errores que
propagado las religiones, uno de ellos, el más perjudicial, sin duda alguna, es el desprecio que han
hecho del cuerpo humano, destrozándolo con cilicios, golpeándolo con disciplinas, debilitándolo con
ayunos, cubriéndolo de asquerosa suciedad, puesto que con los hábitos de lana en contacto con el cuer-
po, éste ha desarrollado con el calor parásitos que le han mortificado y que le han hecho objeto
repugnante que se ha arado por las personas cultas con lástima y desprecio.
"Esto hicieron las religiones en su infancia y de ese error han participado algunas filosofías,
no precisamente descuidando y olvidando las leyes higiénicas que imponen el aseo, la limpieza y la
moderada y sana alimentación, pero sí diciendo hasta los que os llamáis espiritistas: ¡Ay, cuándo llegará
la hora de dejar la Tierra! ¡Si me dejan voy a estar en el Espacio siglos y siglos sin este cuerpo que tanto
me pesa, sin esta materia tan exigente! ¡OH! La vida del Espíritu es la verdadera vida.
"Estas inocentes exclamaciones conservan el sabor del idealismo religioso que es la
anonadación del Ser. ¿Qué pensáis que pueden gozar los Espíritus en el Espacio cuyo adelanto, les
permite salir de la órbita trazada por su trabajo y por progreso relativo? ¿Creéis acaso que disfrutan de la
gloria pintada por las religiones?
"Los Espíritus en el Espacio también sufren, también lamentan el tiempo perdido en inútiles
aturdimientos, también sienten la separación de los Seres amados y las penas que a estos aquejan; la
vida del Espíritu guarda perfecta relación con sus múltiples existencias; no sonríe con la sonrisa del justo
el que ha dejado la Tierra sin ser llorado y bendecido; la crisis de la muerte no anticipa los sucesos de la
historia eterna del Espíritu; lo que no alcancéis en la Tierra o en los mundos donde habitéis, con vuestra
abnegación y sacrificio, lo obtendréis por haber dejado un organismo deficiente para vuestras
necesidades. Nada se gana por asalto ni por lances de fortuna; en las regiones de la verdad todo es
pesado y medido por las leyes de la más estricta justicia; los que no sois más que medianías en virtudes
y en inteligencia, no suspiréis por dejar la Tierra porque no conseguiréis más gloria que la que merezcan
vuestros hechos.
"No despreciéis el tiempo que tenéis a vuestra disposición -a progresar y perfeccionaros,
porque no tenéis más riqueza ni poseéis más tesoro que las horas que sepáis emplear en bien de
vuestros semejantes, que os son de gran provecho, porque el que difunde la luz es porque en sí mismo
lleva el foca
"Hechas estas consideraciones, que hemos creído necesario, os diremos algo aún no en
concreto sobre el pasado de los dos Seres que dejaron su envoltura en un mar de trigo.
"No sois vosotros solos los que habéis preguntado a los Espíritus qué hicieron ayer las
víctimas de tan inesperada catástrofe, y a otros amantes de saber, como vosotros, les han sido dado
detalles circunstanciados de cómo y dónde vivieron ayer los que han muerto hoy ahogados por esa pre-
ciosa semilla que sirve de alimento a la mayor parte de la humanidad. Por nuestra parte, no somos
partidarios de citar ni lugares ni fechas, porque vuestra historia (que está muy mal escrita) es, según dijo
uno de vuestros sabios, una conspiración contra la verdad, lo cual es tan cierto, que no conocéis del
pasado más que las invenciones de acaloradas fantasías de Espíritus apasionados a sus exclusivos
ideales, y si en vuestros días observáis que los hechos más vulgares son desfigurados por vuestros
historiadores, calculad si los cronistas del pasado habrán mentido a su placer. Así es que tenemos
costumbre de referir hechos omitiendo fecha y lugar, porque la acción verificada ni pierde ni gana
importancia con saber que fue ejecutada a las orillas del río, o en las márgenes del, Guadalquivir, bajo
las brumas del Támesis, o ante las oleadas del Sena; el teatro es lo de menos, el asunto del drama es lo
que interesa y lo que ejerce influencia en el progreso y en el porvenir del Espíritu.
"Estas dos pobres mujeres del pueblo son dos Espíritus unidos por los lazos más íntimos de
la vida y, muy principalmente, por la identidad de sus aspiraciones.
"Han pertenecido en varias existencias a la casta sacerdotal, que siempre ha sido avara
(salvando contadas y honrosas excepciones). Especialmente, en una existencia no muy lejana esos dos
Espíritus contrajeron la horrible deuda que han pagado hace pocos días. Pertenecieron a la casta privile-
giada de grandes sacerdotes, y eran venerados y temidos por el humilde rebaño que en torno de ellos
vivía miserablemente, después de pagar diezmos y primicias a la santa madre Iglesia Católica Apostólica
Romana.
"Entre los que pagaban tal tributo había dos ancianos labradores que eran hermanos
gemelos, vivían juntos después de ambos haber perdido esposas e hijos, resultando de tantas
enfermedades y muertes la total ruina de Juan y de Pablo, quienes no tenían en su ancianidad más que
una pobre casita y algunas hectáreas de terreno labrado, embargadas por diversos acreedores. En tal
situación mal podían pagar a la Iglesia la cantidad estipulada por aquélla, y así lo hicieron presente a los
recaudadores eclesiásticos. Estos dieron cuenta a sus superiores, quienes no desdeñaron en visitar la
humilde morada de Juan y Pablo, pues les tenían marcada ojeriza porque eran librepensadores, de los
que ha habido en todas las épocas y han protestado contra los absurdos religiosos.
"La conferencia entre los cuatro fue amenazadora por parte de los débiles, quienes se
quejaron de una Iglesia que exigía a los pobres lo que ella en cambio les debía ofrecer, puesto que se
encontraban ancianos, pobres y sin nadie que les cuidara en su indigencia.
"Juan y Pablo dijeron grandes verdades, y aquel tiempo el decir la verdad era firmar la
sentencia de muerte, pero las almas leales no temen el martirio, y aunque presagiaban que pagarían
muy cara su osadía, hablaron a los padres de la Iglesia con esa franqueza ruda de que hacen uso los
Espíritus libres, y los ministros de Dios les mandaron poner una mordaza, se incautaron de las tierras
embargadas y de la pobre casita, y a pretexto de que tenían dinero enterrado, que mentían como unos
bellacos y que habían insultado a la Iglesia, les atormentaron algunos meses negándoles el alimento
necesario, haciéndoles sufrir lentamente la muerte más horrible: la de hambre. Les dejaban sin comer
hasta que les veían desfallecer, les alimentaban después para empezar de nuevo el tormento de la
inanición, hasta que murieron maldiciendo a sus verdugos; éstos, entre tanto, aprovechando una horrible
sequía, se apoderaron de todo el trigo que pudieron, vendiendo después a precio fabuloso, pudiéndose
asegurar que cada grano de trigo se convirtió para ellos, en aquella ocasión, en una moneda de oro. Las
muchedumbres hambrientas les pedían misericordia, y entonces, fingiendo una compasión que estaban
muy lejos de sentir, les daban trigo averiado, que al ser aprovechado por las masas famélicas desarrolló
su consumo una peste asoladora que causó innumerables víctimas, mientras ellos, gozosos de atesorar,
no perdonaron medio alguno para comerciar con el trigo extranjero, ya que los campos de su patria
estaban endurecidos, negándose en absoluto a dejar germinar en sus entrañas doradas espigas del
nunca bien apreciado trigo.
"Y aquellos dos tiranos de la humanidad, aquellos dos malvados que nunca conmovió el
llanto del pequeñuelo ni la súplica del anciano, ni el ruego desesperado de una madre rodeada de sus
hijos hambrientos, murieron tranquilamente en su lecho. La Iglesia celebró pomposos funerales, sus
cuerpos fueron depositados en las bóvedas del suntuoso templo y escultores famosos hicieron sus
estatuas yacentes, que aún duermen sobre sus marmóreas sepulturas, siendo éstas visitadas por
innumerables viajeros, puesto que son verdaderas maravillas de arte.
"Así es todo en este mundo, suelen ir a la fosa común los que debían ser canonizados y son
a veces santificados verdaderos monstruos de iniquidad. Pero, ¿qué importa que en la comedia de la
vida humana se representen papeles a semejanza de lo que se representa en vuestro teatro? ¿Es acaso
rey el actor que se cubre con el manto de púrpura y coloca sobre sus sienes la imperial corona? ¡No!
Breves horas le dura su efímero reinado, cuando termina la función, cuando el anchuroso coliseo queda
desierto, el actor vuelve a ser lo que antes era: un comediante más o menos afortunado. Pues,
exactamente, sucede lo mismo al Espíritu cuando abandona ese mundo; ya puede haber vivido en un
alcázar, ya puede haber sido su menor capricho una ley oprobiosa, se encuentra en el Espacio como el
actor al salir del teatro, sin más grandeza ni más predominio que sus muchas o escasas virtudes.
"En la Tierra podrá seguir la farsa, podrá canonizarse a un verdugo de la humanidad; esto no
impedirá que el verdugo vuelva a ese mundo a pagar ojo por ojo y diente por diente, como les ha
sucedido a los dos ambiciosos acaparadores de trigo que volvieron a ese planeta en una posición
humildísima y han comenzado a pagar sus deudas muriendo ahogados en un mar de trigo, como todo el
grano alimenticio que ellos negaron a las hambrientas multitudes. Justo es que se ahoguen cien y cien
veces, pues no hay deuda que no se pague ni
plazo que no se cumpla; si así no fuera, si la injusticia v la ceguedad humana fueran un
trasunto de la justicia, habría motivo para que enloquecieran todos los hombres que pensaran, porque la
inteligencia se perdería en un caos; mas, afortunadamente, no es así, nadie es dichoso por privilegio, ni
nadie es desgraciado por abandono de la Providencia, cada uno tiene lo que legítimamente merece, y si
os fijáis en lo que os rodea, si estudiáis detenidamente en los capítulos que forma cada familia de la
historia humana, veréis que dejando aparte los que vienen a saldar cuentas terribles, la mayoría de los
terrenales no sufren más que las consecuencias de sus desaciertos. Muchos gimen en la miseria porque
en la misma encarnación malgastaron lo que poseían, otros adquieren deudas (y con ellas serias
inquietudes) porque no saben resignarse a vivir en una honrada y tranquila medianía, y más de y una
grave enfermedad a veces os aqueja porque satisfacéis inmoderadamente vuestros apetitos y os creáis
el mal con vuestras imprudencias. No olvidéis que igual relación guardan todos los actos de la vida, pues
nadie tiene más felicidad que aquella que él mismo se ha creado. Por eso a veces veis pordioseros que
sonríen casi en el colmo de la dicha, y es que la perfecta tranquilidad de su conciencia les rodea de luz
en medio de la sombra más densa.
"Ya lo sabéis, nadie tiene más reposo y bienestar que el que él crea; compadeced siempre a
los que mueren como las desdichadas mujeres, ahogadas en un mar de trigo. ¡Ay de aquellos que
abandonan la Tierra sin preparar su Espíritu para ese acto solemne llamado muerte!
"Adiós".
* * *
Grandes verdades encierra la anterior comunicación. Cada hombre es hijo de sus obras, y
podemos quedar convencidos de que las narraciones de la historia engañan a los terrenales, pero no a
los que abandonan este planeta. Debemos procurar que nuestros actos no nos hagan contraer deudas
en ningún terreno, y así, al concluir la función de teatro, el actor que se desempeñó en el papel de rey
por algunos momentos, logre quitarse el manto de púrpura y armiño sin que le quede en traje propio el
más leve jirón. Atesoremos virtudes practicando buenas obras, para que al dejar la Tierra, aunque
exhalemos nuestros últimos suspiros en humilde albergue, verdad de nuestros hechos resplandezca aquí
y allá, y aunque nuestros restos sean arrojados a la fosa común, tenga nuestro Espíritu la inmensa
satisfacción de exclamar: ¡dejé la Tierra en paz con mi conciencia y volveré a encarnar sin temor alguno!
Feliz el que contempla su pasado sin remordimiento y sonríe tranquilo ante la esplendorosa aurora de su
porvenir.

EL ÚLTIMO VALS

Estando un verano en Deva, fuimos una tarde con varios bañistas a dar un largo paseo por
el campo. Llegamos a una quinta, descansamos en la era, que era muy espaciosa y, afortunadamente
para los jóvenes, apareció como llovido del cielo , un chico italiano que llevaba un organillo, con lo
que enseguida se improvisó un baile. Todas las niñas bailaron, menos una linda jovencita que iba
acompañada de su abuela.
Un caballero llamado Álvarez, que iba con sus dos hijas, le dijo a la anciana señora:
-¿Por qué no baila Susana?
-Porque mientras yo viva no bailará; el baile es la perdición de la juventud.
-Según y conforme, señora; cuando las jóvenes bailan delante de sus familias y son hombres
decentes los que acompañan, es una distracción honesta y hasta higiénica; vamos, déjese usted de
caprichos y deje bailar a su nieta con mi amigo Sandoval. Todas las primaveras tienen sus flores, lo sé
por experiencia, señora.
Susana no hablaba con los labios, pero sus ojos decían elocuentemente lo que deseaba.
Miró a su abuela, y ésta, después de mil negativas, accedió por fin, y la linda niña comenzó a bailar con
el entusiasmo de sus diez y siete primaveras. Álvarez, la abuela de Susana y nosotros, nos apartamos
un poco del baile y nos sentamos junto a un estanque, diciendo la anciana señora:
-Se necesitaba que pidiera usted para que yo dejara bailar a mi nieta; es muy viva de ingenio
y no se las puede dejar con toda su libertad a las muchachas, pues luego se tocan fatales
consecuencias.
-Todos los extremos son viciosos, señora, replicó Álvarez gravemente, nadie mejor que yo
puede decirlo, dado que lo he visto en mi familia, y para que le sirva a usted de experiencia, voy a
contarle por qué le concedo a mis hijos todo los gustos que puedo. ¿Recuerda usted a mi hermano
Pepe, el mayor?
-Ya lo creo que lo recuerdo, bellísima persona.
-Sí, era muy bueno, pero muy raro; ya recordará que se casó y se encerró en su casa. Su
esposa, al año d casada. Dio a luz una niña y murió una hora después de alumbramiento. Mi hermano se
quedó inconsolable, y durante mucho tiempo miró a su pobre hija con desvío, porque decía que ella era
la causa de la muerte de su madre. Por fin se 1 quitó aquella fatal manía, quiso a Margarita con delirio,
pero sin estudiar el carácter de su hija, que era de una imaginación de fuego, un alma soñadora, tenía
unos ojos más negros que e abismo; sus miradas contaban una historia, tenía una voz d ángel, era una
joven verdaderamente encantadora, deliraba por la música y el baile y su padre se empeñó en hacerla
vivir de un modo monástico. Por la mañana, muy temprano, la llevaba a misa, la hacía confesar
semanalmente y durante el día no permitía que Margarita saliera a ninguna parte. Por 1 noche, por
mucho favor, venían un ratito a casa y mi madi reprendía a mi hermano y le decía:
-Hombre, tú no tienes afán de ir a ninguna parte; deja que Margarita venga conmigo, que ya
irá bien guardada.
Pero él siempre contestaba:
-Mi hija no ha venido al mundo a divertirse, entró en haciendo una muerte; si su madre
hubiera vivido ya ser otra cosa, pero del modo que se ha cambiado el plan de r vida por nada del mundo
cambiaré de método.
Mi madre para evitar disgustos se callaba, aconsejaba a nieta que tuviera paciencia, y a mí
me decía que deseaba que Margarita fuera mi esposa para que saliera de ese cautiverio.
A mí me gustaba mi sobrina, pero conocía perfectamente que yo no le agradaba para
esposo. Ella era soñadora de por sí, y luego, con aquella vida de verdadera esclavitud, sus ideas se
exaltaron mucho más.
El día que cumplió Margarita dieciocho años se casó una hermana mía, y con aquel motivo
hubo un gran baile en casa; vino mi hermano con su hija y no permitió que ésta bailara un solo baile; fue
inútil que le suplicara mi madre y yo, y al insistir nosotros, nos dijo: -Vosotros haréis que me retire.
Margarita, al oír aquellas palabras aseguró que no bailaría, pero que por Dios la dejaran asistir hasta el
fin de la fiesta.
Su ruego me llamó la atención; seguí sus miradas y pronto conocí por qué tenía tanto
empeño en quedarse. Un joven pianista, amigo mío, de tipo muy romántico, pálido, con una melena
hermosísima, con unos ojos que contaban una historia de lágrimas, había llamado poderosamente su
atención. Sus miradas le seguían por todas partes. Él no se había fijado en ella, tanto es así que tocaron
un vals compuesto por él, y él lo bailó con una jovencita; sea que su satisfacción de compositor se vio
halagada, porque la música de aquél hacía latir su corazón, o que su pareja le hacía sentir, lo cierto es
que mi amigo estaba entusiasmado y Margarita le seguía anhelante con sus ojos, diciéndole:
-¡Qué vals tan armonioso! ¡Quién pudiera bailarlo! ¿Querrás creerlo?, me dijo, mirándome
atentamente, si yo pudiera bailar ese vals la felicidad me mataría.
-Pues, entonces, más vale que no lo bailes, le dije sonriendo, para disimular mi emoción.
Las parejas se cansaron de bailar, y al dejar de vibrar el piano, Margarita palideció, se llevó
las manos al corazón y me dijo:
-Tengo frío y calor al mismo tiempo, pero no digas nada a mi padre, que me haría marchar.
Mas la pobre niña comenzó a temblar convulsivamente y tuvo que abandonar el salón diciéndome al
oído: -Llévame mañana ese vals, que no se te olvide.
Al día siguiente Margarita tuvo que guardar cama, pero en cuanto me vio dijo: -Si traes el
vals, tócalo. Me senté al piano, comencé a tocar, y ella, según me dijo su padre, al escuchar la música
lloró silenciosamente. Después cerró los ojos y quedó dormida.
Margarita siguió enferma de dieciocho a veinte días. Las
noches las pasaba con fiebre; por las mañanas se despejaba
por completo, preguntaba por mí, y al verme me decía: -Toca
el vals, mientras escucho esa música me encuentro muy bien.
Su padre estaba como loco, porque los médicos le habían
dicho que Margarita moriría sin remedio; la tisis le devoraba
v le aseguraron que él con su método de vida había acelerado
la muerte de su hija, porque una imaginación como aquella necesitaba una vida expansiva, con esas
emociones natura de la juventud: salir, lucir, disfrutar de los encantos que ofrece la primera edad de la
existencia. Mi hermano, lo repito, esta loco, y queriendo poner el remedio cuando ya estaba hecho daño,
comenzó a decir a Margarita que cuando se pusiera buena viajarían, la llevaría a todas las diversiones
que quisiera.
-¿Y me dejará bailar?, preguntaba la enferma.
-Todo cuanto tú quieras, decía mi hermano.
-¿Bailaremos aquel vals?, ¿eh?, me decía Margarita, mirándome con inteligencia.
Yo, abrigando esperanzas por ser ella tan joven, hablé a joven pianista del entusiasmo que
tenía mi sobrina por su v, y él, agradecido, se ofreció a tocarlo, ya que tan buen efecto producía. Yo era
esto lo que buscaba; fui con él a casa de hermano, y le dije a Margarita:
-Escucha atenta, que él mismo va a tocar el vals. La pobre niña me miró de un modo tan
significativo, que nunca olvida la expresión de aquella mirada.
Se puso tan animada y tan contenta que se quiso levantar y como los médicos dijeron que la
dejáramos hacer cuanto quisiera, mi hermano hizo venir a la doncella; nosotros salimos salón, yo le dije
a Federico que siguiera tocando el vals, y a poco entró Margarita en el salón, pálida como una muerta
pero iluminado su rostro por una sonrisa divina.
Federico la miró, ella a él, y los dos se comprendieron. Mi hermano estaba contentísimo, no
sabía qué hacer con Federico, y desde aquel día mi amigo tuvo entrada franca casa de mi hermano.
Mi sobrina se alivió hasta el punto que su padre, en celebración, quiso dar un té donde la
juventud cantara y baila Margarita estaba aturdida al ver aquel cambio en su padre se hacía grandes
ilusiones al pensar que iba a bailar su v adorado con Federico; hacían los dos muy buena pareja.
Ella misma, con febril actividad, dirigió la confección de traje de baile, que era de tul blanco
adornado con guirnaldas de margaritas. Cuando se presentó en el salón, apoyada en brazo, todos los
convidados lanzaron un grito de admiración: estaba hermosísima. Yo la miraba y no sé por qué tenía
miedo.
Primero se cantó y ella estuvo animadísima, y Federico entusiasmado. Llegó por fin la hora
de bailar, tocaron el vals favorito de Margarita, y ésta, por primera vez en su vida, comenzó a bailar. No
sé por qué no la perdía' de vista, y aunque yo también bailaba, toda la atención la tenía fija en ella e
involuntariamente recordaba cuando ella me dijo: -Si yo bailara ese vals, la felicidad me mataría. Primero
tocaron pausadamente, pero era una música tan especial que, sin querer, el pianista tocaba de prisa, y
los que bailaban seguían rápidamente el compás. Mi compañera se sintió cansada y yo me alegré
porque quedé libre para mirar a Margarita, que bailaba entusiasmadísima. Sus pies no tocaban la tierra,
no parecía una mujer, sino una sílfide, un hada, una de esas figuras aéreas que uno ve en sus sueños.
Federico, enloquecido ante aquella aparición maravillosa, seguía dando vueltas sin saber donde estaba,
cuando de pronto lanzó un grito horrible al ver que la cabeza de Margarita, aquella cabeza encantadora
que respiraba juventud y vida, buscó apoyo en su hombro, lanzando un débil gemido. La cogió como
quien coge a un niño, salió como un loco del salón, yo corrí tras él, y cuando pude abrirme paso encontré
a Margarita en brazos de su padre y de su abuela con los ojos cerrados; los entreabrió un momento y
dijo con voz apagada: -¡Que toquen el vals, esa música me da la vida!
Federico corrió como un demente y comenzó a tocar el piano. Margarita se incorporó,
escuchó algunos segundos con verdadero éxtasis, y sonriendo como pueden sonreír los ángeles, quedó
muerta. La colocamos en la caja con su vestido de baile. Yo me casé más pronto, huyendo de su
recuerdo. Siempre la veía bailando su primer y último vals; Federico (verdadero artista) quedó tan
impresionado que tuvo que irse a América para borrar la impresión que Margarita le causó bailando; él
me decía: -Créeme, Álvarez, tu sobrina no era una mujer, se ha ido porque era imposible que estuviera
en la Tierra un ser tan inmaterial; cuando yo hablaba con ella, me parecía que ya estaba en otro mundo.
Yo, por mi parte, que nunca había sido idealista, y sí muy dado a la lógica, creía firmemente que a
Margarita su padre la fue asesinando poco a poco.
Aquella criatura vivió como una mártir, y murió porque era imposible resistir tanta
contrariedad; su organismo tuvo que resentirse de aquel martirio continuo y, como he tenido la ex-
periencia en mi familia, cuando me casé, y vinieron mis hijas a pedirme cariño, he sido para ellas un
padre verdaderamente complaciente; mi esposa se ríe muchas veces, pero yo no varío mi plan, y mucho
más desde que Margarita me aconseja cómo he de educar a mis hijas.
-¿Qué dice usted?, contestó la anciana, pues si Margarita se murió, ¿cómo le puede
aconsejar?
-Muy sencillamente, su Espíritu se comunica conmigo.
-Ave María purísima, ¿qué está usted diciendo?
-¿No recuerda usted que yo soy espiritista?
-Pero, hombre, si eso del Espiritismo es una farsa.
-Está usted en un error, señora, dispénseme que se lo diga; no diré que no haya farsantes
entre los espiritistas, pero cada uno habla de la feria según le va en ella, y del modo de que yo conocí el
Espiritismo no me queda la menor duda de que es la verdad.
-¿Cómo lo conoció usted?
-De la manera más sencilla: mi hija mayor tendría unos seis años, cuando una noche estaba
yo escribiendo y siento que Matilde me llamaba a gritos, corrí a ver lo que tenía y me la encontré sentada
en la cama diciéndome:
-¡Ay!, papá, aquí hay una señora, vestida de blanco, que me quiere abrazar.
Sin saber por qué pensé en mi sobrina, y le pregunté qué señas tenía aquella señora, y mi
hija me describió la figura de Margarita. Ella no la había conocido ni había visto ningún retrato de mi
sobrina, porque su padre, entre sus muchas rarezas, nunca la dejó retratar, y lo que más me llamó la
atención fue que me dijo: -Se lleva la mano al pecho y me señala un ramo de margaritas blancas que
están manchadas de sangre, lo mismo que el vestido. Y justamente Margarita, al morir, había arrojado
una bocanada de sangre que le había manchado todo el pecho.
Esta particularidad me llamó vivamente la atención, y me hizo pensar más aún el que mi hija
se llegó a acostumbrar a ver esa aparición y me decía muy a menudo: -Aquí está la señora vestida de
blanco, dice que me quiere mucho, y a ti también. Consulté con un amigo (cura, por cierto) y éste me
dijo: -No tengas la menor duda que tu hija ve el Espíritu de Margarita, los muertos viven. Compré los
libros de Kardec, los leí, los estudié, hice ensayos para ver si era médium, y tuve la inmensa dicha de
que Margarita se comunicara conmigo, que es un Espíritu muy bueno, que sufrió mucho en la Tierra.
Ella me ha ayudado a educar a mis hijas, y siempre me dice que endulce cuanto pueda las
horas de sus vidas, que harto amargas suelen ser en la Tierra. Por eso hoy cuando he visto lo que hacía
usted con su nieta, de no dejarla bailar, y disfrutar de un goce tan inocente, me he acordado de Marga-
rita, que fue víctima de la tiranía paternal.
Terminó el baile, Susana abrazó a su abuela y todos regresamos a la fonda satisfechos del
paseo, en particular las niñas y los jóvenes. Nosotros, que ya teníamos nociones del Espiritismo, aquella
misma noche preguntamos a Álvarez si tendría inconveniente en evocar a su sobrina para verle escribir.
Él nos dijo que ninguno, y después de cenar, con su esposa y sus hijas vinieron a nuestro cuarto y con
gran recogimiento evocamos a Margarita. Primero vino otro Espíritu, y después ella, que dio una
comunicación muy larga que, como se refiere a la educación de los jóvenes, creemos oportuno copiar
algunos párrafos. Álvarez fue tan amable que nos dio una copia que y comenzaba así:

"¡Qué hermosa es la juventud! ¡Cuán ingratos sois en la Tierra! ¡Muchos de vosotros no


concedéis a esa edad sus inocentes goces y sus purísimas alegrías! ¡En todas las edades del hombre
dominan las ambiciones, pero en la juventud, todo es pureza, todo es abnegación, todo es poesía!
"¡Padres de familia! Conceded a vuestros hijos esas dulces, esas inocentes expansiones que
tanto halagan al Espíritu, que tanto le alientan y le sirven para dulcificar su sentimiento.
"¡Se contenta con tan poco la juventud! Yo cuando estuve en la Tierra hubiera sido dichosa
con pasear por el campo con una amiga a quien contar mis sueños; pero viví tan sola y contrariada que
mi imaginación soñadora llegó a la exaltación del delirio. Amé la música con locura, di a ciertos bailes tal
encanto, privada como estaba de todas las distracciones juveniles, que la fuerza comprimida de mis
emociones destrozó mi organismo cuando mi débil cuerpo se agitó al compás de aquellas dulces notas
que tan profunda impresión me causaban.
"¡Padres de familia! No aumentéis con vuestro método de educación los sufrimientos de la
existencia; conceded a vuestros hijos esa moderada libertad que armoniza el trabajo y el recreo,
hacedles trabajar según la medida que ahí le dais al tiempo, una semana si es necesario, y el día
consagrado fiesta concedédselo todo entero; dejadlos si es posible 4 salgan al campo, que respiren
libremente; las condiciones d( vida terrena son monótonas, hay algunas existencias que convierten en
dolorosa expiación por la ignorancia que os mina. Yo viví muriendo, la prueba que escogí fue superior
mis fuerzas, y los que habitáis en ese mundo debéis hacer estudio especial para que vivan
agradablemente los que penden de vosotros; observad sus tendencias, sus inclinación y si éstas no
pueden perjudicarle, haced todo lo posible poro realicen sus sueños esas almas jóvenes sedientas de
amo de luz.
"El Espíritu está muy esclavizado, vuestras leyes, vuestra! autoridad paterna, vuestras
rancias costumbres, todo conspira contra la pobre mujer que tiene que vivir a merced de padres, y si
éstos no procuran disminuir los sufrimientos in rentes a la vida humana, el Espíritu en su primera época ,
estacionado o deja su envoltura como hice yo, porque el sufrimiento llega a gastar el organismo, o se
vive sin hacer ningún adelanto, y los padres lo que deben desear es el progreso de sus hijos, puesto que
son Espíritus que han venido a pedirles un apoyo, un amparo.
"Cuando un amigo os pide un favor, si le queréis os desvivís por complacerle; pues bien, los
hijos son amigos de ultratumba que se asocian a vosotros, no para que los esclavicéis ni mortifiquéis ni
les hagáis vivir contrariados, sino para que aconsejéis y ayudéis y les allanéis los obstáculos que
siempre se encuentran en el escabroso camino de la vida. Los hijos buscan en sus padres aliados,
compañeros, les ofrecen un medio progresar, porque amando progresa el Espíritu, y unidos padres e
hijos por ese cariño superior a todos los amores de Tierra, unos y otros progresan porque aman y se
ayudan mutuamente.
"El niño, sin los cuidados de sus padres, no puede vivir el anciano, sin las atenciones de sus
hijos y las caricias de nietos, es como un árbol muerto que se desprende de sus hojas secas y nada deja
tras de sí.
"Os conviene mucho a los terrenales el estudio del Espiritismo para que os convenzáis que
los padres no son los árbitros de la suerte de sus hijos, que su obligación es querer instruirlos, haciendo
con ellos lo que quizá aquellos mismos seres hicieron con nosotros cuando nos sirvieron de padres en
anteriores existencias. El deber del Espíritu es amar cuanto le rodea, y por ley natural debe querer con
más anhelo a aquellos seres ligados a él por los lazos materiales, sin hacer nunca valer su autoridad de
padre para mortificar al tierno ser que la Providencia puso a su cuidado; no os hagáis responsables de
nuevos desaciertos, puesto que el mero hecho de encarnar en la Tierra es prueba que tenéis que saldar
largas cuentas.
"¡Padres de familia! Amad a vuestros hijos, quered y compadeced a esas pobres jóvenes, a
esos débiles lirios que se marchitan y mueren si les falta el calor de vuestras caricias. Yo fui una de esas
pálidas azucenas, mi alma no pudo exhalar el perfume de su amor. Yo amaba el arte en todas sus mani-
festaciones, yo tenía un mundo de sentimiento en mi corazón, y la exuberancia de mi extremada
sensibilidad rompió todas las fibras de mi Ser, dándole un valor sobrehumano a unas cuantas notas
musicales. Todas las ilusiones de mi alma soñadora, todos los deseos que yo había alimentado, todo el
amor que ardía en mi alma lo encontré expresado en el vals que me hizo sentir todas las emociones de
los cielos y todas las torturas de la Tierra.
"No es vuestro lenguaje el más a propósito para deciros lo que yo sentí con aquel vals; entre
esa música y yo hay toda una historia. Al oírla últimamente en la Tierra no podía yo comprender por qué
me causaba tan profunda impresión. Hoy todo me lo explico, todo está enlazado en la vida, no hay
sonrisa que no tenga su ayer, no hay gemido que no esté compuesto de múltiples recuerdos. El amor de
los Espíritus entre sí, es el encargado de cerrar todas las heridas del corazón.
"Amaos, dad a los Seres que tenéis a vuestro cuidado una vida expansiva y agradable,
sonriendo; procurad que las jóvenes sonrían; aprended de la Naturaleza, cada estación tiene sus flores y
frutos; de igual manera las edades del hombre tienen sus distintas aspiraciones.
"Dejad que el niño juegue y se agite; dejad que la joven sueñe y sonría, ya que más tarde la
edad madura y la ancianidad ofrecen al Espíritu serias meditaciones, profundos desengaños y amargo
tedio; no envenenéis el agua de la vida que ya se enturbia con vuestras lágrimas.
"Triste es contemplar un árbol centenario que inclina su copa abrumado por el peso de los
siglos, pero es más triste aún ver un arbusto que cae tronchado por el huracán.
"A los Espíritus, cuando encarnan, les conviene prolongar su estancia en el mundo que han
elegido, porque así utilizan su tiempo, trabajan y se fortalecen, pero el ser rodeado de una atmósfera
asfixiante que no es la suya, faltándole las condiciones vitales necesarias a su organismo, sucumbe
como yo sucumbí, ahogada por las emociones; tantas fueron que aún no me encuentro con la serenidad
suficiente para contaros el lazo misterioso que existe entre mi vida y el último vals que me hizo entrever
el cielo y me hizo sufrir esa crisis suprema que llamáis muerte. ¡Amad! ¡Amad mucho que el amor es el
hálito de Dios!"
* * *

Encontramos muy lógicas las reflexiones de este Espíritu, creemos que a la juventud se le
deben conceder horas de reposo y de solaz, sin descuidar de enlazar íntimamente lo útil y lo agradable.
Si se estudiara detenidamente el carácter de cada individuo la vida sería mucho más productiva y las
encarnaciones de los Espíritus más aprovechadas. De un Ser contrariado nada bueno puede esperarse,
ni en bien suyo ni en bien de los demás; el dolor es muy egoísta, no se ocupa más que de sí mismo, y la
felicidad es más generosa, se parece al Sol que para todos extiende sus rayos. Del mismo modo las
almas difunden el placer en torno suyo, y los seres que viven como vivió la pobre Margarita no están
dentro de la vida real, su imaginación afiebrada les hace delirar y hasta morir escuchando la dulce
armonía de un vals, y el Espíritu, para progresar, tiene que vivir dominado por la lógica de la razón en el
terreno firme de la verdad.

¡JUSTICIA!

UN ERROR JUDICIAL
TREINTA Y CINCO AÑOS DE PRESIDIO

"Pocos días ha llegó a Reggio de Calabria, Francisco Crea, in anciano de setenta y dos
años, alto, seco y enfermizo. Su semblante denunciaba largos sufrimientos y por su modo de hablar se
deducía que había estado largos años en presidio, treinta y cinco según las certificaciones que consigo
llevaba.
"La noticia de que un presidiario inocente regresaba a su patria, el pueblecito de Palizzi,
enclavado en la Calabria, había, circulado por la prensa, y dos reporteros salieron al encuentro del
liberado, en Reggio, y consiguieron que les comunicase alunas interesantes noticias de sus aventuras y
de su cautiverio.
"Corría el 13 de febrero de 1865, último día de carnaval, comenzó diciendo, cuando mi
hermano Antonio tuvo una disputa con Pedro Calba, en Palizzi; le maltrató y buscó refugio en una casita
de campo mía con el fin de no ser detenido y para evitar ulteriores cuestiones con el agredido.
"Pero un hijo de éste, llamado Francisco, teniendo noticia le que mi hermano había
abofeteado a su padre se apostó armado cerca del refugio de Antonio para sorprenderle. Como ni
hermano no salía al aire libre, el rencoroso Francisco trató le poner fuego a la casa, incendiando un
pajar próximo a ella.
"A la siniestra luz del pajar, convertido en hoguera, vio Calba salir fuera de su casa a
Antonio D'Amico (a) Matarazzaro, y creyendo que fuese mi hermano le apuntó bien con la escopeta,
disparó el arma y le dejó muerto de un balazo. Supe que D'Amico había sido asesinado cerca de mi
habitación, mas nada temí.
"Cuando alguna persona dijo que se me acusaba de homicidio, protesté.
"Tuve algunas polémicas sin importancia con el asesinas por afirmar éste que mi hijo había
causado destrozos en huerto; pero esas cuestiones fueron de poca importancia, considerando que por
ellas no se podía pretender acusarme de gravísimo delito. Fui preso, sin embargo, y mediante
declaraciones artificiosamente combinadas se me procesó y comparecí ante el tribunal del jurado, en
Reggio de Calabria.
"Allí me condenaron a muerte, a pesar de los esfuerzos mi defensor, el respetable barón
Giuseppe Nanni.
"Elevé recurso ante el tribunal de casación y mi defensor el abogado Casella, obtuvo la
anulación de la sentencia. Se envió la causa al tribunal de Monteleón Calabro. Allí me defendió el
abogado Fernandino de Francia. Su informe fue tan elocuente que aun corazones de piedra se hubieran
conmovido.
"Se me condenó a muerte por mayoría de un solo jurado se me conmutó la pena por la de
cadena perpetua.
"Siempre lloré amargamente mi desgracia, siempre estuve inconsolable; primero, por
habérseme condenado siendo ir tente y, además, porque dejaba en mi casa una mujer angelical en mi
esposa Bruna Luciano y tres hijos: Vicente, Saverio Eurico.
"Conducido el condenado al presidio de Civitavechia pasó veinte años allí, clasificado con el
número 21-28. Fue traslada luego al de Portolongone, recluyéndolo, por último, en el Portoferraro,
donde perdió toda esperanza de libertad.
"Habían transcurrido treinta y cinco años cuando Francis
Calba, gravemente enfermo y teniendo en cuenta que había cometido el delito, se declaró
autor de la muerte de D'Ami ante el notario Ajello; y un protector de Crea, el barón Vicenzo de Basio,
llamó la atención del ministro de justicia sobre el espantoso error judicial.
"El director del presidio, prosiguió Crea, hablando de 1 últimos momentos de su prisión, me
había anunciado que quedaría libre a los dos o tres días, pero yo dudaba de tanta ve tara, cuando el
cabo de guardia mandó presentarse al número 21-28, que yo llevaba; me estremecí y abracé y besé a
todos mis compañeros de cuadra. Llegó un hombre, dejó en tierra un yunque y un cortafrío partió la
cadena que había llevado durante treinta y cinco años, la que ha dejado en mi cuerpo señales
indelebles. Fui enviado, continuó el liberado del presidio, a la celda de Pasanante, donde se presentó
un sastre a tomarme medidas para confeccionarme esta ropa. Al siguiente día estaba en libertad, pero
sin tener qué comer. Algunos jóvenes ingleses que trabajan en las minas de Portoferraro me dieron de
comer y de beber y me entregaron cerca de seis liras, recogidas en una colecta.
"Un delegado de seguridad me entregó después una lira y veinte céntimos; viajé con pase
hasta Nápoles, y al fin he llegado a esta ciudad".
Anunció luego Crea que se trasladaría a Palizzi, donde habitan sus tres hijos, todos ellos
casados, y uno con la hija de Francisco Calba. Lamentó la desventura del infeliz D'Amico, y antes de
despedirse de los periodistas mostró a éstos sus brazos, tatuados como los de todos los presidiarios
viejos, en uno de los cuales están dibujadas las escenas del Calvario, como si Crea se hubiera
propuesto recordar constantemente que él fue condenado inocente también y que también ha recupe-
rado al fin la libertad, mas no la juventud y la robustez que la justicia humana es incapaz de devolverle.

* * *

¿No es verdad que horroriza el anterior relato? Indudablemente. El ánimo más alto, el
Espíritu más fuerte, el alma con bríos de gigante tiembla aterrorizada ante la idea de ser víctima de un
error judicial. Muchos errores judiciales se registran en la historia de los procesos, muchos infelices han
subido las gradas del patíbulo sin haber cometido el menor delito, y más de un escéptico ha dicho con
amarga ironía: ¡Y luego dicen que hay Dios!.. . ¿Dónde está su eterna justicia? ¿Quién sostiene la
balanza divina que se inclina con tanta torpeza y pesa más la calumnia que la inocencia?
Bien considerado, hay motivos más que suficientes para expresar del modo que lo hacen
los escépticos, pues sólo el estudio razonado del Espiritismo es el que levanta una punta del velo que
cubre la vida pasada, esa vida innegable sin la cual habría derecho de renegar de haber nacido y de
servir de juguete a la ignorancia de los mal llamados jueces, que tan a ciegas condenan y tan
impasibles se quedan después de haber cometido las más horribles de las torpezas; y aún estudiando
el Espiritismo, ante errores judiciales tan horribles como el que cometieron los jueces con Francisco
Crea, se queda uno perplejo sin saber qué pensar, y en tal estado recurro siempre a mi consejero
espiritual para ilumine mi entendimiento y me salve pensar torpemente. Mas como mis preguntas no
tienden nunca satisfacer pueriles curiosidades, quizá por eso (hasta ahora) encontrado buena acogida
en mis amigos del Espacio. Inspira ¡OH, tú! que tanto sufriste en la Tierra y que tan bien supiste leer en
el corazón humano.
Sí, padre Germán, háblame una vez más para tranquilice mi Espíritu, que ante ciertos
errores judiciales parece que pie: la reflexión necesaria para buscar la eterna justicia. Accediendo a mi
deseo, he aquí lo que dice el guía de mis trabajos.

* * *

"Efectivamente, desorientada te encuentras, porque tú comprendes que martirio tan horrible


como el sufrido por ese desdichado debe obedecer a causas poderosísimas, y que ante la necesidad
imperiosa del castigo desaparece una gran parte de culpabilidad de los jueces y su error es como si
dijéramos fortuito, puesto que se necesitan los instrumentos de tortura p atormentar a los condenados.
Pues yo debo decirte que estás un gran error, los jueces son criminales, su crimen no tiene la más leve
atenuación, porque el papel de verdugo no es necesario representarlo en la Tierra para castigo y
escarmiento de culpables; cuando un hombre merece sufrir los tormentos del infierno, no necesita que
nadie le arroje al abismo, él mismo se arroja.
"Recuerda que no hace muchos meses leíste en los periódicos y temblaste de espanto que
un sabio explorador ha caído desde una gran altura a un precipicio, arrastrando tras sí a su guía; la
nieve los cubrió, murió el guía y el sabio que sujeto en un hueco formado por las rocas y allí permaneció
días escribiendo en su cartera sus últimos pensamientos, hasta que la nieve tapó su sepultura, y días
después solícitos amigos buscaron al explorador y lo encontraron en su tumba improvisada apretando
la cartera contra su pecho, tesoro inapreciable para el sabio y para la ciencia, puesto que en sus hojas
estaba escrita la agonía de un mártir, con los datos más precisos para saber cómo mueren los que se
empeñan en leer en el libro de la Naturaleza.
"Ya ves, aquel hombre no necesitó que lo pusieran en capilla y que un sacerdote le hablara
de la vida eterna para consolarle de la pérdida que iba a sufrir; él mismo buscó en su caída el lugar
apropiado para meditar en sus últimas horas; él, sin necesidad de que le obligaran, confesó sus culpas
ante la proximidad de una muerte inevitable y lloró contemplando a su guía, al que arrastró en su caída
involuntariamente. Con la culpa va enlazada la sentencia de la justicia eterna. Así es que cuantas
torpezas cometen los jueces por su poco estudio y el escaso interés que se toman por los infelices que
aparecen como criminales, tienen a su debido tiempo su castigo merecido; y si hay Espíritus turbados
en el Espacio, la mayoría de ellos son nuestros togados, los que firmaron impasibles sentencias de
muerte sin conocer, en lo más leve la culpabilidad del acusado. No se te ocurra nunca creer ni decir que
si una persona merece ir al suplicio se necesita quien disponga que facto se verifique; cada cual es el
verdugo de sí mismo; estudia un poco en la humanidad y te convencerás que estoy en lo cierto.
"Mira, por ejemplo, a un rico improvisado, y si no merece gozar de los placeres que le
proporciona la riqueza le verás que vive pobremente, que no disfruta ni poco ni mucho del bienestar que
se le ha entrado por las puertas, no necesita que los ladrones le dejen pobre, él mismo conserva los
hábitos de la pobreza.
"¿Por qué? Porque no merece ser rico, porque en justicia no tiene ganado el goce de las
satisfacciones que brinda la abundancia. La justicia más estricta reina en la Creación, vosotros no lo
comprendéis, como no comprendéis otras muchísimas cosas. ¿Veis a la simple vista los millones de
mundos que giran en el Espacio? No, vosotros no los veis, pero existen, pues de igual manera existe la
justicia eterna; por eso la vida de las almas es eterna, porque necesitan estudiar en el gran libro cuyo
título es muy breve, únicamente ocho letras entran en su composición: ¡Justicia! ...
"Respecto a ese infeliz que durante treinta y cinco años ha rodado por los presidios, si bien
en esta existencia ha sido un ser inofensivo, no siempre ha tenido tan buenas cualidades, pues siglos
atrás fue uno de los muchos Caínes que han matado su hermano. Ese infeliz que en aquella época era
noble y llamaba Conde Selvio, tenía muchos pergaminos, pero sus are, estaban vacías, porque su
hermano el primogénito era el dueño absoluto de los cuantiosos bienes de aquella opulenta familia
cuyos miembros todos vivían a la sombra del placer en humillante dependencia. Selvio no se conformó
con semejante tutela reclamó una gran parte de los bienes a su hermano y éste r accedió a su petición,
entonces Selvio le secuestró, le hit desaparecer sin que nadie lograra dar con él, le sacó los ojo y por un
refinamiento no le mató, lo tuvo enterrado en vid cuarenta años, pues enterrado vive el que habita en un
subterráneo arrastrando pesadas cadenas, y para mayor seguridad entregó a un reyezuelo fronterizo,
diciéndole: -Este prisiones es la garantía de tu reinado, el día que él muera me apodero de tus Estados.
El otro, por la cuenta que le tenía, le daba, prisionero buenos alimentos y hasta le quitaba las cadenas
para que anduviera por el subterráneo libremente. Selvio visitaba su hermano varias veces al año,
exigiéndole siempre que hiciera donación de cuanto poseía, diciendo en el escrito que se consagraría a
Dios; el prisionero se negó siempre a la petición de su hermano, el cual hizo matar secretamente al
único hijo del prisionero, cuya esposa murió loca, y Selvio se apode de toda la herencia, mas no
atreviéndose a matar a su' hermano ya que, por un vago temor, creía que muerto su hermano moriría
también. No se engañaba en sus cálculos, porque morir el prisionero, casi instantáneamente sintió
Selvio el contacto de sus manos de hierro que le estrangulaban. Era el Espíritu de su hermano que se
vengó de su largo cautiverio, pero como el dolor de un segundo no es bastante para saldar una cuenta
de tantos años, por eso ahora ha estado treinta y cinco inviernos en presidio arrastrando una cadena y,
mas feliz que su víctima, no ha perdido la vista y ha tenido cinco años c rebaja; y si no hubiera
encontrado jueces torpes, él mismo hubiera convertido en acusador de un crimen imaginario, puesto
que, cuando el Espíritu se propone saldar una cuenta elige la época que mejor le parece, nada ni nadie
le detiene en el cumplimiento de sus propósitos, dado que cada Espíritu sabe cuando le conviene
aligerarse un poco de su pesada carga.
"Adiós".

* * *

¿Qué diré después de lo que ha dicho el guía de mis trabajos?


Lo que dijo aquel sabio: "Solo sé que no sé nada".

LAS RELIGIONES Y EL ESPIRITISMO

LA FUENTE Y EL MAR

Junto al mar, de un peñasco brotaba


Fuente humilde que en él destilaba
Gota a gota, su limpio raudal;
Y le dijo la mar espumosa:
¿Quién te manda arrojar, lacrimosa,
En mi seno tu pobre raudal?
-Vasto mar, contestóle la fuente,
Sin alardes y en mansa corriente,
De mis perlas yo te hago merced,
Porque falta en tus olas bravías
Lo que sobra en las lágrimas mías
Una gota que apague la sed.
LUIS ROMERO ESPINOSA
Del apólogo que antecede a estas líneas me impresionó tan profundamente su lectura, que
no puedo menos que escribir algunas consideraciones sobre su interesante asunto, comparando las
olas del mar con las religiones y las gotas de la fuente con las comunicaciones de los Espíritus que
calman la sed de las almas sedientas de consuelo; consuelo que no presta ninguna religión a las almas
pensadoras; lo sé por experiencia.
Antes de conocer el Espiritismo yo entraba en las iglesias, miraba las imágenes de las
dolientes vírgenes, de los Cristos moribundos, de los santos milagrosos; miraba las reliquias de los
mártires y me parecía que pasaba revista a una colección de antigüedades más o menos auténticas,
permaneciendo mi alma completamente muda, sin que mis sienes apresurasen los latidos ni mi corazón
sintiera la menor agitación. Y no es porque yo mirara con prevención cuanto me rodeaba, muy al con-
trario, porque yo quería creer para poder esperar; yo envidiaba a las buenas mujeres que rezaban
fervorosamente al pie de los altares y decía con tristeza: -¿Qué haría yo para creer en los misterios
religiosos? ¿Tan mala soy que Dios me arroja de su iglesia? Y que me arroja es verdad, porque estas
imágenes no me inspiran el menor respeto si no son maravillas artísticas; como sean medianas o
menos que medianas, las destruiría a imitación de los iconoclastas del siglo VIII que no querían el culto
de las imágenes, y lo peor, todavía, es que me río de las malas esculturas y de los mamarrachos que
veo pintados en grandes liencillos, y aunque dicen que la fe salva, no admito en manera alguna que
para adorar a Dios se hagan monigotes de barro y se pinten extrañas caricaturas.
Y salía de la iglesia contrariada, porque yo quería creer en algo ¡y no podía creer en nada!
Mas no cejaba en mi empeño, volvía a la carga con nuevos bríos visitando catedrales y
templos de gran lujo, escuchaba a -distintos oradores sagrados y al terminar la función religiosa
murmuraba con desaliento recordando la célebre frase de san Agustín: "Vanidad de vanidades y todo
vanidad". En aquellas olas bravías no había una gota de agua que saciara la sed de mi alma.
Muchos años estuve batallando, buscando en las religiones algo que me hablara de Dios.
Recuerdo que estando en Madrid, un jueves Santo por la tarde, salí de la fastuosa iglesia de San
Sebastián, donde se dan cita todos los ricachos de la calle Atocha, y me dirigí a la humilde calle de
Calatrava donde estaba situada una capilla evangélica. Era un salón grande y destartalado, con las
paredes blanqueadas en las que campeaban algunos versículos de la Biblia. Los fieles se sentaban en
bancos bien alineados y el pastor dominaba a la multitud subido en un estrado o plataforma, detrás de
una mesa cubierta con un tapete encarnado sobre la cual descansaba una gran Biblia.
1 Aquel decorado tan sencillo me agradó extraordinariamente y dije entre mí: ¡Si encontrase
aquí lo que deseo! Al pronto lo creí, pero mi ilusión fue tan breve como la lozanía de las rosas, porque el
que creía en Jesús era salvo, pero ¿y los millones de individuos que no creen en Jesús? ¿Qué sería de
ellos? En resumidas cuentas, me convencí que todas las religiones son lo mismo, ninguna lleva el
consuelo a las almas perniciosas; los que tienen la perniciosa manía de pensar, no pueden creer en los
cuentos de las religiones; es de todo punto imposible.
Cuando conocí el Espiritismo entonces me puse muy sobre aviso, me volví toda ojos para
ver y oídos para oír, porque eso de que todos, absolutamente todos, podían llegar a ser sabios y
buenos, si se empeñaban en serlo, era altamente consolador; eso de que el creyente y el ateo, el
fanático y el escéptico, todos podían progresar eternamente me llenaba de júbilo. Se habían
derrumbado los cimientos del cielo y del infierno, no existían más que innumerables mundos donde las
humanidades adquirirían conocimientos científicos y dulcificaban sus sentimientos por medio de
amorosos sacrificios, y esto se tocaba, se veía, no había lugar a la duda; porque los muertos hablaban,
la madre tierna, el padre amoroso, el hijo mimado, el amante arrebatado por la muerte prematura, todos
se levantaban de sus y tumbas y llamaban a sus deudos produciendo ruidos, traslación de muebles,
tirando los unos piedras, los otros flores, aquellos durmiendo a niñas inocentes que hablaban y decían
cosas maravillosas, y no era alucinación de unos pocos, era una revolución general en el viejo y nuevo
continente; no eran gentes sencillas las que habían visto los extraños fenómenos, eran también los
sabios, los reyes, los príncipes, los teólogos. A una hora dada habían hablado en todos los países las
lenguas de fuego, cumpliéndose las bíblicas profecías, y las comunicaciones de los Espíritus no eran
las olas bravías, eran las gotas de la fuente que saciaban la sed de las almas atribuladas y sedientas.
¡OH las comunicaciones de los Espíritus! ... No hay nada más consolador ni más persuasivo; han hecho
más bien los médiums parlantes y escribientes que todos los mártires que han muerto por defender su
credo religioso. ¡Benditas sean las comunicaciones de los Espíritus! ...

* * *
"¡Oh!, ¡sí, benditas sean (me dice un Espíritu), no sabes tú aún el inmenso consuelo que
prestan, porque no te has visto en uno de esos trances horribles en que la justicia humana se apodera
de un criminal y le condena a muerte. Yo sí, me he visto en mi última existencia al pie del patíbulo; maté
a un hombre con locura; el odio más feroz levantó mi brazo herí a fondo, una sola puñalada bastó para
matar a mi rival; mas no esquivé el castigo, yo mismo me entregué a la justicia diciendo: -Lo maté
porque quería arrebatarme a la mujer de mis sueños, y si cien veces resucitara, cien veces le mataría;
estoy satisfecho de mí mismo, no me importa morir. La madre de mi víctima era una mujer de gran
influencia social y trabajó lo indecible para llevarme al cadalso; pero la familia de mi adorada también
era rica y poderosa y empleó todo su valimiento para salvarme la vida. Como luchaban fuerzas iguales
el proceso duró largo tiempo, hasta que por fin me condenaron a muerte. Entonces se estaba en capilla
tres días; gran número de sacerdotes merodeó para obtener mi confesión, pero me negué a confesar y
me empeñé en guardar silencio. La segunda noche de estar en la capilla me acosté diciendo que me
dejaran solo; lo conseguí en parte porque mis guardianes se alejaron todo lo posible de mi lecho y a
poco vi delante de mí la sombra de mi víctima, no amenazadora y vengativa, sino dulce y sonriente. Me
quedé asombrado; y más creció mi asombro cuando me dijo muy bajito: -Te van a matar porque me
creen muerto y estoy vivo, pero no está vivo mi odio; éste ha muerto, ya no soy tu rival, lo he sido
durante muchos siglos, los dos hemos querido siempre a una sola mujer, he visto después de mi muerte
muchas páginas de nuestra historia y ha llegado el momento de nuestra reconciliación; he venido para
decirte que no morirás en el patíbulo, yo he trabajado para que te indulten de la pena de muerte;
mañana confiésate, muestra arrepentimiento, te conviene hacerlo así; nos volveremos a ver, no reveles
a nadie "que me has visto. Y la sombra se desvaneció.
“¿Qué sentí entonces? No lo sé, pero no me sorprendí de lo ocurrido, confesé al día
siguiente y supe que se habían puesto en juego las mayores influencias para alcanzar el indulto. Estuve
rodeado de muchos sacerdotes y junto a mí vi de nuevo a la sombra de mi víctima que, apoyando el
índice en sus labios, me decía claramente con su ademán que me callara. Me callé y a la mañana
siguiente, tranquilo y sereno, subí las gradas del patíbulo. El verdugo y sus ayudantes trabajaban con
lentitud y torpeza; la sombra se encargaba de que sus movimientos fueran tardíos; ya me habían
sentado y la sombra seguía junto a mí. De pronto se oyeron gritos: ¡el indulto!, ¡el indulto! y,
efectivamente, el obispo de la diócesis, rodeado de un grupo de caballeros, llegó al pie del patíbulo
agitando un papel y extendiéndome sus brazos, hacia los cuales me empujó la sombra de mi víctima...
"Como con el oro todo se consigue, algún tiempo después pude evadirme de la prisión,
llegué a Nueva York y allí me esperaba la mujer de mis sueños, allí me uní a ella con lazo indisoluble y
allí el Espíritu de mi víctima se despidió de nosotros, diciéndonos: -Quered mucho a vuestro primer hijo.
"Pasó mucho tiempo, mucho, y el niño esperado no venía; al fin vino, mi esposa y yo le
recibimos con palmas y oliva, sostuve sus primeros pasos, escuché sus primeras palabras, asistí a sus
primeros juegos; era un niño de un carácter impetuoso. Tendría unos siete años y ya manejaba
admirablemente las armas de fuego. Un día jugando con una pistola que yo creía descargada, salió el
tiro y me atravesó el corazón. Mi esposa creyó volverse loca, pero mi matador era un niño, un niño
inocente, y aquel niño ¡era nuestro hijo! ... Aún van a visitar mi tumba; mi esposa ha vivido consagrada
a su hijo, éste me ha guardado un cariñoso recuerdo; mi muerte cambió por completo su carácter, de
impetuoso se volvió tranquilo, de soberbio en humilde; yo velo ahora por ellos, mi hijo era mi rival de
ayer, mi muerte fue el punto final de un período de nuestra historia. Estudia, estudia el Espiritismo y
bendice la hora suprema que irradió su luz sobre la Tierra.
"Adiós".

* * *

Sí que lo estudiaré, mi buen Espíritu; no tengo más sentimiento, sino que mi cuerpo decae y
no puedo trabajar todo lo que yo quisiera en la propaganda del Espiritismo, fuente de consuelo cuyas
gotas calman la sed de las almas atribuladas.
¡Religiones! Sois olas bravías que no tenéis ni una gota de agua que calme la sed de los
Seres pensantes. ¡Comunicaciones de los Espíritus! Vosotras sois la fuente humilde que derrama su
limpio raudal en el calabozo del presidio, en el lecho de un hospital, en el tugurio del mendigo, en el
tocador de la meretriz, en el palacio de los reyes, en el taller de la obrera, en todas partes. A semejanza
del Sol, que ilumina con sus rayos todo el haz de la Tierra, así la voz de los Espíritus resuena todos los
ámbitos de este mundo.
¡Benditas sean las comunicaciones de los Espíritus, porque ellas son las gotas de agua
que calman la sed de las ah enfermas!

¡AYER Y HOY!

Siguiendo mis estudios en la gran Biblia de la humanidad, encuentro a veces seres que
despiertan en mí un interés vivísimo; los miro, los contemplo, trato de intimar con ellos, hasta que
consigo que me cuenten una parte de su historia, y digo entre ú: no me había engañado, este Ser es un
volumen preciosísimo, se puede aprender escuchando sus relatos. En efecto, no hay mejor libro que el
hombre, y quien dice el hombre dice la mujer, porque, como dijo no sé quien, la realidad supera a tos
las ficciones de la fantasía; el mejor novelista no llegará nunca a despertar el interés que despierta un
episodio de la real.
Hace algún tiempo que me presentaron a una mujer de mediana edad, distinguida, elegante
sin afectación, delgada, da, con ojos tristes y expresivos; se lee en aquellos ojos o un pasado de
lágrimas. Cecilia es viuda, tiene una hija casada y un hijo adoptivo de unos doce años, al que quiere
con ario y el niño le corresponde, teniendo sobrados motivos para quererla, porque a los quince días de
haber nacido se quedó padre ni madre, y Cecilia, que vivía poco menos que en la miseria, no titubeó ni
un segundo en quedarse con él, a pesar que su familia le decía:
-¿Tú estás loca? Si no tienes para ti ni para tu hija, ¿cómo a criar a ese infeliz?
-Dios es muy grande -contestó Cecilia-, mi hija lo quiere y, queriéndolo ella, ya tengo yo
bastante.
-Sí, sí, mamá, decía Amparo, besando al huerfanito. Será mi hermano; se llamará Enrique;
yo no quiero separarme de él.
Cecilia, Amparo y Enrique formaron la más hermosa tri1 y el niño creció entre caricias, sin
conocer la orfandad. Pasaron los años y Amparo se casó cuando la vistieron de largo. . Enrique creyó
volverse loco de alegría cuando Amparo fue madre de un precioso niño; su júbilo no tuvo límites: para
recién nacida fueron todas sus caricias, todos sus halagos, soñaba con ser hombre para ganar mucho
dinero y comprar a la pequeña Luisita trajes de terciopelo y collares de perlas; la niña correspondió a su
cariño de tal modo que, cuando comenzó a balbucear sus primeras palabras, en lugar de de como dicen
todos los niños, papá y mamá, ella sólo decía Q que, diminutivo de Enrique que ella inventó, y tan graba
tenía en su menté la figura del niño, que cuando se separó él, porque sus padres se fueron muy lejos,
decía Luisita a madre en cuanto veía a un niño: -Mamá, ahí va Quique, Enrique, a su vez, cuando veía
a una niña blanca y rubia, í taba alborozado: -Mamá, mira a Luisita.
Cuando Cecilia me contó estos detalles, sentí en todo mi una gran sacudida, y dije entre mí:
¿Qué habrá entre estos i niños? En la Tierra no se acostumbra a querer tanto; los niños más tiempo
emplean en pegarse y en disputarse un juguete que en acariciarse y en recordarse.
Un niño, por regla general, a la primera que llama es a madre, y Luisita llamó a Quique.
¿Lo conoció antes? ¿Lo amó con toda su alma? ¡Quién sabe!
No por curiosidad, sino por estudio, pregunté al guía mis trabajos si efectivamente se había
conocido antes Luisa Enrique, y el Espíritu me dijo así:
"No te has engañado en tus suposiciones. Cecilia, su 1 Amparo, su nieta y Enrique han
estado unidos por los la carnales más fuertes que se conocen en la Tierra. Cecilia Enrique han sido
madre e hijo en varias existencias, los han tenido vidas accidentadas, y en su antepenúltima
encarnación Cecilia cometió un crimen para ocultar la deshonra su hija, la que en aquella época era una
joven encantador apasionada perteneciente a una gran familia con muchos pergaminos, escudos de
nobleza y castillos señoriales, y que era otra que el hoy llamado Enrique.
"Cecilia, la mujer que hoy ves tan modesta, tan sufrida, resignada con las múltiples
adversidades de su expiación, entonces una altiva castellana que no creía que los plebe fueran hijos de
Dios. Entre ella y el pueblo había, según su tender, una distancia tan inmensa, que nada ni nadie pe
acortar. Así es que su asombro y su dolor fueron espantosos cuando escuchó de labios de su hija la
más horrible confesión: ¡estaba deshonrada! y su deshonra no podía ocultarse porque se agitaba en
sus entrañas el fruto de sus vergonzosos amores; amaba a un hombre del pueblo, a un trovador sin
fortuna, que lo mismo cantaba las bellezas de la Naturaleza que las trasladaba al lienzo su mágico
pincel. Pero era un artista vagabundo que iba de castillo en castillo ofreciendo sus trovas y. sus
paisajes; no había conocido a sus padres, ¡no tenía apellido!, le llamaban Iván a secas... ¡qué oprobio!
... y aquel perdido, aquel ser abandonado, muy hermoso de cuerpo, pero usando una ropilla muy
deteriorada, sin un mal escudo en sus bolsillos, se había atrevido a seducir a la rica heredera de cien
duques, con la esperanza de unirse a ella cuando su madre conociera su deshonra. Más ¡ay! el artista
sabía leer en el gran libro de la Naturaleza, pero no en el corazón de una mujer orgullosa, y Cecilia
entonces no podía creer que el amor es el gran igualitario del Universo; prefería mil veces ver su hija
muerta que unida a un hombre sin ningún título de nobleza y, sigilosamente, sin dar a comprender a su
pobre hija sus inicuas intenciones, hizo prender a Iván acusándole de agitador del pueblo. Lo embar-
caron y fue deportado muy lejos de sus lares, en tanto que Su amada daba a luz un niño que, recogido
por su abuela, desapareció para siempre. Muerto el niño y deportado su padre, la honra de la nieta de
cien duques quedó sin mancha; nadie sospechó lo ocurrido; pero la joven madre no pudo resistir la
separación del amado de su corazón y del tierno ser que llevó en sus entrañas; no murmuró una queja;
comprendió que su madre había obrado dominada por su orgullo de raza; la perdonó porque la amaba
mucho, y lentamente se fue marchitando su espléndida belleza, muriendo en brazos de su madre,
diciéndole: -¡Te perdono! ...
"Cecilia entonces se horrorizó de su obra, pero al misma tiempo respiró con más libertad,
porque desaparecía la víctima de su orgullo de raza; los muertos no hablan; la joven deshonrada fue
vestida de blanco y le colocaron entre sus manos la palma de su virginidad (que era la palma de su
martirio) y sobre su blanca frente se marchitaron delicadas rosas; no le faltó ningún atributo de su
pureza a la casta virgen; a su madre todas las demostraciones le parecían insuficientes para ocultar su
deshonra porque, aunque todos ignoraban lo acontecido, lo sabía ella; y siempre veía la figura de su
nieto y escuchaba, temblando, una voz que le decía: ¡Te perdono!
"De Iván no volvió a tener noticias; murió en el destierro maldiciendo su infausta suerte, y
Cecilia atormentada por el remordimiento y al mismo tiempo satisfecha de su obra, por haber salvado el
honor de su opulenta familia, no sobrevivió mucho tiempo a su pobre hija; .dejó la Tierra en medio de la
mayor turbación, sin poderse dar cuenta de si había cometido un crimen horrible o si había llevado a
cabo un acto heroico, sacrificando lo que más amaba para evitar el mayor escándalo.
"Ahora bien, Cecilia está hoy en la Tierra completamente transformada: su orgullo de raza
ha desaparecido. Hoy es humilde, paciente, resignada; hoy sólo sabe amar; el amor es su religión;
Espíritu enérgico, cuando se dio cuenta del error en que había vivido, con la misma decisión que
empleó para hacer el mal se consagró a practicar el bien, y como ella no fue criminal más que a medias,
los Espíritus, que fueron víctimas de su orgullo de raza, no se han separado de ella, la han perdonado y
la acompañan en sus encarnaciones de expiación.
"Su hija Amparo es el Espíritu del niño que Cecilia hizo morir al nacer, y su nieta Luisita es
el Espíritu de Iván que sigue a Enrique sin dejar de amarle. Por eso, cuando en su actual existencia
comenzó a hablar, le llamó a él, porque es Enrique el amado de su alma; van juntos hace muchos
siglos, es decir, juntos no es la frase más apropiada, porque hace mucho tiempo que fueron
impacientes: cometieron un crimen para unirse más pronto, y desde entonces se encuentran, se aman,
luchan por vivir enlazados, y siempre una mano oculta los separa; esa mano oculta es su expiación,
dado que la felicidad no puede tener por cimientos sangre y lágrimas.
"Estudia bien este verídico relato, porque es de gran enseñanza. Cecilia fue culpable; fuera
por su orgullo de raza, por su ignorancia, por la dureza de su corazón, se hizo dueña de la felicidad de
tres seres, causando la muerte de su hija, de su nieto y de Iván. Los tres Espíritus la han perdonado; su
nieto no pudo ser más generoso eligiéndola para devolverle bien por mal. Su nieta Luisita, que ayer
murió en el destierro, maldiciendo la hora en que nació, hoy le reclama sus más dulces caricias, y
Enrique adora a su madre adoptiva sin recordar lo pasado. Sus víctimas no sólo la han perdonado sino
que la aman con delirio. Entonces, habiendo desaparecido el odio de sus víctimas, ¿no tiene Cecilia
derecho a ser dichosa? No, no lo tiene; por eso no lo es, por eso lucha con la miseria, con la
humillación; por eso da la vida por la vida; por eso no puede estar con su hija y sus nietos y sólo tiene a
su lado a su hijo adoptivo, costándole inmenso sacrificio el poder disfrutar de su compañía, y lógico es
que así suceda porque ayer rompió en mil pedazos un nido de amor, su hija murió mártir, Iván
desesperado y su nieto no pudo dormir en su cuna de flores. Por eso hoy Cecilia suspira por su hija, por
sus nietos y se sacrifica por su Enrique, dándole todo el amor que un día en su locura le negó. Cecilia
es un alma redimida: ha visto la luz, en la luz quiere vivir; el amor que siente por su familia es inmenso,
daría por ellos su vida con el mayor placer; se ha despertado en ella una sed de amor que nunca ve
satisfecha; siempre le parece que ama poco, siempre está descontenta de sí misma. ¡Dichosas las
almas que sólo piensan en amar! Cecilia es una de ellas.
"Adiós".
* * *
Efectivamente que la historia de Cecilia es de gran enseñanza, porque se ve que nadie
puede ser dichoso si ha causado la desgracia de sus deudos o de sus servidores. La dicha existe, no
cabe la menor duda; es una planta delicadísima que necesita para su florecimiento el agua de la
abnegación y del sacrificio. ¡Dichosos los que saben amar! ... porque sólo los que aman saben luchar y
vencer en la ruda batalla de la vida.

UNA HISTORIA MÁS

Leyendo los artículos de los periódicos me fijé, muy especialmente, en los sueltos que a
continuación transcribo y que ¡a tantas consideraciones dan motivo!

EL MARTIRIO DE UN NIÑO

París 18. A las 19.40 en la morgue se ha efectuado una "confrontación" o careo de lo más
horrible, aun en aquel recinto en que lo horrible es lo común.
Tres personas han sido puestas delante del cadáver de un niño que fue encontrado tirado
en la calle, el que murió víctima de los tormentos que le prodigaba su propio padre.
Llámese este hombre Gregoire, quien con cinismo que solamente explica la alienación
mental ha confesado que efectivamente martirizaba a su hijo, y que lo abandonó vivo en la calle de
Vaneau.
Al hacerle notar el juez que en las ropas del niño no se veía un solo agujero, cuando el
cuerpo estaba acribillado a punzadas, explicó tranquilamente Cregoire que al pinchar a su hijo con un
cuchillo le descubría las carnes, a fin de no echarle a perder la ropa.
Una mujer, querida de Gregoire, ha declarado luego que le era imposible impedir los
martirios del niño, porque tenía la seguridad de que la habría maltratado también a ella.
Explicó que logró salvar al niño de que le echaran al Sena y que ella fue quien aconsejó el
abandono en medio de la calle creyendo de esta manera salvar la vida a la criatura.
EL ENTIERRO DE UN MÁRTIR

París presenció ayer uno de esos espectáculos que nunca se borran de la memoria de un
pueblo. El pequeño Pedro, aquel niño de tres años martirizado por sus padres, fue llevado des4 la
morgue al cementerio, seguido de un acompañamiento 4 300.000 personas. No hay potentado en la
Tierra que haya tenido otro igual. Su pequeño ataúd desaparecía sobre montón de flores, ofrendas de
padres y madres obreras en nombre 4 sus hijos. Y cuando el cadáver fue depositado en la fosa, todas
aquellas personas desfilaron ante ella depositando un puñado de tierra sobre esta víctima de la barbarie
de unos padres de naturalizados. El pueblo de París quiso, con aquella gran manifestación, probar al
mundo que la inhumanidad es una rara excepción entre sus miembros.

* * *
Me impresioné profundamente con el horrible relato d martirio de un niño y del entierro de
un mártir. El prime revela una perversidad espantosa; el segundo pone de manifiesto el adelanto de la
humanidad que, indudablemente, se sensibilizando, se va dulcificando, perdiendo lentamente su
ferocidad.

"No juzgues tan a la ligera (me dice un Espíritu), la humanidad obra según las
circunstancias y, créeme, hace muchos siglos que la humanidad terrena sabe compadecer al desvalido
y sabe perseguir al delincuente.
"A ese Espíritu que el pueblo de París ha tributado el homenaje de su pensamiento, ese
mismo pueblo, esa gran masa que siempre es la misma, en todas las épocas (impresionable justiciera),
ese pueblo a ese mismo Espíritu, en los primeros días del siglo XVIII, le persiguió por las calles de París
con el único afán de arrastrarle y descuartizarlo. ¿Sabes por qué? Porque el Espíritu del pequeño Pedro
era en los albores del siglo pasado un noble de la casa de Francia, pero todo lo que le sobraba de
blasones y de pergaminos le faltaba de sentimiento y de humanidad. De un carácter violentísimo,
irascible sobre toda ponderación, tenía atemorizada a su numerosa servidumbre, e particular a unos
cuantos niños que tenía en calidad de paje Uno de ellos, el hermoso Isaías, era un niño que todo París
conocía por su gallarda figura, por lo bien que manejaba su caballo. Las mujeres del pueblo cuando lo
veían pasar envidiaban a la madre de aquel niño tan hermoso. Una mañana iba caías con su señor,
ambos a caballo; el de Isaías tropezó y cayó, el jinete quedó ileso, mas no su cabalgadura, que resultó
con gravísimas lesiones, y el noble señor obligó a Isaías a que se echara en el suelo y a latigazos lo
dejó muerto. El pueblo se amotinó, las mujeres rugieron como fieras y persiguieron al noble tan de
cerca que éste tuvo que refugiarse en la morada real y hasta allí fue el pueblo en masa pidiendo su
muerte por i mano del verdugo, ya que no habían podido destrozarle a su placer. Y tan indignado se vio
al pueblo, que para evitar males mayores tuvo que condenarse a muerte al noble, quien subió al
cadalso escuchando las maldiciones de un pueblo generoso.
"El noble de ayer es el pequeño Pedro, que reconociendo su inferioridad gracias al Espíritu
de Isaías, que es, se puede decir, su ángel tutelar, eligió uno de sus muchos enemigos para crearse
familia en la Tierra. Pedro venía dispuesto a comenzar un ensayo de reconciliación, pero su padre, que
en otro tiempo fue víctima de su crueldad y murió en el patíbulo por causa suya, no ha podido ver en su
hijo más que a un ser que odiaba con todo su corazón, por lo que se ha complacido en atormentarle
con ferocidad inaudita, lo que es un baldón de ignominia para todo Espíritu, porque un niño siempre
inspira lástima por su impotencia, siendo éste el único medio de reconciliación que se puede emplear
en la Tierra. Se necesita ser un monstruo de iniquidad para no sentirse conmovido ante un niño que por
feo, por repulsivo que sea, es impotente, no puede defenderse y necesita de todos; si un irracional
inspira compasión cuando carece de alimento, ¿qué deberá suceder con un pequeñuelo que no puede
defenderse? Por eso el padre de Pedro es un verdadero criminal que ha puesto nuevos eslabones a su
larga cadena, y ahora tendrá que ir tras el Espíritu de su víctima pidiéndole clemencia, pues aunque el
Espíritu de Pedro está dispuesto a progresar, su perdón no le quita ni un átomo a la enormidad de la
cruel venganza de su antiguo y vencido enemigo. Pedro no venía por esta vez a sufrir tal martirio, era
un ensayo de reconciliación el que pretendía hacer, dispuesto como se encuentra a trabajar en su
progreso. El castigo de sus culpas no necesita que nadie se lo imponga, él será juez y parte a la vez,
como lo son todos los Espíritus. No es de fatal necesidad que ningún Ser se convierta en verdugo de
otro porque éste tenga que saldar muchas cuentas, cada uno es el verdugo de sí mismo. Cuando se
tiene que morir de un modo violento o en la mayor miseria, sufriendo cruentos dolores, el odioso papel
de atormentador lo hace el Espíritu dominado por su mal instinto, no porque venga a la Tierra con
órdenes superiores para torturar a los culpables de ayer. La ley se cumple sin necesidad de ningún
agente ejecutivo; no tenéis más que mirar en torno vuestro y os convenceréis. ¿No habéis visto o leído
muchas veces que hombres poderosos, con bienes de fortuna, con vida regalada, con familia cariñosa,
ponen fin a sus días del modo más horrible? ¿No recordáis a aquel anciano que, en París, disfrutando
de una buena renta y de excelente salud, dejando una cartera llena de inmensos valores, se colocó
delante de la chimenea completamente desnudo, se untó todo el cuerpo con petróleo y escondió su
cabeza entre los troncos candentes? ¿Qué os prueba su modo de morir? Que tenía irremediablemente
que carbonizar su cuerpo para sufrir los dolorosos pasajes que a otros ocasionó en la hoguera.
"Cuando la prensa relata crímenes horribles compadeced a los verdugos, porque se han
condenado a trabajos forzados muchísimos siglos. El placer de la venganza es verdaderamente un
placer infernal. ¡Ay de aquellos que gozan viendo sufrir a un Ser impotente! ¡Ay de aquellos que se
hacen sordos a los gemidos de los niños!
"Adiós".
* * *

Estoy muy conforme con la comunicación que he recibido; siempre he creído que el papel
de verdugo no era necesario a la humanidad; basta al hombre su propia historia para subir a los cielos o
descender a los abismos.

¡CUÁNTA SOMBRA!

Entre las muchas personas que me visitan, me quedó muy presente la imagen de Teodora
Ortiz, una mujer muy simpática, bien educada y muy espiritista. Me prometió escribirme en cuanto
llegase a Madrid, y ha cumplido con su palabra, diciéndome en su carta lo siguiente:

“Ya recordará que el día de nuestra entrevista le expliqué, con mi esposo, la persecución de
que yo era objeto por de nuestra abuela (abuela de mi marido), la cual hace trece o catorce años que
desencarnó, empezando a sentir los efectos de su odio hacia mí al cabo de tres años de estar en el
Espacio, continuando desde entonces su persecución con una tenacidad rayana en lo inverosímil, tanto
en lo físico como en lo moral, como en los bienes materiales. Tanto es así que de no tener la suerte de
haber conocido el Espiritismo, y de entrar en relación con buenos espiritistas, con seguridad que dados
los golpes mortales que hemos recibido de dicho Espíritu hubiera sucumbido sin llevar la prueba a feliz
término.
“Gracias que tenemos también muy buenos amigos invisibles que nos han dado y nos dan
su valioso auxilio, pues de todos necesitamos. Me olvidaba decirle que cuando la cosa está muy
apurada, mi hija Inés, que hace tres años desencarnó, cuando iba cumplir dos años, viene a darme
vida, pues se conoce que es un Espíritu muy elevado, puesto que con su presencia hace retirar al
Espíritu rebelde que me persigue y a mí me da fuerzas que me reponen y me impulsan a perdonar y
hasta querer a mi perseguidor.
“Hecha ya la historia a grandes rasgos de lo que me pasa, me atrevo a pedirle un favor que
se lo agradeceré eternamente, y es que cuando tenga ocasión consulte con el guía de sus trabajos a
ver si le dicen qué hay entre ese Espíritu y yo, qué puede haber entre nuestra abuela y nosotros, qué
causa hay en el pasado que da el efecto de un presente tan triste y tan angustioso. Creo que es inútil
decirle que no nos mueve la pueril curiosidad ni mucho menos, sino el deseo que tenemos de progresar
y de hacer las paces con este pobre Espíritu, pues, si lo llego a conseguir, me consideraré
completamente feliz. ¡Sufro tanto!..."

* * *
La carta de Teodora me impresionó profundamente, porque me hizo recordar su relato
anterior que era verdaderamente conmovedor, porque tiene la desgracia de ser vidente y ve conti-
nuamente a su abuela con las manos tocando a su cuello, queriendo estrangularla.
¡Cuántos misterios! ¡Cuánta sombra guarda la noche del pasado! ... Ante el padecimiento
de una familia no he titubeado en preguntar a mis amigos invisibles por qué Teodora tiene que sufrir
tanto, y me han contestado lo siguiente:
"Para contestar debidamente a tu pregunta, tendríamos que darte una serie de
comunicaciones sobre la historia de Teodora mas, por hoy, nos concretaremos a decirte que cuando el
Tribunal del Santo Oficio dictaba sus horribles leyes, uno de sus jueces más poderosos confesaba a lo
mejor de la nobleza española, residente en la Corte. En aquella época Teodora era una joven
hermosísima, que debía unirse en matrimonio con un hombre digno de ella, y antes de recibir la
bendición nupcial fue a confesar sus inocentes pecados con el temible inquisidor, quien a escucharla
perdió la razón por completo y juró hacerla suya. A levantarse Teodora se postró ante el confesionario
su prometido con quien el confesor empleó sus malas artes para cubrir di infamia la honra inmaculada
de Teodora, mas no consiguiendo su villano intento, porque su futuro estaba convencido que su amada
era un ángel disfrazado de mujer. Cambiaron después impresiones los dos enamorados y trataron de
efectuar su enlace rápidamente, mas antes de llevarlo a cabo Teodora fue acusada de hereje y la
sacaron violentamente de su hogar paterno; pero su prometido, que era un hombre muy influyente,
puso en juego todo su poder, empleó grandes sumas en comprar a esbirros carceleros, y Teodora pudo
salir de su prisión huyendo al extranjero, donde efectuó su casamiento, lo que enloqueció y puso
rabioso a su perseguidor, que no pudo vencer la resistencia de Teodora. Ésta fue dichosa con su
esposo pero no pudo volver a España hasta que murió el feroz inquisidor, el cual no se dio cuenta en el
Espacio de su muerte; siguió creyendo mucho tiempo que vivía. Odiando y deseando la posesión de
Teodora.
`Volvió el inquisidor a la Tierra y volvió Teodora; vivieron los dos bajo un mismo techo
cuando Teodora contrajo matrimonio; su abuela siguió sintiendo por ella incomprensible aversión.
"Dejó al fin la Tierra en la mayor turbación, tardó en darse cuenta de su desencarnación, y
cuando reconoció el estado de su Espíritu, redobló su odio hacia Teodora. Materializado por completo le
hizo y le hace todo el mal que puede, y gracias que el esposo que tuvo Teodora en su anterior
existencia, y que en esta encarnación ha sido su hija Inés, Espíritu de gran potencia, ayuda mucho a su
madre y la fortalece para resistir la horrible persecución de un Espíritu completamente materializado y
dominado por las pasiones más violentas.
"Teodora y el Espíritu de su hija Inés deben de trabajar sin descanso para hacerle
comprender al inquisidor de ayer su verdadero estado, aconsejándole, exhortándole y perdonándole
todas sus ofensas; es un loco que ellas deben curar y compadecer. Ya en otra comunicación te diré
algo más sobre la historia de Teodora, Espíritu fuerte, digno, valiente, que si pecó en la noche del
tiempo ha llegado después al heroísmo, al sacrificio por defender su honra; sabe sufrir, ahora le falta
saber perdonar, y después... después amar a sus enemigos.
"Todo lo bueno lo llegará a conseguir porque tiene voluntad y deseo de engrandecerse.
"Adiós".
* * *

¡Cuánta sombra! ¡Cuánta sombra guarda el pasado! Dichosos los espiritistas que podemos
rasgar el velo del ayer y contemplar los resplandores del sol del porvenir.
¡Bendita mil y mil veces la comunicación de ultratumba! ¡La humanidad ya no camina a
ciegas! ¡Ya ve brillar en el oriente el astro de la verdad!
TRISTEZA

¡Cuánto pesa la vida algunas veces! ¡Qué frío se experimenta evocando las sombras del
pasado! Cuando uno se detiene a deletrear en el alfabeto de una larga existencia, se llora sin derramar
una lágrima, se llora por dentro; parece que plomo derretido o agua de nieve corre por nuestras venas,
y es tan profundo el desconsuelo que se siente que ni se desea morir, temiendo encontrar más allá de
la tumba la continuación de la historia comenzada aquí; cuando no se alimenta un deseo ni se posee
una esperanza, ¡cuánto pesa la vida! ...
¡Vivir sin esperar! ... ¡no es vivir!... Vivir sin desear es morir sin agonía. Vivir, dominado por
la indiferencia, es anticipar la crisis de la muerte, es abrirse uno mismo la fosa para en ella enterrar
nuestro organismo: es convertirse en sepulturero. ¡Ay de aquel qué dice con el poeta! :

Ningún dolor a mi dolor alcanza,


Yo no tengo recuerdos, ni esperanzas.
`'
"No tiene esperanza (me dice un Espíritu) el que cierra los ojos de su entendimiento; es
como aquel que se muere de hambre porque se obstina en no alimentarse, y se abrasa de sed porque
no quiere beber, y siente frío porque desgarra su vestidura, y se lastima los pies porque arroja lejos de
sí sus sandalias, y siente el horror de la asfixia porque se encierra en una cueva rechazando el aire
que es el principio de la vida orgánica; el que dice no quiere vivir, es el que se muere sin esperanza; es
decir, él cree morir, pero puede, más que su descreimiento y que su desesperación, la eterna realidad
de la vida, y cuando en su aturdimiento y en su tribulación cierra los ojos del cuerpo, creyendo que
donde no hay sensación no hay agonía, que todo concluye en la última palada de tierra que c sobre el
ataúd, entonces se encuentra que oye, que ve, que siente, y contempla su cuerpo como se disgrega
dentro de caja mortuoria, y le atormentan sensaciones jamás sentidas y a otros Seres que le rodean, y
ve que la vida se prolonga n allá de la tumba y que la esperanza le sale al encuentro y dice: No me
rechaces, es inútil, soy la sombra de tu cuerpo, estoy unida a ti por lazos indisolubles; el nudo que nos
ata no h espada que pueda romperlo; la esperanza es la esencia de vida, el Espíritu vive eternamente,
y la esperanza, que es compañera inseparable, como él, es inmortal.
"La tristeza que experimentáis los terrenales es uno de vuestros vicios, es una de las
manifestaciones de la ingratitud del hombre. ¡Tristeza! ...
"Nadie debe entregarse al desaliento, puesto que vive, y el que vive no muere; yo fui uno
de los muchos ingratos que pululan por la Tierra; desde pequeño soñé con dejar de ser. Perdí a mis
padres cuando aún no había podido llamarlos y aunque no sentí los horrores del hambre, me encontré
tan solo... ¡tan desamparado de cariño!. .. , ¡Tan dueño de mis acciones desde mi primera edad… ¡tan
desligado de la gran familia humana! que me hice huraño, desconfiado, receloso; desconocí las
dulzuras del amor, porque no amé a nadie; formé el vacío en torno de mí, y encontrando insoportable
el peso de la vida puse fin a mis días, creyendo que todo mi Ser se perdería en el mar de desconocido
y ¡vana quimera!. .. Mi asombro no tuvo límites es imposible explicarte la sorpresa que experimenté
cuando mi cuerpo destrozado en el fondo de un profundo abismo y junto a mis restos recordando
perfectamente todos los detal de mi pasada existencia, escuchando una voz que me decía:
-"¡Pobre hijo mío! ¡Eres la ingratitud personificada! ¡ Te entregaste en brazos de la tristeza
y no tenías derecho a estar triste, porque poseías un cuerpo sano y robusto, una inteligencia bien
equilibrada! No supiste nunca lo que era un día sin pan ni una noche sin lecho. No te atormentó el frío
del hambre ni la fiebre de la sed, porque siempre te sobró lo necesario para atender a todas las
imperiosas atenciones de tu vida. ¿Por qué fuiste tan ingrato? ¡Pobre hijo mío! ... Me dicen que
necesitabas atormentarte porque no merecías la tranquilidad ni el bienestar de una existencia
reposada, que habías pecado mucho y tenías que ser el verdugo de ti mismo, que todos los que se
entregan en brazos de la tristeza son pecadores impenitentes que se ahogan en el mar de sus propias
miserias. ¡Pobre hijo mío! ¡Con cuánta pena te dejé! ... ¡Con cuánta angustia te he seguido en tu
penosa peregrinación! ¡Con cuánto afán me acercaba para darte aliento! ¡Todo inútil! ¡Cerrabas los
ojos para no ver! ¡Tapabas los oídos para no oír! ¡Te obstinabas en permanecer reclinado en tu lecho
para no andar! ¡Pobre hijo mío! ... ¡Pobre loco sin camisa de fuerza! Digo mal: ¡Qué más camisa de
fuerza que tu tristeza invencible! Ella te dejaba sin movimiento, sin iniciativa, sin voluntad; ella apagó
tus entusiasmos juveniles, ella te hizo sensible a los dulces halagos del amor, ella te alejó de los
brazos del amor, ella te alejó de los brazos de la amistad, ella hizo de ti un Ser ingrato, y la ingratitud
es la prisión más horrorosa donde vive encadenado tu Espíritu. Tú te condenaste a trabajos forzados,
tú forjaste la cadena de hierro que oprimió tu garganta, lastimó tus manos y ensangrentó tus pies.
¡Pobre hijo mío! ... Abre los ojos de tu entendimiento y contemplarás a la esperanza, a esa hada
bienhechora que tanto has despreciado; pero la esperanza (fuerza motriz de la humanidad) es tan
buena para con sus hijos, que nunca los abandona; y si éstos son ingratos su amor es más grande que
la ingratitud universal.

"¡Cuánto bien me hicieron las palabras de mi madre! ... Cayó de mis ojos la venda que los
cegaba y vi la realidad de la vida; se desvaneció mi tristeza como se desvanece la niebla al recibir los
rayos del Sol y comencé a vivir en brazos de la esperanza
"Escuché tus quejas y me inspiraste compasión; también tú eres verdugo de ti misma,
también desconoces la justicia divina. Mira ¡que puedes ver! Oye ¡que puedes oír! Anda ¡que puedes
andar! Los ingratos son los que están tristes; rechaza la tristeza, que es la hiedra que se enlaza al
hombre y le oprime hasta llegar a la estrangulación de su organismo.
"Adiós".

* * *

Dice muy bien el Espíritu: la tristeza es el símbolo de la ingratitud, porque es la


demostración del desconocimiento que tiene el hombre de la justicia divina.
Esperanza, ¡madre eterna de la humanidad! Recibidme en tus brazos, dadme el néctar del
consuelo que sólo tú posees, porque quiero confiar en mi trabajo y esperar en mi progreso indefinido.
LA MISIÓN DE KARDEC

Así como el Sol da vida


A cuanto en la Tierra nace,
Así Kardec con sus obras
Las enseñanzas esparcen,
De las verdades supremas,
) Tan sublimes como grandes.

Sol de la inteligencia,
Es justo que se le llame:
Fuente de amor y consuelo.
¡Cuánto enseñan!... cuánto atraen
Sus libros que en letras de oro
Deben siempre conservarse.

¡Espiritistas! debemos
Con nuestros hechos honrarle,
Imitando sus virtudes
Y trabajando anhelantes,
Procurando que sus obras
Sus enseñanzas derramen.

¡Loor a Kardec! ¡Su misión


Fue tan grande! ... ¡tan grande! ...
Que no hay sabio en nuestro tiempo
Que a su grandeza se iguale.
¡AMOR ETERNO!

¡Cuántos dolores se sufren en este mundo! ... ¡Qué mansión tan sombría es la Tierra! ...
¡Cuántos infortunados me hacen partícipes de sus cuitas!

He aquí los fragmentos de una carta que acabo de recibir:

"Hace aproximadamente unos nueve años que existe recluida en el manicomio de esta
capital una nieta mía. Cuenta a la sazón trece años, su estado es de lo más triste que la mente
humana pueda concebir, ya es una verdadera autómata, imposibilitada de ambas extremidades, sorda
y muda, sin conocimiento ni raciocinio de ningún género, y en ese estado allí permanece, pues mis
recursos, por el momento, no me permiten tenerla a mi lado, como son mis vehementes deseos, pues
siento un cariño y una afición tan inmensa por ella que, francamente, yo no me lo explico, y me hace
sufrir horriblemente el hecho que al ir a visitarla le es completamente indiferente mi presencia,
sufriendo mi Espíritu de una manera espantosa.
"Por todo lo dicho, le suplico encarecidamente que pida al guía de sus trabajos algunos
datos sobre la historia pasada de esta infeliz criatura, y qué relación anterior existe entre ella y yo. No
desatienda mi ruego, creo en el Espiritismo, en la realidad de las encarnaciones sucesivas, y necesito
tranquilizar mi Espíritu con una nueva revelación".

La demanda de un Ser que sufre siempre ha sido sagrada para mí, así que he procurado
preguntar a un Espíritu sobre .estos dos Seres tan infortunados, el que me ha contestado lo siguiente:
"Es justa la ansiedad y la perplejidad de ese hermano que a ti se ha dirigido en demanda
de auxilio, y como al que pide se le da, escucha atenta mi comunicación. La niña paralítica de hoy, la
sordo-muda, la idiota, al parecer, pues no lo es en realidad, para mayor tormento suyo, fue en su última
encarnación un personaje célebre por sus fechorías. En España nació y fue el asombro de las gentes
por su destreza, por su audacia, por su osadía, por su temeridad, arrastrando los mayores peligros
para desvalijar a los caminantes y asaltar las moradas señoriales para apoderarse de los tesoros más
escondidos. Era un bandido terrible, los gobernantes más encumbrados capitulaban con él
embozadamente, pero capitulaban. Era un hombre arrogante, con la hermosura del ángel de las
tinieblas, y como era de noble estirpe, sus modales, cuando le convenía, eran de lo más distinguido
que pudiera desear la dama más exigente. Así que no es extraño que enloqueciera por él una joven de
muy buena familia, que él arrebató de su hogar y se la llevó muy lejos, para evitar reclamaciones y se-
rios disgustos con los padres de ella. La joven seducida, comprendió tarde el mal paso que había
dado, pero le quería tanto, estaba tan enamorada de él, que se propuso convertirle y hacer del feroz
bandido un hombre de bien. Pero todo su empeño fue inútil: ella era muy cristiana, creía en la eficacia
de los ayunos y de las penitencias y se puso cilicios y martirizó su hermoso cuerpo para redimir al
hombre que tanto amaba; pero éste llegó a cansarse de sus sermones y lamentaciones, y después de
cometer un robo en cuadrilla y matar a varios de los robados, dijo a uno de sus compañeros: La mujer
que me sigue hace tanto tiempo nos estorba, se va volviendo cada día más escrupulosa y más devota,
hazla desaparecer para bien de todos y ganemos tiempo.
"El bandolero cumplió las órdenes de su capitán y en un despoblado, donde la tierra
estaba surcada por hondos barrancos, en uno de ellos arrojó a la joven enamorada, buena y creyente
que se convirtió en redentora, por lo que, como es natural, la crucificaron.
"Más tarde, en un encuentro con gente armada, murieron parte de los bandidos, entre ellos
el capitán, quien al llegar al Espacio fue recibido por su redentora, dispuesta a seguir siendo su ángel
tutelar; ¡le quería tanto! ... Estuvieron bastante tiempo en el Espacio y ella a él lo fue preparando para
comenzar el saldo de sus cuentas, y tanto se empeñó en su conversión, y tanta luz le dieron otros
Espíritus, que el bandido de ayer es la niña paralítica de hoy. Tanto corrió para cometer horribles
delitos, que hoy no puede moverse ni puede hablar el que ayer habló para dictar sentencias de muerte.
Y el abuelo angustiado que visita a su nieta, y ésta no le reconoce, es su víctima de ayer, es la que
quiso ser su redentora, Espíritu de amor, Espíritu de luz que le seguirá siempre, hasta convertirle en un
Ser superior.
"Su amor es inmenso, de él no tenéis la menor idea en la Tierra, donde los amores son
flores de un día, ilusiones pasajeras, fuegos que tan pronto se encienden como se apagan; y el amor
de ese Espíritu llegará al sacrificio sin sentir desfallecimiento, le acompañará siempre, le ayudará
siempre, le sostendrá en sus brazos, y en todas sus encarnaciones estará enlazada a él de un modo o
de otro y durante el sueño murmurará en su oído: Ten valor para saldar tus cuentas, has pecado
mucho, pero tienes la eternidad para regenerarte. Yo iré contigo, no estás solo, yo seré tu madre, tu
hermana, tu esposa, tu hija; me enlazaré a ti con todos los parentescos terrenales y en el Espacio seré
tu estrella polar que te guiará eternamente hacia la luz y la verdad.
"Mucho más te diría sobre el amor de ese Espíritu que es un enviado de Dios para
engrandecer a un culpable, puesto que los más enfermos son los que más necesitan de los médicos
celestiales.
"Adiós".

* * *

Qué hermosa es la misión de los Espíritus que aman! Si no fuera por ellos, ¿qué sería de
los terrenales?, dado que la mayoría tenemos una historia tan horrible. ¡Dichosos los Espíritus que
aman y dichosos también los que son amados!
EL DESPERTADOR

Decía Víctor Hugo que "los ojos no ven a Dios sino a través de las lágrimas", y es una
gran verdad. En medio de la felicidad no se eleva el pensamiento ni poco ni mucho, se contenta el
alma con lo que tiene ante sí, ya sea un horizonte sin límites o un pedacito de cielo al alcance de
nuestros ojos. Dicen que nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena esto es triste, pero es
verdad. Esto da muy pobre idea de lo que somos los terrenales, pero ante los hechos hay
que inclinar cabeza y declararse vencido.
Leyendo "El Mundo Latino", me fijé en el suelto que copio continuación:
Un corresponsal italiano da cuenta de una terrible tragedia en Castellamare en los
siguientes términos:
Pascua] y Carolina Sarrubbo, jóvenes distinguidos y de opulenta posición se casaron ayer.
Anoche, cuando los felices recién casados se habían recogido en la alcoba nupcial, piso
segundo del antiguo palacio tosca, se hundió el suelo de la habitación y entre los escombros cayeron
los esposos al cuarto del piso bajo en que dormían una señora y dos niños. Estos resultaron heridos
gravemente y Carolina quedó muerta en los brazos de su marido ileso.

* * *

¡Qué noche de boda tan dolorosa!....


¡Qué harían ayer estos desventurados? Historia terrible debe tener un episodio tan
conmovedor, por lo que me dice Espíritu:

"Sí que la tienen, y para útil enseñanza copia la narración que yo te daré a grandes rasgos.
Carolina y Pascual eran en su existencia anterior padre e hijo. Pascual era el padre y Carolina el hijo,
pertenecían a la más alta nobleza, eran caballeros cubiertos delante del rey, y más tiempo pasaban en
el palacio del monarca que en su casa señorial. Pascual era el noble más orgulloso de su época y
cifraba en su único hijo, en heredero, en su amado Carlos, las más risueñas y halagadoras
esperanzas, teniendo la firme convicción que lo casaría alguna infanta emparentada con el monarca
reinante de nación. Pero todo lo orgulloso que era Pascual con sus es dos de nobleza y su árbol
genealógico, sus castillos, sus privilegios y todas las grandezas de su preclara estirpe, tenía hijo Carlos
de sencillo, de humilde y de despreocupado, d: que odiaba las fiestas palatinas y gozaba únicamente
tratando con su numerosa servidumbre, en particular con i jovencita que creció a su lado, hija de un
guardabosques, quien, desde niño, se encaramaba por los árboles para coger nidos y comer fruta
verde; daba largos paseos por el monte siempre se les veía juntos lo mismo en las mañanas de
primavera que en las noches de invierno.
"Pascual no se había fijado en los dos adolescentes, sabiendo que su hijo necesitaba
mucho aire y mucho sol para desarrollar su endeble organismo.
"Cumplió Carlos veinte años y su padre le llamó un muy contento y le dijo:
-"Hijo mío: Dios ha escuchado mis ruegos, vas a formar parte de la familia real, una
sobrina del rey se ha digne fijar sus ojos en ti, y en cuanto el monarca lo disponga celebrará el
matrimonio con la infanta Elena.
-"Pero señor, dijo Carlos muy contrariado, ya sabe usted mis gustos, yo prefiero la vida del
campo, yo en los palacios me ahogo, me falta aire para respirar y a la infanta Elena no la quiero, yo
para casarme quiero amar a mi esposa 3 Elena nunca la amaré, es muy orgullosa, muy imperativa yo
no quiero ser el juguete de una mujer, aunque ésta h-, nacido en las gradas de un trono.
"Pascual se quedó asombrado de la contestación de hijo y se hizo cargo enseguida que
Carlos quería a otra mujer pero ocultó sus sospechas y puso espías a su hijo, los cuales le dijeron a los
pocos días que Carlos amaba a la humilde y sencilla Anita, la hija del guardabosques que se había
criado con él desde pequeñita.
"Pascual al saber que su hijo amaba a una plebeya se enfureció, llamó a Carlos y le dijo:
-"Todo lo sé, la vida de Anita depende de ti, si tú accedes a mi demanda le daré una buena
dote y la casaré con un hombre de su clase, y si tú te obstinas en tu loca pasión, la haré encerrar en un
convento y a ti te enviaré muy lejos de aquí hasta que recobres la razón. Prefiero verte muerto a verte
casado con una mujer indigna de ti.
"Carlos, cuya salud era delicadísima, se sintió herido de muerte ante el mandato de su
padre, pero queriendo ante todo librar a Anita del encierro en un convento, se dio por vencido y le dijo
a su padre: -Dotad a Anita con largueza y yo haré vuestra voluntad.
"El padre cumplió lo prometido, le dio a Anita una gran dote y Carlos, lastimado en lo más
hondo de su corazón, mientras su padre le preparaba un palacio suntuoso, él se sentía desfallecer, y
como deseaba morir, pocos días antes de efectuarse su boda entregaba su alma a Dios, llamando en
sus últimos momentos a su idolatrada Anita, a la compañera de su niñez, la que al morir Carlos entró
en un convento donde murió antes de profesar.
"Pascual le hizo a su hijo un entierro lujosísimo, y entre verlo muerto o casado con Anita, la
humilde hija del pueblo, prefirió la muerte de su heredero antes que deshonrara sus blasones con un
casamiento tan desigual. En Pascual estaba dormido el sentimiento y su hijo, al verse en el Espacio,
puesto de acuerdo con su inolvidable Anita, se propuso volver a la Tierra eligiendo a su padre de ayer
por el esposo de hoy; y ya que Pascual no supo llorar a su hijo, haría el ensayo de despertar su
sentimiento en el momento de ser suya. Pascual no era malo, no era más que vanidoso y orgulloso y
era preciso despertar su sentimiento, para cuya finalidad no hay despertador más potente que el dolor
que sentimos por nuestros afectos más queridos.
"Pascual, al estrechar entre sus brazos el cadáver de su esposa, sintió lo que no había
sentido jamás en sus anteriores existencias; se ha despertado violentamente su sentimiento y ha
llorado con el más inmenso desconsuelo; hombre que se alegró de la muerte de su hijo antes que verle
unido a una plebeya, hoy llora con lágrimas de sangre pérdida de la mujer amada; ha oído el
despertador de todos los tiempos, ha oído la voz del infinito que le llama a juicio y de hoy en adelante
no preferirá los pergaminos a las virtudes . En este triste episodio se ha despertado el sentimiento de
un alma que dormía en medio de sus riquezas terrena y los niños que resultaron heridos habían sido
espías de amores de Carlos y Anita.
"Para todos hay su merecido, puesto que no hay deuda o no se pague ni plazo que no se
cumpla.
"El despertar de un alma es un gran acontecimiento, porque de un Ser sensible se pueden
esperar todas las buenas obras, mientras que de un Espíritu envanecido con sus riquezas no se puede
obtener de él más que la nieve de egoísmo y de su petulancia.
"Suene, pues, el despertador de los siglos, aunque almas lloren al despertar, puesto que el
hombre que no llora no ve a Dios; hay que llorar mucho para ver el arco iris que forman nuestras
lágrimas y en ese arco iris es donde se a Dios.
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
"Adiós".

* * *

Tiene razón el Espíritu: el dolor es el gran despertador la humanidad. Los Espíritus que
duermen son árboles seco para que retoñen hay que regarlos con el llanto del dolor.
JUAN MAÑANA

"Cuando un pensamiento o una impresión os incline a corregir un defecto o el arrebato de


una pasión, ya sea de palabra, obra o trabajo puramente mental, no esperes nunca el mañana para
corregiros, sino al momento, enseguida, porque esperando podréis encontraros en el día de vuestra
transformación, y entonces tendréis que sufrir las consecuencias de vuestra pereza en obrar.
"Muchos piensan y dicen: Cuando vea que se acerca mi hora y note señales de que se
aproxima el final de mi existencia, tomaré una resolución. ¡Mala manera de pensar es ésa! Cada día
tenéis avisos con las impresiones que os hacen sentir los Espíritus, y además, los dolores físicos os
indican que vuestro organismo pierde sus energías y que se os va acercando la ora de rendir cuentas.
"Si aprovecháis estos avisos y sois prontos en obrar bien, en lugar de sostener vuestros
defectos, pagaréis ya de momento una parte de vuestras deudas y vuestras responsabilidades se irán
extinguiendo, con lo que os prepararéis dignamente para esa hora solemne en que se presenta la
muerte.
"Si muchos obraran del modo que os indico, no se encontrarían en situación comprometida
cuando se les cumpla el lazo; pero la generalidad de vosotros pensáis y decís: Aún queda tiempo, y
aunque os atormenten cruelmente los dolores físicos resistís las molestias con valor, valor que
empleado en mejor causa os serviría de gran provecho en vuestra resistencia; procuráis distraeros y
decís... mañana ... mañana taré principio a mi enmienda, hoy es demasiado pronto, y seguís con los
mismos deseos impuros, soñando en goces que os traerán después males sin cuento".

* * *

Esto le dice un Espíritu a un hermano mío en creencias, y en verdad que tiene razón el Ser
de ultratumba; siempre dejamos para mañana el cumplimiento de una obra buena; en cambio nos
apresuramos para pensar mal de nuestro prójimo, para esto ¡qué diligentes somos! ... Sí, nuestra
lengua enmudece a fuerza de amonestaciones y consejos de los Espíritus, quienes tanto se ocupan de
la murmuración, de lo que es nuestro pensamiento. Ése trabaja sin cesar censurando las acciones de
los otros, y ¡cuántas veces motejamos de indolentes y de perezosos a los que nos rodean y nosotros
somos los primeros en dejar para mañana lo que debíamos hacer hoy!...

* * *

"No te canses de escribir sobre ese tema (me dice un Espíritu), todo cuanto se diga
referente a dicho asunto es poco en comparación de los gravísimos perjuicios que proporciona ese
vicio (que hasta parece insignificante) de dejar para mañana el trabajo que debería hacerse hoy. ¿Qué
son unas cuantas horas en el reloj del tiempo? Si dejáis pasar horas y días de manera improductiva
decís bostezando con indiferencia: ¡Si hay tantos días por delante! ... Sí, hay muchos días, pero cada
día tiene su trabajo marcado, y cuando ese trabajo no se ejecuta, comienza el desequilibrio de la vida
de aquel que no lo realiza. Lo sé desgraciadamente por experiencia. Yo he sido víctima de mí mismo;
el mañana ha sido mi condenación (no diré eterna) porque nunca es superior el castigo a la culpa; pero
sí lo bastante prolongada para sui x un lamentable estacionamiento, no solo en una existencia, sino en
varias encarnaciones. Siempre he llegado a toda partes una hora más tarde de lo que debía llegar, y
en e t hora a veces se han desarrollado ¡tantos dramas! ¡Drama, peor aun!, ¡tragedias!
"En mi última existencia fue mi defecto capital la pereza. Hijo único, mis padres me
quisieron tanto que no supieron combatir mi indolencia; temiendo perderme me dejaron crecer sin
corregir mis malas condiciones. Como tenían con qué vivir no se apenaban por pensar en mi porvenir,
el que ellos creían completamente asegurado, por eso llegué a los veinte años sin saber apenas los
primeros rudimentos de la educación elemental. Un hermano de mi padre, capitán de un buque mer-
cante, hombre muy práctico y muy conocedor de la vida, les habló muy claro a mis padres, pintándoles
con los más negros colores mi porvenir. Mi madre, que me adoraba, no dejaba de conocer que yo era
un haragán en toda regla, inútil para todo estudio y para todo trabajo manual, y aunque tarde, trató de
enmendar su yerro entregándome al hermano de mi padre para que éste hiciera de mí un hombre de
provecho.
"Emprendí el primer viaje y cambié bastante en mi modo de ser, viendo en torno mío
hombres excelentes que trabajaban todo el día sumisos y contentos. Mi preceptor se impuso el trabajo
de enseñarme a leer y a escribir correctamente, no cejando en su empeño a pesar de mi nativa
indolencia, la que siempre me impulsaba a dejar para mañana lo que podía hacer hoy con tiempo
sobrado.
"Un año hacía que estaba viajando, cuando estando en Marsella recibí carta de mi madre
diciéndome que inmediatamente me pusiera en camino porque mi padre estaba gravemente enfermo.
Su hermano no pudo dejar el buque en aquellos momentos y yo marché solo encaminándome a la
casa paterna, pero por la mitad del camino quise hacer noche para descansar dejando para mañana la
continuación del viaje. Al día siguiente se rompió una rueda de la silla de posta que debía conducirme
a casa de mis padres, por lo que perdí otro día porque no se me ocurrió buscar otro vehículo, y cuando
llegué al hogar paterno hallé a mi padre de cuerpo presente y a mi madre completamente desesperada
diciéndome con amargura: -Ahora recojo el fruto de mi criminal condescendencia para contigo, de
seguro que no has venido directamente, que te has entretenido por el camino.
"Confesé mi falta, y mi madre me recriminó tan duramente, que por primera vez me
avergoncé de mí mismo. Dejé de viajar por acompañar a mi madre y por manejar el caudal que había
dejado mi padre, pero era tanta mi desidia y mi indolencia, dejando siempre para mañana los asuntos
más urgentes, que mi fortuna comenzó a disminuir de tal modo, por lo que mi madre se alarmó
seriamente. Para ver si despertaba mi actividad concertó mi matrimonio con una joven muy buena que
se enamoró de mí locamente, y yo de ella, pero mi amor no fue bastante para desarraigar mi capital
defecto: seguí siendo tan indolente como antes.
"Tuve que emprender un largo viaje porque el hermano de mi padre me llamó a su lado
para entregarme todos sus ahorros, pues se sentía morir. Mi prometida durante mi ausencia entró en
un convento, jurándome que sería de mí o de Dios. Mi viaje debía durar un año, pero debido a mi
pereza dejé para mañana diversos asuntos, y después de haber cumplido con mi antiguo preceptor, de
cerrarle los ojos y dejarle en la tumba, dejé pasar la salida de un buque y perdí seis meses sin
poderme embarcar por no haber buque que zarpara para mi país, y cuando me encontraba dispuesto
con todos mis asuntos terminados caí ligeramente enfermo y no traté de combatir el mal, por lo que
perdí nuevamente la ocasión de embarcarme.
"Como siempre, me decía a mí mismo: escribiré mañana. Mi madre y mi prometida me
lloraron por muerto, y cuando al fin llegué a mi hogar, sin haber avisado mi llegada, supe por los
criados que mi madre estaba en la iglesia del convento donde había profesado aquel día mi prometida.
Esta infeliz, al enterarse de mi vuelta, se arrojó a la calle desde lo más alto del campanario. No quiso
vivir sin mí, y mi madre se impresionó de tal manera con mi llegada y con la muerte de la pobre monja,
que en pocos días se fue al cementerio, y yo sin perder la razón del todo, me quedé de un modo que
no era útil ni para mí mismo. Mis bienes, entregados a manos extrañas, desaparecieron por completo;
llegué a mendigar mi sustento y muchos, mofándose de mí, me decían: -Vuelva mañana. Pasé hambre
y sed, me encontré sin tener dónde guarecerme; y así viví muchos años en la mayor indigencia, escu-
chando las burlas de los chicuelos que me decían: -¿No comes hoy? Ya comerás mañana.
"Nadie corrió nunca para socorrerme. ¡No lo merecía! ...
"Perdí mi nombre y mi apellido y me pusieron el mote de Juan Mañana.
"Cuando los chiquillos callejeros me veían pasar y gritaban: -¿Dónde vas, Juan Mañana?
Recobraba por un momento la lucidez de mis ideas y sufría mucho recordando mi juventud, en la que
fui tan querido, tan respetado, tan atendido. ¡Y todo era obra mía! Tuve padres amorosísimos, tuve un
preceptor que de muy buena fe quiso hacer de mí un hombre de provecho, tuve una mujer que me
amó tanto que prefirió la muerte a vivir separada de mí, tuve bienes suficientes para disfrutar
moderadamente de todos los goces de la existencia terrena.

"No tuve ningún defecto físico, y si bien en mi niñez no disfruté de robustez, en mi juventud
adquirí el desarrollo necesario para ser lo que ahí llamáis un buen mozo: alto, esbelto, vigoroso; era un
ser simpático, reunía pues todas las condiciones para haber sido relativamente feliz, y fui en cambio
profundamente desgraciado.
"¡Y todo fue obra mía! ... Hasta para morir tuve pereza de al hospital, y me dije: ya irás
mañana, y en el portal de una casa ruinosa donde nos reuníamos varios mendigos todas las noches,
allí exhalé mi último suspiro, permaneciendo junto a mis restos hasta que vinieron los enterradores
que, al llegar al cementerio, me tiraron brutalmente, diciéndose unos a otros: le enterramos mañana,
así le daremos gusto, ya que el pobrete todo lo dejaba para hacerlo mañana.
"¡Cuánto daño me hizo aquella burla tan cruel! ... Gracias e, como a nadie le falta quién le
ame, mis padres fueron los encargados de alejarme del cementerio; allí dejé mi cuerpo insepulto sobre
el que caía copiosa lluvia, como si las nubes compasivas lloraran ante tanta desventura, y cuando me
di cuenta de mi verdadero estado hice firme propósito de enmienda siendo mi trabajo actual correr tras
los indolentes inspirándoles la mayor actividad, asociándome gustoso a todos aquellos que quieren
trabajar en bien de la Humanidad. ¡He perdido tantos siglos!.. .. ¡He derrochado tantos bienes
materiales e intelectuales! ... ¡he sido dueño de tantos tesoros! ... ¿y o para qué? Para ser en mi última
existencia el hazmerreír la plebe y llevar por mote ¡Juan Mañana! ¡Juan Mañana! ¡Que en otro siglo
escribió su nombre con letras de oro en gran libro de la historia! ¡Cómo se desciende cuando se
convierte uno en juguete de sus vicios!... Es verdad que nada he perdido de lo que he ganado, que
mañana cuando vuelva a Tierra seré un trabajador incansable; que haré de la noche día, y me
aprovecharé de mis conocimientos adquiridos para ser a la vez artista y filósofo, historiador y gran
político; todas las manifestaciones del saber humano me parecerán pocas para emplearlas en mi
existencia, y seré un modelo de actividad y de generosas iniciativas.
¡Cuánto me complace soñar en mi mañana! ¡Seré grande e los grandes! ¡Sabio entre los
sabios! ¡Bueno entre los buenos!
Adiós".

* * *

Gran enseñanza encierra la comunicación que acabo recibir, y si yo no fuera avara del
tiempo, si yo no creyera no se debe dejar para mañana lo que podemos hacer hoy la historia de este
Espíritu, mejor dicho, uno de los capítulos de de su historia, me hubiera servido para poner en práctica
una de las virtudes de que nos habla la doctrina cristiana: contra pereza, diligencia.
Si cada día tiene su propio afán, cada día debemos dejar terminado el trabajo que aquel
afán reclama, dejando libres todas las horas del día siguiente, pues ya vendrán nuevos afanes a
apoderarse de ellas.
Hay un antiguo adagio que dice: «guardar de comer y que hacer», y es verdad, porque la
acumulación del trabajo engendra el cansancio y el obrero cansado no hace obras buenas. Para
trabajar con relativa perfección hay que tener fuerzas acumuladas, lucidez en las ideas y agilidad en
los miembros, y esto solo se consigue metodizando el trabajo, dándole al afán de cada día todas las
actividades de que podamos poner, para poder decir al llegar a la noche y entregarnos descanso:
Señor, si el tiempo es oro, yo he sacado hoy de esa mina todos los filones que he podido para
enriquecerme en talento y en virtudes.
EN UN LECHO DE FLORES

Cada uno tiene en este mundo su monomanía, y la mía indudablemente es la de las flores.
Todas me parecen bellas y encantadoras, causándome mayor ilusión los árboles frutales cuando están
floridos que cuando se inclinan sus ramas al peso del fruto. Mis árboles favoritos son los almendros,
que i son los primeros en florecer, y siempre han cautivado de
tal modo mi atención que nunca olvidaré un centenar de almendros que vi en Tarrasa, cubiertas sus
ramas de blancas florecillas. Al año siguiente volví al mismo lugar y al ver que todos los almendros
habían desaparecido sentí un dolor tan agudo en el corazón, como si en aquel punto pensara hallar un
ser querido y éste hubiere hecho un viaje a la eternidad; tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar
amargamente. Todo el año había soñado con aquel oasis, y al encontrar un desierto en vez de un
bosque florido, ¡qué pena tan grande experimenté! Junto a mi casa hay un jardín que tiene muchos
árboles frutales, y cuando éstos están cubiertos de florecillas paso ratos deliciosos contemplando aquel
lecho de flores, pues mirando los árboles floridos desde cierta altura parece completamente una red de
flores sostenida en el aire por hilos invisibles.
Una tarde que miraba fijamente aquel paraíso en miniatura, vi sobre las ramas, cubiertas
de florecillas, que se extendía una 1 ligera bruma; ésta se fue condensando y se formó la
figura esbelta de una mujer blanca, vaporosa, ideal, cubierta con una ancha túnica transparente que
dejaba ver un cuerpo luminoso. Era una mujer preciosa, su espléndida cabellera tan pronto parecía
formada por hilos de oro o era un manto encantador que flotaba, y al flotar aquellos abundantes rizos
parecía que una lluvia de brillantes se desprendía de aquellas hebras luminosas.
Aquella aparición encantadora no se deshizo rápidamente, la vi el tiempo suficiente para
que aquella bellísima figura se quedase fotografiada en mi mente, y la viese tanto de noche como de
día. La he visto en mi sueño lo mismo que despierta.
¡Qué preciosa es...! ¡Su rostro es tan dulce! ¡Tan risueño! No i puedo comprender de
qué materia se compone su organismo, porque todo su Ser se transparenta, lleva dentro de sí una luz
suavísima; bajo su epidermis se ve una claridad que cambia de color tan pronto las delicadas tintas de
la rosa esparcen su color de aurora y los reflejos de un celeste pálido aumentan la bellezaza de aquella
encantadora aparición.
Una noche la vi en mis sueños y observé que llevaba en su diestra muchas cintas de
diversos colores; las cintas, como si las cogieran manos invisibles, se entrelazaron y formaron unas
letras que decían Rosablanca. Me desperté, y una voz dulce murmuró: Rosablanca. Comprendí desde
luego que aquel Espíritu quería comunicarse conmigo y esperé estar en condiciones de reposo para
transmitir lo menos mal posible su inspiración. Así se lo hice presente, y el Espíritu de Rosablanca ha
esperado sin manifestar impaciencia, puesto que los ángeles no pueden impacientarse. ¡Cuánto siento
no poder transmitir al papel lo que Rosablanca me inspira! ¡Ella es toda luz!, y en mí ¡aún hay tanta
sombra!, pero suplirá en parte mi buena voluntad. Rosablanca se sonríe compasivamente, me mira con
fijeza y habla, pero su voz es tan dulce y tan apagada, es un murmullo tan lejano, que apenas resuena
vagamente en mis oídos, que se apodera de mí una languidez especial y dejo correr la pluma sobre el
papel. ¿Correr? No es la palabra. ¿Deslizar? Tampoco es el vocablo, puesto que escribo con gran
lentitud.

* * *
"Amalia: cronista de los pobres, humilde trovador de los desventurados, todo no ha de ser
relatar amarguras, también alguna flor ha de brotar entre tantas espinas. Yo seré esa flor; yo, que sólo
vivo para amar. ¿Te gusta mi nombre? En mi última existencia me llamé Rosablanca, y era mi cuerpo
tan delicado como esas bellas flores de vuestros jardines. Fruto de unos amores que no podían
legitimar vuestras absurdas leyes, por ser mi madre de regia estirpe y mi padre un pobre jardinero.
Este último, obedeciendo las órdenes de mi madre, me colocó en un precioso cesto de mimbre, me
cubrió de flores y me dejó en los jardines del palacio de un magnate cuya esposa era estéril de cuerpo
y de alma. ¡Pobre Eloía! Para despertar su dormido sentimiento descendí yo a la Tierra. Las tintas de
la aurora iluminaban el horizonte, cuando la mujer que debía ser mi madre adoptiva, después de una
noche de insomnio, se levantó febril, calenturienta, y buscando reposo a su fatiga recorría por los
jardines que rodeaban su morada. En un bosque encantador donde las flores más delicadas lo mismo
tapizaban la tierra que se enlazaban a los troncos de los árboles floridos, formando una bóveda
verdaderamente encantadora, rodeado el bosquecillo de un lago cuyas márgenes sombreaban árboles
de eterno verdor, allí se refugió Eloía huyendo de sí misma, y al dejarse caer sobre una concha de
nácar, sus ojos se fijaron en mi pequeña cuna, lanzó un grito y yo exhalé un gemido, y aquella mujer,
hasta entonces desheredada de los goces más puros de la maternidad, que odiaba ferozmente a los
niños por ser ella un árbol sin fruto, se inclinó sobre mi cuna, apartó un impaciencia las flores que me
cubrían y al ver mi cuerpecito, que parecía una burbuja, un copo de blanca espuma, sintió que nunca
había sentido. Al mirarme, le extendí los brazos, con mi llanto y mis gemidos parecía decirle: ¡Ámame!
Ella, dominada por una emoción desconocida, me estrechó contra su seno, y sin saber lo que hacía,
lanzó gritos de asombro, de alegría, de alegría inmensa; llamó a sus servidores y pronto me vi rodeada
de pajes y doncellas. No faltó quien registrara mi cuna, y en ella encontraron un pequeño pergamino en
el cual sabía escrito mi madre: "Rosablanca". Rosablanca me pusieron en la fuente bautismal, y Eloía
no vivió más que para mí. Su esposo me miró con indiferencia, mas nunca se opuso a las
demostraciones de ternura de mi madre adoptiva. Aquella mujer que había odiado a los niños, que
jamás había fijado sus miradas en los mendigos, por complacerme, por verme sonreír disfrutar de mis
tiernas caricias, fundó un asilo para los huérfanos y un hospital para los ancianos, que aún existe y se
sostiene con las rentas de los bienes que Eloía dejó para tan noble fin. Eloía, en otras encarnaciones,
había sido mi rival, me había lecho sufrir persecuciones horribles y habíamos sido lo que se llamaba
enemigos implacables, por tener distintos ideales políticos y religiosos y pertenecer a familias que se
odiaban con ese odio de distintas razas que tantas víctimas ha causado ese planeta. Yo, más
afortunada que Eloía, trabajé con ardor en mi progreso, porque la llama del amor inflamó mi Ser,
amando mucho se progresa mucho. Por eso al ver a mi antiguo enemigo con la envoltura de la mujer
estéril, que en aquel época era una deshonra y motivo más que suficiente para ser arrojada del tálamo
nupcial, al verla tan desgraciada, tan egoísta tan inclinada al mal, dije: ¡Dios mío...!, quiero ir a la Tierra
para comenzar una obra buena, para despertar el sentimiento en un Ser que no ha sabido más que
odiar; y el éxito más feliz coronó mis esfuerzos.
"Eloía me estrechaba en sus brazos, me colmaba de caricias, me miraba embelesada, y al
verme tan hermosa me consideraba como un ser sobrenatural, mucho más cuando durante la noche
me enlazaba a su cuello y le decía:
-"Quiero que seas muy buena, y cuando me vaya de la Tierra quiero presentarme ante
Dios y decirle: «He redimido un, alma, recíbeme en tu gloria». Y yo decía esto dormida. Llegue a
cumplir quince años, mi hermosura era el asombro de cuantos me rodeaban. Eloía a cada día que
pasaba aumentaba su cariño hacia, mí, el amor de la Tierra me ofreció sus homenaje todos me decían
que era muy hermosa, hermosísima, pero ningún hombre atrajo mi atención, porque yo amaba a un
Espíritu al que le debía mi progreso, y con él conversaba en el bosquecillo de flores donde dejaron mi
cuna.
"Aquel era mi lugar favorito, allí veía al amado de mi corazón, con él hablaba, con él
sonreía, con él formaba planes venturosos para el porvenir. Una tarde me fui como de costumbre a mi
lecho de flores, mientras Eloía visitaba enfermos por mandato mío. Me dominó el sueño precursor de la
llegada de mi amado Espíritu, el que me dijo envolviéndome con su manto de luz:
-"Se acabó tu destierro, porque has redimido un alma que
necesita perderte para purificarse por medio del dolor. ¡Ve
amada mía! Deja tu lecho de flores, que en mis brazos otro
lecho encontrarás mejor; deja en el lugar donde apareciste con
tu hermosa envoltura, sobre ella llorará Eloía y su llanto será
bautismo divino que la santificará. Ven, Rosablanca, deja tus
pétalos en la Tierra y con tu esencia embalsamarás el infinito
"Al oír tan dulces palabras sentí un placer inmenso, pero un placer mezclado de dolor, porque el
(sufrimiento que mi separación iba a causar a Eloía turbaba mi dicha celestial; mas mi trabajo estaba
terminado, ni un segundo más podía permanecer en este planeta, y, sin agonía, sin fatiga, sin
sufrimiento alguno me separé de mi envoltura, que dejé en un lecho de flores. Mi cuerpo no tuvo la
menor alteración, en mi rostro se dibujó la más dulce sonrisa, mis ojos abiertos esperaban los besos de
Eloía para cerrarse con la presión de sus labios. Ésta llegó gozosa para contarme lo bien que había
empleado el tiempo; creyó de pronto que el sueño me había rendido al ver que no salía a su encuentro,
me quiso despertar con sus caricias, como de costumbre, y al convencerse que mi sueño era eterno,
su dolor no tuvo límites, y hubiera buscado en la muerte el consuelo a su inmensa pena, si mi Espíritu
no le hubiera dado instrucciones y consejos para ser menos dolorosa' su triste existencia.
"Una tumba monumental guardó mis restos, y durante muchos años, sobre el verde musgo
que rodeaba mi sepultura brotaban flores que formando letras decía al caminante: « ¡Aquí están los
restos de una Rosablanca! ... ». Eloía, sin hacer votos religiosos se convirtió en hermana de caridad,
curó leprosos y apestados, y cuando las fuerzas le faltaban venía a mi tumba y allí escuchaba una voz
que le decía: «Encontrarás a Rosablanca en un lecho de flores, esas flores no quiere Rosablanca que
se marchiten, riégalas con tu llanto, y cuando vuelvas a la Tierra Rosablanca te elegirá por madre y
serán tus brazos un lecho de flores».
"Cumpliré la promesa, Eloía será mi madre cuando podamos unirnos con estos dulces
lazos con que se unen en este mundo los Espíritus y formaremos un hogar bendito que en realidad
será un lecho de flores.
"No te apesadumbre tu impotencia, Amalia; tienes buena voluntad y con ella vas arrojando
la productora semilla que a su tiempo te ofrecerá un lecho de flores".
La comunicación de Rosablanca es para mí de inmensa valía; tienes razón, buen Espíritu,
entre tantas espinas ha brotado una flor; bendita seas Rosablanca; ¡bendita sea tu inspiración!

AMPARO

Hablando hace algún tiempo con el Espíritu que más me guía en mis trabajos, refiriéndose
a las oraciones fúnebres, a las notas necrológicas, me dijo entre otras cosas lo siguiente:

"No deis a los que se van virtudes que no tuvieron; hablad únicamente de las buenas
cualidades que poseían sin aumentar su número ni disminuir la suma de ellas. Hablad sobre terreno
firme, con conocimiento de causa, sobre una sola virtud si más no poseía el aludido, pero no saquéis a
la pública subasta sus debilidades y sus defectos. ¿Para qué? ¿Os hace falta acaso el acíbar de los
crímenes o de los desaciertos? No; desgraciadamente los terrenales sois condenados (con raras ex-
cepciones) a trabajos forzados; lleváis el grillete de la imperfección y la cadena del crimen os enlaza
los unos a los otros como los penados de vuestros presidios, con la sola diferencia de que a aquéllos
les veis la pesada cadena de hierro y vuestra cadena no se ve, pero quizá (y sin quizá) es más fuerte y
más difícil de romper.
"No se hace el plan de un crimen sin encontrar inmediatamente quien lo apoye, quien lo
secunde, quien lo patrocine, quien emplee toda su astucia para orillar dificultades y dejar expedito el
camino que han de seguir los asesinos o los estafadores. En cambio, para hacer una buena obra, para
facilitar la Divulgación de un invento que ha de reportar bienes sin cuento a un pueblo o a una nación,
¡desdichado del inventor! ... ¡Cuántas dificultades! ¡Cuántos obstáculos! ¡Cuántas barreras encuentra
en su escabroso camino! ... ¡Todos se ríen de él! ¡Todos le creen loco!..., y hasta sus más íntimos
amigos, su propia familia, son los que arrojan leña a la hoguera del ridículo, en el que se quiere hundir
a un hombre superior a la generalidad. Y el sabio o el filántropo que ama a sus semejantes con un
amor que está a mayor altura de los conocimientos y de la sensibilidad (de la masa común, es
crucificado moralmente, si la barbarie de sus contemporáneos no consigue destruir su cuerpo para
solaz y satisfacción de la humana 1gratitud.
"Os sobran todavía los asesinos, los envidiosos, los hipócritas, los acaparadores de
riquezas, los usureros sin corazón, los que sólo piensan en sí mismos. ¿A qué aumentar el catálogo de
las viciosidades humanas y ponerlos en relación con los vicios que tuvieron los que ya dejaron la
Tierra? Si los que un día compartieron con vosotros los azares de la vida tuvieron en sus liviandades
un pensamiento delicado, si se conmovieron ante la desnudez de un niño o de un anciano, si tem-
blaron ante la mujer desesperada que vendió su cuerpo para dar pan o sepultura a uno de sus deudos
más queridos, agarraos como se agarra el náufrago a una pequeña tabla, agarraos vosotros a aquella
virtud en capullo y haced que se abra su corola para que su embriagador perfume embalsame el
ambiente y aquella delicada esencia sirva para enseñanza de los terrenales, a la vez que para
consuelo del Espíritu que en medio de sus muchos vicios tuvo una virtud, porque verá que el único
sentimiento que le ennobleció es un astro cuya pálida luz ilumina- suavemente el oscuro sendero de su
eterna vida.
"No os canséis de expandir a los cuatro vientos la fausta nueva de una virtud que quizá
para muchos pasó completamente desapercibida. Por eso, en vuestras secciones necrológicas no
empleéis nunca la hipócrita alabanza para el que no fue digno de ser alabado, pero abrid el libro de su
existencia, examinad todas sus hojas y, como indudablemente encontraréis una hoja orlada de flores,
sobre ella haced vuestros comentarios y no leáis en ninguna otra página, ¿para qué?, de sobra tenéis
volúmenes que sólo cuentan historia terroríficas. Los espiritistas no os convirtáis jamás en
historiadores de crímenes; de este penoso y repugnante trabajo ya se han ocupado, irán número de
sabios. Vosotros debéis hacer otra clase de trabajo, dando a Dios lo que es de Dios y al César lo que
es del César. Dad al silencio y al olvido los desaciertos de vuestros hermanos de cautiverio y no temáis
que no sean castigados por el mal que hicieron. ¡Ay del que enciende la hoguera cara en ella arrojar a
su hermano!, que si nadie la enciende, para arrojarle a él, él mismo buscará las llamas, él mismo pro-
ducirá el incendio y perecerá carbonizado.
"Si el Ser a quien consagráis vuestros recuerdos tuvo una sola virtud, hablad sobre ella
sencillamente; el bien se recomienda por sí mismo, sed vosotros los historiadores de las buenas obras,
ya que os sobran historiadores de crueles tiranos y de pueblos brutalmente oprimidos".

* * *

Siguiendo los bonísimos consejos del Espíritu del padre Germán, voy a consagrar unas
cuantas líneas a una mujer que yo he admirado en silencio hace muchos años. Pasé en su agradable
compañía cuatro meses y nunca he podido olvidar a mi hermana en creencias, porque Amparo se
hacía querer y admirar de todos.
Pertenecía a la clase media, se casó por amor, cuando la vistieron de largo dejó las
muñecas para ceñir a su frente la simbólica corona de azahar y envolverse con su manta de virgen.
Amparo era casi una niña cuando su primer hijo se abrazó a su cuello y le dijo: -¡Madre mía!
Yo la conocí a veinte años después de su casamiento y nunca he visto en ninguna mujer el
perfecto equilibrio que guardaban en Amparo su maternal ternura y su amor conyugal.
Por regla general, en el corazón de la mujer casada no ocupan el mismo lugar el amor
inmenso que da a sus hijos y el amor apasionado que prodiga a su marido; y las mujeres que quieren
ser francas suelen decir en el seno de la más íntima confianza: -¡Mis hijos ante todo!, dice una. -¡Mi
marido es mi vida!, dice otra, sin él, poco me importa morirme... -Pero, ¿y tus hijos?, le preguntan: -Ya
están criados, Dios no les hará faltar nada. Sólo en Amparo he visto equilibrados los dos amores, el
conyugal y el maternal.
Su Pepe, como ella le decía, siempre estaba fuera de su hogar, era comisionista y la
mayor parte del año viajaba. Había que verla los días que esperaba carta de su marido; lloviera o
venteara, esperaba al cartero en el balcón, como la niña enamorada que espera la primera carta de
amor.
¡Qué angustias! ¡Qué inquietudes! ... ¡Qué zozobras si el cartero se retrasaba o no venía!
¡Qué horribles presentimientos asaltaban la mente calenturienta de Amparo! Ya en su imaginación
enferma veía a su Pepe rodando por los despeñaderos, no quedando de su cuerpo ni un miembro
sano, ora envuelto en torbellinos de nieve o asesinado en medio de las montañas, y lloraba
silenciosamente con el mayor desconsuelo la imaginaria muerte de su marido, y en medio de aquella
angustia llegaban sus hijos del colegio, preguntando: -¿Qué dice papá?, y Amparo contestaba,
afectando la mayor tranquilidad: -No ha venido el cartero, es que yo equivoqué la fecha; hasta mañana
o pasado no habrá carta, y así ahuyentaba de la mente de sus hijos todo temor y recelo, y lo mismo
cuando era dichosa como cuando temblaba ante sus terribles visiones. Siempre que se iban sus hijos
al colegio salía al balcón y los despedía con sus amorosas miradas, hasta que los niños daban la
vuelta en una lejana esquina. No podía pedirse más ternura para sus hijos, más tiernos cuidados, más
solícitos desvelos ni más amor para su marido; no se podía pedir más a una mujer de la Tierra.
Hablando con ella aprendí mucho más; en nadie he visto equilibradas tan admirablemente la economía
y la prodigalidad. Amparo economizaba en gastos superfluos para acostumbrar a sus hijos a ser
generosos y a que miraran en los pobres sus hermanos menores. Iban varios pordioseros a recoger
limosnas a su casa y en particular niños, y Amparo les decía a sus hijos: -No os contentéis con darles
la mitad de vuestra merienda y algún juguete roto, invitadles a jugar con vosotros, ¡pobrecitos!, ¿no
veis que cara tan contenta ponen cuando los tratáis con cariño?

Recuerdo una tarde que yendo de paseo encontramos a un pequeñuelo que diariamente
iba a la casa de Amparo. El chicuelo, acostumbrado a jugar con el niño más pequeño, se acercó
familiarmente a su compañero de juego y le dio un golpecito en el hombro; el otro, que iba con su traje
nuevo, le miró desdeñosamente. Amparo lo notó y no dijo nada entonces, pero al volver a casa, al
desnudar a su hijo, le dijo sencillamente:

-Pepe, no te pondrás más este traje.

-¿Por qué?, preguntó el niño con enojo.

-Porque te hace ser malo; ya he visto con el desprecio que has mirado al pobre chicuelo
con quien juegas todos los días cuando estás en casa; luego tú no eres el malo, es el traje el que te
hace orgulloso, y yo no quiero que mis hijos desprecien a los pobres.

De esta manera educaba a sus hijos, sin enojosos sermones, sin riñas violentas, al
contrario, era la compañera inseparable de sus hijos. Con ellos salía diariamente para que éstos disfru-
taran un rato de asueto, hacía agradable la vida de cuantos la rodeaban, porque hay personas muy
buenas que sólo son buenas para su familia, pero Amparo lo era para todo el mundo: tenía una gracia
especial para consolar a los desgraciados y era tan modesta, tan sencilla y tan enemiga de llamar la
atención en ninguna parte, que hacía el bien por el bien mismo. Cuando me separé de ella sentí un
dolor sin nombre, sentí frío en el alma, mucho frío, mi Espíritu presentía que no volvería a encontrar en
la Tierra otra mujer como Amparo; y en realidad, mis presentimientos fueron fundados... ¿Y cómo no
habían de serlo? Este mundo no es lugar de Seres perfectos y no podía yo, pobre penado de este
planeta, estar en relación con Seres como Amparo: la conocí como gracia especial, quizá porque en
aquella época necesitaba mi Espíritu estar muy cerca de la luz... ¡tanta sombra me envolvía! ... ¡tantas
penas me atormentaban! ... ¡tan sola me encontraba en la Tierra! Amparo hizo cuanto pudo por
retenerme a su lado, tuvo para mí las dulzuras de la madre, la benevolencia de la hermana, la
dulcísima compasión de la verdadera amistad, pero yo me alejé de ella convencida que mi Espíritu aún
no era digno de vivir al lado de Amparo.

* * *

Han pasado muchos años; siempre he procurado saber qué hacía Amparo y hace algún
tiempo que supe con profunda pena que era ¡inmensamente desgraciada!

Su Pepe, aquel hombre que ella tanto había amado, que después de veinte años de
casada esperaba sus cartas con el delirio de la mujer enamorada, el compañero de sus sueños, de sus
ilusiones, al que ella rendía en su mente verdadera adoración y hacía que sus hijos vieran en su padre
al hombre más perfecto de la Tierra, pues bien, aquel hombre tan amado, despreciando el inmenso
amor de su esposa, se entregó a los fáciles amores y mató moralmente a la madre de sus hijos.

¡Pobre Amparo, cuánto habrá sufrido!... ¡cuán inmenso habrá sido su desconsuelo! ... ¡qué
deuda tan terrible habrá tenido que pagar en esta existencia! Quizá su Espíritu esperó a tener grandes
virtudes para resistir heroicamente prueba tan terrible, porque del modo que Amparo quería a su
marido, al convencerse de su infidelidad, habrá necesitado de una fuerza moral desconocida en este
mundo para no matar al infiel o morir violentamente; porque la muerte era sin duda preferible al
abandono de aquel hombre tan amado.... ¡Qué energías habrá tenido que desplegar para no morir de
pena!... Al fin ha muerto en brazos de sus hijos. Si Amparo pidió en esta existencia el saldo de una
cuenta terrible, ¡qué contenta estará de sí misma! ¡Qué bien ha cumplido con todos sus deberes! Es la
mujer en la cual he visto reunidas más virtudes. Si no hubiera más que una existencia habría que
volverse loco al ver tanta injusticia en los premios y castigos de este mundo; pero no, el mismo
desnivel que se observa en los acontecimientos humanos demuestra que una existencia es una hoja
desprendida del libro de la vida, en la cual no hay ni el prólogo ni el epílogo de la historia del Espíritu:
es un capítulo nada más, en el que se desarrollan una cuantas acciones más o menos interesantes.

¡Amparo! No por curiosidad, no por deseo pueril de saber algo de tu historia, te pido que
cuando te sea posible me inspires o inspires a nuestro Espíritu guía para que éste me diga la deuda
que has pagado en tu última existencia. Merecen saberse y estudiarse esos grandes dolores, esas
cuentas pendientes desde la noche de los siglos.
Merecías por tus virtudes ser amada de todos, porque eran muy buenas, y buena dentro
de tu hogar luchando con mil penalidades, y buena para tus amigos y generosa para los desven-
turados; tú leías en el alma de los que sufrían y dabas la medicina de tu cariño con un tacto, con un
esmero, con un cuidado verdaderamente maternal, y tú... ¡has tenido que sufrir el dolor que más podía
herirte! ... ¡tantas heridas como has cicatrizado con tu ternura, tuviste que recibir el dardo empon-
zoñado del desprecio, del abandono de aquel que fue para ti tu Dios!, ¡tu religión!

¡Oh, Amparo! ¡Habla! Sí, habla, sé tan útil desde el Espacio como lo fuiste en la Tierra. Es
preciso hacer comprender por qué se llora cuando menos se espera, y cuando al parecer menos se
merece el infortunio.

Han pasado muchos años y no te he olvidado, demuéstrame que mi recuerdo tampoco se


ha borrado en tu mente.

Reanudemos nuestra amistad de ayer, estoy muy lejos de ser tan buena como tú, pero mi
Espíritu, ávido de progreso, y más valiente que ayer y pide tu concurso para su trabajo.

Amparo; acércate a mí, te necesito. Si en la Tierra me querías debes quererme más en el


Espacio, yo así lo creo y que al despertar me dirás: -Amalia, escucha; yo prestare atento oído y una
nueva historia haré saber a la mujeres que sufren y lloran en este mundo. Amparo, te espero,
¡despierta! ¡despierta y habla!, ¡hace tanto tiempo que no hablo contigo! ...
¡TODO TIENE SU CAUSA!

Una de las catástrofes que más nos impresionan son los incendios. Dos veces en nuestra
vida nos hemos visto amenazados por el fuego y una vez por el agua, en una de las muchas
inundaciones que ha sufrido Sevilla; y nos horrorizó mucho más el fuego que el agua, y eso que ésta
subía sin descanso, convirtiendo el patio de nuestra casa en un anchuroso estanque donde nadaban
los muebles de las habitaciones bajas, produciendo en nuestro ánimo un efecto tan doloroso aquella
agua negruzca, que si hubiera sido sangre no nos hubiese causado más espanto. Pero en medio de
todo, nuestro dolor era tranquilo, nos dejaba completamente libre el pensamiento; nuestro ser
languidecía y pensábamos en una muerte cercana sin aturdimiento, parecía que nos preparábamos a
un sacrificio forzoso, veíamos el cumplimiento de una ley fatal, y decíamos, como los mahometanos:
¡Estaba escrito! Cuando nos vimos libres de aquel peligro miramos sin horror el lugar donde habíamos
estado expuestos a morir... Pero cuando en Madrid, estando una noche entregados al sueño, oímos
voces atronadoras que gritaban ¡fuego!, la emoción que experimentamos no encontramos frases para
describirla; creemos que si tuviéramos que subir al patíbulo no podríamos sufrir más.
Cuando nos asomamos al balcón y vimos la ancha calle llena de carros que conducían las
bombas, soldados, bomberos, una muchedumbre inmensa que todos gritaban a la vez, nos sobre-
cogimos de tal modo que a pesar de no ser el incendio en nuestra morada, y de separarnos una calle
de la casa presa de las llamas, éstas nos parecía que envolvían nuestro Ser. Veíamos que estaban
lejos y, sin embargo, su terrible calor nos quemaba las entrañas; por ello, durante mucho tiempo, hasta
cuando alguien encendía un fósforo, sentíamos una emoción olorosísima que tratábamos de ocultar,
porque la hubieran calificado de niñería, pero nuestra impresionabilidad era más fuerte que todos
nuestros razonamientos, y ahora comprendemos perfectamente que quizá entonces pagamos alguna
deuda, porque sin quererle sufríamos extraordinariamente.
Dadas estas ligeras explicaciones, no extrañarán nuestros lectores que siempre que
leemos el relato de algún incendio todo nuestro Ser se conmueve y sintamos profundísima compasión,
tanto por los que mueren quemados como por las familia., de las víctimas que deberán guardar un
recuerdo terrible de esas muertes violentas que despedazan y trituran el cuerpo, impresionando tan
hondamente al Espíritu, pues según nos han asegurado algunos Seres de ultratumba, los que dejan
su envoltura en medio de las llamas queda su periespíritu en un estado tan sensitivo que durante
mucho tiempo, a pesar de que sus cenizas han desaparecido de la Tierra, para ellos existe la llama
devoradora que ha consumido su envoltura material; tan agudo es el dolor que experimentan los que
mueren carbonizados. Pero también nos han dicho, y esto nos consuela, y lo encontramos muy lógico,
que muchas veces el Espíritu en uso de su libre albedrío, aunque tenga una deuda terrible que pagar,
no salda su cuenta hasta que se ha creado un número de afectos suficientes para que éstos le presten
consuelo en medio de su agonía, para que al morir no se encuentre solo luchando con sus terribles
dolores, sino que Seres amigos procuren alejarle del lugar de su tormento. Y como que este consuelo
es legítimamente ganado, puesto que es la consecuencia, resultado de sus buenas obras, de sus
sacrificios, dé su abnegación, ésta rebaja su pena. Es natural, paga estrictamente lo que debe, pero no
se aumenta su sufrimiento porque le sucede lo que acontece en la Tierra a dos que se arruinan: uno,
por ejemplo, pierde su fortuna y trata, por medio de su trabajo, no de recuperar sus riquezas, pero sí de
no vivir en la miseria, y acallando necios orgullos e insensatas vanidades no se avergüenza de ejecutar
los trabajos más humildes ni de ir a servir a un amo, habiendo él tenido numerosa servidumbre, y
aunque no vive bien, al menos no sufre ni el hambre ni el frío ni la sed, y al cabo de algunos años casi
llega a vivir en una melancólica tranquilidad; vive pobre pero no desesperado. En cambio, el que se
arruina y se desespera y juega el todo por el todo mezclándose en negocios ilícitos, entregándose al
fraude y a toda suerte de desaciertos, al fin llega un momento que le falta tierra para sostenerse y,
apoyando una pistola en su sien, muere maldiciendo una existencia que no le ha proporcionado más
que dolores. Pues lo mismo exactamente le sucede a dos Espíritus que hayan cometido un crimen: si
el uno se reconoce culpable y trata de enmendarse pidiendo encarnaciones para ejercer el bien, cuan-
do le llega la hora de sufrir el dolor que a otro hizo sentir, su tormento no será más que momentáneo,
porque los Espíritus que le deben un beneficio acudirán a alentarle y a consolarle; en cambio, el
Espíritu rebelde que tras de su crimen aumente guarismos a su cuenta cometiendo nuevos desmanes,
cuando le llegue la hora de pagar ojo por ojo y diente por diente se encontrará solo en medio del
naufragio sin tener una tabla donde asirse, porque lo que no se gana no se obtiene; y si tiene que sufrir
el martirio del fuego, creerá en su desesperación que el infierno de las religiones positivas es una
realidad, puesto que él siente todas las torturas que la tradición religiosa asegura que existe en el
Averno. Así es que, cuando en un incendio mueren algunos o muchos desgraciados, como sucede
cuando se quema un teatro lleno de espectadores, nuestro pensamiento no se fija únicamente en el
momento terrible que las llamas y la confusión y la impaciencia proporciona la muerte a centenares de
individuos; lo que más nos horroriza es el mañana de aquellos infortunados, porque como no sabemos
a qué altura moral se encontraban, no podemos calcular el alivio que pueden hallar en los Seres de
ultratumba.
Últimamente los periódicos trajeron la descripción de un incendio ocurrido en Granada. La
"Gaceta de Cataluña", del 9 de febrero, decía así:
"Había sido el jueves un día de mucho trabajo en casa de D. Juan Granizo, honrado
comerciante de ultramarinos de la calle de San Matías. A las diez de la noche terminaron la salazón de
las carnes de cerdo y el matrimonio y sus ochos hijos, cuatro mujeres y cuatro varones, descansaban
al amor de la lumbre en una camilla. A las doce, a instancias del padre, se acostaron los muchachos.
-"Vamos a caer en la cama como piedra en un pozo -dijo la de catorce años, que estaba
muy cansada.
"Eran las dos o las tres de la madrugada cuando notó el sereno un resplandor dentro del
almacén, llamó y no le contestaron. Todos los de la casa estaban profundamente dormidos.
"Poco después delataba el humo el incremento del fuego Más tarde se oyó una terrible
explosión y por los resquicios de la puerta asomaban grandes llamaradas por lo que hubo que echarla
abajo.
"Al despertar Granizo ya no se podía salir por la puerta Llamó a su mujer, tomaron los dos
a un niño de pecho y subieron a la azotea, donde se les reunieron también los d varones mayores,
salvándose todos por la azotea de la casa i mediata en camisa y aterrorizados. La madre,
especialmente llegó a un estado gravísimo producido por el terror y una fuerte hemorragia, llorando a
gritos por sus hijos.
"El padre no podía hablar; ninguno podía darse cuenta i todo lo' horrible y espantoso de
aquella realidad.
"Corrió la voz en la calle de que había en la casa todavía cinco criaturas, cuando los
zapadores y los artilleros combatí; el fuego que amenazaba las casas contiguas. Unos cuantos de
aquéllos habían trepado para salvar a los niños, pero una explosión horrorosa les obligó a arrojarse
por los balcones, resultando contusos o heridos tres o cuatro bomberos, un soldado y un dependiente
de la fonda de Simaneas.
"Pasada un tanto la confusión, llegaron dos hombres después de romper un tabique a la
pieza contigua al dormitorio y hallaron el cadáver carbonizado de Angustias, la joven de catorce años
que, huyendo de la muerte, subió sobre un estante.
¡Entonces ya amanecía! El fuego se propagó a la fonda de Simaneas de la que
desalojaron a todos los huéspedes con pudieron, llegando a quemar las llamas la puerta de una casa
de enfrente.
"En esto se hundieron los pisos principal y segundo de casa de Granizo y se perdió la
esperanza de salvar a las otras cuatro criaturas, cuyos cadáveres destrozados y hechos carbón
fueron hallados más tarde. El de Encarnación, de diecisiete años, tenía en sus brazos a su hermanito
de siete. Al cadáver de Carmen, niña de once años, le faltaba una mano y la cabeza. Todos ellos,
menos el de la primera, tenían las piernas separadas del tronco.
"Las pérdidas de la casa fueron cuantiosas, pues nada pudo salvarse. La fonda también
ardió toda, excepto los muebles. En ésta devoró el fuego la biblioteca del hijo del dueño, que era muy
numerosa; la librería y las ediciones de tres obras importantes del catedrático de geografía de aquella
universidad, señor Artero, así como los originales de su Historia de Oriente Roma», fruto de largos
desvelos, y otros mil documentos.
"En casa del señor Godoy se perdieron también los borradores de una obra de medicina
que llevaba cinco años de trabajo, muchas fanegas de trigo, bastante aceite y otras mil cosas; in contar
las obras y documentos, se calculan las pérdidas en 60.000 duros.
"Este desgraciado siniestro dio por resultado las cinco criaturas muertas, ocho heridos y
contusos, pues lo fueron dos zapadores más, un padre y una madre enfermos, y lo que es peor, de la
razón. Cuando les dieron noticia de la atroz desgracia, ni siquiera entendían lo que se les hablaba. El
novio de una de las jóvenes muertas cayó enfermo al saber la terrible noticia.
"Creen que la causa del fuego debió ser el incendio de unas cajas de fósforos que por
olvido no guardó el dueño de la tienda en su caja de hojalata".

* * *

`Esta relación nos impresionó dolorosamente, pensando en los padres de las víctimas, que
sin duda creerán que son juguetes de una terrible pesadilla. ¡Perder cinco hijos en breves segundos!
Entre ellos tres flores hermosas en lo más risueño de la da. ¡Encarnación, de diecisiete años! ...
¡Cuando quizás ya estaba preparando sus galas de desposada! ¡Angustias, de catorce abriles, niña
que ya soñaba con perder sus alas de ángel para convertirse en mujer! ¡Y Carmen, de once inviernos,
que tal vez al dormirse pensó en sus muñecas! ¡Qué horrible despertar! cuando más embebidos
estábamos en nuestras reflexiones, el espíritu que nos guía en nuestros trabajos literarios nos dijo así:
"No te ocupes solamente de lamentar el hecho, es necesario que escribas algo sobre tan
triste suceso. ¿Sabes por qué? Porque los padres de las víctimas necesitan consuelo, y es indispen-
sable despertar su atención sobre la comunicación ultraterrena para que se relacionen con los Seres
que creen perdidos para siempre.
"Los Espíritus que dejaron en las llamas su envoltura se encuentran en muy buen estado,
porque ya tenían hecho un gran progreso; han esperado para saldar su terrible cuenta algunos siglos,
en los cuales han trabajado sin descanso, y se han creado grandes simpatías espirituales que ahora
les han servido de inmenso alivio, puesto que no han tenido que sufrir más que aquellos dolores que
imprescindiblemente tenían que experimentar, dado que en otros tiempos estos Espíritus se
complacieron en ver quemar a sus semejantes. Y no te quede la menor duda que esos terribles
siniestros que tanto os afectan, esos incendios espantosos en los cuales se verifica la inmigración de
centenares y hasta millares de Espíritus, no son otra cosa (tenedlo bien entendido) que expiaciones,
saldos de cuentas atrasadas, pagarés vencidos que no tenéis más remedio que pagarlos. Podréis ser
muy buenos, podréis ser verdadero adalides del progreso, pero si antes de poseer tantas virtudes o
habéis complacido en el daño ajeno y habéis hecho padecer a otros, tenéis que sentir sus mismas
angustias; porque así como nos recompensan por un buen deseo en favor de otro, del mismo modo la
justa ley de las compensaciones nos devuelven gemido por gemido, tortura por tortura, dolor por dolor.
"Cuando la Inquisición levantó en Sevilla su terrible tribunal, los Espíritus que han dejado
su cuerpo en el incendio d Granada estaban entonces en Sevilla. Sé muy bien toda su historia porque
lazos íntimos me unen a ellos. En aquella época eran mujeres de la más alta nobleza de Andalucía que
batieron palmas cuando vieron arder los primeros haces de leña cuyas llamas debían devorar a los
infieles. Con sus ropas sus corazas se adelantaban hacia la hoguera, ellas agitaron pañuelos,
vitorearon a los verdugos y proporcionaron mucha víctimas al Santo Oficio, ¡hasta de su misma
familia!, llevada de su celo religioso, y además, queriendo borrar con la muerte las huellas de sus
desaciertos, se atuvieron al erróneo adagio de que hombre muerto no habla.
"Cuántos crímenes se hubiera ahorrado la humanidad si hubiera comprendido que tras la
tumba no termina la vida y que las muertes violentas no dan otro resultado que adquirir enormes
responsabilidades al que las causa, atrayendo sobre sí odios implacables poco menos que
imperecederos.
`Los Espíritus a que me refiero, tengo la íntima satisfacción de haber trabajado mucho en
su adelanto, siéndome más fácil la victoria por no ser ellos de gran perversidad.

Hay Espíritus que cuando cometen crímenes lo hacen has veces dominados por las
circunstancias o subyugados las religiones que tanto han imperado en la humanidad, las que a tan
hondos abismos los han conducido.
Estos Espíritus que hoy son tan llorados por sus deudos y amigos, en la actualidad
merecen todo el sentimiento que despertado, porque poseen grandes virtudes y aman en-
trañablemente a la familia que han dejado en la Tierra, por que desean comunicarse con ella para
calmar su duelo. Por esto yo, valiéndome de ti, le digo a esos padres sin consuelo : ¡Pobres almas
heridas! ¡Escuchadme! No es tan triste, no es tan horrible vuestra situación actual. De aquellas jóvenes
hermosas, de aquellas lozanas flores que embelesaban vuestra vida no se ha perdido su embriagador
perfume; sus cuerpos han sido carbonizados, triturados, pero su posición y periespíritu, envoltura
mucho menos grosera que su cuerpo material, ésa existe envolviendo al Espíritu, o más bien
asimilándose a él, uniéndose a su irradiación, ostentando su esplendida hermosura sin haber perdido
ninguno de sus encantos; antes bien, se han aumentado, porque el cuerpo material por hermoso que
sea, nunca tiene la belleza celeste del kitu, por tener el primero mayor densidad. La belleza espiritual
no podéis comprenderla, sin embargo la presentís, dándole a vuestros santos refulgentes aureolas.
Pues bien, esa luz que vosotros os imagináis, es un débil reflejo de la esfera luminosa que rodea a los
Espíritus que se han engrandecido por su amor inmenso, no desperdiciando oportunidades para ser
útiles a la humanidad.
¡Pobres almas heridas! Vuestra razón flaquea, y no es extraño, porque al parecer habéis
sufrido una pérdida irreparable pero creedme, vuestro dolor puede encontrar un gran lenitivo si
estudiáis las obras espiritistas y tratáis de poneros en comunicación con vuestras hijas que ansían
comunicarse con vosotros para consolaros, alentaros y fortificaros. Pocas familias se encontrarán en
la Tierra en las condiciones especiales que estáis vosotros, porque no todos los que se van están en
disposición de comunicarse, ni todos los que se quedan son tan amados como sois vosotros. En esta
ocasión se reúnen muchas circunstancias, todas favorables para quitaros parte de vuestra pena,
puesto que si queréis podréis comunicaros con vuestras hijas que hoy deploran vuestro desconsuelo y
os acarician y murmuran a vuestro oído: ¡Despertad! ¿No nos veis? ¿No nos sentís?
-"¡Despertad! ¿No nos veis? ¿No nos sentís?
"¡Pobres almas heridas! Por más que os parezca imposible, ¡los muertos viven! ¡Los
muertos están con vosotros! Las llamas todo lo consumen menos al Espíritu y al periespíritu que le
sirve al alma para manifestarse en el Espacio, como le sirve el cuerpo para manifestarse en la Tierra.
"En las tinieblas del dolor estáis sumidos, pero la aurora del mañana iluminará vuestros
horizontes. ¡Abrid los ojos mirad! ¡Prestad atención y oíd! Y yo os prometo que si estáis muertos en la
desesperación, resucitaréis en la esperanza.
"¡Nada hay imposible! Lo que os parezca que está fue de las leyes naturales, realmente no
lo está; únicamente lo que sucede es que vosotros ignoráis el plan y el método de es leyes, que son
muchas en la Naturaleza que se escapan a vuestra penetración, pero que no por eso dejan de ser fijas
inmutables.
"Amalia: trabajemos en bien de esos Espíritus enfermos que hoy lloran en la ciudad de
Granada, tierra de flores, cuyo suelo ha sido fecundizado con sangre y lágrimas.
"¡Qué expiaciones tan horribles hay en ese planeta! Pero no lo dudéis, todas son
merecidas. A vosotros se os resiste creerlo así, mas no por esto deja todo de tener su causa.
"Recuerdo que la última vez que estuve en la Tierra escribí largamente grandes volúmenes
que encerraban mi pensamiento, el que, para mí, constituía un tesoro, y cuan más satisfecho estaba yo
del fruto de mis asiduas tareas, s saberse la causa, se prendió fuego a mi biblioteca, y en m nos de
sesenta segundos quedó reducido a cenizas el traba y los desvelos de toda mi vida. Mucho sentí aquel
percance pero sentí más aún lo que tal vez habría yo hecho sufrir otro; pues yo tenía clara intuición
que había vivido ayer. Y conforme dejé la Tierra y me di cuenta que existía, cuando mi razón dominó
mi nuevo estado, vi mis existencias pasadas, y enseguida encontré la causa de la destrucción de mi
trabajo, dado que «el que a hierro mata a hierro muere>>. Yo había arrojado al fuego mil y mil
volúmenes, fruto de largas vigilias soportadas valerosamente por centenares de sabios; yo, en
destrucción de la primera biblioteca que se fundó en Alejandría por Ptolomeo Soter, tomé una parte
muy activa, y en mis encarnaciones también seguí destruyendo los frutos sazonados del humano
entendimiento. En muchas existencias, cuando he sido más razonable, me he consagrado a escribir,
pero nunca mis obras han salido a la luz, siempre el fuego se ha encargado de destruirlas: «quien tal
hizo, que tal pague'. El que gozó en la destrucción de lo más grande que en la Tierra, que es una
buena biblioteca, no merece perpetuar sus pensamientos, éstos deben perderse, como se perdieron
las huellas del hombre en la arena.
"Trabaja, Amalia; no descanses ni un segundo en propagar el espiritismo, porque esa
filosofía será la redención de la humanidad. ¿Sabes por qué? Porque evitarás grandes abusos, actos
punibles de los cuales hoy sufrís las consecuencias, porque vivís muy mal los terrenales. El fraude os
seduce, la hipocresía os halaga, vuestras costumbres dejan mucho que desear y hora es ya que
comencéis a regeneraros. ¿No os fatiga vivir en la sombra? ¿No os entristece ver a vuestros genios
que por una parte llegan al cielo de la sabiduría y por otra descienden hasta perderse en el abismo de
la crápula? "La verdadera vida es más armónica, más apacible. Vuestros días sin calma y vuestras
noches sin sueño son el resultado vuestros anteriores desaciertos, ¡no lo dudéis!, pues la vida para
altos fines nos fue dada.
"Mirando la hermosura de la Naturaleza, la belleza y perfección de todas sus especies,
¿no os angustia mirar al hombre que siempre tiene en desacuerdo las manifestaciones de su
inteligencia con las demostraciones de su sentimiento?
¡Estudiad! ¡Inquirid! ¡Preguntad! No perdáis las horas vanos pasatiempos, empleadlas en
un trabajo útil y os taréis innumerables sufrimientos. ¡Si vierais de qué distinta manera se vive cuando
se camina entre abrojos a cuando se ven más que flores! ...
"Todos los penados sueñan con el indulto que llegue para inorar su pena; vosotros, ¿no
soñáis con una vida mejor?».

* * *

Sí que soñamos, buen Espíritu, y estamos agradecidísimos a la Providencia porque nos


permite comunicarnos contigo y con otros Espíritus, dándonos facilidad para recibir vuestros
pensamientos con los cuales enlazamos nuestras ideas, tal como se enlaza la humilde hiedra al árbol
gigante.
¡Cuán consoladora es la comunicación de ultratumba! Felices nosotros que cuando el
infortunio nos hiere podemos decir con íntima convicción: ¡Todo tiene su causa! ¡Procuremos ser
buenos y seremos felices!
¡Quiera Dios que estas líneas que hoy trazamos por consejo y por inspiración de un
Espíritu atraigan la atención de la infortunada familia que vive al pie de la Alambra dudando de Dios y
de su eterna justicia!
Ha sido herida en los Seres más amados de su corazón Sólo el Espiritismo podrá calmar
su duelo, sólo la comunicación de esos Espíritus que dejaron este mundo sufriendo el dolor de los
dolores podrá hacerlos sonreír y bendecir la grandeza de Dios, diciendo con inmenso júbilo:
¡La muerte no existe! ¡La vida irradia en el infinito! ¡Que hermoso es el porvenir de la
humanidad! ¡Loado sea Dio!

`
EL AHORRO

En un periódico de Granada leímos un artículo titulado lo que puede el ahorro", en el cual


el distinguido e incógnito escritor, después de hacer muy buenas consideraciones sobre lo
conveniente que es la economía, refiere un hecho que da gran enseñanza, y esto nos induce a
transcribirle a continuación:
"Hace unos diecisiete años, un fabricante de Barcelona la un obrero muy hábil, por consiguiente, de los
de más al, pero muy aficionado al vino, tanto que solía emborracharse sin que hubiere medio para
corregirle. El fabricante le despidió muchas veces, pero no tardaba en volver a recibirle en interés de
su fábrica. Sin embargo, el vino llegó a pintar de tal manera al desdichado obrero que se juzgó casi
imposible conservarle en los talleres, por más que fuera grande su habilidad. El hombre, en un
momento lúcido, comprendiendo la razón que asistía al dueño de la fábrica, fue a suplicarle, pero el
dueño solamente consintió en recibirle mediante un salario muy reducido.
-“De este modo, le dijo, no tendrás dinero para ir a la taberna, puesto que lo que te señalo
de salario apenas te dará para comer.
“El obrero, que fuera de aquel funesto vicio era bueno, consintió, persuadido de lo mucho
que le convenía curarse de `tan abominable costumbre.
“Durante unos meses nada hubo que reprocharle, cumplió su promesa. Pero pasado
aquel tiempo, volvió a la taberna, y aunque al principio se excusaba de beber, al fin sucumbió lamente
al vicio y volvió a emborracharse. El fabricante le llamó, y presentándole una libreta de la Caja de
Ahorros en la que constaba el importe de noventa duros, le dijo:
1
-"José, esta libreta a nombre mío representa lo que dejado de pagarte de tu jornal a fin de
corregirte del vicio del vino. Veo que otra vez vuelves a entregarte a ese vicio faltando a tus promesas
y propósitos, y yo no quiero que esté en mi casa quien manifiesta tan flaca voluntad para cumplir lo que
promete. Pero este dinero es tuyo, voy a poner el endoso a tu nombre y tú harás de tu dinero lo que
quieras.
"El obrero quedó asombrado y confundido al saber que era dueño de una suma de
noventa duros. La posición imprevista de semejante capital fue para él un efecto higiénico, prodigioso.
--"¡No, no, exclamó, guarde usted esos noventa duros como míos y bendito sea usted! ¡Ahí
es nada! ¡Noventa duros! Guárdelos usted para mí y siga guardando hasta que yo me establezca y los
necesite. Ahora sí que puedo pensar en casarme un día y tener mi casita y mis hijitos. Cumplió su
palabra el obrero y hoy es dueño de una fábrica en Cataluña, cuyos productos son buscados con
empeño en el mercado y premiados en todas las exposiciones.
"El capital formado lentamente a fuerza de trabajo ha si para él la base de su
independencia, de su salud y de su felicidad. ¿De qué le hubiera servido gastarlo en la taberna?

* * *

Le hubiera servido para hundirse en el lodo de la ni completa degradación, porque la


embriaguez es uno de 1 vicios que más embrutecen y rebajan al hombre.
Siempre hemos creído que el ahorro nos es tan necesario como el aire que respiramos, y
aunque algunos aseguran que no se debe amar al dinero porque los que le aman se convierten en
avaros, nosotros creemos que una cosa es tener codicia y otra cosa es tener previsión. Muchas
madres tienen la buena costumbre de comprarles a sus hijos cuando son pequeñitos una alcancía, y
en ella va echando el niño sus economías que un día le servirán para comprarse un bonito juguete o
un lindo vestido.
Recordamos que estando en Toledo fuimos a pasar, día a una casa de campo cuyos
dueños son un honrado matrimonio con siete chiquillos. La mayor parte del año la pasaban en su
hermosa quinta, y según decían ellos, querían aprovecharse de la infancia de sus hijos, pues cuando
éstos fueran mayores tendrían que estar casi todo el año en Madrid por los estudios de los muchachos.
Es una familia verdaderamente patriarcal. Juan y Eloísa se quieren tan profundamente
que, a pesar de llevar muchos años de casados, no pueden vivir el uno sin el otro. Han tenido la
suerte, es decir, han merecido esa dicha, que todos sus hijos son Espíritus adelantados, dóciles,
cariñosos, expresivos, es que pasar un día entre ellos es pasar un día en la gloria, y siempre
recordamos el día que pasamos en su compañía en su quinta de Toledo.
Por la tarde, mientras los niños jugaban en el jardín, Juan y Eloísa me enseñaron
minuciosamente toda la casa, llamándome la atención el dormitorio de los niños, que era un salón
grande donde había siete camitas de hierro envueltas en colgaduras blancas de muselina, recogidas
con grandes lazos de cinta de muaré azul.
Sobre una cómoda había siete alcancías de barro encarnado, teniendo cada una escrito
con un lápiz blanco el nombre de su dueño, y debajo un letrero que decía: caja de los pobres.
Aquellas primitivas cajas de ahorros nos hicieron reír alegremente, porque nos recordaron
nuestra primera edad. ¿Qué niño, si ha tenido una madre cariñosa y previsora, no ha fijado su mirada
ansiosa en una de esas vasijas de barro cerradas como el porvenir, con una sola abertura por la cual
el pequeñuelo virado con afán queriendo atraer con el magnetismo de su da los tesoros que encierra
aquella caja de caudales de la infancia? ¿Qué niño no se ha creído más rico que Creso haciendo sonar
su alcancía? Horas benditas, instantes de reposo que no se vuelven a tener en toda una encarnación.
Entre las cajitas de ahorro nos llamó vivamente la atención ver debajo de un globo de
cristal sobre un cojín de terciopelo una alcancía rota.
¿Qué es esto?, preguntamos.
-Mi primera caja de ahorros, dijo Juan gravemente; esos restos guardan una historia.
¿Se puede saber?
Sí, yo se la contaré con mucho gusto.
Nos sentamos los tres y Juan comenzó su relato diciendo con voz conmovida:
-He tenido la dicha de tener por madre a una mujer tan buena, tan cuidadosa, tan amante
de sus hijos, que vivía consagrada a mi hermana y a mí. Murió mi padre siendo yo muy pequeño y ella
se dedicó a seguir con la modesta tienda de hilos y seda, que había sido el único patrimonio de mis
abuelos paternos. A mi hermana y a mí, a cada uno nos compró una alcancía muy grande, y todo el
dinero que recogíamos de nuestros parientes por la pascua de Navidad y los días santos, nos lo hacía
guardar en la hucha, diciéndonos:
-Mirad, hijos míos, estáis bien alimentados, no os faltan ropas con que abrigaros, tenéis
juguetes con que distraeros y libros con que instruiros, cuanto pudierais comprar sería superfluo; pues
entonces guardad ese dinero para una verdadera necesidad, y ella misma ponía en nuestras manos
las monedas y nos las hacía echar en la alcancía.
Seguimos viviendo tranquilamente sin más incidentes desagradables que una terrible
enfermedad que tuvo mi hermana al cumplir catorce años. Su convalecencia fue penosísima, y los
médicos dispusieron que viajara, que mudara de aire y de aguas para recobrar fuerzas. Entonces mi
madre me dejó en 11 tienda con un tío suyo y ella se fue con mi hermana, sirviendo los ahorros de esta
última para cubrir los gastos del viaje, con el cual recobró su salud y encontró su felicidad, pues
conoció a un joven muy bueno, el que tres años después fue su marido.
Yo, mientras mi madre estuvo fuera, estando un día en la tienda (tendría yo entonces unos
diecisiete años) vi entrar a un ciego vestido con decencia y guiado por una niña de diez u once abriles.
Ésta me entregó una carta de un hermano de mi madre residente en Madrid, el cual nos recomendaba
muy en especial a aquel pobre ciego que había perdido la vista trabajando en diamantes y quería ir a
París donde había un oculista alemán que hacía milagros, para lo cual necesitaba reunir el dinero del
viaje para él y su hija, pues la cura confiaba que se le haría gratis. Éste era un hombre tan bueno, que
veríamos de hacer con él una verdadera obra de caridad.
Yo no sé qué sentí al leer aquella carta, miré al ciego y a su hija, los hice sentar y les pedí
más explicaciones.
El pobre enfermo me contó cuanto le acontecía, el afán que tenía por recobrar la vista para
ser útil a su hija, que era un ángel de bondad.
En tanto la niña lloraba silenciosamente, se conocía que el pedir una limosna le era muy
doloroso.
Sin saber por qué, al ver aquel cuadro tan conmovedor recordé las frases de mi madre
cuando me hacía guardar mis aguinaldos en la alcancía, diciéndome con ternura:
-Reserva ese dinero para una verdadera necesidad.
He aquí una verdadera necesidad, me dije, y subí a mi arto por mi caja de ahorros,
entregándosela al ciego con mayor alegría, diciéndole:
-Tomad, ahí tenéis todas mis economías. Mi madre me ha dicho siempre que guardara el
dinero para una verdadera necesidad. ¿Qué mayor necesidad que la vuestra? ¡La vista es la vida! ...
¡Quiera Dios que podáis vivir!
El dignísimo enfermo de ninguna manera quiso aceptar donativo sin permiso de mi madre,
pero asegurándole que mi madre estaría muy contenta de mi proceder, después de muchos ruegos
accedió a mis deseos, y él mismo dio un golpe a la alcancía, la que se rompió en dos pedazos. Con-
tamos lo que contenía y fue inmenso nuestro júbilo, pues había más de 4.000 reales, que él tomó a
título de préstamo, diciendo que estaba convencidísimo que me podría pagar pronto la cantidad que
tan generosamente yo le daba.
Si he de ser franco, más que su desgracia me conmovió el llanto de su hija; aquella niña
que aún llevaba el luto de su madre absorbió tanto mi atención, ya que no me hubiera separado de
ella. Los hice quedar a comer, y aquella misma noche marcharon en dirección a París. El pobre ciego
me llamó hijo al estrecharme contra su corazón, diciendo a su hija: -Eloísa, abraza a tu hermano, a tu
salvador, por él tendrás padre.
Reparamos que mientras hablaba nuestro amigo su esposa lloraba en silencio. En seguida
comprendimos que era ella la niña que acompañara al ciego, y seguidamente estrechamos sus manos
con efusión. Juan se sonrió y prosiguió diciendo:
-Habéis comprendido que esta es aquella niña, me alegro que lo hayáis adivinado.
Pues bueno, se fueron, y no reparé entonces que Eloísa había guardado en su pañuelo la
alcancía rota. Cuando vino mi madre y le conté lo que había hecho, no me dijo nada, pero me dio un
abrazo que aún me parece que siento su dulce presión. Eloísa cumplió como una mujer, nos fue
escribiendo todos los trámites de la curación de su padre. Seis meses después lo vi entrar en la tienda
con los ojos llenos de vida Aquel momento ha sido el más dichoso de toda mi existencia mi madre
tomó una parte muy activa en mi alegría. ¡Come era tan buena!
En cuanto vio a Eloísa simpatizó con ella, comprendió lo que valía aquella niña y conoció
también que yo la amaba Estuvieron descansando en casa ocho días, y al regresar Madrid obtuve
permiso de mi madre para acompañarles.
¡Qué viaje tan dichoso! Eloísa nunca fue niña, parecí una mujer, así es que sus miradas
me hicieron conocer que mi cariño era correspondido. Cuando volví a Toledo me parecí muy pequeño
el mundo para contener mi felicidad.
El dinero que ganó el padre de mi esposa en la primera semana que volvió a trabajar
empleó parte de él en tres décimos de la lotería, y una mañana me lo vi entrar con Eloísa radiantes los
dos de alegría.
-Escuchad, Juan, me dijo él, al entregarme tus ahorros te dije que los aceptaba en calidad
de préstamo; hoy vengo a devolvértelos, aquí los tienes con los intereses. Y en billetes d banco nos
presentó diez mil duros que le habían caído e: suerte en la lotería.
Desde entonces formamos una sola familia, aquel hombre generoso no consintió en
manejar aquel dinero, lo dejó en poder de mi madre como dote de Eloísa y él siguió trabajando pero
viviendo en nuestra compañía, queriéndome con delirio y él fue el que guardó los restos de mi alcancía
como un recuerdo sagrado. Era un Espíritu tan agradecido que me pago con creces el bien que le hice,
y cuando me casé con mi Eloísa creímos que se volvía loco de alegría.
Como nuestra felicidad la hemos debido en gran parte a mi caja de ahorros, no nos hemos
descuidado en dotar a nuestros hijos con igual tesoro, y hacemos lo posible porque empleen sus
ahorros como decía mi madre, en casos de verdadera necesidad.
-Tenéis muy buen pensamiento.
-No todo es obra nuestra, dijo Eloísa sonriéndose, mi padre siempre me aconseja que
acostumbre a mis hijos al ahorro. ¿Pues no murió tu padre?
-Sí, a los dos años de habernos casado, pero viene muy Menudo a verme.
-¿Cómo a verte? ¿Qué estás diciendo?
-¿No sabes que soy espiritista, y además médium vidente y escribiente?
-Sabía que eras adicta al Espiritismo, pero ignoraba que fueras médium.
-Y muy buena, replicó Juan, tenemos un libro de comunicaciones obtenidas por ella de las
que algunas son de gran valía.
-No hagas caso de mi esposo, para él es notable todo lo que yo hago. Obtengo
comunicaciones puramente familiares, mi padre me sigue aconsejando desde ultratumba del mismo lo
que lo hacía en la Tierra, ni más ni menos. Es un Espíritu muy amante de la familia, enlazado a Juan y
a mí por haber sido en muchas existencias nuestro padre, se desvive por nosotros.
-¡Ah! Entonces así se explica la acción que Juan hizo con e necesita sentir mucho para
obrar así.
-Yo lo único que le diré, es que al verle sentí lo que nunca la sentido, aunque en honor a la
verdad, el llanto de Eloísa lo que más me conmovió; mas aparte de eso, lo quise tanto cuando se murió
tuve más sentimiento que cuando perdí a mi madre, lo confieso, y la misma pena me hizo buscar el
espiritismo. Para mí, fuera de mi esposa y mis hijos, no tengo más gusto que leer las comunicaciones
de mi padre, porque siempre encuentro en ellas algo que aprender.
-Léame alguna.
No tuve que decírselo dos veces, porque en seguida trajo Juan un libro lujosamente
encuadernado, y nos leyó la siguiente comunicación:
¡El ahorro! ¡Cuánto bien produce este modesto acopio de riqueza!
“¡Cuán útil puede ser el hombre a la humanidad cuando para ella reserva el fruto de sus
economías!
“Vivir pensando en las necesidades de los demás, es vivir dentro de la ley de Dios.
"El que ahorra por el placer de atesorar es digno de compasión, pero el que se priva de lo
superfluo para dar a otro lo necesario, tiene andado la mitad del camino de la gloria. Eso te ha
sucedido a ti, hijo mío, yo he recogido la semilla que en otro tiempo sembré en tu corazón.
"Yo inculqué en tu mente el amor a la economía, ¿quién me dijera entonces que mi trabajo
secundado más tarde por otro Espíritu de buen sentimiento había de proporcionarme el goce más
grande que podía tener en la Tierra: recobrar la vista del cuerpo y encontrar un alma sensible que tanto
escasean en ese planeta?
"El trabajo acumulado es un depósito de virtudes, es una caja de ahorros que encuentra el
Espíritu cuando más lo necesita. Yo tenía que sufrir la horrorosa prueba de la ceguera durante largo
tiempo, pero yo te había amado mucho en sucesivas existencias, yo había inculcado en tu mente los
más generosos sentimientos, yo te había educado con el más tierno desvelo, yo había depositado en ti
toda la savia de mi amor; por eso encontré en ti tan noble desprendimiento, porque era parte integrante
de mi Ser y porque también te había amado en tus encarnaciones anteriores. Por esto, hijo mío, no me
cansaré nunca de repetirte que ames mucho a tus hijos, que hagas tu caja de ahorros como hice yo, ya
que en medio de mi justa expiación encontré tu cariño y apoyo que fueron mi puerto de salvación.
"Recuerda los consejos de tu buena madre, no acostumbres a tus hijos a vivir en la
miseria, porque los Espíritus se hacen avaros si viven con mezquindad.
"Pero tampoco los dejes solazarse en la opulencia, pues se hacen indiferentes a las
desgracias del prójimo, ya que no conocen el sufrimiento.
"En un justo equilibrio consiste la virtud, hazles amar la vida proporcionándoles honestas y
moderadas satisfacciones, háblales continuamente de los desgraciados y créales su caja de ahorros
para que se acostumbren a una prudente economía, y así conseguirás llevar a tus hijos por el camino
de la virtud y tú vivirás dichoso entre Espíritus dóciles y humildes, única dicha que le es dado al
hombre disfrutar en la Tierra".

Tiene mucha razón tu marido, Eloísa, es muy buena esa comunicación; ciertamente que el
ahorro es la primera base del bienestar de la familia, porque no basta que dos Seres quieran con
delirio, se necesita que tengan talento para vivir proporcionándose los medios de subsistencia para dis-
frutar de una paz duradera.
Siempre que leemos algo referente al ahorro nos recordamos de Juan y de Eloísa, de
aquellos dos Seres virtuosos que educan a sus hijos en los principios de la más sana moral. ¡Dichosos
ellos que su adelanto les ha permitido gozar de a existencia tranquila, rodeados de sus tiernos hijos!
Las familias felices son el fruto sazonado del árbol del progreso.
¡Bienaventurados los Espíritus que saben progresar!
LA AVARICIA DE CIEN SIGLOS

Por muy acostumbrados que estemos a ver a hombres cuyas rarezas y excentricidades
llaman poderosamente la atención, siempre sorprende ver a un desdichado víctima indudablemente de
sí mismo, ya que como dicen muy bien los Espíritus, el papel de verdugo no tiene que hacerlo nadie
para castigar las faltas de otro; cada uno es verdugo de sí mismo, pues en la eterna justicia de Dios
cada cual recoge la cosecha de su siembra.
Leyendo los periódicos encontré un suelto y al leerlo juré: ¿Qué causa habrá dado este
efecto? "¡La avaricia de cien siglos! ...", dijo una voz. El suelto decía así:

UN AVARO

En la calle de la Paloma, número 22, se encontró días pasados a un casero moribundo


con un ataque de hambre.
Llevado al hospital, falleció.
Ese hombre vivía en la mayor miseria, durmiendo en un camastro con trapos en un rincón
de la habitación.
Ayer, al presentarse el juez en la habitación donde vivió el avaro, encontró debajo del
camastro 31.000 pesetas en valores de banco.

* * *
“Sí, repitió la voz de un Espíritu. La avaricia de cien siglos que ha dado a ese infeliz el
tormento que ha sufrido en esta existencia, en la que ha tenido todas las torturas que produce el
hambre. Siendo dueño de una mediana fortuna que le ponía a cubierto de todas las necesidades
materiales, pues tenía lo suficiente para vivir ni envidiado ni envidioso, -no ha tenido más remedio que
comenzar el saldo de sus cuentas, para lo cuál está muy dispuesto ese pobre Espíritu, pues al fin se
ha convencido que las riquezas de la Tierra con toda su corte de grandezas y fastuosidades, no
representan en la eterna vida del Espíritu más que la sombra, el aislamiento y la más completa
soledad. El hombre que hoy ha muerto de hambre ha sido durante cien siglos el rey del oro; ha tenido
el talento suficiente para emprender siempre negocios lucrativos: las arenas de los desiertos se han
convertido en sus manos en polvo aurífero y los guijarros valor alguno en piedras preciosas, en piedras
de Oriente incalculable valía. Ha sido el hijo mimado de la fortuna como decís en la Tierra; en todas
las empresas que él toma parte la suerte le sonreía; pero nunca se saciaba su sed riquezas: mientras
más oro atesoraba, más oro quería atesorar. Pero el oro en sus manos se convertía en infecunda
arena, porque nunca le sirvieron sus tesoros para consolar a un desconsolado. Jamás vistió a un
huérfano, nunca escucho los lamentos de un anciano desvalido ni de una viuda atribulada; él sí,
disfrutaba de sus riquezas, vivía con la magnificencia de los soberanos de Oriente, satisfacía sus
menores caprichos; pero las sobras de su mesa no las aprovecha ningún pobre; sus perros, hartos, no
las consumían; pero servidumbre no podía dar ni un pedazo de pan sobrante ¡Ay del criado que se
atreviera a ser compasivo!, enseguida era despedido por su desobediencia. Y así vivió cien siglos
hasta que al fin escuchó la voz de su guía que le dijo: ¡Infeliz! ... ¿No estás cansado de vivir en las
sombras? Tú no has manchado tus manos con la sangre de tus semejantes pero ... has dado el peor
ejemplo que puede dar un hombre no siendo asesino: has tenido agua abundante en las fuentes de
tus propiedades y le has negado el agua a los peregrinos hambrientos; se han podrido los frutos en los
árboles de huertos antes que dar a los pequeñuelos que te pedían con sus miradas ansiosas; no has
derramado una gota de sangre de tus semejantes, pero para aumentar tus fabulosas riquezas has
acaparado los productos alimenticios, por lo que han muerto centenares de niños y de ancianos en
inanición, de hambre, y este proceder ¿qué te ha dado? Oro en la Tierra y sombra en el Espacio, y si
has visto algún rayo de luz, ha sido de los incendios que han producido las multitudes alocadas por la
desesperación del hambre, y si has oído alguna voz, esa voz ha dicho: ¡Maldito seas, verdugo ava-
riento! ¡Maldito seas! Vuelve en ti, desdichado, vuelve en ti; atesora virtudes y no monedas. Y el infeliz
avaro escuchó la voz de su guía y pidió sufrir la angustia de la pobreza. Por eso en su última
existencia no pudo resistir a su antiguo vicio de atesorar, pero su tesoro no le proporcionó placer
alguno. Ha sido fuerte para resistir la tentación de los goces terrenales, ha dado un gran paso
respetando sus propósitos de enmienda. Cuando vuelva comenzará a ser generoso, dando agua al
sediento y pan al hambriento; y cuando veáis esos cuadros de miseria, de sufrimiento, y contempléis
un montón de oro oculto entre sucios harapos, no digáis: ¡qué hombre tan imbécil! ¡Cuánto puede la
avaricia y la estupidez! No, inclinaos con respeto ante un Espíritu que con un arranque de enérgica
voluntad ha dicho: ¡Quiero ver la luz! ¡Quiero regenerarme! ¡Quiero dar el primer paso en la senda del
sacrificio! ¡No más egoísmo, no más exclusivismo, no más miseria espiritual!
Respetad a esos pobres Espíritus que dan el primer paso para engrandecerse, porque
dado el primer paso se sigue avanzando hasta llegar a ser un modelo de abnegación y generosidad.
Adiós".

* * *

Mucho me satisface la comunicación que he obtenido, porque es una buena lección para
no criticar ni hacer cálculos feos sobre las acciones y el procedimiento de los demás.
Cada Ser es un capítulo de la historia de la vida, y cada desarrolla sus sentimientos, sus
aspiraciones y sus propósitos en la medida de sus conocimientos adquiridos en sus pasadas
encarnaciones. No debemos juzgar la conducta de nadie diciendo si nos parece un imbécil o un sabio,
porque como desconocemos sus existencias anteriores, no podemos hacer un juicio exacto de su
modo de ser. Yo agradezco muchísimo a los Espíritus las enseñanzas que me dan, pues por ellas iré
aprendiendo a no juzgar por las apariencias, las que son el antifaz que se ponen los hombres en el
gran baile de máscaras que se celebra durante el carnaval de
nuestra vida.
¡SALVACIÓN!

Pensando estaba en mi amiga Clotilde, cuando ésta entró en mi aposento pálida y triste,
envuelta en negros crespones.
-¿Por quién llevas luto?, -le pregunté afanosa.
-Por mi padre político.
-Pues, mucho lo debes haber sentido, porque te encuentro pálida y marchita, se ven en tu
semblante las huellas del dolor.
-Efectivamente. He tenido un mes de prueba; figúrate estaba en San Sebastián con mi
esposo, muy tranquila y contenta, porque había realizado uno de mis sueños, que era estar en San
Sebastián disfrutando de las encantos que tiene aquella ciudad en el verano, cuando recibimos un ama
de mi cuñado diciendo que inmediatamente nos trasladáramos a Madrid, porque nuestro padre estaba
agonizando, y con lo puesto, sin entretenernos en hacer el equipaje subimos al tren y llegamos para
recibir el último suspiro del venerable anciano que, rodeado de todos sus hijos y nietos, murió
sonriendo como deben sonreír los justos.
-¿Era muy viejo?
-Tenía noventa y nueve años.
-Pues, hija, una muerte así es de esperar y no hay motivo para trastornarse tanto... por
más que tu suegro tenía fama de bueno.
-Ya lo creo que lo era; pero es que mi pena no es producida por su muerte, porque, como
tú dices muy bien, el morir o es una ley, y aunque siempre se siente la ausencia de un ser querido,
ante lo justo hay que doblar la cabeza y decir: cúmplase la voluntad de Dios; pero es el caso, que
junto al lecho mortuorio de mi padre conocí a una muchacha de unos dieciséis años que tenía todas
las virtudes de una santa, todos los encantos de una mujer y toda la gracia y la travesura de una niña.
Guillermina era hija única de un matrimonio acomodado que veía el cielo en los ojos de su hija, y é era
tan expresiva, tan atractiva, tan cariñosa, tan amable, tan agraciada, que se hacía querer de todo el
mundo; mi padre la quería como si fuese algo suyo, y Guillermina le acariciaba y le mimaba como si
en realidad fuera su abuelo. Yo puedo decirte que verla y quererla fue todo uno, y ella correspondió a
mi cariño con sus cuidados, con sus atenciones, con sus desvelos. Guillermina era como el sol, la luz
de su bondad irradiaba en torno suyo y daba calor y vida a cuantos la rodeaban. Como yo me
impresioné muchísimo con la muerte de mi padre ella hizo todo cuanto estuvo en su mano para
consolarme. ¡Razonaba tan bien! Parecía una vieja muy cansada de la vida yo me encontraba tan
pequeña a su lado, y al mismo tiempo tan contenta, que, como el niño busca el regazo de su madre,
yo la buscaba y reclinaba mi cabeza en su pecho para tranquilizarme y bendecir la voluntad de Dios.
No te digo más que hice el propósito de quedarme a vivir en Madrid, y que mi esposo pidiera su
traslado a la Corte, para no separarme de Guillermina..., cuando una noche la hermosa niña palideció
y me dijo:
-Ven, que te he de confiar un secreto.
No sé por qué me asusté, nos retiramos a su cuarto me dijo:
-Tengo que pedirte un gran favor.
-¿Cuál?
-Que consueles. a mis padres, porque van a recibir un golpe muy doloroso.
- ¿Muy doloroso?
-Sí, dolorosísimo; van a perderme.
-¿Qué dices?
-Que mañana me moriré, me he visto en sueños amortajada, cubierta de flores, y mis
sueños son avisos del cielo.
-Tú deliras.
-No, no deliro, me voy porque es preciso que me vaya; mis padres me adoran, pero su
cariño todo es para mí, y es necesario que amen a la humanidad. Yo he venido junto a ellos para
despertar sus sentimientos; han sido felices con mi cariño, con mis caricias, pero su felicidad los ha
vuelto avaros, y por atesorar para mí una gran dote han negado un pedazo de pan a los pobres. Yo
muchas veces he hablado en sueños con un viejecito que parece un santo, que me decía: «Despierta
el sentimiento de tus padres, diles que aprovechen el tiempo, que sean agradecidos a la Providencia
que les ha concedido el tener un ángel a su lado, que hagan obras buenas en tu nombre, porque si no
las hacen de grado luego las harán por fuerza»; y yo todo esto se lo decía a mis padres, y mi madre
me decía: -Déjate de tonterías, ¿No te acuerdas de lo que decía Calderón? ¡Que los sueños, sueños
son! Y anoche volví i ver al viejecito, quien me dijo: «Al que se le da la luz y no lucre verla, se le deja
sumergido en las tinieblas Yo soy el sol de mis padres y mañana llegaré a mi ocaso. ¡Pobrecitos! Qué
solos se quedarán! ... Y Guillermina se arrojó en mis brazos y lloró con el mayor desconsuelo.
Yo no sé lo que pasó por mí, pero también me deshice en llanto, y debí gritar, porque
vinieron los padres de ella muy alarmados y al ver a su hija llorando amargamente creyeron que el
mundo se hundía sobre ellos. ¡Qué noche, Amalia! ¡Qué noche! ... Guillermina pálida, desencajada, se
levantó y habló con tono profético aconsejando a sus padres que se despertaran, que abrieran los ojos
a la realidad, que se iba para bien de los, que les dejaba por herencia el despertador, y que ese
despertador era el inmenso dolor de su partida. Yo no sé cómo brotaban las palabras de su boca,
parecía un oráculo. Y al fin... enmudeció, alargó los brazos y sus padres y yo nos abrazamos a ella...
No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados. Yo fui la primera que comprendí que Guillermina había
muerto, porque sus brazos cayeron inertes, todo había concluido. ¡Todo, menos nuestra
desesperación!, porque sus padres y yo acusamos a Dios de injusto, de cruel, qué sé yo cuántas
blasfemias pronunciamos...
Asistimos los tres a su entierro; hicimos verdaderas locuras, mi esposo tomó cartas en el
asunto y, quisiéralo o no, me hizo salir de Madrid y aquí me tienes, más muerta que viva.
-¿Y los padres de Guillermina?
-Creo que están locos de remate, porque el padre se encierra en su cuarto, escribe largo y
tendido y sale después muy contento, diciendo: -Escuchad lo que me dice Guillermina. Y lee unas
comunicaciones preciosas mientras la madre llora. Luego los dos se van a visitar enfermos pobres y se
pasan horas y horas en el hospital haciendo compañía a los enfermos más abandonados, y ahí están,
y como la locura es contagiosa, yo también quise comunicarme con Guillermina, y escribí 'tú no
necesitas despertador». Mi marido al leer esto puso el grito en el cielo y a Barcelona falta gente, y aquí
me tiene dudando y creyendo a la vez que los muertos viven.
-Sí, Clotilde, viven, y muchos de ellos sirven de despertador a lá humanidad.
-Entonces, ¿Guillermina no soñaba?
-No soñaba, no; le hablaba un Espíritu y la preparaba para su desencarnación.
-Entonces, ¿su muerte ha sido provechosa?
-Ya lo creo, con su ausencia sus padres se han despertado y han entrado en el camino de
su regeneración; les dieron flores para ver si sabían aspirar su delicado aroma, y viendo que no
apreciaban el tesoro que tenían, les han dado espinas, y el dolor ha sido el despertador de esos
Espíritus aletargados en su egoísmo y en su pequeñez. Dios, en los encantos de la Naturaleza, ¿da a
unos más que a otros? No, el Sol brilla para todos. Pues así tiene que ser el amor de los Espíritus, y
cuando no se sabe amar, el despertador nos sirve de maestro, y por el dolor se llora y luego... se ama.
NO HAY FENÓMENOS

Un espiritista de Rosario de Santa Fe, me escribió enviándome el suelto siguiente: "Un


raro fenómeno". "The Daily ", periódico inglés de mucha circulación, no solamente en Inglaterra, sino
en todo el mundo, cuenta el siguiente e interesante hecho:
“En febrero de 1905 fue condenado un criado, John Lee, era acusado de haber asesinado
en Londres a una señora en cuya casa servía hacía muchos años.
”Pero John Lee, mientras duró la instrucción del proceso, protestó enérgicamente de su
inocencia.
“El día que debía ser ahorcado, se manifestó un fenómeno ordinario: la báscula del
patíbulo, que debía bajar y dejar cuerpo en el vacío, no funcionó. Tres veces el verdugo renovó sus
tentativas, pero en vano. La báscula funcionaba perfectamente cuando el condenado no se encontraba
sobre el pulo; pero, cuando se colocaba a John Lee, no se movía.
“Los jueces y el procurador que estaban presentes en el día de la ejecución se quedaron
perplejos ante este extraño fenómeno.
”Después de largas deliberaciones se renunció a la ejecución de John Lee.
“Entonces el condenado no cesó de manifestar su inocencia; el procurador ordenó una
segunda instrucción y revisión del ,proceso, y el mes pasado el Tribunal hizo poner a John en libertad.
“Este hecho extraordinario ha impresionado mucho a los jueces y al público".
Verdaderamente que es un caso rarísimo, por lo cual muchos espiritistas de Santa Fe me
piden que pregunte sobre la causa de tan extraordinario efecto. Y yo, deseando complacer a mis
hermanos en creencias he preguntado al guía de mis trabajos, por lo que he obtenido la siguiente
comunicación:
"No hay fenómenos; el suceso que os parece extraño y más asombroso, no es más que el
resultado de nuestros hechos de ayer, la consecuencia natural de nuestras obras buenas o malas. Si
así no fuera, las leyes eternas de la Naturaleza perderían su perfecto equilibrio y las leyes no se
alteran jamás; todo sigue su marcha acompasada, todo se desarrolla y se desenvuelve a su debido
tiempo. Los acontecimientos que hacen época en la vida del hombre no se adelantan un segundo ni se
retrasan un minuto; el tiempo es el reloj de los siglos, su relojero es Dios mismo, y ese Gran Mecánico
hace funcionar sus máquinas tan perfectamente, que, te lo repito, ni se retardan ni se adelantan los
sucesos que deciden del porvenir del hombre.
"Ese Espíritu que ha sufrido últimamente todas las angustias, todos los dolores de su
próxima ejecución, y que la báscula del patíbulo se negó a funcionar, porque paralizaban su movi-
miento Espíritus amigos del condenado; ese hombre que en realidad en esta existencia no ha cometido
ningún crimen, y que la justicia humana ha cumplido con su deber declarándolo inocente, no siempre
ha sido tan bueno como ahora; tiene una página en su historia tan llena de manchas, que se propuso
en su actual existencia dejarla limpia del todo, y lo ha conseguido, porque las tres veces que probó el
verdugo de cumplir su cometido ahorcándole, sufrió en aquellos momentos mil muertes por segundo.
Gracias que es un Espíritu enérgico y tiene muy buenos amigos en el Espacio, especialmente uno, al
que él hizo sufrir algo parecido a lo que él ha sufrido ahora.
"El Espíritu de John Lee, en una de sus anteriores existencias perteneció a la nobleza;
heredó de sus padres muchos pergaminos y medianas riquezas que él se propuso aumentar,
pensando que el oro abre todas las puertas, tanto en la Tierra como en el Cielo.
"Entre sus muchos servidores, tenía uno que le servía de escudero, de secretario, de
ayuda de cámara, siendo en realidad su perro fiel que le obedecía ciegamente en sus inicuos planes,
porque John Lee era muy ducho para, hacer testamentos falsos y otras clases de documentos con los
cuales se apropiaba de bienes que no eran suyos, dejando en la mayor miseria a muchos de sus
parientes y convecinos.
“Su fiel servidor, su escudero Daniel, estaba enterado de cuanto hacía su señor, y John
Lee llegó a tenerle miedo. Se apoderó el pánico de su ánimo y se dijo a sí mismo: este hombre puede
perderme, la sed de oro que yo tengo se puede apoderar de su alma; es muy listo, comprende
perfectamente que si él hablara pagarían muy bien sus delaciones mis muchos enemigos; hombre
muerto no habla, manos a la obra. Por lo pronto le acusaré de ladrón desmedido, diciendo que me ha
robado una cantidad fabulosa; si el acusador es rico, pronto se consigue la condena; y dicho y hecho;
John Lee acusó a Daniel haberle robado «tanto y cuanto». Daniel fue reducido a prisión y no sólo
apareció ante la justicia como ladrón, sino que fue acusado de asesino, atribuyéndosele la muerte de
un funcionario público que en época anterior habían encontrado debajo de un puente con la cabeza
separada del tronco y un puñal clavado en el pecho.
¡John Lee derramó el dinero a manos llenas y el sumario quedo terminado en breves días.
“Daniel siempre decía lo mismo: que era inocente y que no sabia de lo que le hablaban,
pero sus declaraciones no eran atendidas, porque había un poderoso que le quería ver muerto.
“La víspera de la ejecución, John Lee se sintió de pronto acometido de un dolor agudísimo
en el corazón; se miró a sí a y murmuró con espanto: ¡Soy un miserable! Daniel es inocente, yo bien lo
sé, no tengo de él la menor queja, me ha servido desinteresadamente; cuando he querido
recompensar sus servicios él me ha dicho: Con estar a vuestro lado, tengo la mejor recompensa. Y
sólo por un temor sin fundamento asesinó a ese infeliz. ¡Ah, yo me ahogo!, el remordimiento me hará
morir..., fuego y no sangre corre por mis venas. .., pero aún es tiempo. Y dominado por la ansiedad
más horrible corrió al lugar de la ejecución en el momento que Daniel le decía al verdugo: Te perdono
el crimen que vas a cometer, porque soy inocente. ¡Sí! -gritó John Lee-, es inocente. Bajo secreto de
confesión me han devuelto la cantidad que me habían robado y han dicho que el asesino del
funcionario que se encontró debajo del puente, ha confesado su delito al saber que un inocente iba a
morir por su causa.
"La estupefacción de los jueces fue indescriptible. Daniel fue vencido por tantas emociones
y estuvo mucho tiempo enfermo, cuidado por su señor, que se lo llevó a su casa nuevamente,
tratándole con el mayor cariño.
"Daniel, mientras estuvo en la Tierra, ignoró el proceder de su dueño, y murió
bendiciéndole, pero en el Espacio se enteró de todo y compadeció a su señor por haber caído tan
hondo; pero lo quería tanto que fue su ángel bueno, y al encontrarse los dos en el Espacio aconsejó a
John Lee que se apresurara a sufrir lo que le había hecho sufrir a él. Pero John Lee necesitó mucho
tiempo para decidirse a pagar una deuda tan terrible, y, al fin, en esta existencia, ha sufrido
valerosamente el mayor de los dolores.
"Daniel y otros Espíritus impidieron que la báscula funcionara; no debía morir el que se
había arrepentido de su crimen; la sinceridad de su arrepentimiento ha recibido la recompensa
merecida, ya que de los arrepentidos es el reino de los cielos.
"Adiós".

* * *

Tiene razón el Espíritu: no hay fenómenos; no hay más que el cumplimiento de las leyes
eternas.
¡Cuánto hay que estudiar en la Creación! ...
Bien decía un sabio de Grecia: ¡Solo sé que no sé nada!
NO HAY CULPA SIN PENA

Los adagios, refranes y proverbios, son un poema escrito por la experiencia y forman un
volumen que los pueblos no se han cuidado de encuadernar, por consiguiente, sus sueltas hojas
vuelan desde las cabañas a los palacios, ya en las regiones tropicales, ya en el polo norte, corregidos y
aumentados pero conservando siempre unos su tinte satírico y otros razón profunda.
Hay un refrán que dice: "justicia y no por mi casa", palabras vulgares y sencillas, pero que
son el compendio de todos los sentimientos de la humanidad.
¿Quién podrá negar que nos alegremos cuando la ley castiga al delincuente? Y hasta la
pena de muerte, que es antirreligiosa, antisocial y antihumana, encuentra aceptación en la por parte de
la sociedad, diciéndose, al ver pasar a una victima: Bien merecido lo tiene. Quien tal hizo, que tal
pague; nada, nada, la pena del talión: ojo por ojo y diente por diente...
Por supuesto que estos acérrimos partidarios de la justicia, cuando les llega la hora que les
piden cuenta de sus actos, ponen el grito en el cielo y echan mano de todos los subterfugios
imaginables para evadirse del castigo: porque vemos la paja en el ojo ajeno, pero no nos estorba la
viga en el nuestro. Mucho se habla de la conciencia; dicen que su voz resuena continuamente en
nuestros oídos; si esto es cierto, tenemos que reconocer en la humanidad un defecto o una dolencia
incurable.
¡Lástima grande que una raza que ha servido de modelo para hacer el Apolo del
Belvedere y la Venus de Médicis, esté privada de escuchar el canto del ruiseñor y el dulce arrullo de
las tórtolas! El hombre tiene oídos, pero... ¡no oye! ... El siglo XIX, el de los hombres infalibles y el de
los maravillosos específicos; el siglo de charlatanismo y el de los más grandes descubrimientos, el que
ha logrado enlazar lo sublime con lo ridículo; época de antítesis, década de anomalías en que luchan
desesperadamente en el circo del progreso dos gladiadores titánicos que se llaman el fanatismo y el
adelanto, la luz y la sombra, la fe ciega y la ciencia analizadora; en este siglo atleta se ha encontrado el
remedio para la tenaz sordera que padece la humanidad, se ha encontrado la homeopatía del alma,
que ha sido rechazada y ridiculizada como la homeopatía que cura el cuerpo, porque la necedad del
hombre llega a tal extremo que niega todo aquello que su torpe inteligencia no puede comprender.
Ha dicho el doctor López de la Vega, y ha dicho muy bien, que la homeopatía es la
regeneración física de la humanidad, y yo digo que el Espiritismo es también la regeneración moral e
intelectual del hombre.
Sí, lo es; porque el Espiritismo nos hace ver y oír, a pesar nuestro, a viva fuerza; y como
no hay peor sordo que aquel que no quiere oír, se sostiene una ruda batalla entre la evidencia de los
hechos y las negativas maliciosas del oscurantismo.
El Espiritismo nos hace aceptar la justicia en nuestra casa, en nuestro organismo, en
nuestro modo de ser, en nuestras condiciones especiales, en todo, en fin.
Es la ley de la igualdad puesta en acción. El monarca puede ser mendigo y éste
emperador; todos pueden llegar a la Tierra de promisión: el sabio y el idiota, el creyente y el ateo. Des-
cartes sólo encuentra en la Naturaleza espacio y tiempo, este último es el tesoro de la humanidad: el
tiempo es la mina inagotable cuyos filones no se acaban nunca, es el volcán en cuyo cráter siempre se
encuentra calor.
Decía un poeta árabe que el sueño era la riqueza del mortal, y yo digo que el tiempo es el
arca santa donde siempre encuentra refugio el hombre.
Los materialistas son los desheredados de la Tierra; para ellos la vida tiene un límite,
después... sólo les queda la nada.
¡Qué tristes serán sus últimas horas! ... Si desgraciadamente han tenido una de esas
enfermedades lentas y terribles, en que su materia se ha ido disgregando a fuerza de horribles
dolores, que decir, como dijo Zorrilla ante la tumba de Lara:

Triste presente por cierto


se deja a la amarga vida,
abandonar un desierto;
y darle la despedida
la fea prenda de un muerto.

Ciertamente, hace daño mirar a un cadáver. Recuerdo que de ser yo espiritista improvisé
los siguientes versos, contemplando a un joven militar en su caja mortuoria:

El ver un muerto entristece;


la materia sola, espanta,
sin la savia sacrosanta
con que Dios la fortalece;
cuando el alma desaparece,
de nuestro pobre organismo,
contemplemos el abismo
en esta vida transitoria,
que es un sueño sin memoria
que conduce al ateísmo.

Al ateísmo, sí; a la desesperación más profunda. ¿Qué es la sin el mañana?, el boceto de


un cuadro, el prólogo de una historia, una voz sin eco, una flor sin aroma. En cambio, cuando la
esperanza nos alienta, ¡qué ilimitados horizontes se presentan ante nuestros ojos! ¡La muerte del que
espera, es la muerte del justo, como dicen los católicos, dulce y tranquila.
El verdadero espiritista que ha sufrido con resignación las penalidades de la vida, muere
con la satisfacción de haber pagado una deuda; y el que paga descansa, dice el adagio, y es una gran
verdad.

* * *

En los últimos días del año 74 vi una prueba de esto en la suerte de una mujer, cuyo
último año de vida en la Tierra fue una agonía prolongada.
Parece que aún la veo, era una mujer de mediana estatura, de unos diez lustros de edad,
de humilde y simpática apariencia, de mirada expresiva y de afable trato; espiritista de corazón, asistía
con religioso silencio a las sesiones medianímicas que se celebraban en su casa.
Una noche noté su falta, pregunté por ella y me dijo su familia que estaba enferma, con un
tumor que la hacía sufrir mucho. Propuse que se suspendiera la sesión para que el murmullo de
nuestras voces no la molestaran.
¡Ah, no señora!, me dijeron, lo primero que ha pedido es que continuemos sin interrupción
en nuestras tareas, porque mientras duran éstas, son los únicos momentos en que se encuentra mejor.
Seguimos reuniéndonos y la enferma empeorando, sufriendo con un valor asombroso las
dolorosas curas; una fístula ulcerada devoraba su materia y ni una queja, ni un suspiro brotaba de sus
labios. Los meses transcurrieron, y la pobre mártir, que pertenecía a una familia de la clase media,
pero que atravesaba por una de esas crisis supremas en las que falta hasta el aire para respirar, pidió
que la condujeran a un hospital; tuvieron que acceder a sus deseos y en benéfico asilo siguió muriendo
lentamente.
El día que dejó la Tierra se despidió tranquilamente de una hermana suya, diciéndole:
"¡Vete, voy a dormir un sueño muy hermoso! ..." Muy hermoso fue, sin duda alguna, porque su materia
se acabó de disgregar.
Su familia, que había contemplado con mudo asombro y profundo dolor el prolongado
martirio de una mujer cuya vida había sido un modelo de mansedumbre y de virtud, se preguntaba,
¿qué habría hecho ayer para sufrir tanto hoy, quedándose convertida en un esqueleto de ojos
hundidos, de pómulos salientes, piel ennegrecida, manos cadavéricas y voz ahogada? Queriendo salir
de dudas, evocaron a sus Espíritus protectores y a su hermana, para ver si ésta había salido pronto de
su turbación, y con emoción profunda recibieron la siguiente comunicación por medio de una hermosa
joven, quien en estado sonambúlico dijo así:
"Mucho me alegro que os hayáis reunido, hermanos míos, para comunicarme con vosotros
y deciros, aunque ligeramente, causas que motivaron mi dura prueba durante mi última existencia en
ese planeta.
Escuchadme tú, principalmente, hermana mía, que tanto te acongojaba mi enfermedad y
tanto has sentido mi muerte almismo tiempo.
En mi anterior encarnación fui hombre; era médico y tenía a mi cargo un hospital en M ...
Entre las enfermas que se encontraban en tan triste local a una que se quejaba
amargamente porque yo no la cuidaba como a las demás; y, efectivamente, aquella infeliz criatura, sin
saber por qué, me inspiraba una aversión profunda que yo no me podía explicar, pero que existía
realmente.
Tanto llegué a descuidarla, que valiéndose ella de una de las enfermeras dio parte al
director del hospital de mi mal proceder; entonces éste, cerciorándose por sí mismo de la gravedad del
caso me destituyó de mi empleo, desahuciando a la enferma que, por mi descuido, pronto dejaría de
existir. Yo rogué, supliqué y prometí enmendarme y emplear toda mi ciencia para remediar el daño que
había causado. Al fin me admitió el director nuevamente, pero yo, lejos de cumplir lo que había
ofrecido, y creyendo que aquella mujer era la causa de mi ruina, veía crecer mi aversión de un modo
espantoso, hasta convertirse en un odio sangriento que, cuando murió, me dejó contentísimo porque
había dejado de existir.
Me despidieron nuevamente y el recuerdo de aquella infeliz principió a atormentarme y a
causarme remordimiento, porque mi conciencia gritaba constantemente: Asesino..., nuevo Caín... ¿qué
has hecho de tu hermano?
Cuando volví a encarnar pedí sufrir cuanto yo había hecho padecer a aquel pobre Ser,
he tenido su misma dolencia y he muerto como ella en un hospital. Pero tal prueba la he llevado con
resignación, con lo cual, al despertar de mi último sueño experimenté tal alegría al verme libre de mi
pobre y raquítica envoltura, que no la puedo expresar con palabras. Adiós, hermanos míos, ya seguiré
comunicándome con vosotros.

* * *

Después de escuchar el anterior relato, si es posible que el dolor se calme en los primeros
momentos, se calmó efectivamente en aquellos seres que recordaban con desconsuelo el largo
tormento de un Ser tan querido para ellos.
La melancolía les extendió su manto y a su sombra ven pasar los días deseando que
nuevamente se comunique la que tanto los amó en la Tierra. ¿Puede haber nada más consolador que
el Espiritismo?
¿Responde ninguna religión positiva al gemido del alma con tanta precisión y tanta
justicia?
Ninguna hasta ahora, ninguna; las unas con su Dios implacable, las otras con el pecado
hereditario, éstas con su redención y su gracia, aquéllas con sus minutos de arrepentimiento; todas
con bases falsas, con argumentos oscuros, con misterios indescifrables, con un no sé qué de negro y
confuso que la razón rechaza y que sólo despierta dudas que concluyen con helar el corazón.
Decía Voltaire que si no hubiera un Dios sería necesario crearle para poder vivir.
Yo a mi vez digo que si no fuera un hecho la revelación de ultratumba, tendríamos
nosotros que magnetizar nuestro pensamiento y pedir a la fantasía que nos hiciera esperar y creer.
¿Existe nada más grande y que más eleve al hombre que la íntima convicción de que
todos somos iguales?
El día que la humanidad se convenza de esta innegable verdad no habrá razas ni
privilegios y todos trabajarán; pero no para acumular tesoros metálicos.
Lejos está todavía esa aurora de paz; sólo algunos hombres, a quienes llaman locos, viven
tranquilos en su modesto hogar, sufren resignados la condena que merecieron y compadecen a los
muchos que, como Caín, son fratricidas.
¡Desgraciados de aquellos que solo ven la Tierra! ¡Venturosos de nosotros que decimos:
«No hay culpa sin pena! ...»
¡Bendito sea el Espiritismo, irradiación suprema, luz inextinguible, cedro secular a cuyo
añoso tronco se enlazan la justicia, la verdad y la razón!
INDICE

Videncias y comunicaciones / 7
Ciento cincuenta años / 13
Todo es justo / 19
Sin brazos y sin piernas / 31
El orgullo también es un pecado / 35
Un sabio sin corazón / 43
En la culpa está el castigo / 49
Venganza espantosa / 53
Las penas más grandes / 61
La muerte de un cuerpo dio vida a un alma / 67
Todo se paga / 73
Lo que damos es lo que recogemos / 77
Presentimientos / 83
Mala cosecha / 89 La venganza / 95
El crimen trae el crimen / 107
Treinta y dos años / 113
Por la paz, por la justicia / 121
El dolor cura el dolor / 127
Lo que no se gana, no se obtiene / 131
Lo que puede hacer la fortuna / 141
Lo que no muere / 149
El mar de trigo / 157
El último vals / 167
¡Justicia! / 177
Las religiones y el Espiritismo / 185
¡Ayer y hoy! / 191
Una historia más / 197
¡Cuánta sombra! / 201
Tristeza / 205
La misión de Kardec / 209
¡Amor eterno! / 211
El despertador / 215
Juan Mañana / 219
En un lecho de flores / 225
Amparo / 231
¡Todo tiene su causa! / 239
El ahorro / 249
La avaricia de cien siglos / 259
¡Salvación! / 263
No hay fenómenos / 267
No hay culpa sin pena / 271

OBRAS MEDULARES DE LA DOCTRINA ESPIRITA

ALLAN KARDEC
El Libro de los Espíritus
El Libro de los Médiums
El Evangelio según el Espiritismo
El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el
Espiritismo
El Génesis, los Milagros y las Predicciones según el
Espiritismo
Qué es el Espiritismo? Obras Póstumas Oraciones Espiritas
N DENIS
Después de la Muerte
Cristianismo y Espiritismo
En lo Invisible
El Problema del Ser y del Destino ruana de Arco, Médium
El Gran Enigma
El Mundo Invisible y la Guerra
El Genio Céltico y el Mundo Invisible
RIEL DELANNE
Investigaciones sobre la Mediumnidad
AMALIA DOMINGO Y SOLER
Ramos de Violetas
Hechos que Prueban
Memorias del Padre Germán
Réplicas de Amalia
Sus más Hermosos Escritos
El Espiritismo Refutando los Errores del Catolicismo re Perdono
Memorias
HENRI SAUSSE
Biografía de Allan Kardec
ADRÉ MOREIL
Vida y Obra de Allan Kardec
GASTON LUCE
León Denis, el Apóstol del Espiritismo

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