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Prefacio

Tuve la suerte de nacer en el año de 1.948. Mis padres nacidos


ambos en España, al igual que la totalidad de mi familia, no conocieron
en carne propia el sadismo de los alemanes. Los que tuvieron la
desgracia de caer en sus manos, saben de lo que les estoy hablando,
a ellos, lograron inculcarles un miedo perpetuo.
Muchos de los judíos prisioneros en algún momento, pensaron en
suicidarse. Una parte de ellos sin duda, murió en los campos de
concentración, aunque la otra parte aún hoy viva. Los alemanes, no
solamente mataron a seis millones de judíos, además, a los judíos
sobrevivientes los mismos criminales también lograron matarles una
parte de sí.
Cada uno de ellos con una extraordinaria valentía, hizo lo imposible
por sobrevivir, por testimoniar su verdad. A los que he entrevistado, me
han hecho sentir su angustia y han logrado en parte transmitirme sus
experiencias, pero estoy consciente de que vivir un hecho no puede
ser igualado por relato alguno.
Cuando analizo mis apuntes, cuando trato de ponerme en su lugar y
a sabiendas de que no estoy corriendo peligro alguno, me asusto, me
acobardo, mis cabellos se erizan, me doy cuenta que toda esta gente
era y es del más puro acero, son indiscutiblemente, personas muy
especiales, sus historias son sumamente tristes, pero sus temples son
envidiables.
Entre lo que me testimoniaron, noté que no se hablaba de sexo.
Con la explicación de uno de mis entrevistados, entendí, que tanto en
el caso de las mujeres como en el de los hombres; flacos, demacrados,
calvos, piojosos, enfermos y con necesidades vitales, mínimas
insatisfechas, estaba de más hablar de ello, eso era un lujo no
deseado. Otro me dijo en algún momento; que las mujeres sentían que
además de la falta de femineidad se endurecían aún más sus formas,
e iban perdiendo su apariencia humana.
Sé por boca de ellos, que los alambres electrificados cada vez los
sentían más de cerca y que su poder de atracción era cada día mayor.
También sé, que al llegar de regreso al campo de concentración, como
premio, absurdo e ilógico, luego de un día de trabajos forzados,
inseguros, muertos de hambre, sucios, llenos de lodo, ansiosos por
noticias de los suyos y que además de haberlos obligado a cargar con
los cadáveres, que a diario quedaban en los campos, de regreso de sus
angustias, se encontraban con que eran recibidos con música, de una
orquesta formada de prisioneros judíos, era algo por demás
desquiciante.
Hoy, nosotros los judíos, al igual que la mayoría del mundo,
seguimos sin entender, cómo funcionaba el engranaje que los movía.
Los judíos mirando siempre hacia atrás, en su vida y en su historia,
estaban solos, sin dolientes, tratando de enfocar su punto de partida,
deseando vislumbrar un buen día, un rayo de luz, con una potencia
capaz de iluminarles todas sus tinieblas. Sin darse cuenta que en este
mundo materialista, ilógico e insensato, hay quien pretende y
pretenderá, ser todopoderoso, antes de ser simplemente un ser
humano.
El mundo vivía desconociendo los hechos, la posibilidad de una
conflagración mundial era preocupante y atemorizante. Demasiado
tardaron los países en reaccionar. El costo humano a esa dejadez fue
imperdonable. En esos momentos los judíos de Europa sobrevivientes o
no, se encontraron solos, abandonados, haciéndonos pensar que el
destino humano, se vislumbraba triste y oscuro.
Los judíos sefardíes o no, al igual que las nuevas generaciones que
hemos tenido la gran suerte de no conocer la Hecatombe les debemos
a estos judíos sobrevivientes consideraciones muy especiales, cuando
los vemos casados con sus hijos, con sus nietos, formando familias,
echando nuevas raíces en nuevos países, rehaciendo sus vidas con los
pocos pedazos que les quedaron luego del Holocausto y que
partiendo desde cero han logrado lo que son, a pesar de sus miedos,
fobias, a pesar de las terribles sombras que los perseguirán hasta el
fin de sus días, de los inenarrables recuerdos, a pesar de eso y más,
ellos han sabido ver hacia el futuro y con nueva fe y esperanza
continúan por ellos, por sus hijos y nietos, merecen toda nuestra
admiración, respeto, cariño y comprensión.
A mis amigos sobrevivientes, les agradezco el haberme permitido
entrar en sus vidas, en compartir su dolor y sus secretos. A todos ellos
y a cada uno en particular le manifiesto mi amistad y admiración de
por vida. A todos les aplaudo la valentía y el coraje que demostraron al
revivir cada una de sus penas, sé que sus testimonios ayudarán a
muchos jóvenes, como a mi me ayudaron a comprenderlos, a
apreciarlos, a admirarlos y por supuesto a amarlos.

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Samuel Akinin Levy

MOISÉS (MOSHU)
Conozco a Moshú (Moisés) desde finales de los años cuarenta,
joven reservado de poca habla, no muy alto, de modales mas bien
toscos, con una apariencia anticuada pero pulcra. Durante muchos años
lo he encontrado en reuniones, en fiestas, en los rezos, pero siempre
había sido una de esas personas en las que no notamos la diferencia de
si están o no presentes .
Es muy poco lo que podría decir de él, pero hay una vivencia suya
que cambió tanto para mí como para muchos de los que lo
conocíamos, nuestro indiferencia y la opinión que de él teníamos. Era
un fin de semana. los jóvenes estábamos reunidos en la playa
alrededor de una fogata, jugábamos a ¡Cuéntanos tus secretos!. Uno
tras otro nos levantábamos y en voz alta tratando de ocultar nuestro
nerviosismo contábamos nuestras experiencias. En algunos casos,
simpáticas, otras intranscendentes, algunas interesantes y las que más
comunes y normales.
Le llegó el turno a Moshú. El último de los chistes aún mantenía las
risas de la gente se podría pensar que su porte y figura eran
causantes de las risas. Moshú, da unos pasos, ve a su alrededor y de
alguna manera surge en él una transfiguración. Lo que ninguno de
nosotros podría pensar, comienza a tomar forma, de repente, se
enseria, nos da la impresión de que el interlocutor fuera una persona
mayor, un profesor, debido al mensaje que nos iba a dar, su temple y
compostura cambian de una manera inexplicable.
Titubea un poco al comienzo, pero a medida que nos va contando lo
que recuerda de su niñez, va tomando confianza y perdiendo su
timidez, nos habla de su pueblo, de su padre nos detalla el sitio en
donde vivía, cuando se lo llevaron los alemanes, recuerda las cosas

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como si las estuviera viviendo. Pasado un rato, respira hondo y nos
dice. ¡Quiero que sepan que fui testigo presencial de la violación de mi
hermana menor y de la de mi madre en manos de los nazis!. No creo
que sea interesante el detalle, los hechos, pero fui salvajemente
golpeado y desfigurado hasta la saciedad. Sé y reconozco que esos
hechos moldearon de una manera no adecuada mi actitud hacia el
prójimo y que no ha sido sino hasta hoy que he podido revelar mis
secretos, espero y pido a cada uno de ustedes, su comprensión,
respeto y todo el amor que me puedan dar que mucha falta me hace.
Comenzamos a llorar con él. lo abrazamos, y desde ese mismo instante,
aprendí a apreciarlo, a valorarlo, a quererlo.

Fuente: Micha Meckler.

POLONIA
Es una mañana como las de costumbre, los hombres estamos
ocupándonos de la confección de uniformes de estos malditos nazis, el
ambiente es desesperante, cada día hay más y más muertos, por
maltratos, por fusilamientos, por hambre, no vemos futuro alguno, a mi
esposa la tienen junto con las otras mujeres en las barracas para
mujeres, estoy sumamente preocupado por su salud, sé que ella está
en estado de nuestro primogénito y no veo salida alguna, no creo
podamos sobrevivir. Muchos fueron los meses y años que logramos
ocultarnos de estos verdugos, pero ahora veo el fin muy cercano.
Estoy trabajando en el tercer piso, en la fábrica de confección del
campo de concentración, a mi lado hay varios haciendo la misma labor
que yo. De repente vienen dos nazis muy indispuestos, desesperados al
no haberles terminado un trabajo particular por ellos pedido y al
constatar que no habíamos cumplido, inmediatamente hicieron uso de
sus armas y al que estaba a mi lado lo masacraron. El miedo a la
muerte y la seguridad de que ese era mi día, me hicieron tomar una
decisión que jamás pensé podría tomar, atentar contra mi propia vida.
Como un felino salí corriendo y salté por la ventana de este tercer piso.
La caída fue casi mortal, me di un golpe tan fuerte en la cabeza que
inmediatamente perdí un ojo, además de mucha sangre y del
conocimiento.

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Los nazis bajaron a toda velocidad a terminar de rematarme pero al
ver la forma en que me había destrozado la cara simplemente
supusieron que era mucho desperdicio el gastar balas en un cuerpo ya
sin vida, muerto. Y es así como, mi supuesta muerte salvó mi vida. Ellos
no me recogieron, ese era trabajo de otros, el suyo, había terminado.
Sin fuerzas, sangrando a borbotones , en medio de un gran dolor y al
verme caído del otro lado de la cerca, al lado de la barraca de las
mujeres, me arrastré hacia el edificio; sabía que ahí estaba mi esposa y
en lo único que pensaba era en poder verla una vez más antes de
morir.
Pienso que llegué por mi mismo, pero de lo que sí estoy seguro es
de la alegría que me dio cuando recuperé el conocimiento y ahí si
estaba ella. Mis deseos se cumplieron. Entre todas las mujeres, me
ocultaron, me cuidaron y ayudaron a sanar. También a mi esposa la
atendieron en el parto, no solamente eso, sino que se ocuparon de
amamantar al bebé ya que mi esposa no podía. Varias fueron las
semanas de cuidados. La suerte nos acompañó hasta que nos
libertaron los aliados y luego se encargaron de nosotros los de la cruz
roja.
Mi gratitud a esas valientes mujeres que sin medir el riesgo
compartieron con nosotros, su amor, sus cuidados, su lactancia y su
pan.

Fuente: Víctor Rubinstein

Mauricio "Motek"
Kramer
MI PAPA
Muchas, pero muchas veces fueron las que le pedí a mi papá, me
contara lo que le había sucedido en los campos de concentración, en
los cuales pasó todo el tiempo que duró la guerra y la respuesta
siempre fue la misma, no quería revivir el pasado, no quería recordar lo
sufrido, no podía compartir lo dolido. Me acercaba a mi mamá quien
había nacido en América, y descubrí, que ni tan siquiera a ella le había
confiado su historia.
Algunos momentos suyos de meditación, me permitieron hacerle a
veces recordar pequeñas cosas y con una melancolía hacia sus raíces
pensaba en voz alta. "Eramos una familia numerosa, papá, mamá, mis
cuatro hermanas y yo el único varón. Nacidos en Polonia cumplíamos
con la obligatoriedad de ir en las mañanas al colegio público y por las
tardes al Jeder, donde aprendíamos Torá. Ya en esa época siendo niño

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recuerdo la persecución contra los judíos, nos repudiaban y de
encontrarnos solos los demás niños nos golpeaban. Por el instinto de
conservación nos reuníamos en grupos y dentro de lo posible era así
como nos manteníamos para evitar que nos pegaran".
Recuerdo vivamente el momento en que papá nos relató cuando los
alemanes se llevaron a toda la familia al campo de concentración, "nos
hicieron separarnos en dos filas, en una estaban mis padres mis dos
hermanas menores y mi primo y en la otra estaba yo con mis dos
hermanas mayores, en esa época yo tenía once años y tuve la
experiencia mas injusta e inhumana que cualquier ser vivo haya podido
experimentar. Mi familia entera la de la otra fila fueron cremados vivos.
Luego hicieron lo mismo con mis hermanas mayores".
A varios años de distancia y luego de un atropello automovilístico
casi mortal que tuvo mi padre en Montecarlo. Nos dijo que a él lo
habían mandado a trabajar en una fábrica de armas, municiones y de
bombas. Que trabajando con una sierra eléctrica se hizo un corte muy
profundo y peligroso en el pie. ¡Pensar en ir a la enfermería ! eso era
autocondenarse a muerte, ya que un judío herido no les convenía, era
mas fácil eliminarlo y suplirlo con cualquier otro. Esta situación hizo que
mi papá escondiera su herida, y por supuesto su dolor. Y ni hablar de
medicinas, el tuvo que automedicarse, tratar su herida con orines, y
así salió adelante.
"A veces las flotillas de aviones de los aliados pasaban por encima
del campo, esto hacía que los alemanes se resguardaran en los refugios
antiaéreos hasta que paraban de bombardear y cesara el peligro. Para
nosotros esos momentos eran felices ya que nos dejaban solos a
nuestra suerte indefensos, pero libres durante el tiempo que duraba.
Eran esos los únicos momentos de descanso durante el día. Ninguno
de nosotros trabajaba, aún por el contrario nos sentábamos conscientes
del peligro, pero sin ningún tipo de esperanzas, a ver volar a los
aviones. Y ver el gran espectáculo, la caída de las bombas".
"Al finalizar la guerra a los pocos sobrevivientes que quedamos, los
aliados nos llevaron a un hospital de la cruz roja para poder
recuperarnos ya, que la desnutrición y otras muchas enfermedades
habían afectado a cada uno de nosotros tanto física como
mentalmente. En este hospital éramos bien atendidos y alimentados.
Pero por las noches nos escapábamos a la cocina a robarnos lo que
encontrábamos de comida y pedazos de pan. Todas las mañanas las
enfermeras conseguían restos de comida debajo de las almohadas.
Ellas nos explicaban que ya no hacia falta robarla o esconderla, que
ellos nos alimentarían mientras permaneciésemos bajo su cuidado. Sin
embargo cada noche se volvía a repetir la misma historia". El hambre
que sufrieron y que fue su fiel acompañante tantos años, era más
fuerte que la razón y que cualquier lógica explicación. Mas aún pienso
que a pesar de los muchos años transcurridos el hambre, estaba
siempre presente como una sombra acechante.

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De sus recuerdos son pocos los que pudimos compartir pero me
consta que tanta amargura, dolor y hambre que le tocó vivir, lo
hicieron ver de un modo distinto a los necesitados, para con ellos
siempre estaba dispuesto a tenderles la mano. Mi papá siempre tenía
un consejo y una ayuda para quien se le acercara y para con nosotros;
mi madre y mi hermana al igual que para con sus nietos fue en vida y
aún hoy en su permanente recuerdo, el mejor de los hombres, el mejor
de los padres, ¡Mi papá!

Fuente: Anita Kramer de Akinin

JOTIN
Salimos en total dieciocho mil personas de nuestro pueblo de
Rumania, íbamos en filas escoltados por soldados rumanos a ambos
lados del camino. No se nos permitía descansar. Aquel que por
cualquier motivo lo hiciera era hombre muerto de forma instantánea.
Tampoco se nos permitía tomar agua ya que el castigo era idéntico.
Decir que solamente los soldados eran inhumanos es injusto, de alguna
manera el pueblo gozaba y se divertía con los sucesos.

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Luego de todo un día de camino llegamos a un lugar donde nos
permitieron descansar, y el que comandaba a los soldados nos dijo que
pronto llegarían carretas con caballos para llevarnos, y que todo aquel
que sintiera que no podía seguir caminando, mejor se quedara para no
retrasar al grupo, y luego estos serían llevados en las carretas. Pero a
aquellos inocentes que de verdad no podían dar ni un sólo paso más, y
que se habían quedado sentados fueron asesinados delante de
nosotros. Al comenzar a andar el grupo nos propusimos tratar de
salvar a los que venían detrás de nosotros y dos de los nuestros en un
descuido se escaparon y fueron a avisarles para evitar una nueva
masacre. ¡Honor a esos héroes !.
Mi esposa y su familia se habían escondido en el campo con un
grupo muy grande de judíos con intención de escaparse hacia Rusia,
una noche cuando caminaban, una niña comenzó a llorar y llorar y no
había forma ni manera de detener su llanto. El miedo reinante era tal
que uno de los nuestros viendo que la niña no paraba de llorar y por
temor a que fueran descubiertos, en un momento de desesperación
propuso matarla. Muchos de nosotros y su propia madre nos opusimos
a ni siquiera pensar en esa posibilidad, pero fue algo muy superior a
nosotros quien salvó a la niña, de repente ésta, como si se le hubiera
dado un fuerte sedante, calló. Y la patrulla que estaba muy cerca, no
nos detectó.
Durante la travesía la gente se hacía grandes heridas en las piernas
y manos con las rocas y matorrales, carecíamos de medicamentos, y
hoy recuerdo que lo que usábamos para curar estas heridas y las
grandes úlceras, era el humo producido al quemar cualquier tela de
saco. Este remedio se lo dimos hace unos años a un conocido al cual le
habían practicado varios injertos de piel sin éxito y fue para él como un
milagro.
Por muchos años el papá de mi socio Moshe Cohen, tenía una tienda
en Prístina, un pequeño pueblo en Yugoslavia. Vivían en una casa muy
grande con un gran patio que colindaba por los tres lados con varias
casas similares, entre casa y casa había una reja que las separaba. Con
cada vecino tenían una puerta que los comunicaba a su terreno. Jamás
en la vida le tocó abrir alguna de ellas. Siempre permanecían abiertas.
El papá de Moshe tenía con los vecinos un sentido de colaboración muy
especial. De su tienda siempre les traía regalos, y uno que otro dulce.
Cuando los nazis empezaron a tomar fuerzas, lo único que el padre de
Moshe les pidió a los vecinos era que de llegar ellos a la casa, le
salvaran a su hijo menor, cada uno de ellos por separado, tenían una
respuesta común. ¡Claro que lo haremos!, cuenta con nosotros, no te
preocupes. Pero llegaron los nazis al pueblo, y cuando el papá de
Moshe trató de hablar con alguno de sus vecinos, todas las puertas
entre los patios estaban cerradas. No había con quien hablar.
...Su hermanito murió en los campos de concentración, junto con
sus padres y la mayoría de sus hermanos.

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Fuente: Mendel Altman

SEXTO SENTIDO

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Moisés y Ana, comienzo de los años treinta, dos amigos
inseparables de la niñez, vecinos de toda la vida en un pequeño pueblo
rumano, Jotin, con el correr de los años, novios e inmediatamente,
comienzo de la segunda guerra mundial, progroms, persecuciones,
mudanzas, miedo, angustias, nazis.
Por tratar de salvar sus vidas, se embarcan ambos en un tren
rumbo a lo desconocido a la suerte. Y por no contar con ella, en una
parada obligatoria del tren, Moisés en busca de un baño desocupado en
otro vagón, no se percata que éste había sido separado de los demás, y
que su novia Ana sin poder evitarlo se alejaba segundo a segundo más
y más, hasta perderla de vista. ¡Quizás para siempre!.
Pasan los días, meses y luego siete años. Y Moisés no logra
olvidarla, no se cansa de preguntar por su Ana, pero no hay consuelo,
no se avizoran esperanzas.
Son las doce de mediodía, caminando por la plaza del pueblo,
Moisés ve pasar a un caballero vestido con un traje que le llama la
atención, titubea un segundo. Pasan en su mente recuerdos, vivencias,
formas y colores de un pasado triste y de algunos recuerdos gratos.
Acelera el paso para tratar de alcanzar al sujeto. Mientras tanto
comienza a vibrar, a sudar frío, en cada paso que da se aclaran sus
imágenes, el recuerdo del pasado hace cambiar el tiempo de manera
tal que al revivirlos pareciera que fueran en presente.
Ana, quien había aprendido el oficio de sastre en su casa. Le había
regalado su primer traje y como detalles curiosos, tanto el ojal de la
solapa como el bolsillo pañolero se destacaban; uno por su tamaño
nada usual y el otro por el detalle del pespunte tan elaborado. En su
momento ambos le habían llamado la atención pero por vergüenza nos
les había hecho ningún comentario.
Con señal de admiración al acercarse al sujeto le preguntó ¿donde
se había hecho el traje? (con detalles similares a los de su amada Ana),
y el señor le contestó, que en un viaje reciente, en Turquía, en una
pequeña sastrería en el centro de la ciudad, pero no pudo recordar el
nombre ni la dirección exacta déla misma.
Camino de su casa, trataba de armar el rompecabezas. ¿Sería Ana
la que cosió ese traje? ¿Estaría viva? ¿Como habría llegado a Turquía?
¿Sería la casualidad, la suerte, o el destino?.
Comienza la carrera contra el tiempo, la búsqueda de algún
conocido que viviendo en Turquía, se encargara de la misión. La
búsqueda de su amada Ana.
El tren en su carrera la aleja de su amado, el miedo se apodera de
ella, el frío cala en sus huesos. Tardan unos segundos en llegar las
lágrimas a sus ojos, pero luego no hay consuelo que las detenga.
Horas de soledad, de angustia, sin conocer ni la ciudad, ni a su
gente. Deambula sin rumbos, sin metas, sin sueños ni esperanzas.
¡Pero en el camino de la obscuridad, siempre hay una luz!. Sin haberlo
notado estaba parada frente a una sastrería, entró, solicitó trabajo,

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para suerte de ella, esta pareja ya mayor y sin hijos, la tomó como
suya.
Pasaron los días y el peligro de las persecuciones cada día era una
amenaza mayor por lo cual Mendel, el sastre optó por viajar con su
esposa Fira y su nueva hija Ana a otro país, a Turquía.
Fue así como un noviazgo interrumpido por la casualidad y las
malas jugadas del destino, por la misma vía, se logran re encontrar. Se
casan vienen a Venezuela, y forman una familia, que heredan del
padre, su tesón y de la madre la abnegación y la entrega total por su
familia.

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Fuente: Anita Botbol de Alfón

LA HISTERIA
COLECTIVA
No es simplemente la maldad humana la culpable de todo lo
sucedido al pueblo judío. hay que reconocer que en algunos casos
aislados podemos encontrar, sensibilidad humana. Mi amiga la señora
Altman, me cuenta que a la edad de nueve años en los laguers, se
llevaron a su padre a los campos de concentración. Acababa de pasar
ella por fiebre tifoidea y había perdido todo el pelo por lo cual se cubría
la cabeza con un pañuelo para disimularlo. A sabiendas de que la única
forma de salvarlo, era el intercambiar pertenencias de valor con el
comandante. Y careciendo de ellas, no encontró otra forma, sino el
tratar de hablar con él, ya que valores no poseían.
¡Hablar con el comandante!. Que fácil es decirlo. Era una misión
imposible y mas para una niña. Se acercó al cuartel general y viendo la
cantidad de soldados que custodiaban la entrada, se dio cuenta que por
esa vía no llegaría. Con la inocencia de una niña y el amor por un
padre, se arrastró por los jardines entre los arbustos, y con suerte llegó
a la oficina del comandante, quién en ese momento estaba recibiendo
un abrigo de pieles de una señora que imploraba liberara a su esposo.
¿Y tú que haces aquí niña?. Gritó con una voz que incrementó aún mas
el miedo que ya tenía. Llorando le implore que liberara a mi padre, que
nosotras éramos dos mujeres solas y sin la ayuda de mi padre
estaríamos perdidas. Y que de no liberarlo, era mejor que nos llevaran
a las dos, porque de todas maneras sin la ayuda de mi padre
moriríamos de hambre. Cambiando el tono de su voz, me preguntó que
de que pueblo éramos, le dije que de Jotin, él sonriendo, me dijo que
era de la misma región. En ese momento hizo salir a la mujer del
abrigo. Estando solos, me preguntó que hacía mi padre, le dije que el
era el que hacía el pan para los que se llevaban en los trenes. Con una
sonrisa me dijo que ya me podía ir que hoy liberaría a mi padre. Como
un rayo salí de su oficina,. ya no me arrastré como a la entrada, pasé
frente a la custodia y al fin llegué a mi casa. Con el corazón a punto de
estallar por la emoción y la carrera, le dije a mi madre que el
comandante me había dado su palabra de que soltaría a mi padre hoy.
¡Que triste cuando la realidad hace despertarse del sueño inocente
de la fantasía, a los niños!. Mi madre luego de interrogarme, se
percató que no me habían preguntado, ni el nombre de mi padre, ni
nuestro apellido, con lo cual, me dejó bien claro que no lo soltarían y

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que había sido engañada. ¡Que dolor!. Pasaron las horas y no paramos
de llorar. De pronto a las once de la noche tocaron a nuestra puerta.
Era mi padre que lo habían liberado. ¡Que alegría!. Luego de besos y
abrazos le preguntamos que ¿Como lo habían encontrado sin saber
ellos su nombre?. Dijo, que el comandante entró en el campo y a viva
voz preguntó que quien hacía el pan para los que se marchaban?. Que
se pusiera de pie, yo me levanté, dijo mi padre, y dos mas se
levantaron y dijeron sin serlo que eran mis ayudantes. Nos llamó a los
tres y para no cometer un error en cuanto al que iba a perdonar, nos
perdonó a los tres.
Fuente: Mania Altman

RUMANIA
Vivimos durante generaciones en Rumania, era nuestro hogar,
nuestros recuerdos, alcanzaban a decirnos que de alguna manera ese
era nuestro país, habíamos oído hablar de la expulsión de los judíos de
España, pero no lo podíamos entender, teníamos acceso como rumanos
a las escuelas públicas, recordábamos nuestras festividades,
manteníamos el kashrut, respetábamos el shabat, convivíamos con
nuestros vecinos.
¿Que pudo haber pasado? para que con una sola mente enferma y
maligna millones de seres humanos cambiaran de seres normales a
malévolos asesinos o a impasibles ciudadanos. La historia bíblica daba
muestras de una repetición, la maldad en los tiempos de Sodoma y
Gomorra no estaba tan lejana, la podíamos sentir a nuestro alrededor.
Los genes de la crueldad se habían reproducido.
La historia se repite. La Reina Isabel la Católica en su ambición de
apropiarse de Granada y de otras tierras, comienza bajo la
recomendación de Torquemada, otro de los asesinos más crueles y
sanguinarios de la historia universal, primero a imponer mas y mas
impuestos, Hitler, no se conformó con eso, tomo las propiedades,
luego, de apoderarse de los bienes ajenos, con la misma tónica Hitler,
el megalómano menos humano, saquea, chantajea, secuestra, y
extermina sistemáticamente, primero a los adversarios políticos,
después a los pobladores de Europa que consideraba inferiores a la
raza aria, luego la hecatombe, y si lo hubieran dejado, se hubiese
apoderado de toda la mente humana, convirtiendo al mundo en una
pesadilla sin fin.
Nosotros que contamos lo que no hemos visto, lo que no hemos
vivido, no tenemos forma, ni palabras decentes que sirvan para
detallar las atrocidades cometidas por estos sanguinarios ni tan
siquiera somos capaces de decir toda la cruda verdad. Han violado a

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nuestros seres mas queridos, en algunos casos a nosotros mismos, nos
han vejado, usado como animales de carga y de trabajo, hemos sido
obligados a cavar zanjas gigantescas, para luego ser acribillados y ahí
mismo tapiados como perros rabiosos. Al comienzo robaban nuestras
propiedades y nos expulsaban venían unos camiones que partían al
llenarse por completo. Los que se quedaban sin sitio para que no
lograran regresar a sus casas a recoger sus pertenencias o delatar sus
robos, simplemente los mataban.
Para mi querida amiga Bronia el recordar esa mañana a las
cuadrillas de nazis rodeando su casa con sirenas, sacándolos a la fuerza
con sus armas. es toda una pesadilla y ala vez una poesía humana. Nos
hicieron salir a cada uno de nosotros, nos estaban expulsando en las
secuencias cíclicas de represión. Hoy nos tocaba a nosotros. Nos
pararon en fila y poco a poco nos hicieron subir a los camiones. Antes
de llegar mi turno, el camión estaba repleto, no había forma ni manera
de poder embarcarme, me sentía perdida, estaba sellado mi fin. No
pude emitir palabra alguna de miedo o de dolor, pero de alguna
manera la expresión inocente de mi rostro tuvo que tener una
influencia subliminal sobre la última persona que se había montado en
el camión, ya que este sin quitarme los ojos de encima se podría decir
casi hipnotizado, pero con una demostración de seguridad, de estar
consciente de su futuro y del sacrificio que en pos de una desconocida
estaba realizando al cederle su puesto, bajó rápidamente y estando en
el suelo me ayudo a subir, a vivir, a testificar, a procrear, a recordar de
por vida que si hay bondad en el hombre, que es capaz de arriesgar
su propia vida, y mas aún por la de una infeliz desconocida.

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Fuente: Anita Alfon

UNA FAMILIA
YUGOSLAVA
Estamos en el año de 1.938, aún no he nacido, mis padres gente
acomodada, con mucha suerte en los negocios deciden viajar a
Palestina y venden todas sus pertenencias. Antes de partir viajan a
Novisad para despedirse de su hermana. Mi padre es el hermano menor
entre seis varones y tres hembras. Con bisabuelos nacidos en Turquía
es descendiente de una de las tantas familias sefardita expulsadas de
España durante el reinado de los Reyes Católicos.
Nacido en Belgrado y con una habilidad nata para la compra y venta
era casi un terrateniente en su país, en sus tierras, según contaba mi
madre eran muchas las familias que le trabajaban los cultivos. Pero el
gran sueño de Teodoro Herzel de alguna manera le había despertado
sus sentimientos sionista. Al llegar de la capital, al pueblo en que vivía
su hermana se deja deslumbrar por un hotel en la avenida principal. El
poder compartir un tiempo con su hermana y el hecho de que mi
madre estaba embarazada fueron motivos suficientes para hacerlo
decidir quedarse y comprarlo. Se pospone por uno o dos años más el
viaje.
En la postguerra mi madre mantenía este hotel en donde se servía
comida a cuarenta personas. En el patio de atrás había un aljibe que

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medía siete metros y la usábamos para recoger agua de lluvias, porque
según mamá esta era especial para la blancura de la ropa. El tanque lo
teníamos sin ningún tipo de permiso cosa que a la larga nos costó un
gran problema. Lo extraño era que en mi casa contábamos con agua
corriente, luz y teléfono. Pero mamá era algo muy especial en todo, en
la escogencia de mis juguetes, de mis ropas .en mis vajillas de niña, y
hasta en la blancura de la ropa. Se me había prohibido acercarme al
tanque, destaparlo eso jamás se lo hubieran imaginado. Pero la
travesura de niña me hizo destaparlo y tratar de sacar agua con una
palangana para bañar a mi primito. Al llenarla el peso de la palangana
era tal que me caí dentro del tanque y si no fuera por uno de los
comensales asiduos al restaurante que oyó el ruido, ahí hubieran
terminado mis días.
Apenas pasan dos años desde que mi papá había comprado el
Hotel cuando uno de sus hermanos vino de la capital diciéndole que
habían detenido a sus padres, hermanos y hermanas y que no los
soltarían hasta tanto el no fuera a Belgrado o de lo contrario los
matarían. Mi madre muy certera y práctica le hace ver que su viaje en
nada beneficiaría a sus hermanos La guerra había comenzado y por los
cuentos que ya se escuchaban, de ir él, lo lógico era que ya no volviera
vivo. Muchas horas de insomnio pasó mi madre tratando de convencer
a mi padre para que no fuera, pero su terquedad y su responsabilidad
no le permitían ver lo que iba a pasar. En la mañana siguiente, mi
madre nos cuenta, con que pasión se despidió de mi, de mi madre y de
mi hermana. ...Jamás imaginábamos que sería la última vez que los
veríamos con vida.
Mi abuelos, mi padre, mis ocho tíos, y la mayoría de mis primos,
fueron ejecutados, no hubo un ápice de la supuesta dignidad humana,
que a tiempo hubiera evitado esta masacre. Esta es mi deuda al siglo
veinte. Pido a Dios no se vuelva a repetir, por el bien de mis nietos y
de la humanidad

Era el momento de actuar, mi madre no podía permitir que nos


pasara algo, ella era responsable por la vida de sus dos hijas y de su
madre y era de esperar de un momento a otro que vinieran por
nosotras. A la primera que se llevó de la casa fue a mí, me colocó con
unos campesinos que tenían un solo hijo y por muchos meses fue mi
escondite, así colocó a cada una de los nuestros en distintas casas,
solía venir a visitarnos y a darles dinero para ayudar el costo de
nuestra manutención. Por ciertos rumores el señor que me albergaba
buscó a mi mamá para que me mudara a otro lugar mas seguro. Algún
campesino delató al que me había escondido y por no entregarme,
como castigo le mataron a su hijo. De este señor tengo recuerdos muy
especiales de su bondad, corazón y nobleza. Lo he vuelto a encontrar
muchos años después y sé que me quiere como a una hija. Cuando los

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comunistas luego de la guerra empezaron a entrar en Yugoslavia, mi
madre le regaló sus tierras.
Pero para el pueblo judío la diáspora es y ha sido lo más normal.
Crecí en Israel junto con mi madre, mi hermana y su hija. En una
oportunidad trabajando para la nacional abodá, me encargaron de
escoger el personal de relleno para la película que iban a comenzar a
filmar, Éxodo. Puse todo mi empeño y logre colmar las expectativas del
director, quien para el estreno del film en la ciudad de New York me
envió los ticketes de avión y los de hospedaje por tres semanas con los
gastos incluidos. Me presentan a un venezolano nacido en Rumania en
la ciudad de New York. Salimos por varias semanas, nos
comprometemos, luego nos casamos y fuimos a vivir a Caracas.
Así, bajo el cuidado y la protección de mi madre, entre escondite y
escondite evadimos a los nazis y a los campos de concentración
durante toda la guerra. Seguimos en el hotel hasta el año de 1.950 año
de nuestra alía (viaje a Israel). Donde nos establecimos, ya mi abuela
había muerto cuando llegamos, o sea que de nuevo le tocó a mi madre
velar sola con sus dos hijas pequeñas.
En mi primera noche en New York y con la experiencia de ver tantos
rascacielos, tantos negocios iluminados, tantas luces, me impresioné
por la similitud con mi pasado, cuando estando sola sin tener cerca a
mis padres, en una casa extraña oculta con extraños durante la
guerra, me asomaba a la ventana a ver el cielo y me maravillaba el
titilar de las estrellas y el resplandor de las bombas. Mientras al igual
que ayer, hoy al verlas lloro por mi soledad, por el recuerdo y la falta
de mi padre.

Fuente: Regina Koen de Schnapp

MIS PRIMOS
GEMELOS
Uno de los hermanos mayores de mi padre tuvo gemelos, el día que
los conocí quedé sumamente impresionada, Marcko era rubio de ojos

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azules como su madre, Reuben de tez morena y de pelo negro.
Nuestros ancestros de alguna manera dejaban huellas claras de
nuestras raíz semita.
Mis tíos vivían en Belgrado eran de esas familias pudientes,
poseedoras de vastos terrenos y de varias propiedades, apenas
comenzó la persecución del pueblo judío, fue a ellos a quienes se
llevaron de primeros, eran sus pertenencias, sus haberes el interés que
tenían. La mezcla de una ideología impuesta mas el deseo de
apropiarse de lo ajeno, ayudaron a incrementar la mística por el asalto,
el robo, la violación, y más tarde aflora el deseo animal, el asesinato en
masa, la masacre, el exterminio.
Era una mañana de verano, mis primos gemelos eran llevados en el
tren hacia los campos de concentración, Marcko estaba muy enfermo,
la fiebre le había subido en forma alarmante recostado en Reuben
sintió el fuego que irradiaba, se lo dijo pero no recibió contestación.
Parecía como que estuvieran metidos en una lata de sardinas, la
hediondez era insoportable ni hablar de los piojos y otras cosas.
Estaba aún fresca la noticia de la muerte de los suyos, cuando veían
venir la propia, no había tiempo para consolarse, el ver a su hermano
tan enfermo y sin posibilidad de futuro tramó un plan. Como si no lo
conociese gritó diciendo que este hombre estaba muerto y que era
mejor lanzarlo a fuera del tren para que no contagiara a los demás. Con
la prenda de vestir que el tenía le cubrió el rostro con mucho cuidado
con la doble intención de que no descubrieran que estaba vivo y al
chocar contra el suelo le protegiera la cara contra el impacto. Entre
tres de los que iban en el tren lo levantaron y el hermano dirigió toda la
operación, tuvo cuidado de dar la orden de lanzarlo cuando supuso era
el momento y el lugar apropiado.
Por días Reuben pidió a Dios que hiciera un milagro con su
hermano, que lo salvara, que por lo menos uno de su familia
sobreviviera. Reuben murió en el campo, en vida no pudo constatar lo
que le pasó a su hermano.
Aunque protegido en el rostro por su hermano, la caída del tren lo
hizo rodar un largo trecho, y al final entre la fiebre y los aporreos
perdió el conocimiento, no pudo recordar cuanto tiempo, quizás el
milagro que pedía su hermano se le había realizado, un campesino lo
recogió inconsciente y lo llevó a su casa, lo escondió en la parte
trasera en donde tenía una cochinera y con sus cuidados y atención
logró salvarle la vida. Pasado un tiempo fue tomado prisionero de
nuevo por los nazis, con la gran suerte que logró escaparse.
Restablecido, llega a Italia ayudado por los curas y luego es llevado a
Israel. Se casa tiene un hijo varón al cual lo llama Reuben como su
hermano, éste crece, hace el servicio militar en la marina de Israel y
terminada la guerra con los árabes en un día de descanso u compañero
le pide que le cambie su guardia, por tener un compromiso con los
padres de su novia a lo cual accede con la condición de que llame a sus

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padres y les informe que ese día no iría. En un momento de insólita
locura ese día los árabes bombardean el barco aún habiendo terminado
la guerra y lo matan. Fue tan vioenta la noticia que recibió Marcko, que
su dolor nunca terminó, las cicatrices del pasado seaguían abiertas y
para completar el cuadro de dolor, el cuerpo de su amado hijo nunca
apareció. Treinta días después enterraron una urna vacia.

Fuente: Regina Koen de Schnapp.

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MOSHE COHEN
Mi familia por parte de mi padre es oriunda de España. Obligados
por la inquisición española tuvo que emigrar y fueron a vivir por dos
centurias a Italia, más tarde se mudaron a Rumania y por último a
Yugoslavia desde finales del siglo pasado. Esto hace de mi un judío
errante de origen sefardita. De mi madre no puedo seguir todas sus
raíces pero ella proviene de la rama judía askenazi. Es Belgrado un
asentamiento judío por excelencia, entre ambas ramas de judíos no se
hacen diferencias, ni tan siquiera en los rezos, todos vamos a una
sinagoga común. Si ese día era un Rabino sefardita el que oficiaba los
rezos este rezaba a su estilo y de lo contrario de ser un rabino
askenazi se oraba a la usanza askenazi, sin que por esto se molestaran
los unos o los otros.
Mi papá gran comerciante y con buen olfato para los negocios,
luego de haber amasado una fortuna, pensó que lo mejor sería
mudarse a un pueblo tranquilo,; comprar una casa con terreno
suficiente para sembrar árboles frutales, dedicarse de lleno a su esposa
e hijos. Y así nos mudamos a Prístina un pequeño y bello pueblo, en el
cual mi padre compra una tienda al igual que la casa por él soñada.
Recuerdo la belleza de la naturaleza, tenía árboles de todo tipo de
frutas, de membrillo, manzanas, peras, cerezas, castañas y otros
tantos. Rodeando nuestra casa habían tres casas vecinales también con
árboles frutales que colindaban con la nuestra. y en las cuales pasé los
momentos más felices de mi infancia. En mi colegio era el único judío
pero esto jamás por años tuvo importancia ni para mi ni para mis
vecinos o compañeros de estudio.
Mi hermano mayor, era militar, estaba casado, tenía un hijo
pequeño, Jacobo. Al comenzar la guerra fue puesto preso y enviado a
Italia donde estuvo hasta finales de la misma. En su momento cuando
mi papá vio que estaba empeorando la situación en cuanto a la
persecución de los judíos decidió enviar a mi cuñada y a mi sobrino
fuera de Yugoslavia, lo que a la larga hizo posible su supervivencia.
No sabemos de nuestra familia en Belgrado, las noticias de la
guerra eran imposibles de creer. Han pasado dos años desde su
comienzo, aunque de Belgrado nos dicen que no dejaron a ningún judío
vivo, es ahora cuando nos llevan a un campo de concentración llamado
Sallniste, custodiado por croatas-ustasher. Nos hacen trabajar sin
denuedo, pero de alguna manera el temor que teníamos por lo que
contaban que les hacían a los judíos, no lo habíamos vivido en carne
propia.

20
Pasamos unas semanas y nos trasladan en trenes a Alemania. Está
amaneciendo, cuando abren las compuertas de los trenes, podría
describir el flujo de gentes bajándose del tren como un río de personas,
era imposible imaginar cómo éramos tantos en el tren. Llegamos al
campo de berguen-belzec, el miedo se confundía con el frío, la mezcla
era algo insoportable, ninguno de nosotros hablaba, lo más que se
podía oír eran oraciones, había una sumisión total y el temor de qué
pasará. Tengo grabada en mi mente como si fueran fotografías, las
escenas del descenso del tren., veo como antes vi muchas de las cosas
que pasaron, esa pobre gente desorientada, asustada, sola.

Se forman filas frente a unas puertas gigantes, nos hacen desnudar,


nos rapan la cabeza, nos pasan por unas duchas supuestamente para
eliminar piojos y otras plagas y al salir nos dan un pijama y unos suecos
de madera. Pasado esto, nos distribuyen en los diferentes galpones, los
hombres a unos, las mujeres a otros y los niños nos separan por
edades. Ese fue el último día que vi a mi padre, no hubo
despedida,...pero aún hoy hay mucho dolor.
Me toca el galpón para niños en edades comprendidas de 11 a 15
años, el frío que pasé me hace temblar al recordarlo, no era posible
acostumbrarse. Apenas llegamos nos forman en una cuadrilla de diez y
siete niños y nos encargamos de la limpieza de los campos.
En el campo de concentración, el trabajo estaba dividido, a las
mujeres, les tocaba trabajar de costureras en la fábricas, no quiero
dejar pasar que para mi el campo de berguen-belzec, era más grande
de lo que me pudiera imaginar, era por decir algo, cien veces más
grande que el pueblo en que vivíamos. hoy podría decir que como
Caracas o quizás más. entre campo y campo había varios kilómetros,
todo era lúgubre, obscuro, y frío. A los hombres los ponían a trabajar
como sastres, o ayudantes, éstos, se encargaban de la confección de
los trajes militares y de los accesorios tales como correajes etc. otros
tenían que trabajar como zapateros con la misma utilidad, y otros
grupos se encargaban de la recolección de leña para hacer el carbón,
otro grupo hacia zanjas, enormes zanjas, ... eran fosas gigantescas.
A nosotros los niños nos encargaron de la limpieza de los campos.
Doce años, edad para estudiar, aprender, para amar y ser amado, para
vivir en familia, para recibir ejemplos y buenos consejos. Edad en la
que nos obligan a sentir los más bajos instintos humanos, el hambre, la
desolación, a perder los sentimientos, los escrúpulos y la fe en Dios.
Desde muy temprano en la mañana nuestro grupo de niños salíamos
acompañados de un soldado nazi que tenía tres perros entrenados en
la búsqueda de personas muertas. ¡Eso era lo que hacíamos!,
limpiábamos los campos, recogíamos a los muertos en los distintos
sitios y los montábamos en la cabina de carga de un camión que no
tenía motor, lo jalábamos por un tubo en la parte delantera y luego los
llevábamos a las fosas que ya habían abierto los hombres.

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Este trabajo de limpiar los campos era denigrante, humillante,
inhumano, pero en algunas oportunidades, me permitió ver a mi madre
y a una de mis hermanas. Llegar al campo donde ella estaba me
causaba sensaciones contradictorias, unas de temor, de castigo, otras
de dulzura, de sensibilidad, cuando por fin me tocaba limpiar el campo
donde estaba mi mamá hasta no verla era todo un sufrimiento, una
duda en si vivía aún o si hoy me tocaría a mí recogerla como a las
demás.
A veces habían personas incapaces de levantarse a trabajar, el
hambre, el frío y la debilidad imposibilitaba su capacidad de trabajo,
aún a sabiendas de que el castigo era la muerte. En estos casos el
soldado nazi que veía a algún imposibilitado de levantarse del suelo,
como si fuera en vez de una persona un animal, lo golpeaba con la
punta de su bota en la sien y así lo mataba, sin remordimiento, sin
aspaviento, sin misericordia, sin humanidad.
Tres años de mi vida los pasé en campos de concentración. En el
campo fui el único sobreviviente de mis familiares. Dos semanas antes
de finalizar la guerra a los que quedamos, nos montaron en trenes, y
nos dijeron que nos llevarían a Suiza, desconozco con que fin. Nos
dieron vueltas por toda Alemania, estábamos apunto de morir de
hambre, muchos de los nuestros sucumbieron en esos días. De repente
luego de estar por varias horas detenido el tren, se abren las puertas,
eran los comunistas que nos estaban liberando.
Nos liberaron en un pueblo llamado Trebitz, nos pusieron al tanto de
las novedades, de lo que estaba pasando, nos dijeron que tratáramos
de salvarnos por nuestra cuenta. El pueblo era un pueblo fantasma,
nosotros éramos casi fantasmas yo tenía quince años y apenas pesaba
treinta y dos kilos, dábamos lástima. Nos percatamos de que los
alemanes que vivían en ese pueblo lo habían dejado abandonado
apenas unas horas antes, encontramos en las cocinas huevos todavía
tibios, comida recién hecha y platos servidos y no comidos, fueron dos
semanas de una indigestión permanente para tapar un poco el hambre
acumulada, pero dieron sus frutos, fui recuperando mi peso y mis
fuerzas.
Los yugoslavos fletan trenes para recoger a sus gentes y en uno de
ellos me embarco hacia mi país, a ver si en la posibilidad de un milagro
alguno de los míos se hubiera salvado. Luego de varios días llegamos a
Belgrado y de ahí a mi hogar, a Prístina.
Mi hermano mayor, militar del ejercito yugoslavo, había sido
liberado seis meses antes en Italia, cuando llegó a la casa, ésta estaba
ocupada, con la ayuda de la policía desocupó a los intrusos y se mudó
con su esposa y su pequeño hijo que acababan de regresar.
Primero besos, abrazos, risas, compartimos la alegría de volver a
vernos, de sabernos vivos, luego, la realidad, el dolor, el sentimiento, el
recuerdo, la memoria por nuestros seres queridos, por nuestros padres

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y hermanos. Pero no había retorno, era sólo una vía la del futuro y éste
aparentemente si estaba en nuestras manos.
Convencí a mi hermano que necesitaba preparación, que el
gobierno nos pagaba tres años de instrucción en Checoslovaquia para
aprender una profesión y allá me encaminé. En la mitad del curso me
enteré que se estaban organizando grupos juveniles para ir a defender
a Jerusalén, inmediatamente me uní a ellos, recibí seis meses de
entrenamiento militar dado por los soldados del ejercito checoslovaco,
ellos me enseñaron a usar el rifle con mira telescópica, el ataque y la
defensa cuerpo a cuerpo. Al terminar mi entrenador me regaló mi rifle
el cual con mucho orgullo llevé en el avión que me transportaba a la
tierra prometida.
Cuanto siento el no haberme preparado antes, el no haber
aprendido a defender y defenderme, el no poder haber hecho nada por
los míos. Es ahora que con esta lección el pueblo judío ha aprendido de
la manera más cruel que seis millones de mártires son más que
suficientes que la historia no debe volver a repetirse jamás, que
nosotros, sólo nosotros debemos defendernos sin esperar que otros lo
hagan, que esta historia terrible debe obligatoriamente transmitirse a
las jóvenes generaciones, no por razones obscuras o masoquistas que
los puedan traumatizar sino porque debemos alertarlos para una
realidad que lamentablemente está siempre presente aunque a veces
en forma latente. Podemos ver hoy en las noticias que nos llegan de
Europa que el antisemitismo está ahí, acechando y preparado para
emerger en cualquier momento y nos corresponde a nosotros los
sobrevivientes de la Hecatombe transmitirlo para que nunca más
vuelva a repetirse ésta pesadilla, ...Lo juro por mis hijos, por mis nietos
y por mis muertos.

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Fuente: Moshe Cohen

CHECOSLOVAQUIA
Nací en el año de 1.921 en un pueblito de Checoslovaquia llamado
Mukachebo. Su población constaba de 25.000 habitantes, de los cuales
18.000 eran judíos. Este era un país libre y democrático, se respiraba
judaísmo, había camaradería, teníamos muchas estrecheces, pero no
existían limosneros, la comunidad se encargaba de informarse sobre
las necesidades de las gentes y sin que estos pidieran siempre eran
atendidos. Mi papá también nació aquí, era hijo y nieto de rabinos al
igual que mi madre nacida en Zboro, antigua Slovaquia antes de la
ocupación húngara.
Durante la crisis mundial de 1.929 varios de mis nueve hermanos se
fueron a buscar fortuna a otros lares. Uno de ellos se alistó como
marinero y apenas llegó al puerto en los Estados Unidos ahí se quedó.
En Mukachebo teníamos escuelas para judíos. Nos daban enseñanza
hasta el sexto grado, el viernes orábamos. Mi abuelo un gran rabino era
profesor de Torá. los alumnos venían al jeder (en la casa) y él los
entrenaba, era sumamente religioso, respetuoso de nuestras
costumbres. Al pasar esta primaria educativa, nos inscribíamos en las
escuelas del gobierno. Era obligatorio estudiar seis días a la semana
incluyendo el sábado, pero la comunidad a través de sus
representantes, logró que los niños judíos asistieran a clases el día

24
sábado sólo como oyentes, sin que los muchachos tuvieran que escribir
ese día. esto era respetado.
Vestíamos, como religiosos que éramos, con pelles y demás.
Rezábamos en donde nos encontráramos, en el jeder, la escuela, la
sinagoga, la casa, ó en el colegio, no hacíamos distinción, cumplíamos
con los horarios.
Se comienza a sentir el antisemitismo, frente al negocio de mi papá
había una parada de autobuses, y en la fila esperando su turno un judío
religioso aguardaba pacientemente en la cola. al llegar el bus, se
asoma por la ventana un militar y le grita judío sí en toda la tierra
no hay lugar para ti, tu quieres caber aquí. La xenofobia era el pan
nuestro de cada día.
Llegó el momento ya los insultos, las ofensas, y los agravios no
fueron suficientes, por órdenes de los alemanes, los húngaros nos
toman como rehenes y nos llevan a campos de trabajo, nos ocupamos
de la construcción de un aeropuerto cerca de una ciudad húngara
llamada Debrecen, de un puente sobre el río Donai y de toda una
ciudad en Yugoslavia. El gobierno húngaro nos pagaba 40 céntimos
diarios como alquiler por nuestras ropas, de comer, una vez al día nos
daban lo mínimo indispensable para subsistir. Los días domingos
regresábamos a la casa a pié, era una caminata a la ida, a las 5 a.m. y
de regreso a las 6 p.m., 15 kilómetros de ida y otros tantos de regreso.
En la construcción del aeropuerto para la pistas debíamos de sacar
piedras de una montaña. En una ocasión después de haber sacado
demasiadas piedras y arena de la montaña, temíamos que se nos
cayera el monte por no tener soportes con que mantener un posible
derrumbe, le informamos al comandante que era sumamente peligroso
y que se nos podía caer encima sino tomábamos precauciones.
Sarcásticamente nos contestó que la idea era esa, que nos sepultara,
que no se nos permitía poner ningún tipo de protección. Esto reforzaba
su teoría. Nos alimentaban con pastillas de café negro un poco
dulzonas, porque según decía el militar húngaro, el café negro era
más barato que la bencina. Con esto quería decir que les salíamos
más barato, que una máquina o que un tractor.
Al comandar los nazis, las cosas empeoraron, salíamos ciento veinte
personas y las órdenes eran de que regresáramos solo noventa. Eso sí
era una ruleta rusa, cada día nos podría tocar a uno de nosotros. De
esa forma se comienza a desmoronar cualquier mente humana. La
desmoralización, nos desalienta, el deseo de vivir nos mantiene,
nuestra familia y Dios nos dan fuerzas.
Un día abriendo una zanja al lado de una vía, tenía puesto todo mi
empeño en la labor que hacía y de repente, sin razón ni motivo alguno,
un pequeño cabo alemán de nacionalidad húngara me pegó un
puntapié en la espalda que casi me rompe las costillas y además me
dejó sin aliento, cuando logré recuperarme, me sentí indignado, lo miré

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fijamente a los ojos y le causé tal miedo, que caló su bayoneta como
para defenderse, me reconforté, sentí su cobardía.
Luego nos tocó hacer un puente sobre el Río Donai, que tiene unas
islas muy bellas. La construcción de dicho puente estaba a cargo de un
capitán húngaro, con cierto sentido de justicia, aunque era a la vez
sumamente estricto; por un lado nos instruyó cómo se podía construir
un puente de madera sin el uso de clavos. Esa era su mejor
demostración de paciencia, pero cuando alguno de nosotros fallaba, lo
premiaba con un champañazo, en el río en pleno invierno a punto de
congelarse, lo lanzaban.
En una oportunidad luego de terminado un gran trabajo, como
gratificación nos dieron por órdenes del capitán, un rato de descanso,
de pronto, el cielo se nubló, todo quedó a oscuras, la belleza del
atardecer se vio opacada de repente. Recuerdo que lloré cuando le oí
decir al capitán en tono patético y triste, ni Dios los quiere.
Tras una semana de trabajos forzados, nos premiaron con un arroz
con leche caliente. Años, desde la última vez que había saboreado tal
manjar. Lo disfruté a más no poder, pero el hambre me empujó a
desear más, volví a hacer la cola y al llegar mi turno, extendí mi brazo
con el plato limpio y vacío. El cabo que estaba vigilando, en su mano
tenia un hacha, al percatarse de mi atrevimiento, sin medir
consecuencias, me golpeo el brazo con la parte plana del hacha, me
rompió los huesos del brazo.
Días más tarde, un sargento y dos cabos me llevan al hospital junto
con seis personas más. Caminamos treinta y nueve kilómetros. Ellos
armados de fusiles con bayonetas. Estando cerca del hospital un
capitán nos miró y con un deje de asombro espetó, ustedes deben de
estar locos, teniendo fusiles, balas y bayonetas han permitido que estos
judíos lleguen vivos hasta aquí.
Cuando el Dr., vio mi brazo, dijo que el hueso roto, se había soldado
mal y que la única forma de curarlo era volverlo a romper y enyesarlo
de nuevo. Lo dejé tal cual. Cada día de lluvia, cada día de frío, me
obliga a recordar, el dolor sigue ahí como testimonio de mi pasado.
Cuando alguna vez dudo que sí todo lo que pasó fue solo un sueño.
Cuando aún nadie ha podido entender que pasó con esa gente, ¿qué
los desquicio?, qué sería lo que en verdad querían, viene mi brazo mal
curado y me despierta el dolor, me recuerda, que sí pasó, que no hubo
motivos, que no tenían metas ni razones y al no poder verles ni una
pizca de remordimiento, aún hoy, me aterro.

Pasé largo tiempo en el hospital, todo el que pude, me hice amigo


de los doctores, hacía cualquier tipo de trabajo que ellos me pidieran.
Un día me llamaron, vi mucha tristeza de su parte, me informaron que
debía de regresar a mi campo, me otorgaron un salvoconducto para
que me pudiera desplazar. Cuando lo tuve en mis manos comprobé que
el espacio de la ruta que debería tomar de retorno, estaba en blanco, lo

26
único escrito era el lugar al que debía llegar. Pregunté, me ilustré, me
cargué de valor y di el gran paso, falsifiqué la ruta a seguir, casi di la
vuelta a Hungría, tomé la ruta más absurda y larga según los militares
húngaros que tuvieron la oportunidad de ver mi salvoconducto y la más
segura que pude encontrar. Me despegué la maguén David amarillo, ya
no estaba marcado y con el salvoconducto en mi bolsillo, me sentí libre.
Semanas enteras pasé viviendo con las propinas que me habían
dado los médicos, los enfermos y sus familiares, por los cuidados,
trabajos y atenciones que les presté. Caminando por una vía, me topé
con dos soldados uno alemán y otro húngaro, me hicieron preguntas,
no fui capaz de mentirles, de haberlo hecho no me hubieran detenido.
El soldado alemán le decía al húngaro que me dejara ir, que un judío
más no era tanto problema. El húngaro no aceptaba argumentos,
quizás hasta por miedo de que lo estuvieran poniendo a prueba. Me
llevan detenido a un cuartel llamado Mohacs con órdenes de que me
pusieran los grillos, era una barra de hierro con unas cadenas que
amarraban las manos con los pies y que dejaba al prisionero en una
posición de cuclillas todo el tiempo, era sumamente doloroso.
A mi abuelo con sus enseñanzas del Talmud y de la vida y a mi
padre por su abnegación en instruirnos, les debo la vida. Ya en prisión
un joven teniente húngaro entabla conversación con migo y reconoce
en mí a una buena persona, educada, decente y religiosa. Me dice que
él no cree en que yo pueda soportar por muchos días los grillos, me los
pone en un sólo pié, el otro me lo deja suelto y me dice que al venir los
alemanes me deberé de amarrar todo y que luego, él volvería para
soltarme y así pasó más de una vez, el teniente siempre cumplió con su
palabra.
La mudanza. Me sacan de la cárcel y junto con otros prisioneros nos
llevan a pié por varios días, en el camino un perrito se me acerca, hace
migas, juguetea a mi alrededor y me acompaña durante la travesía. Al
quinto días del viaje, aún seguía con migo, fue tal la rabia de uno de los
oficiales de que con nosotros fuera juguetón y con ellos no , que detuvo
la marcha caló su bayoneta en el fusil y sin consideración alguna, mató
a la perrita.
A mi padre y a mi hermana con su hija, los llevaron a Aushwitz
tres meses antes de finalizar la guerra. Mi papá cumpliendo con el luto
por la reciente muerte de mi madre, no quiso ocultarse en el bosque
como muchos hicieron. Los alemanes a sabiendas de que estaban
perdiendo la guerra, no descansaron, no recapacitaron, no,
incrementaron su crueldad, se ensañaba con nuestro pueblo y en mi
caso con mi familia. Mi duda en la bondad de Dios se repitió y hoy al
ver a mi familia, a mis hijos, a mis nietos, al poder ver mi sucesión, al
ver realizado el sueño de Moisés haber visitado Israel, me siento en
paz, con Dios y con los míos y a El pido porque esto no vuelva a pasar,
que así sea, amen.

27
Fuente: Moric Dum

HUNGRIA
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Fatídica fecha, agosto de 1.944, marca en nosotros el fin de la
libertad, la separación de nuestra familia, el trato y etiquetaje como
bestias, nos obligan a ponernos la maguén David amarilla en el pecho y
en los brazos. Mis padre, húngaros, nacidos en un pequeño pueblo
llamado Pecs, deciden buscar fortuna en la capital cuando y apenas
tenía siete años de edad y mi hermana catorce. Era entonces finales de
1.932. Papá hombre de gran capacidad organizativa comienza a
trabajar en una gran empresa donde surge y llega al cargo de director
gerente de la Primera Fábrica de Cueros Mautner.
En ese mes inolvidable para toda la familia, nos separan; a mis
padres y a mis dos tías, los envían a unos edificios marcados,
custodiados, donde sólo se les permitía salir durante una hora al día. A
mi prima, a mi hermana y a mí por ser mayores de diez y seis años y
menores de treinta y seis, nos enviaron con un grupo de mujeres, cerca
del Danubio, para abrir trincheras y más trincheras, para la futura
defensa de la ciudad por las líneas militares. Paradójicamente
estábamos en lugar llamado Horany, era un sitio de recreo, de
veraneo, de meditación y descanso. Nosotras vivíamos en unas
barracas de madera, mal hechas, sin protección alguna al frío, y
dormíamos como animales sobre unas tablas cuyo colchón era un poco
de paja. La capacidad de la barraca la habíamos triplicado, dormir era
un suplicio, pero de alguna manera así reducían el frío del lugar, con
cuerpos humanos.
El trabajo era demasiado duro para nosotras, el frío afuera
insoportable, la alimentación, por decirlo así basura, agua sucia y un
trozito de café en pasta para masticar que nos daban una vez al día. A
veces lo guardábamos de un día para el otro y así podíamos hacer una
comida completa algún día. Al comienzo los soldados húngaros nos
obligaban a trabajar, pero al ver la impotencia de una chica al tratar de
quitar alguna roca, en algunos momentos, era posible verlos ayudar,
asomaban su pequeña parte humana. Luego de llegados los soldados
nazis la situación cambió, sí alguno osaba prestar la más mínima
ayuda, éste era amedrentado con una pistola y amenazado de muerte
en caso de repetir el intento.
Mi padre un día se fue a la frontera, se quitó la maguén David y
logró hablar con un sueco llamado Raul Wallesntein quién lo ayudó al
igual que otros cien mil judíos a darles papeles como ciudadanos
suecos. Wallesntein era agregado de la embajada sueca en Budapest,
se dice que el gobierno americano negoció con el gobierno sueco para
que estos de alguna manera salvaran a la mayor cantidad de judíos
posibles y una de las maneras en aquel entonces era el otorgar
documentos de nacionalidad suecos a los judíos, así el gobierno alemán
no los deportaría a Alemania, donde el futuro más cierto era, la muerte.
Suecia colabora durante la guerra con los alemanes, toma partido
de esto, no sufre las agresiones de ellos en su suelo, su gente de
alguna manera aprovecho la época de guerra, ellos recibían pedidos de

29
armamentos militares, de bienes, de equipos, de medicinas y de partes
y piezas para automóviles. Lo que les generaba paz y divisas.
Cuando les tocó a mis padres que los deportaran a Alemania, los
llevaron caminando hasta la frontera, fueron muchos días de esfuerzos,
temor y sacrificios, pero la sorpresa fue que les reconocieron sus
nuevos papeles como suecos. No los deportaron, los retornaron a
Budapest. Así, no por el hecho de ser gente, o por lástima colectiva, o
simplemente por la bondad de los pueblos, se pudieron salvar, no, nada
que ver, un simple documento falso les salvó la vida, irónicamente un
papel, tenía ese gran poder.
En la frontera seguíamos abriendo trincheras, era un trabajo de
nunca acabar. El trato par con nosotras era más que degradante,
indigno, grotesco. El encargado del campo era un demente, que se
jactaba de haber sido antes de la guerra un recogedor de basura en las
calles.
En el campo había una joven de unos veinte años, era sumamente
atractiva, una belleza natural, su larga cabellera roja destacaba entre
todas nosotras, sus ojos azules cual cielo brillante, su cuerpo digno de
una modelo. Ella era respetuosa, la recuerdo como una trabajadora
incansable, no levantaba la vista para no causar dudas, en verdad era
una buena muchacha. El Loco que comandaba el lugar le había puesto
los ojos encima, la acosaba, no la dejaba en paz.
Una tarde al regresar de trabajar, nos reunieron a todas las mujeres
en el centro de la plaza, éramos más de mil mujeres, no sabíamos lo
que nos esperaba, los soldados, junto con los civiles húngaros que nos
custodiaban quienes eran peor que los mismos nazis, ellos no usaban la
svástica, su emblema eran dos flechas cruzadas y con cuatro puntas,
estos sí que eran maniáticos al verlos a ellos, nos supusimos lo peor,
era la primera vez que esto pasaba y temíamos por nuestra suerte y la
de los nuestros de quienes no teníamos noticias. Creíamos que nos
deportarían a Alemania.
Cuando nos tuvieron reunidas a todas, el loco comandante mandó a
traer con sus guardias a la joven pelirroja , la obligó a arrodillarse y
alardeando de su machismo, de su fuerza y de su poder, nos dijo que él
era el que mandaba en el campo y por lo tanto todas y cada una de
nosotras le pertenecíamos y que aquella que no cumpliera con sus
requerimientos recibiría este mismo castigo. Se le acercó, le presentó
su pistola en la frente y a sangre fría la mató.
No hubo consuelo, no hubo dignidad, ninguno de ellos mostró
asombro, signos de consternación ni de dolor, no nos consideraban
humanos, ellos sí que no lo eran. Durante todo el tiempo que se nos
permitió, todas lloramos, unas por miedo, por piedad, por dolor, por la
injusticia cometida, por la impotencia, por nuestro incierto futuro.
Montados a caballo unos soldados húngaros llegan al campo,
comienzan a vociferar, a mí, a mi hermana y a mi prima nos llaman
junto con otras cuarenta y siete jóvenes más. De nuevo la misma

30
pesadilla vimos otra vez el llamado a la muerte, de ésta no pasaríamos.
Luego de sacarnos de la barraca, nos dan unos pasaportes suizos con
nuestros nombres perfectamente escritos. La guerra estaba finalizando
y el dinero empezaba a mostrar su poder. Nos escoltan y nos llevan a
Budapest y ahí nos abandonan. La ciudad estaba se mi destruida, los
edificios muy dañados y la mayoría abandonado, vacíos. Hurgábamos
en los edificios abandonados, en busca de alimento, y durante los
bombardeos bajábamos a los bunkers de concreto en los sótanos de los
edificios.

Nos encierran a todas las muchachas en una zona en el centro de


Budapest y al otro día nos dicen que cojamos nuestras cosas, que nos
iban a mandar en barco. Nos forman en fila de a tres y todas nosotras
llevábamos nuestro morralito, yo iba en el medio de la fila, mi
hermana y mi prima una a cada lado. Habíamos oído historias de lo que
les hacían a la gentes, en los barcos, unos decían que eran barcos sin
fondo y que en altamar nos tirarían como alimento para los peces.
Otros decían que no querían dejar rastros y que fusilaban a los pocos
de nosotros que quedábamos. Era tal el miedo y era tan poca la
esperanza de vivir, que se me ocurrió decirles a las dos, que era mejor
tratar de escapar o de lo contrario nos matarían con una bala y no nos
harían sufrir más.
Tomamos aire, dejamos los morralitos a un lado en el suelo y al
llegar a una esquina, en vez de seguir derecho como las demás,
cruzamos a la derecha, no nos volteamos a mirar, esperábamos de un
momento a otro que nos dispararan, empezamos a aumentar nuestra
velocidad, comenzamos a jalarnos la maguén David, recuerdo que el
frío era insoportable, pero en esos momentos no sentía ni frío ni calor,
mi cuerpo se había preparado para morir y no sentía la vida. El milagro
se realizó no se percataron de nuestro escape y sin la maguén David
caminamos junto con la gente, buscamos edificios vacíos y nos
escondimos durante seis meses.
El hermano de mi prima trabajaba en un taller mecánico y como
hablaba alemán no lo descubrieron. Sus mismos jefes lo protegieron,
por su capacidad lo necesitaban. Cuando lo visitamos en varias
oportunidades nos ayudó con comida y dinero, fue grande su ayuda.
Pero el destino no le dio permiso para ver el fin de la guerra, estuvo
libre todo el tiempo que pasamos presas y en el último momento cae
en el bombardeo final.
Transcurren casi cincuenta años de todo lo ocurrido y cuando aún
hoy suena un timbre o una sirena, sigo creyendo que nos vienen a
buscar o que es la alarma antiaérea.

31
Fuente: Eva Krausz

BESARABIA

Hasta el día de hoy no había podido hacer el testimonio de mi vida,


hasta hoy no tuve la valentía de enfrentarme a la verdad, hasta el día
de hoy he llorado cada día, hasta hoy no había encontrado el valor.
Recordar es sufrir, y vivir otra vez los recuerdos es algo que hasta el
día de hoy no me había atrevido, no lo había logrado, no lo hubiera
soportado.
A esta altura de mi vida, no puedo esperar más. Si no lo hago ahora
mismo, no sé si tendré tiempo para hacerlo. Sé que es la deuda que
tengo que pagar antes de ir al encuentro con nuestros mártires
sacrificados en el holocausto. Son verdades vergonzosas que
pertenecen a la historia humana. Las vidas de los nuestros
sacrificadas no pueden perderse en vano, deben servir para
que el mundo cambie, decía mi hermana en la víspera de su muerte,
para darnos ánimos.
Como se puede explicar que intelectuales, gente aparentemente
normal, se convirtieran en criminales, sádicos, dementes, en bestias
humanas. Quién nos puede decir por qué mataron a gente inocente, a
mujeres y niños. Seguramente ellos desconocían lo que significa una
madre, un padre, un hijo o un hermano. Con ellos la muerte era segura,
estaba presente en todas partes, no había escapatoria. No sabíamos
dónde, cuándo y cómo, pero ellos sí.
Nacida en el mismo pueblo que mis padres Bertiujen, ellos tienen
una nacionalidad y yo otra, ellos hablaban un idioma y yo otro. La
primera guerra mundial modificó las fronteras entre países. Mis padres
en Bertiujen hablaban ruso, a mi me tocó hablar rumano. La sed de
expansión, de grandeza, de poder, es algo cuya repetición cíclica

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conmociona a la humanidad. Dirigentes políticos arriesgan a sus
pueblos, sólo para satisfacer sus ambiciones personales injustificadas.
Mis abuelos paternos y maternos, tenían diez hijos cada uno,
estábamos residenciados en Soroca, éramos una gran familia
industrial. De mis abuelos paternos mis padres habían aprendido a
trabajar el trigo, teníamos un molino y dábamos servicio a otros
pueblos, de los abuelos maternos, mi papá y su hermano mayor
heredaron los conocimientos de la almazara, extracción del aceite;
sembrábamos girasol y también trigo, y entre la familia cuidábamos la
granja, nos especializábamos en la cría de ovejas, luego cardábamos la
lana, vendíamos la leche y los quesos.
En Soroca se respiraba cultura, teníamos muchos colegios, uno de
ellos era un colegio judío y era tan grande que incluía un liceo. El
gobierno daba escolaridad gratuita, se encargaban de que
recibiéramos una buena educación. Cada familia era una industria en
potencia, bien sea por el gobierno con su política educativa o por los
mismos conocimientos transmitidos por la familia. La fe en Dios
quedaba demostrada con las dos sinagogas y las tres iglesias, una
católica, otra ortodoxa y una tercera protestante.
Eramos cuatro hermanos, dos hembras y dos varones. Mi tío,
hermano mayor de mi padre quién era su socio, tenía la misma
cantidad y proporción de hijos, vivíamos juntos, eran el uno para el
otro, los lazos de hermandad que les habían inculcado mis abuelos, los
practicábamos a diario entre nosotros primos y hermanos. La belleza
de la familia, era su unión.
Luego de varios días de conferencias entre mi padre y mi tío, este
último tomó la decisión de viajar a Israel, la situación de los judíos en
toda Europa comenzó a empeorar, él tuvo la suficiente intuición como
para prever lo que ninguno de nosotros veía. A sabiendas de que
dejaba todo, de que no tenía garantías de lo que encontraría, en 1.938
hace alía, viaja a Israel y con el tiempo monta un molino que todavía
hoy sus nietos lo trabajan.
Los rumanos comienzan hacer sentir su antisemitismo, primero
fueron gestos, muecas, luego palabras, acciones. El invierno de 1.939
no viene solo, una noche por demás fría, estando reunidos en la casa,
oyendo la radio, nos enteramos que Berlín, había firmado un pacto de
no agresión con los rusos. Era lógico pensar que si Hitler tenía como
ambiciones el apoderarse de toda Europa, por el momento lo
conveniente era no incluir a los rusos en la pelea. Para tener libre el
camino oeste, a fin de invadir a Francia (Ese pacto se rompería un año
más tarde). Así, sin necesidad de guerras, pasamos a formar parte y a
depender nuevamente de Rusia.
Los ejércitos alemanes fueron ocupando paulatinamente Polonia,
Checoslovaquia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y
Francia, igualmente Rumania, Bulgaria, Yugoslavia, Grecia, Hungría y

33
atacaron a Rusia, y desde el continente bombardearon sin parar a
Londres.
Regresando al año de 1.939, llegaron los rusos, nos quitaron todas
las propiedades, no por el hecho de ser judíos, era la política socialista
que estaban implantando, pero ellos respetaron nuestras vidas. Ya sin
propiedades, salgo a buscar y consigo trabajo como profesora de
rumano para los rusos. A mi padre se lo llevan los rusos a Chisinev, lo
utilizan como maestro supervisor de molinos de trigo. Poco a poco
vemos re transformar al país, por doquier se veían avisos motivando a
la gente el uso del idioma ruso, después nos obligaban a estudiar ruso,
fue una incursión programada, pacífica, pero logrando sus objetivos día
a día.
Pasa todo un año, los alemanes entraron en Soroca, fue una
ocupación sin oposición. De los alemanes era de esperar, la ambición
desbocada no estaba saciada. Los alemanes empiezan a recoger a los
judíos sin importar si eran ricos o pobres. Primero los metían en las
cárceles y luego los mandaban a Rusia a Transnitria. Nosotros
pudimos antes de que los alemanes llegaran, escaparnos a Odessa,
donde fuimos bombardeados día y noche por los alemanes,
Nos habían rodeado por tierra y por mar, no teníamos escapatoria.
Otro invierno inclemente, fuera de nuestro hogar y con la familia
dispersa, mi padre seguía con los rusos, no sabíamos de él, llega el
verano de 1.941. Los alemanes entran en Odessa. Nos llevan a la
cárcel, luego, separan a los hombre para un lado y para el otro a las
mujeres con los niños. A las mujeres y a los niños nos mandan a
nuestras casas, a los hombre los dejan detenidos en la cárcel.
Entramos a la casa y nos encontramos que los vecinos nos habían
desvalijado los muebles y otras pertenencias que teníamos, mamá
quién había escondido nuestra vajilla de plata, sale a negociar parte de
las piezas por comida para nosotros y para mi cuñado Idale que
habíamos dejado en la cárcel. Cocinamos lo adquirido, saciamos el
hambre de dos días y salí con la vianda llena para mi cuñado. Me
sentía orgullosa de poderle llevar comida, estaba segura que lo
agradecería. Al llegar me encuentro con los soldados ebrios, estaban
celebrando, me enteré por ellos mismos que habían matado a los
hombres, los habían desaparecido y lo celebraban. Los encerraron en
un establo les lanzaron granadas y los reventaron. Fue su primer
crimen a nuestra familia, mataron a mi cuñado Idale Grimberg.
Sentí una atrición, como si hubiéramos pecado y fuera un castigo de
Dios. Pensar que ayer dejamos vivo a mi cuñado con más de mil
hombres y hoy al igual que los demás estaban muertos. Ningún ser
humano es capaz de cometer tal masacre y luego celebrarla.
Necesitaba algo en que asirme, no podía perder la fe ni la esperanza,
mi familia requería de todas mis fuerzas, no podía mostrar mi
acobardamiento, no podía debilitarme.

34
Por su experiencia con los molinos y en ahechar el trigo, los rusos se
habían llevado a mi papá a Rusia para que los entrenara en estos
menesteres, para ellos eran doblemente importante además de
estratégico. Sus conocimientos en época de guerra eran vitales, les
ayudó a mitigar un poco el hambre y el hecho de estar en ese
momento en Rusia fue lo que le salvó la vida en esa oportunidad.
Pasa toda una semana todavía estamos en el luto por mi cuñado,
cuando los rumanos por ordenes de los alemanes nos recogen y nos
llevan a una aldea en las afueras de Odessa primero, Slobodca, luego,
Nicolaevca y por último Saharovca. Es el final del año 1.941, el
mundo cristiano celebraba en ese momento la Navidad, mi hermana en
medio de todo el dolor reinante, sin ningún tipo de ayuda, da a luz una
niñita, de alguna forma siente compensación con la pérdida de su
esposo. Durante todo el año nos tratan como azacanes, como a
animales, nos obligan a trabajar duro, primero a sembrar en unos
campos, a limpiar cultivos en otros y a cosechar en aquellos cuando era
el momento, nos agusanábamos, el escorbuto comenzaba a asomarse
en la gente, la falta de alimentos se reflejaba en cada uno de los
nuestros. Viendo que no podíamos seguir así, tomé una
determinación, mi familia no moriría de hambre, no, no mientras yo
estuviera viva.
Terminado un día de trabajo, venían los jinetes con sus caballos
disparaban a veces al aire a veces contra nosotros, muchos de los
nuestros, se lanzaban en busca de la balas, ya no podían soportar más,
luego, nos regresaban a los colhose, eran una especie de casas de
vecindad en la cuales nos metieron. Esa misma noche antes de que nos
recogieran del campo, me escondí y esperé hasta tarde a que se
hubieran marchado, cuando me aseguré que ya no había nadie, me
acicalé, me despegué la maguén David y lo que se me ocurrió fue ir al
hospital a pedir trabajo, una enfermera me hizo preguntas; mis
papeles, mi nacionalidad, mi dirección y otras más, le dije que los
había extraviado, cuando supo que hablaba ruso, obvió los requisitos,
me colocó en la cocina y me encargó de la limpieza de la misma.
Me vi como ratón cuidando queso, sacié toda el hambre que tenía,
trabajé hasta que la última persona salió de la cocina, ya sola, recogí
todas las sobras, sabía que a estas no las echarían de menos y a mi
familia le serían de gran utilidad. Las sobras de alimentos cuando el
hambre es verdadero se convierten como por arte de magia en
manjares. Cada noche les llevaba la comida y me regresaba a dormir
en el hospital. Pero una noche al llegar ya no estaban, los habían
llevado a otro pueblo, el colhose estaba muerto, vacío, mi corazón,
también.
Quería morir, en ese mismo instante sentí que había perdido a mi
madre, a mi hermana con su hijo y a mi hermano con catorce años que
aún no había hecho su bar-mitzva. Levanté los ojos y pedí, me llevara
con mi madre y mi hermana, en ese instante comprendí que la única

35
forma era ya no regresar al hospital sino por el contrario busqué otro
colhose en donde hubieran judíos y ahí me hospedé, implorando me
ocurriera lo mismo que a mi familia, o que pudiera seguirlos en caso de
estar aún con vida. A la mañana siguiente nos ordenaron que nos
preparáramos, íbamos de Slobodca a otro pueblo llamado Saharovka,
donde empezó el camino de la muerte.
Fue en el invierno de 1.942 llevaban a mi madre, mi hermana mi
sobrino y a mi hermano de Odessa a Saharovka, el frío no amainaba,
en plena oscuridad de la noche los hacían caminar para no levantar
sospechas, para no dejar testigos y depurar al grupo, de enfermos, de
ancianos y de débiles. Durante este trayecto, por el frío, el cansancio y
el hambre mi madre, ya no soporta, cae desmayada y al poco rato
muere. La desesperación de mi hermana no tiene límites, por un lado
siente primero que me había perdido, luego pierde a mi madre, sin
posibilidad de ayudarla y más tarde se le desaparece mi hermano
Motale, en vano ella lo busca, desesperada, cansada, agotada. Se ve
sola, por su bebé, continua en el camino de la muerte.
Apenas dos días me separaron de la travesía de los míos, pude
revivir el sufrimiento, tuve el tiempo de pensar como ellos, el dolor en
mi corazón no mermaba, me sentía responsable por haberlos dejado
solos en el colhose. Luego mi conciencia se tranquilizó, de no haberlos
alimentado, hubieran muerto mucho tiempo atrás. Al llegar a una
aldea, nos detenemos, logro reencontrarme con mi hermana, me
entero de la muerte de mamá y de la desaparición de nuestro
hermano, lloramos, rezamos, nos abrazamos y a Dios nos
encomendamos.
En la ciudad de Odessa, una familia judía que había perdido a su
hijo, al ver a nuestro hermano con cierto parecido al de ellos, lo llaman,
lo acarician le piden permiso, para tocarlo, le dan sus bendiciones, lo
besan y le obsequian una chaqueta de lana muy bonita. Se veía que
debería haber sido comprada en la capital, por su belleza, y porque
ademas tenía la espalda combinada con piel, esto era algo no visto en
los pueblos. En la vía cercana al campo en el que estábamos
trabajando, de repente pasa a nuestro lado un muchacho con la
chaqueta de nuestro hermano, lo detenemos, le preguntamos que
como la había obtenido, y él todo asustado nos contó que la había
encontrado al lado de un desfiladero, dijo que había mucha ropa ahí y
como si nosotras supiéramos de lo que estaba hablando, nos dijo que
la encontró en el sitio en donde fusilaban a los judíos, que como ellos
ya no la podían usar, la tomó para sí. En el mismo camino de la muerte,
de Odessa a Saharovka también perdimos a mi hermano, con apenas
edad para jugar, edad para aprender, edad para hacer su bar-miztva.
Mi padre mientras tanto se había escapado de Rusia con el fin de
econtrarnos, primero nos buscó en Odessa y al no hallarnos, en su
desespero arriesgó su propia vida y se fue caminando a Soroca en
donde los alemanes lo ponen preso. tal vez por el sufrimiento o quizás

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por la carga emotiva, o simplemente por el esfuerzo infructuoso de la
caminata larga y arriesgada en busca nuestra, papá cae enfermo de
tifus dentro del campo de concentración en la ciudad de Soroca y por la
falta de alimentos, la falta de medicamentos y la falta de consuelo,
muere, sin saber que sus dos hijas aún vivían.
Los alemanes, nos hacían trabajar como esclavos, durante el verano
nos usaban en trabajos forzados y cuando ya no nos necesitaban en el
invierno simplemente nos mataban. Es el verano de 1.943 Mi hermana
no tenía con qué amamantar a su bebé, por no comer, se le secó la
leche, la bebé lloraba sin parar, cada vez mas alto, ella la acurrucaba la
protegía lo mas que podía, pero no lograba calmarla, sus necesidades
eran otras, era alimento lo que le hacía falta. Luego de unas horas de
camino el bebé ya no lloró más, ella pensaba que se habría quedado
dormida. Sin habla me quedé cuando me le acerqué a ver a la bebé, no,
ya no lloraba, hacía horas que había muerto y mi hermana no lo sabía.
Nos llevan a mi hermana y a mi a un pueblo llamado Saharovca
de nuevo otro colhose, es el verano de 1.944. En el pueblo hay una
herrería cuyo dueño al saber de mis conocimientos del ruso, me solicita
como ayudante de herrería y consigue que los alemanes me permitan
trabajar. El se encargaba de reparar las herraduras de los caballos y de
las mulas, era un buen herrero y un buen hombre, comienzo a manejar
el soplillo. En verdad, no me necesitaba, creo que fue su aporte el
tratar de salvar por lo menos una vida.
El pasado era una repetición del presente, al igual que en nuestra
historia judía, en la época de los egipcios fuimos un pueblo esclavizado,
ahora con los nazis de una manera más cruel, los hechos se repetían.
Desde este trabajo logro alimentar bien a mi hermana con lo que me
dan, poco a poco se va recuperando, las huellas del hambre comienzan
a desaparecer en su rostro, su lozanía anterior retorna a su graciosa
figura, nuestros corazones comienzan a hablar del futuro,
planeábamos para las dos un futuro mejor, nos imaginábamos a la una
con la otra por siempre, de alguna manera nos dábamos fuerza.
En ese mismo verano en Mostovoy, llega de Bucarest un convoy de
judíos ricos, se notaba por las pertenencias que poseían, cada uno
tenía varias maletas. Ese era el botín deseado por estos maniáticos,
con sus cuentos y falsas promesas de libertad los habían embaucado.
En la creencia de que podrían negociar su libertad, estos cargaron con
sus pertenencias más valiosas. Pero con estos degenerados no se
podía hacer tratos, en su afán de no compartir su botín, tenían que
desaparecer a los cuerpos.
Bajo engaño, entran sin protestar a un establo y como no eran
suficientes o quizás para justificar el mismo hecho, traen a los judíos
residentes del colhose en donde se encontraba mi hermana, a ella
inclusive, lleno el establo, lo rocían con gasolina y lo prenden, así
mataron a mi hermana, la quemaron viva. Yo me salvé por estar
trabajando en la herrería, los alemanes no se dieron cuenta de mí. De

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nuevo por un mísero botín para unos pocos, se pierden muchas vidas
invalorables para toda la humanidad.
Fue la última matanza colectiva en Veresovka., La guerra terminó,
me encuentro en Mostovoy, los supervivientes de mi pueblo somos
escasamente veinte niños huérfanos. De más de cien mil judíos, sólo
veinte. Y me pregunto, ¡oh mundo!, ¿por qué? por qué una injusticia
tan grande contra mi pueblo.
Sentir la vida, vivir la muerte, tener una gran familia y perderla,
acaso sería una profecía. Siendo parte del pueblo escogido, me siento
que sólo a mi me escogieron. De toda una familia tan maravillosa, tan
unida y grande, de todo un pueblo, culto y respetuoso, era a mí a la
que tenían que poner a prueba.
Muchas veces me he preguntado si hice todo lo correcto, sí velé lo
suficiente por el bienestar de los míos, creo que me hubiera sido más
fácil que otro y no yo, hubiera sobrevivido. Pero aquí estoy, sin mi
familia, quedé sola, yo no lo escogí y no sé si me escogieron, pero el
mundo debe de saber lo que nos pasó, debe de conocer a los
protagonistas de esta barbarie, debe de comprender que estas vidas
sacrificadas no se pudieron perder en vano, que sí servirán para que el
mundo cambie, que sienta y proteja por igual a toda la especie
humanana.

Fuente: Judith Plitman

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LA HORA CERO
Vine al mundo un catorce de febrero de 1.922, acabo de cumplir
setenta y un años y siento que no he podido hacer todo lo que me
propuse de muchacho. Promesas de ayudar a Israel, a mi pueblo y a mi
gente, promesas que se perdieron durante los años de guerra,
promesas que antes del día que muera tratare de cumplir. Muchos
recuerdos vienen a mi mente de lo que fue mi infancia junto con la de
mis hermanos, muchos recuerdos gratos que he compartido con mis
hijos y nietos, muchas experiencias fuera de lo común han hecho de
nosotros los sobrevivientes del holocausto seres distintos, seres con un
temple y una definición diferente, seres capaces de apreciar el
concepto de familia mucho más allá de lo lógico, seres con un carisma
muy nuestro, pero en lo fundamental, seres con un deseo y un sueño
único, que lo que vivimos, lo que nos ocurrió y lo que le hicieron a
nuestras familias nos encarguemos con la obligación moral de que no
permitamos, vuelva a suceder.
Para mí la hora cero ha llegado, debemos de materializar nuestras
experiencias, nuestros conocimientos en busca de los primeros ideales
de la humanidad, del primer precepto del génesis, es nuestra
obligación, el crecer y multiplicarnos, no se nos ha autorizado a
ninguno de los mortales en contravenir esa orden y mucho menos se
nos permitió que nos elimináramos los unos a los otros. Las religiones
del mundo, se basan más o menos en los mismos principios morales, el
respeto a los demás, y la supuesta libertad de culto, no es algo que
contradiga ningún principio religioso. El asesinar a seres humanos sin
explicación posible, sin entendimiento alguno, con excusas inadmisibles
y con fines no siempre ideológicos. Nos hace reflexionar, en algún lado
deben de estar las fallas, estarán sobre nuestra supuesta formación,
nuestra educación, o en la de nuestros semejantes.
Hemos pasado por una cruda realidad, por decir de alguna otra
manera, un exterminio macabro, en el año de 1.939 el último censo
judío antes de la llamada solución final, en la Europa tomada por los
nazis éramos ocho millones y medio de judíos. Luego del holocausto,
mas de seis millones de muertos, perdón, seis millones de seres
inocentes, de seres indefensos, de judíos asesinados. Hasta hablando

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matemáticamente, numéricamente, fue una barbaridad, nos estamos
refiriendo a un setenta y dos por ciento de nuestra población. No es
para tomarse como un dato indicativo, no es algo que solamente toca
la fibra de los judíos y de los que tuvimos la desgracia de vivir esos
momentos, es algo que debe de ser imperecedero, es un acto satánico
e irrepetible que debemos velar por que nuestros descendientes
conozcan, se preparen y entiendan que nadie muere si es
recordado. Que por respeto a su memoria y a sus almas, debemos de
recordarlos, estudiarlos y lo que de ellos aprendamos servirá para
nuestra supervivencia y así, su memoria no será olvidada.
Fue en 1.931 cuando ingresé al Gordonia movimiento juvenil
sionista Jalusiano en la ciudad de Carapciu y luego continué con el que
había en la ciudad de Chernovich. Aunque había nacido en la
provincia de Bucovina al igual que mis tres hermanos, al poco tiempo
mi padre decidió mudarse a la capital, su mismo giro comercial le
forzaba a ampliar mercados en ciudades con mas oportunidades. Mis
abuelos maternos trabajaban en el campo, ellos eran agricultores,
gente sencilla, pero muy bien educadas. Mis abuelos paternos eran más
experimentados, ellos transmitieron a mi padre los conocimientos de la
compra y de la venta, enseñaron a mi padre Fritz Brender a importar, a
distribuir lo importado y a manejar sus propias finanzas.
Recuerdo hoy, con la misma tristeza de ayer, el momento en que mi
padre partía al exterior para hacer sus compras, mamá le preparaba
sus maletas y a mí me desconsolaba su partida. De regreso, de
Alemania, Italia, Yugoslavia, o de la misma Checoslovaquia, papa traía
tijeras y cuchillos de Solingen y textiles de los distintos sitios a los que
viajaba. Siempre nos premiaba con sus regalos, traía novedades,
bolígrafos, relojes modernos, dulces, y ropa para cada uno de nosotros,
era una gran fiesta de bienvenida, nuestros corazones vibraban de
emoción. Recuerdo que mi padre me preguntaba si había algo que
quisiera me trajera de regalo la próxima vez y mi respuesta sincera
siempre era igual, que me obsequiara con su permanente presencia,
que dejara de viajar y que estuviera siempre con nosotros, ese era el
único regalo que anhelaba, ahora al recordarlo vive en mí su memoria.
En uno de los viajes de mi padre, en el año de 1.936 mi mamá
enferma y cuando llega papá, muere. Fue el momento más triste de mi
vida, perder a una madre, es casi perder la vida. Apenas tuvo tiempo
de ver mi bar-mitzva, no pudo disfrutar de sus nueras de sus yernos ni
de sus nietos, toda su vida la dio por nosotros y la vida, no nos permitió
que la mimáramos, que sus nietos la abrazaran, que sus hijos la
quisieran.
Con niños entre ocho y diez y seis años, con un trabajo que requería
su presencia en el exterior muy a menudo y con el deseo de mantener
un verdadero hogar judío, a los dos años mi padre se casa con una muy
buena mujer, también viuda que tiene una hija. Tengo que detenerme a

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reconocer que aunque no era nuestra madre, nos trató como tal, nos
llegó a querer e hizo que la quisiéramos como propia.
Mi hermano mayor, Carlos (Zuniu), era muy especial y a la vez muy
capacitado, el se especializaba en sistemas eléctricos, fue director
gerente de una de las fábricas mas grandes que embobinaban motores
eléctricos, luego dio clases en un colegio en Bucarest llamado
Chocano, mientras tanto yo me desempeñaba como encargado en un
negocio de textiles y mis hermanas Silvia y Lily, eran menores y
estaban estudiando en el liceo.
Muchas veces me han preguntado si teníamos algún amigo no judío
en Rumania, es de extrañar, pero durante los años de mi niñez o luego
durante los de mi juventud, jamás tuvimos amigos no judíos con quien
poder jugar, hoy me resulta inexplicable hacer entender esto, pero de
alguna manera los recuerdos de nuestra infancia nos habían obligado a
cuidarnos de ellos, por que su disfrute era el quitarnos la pelota, o el
tratar de insultarnos y a veces si se veían en condiciones favorables
nos pegaban. En el colegio me tenían envidia por ser un buen alumno
en matemáticas, esto les daba muchísimo celo. La pelota en aquel
entonces tenía un valor inapreciable, muchos niños jamás fueron
dueños de una de ellas y el poseerla ademas de entretenimiento, daba
cierta importancia, como diríamos hoy cierto caché.
La comunidad judía de Chernovich ascendía a más de 80.000
habitantes siendo su población total de 120.000 o sea que
representábamos el 75 por ciento de la población, si tengo que decir la
cantidad de sinagogas, debo decirles que no había calle que no tuviera
una sinagoga, teníamos un gran Templo y el Rabino principal de aquel
entonces se llamaba el gran Rabino Mark a quien luego, mataron los
alemanes. Era una pequeña Jerusalén, se notaba la alegría en las
pascuas, en los días viernes el gran movimiento de judíos entrando o
saliendo de las sinagogas, era todo un espectáculo. Este ambiente le
hizo pensar a mi padre que el anti-judaísmo era una especie de oleada
política del partido nazi, que no veía mayores consecuencias, él
pensaba que se trataba de una moda y como tal pasajera, tuvo fe hasta
el último minuto, conocía la mentalidad de los alemanes, a menudo
negociaba con ellos y conocía de su honradez y exactitud, no cabía en
su mente lo que nos dejaron ver después.
Familia judías muy ricas en Chernovich habían, pero se podían
contar con los dedos de las manos, recuerdo por ejemplo a los
Wijnicher. Varias de estas familias adineradas, lograron pasar toda la
guerra en Chernovich sin tener que esconderse y sin ser perseguidos,
ellos con su dinero compraron lo que ponían a la venta los rumanos, su
libertad.
La forma de vida de Chernovich era al estilo occidental, era la élite
de Rumania, se hablaba alemán. Antes de la primera guerra mundial
pertenecía al imperio Austro-Húngaro y su emperador Franc Joseph,
era un hombre delicado de finos gustos, era justo y correcto con los

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judíos quienes para la fecha, en ese lugar hablaban mas alemán que
idish. Pasada la guerra del 18 las dos provincias Moldavia y
Bucovina, pasaron a formar parte de la gran Rumania. Es ahí donde
comienzan a rumanizar a esas provincias. Comienzan descaradamente
a buscarle pelea a los judíos, se comienza a ver la lenta pero continua,
metódica y sistemática liquidación.
En el año de 1.941 se desata una epidemia de casamientos, al
romper el molde tradicional de obviar fiestas, convites y al eliminarse la
dote, miles de jóvenes contraen matrimonio de la noche a la mañana,
uno de ellos soy yo, conocía a mi esposa Ani, estaba enamorado de ella
pero la costumbre que regía antes, era el tener dote, casa y situación
económica estable para mantener un hogar, lo normal era el casarse
luego de los veintiséis años y no antes, ahora los jóvenes con escasos
diez y ocho años y por la módica suma de tres rublos podían ser
casados por el gobierno, quién otorgaba un certificado de matrimonio
luego un religioso Jupa be kidushin, realizaba la ceremonia religiosa.
Eran uniones para combatir juntos la época de crisis. En mi boda
estuvieron presentes quince miembros de la familia de mi esposa y
mía. Esos eran los únicos invitados.
Ordenados por los alemanes, los rumanos comienzan la evacuación
de los judíos en dos etapas, la primera etapa se encarga de evacuar a
los sin posibilidades económicas como para poder comprar su libertad,
y que a la vez eran considerados no útiles para la economía del país. En
la segunda etapa con un año de diferencia se llevaron a los demás. Al
contraer matrimonio, fui a vivir con mis suegros y como ninguno de
nosotros según ellos le éramos útiles al país, fuimos evacuados en la
primera etapa. Fuimos llevados dentro del mismo Chernovich a una
zona marginal, varias familias eran metidas en un solo cuarto,
carecíamos de todo, las pocas pertenencias con que contaba me
ayudaron a sobornar a los guardias para que me vendieran algo de
comer. Cuando la falta de alimentos llegó a ser desesperante, me
escapé del gueto en busca de ayuda. Mi hermano no fue evacuado en
la primera tanda, en ese momento el era considerado de importancia
para el país ya que se ocupaba de todo el mantenimiento eléctrico de
uno de los palacios del antiguo imperio Austro-Húngaro que servía
como museo. Este había obtenido un certificado de trabajo que le
permitía tanto a él como a los que vivían con él sentirse libres. En ese
momento se pensaba que a los demás judíos solamente los deportaban
hacia campos de trabajo, nadie se podía imaginar cuales eran las
intenciones de los nazis.
Al lograr escaparme del campo me despegué la maguen David y fui
directamente a la casa de mi hermano Carlos en busca de ayuda, pude
darme cuenta que mi padre aún tenía fe en el pueblo alemán, lo sentí
tranquilo por sus convicciones, como demostración de su lógica sobre
el pensamiento alemán, me paseó en su automóvil fíat y fuimos a dar
unas vueltas por diferentes sitios, la verdad es que no se podía

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entender lo que nos estaban haciendo en la zona marginal, la gente en
la ciudad transitaba como si nada estuviera pasando, logró
impresionarme, deseaba darle la razón, pero mi esposa, mis suegros y
dos hermanos de mi esposa estaban en la más precaria situación, ellos
estaban sufriendo hambre y necesidades y con ideología o con teoría
yo no los podía ayudar.
Dos días estuve en la casa de mi hermano con mi padre y mis
hermanas, ellos realizaron todo lo que pudieron para ayudarme.
Trataron de convencerme de que en su casa estaba seguro, que me
quedara, que ellos iban a tratar de mover todo los engranajes
necesarios para liberar a mi esposa y a su familia. No, no podía darle la
espalda a los míos, pienso que este mismo sentimiento costó la vida de
los muchos que se entregaron solo para acompañar a su gente en la
ruta a su fin. Mi esposa en su desespero al no ver mi regreso, me
mandó a llamar con alguien que también se escapó del campo, cuando
me vino a avisar, yo ya estaba preparado para el regreso, tenía en
aquel entonces diez y nueve años, estaba recién casado y el amor junto
con la responsabilidad me llamaban a cumplir con los míos.
Ya dentro del campo y con la ayuda que me dieron mi padre y mi
hermano pude adquirir algunas cosas. Al comprar un trozo de pan viejo
hacíamos todo un rito, la repartición se hacia en forma meticulosa, los
pedacitos eran verdaderas partes iguales, ninguno recibía más que el
otro. Pasan dos semanas y comienzan a evacuarnos, primero nos llevan
a la estación ferroviaria y luego nos despachan en trenes a Ucrania a
un pueblo llamado Shargorod, el viaje lo hicimos con muchísimos
sufrimientos, los vagones iban a reventar el hacinamiento era bestial,
al fin llegamos a la estación, nos hacen caminar varios kilómetros y al
llegar a la ciudad de Ataqui en una orilla del Río Bug nos montan en
unos transbordadores y nos pasan a la otra orilla a una ciudad llamada
Mogilev. En la embarcación fuimos amenazados por los soldados
rumanos a que les diéramos sin ningún tipo de oposición todas
nuestras prendas o de lo contrario el que se negara o tratara de
engañarlos sería lanzado al río sin ninguna oportunidad de sobrevivir.
Lo único que guardé fue mi aro de matrimonio, lo demás o lo había
cambiado antes por comida o me lo quitaron en ese momento. El aro
me sirvió más adelante para comprar algo de harina a los campesinos
ucranianos.
Al llegar a Shargorod en Ucrania, nos dimos cuenta que era todo
un gueto de judíos, un campo en el cual, no había salida, la vigilancia
era extrema y cualquiera que osara salir era inmisericordemente
fusilado. Los alemanes de vez en cuando mandaban a pedir que los
rumanos les mandaran grupos de judíos para trabajos forzados, cuando
esto sucedía ya no regresaban, era un viaje sin retorno. Una vez me
tuve que esconder por ocho días para no ir con los alemanes, ya que mi
mujer estaba por dar a luz. Tuvimos la suerte de ser uno de los
primeros grupos de judíos en llegar, esto permitió que en el hospital

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atendieran sin costo alguno y con un trato deferente a mi esposa en el
alumbramiento de nuestro primogénito, en Ucrania, en un gueto,
prisionero y con un futuro incierto nació nuestro hijo Alberto.
En una parte de Ucrania los guetos eran manejados por los rumanos
y en otra eran manejados por los alemanes. Se hablaba de un lado del
Río Bug, o del otro lado del Río. Mogilev era manejada por los
rumanos. La diferencia entre la parte de los rumanos y la de los
alemanes, era inconmensurable, los alemanes utilizaban a los judíos en
campos de trabajos forzados y su meta era la solución final, el
exterminio, no había salvación. Con los rumanos, pasamos hambre,
fuimos robados, vejados, explotaban a los que podían trabajar, ellos
vendían hasta a su madre si el precio que se les pagaba les convenía,
tenían su precio, estaban en venta, todo lo negociaban, pero de alguna
manera no practicaron como norma el exterminio.
Pasado el primer año, evacuaron a mi padre, junto con mi
madrastra, mis hermanos y mi hermanastra. Ya no cabía la menor
duda, las esperanzas que mi padre tenía se desvanecieron, pero ya era
muy tarde, su fe en ellos lo llevó junto con mis hermanos a la muerte,
sólo mi hermana Silvia logró salvarse con su esposo. No los volví a ver
jamás, no pude despedirme de los seres que más quería, no pude
serles útil aquel día, no pude ni tan siquiera darles la alegría de que
supieran que mi hijo había nacido.
Mi hermana Silvia estaba en un campo de trabajo llamado Tot,
luego de la faena del día, los llevaban a dormir a una cooperativa
agrícola, a un colhose, el trabajo a realizar era de nunca acabar. Supo
que a mis padre y hermanos los alemanes los habían matado
abaleados, fue en la última acción en el año de 1.943. Ella y su marido
se salvaron por pura casualidad, una noche después de irse del campo,
los alemanes hicieron una limpieza total fue una barrida increíble, una
gran masacre. Al ver que no tenían futuro alguno, que podían sentir
que la muerte se les avecinaba, escapan, dejan el campo de
concentración y caminan como sonámbulos, sin prisas, sin metas, pero
con la determinación de luchar al máximo por sus vidas, no estaban
dispuestos a morir sin intentar, a morir sin delatar, no querían morir y
callar.
La suerte los acaricia, llegan a la casa de unos campesinos
ucranianos y estos los alimentan y les dan albergue, los esconden por
una noche aún a sabiendas del riesgo que estaban tomando, a la noche
siguiente los guían en pleno invierno hasta la orilla del Río Bug. Si
lograban pasar el río que estaba congelado se salvarían, en la otra
orilla del río se encontraban los rumanos y ahí con ellos si se podía
hablar de una posibilidad de sobrevivir, de este lado del Río Bug, con
los alemanes no existía chance alguno.
Describir el frío de ese invierno, describir la noche siniestra, pensar
que en alguna parte del río el agua no estuviera congelada o que el
hielo no soportara su peso, temer la posibilidad de que los

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descubriesen y les diesen un tiro por la espalda, morir congelados en
la travesía, ó pasar a la otra orilla sin ninguna garantía de lo que les
esperaba, todo era difícil, todo era arriesgado, pero la decisión estaba
tomada, nadie los iba a detener, de morir, sería luchando y por vivir
arriesgaron sus vidas.
Del otro lado del río luego de la travesía a pié se encontraron con
una comunidad judía, era el gueto de Bershad. Los recibieron como a
héroes, les agradó la valentía, la gran hazaña, los cobijaron,
compartieron sus pocos alimentos con ellos y les informaron de que yo,
estaba vivo, que había sobrevivido y que la última vez me habían visto
en Shargorod. Con una valentía inusual, sin importarle las distancias
ni los riesgos, salen ambos en mi busca, fueron varios días de
caminata, pero su mejor alimento era la ilusión de ver a su único
hermano vivo. Originalmente se dirigían de Berchad a Moquilev con
el fin de retornar a Chernovich, pero al saber que me encontraba con
vida, se regresaron a Shargorod.
Fue un encuentro dramático, el hambre y la fatiga presente en
ambos, daba la impresión de que no podrían soportar más, sus
debilidades acentuadas por el esfuerzo estuvieron a punto de costarles
la vida. El esposo de Silvia había sido obligado a trabajos forzados,
hasta el año 44 en que con la retirada de los alemanes, pudimos
regresar a Chernovich.
Tratamos de recordar, tratamos de olvidar, tratamos de contar lo
que nos pasó, lo que nos hicieron, lo que hicieron, tratamos de
transmitir. No me es posible describir a gente muriendo de hambre al
lado de insensibles seres satisfechos, gente pensando en robar encima
de cualquier dolor humano, gente en espera de la defecación para
apartar, lavar y volver a ingerir lo no digerido. No me es posible olvidar
al alemán que con su bayoneta mató por puro entretenimiento a un
inocente niño judío de 4 años. No me es posible olvidar al soldado
alemán que agarrando los piececitos de un bebé recién nacido lo lanzó
con toda su furia contra la pared, para descargar su ira. No me es
posible olvidar como fusilaron a mi padre, como fusilaron a mis
hermanos, como exterminaron a mi familia, no, no me es posible. No sé
si Dios tenga la capacidad de olvidar y de perdonarlos, yo, no.

Fuente: Samuel Brender

HEIFERMAN &
ISRAEL
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Mi bisabuelo, Mordechai Zicherman era un comerciante con una
gran visión al igual que la de su hijo Abraham Hayim Zicherman, ya en
el siglo pasado se ocupaba de hacer lo mismo que hoy hago yo, su
especialidad era la recolección de la llamada See Grais, dicho en
español, paja del mar, esta era una fibra que crecía en la montaña y
que luego de cierto tratamiento era amarrada luego de prensada y
usada como relleno de colchones y de muebles. Para la distribución de
su producto, mi abuelo contaba con un equipo de vendedores, era tal la
confianza que les tenía que aún siendo ellos no judíos, cuando a veces
tenían que pernoctar por asunto de negocios en su pueblo, en
Transilvania, lo hacían en su casa. Además de vendedores, eran
verdaderos amigos de mi abuelo.
En el año de 1.929 vine al mundo, fuimos en total 4 hermanos, una
hembra y tres varones, uno de mis hermanos falleció el mismo día de
su brith-milá. Fui el primer biznieto de mi bisabuelo materno Mordechai,
su mayor ambición en la vida, sin querer se la ayude a alcanzar,
deseaba a como diera lugar convertirse en bisabuelo y conmigo lo
logró. Mamá había nacido en Siguet y mi padre al igual que nosotros,
en Jasina una ciudad fronteriza entre Checoslovaquia y Polonia, a los
nacidos en esta región los suelen llamar Galitzianos.
Cuando apenas tenía 14 años mi padre quedó huérfano de padre,
tuvo que luchar muy duro para mantener a mi abuela, a siete
hermanas y a tres hermanos. El con los avatares de la vida aprendió a
convertir la jornada de trabajo a 96 horas a la semana, comenzaba a
trabajar a las 3 de la mañana. Pocos hombres he conocido con su
temperamento, su resistencia y su aguante, si lo debo describir era un
gran hombre, un hermano y un padre excepcional.
Un día de 1.934, era Slijot, antes de la festividad de Rosh Hashana,
era un día de esos inviernos crudos, papá tenía la costumbre de
llevarnos con él a la Sinagoga, pero ese día hacía un frío descomunal,
no quería despertarme, entre sueños vi a mi mamá defenderme ante
mi padre para que me dejara dormir, le decía que yo era muy pequeño
y que le daba mucha lástima mandarme tan temprano y con tal frío a la
sinagoga, mi padre siempre lograba sus propósitos, decía que el que
algo quería de la vida, algo tenía que dar, así que tuve que acompañar
a mi padre a la sinagoga, como de costumbre, mamá no lo logró
convencer, ganó papá.
Meses más tarde realizamos mi primer viaje fuera de nuestra
ciudad, tenía seis años cuando fuimos a la ciudad de Ungvar a la boda
de mi prima Shary, le llevamos de regalo una polvera de oro, mi papá
le tenía un cariño muy especial, ella era una joven muy bella, recuerdo
tres cosas que me dejaron impresionado, su belleza, la magnificencia
de la enorme sinagoga con una capacidad de más de 600 personas, la
de nuestro pueblo era de 60, y la altura de sus techos. Para mí, como
niño, las palomas que habían a su alrededor le daban un aire de
grandeza, de espiritualidad.

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Mi padre era políglota, su facilidad de palabras era prodigiosa,
entre otros, hablaba Ruten, dialecto ruso, su apariencia era la de un
hombre atractivo, muy alto, maduro y autodidacta, en el pueblo lo
apreciaban tanto que lo nombraron Rosh- ha- Kahal, o lo que es lo
mismo, primero fue presidente de la comunidad y luego por su don de
gente llegó a diputado por la región en un pueblo de escasas 300
familias judías y de más de 14.000 habitantes, era muy querido y
respetado.
Heiferman & Israel, así se llamaba el aserradero que tenía mi
padre con su cuñado y mi tío, eran poseedores de bosques y tenían
licencia de explotación de maderas, luego trabajaban las maderas y las
vendían como tablones o listones, esto lo ayudó a fortalecer su
economía y a pensar en mudarse a una casa más grande.
La casa más grande de la ciudad pertenecía a un judío muy
conocido, la había puesto en venta, luego de hablar con mi padre
cierran el trato por un precio determinado, paga el monto convenido
como arras y estipulan un plazo de 90 días para la entrega y la
cancelación del saldo final. Vi a mis padres disfrutar su compra, por
días se ocuparon de la futura distribución y decoración de los cuartos,
entre los tres hermanos nos disputábamos la asignación de las
habitaciones, era el evento más divertido de los que habíamos vivido.
Nuestra ilusión era tal, que al agente vendedor se le despertó la envidia
y convenció al dueño para que anulara la venta, que unilateralmente
subiera el precio, que según él, el precio pactado, era muy por debajo
de su valor actual, se sentía seguro de que mi padre le pagaría
cualquier nuevo precio que le establecieran.
En casa eso fue todo un alboroto, no estábamos acostumbrados a
faltar a la palabra y no sabíamos que hacer, si perder la casa o
demandar al vendedor. De cualquier manera, dijo mi padre, para poner
la demanda debo de ir a la ciudad de Just, donde están asentados los
documentos y los tribunales y en el camino en la ciudad de Seilish
reside mi amigo el rabino de Sepinka, lo consultare y seguiré sus
consejos. Para el rabino, mi padre era por así decir, como un miembro
más de su familia, al llegar se hospedó en su casa. Le contó la historia
de la compra de la casa y el subsiguiente embaucamiento, el rabino le
dijo a mi padre que hiciera un cálculo de los gastos en que iba a incurrir
al presentar la demanda, las estampillas fiscales, los honorarios
profesionales, los viáticos, que calculara el costo de los días que tendría
que ocuparse del asunto y que con la suma total fuera a una joyería, le
comprara una prenda a mi madre y se la regalara, que se olvidara de
demandas, ahí vino lo increíble, le profetizó que el dueño de la casa lo
volvería a llamar antes de Janucá y que se la vendería por un precio
inferior al pactado. Cargado de fe regresó mi padre con su regalo a
Jasina, nos contó lo que le había sucedido y la verdad fue que al poco
tiempo compramos la casa por un precio menor.

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Mi padre fue un hombre justo y generoso, cuando algún judío se le
acercaba en busca de ayuda siempre estaba dispuesto. Recuerdo que
anotaba en una libreta que mantenía en su bolsillo, las ayudas que
hacía y cuando a veces le devolvían algún préstamo simplemente
tachaba el nombre y la cantidad y a mi pregunta de qué pasaba con los
que no estaban tachados, si es que no iban a pagar, no te preocupes
me dijo, éstos los paga Dios.
Mis sueños de muchacho eran de ser médico o industrial, la forma
de atender mi padre a los necesitados, su manera de trabajar, su
capacidad, su don de mando, sentaron en mi, ideales sueños y
esperanzas, hoy veo que me realicé, mi bisabuelo con sus colchones y
mi padre con su industria fueron mi ejemplo a seguir. Jugábamos a las
metras con nueces, el football era nuestro pasatiempo preferido.
En mi casa trabajaba por años una mujer no judía, que con el
tiempo nos hablaba en idish, era tal su interés en nosotros y nuestras
costumbres que nos exigía dijéramos la Shema todas las noches, ella
era muy querida, se llamaba Ana, la última vez que la vi fue cuando
tuvimos que alojar a los militares en nuestra casa y mi padre tomó la
decisión de que mi madre se mudara a otro pueblo con mis abuelos.
Ahora recuerdo que en nuestra ciudad había una festividad en el mes
de diciembre en que los habitantes se disfrazaban de diablos, se
vestían de negro y hacían todo tipo de marranadas, era en esas
oportunidades cuando el pueblo asomaba su antagonismo a los judíos.
En Checoslovaquia los judíos tenían fuerza, mi papá tenía muchas
influencias con el gobierno y esto fue determinante en momentos de
solicitar ayuda para algún caso comunitario, algunas viudas venían a
pedir la intervención de mi padre en la liberación de alguno de sus
hijos, siempre conseguían su apoyo. Mi madre era graduada de
bachiller, mujer sumamente preparada era la compañía ideal para mi
padre, tomaba su papel con toda responsabilidad, los viernes
preparaba y mandaba comida a gente necesitada, ella venía de una
familia pequeña apenas eran cuatro hermanos, sabía compartir su
amor, sus bienes y su calor humano y se sentía a gusto atendiendo a
mi padre y a sus asuntos.
Viena finales del 1.938 se celebra un pacto entre Hitler y el dictador
húngaro Horty, presionaron al primer ministro de Inglaterra,
Chamberlain la entrega a los húngaros de la zona fronteriza de nuestra
ciudad Jasina, la que era llamada Carpato-Rusia. En el año de 1.918
dejó de ser Imperio Austro-Húngaro, lo reclamaron los Checoslovacos
luego de la Primera Guerra Mundial, y ahora en el 1.938 Hitler en su
afán de poder, da una demostración de su fuerza y deja al descubierto
la falta de coraje de Chamberlain al doblegarlo haciéndole otorgar
estas tierras a los húngaros. El maniático, ya deja sentir su
megalomanía.
Ese año sucedieron cosas increíbles, estoy estudiando en el cuarto
grado de primaria y por razones políticas los primeros tres meses las

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clases las recibimos en checoslovaco, los siguientes tres meses fue en
ruso-ucraino con el sistema alfabético cirilo y los últimos meses del año
38 comenzamos con el idioma húngaro, así pasamos hasta el año de
1.940. Los alemanes con la ayuda de los húngaros emiten un decreto
de que todo judío que no pruebe con sus respectivos documentos
legales haber nacido en Hungría, será expulsado hacia Ucrania.
Empiezan las deportaciones por miles, en los pueblos se comienza a
notar la falta de judíos, en los rezos cuesta conseguir miniam, (mínimo
de diez hombres para poder rezar en una sinagoga). Luego de
expulsados, en Ucrania eran masacrados y enterrados en fosas
comunes.
Para los otros judíos con sus respectivos papeles les van
dificultando las cosas poco a poco, primero decretan que para poder
seguir manteniendo cualquier empresa o negocio, deben de incluir un
socio no judío y que éste tenga por lo menos un 50 % de las acciones,
esto no tenía otra razón sino el de obligar, ya no solo a vender, sino a
regalar la mitad de la empresa, porque el plazo se avecinaba y si no era
cumplido a tiempo se perdería todo. Esta idea maquiavélica, le
garantizaba al Estado la continuidad futura de las industrias, ya que en
sus planes como vimos luego, estaba el eliminar a los judíos y dejarlas
en manos de los nuevos copropietarios.
Paso seguido forman el Munka-Szolgálot, servicio de trabajos
forzados para judíos, los llevaban al frente de batalla a trabajos
forzados, casi como esclavos. Ante este panorama mi padre nos envió a
mi madre, a mi hermana y a mi a un pequeño pueblo llamado Livada-
Sarkoz era cerca de Satmar en donde vivían mis abuelos maternos.
Mientras tanto en nuestra casa en Jasina por ser tan grande nos
obligaron a hospedar a cinco oficiales húngaros, otra experiencia muy
desagradable.
En el año de 1.941 me llevan a Debrecen a un internado judío,
estoy estudiando el 7º grado, al poco tiempo mi padre vino a ver el
pensum académico, cuando se enteró que no se ocupaban de enseñar
guemará, contrató aparte de la enseñanza judaica del colegio, la de la
guemará dada por el yerno del rabino de la sinagoga principal y así
comenzó mi interés por ella, gracias a la dedicación de este buen
hombre y al deseo de mi padre.
En el año de 1.943 mi papá compra un edificio que estaba a la
venta en Satmar y regreso con él, entro al colegio judío Polgari con
más de 600 alumnos de los cuales luego de la guerra sólo sobrevivimos
cinco. Permanecimos juntos hasta el mes de mayo de 1.944. Recuerdo
que en mi casa hablaba idish con mi padre y húngaro con mi madre
porque según ella era un idioma más usado por la intelectualidad.
Mi hermano Johny había nacido en el año 1.922 y en este año, ya le
tocaba ir como a mi tío a trabajos forzados. Para evitarlo, mi padre ve
como solución comprar unos documentos de identidad como si el fuera
ario, pues mi hermano hablaba un perfecto alemán, y lo manda a

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Budapest, pasan escasos meses cuando alguien se da cuenta, lo
denuncia como portador de documentos falsificados a la gestapo
húngara y lo detiene el departamento de contraespionaje. Lo encierran
en la cárcel de mayor custodia y lo torturan para determinar si
pertenecía a alguna célula terrorista y para obligarlo a decir quien le
había falsificado sus documentos, mi hermano se abstuvo de hablar
para no perjudicar a mi padre. Apenas mi padre se entera, va a
Budapest en busca de ayuda para mi hermano, se entrevista con los
mejores abogados de la ciudad, les ofrece pagar con todo su dinero y
sus haberes, los abogados rechazaban el caso, ellos sabían como
funcionaba esa cárcel, no se atrevían a defender públicamente a un
judío, uno de ellos le dijo a mi padre que de esa cárcel tal vez saldría
con vida si era inocente pero de ser encontrado culpable, no tendría
oportunidad alguna.
Mi padre se responsabilizaba por el sufrimiento de mi hermano y
estuvo tentado a entregarse a cambio de su libertad, pero con los nazis
no había ningún tipo de negociaciones, de haberse entregado los
hubieran matado a los dos. No veía posibilidades, estaba amargado,
solo, desconsolado, pero se quedó a esperar los acontecimientos.
Luego de varias semanas de prisión, trasladan a mi hermano de un ala
de torturas para otra peor, caminando a rastras, a duras penas, con el
cuerpo maltratado por los golpes y con los efectos de las torturas, ya,
casi sin fuerzas, levanta la vista y reconoce en el pasillo, entre un
edificio y otro, a un militar alemán, haciendo uso de todas sus fuerzas,
le grita: soy el nieto de Abraham Hayim Zicherman, el militar se le
acercó y lo instó a que dijera su nombre y le preguntó de qué pueblo
era.
Mi hermano en medio de su dolor y su poca fuerza, reconoció a este
hombre, quince años atrás este militar, no tenía uniforme, era un civil,
recordó haberlo visto en la casa del abuelo, era uno de sus agentes
vendedores, lo representaba con su producto, su See-Grais. Mi
abuelo nos enseñó que ser un buen hombre siempre da frutos, él era
un hombre justo, este militar nazi era en ese momento el director de la
sala de torturas. A sabiendas que los nazis eran inflexibles, que el
ejemplo que debía de dar para sus subalternos sería la mejor lección
para ese día, sin tomar en cuenta el riesgo, existiendo la posibilidad de
truncar su carrera militar por ayudar a un judío en el momento y en el
sitio menos indicado y cuando la muerte de los judíos alcanzaba a
millones y nadie se inmutaba, con todo y eso, no dudó ni un segundo,
en corresponder a la deuda de amistad que para con mi abuelo tenía,
esa vieja amistad no le permitió hacer lo que por costumbre hacía,
matar, todo lo contrario, ordenó lo pusieran inmediatamente en
libertad. Abogados con experiencia, influencias y con conocimientos no
pudieron lograr lo que a través del See Grais hizo la amistad. Fue el
único judío que logró salir de esa cárcel, torturado, pero vivo.

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Volvió mi padre con mi hermano a Satmar, a mi hermano lo
escondíamos durante el día y lo traíamos a la casa en las noches, el
miedo persistía, la gente compraba licencias para ir lo más tarde
posible a trabajos forzados o sea buscaban licencias a largo plazo, mi
padre hizo todo lo contrario, compró una licencia para que a Johny, lo
llamaran inmediatamente a trabajos forzados en el campo de
Bayamare. Papá supo de un general de la vieja guardia que estaba a
cargo de ese campo en Transilvania y que les daba a los judíos un
trato humano, este hombre mantuvo a más de 10.000 jóvenes judíos
hasta que la guerra lo obligo a defender sus líneas y tuvo que
mandarlos al frente. Mi hermano era un políglota avezado, por su
dominio de los idiomas los húngaros lo llevaron al frente de batalla
para ayudar a sus comandantes, esto influyó en que fuera liberado seis
meses antes que nosotros. Al ir dominando los rusos a los húngaros, lo
liberaron y pasó a ser traductor de los rusos, él hablaba ruso
perfectamente y en la medida en que los rusos iban avanzando en
tierra húngara, se acercaban más y más a nuestra ciudad, por esto fue
uno de los primeros cinco judíos en llegar a Satmar, recuperó nuestra
casa y nos esperó.
En las estaciones de ferrocarriles en toda Europa habían unas
pizarra gigantescas, al liberarse cualquier judío, anotaba en una línea,
su nombre, el de sus padres la ciudad donde vivía y el sitio en que
había sido liberado. Las estaciones se comunicaban vía telegráfica, y
automáticamente al anotarse en alguna estación, pasaban la
información y ésta quedaba anotada en todas las demás.
El año de 1.944 llevan a mi papá y a mi hermano a trabajos
forzados, yo tengo 14 años y como si fuera una repetición a la historia
de mi padre me tengo que encargar de mis hermanos, de mi madre,
mis primos y mis abuelos, fue una responsabilidad que me permitió ver
y vivir en carne propia lo sufrido por él, con la diferencia de que yo
tenía mejor posición económica que él en su época, hay muchas formas
por las cuales un padre se hace querer, pero vivir su propia experiencia
me hizo apreciarlo en una dimensión diferente.
Nos llevaban al gueto siguiendo un orden, habían zonificado la
ciudad y rastreaban en las calles, en las casas y con fechas
determinadas de antemano, todo estaba calculado, sincronizado, Los
militares húngaros nos dijeron que en la mudanza que se nos
avecinaba, nos era permitido llevar nuestras cosas, que preparáramos
las maletas y que éstas nos serían entregadas al llegar a nuestro
destino. Fueron muchas las horas que pasamos escogiendo todas las
cosas de valor, las materiales y las sentimentales, a la vez
empaquetamos por órdenes de mamá, compotas por si nos hacían
falta, luego a nosotros nos tocó esperar una semana hasta que llegó
nuestro turno, vimos como montaban nuestras maletas en unos
camiones y después a nosotros en otros.

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Estaba montado en uno de los camiones tratando de acomodar
nuestras maletas cuando vi a un gendarme húngaro jalar por los pelos
a mi madre, ella tenía una cola de caballo hermosísima y este bastardo
sin respeto alguno la maltrató, el dolor que sentí en ese momento, no
me lo he podido sacar, siento un rencor hacia esa gente, que perdurara
hasta el final de mis días. A mi padre lo mandaron a un campo a
trabajos forzados, luego a mi hermano lo mandaron al frente y mi
padre regresó con nosotros. Seis semanas las pasamos en el gueto y
luego nos llegó el turno para nuestro viaje en tren.
Fuimos llevados a la estación del tren, era un espectáculo
deprimente, mis recuerdos de niño, no se parecían en nada a lo que
estábamos viviendo, antes siempre era una fiesta, viajar, recibir o
despedir a un familiar o amigo, se sentía uno muy a gusto de ir a la
estación, era un momento de disfrute, ahora no, éramos un grupo muy
grande de personas, sin conocimiento de lo que se nos avecinaba, se
podía sentir a nuestro alrededor el temor, la desconfianza. Unos a otros
nos mirábamos y de alguna manera tratábamos de consolarnos, ver a
una madre con un bebé en brazos descompuso mi temple, sentí la
falta de mi hermano Johny, su apoyo me hubiera dado la fuerza que
necesitaba, pero no estaba, miré a mi madre y su reflejo no denotaba
su miedo interno, en ese momento fue poseedora de experiencia y de
calma.
A la llegada del tren nos hacen subir, a mi hermanita, mis abuelos,
mis tíos, mis primos y a mi padres, qué vergüenza sentí al ver los
vagones, estos no eran de pasajeros, eran para carga de animales,
eran paredes de madera, sin sillas ni sillones, tenían una pequeña
ventana para que los animales pudieran respirar, pero ésta estaba
protegida por rejas de alambres de púas, para que nadie se pudiera
escapar. Al cerrar las puertas, todo se oscureció, he hablado de miedo,
algunas veces pensé haberlo sentido en mi niñez, pero no, jamás mis
músculos vibraron de temor como ese día, al pensar y ver que a mi
madre la habían encerrado, imploré por la vida de los míos, recordé a
mi querido hermano y lloré.
El viaje aunque solo duró dos días con sus noches fue interminable,
no había forma de descansar, el espacio era muy reducido, la falta de
luz influía en el miedo y lo crecía, cambiar de posición era casi
imposible, éramos demasiados, por las incomodidades, comenzamos a
figurarnos lo que nos iba a suceder, teníamos miedo, al pasar las horas
sentimos sed y luego hambre, veíamos pasar una tras otra las
estaciones y el tren no se detenía, la ilusión de que en la próxima
estación pararíamos para tomar algo de agua, comer o hacer nuestras
necesidades se desvanecía, la gente pedía socorro, no encontrábamos
respuesta alguna, no puedo pensar que alguno de los guardias que nos
escotaban, era humano, saber con sed y con hambre a un niño, a una
madre o a un anciano y no importarle, no puede ser de humanos.

52
Durante la travesía miraba a través del espacio entre los alambres
de púa y veía los campos, los sembradíos, los animales, el espectáculo
de afuera no tenía nada que ver con el de adentro, soñaba despierto,
pedía por mis padres, por mis hermanos y por toda mi familia, me daba
fuerzas, buscaba animo en la mirada de mi padre o de mi madre,
acariciaba la larga cabellera de mi hermanita Eva, no paraba de pensar
en Johny y en su suerte. Los minutos eran interminables, no hay nada
peor que emprender un viaje sin conocer el rumbo, el destino o como
mínimo la duración del mismo, era desesperante, pero seguí viendo el
panorama, veía gente a lo lejos, de repente en una subida muy
pronunciada el tren reduce casi al mínimo su velocidad, logro ver a un
agricultor que estaba relativamente muy cerca de la vía del tren, quizás
a tres o cuatro metros, lo vi fijamente y en un momento levantó su
mano derecha, imitando con ella un cuchillo, atravesó su pulgar en el
cuello, me insinuaba con esa señal lo que nos sucedería, los polacos
con ese simple gesto me demostraron que si sabían lo que nos iban a
hacer, sabían de nuestro fin y lo más increíble, demostraban sin recato,
su placer y complacencia.
Luego de dos días de viaje sin comer ni beber, llegamos a una
estación y por fin el tren se detuvo, me asomé y pude ver más de 1.000
vagones y muchos trenes, habían muchos soldados alemanes, usaban
uniformes verdes y otros negros eran soldados de la S.S. y de la
gestapo. Abrieron las puertas, logro ver a muchos hombres en pijamas
con rayas verticales blancas y negras, era el uniforme de los prisioneros
del campo de concentración. En los altavoces ordenan a los médicos
bajarse primero que a los demás, (Mengele por ser médico, tuvo cierto
cuidado con ellos, no los mataba como a los demás, en el campo eran
seres privilegiados).
El escalón del tren era sumamente alto, estos vagones eran para
transportar animales y ni siquiera se molestaron en poner las rampas,
había que ayudar a las mujeres, a los ancianos y a los niños para que
pudieran bajar. Por fin bajamos toda la familia, en ese preciso momento
un joven alto y fuerte se desmaya dentro del vagón, los días sin comer
ni beber, estaban cobrando su efecto, su familia lo jala, logran bajarlo,
le dan aire, le quitan el sweter y la camisa que lleva puesta para que
respire mejor, lo zarandean un poco y por fin se despierta y se
incorpora medio desnudo, comienza a dar unos pasos pero aún
mareado zigzaguea al caminar. En ese momento dos guardias nazis se
le acercan, además de su uniforme usaban unos bastones de madera
con una empuñadura grande de metal, como arma, la cabeza de un
gallo de gran tamaño era la figura que tenían en la empuñadura,
ambos le dieron golpes por la espalda en la cabeza a este joven, su
cabeza comenzó a sangrar copiosamente, con una velocidad increíble,
se dio vuelta, agarró los dos bastones a la vez y desarmó a ambos
guardias, en fracciones de segundo le cayeron encima más de diez
guardias de la S.S. y lo mataron sin mediar palabras, los judíos a su

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alrededor comenzaron a gritar Shemá Israel...y por primera vez en la
vida, me desmayé.
Mi padre, hombre precavido tenía en el bolsillo un frasquito de
amoníaco con lo que me revivió, yo estaba sumamente alterado me
tuvo que dar un par de cachetadas que en su momento me calmaron y
a la larga me ayudaron porque el color rojizo de la cara daba la
impresión de tener buena salud. Mi desmayo pasó desapercibido ya
que los nazis se estaban ocupando del otro joven. Fue así como mi
padre me salvó la vida por primera vez.
Cuando salimos del gueto, era primavera, mi madre nos obligó a
que nos vistiéramos muy bien, decía que talvez lo que teníamos puesto
sería lo único con que contaríamos en caso de necesidad y por eso me
vistió con dos camisas y tres sweteres, parecía además de gordo,
robusto y aparentaba más edad de la que tenía, en ese momento, aún
no cumplía los quince años. Apenas bajamos, nos mandan a dividirnos
en dos filas, los hombres en una y las mujeres a la otra, fue tan rápido
el movimiento, que no me pude despedir de mi madre Goldy, de mi
hermanita, de mi tía ni de mi abuela, en eso, mi pequeña hermanita
Eva, con apenas once añitos, se salió de la fila de las mujeres y vino
corriendo a la nuestra, recuerdo que nos dijo que no se había
despedido de nosotros, nos abrazó con mucha ternura, nos besó y en
cuanto uno de los llamados canadienses se dio cuenta le gritó en idish,
regresa, regresa, y Eva toda compungida sin dejar de mirar hacia atrás
se alejó, le hizo caso, fue la última vez que la vi, la recuerdo con su
cabellera larga, su dulzura, sus bellos ojos claros y su amor por
nosotros, que Dios la tenga en su Gloria, jamás las volví a ver.
Un comando de judíos también presos, eran llamados los
canadienses, se encargaban de poner orden, de manejar nuestras
pertenencias; las maletas y demás, estos eran usados para prevenir
contagiarse con los judíos que venían enfermos y con plagas. Cuando
empezaron a bajar nuestras maletas, mi padre se acercó a una de ellas,
se dio cuenta que algo estaba pasando, uno de los comandos
canadienses le gritó, deja esa maleta, al mirarlo mi padre, hombre alto
y fuerte, este cambió el tono de su voz y le dijo que no se preocupara
por la maleta, que luego se la entregarían. ¿Qué pasa? le conminó mi
padre a la vez que lo tenía agarrado por un brazo, el canadiense trató
de zafársele, pero no pudo, le dijo, no puedo hablar si lo hago me
matan, si no, te rompo el brazo le amenazó mi padre, mirando a mi
padre le dijo en idish, tú eres más joven y refiriéndose a mí, tu eres
mayor.
Regresamos a la fila de los hombres a toda velocidad, mi padre me
dijo que de preguntárseme la edad, dijera que tenía diez y ocho y no
catorce, a mi tíos les dijo que dijeran ser más joven de lo que eran, que
se quitaran por lo menos doce años, uno de mis tíos le contestó que no,
que el no había mentido nunca y ahora a su edad no iba a comenzar a
hacerlo. Ménguele con sus guantes blancos, se encargaba de la

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selección personalmente, en ese momento el decidía quién viviría unos
días más o a quién le tocaba morir inmediatamente. A mi padre
primero que yo en la fila le preguntó, ¿que edad?, papá tenía 52 años,
dijo tener 38, ¿qué hace? operador de madera, yo dije tener 18 años y
tener el mismo oficio, en ese momento el exceso de ropa que mi
madre nos obligo a poner, me ayudó a dar la impresión de poseer un
cuerpo mayor y acepto mi falsa edad, por segunda vez en un mismo día
mi padre salvó mi vida, ambos fuimos enviados a la misma fila, al tío
que no quiso mentir, lo quemaron el mismo día. Los condenados por
Ménguele eran enviados a las duchas de gas y luego a los crematorios.
A mi padre, a mi tío Mendel y a mi, nos enviaron junto con los otros
a unas duchas, en donde sólo nos permitieron quedarnos con dos
cosas, el cinturón y los zapatos, luego nos dieron la pijama de rayas.
Con mi padre y mi tío solo estuve dos días, nos separaron en dos
grupos, los menores de 18 años a un bloque y los demás a otros, papá
y tío Mendel estaban juntos, a la primera semana los sacaron y los
mandaron a campos de trabajos, a Ebensee en Austria.
En el campo solo habíamos hombres, a las mujeres las tenían en
campos de mujeres tales como F.K.L., el nuestro, se llamaba
AUSCHWITZ - BIRKENAU. En esos meses en el campo estuvimos en
cuarentena, había una epidemia de tifus y escarlatina, los muertos no
se podían ni contar. A las cinco de la mañana en pleno invierno
teníamos que levantarnos para trabajar, nos daban de desayuno, agua
negra, supuestamente café, a las 10 a.m. el almuerzo, algo parecido a
una sopa y la 1 p.m. de cenar, recibíamos un pedazo de pan para ocho
personas y agua sucia. Recuerdo que más de una vez mi único deseo
era ser el dueño absoluto de todo un pan, soñaba con echárselo
completo a mi sopa, las esperanzas, la ambición y el futuro no tenían
cabida.
Dentro del campo hacíamos las más diversas tareas, en una de ellas
debía traer pedazos enteros de grama para ser replantada en el jardín
de uno de los oficiales, entre campo y campo existía una cerca que no
permitía que nos pasáramos de uno al otro lado, lo único que hacíamos
era gritar el nombre del pueblo o de la ciudad en que vivíamos, ese día
grité, Jasina, y recibí contestación de uno de los morochos Wiesel,
también de mi ciudad, se alegró de verme y me prometió que al otro
día me lanzaría un paquete. Por el solo hecho de ser morochos, estos
recibían por órdenes de Ménguele un trato especial, su alimentación
era completa, los trataba como a conejillos de indias, los usaba para
sus experimentos de genética, decía que para poder recuperar a la
cantidad de alemanes que murieran durante la guerra en el menor
tiempo posible, lo ideal sería conseguir una fórmula que garantizara la
reproducción por partida doble, de la supuesta raza superior aria y una
de esas fórmulas eran reproducir a su antojo morochos, dominar la
técnica de partos múltiples era su sueño.

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Al igual que en Jasina, esa noche la paso soñando, sólo de pensar
en el paquete que recibiría, era algo desconocido en el campo, ese tipo
de sueños hacía tiempo que habían muerto y ahora los disfruté de
nuevo, me imaginaba qué podría ser, suponía un pedazo de pan, quizás
una carta y fotos de sus padres, alguna ropa interior que le sobraba, de
repente caí en que podría ser un recuerdo para su familia en caso que
yo sobreviviera. La noche no avanzaba, mis nervios no me dejaban
dormir tranquilo, al fin amanece, jamás había deseado tanto que
amaneciera como esa noche, el morocho cumplió su palabra al
cruzarnos cerca de las rejas, me lanzó un paquete del tamaño de dos
cajetillas de cigarrillos, lo escondí bajo mi pijama y me fui a un sitio
oculto para abrir el regalo, ¿oh Dios!, ni el Empire State, valdría en ese
momento en el campo lo que Wiesel me regaló, azúcar en piedra y una
tijerita. Por el azúcar recibí a cambio pan y la tijerita, salvó a muchas
vidas.
Ménguele solía venir algunas noches de improviso, de repente se
encendían las luces, nos despertaban, nos hacían bajar de las literas y
al ver a gentes con barbas blancas, señal de vejez, los sentenciaba a
muerte, los mandaba a la cámara de gas. Con mi tijerita todas las
noches me ocupaba de afeitarles las canas a los mayores, y este truco
funcionó para muchos.
Muchas cosas increíbles pasamos, vivimos, vimos o supimos en
Auschwitz, un día por un castigo recibido, maldije al Dios de los
alemanes, mi sorpresa fue que un señor se me acercó y me prohibió
volverlo a hacer, me dijo, hijo, no maldigas a mi Dios, le pregunté si él
era judío y con un deje de duda dijo, no, me contó su historia, estaba a
punto de graduarse de médico, cuando decretaron la prohibición a los
judíos de seguir estudios en las universidades, en la mía dijo el hombre,
habían 15 judíos esperando su diploma al igual que nosotros, luego de
varias consultas a Berlín de si los graduaban o no, decidieron dejarnos
a sus compañeros tomar esa decisión. Se abrió un debate, unos decían
no ser justo graduar a judíos como médicos, otros argumentaban con
su saña antijudía, yo me levanté y les dije que estos compañeros
habían estudiado desde pequeños con nosotros, tenían los mismos
derechos y en época de guerra todo médico era útil y necesario.
Puesto a votación se aprobó casi por unanimidad, no graduarlos.
Tres semanas después de la graduación estando jugando tenis en
un club privado irrumpieron dos guardias de la SS y me llevaron preso,
uno de mis colegas molesto por mi defensa a los judíos, mandó a la
gestapo averiguara mi árbol genealógico y descubrieron con enorme
sorpresa para mi, que una tatarabuela mía era judía, por lo tanto para
ellos yo también lo era. Eramos varios escuchando su historia, se
detuvo y nos juró que de salvarse del campo de Auschwitz, se haría
judío.
Una mañana, se detiene un Jeep y bajan 4 hombres vestidos de
blanco, eran SS ¿Quién habla alemán?, en ese momento pienso que

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desde el cielo intervino mi abuela, muchos levantamos la mano, tú, tú,
tú y tú, en total 4 personas y yo soy una de esas, nos llevan a un
bloque en donde hay un galpón muy grande, era la enfermería, cuando
llegamos nos hacen esperar, anotan nuestros nombres, al que me
estaba interrogando le caí bien y en húngaro me dijo, en la próxima
oficina te van a preguntar si has sufrido enfermedades, tales como;
tifus, escarlatina u otras, diles que sí que ya las pasaste. Efectivamente
este consejo ayudó a mi escogencia, sólo quedamos tres y nos
nombraron STUBEN DIENST, ayudantes de enfermeros, nos dieron un
emblema que teníamos siempre puesto y de la noche a la mañana me
sentí rico, en la tarde se contaba la cantidad de enfermos, doscientos
ochenta, estas eran las porciones que nos daban a repartir, pero a la
mañana siguiente siempre nos sobraban más de diez porciones, era la
cantidad de personas que habían muerto durante la noche.
Un verano me toca un señor por la espalda y me dice: muchacho, tu
sabes, yo soy el gran Rabino de la ciudad de Weitz Vajc de Hungría, he
construido una Sucá, (cabaña donde se realiza una de las pascuas
judaicas) y quiero que saques dos panes enteros, me los prestes para
hacer el Kidush, (la bendición del vino) y te los traigo de vuelta. ¿Cómo
va a hacer una Sucá aquí en el campo?, es un secreto que no te puedo
decir, es sumamente arriesgado y si se enteran , te puede costar la
vida, no puedo tomar ese riesgo contigo. Le dije que era un riesgo que
sí quería tomar, que estaba consciente del peligro, pero que de no
llevarme con él, no le daría los panes, viendo mi firmeza decidió
aceptar y fuimos juntos a la Sucá.
Para entender cómo pudo este rabino construir una Sucá dentro del
campo de concentración sin ser visto por los alemanes, debo decirles,
que en los últimos días de los alemanes en Polonia para poder dar
mayor cabida a nuevos presos en el mismo espacio disponible, sacaron
las camas literas de tres pisos, de los dormitorios del campo de
concentración, y las pusieron afuera en el patio, luego hacían pasar a
un grupo de judíos, los mandaban a sentarse en una fila a todo lo largo
de la barraca y al completarse ésta, inmediatamente pasaban a otros
para que se sentaran pegados formando otra fila paralela y así en las
barracas con capacidad de 300 lograron meter a dos mil o más
personas. Sentados debían dormir, pegados de espalda los unos con
los otros.
El gran Rabino H. Meissls, se coló en el amasijo de literas que había
en el patio, rompió varias camas y con los laterales pudo construir una
perfecta Suca, para mí, la más Kasher, desde los tiempos bíblicos, bajo
terror de vida, bajo temor de muerte. Tocó Shofar. En ese momento
sentí que mi espíritu judaico retornaba, me llené de satisfacciones, pedí
por los míos y viví el milagro. Veintisiete años después fui invitado a
una charla de un rabino muy religioso que estaba de paso en casa de
un amigo, comenzó a relatarnos detalles de la guerra, la posición de las
comunidades europeas en cuanto a su desinterés por los sufrimientos y

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las pérdidas de judíos, de vidas humanas, nos contó como mataron a
sus nueve hijos y a su esposa, nos relato como dentro del campo de
concentración en Polonia, en la ciudad de AUSCHWITZ, en el campo de
BIRKENAU, gracias a la ayuda de un joven judío pudo celebrar la fiesta
de Sucot, con sus rezos y con el toque del Shofar. Terminando de decir
esto, me levanté, le bese la mano y le dije que yo había sido el joven
que lo acompañó, nos abrazamos comenzamos a llorar y por mucho
tiempo después hasta que murió nos escribíamos.
Ménguele, sabía de nuestras fiestas judías, planeó periódicamente
las liquidaciones, en cada una de ellas, cuando les llegaba el turno de
ir a las supuestas duchas (cámaras de gas), lo único que estos mártires
nos decían era; yo me llamo fulano de tal, por favor, nos pedían que
informáramos a sus parientes, cuándo y cómo habían muerto, recuerdo
a dos hermanos ya desnudos antes de entrar a las duchas, en un
abrazo inmortal, salieron corriendo unidos hasta la cerca electrificada,
no querían darle el gusto a Ménguele y así, murieron quemados,
abrazados.
Algún padre por salvar la vida de un hijo, si tenía algún diente de
oro o le quedaba algo de valor que había podido ocultar, sobornaba a
alguno de los comandos para que sacara a su hijo del grupo enviado a
la cámara de gas, este guardia, tenía una cantidad fija que debía de
sacrificar creo, era de quinientos por vez, sacaba a uno y a cambio
metía a otro. Finalmente un grupo de mujeres se arriesgan roban
dinamita y se las dan a los muchachos judíos, quienes al momento de
entrar al horno Nº 4 lo hacen explotar y nunca más funcionó. Se
cobraron con las vidas de muchos jóvenes judíos, pero nunca fue con la
misma cantidad que cremaban en ese horno.
Fui enviado a diferentes campos de trabajos forzados, cada dos
meses me mandaban de uno a otro, el primer campo fue el de
SACHSENHAUSEN, era en invierno, estuvimos dos días sin comidas,
logré sobrevivir por alimentarme como los animales con la poca hierba
que había debajo de la nieve, así después me llevaron como carpintero
a otro llamado OHRDRUF, también fui llevado a campos de transito
como BUCHEDNWALD, y a donde se fabricaban los aviones Stuca en
el campo de NEUBRANDENBERG.
Cinco de mayo de 1.945, estamos en Ludwig Lust, campo de
trabajos forzados al lado de Hamburgo, aparecen los americanos,
vieron montañas de muertos, no lo podían creer, los americanos
católicos se hacían la señal de la cruz. Sin querer ellos también fueron
responsables de la muerte de muchísimos de los nuestros, la gran
mayoría estábamos famélicos, con los pies hinchados por la
desnutrición, a punto de morir. En su carrera a la victoria no se podían
detener, nos dejaron todo tipo de alimentos y bebidas y al igual que
aquellos náufragos que nadaron, nadaron y nadaron para salvarse y al
final se ahogaron en la orilla, estos judíos que habiendo pasado por
varios años calamidades en los campos, en el último de los momentos,

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cuando por fin fuimos liberados por los Americanos, por darnos
demasiada comida y no la apropiada, murieron, cuando les tocaba
comenzar a vivir. Era suero lo que nos deberían de dar y no comida, la
carne y otros alimentos, se transformaron en el veneno más rápido y
efectivo.
Suecia, Berlín, Satmar, Rumania, Rusia, llego a Bratislava (capital de
Slovaquia), Presburg, hay muchas mujeres vestidas de blanco con
Maguén David, convidando sopa, como y como, y luego pregunto que
de dónde son, de la Join, eran cinco bellas muchachas que luego de
alimentarme me dieron una tarjeta con un dirección de la U.I.S.R. en
Bratislava. Es una ciudad montañosa y al llegar cerca de la dirección
que me habían dado, en una rampa veo a 15 personas haciendo cola y
al mirar hacia arriba en el balcón se asoman muchos hombres con su
Talit (vestimenta usada en festividades judías), les pregunto ¿qué
fecha es hoy? me contestan Shabat (sábado, día séptimo de la
semana, día de rezos y de descanso), me preguntan que de dónde soy,
les digo que de Satmar, que soy el hijo de Israel, del aserradero
HEIFERMAN & ISRAEL, me dijo su nombre, lo reconocí
inmediatamente como uno de los proveedores de sierras y de
repuestos de mi padre, lo saludé desde abajo y lo último que le oí fue;
tú papá vive, me desmayé.
Este señor me dio unas coronas y me fui en busca de los míos a
Budapest. Una mañana paseando mi padre con mi tío Mendel en
Budapest por una acera, ven a mi hermano caminando por la contraria,
ambos le gritan Johny, Johny, no reconoció a mi padre, cuando se lo
llevaron los húngaros, mi padre pesaba más de 120 kilos y en ese
momento no llegaba a la mitad. Mi padre me contó que ya al final de la
guerra en el campo de EBENSEE, una noche que casi ni podía caminar
por el hambre, en sueños vio a una silueta trayéndole un plato con
comida, se despertó, la comió y le dio una parte a mi tío, la silueta
volvió con otro plato una segunda y otra tercera noche, mi padre creía
era su abuelita que desde el cielo velaba por él, ya alimentado por tres
noches consecutivas, se sentía más fuerte, se desveló esperando
apareciese la sombra y al llegar ésta de nuevo, la agarro por un brazo,
mi padre le preguntó que quién era, le dijo su nombre pero no lo pudo
reconocer, le explico que era hijo del latero de Jasina, (recogían latas
viejas y las vendían), que recordaba a mi padre el día de la boda de su
hermana, que le agradecía su presencia y el regalo tan oportuno que
dio en la fiesta, que los había ayudado mucho, y que jamás lo olvidaría.
Este muchacho ayudaba en la limpieza, de la cocina de los oficiales y
tenía acceso a las sobras, a la basura, a verdadera comida en un campo
de concentración.
Mi padre me dio como orden a cumplir, el asistir a cada uno de los
matrimonios de gente humilde al que se me invite, gracias a eso, el
logró salvar su vida y la de mi tío, esta gente siempre es muy
agradecida.

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Esta es parte de mi historia, de la historia más triste del pueblo
judío y del mundo contemporáneo, es en este instante de paz y
tranquilidad que podemos y debemos compartir nuestras vivencias,
que tenemos la obligación de transmitir y mantener siempre en vivo los
recuerdos, para que generaciones futuras aprendan a defender y a
defenderse, es este grano de arena mi aporte a la construcción del
muro de las defensas de las minorías, más de cien familiares cercanos
además de mi madre, de mi inocente hermanita y de mis tíos, perdí
con los nazis, el recuerdo de mi madre con su ternura, la imagen de mi
hermanita Eva y la memoria de cada uno de ellos no se pudo perder en
vano, nosotros pasamos a formar parte de vuestras conciencias y
ahora está en vuestras manos el cuido y respeto de su memoria.

FUENTE: DAVID YISRAEL

TRUDY
Ya han pasado más de cincuenta años, sin embargo todo está fresco
en mi mente, hay cosas que jamás podré olvidar y resucitar algo tan
doloroso es difícil describir con palabras, cómo puedo transmitir lo que
significó para mi como niña, el cambiar los cuentos de hada de mi
madre por la realidad de las cámaras de gas y de los hornos

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crematorios. Cada uno de nosotros vive con su historia personal que
contar y la esperanza de que aprendamos con lo acontecido.
Muchos nos tildaron de cobardes antes, durante y después de la
guerra, Cuán equivocados están. Fuimos valientes al enfrentarnos a las
atrocidades, aún y a sabiendas de la poca esperanza de éxito. En
varios países de Europa, sin apoyo alguno, se organizaron grupos de
resistencia judía, tomando en cuenta que los pueblos de Europa
ayudaban a los nazis en la persecución, delación y en algunos casos
hasta en el exterminio de los judíos, cuando nos llegó el momento,
nuestros hermanos fueron a su muerte dignamente, pero aquellos que
se sentían los "superhombres" , los alemanes, la SS, los verdugos, los
que sé creían dueños del mundo y de su gente, en cuanto se vieron
perdidos al final de la guerra, se arrastraban, lloraban, arrodillados
clamaban perdón y los más se ocultaban, se escondieron, huyeron a
otros pueblos lejanos donde con el dinero robado compraron de la
manera más vil una nueva identidad, la protección y el silencio de
algunos gobernantes corruptos.
Mi relato comienza en la ciudad de Kosice, una pequeña ciudad de
Checoslovaquia en la que nazco en el año de 1.932 y catorce meses
después mi hermano. Crecimos en un ambiente judío ortodoxo,
rodeados de amor y cariño por mis padres y abuelos paternos. Luego
del convenio de Munich se reparte Checoslovaquia, y Kosice, es
entregada a los húngaros en el mes de septiembre de 1.938. Cierran el
negocio de mi padre y con apenas treinta y seis años de edad, queda
desempleado. Papá comienza a vislumbrar lo que los alemanes
tramaban y cada día nos alerta, nos hace pensar en la posibilidad de
perder nuestras vidas, de que nos dispersen, de que nos lleven a
campos de trabajo y también nos habla de las cámaras de gas y de
crematorios.
Nos habían ofrecido conseguir las visas para que toda la familia
emigrara a Panamá, mi padre fue a Praga a la sede de la Embajada de
Panamá donde debían entregarle las visas con toda la documentación.
Mientras tanto mamá preparaba las maletas y estaba pendiente del
aviso para partir. La suerte nos abandonó, justo en esos días Hitler
ocupó Praga y se nos acabaron las oportunidades de emigrar. Como
niños no se nos informó del comienzo de la guerra, nos enteramos el
día que bombardearon nuestra ciudad, por la destrucción y por los
muertos que vimos. Luego comenzamos a ver alemanes por doquiera
que fuéramos.
En esa época empezaron a racionar la comida, en el colegio nos
enseñaban el uso de la máscara antigás, para aquel entonces, la
bomba de gas, era el arma más temida.
En el año de 1.940 empiezan a llevar a los hombres judíos a Hungría
a los campos de trabajo forzado. Algunas veces mi madre acompañaba
a mi padre al campo, solía sobornar a los guardias y los dejaban
regresar a la casa. Una noche del año 1.941 irrumpen en nuestro

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edificio soldados húngaros preguntando por nuestros abuelos, los sacan
de la cama, les mandan empacar lo más necesario y se los llevan, sin
dar explicaciones. Fue a la mañana siguiente que nos enteramos que
aquella noche se habían llevado a Rusia a los judíos que no eran
húngaros por nacimiento y luego supimos que los habían fusilado.
El día que me tocó ir al colegio en el año de 1.944 con la "estrella
amarilla", fue para mí algo terrible, me rehusaba a salir a la calle
marcada, mi madre me decía que era una situación pasajera y por lo
tanto debía de asistir a las clases. En la ciudad de Kosice la población
judía representaba el 25 %, al llegar a la escuela nos sorprendió el ver
que de cada cuatro niños uno, llevaba puesta la Maguen David.
Ninguno de los compañeros de clases que desde kindergarten nos
conocían y con quienes habíamos jugado siempre, nos volvió a hablar,
ninguno compartió palabras de aliento, de consuelo, cortaron de
repente los lazos de amistad. A nivel nacional se hizo un concurso de
composición con tema libre, los trabajos fueron presentados por
números y no con nombres, el primer premio lo gané yo. El Ministro de
Educación no me quiso entregar e l premio por ser judía, se lo
entregaron al que logró el segundo lugar.
Seis primos nuestros fueron escondidos por un tiempo en mi casa,
cuando mi padre intuyó que los húngaros entregarían los judíos a los
alemanes, les devolvimos mis primos a sus padres. Una tarde sacaron
las bancas de la Gran Sinagoga de la ciudad, los optimistas aún
pensaban que la necesitaban como hospital.
La guerra se acercaba a su fin decía mi padre, quien a escondidas
escuchaba las noticias directas de Londres. Mi madre estaba haciendo
mercado por ser ese día viernes, mi hermano y yo jugábamos en la
cama, cuando irrumpieron en nuestra casa dos SS alemanes junto con
dos soldados húngaros y le dijeron a papá que empezara a empacar lo
más necesario, que nos iban a llevar a otro lugar. Ellos preguntaron por
mamá y le dijimos que estaba en el mercado. El soldado húngaro me
ordenó que me vistiera y que rápidamente fuera a buscar a mi mamá.
Ellos tenían planificada por órdenes de los alemanes, la expulsión de
los judíos que vivíamos en Hungría vía Alemania y su posterior
exterminio. Este plan se llevaba con una coordinación y orden, habían
dividió a la ciudad en zonas y venían casa por casa. Comenzaron en la
calle de la primera zona y por desgracia nuestra casa estaba situada
en ella, al otro día la calle segunda y así sucesivamente. Mi hermanito,
todo asustado comenzó a llorar y pidió le permitieran acompañarme en
la búsqueda de mi mamá, fue el alemán el que accedió y fuimos
corriendo al mercado en su busca.
Recorrimos el mercado, estábamos sumamente agitados,
temblorosos pero al fin encontramos a nuestra madre, le contamos lo
que estaba sucediendo con nuestro padre y a penas terminamos de
contarle, nos agarró por las manos y nos dirigíamos a la casa cuando
en el camino nos encontramos con un vecino que le extrañaron

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nuestros nervios y prisa. Luego de enterado de los pormenores, trató
de convencer a mi madre de que por ninguna circunstancia regresara a
mi casa, que teniendo a sus dos hijos a salvo de las garras de los
alemanes, tenía que tratar de salvarse y salvarnos, que de regresar, lo
único seguro sería la muerte, mamá, no le hizo caso pero estos minutos
que duró la discusión cambiaron nuestras vidas.
Tardamos un poco en llegar, y cuando al fin llegamos, nos
encontramos con mi padre que estaba bajando las escaleras de nuestro
edificio, al vernos juntos, nos hace señas para que no nos detengamos,
que sigamos de largo y a los pocos metros nos alcanza y seguimos sin
detenernos, aumentamos la velocidad y en la primera esquina
cruzamos a la izquierda, seguimos de la forma más natural para que no
se notara que nos estábamos escapando y al fin logramos llegar en
otra zona a la casa de una prima. Pasado el susto papá nos contó lo
que había pasado, los alemanes le dijeron que tenía que poner los
muebles que teníamos en una sola habitación, estos eran sumamente
grandes y pesados, él solo no los podía mover, los alemanes por no
molestarse, le ordenaron que buscara a otros vecinos para que lo
ayudaran y era en ese momento en que estaba bajando por ayuda
cuando al vernos, se le ocurrió la idea de escaparnos. De no haber
discutido mi madre con nuestro vecino, habríamos llegado antes a la
casa, y ya no nos hubiéramos podido escapar.
Debíamos salir de Kosice, los alemanes no nos perdonaban el que
por su culpa nos hubiéramos escapado, éramos presa fácil de
encontrar, por lo tanto al finalizar ese sábado tendríamos que viajar y
la ruta lógica era Slovaquia, donde para esos tiempos existía cierta
calma. Describo los hechos, pero cómo se describen los sentimientos, el
miedo, la incertidumbre. Nuestros padres ansiosos por la llegada del
guía que nos haría pasar la frontera, yo en cambio, rezando para que
no llegara, los cuentos que había escuchado de lo que les sucedía a los
que trataban de pasar la frontera, los alemanes con perros
amaestrados para impedir que la gente los evadiera me causaba tal
pavor que desde entonces y hasta el día de hoy le tengo un miedo
terrible a los perros.
El plan de fuga era muy simple, el guardabosque de este lado de la
frontera en combinación con el guardabosque del otro lado serían los
encargados de ayudarnos por el precio convenido. Nos disfrazamos de
campesinos y nos dividimos en tres grupos de a dos; mi mamá con mi
hermano iban con el guardabosques, yo iba con una señora que nos
pidió la lleváramos y mi papá con una vecina que se había unido a
nosotros. Salimos cada uno de los grupos por separados y tomamos
diferentes rutas, debíamos encontrarnos a las 2 de la tarde en un punto
determinado donde nos esperaría el otro guardabosques. Acordamos
que de perderse alguno, debía de regresar a la casa de la prima. Mi
padre y la vecina no llegaban al lugar del encuentro, pasaron tres horas
y desesperado el guardabosque insistía que debíamos partir, que lo

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más seguro era que los habían agarrado los alemanes, y si
demorábamos más perderíamos la cita con el otro guardabosques y la
posibilidad de escaparnos. Mi madre no dudó ni un momento, ella no se
marcharía sin su esposo, le dijo al guardabosque que regresara a la
casa de la prima y viera si estaba mi padre, así fue, al llegar los
encontró a los dos, se habían perdido en el bosque y regresaron al
punto de partida. Cuando nuestro guía llegó de nuevo al bosque con
papá y la señora, la hora del encuentro en la frontera había pasado y el
señor no sabía que hacer con nosotros.
Era de noche en el momento que el guía viendo que no podíamos
regresar, nos encamino unos metros dentro del bosque cuando a lo
lejos vimos una silueta que se nos acercaba, temerosos nos quedamos
inmóviles hasta descubrir que era nuestro guía de la tarde quien había
regresado por nosotros. Nos contó que lo habían descubierto y puesto
preso los alemanes, que lo interrogaron porque ellos suponían lo que
estaba tratando de hacer, al no debilitarse en el interrogatorio y sin
pruebas, lo dejaron libre. Otra vez la suerte nos acompañó, de haber
llegado a tiempo a la cita, los alemanes nos hubieran fusilado en el
mismo sitio.
Casi de madrugada llegamos a la casa de mis tíos, no pudimos
quedarnos, pero nos dieron mucho dinero y papeles de identificación
falsos, fuimos a Bratislava, la capital de Slovaquia, donde nadie nos
conocía como judíos. Papá comenzó a trabajar en una fábrica. Supimos
de una vecindad muy exclusiva y por lo tanto prohibida a los judíos, con
identificaciones falsas y con el dinero de los tíos, logramos alquilar una
casita y nos mudamos. Fueron varias las noches que los alemanes
vinieron pidiendo nuestras identificaciones y al ver los papeles de
gentiles se iban. En una de estas incursiones nocturnas, un soldado
alemán al ver a mi hermanito tan asustado, le dijo: "muchachito, no
tengas miedo, no vinimos a llevarte, solamente vinimos a ver quienes
son" y cumpliendo la orden de sus superiores al píe de la letra salió de
nuestra casa. Pienso que fue un momento raro de humanidad, o quizás
no quiso cargar en su conciencia con otro peso.
He vuelto a relatar hechos, pero ¿cómo describir lo que pasa en la
mente de un ser humano y en mi caso de una niña, que durante varias
semanas no puede, ni siquiera arrimarse a la ventana, por miedo?
¿cómo describir el sin vivir de que cada vez que tocaban el timbre
pensábamos era nuestro fin?. Una noche se escuchan tiros cerca de
nuestra casa, de repente golpean duramente la puerta, eran varios SS,
uno de ellos de manera brusca le baja los pantaloncitos a mi hermanito,
descubre que somos judíos, nos mandan a vestir, nos llega el momento
a lo que durante todo éste tiempo teníamos miedo. Nos enfrentamos a
nuestra pesadilla, ahora es ya toda una realidad. Afuera todo un
camión repleto de gentes, de jóvenes, ancianos y de niños, tenían
reflejada la misma angustia, el mismo miedo. Con ese método esa

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noche limpiaron la vecindad de judíos. Durante dos días nos llevaron a
un campo dentro de la misma ciudad mientras recogían a más judíos.
Al anotarnos en el libro de registros que ellos llevaban, se
percataron de que ese día era el cumpleaños de mi hermanito, cumplía
once años de edad, él de la manera más natural y sincera, les contestó:
"lo único que les pido es que nos devuelvan la libertad a mi familia y a
mi", con una carcajada le respondieron los alemanes, no tenían la más
mínima intención de complacerlo. De ahí nos llevaron a otro campo en
Slovaquia llamado Szered, de donde salían los transportes para
Auschwitz. Este campo también era manejado por alemanes. Eramos
varios miles de judíos los que llegamos a Szered, nos mandaron a poner
en fila y lo primero que nos advirtieron era que teníamos que
entregarles todo lo de valor, las joyas y sobre todo, el dinero. Los
alemanes sabían que la mayoría de los judíos poseían divisas y que las
usaban para tratar de salvar sus vidas. Nuestro dinero lo teníamos mi
hermano y yo, una parte la tenía en una prenda íntima de mi ropa y la
otra parte en una pelota de trapo que mi hermano tenía como juguete.
Cuando los alemanes ordenaron que se les entregara todo lo de
valor, una pareja de edad avanzada salió de la fila, de las hombreras de
sus abrigos sacaron una faja de dólares y se los entregaron. Apenas
recibieron los dólares, tiraron a los viejitos al suelo y los golpearon
brutalmente, sin misericordia; luego de ésto, nadie les entregó nada.
Una vez que nos asignaron las barracas, mamá tomó la pelota de trapo
de mi hermano, y me llevó al baño. Allí asustada, sacó los dólares que
yo tenía como también los de la pelota, los rompió en pedazos y los tiró
por la poceta. Veíamos disipar nuestras esperanzas de salvación,
nuestras ilusiones de poder salvar nuestras vidas. Ya resignados, para
evitar problemas, queríamos deshacernos del dinero, pero el agua no
bajaba, y los pedazos de los billetes flotaban. No podíamos dejarlo así,
mamá temía que los alemanes tomaran venganza por este delito con
toda la gente del campo. Recuerdo que luchamos mi madre y yo
bastante tiempo hasta que hicimos desaparecer lo que para entonces
era una fortuna y con la desaparición del dinero, desapareció nuestra
última esperanza.
Aquella noche fue la primera vez que comía comida no kasher, me
rehusaba a comerla, mi padre insistió, nos explico que debíamos de
estar bien alimentados para poder subsistir y en casos de necesidad
todo era permitido, decía que todo era cuestión de meses, que la
guerra duraría pocos meses, y era nuestra obligación el tratar de
salvarnos. Después nos dijo que lo más probable era que nos llevarían
a Auschwitz, de nuevo nos explicó lo de las cámara de gas. Para aquel
entonces teníamos, mi hermano 11 y yo 12 años, nos dijo que los
menores corrían el mismo riesgo de los ancianos, que debíamos de
mentir cuando nos preguntaran nuestras edades, a mi hermano le
instruyo para que dijera que tenía catorce años y a mí, diez y seis,
estas eran las edades en que permitían que los niños comenzaran a

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trabajar y si pasábamos esa prueba, tendríamos mas oportunidades de
sobrevivir. Papá nos contagio con sus enormes deseos de vivir, decía
que debíamos salvarnos para demostrar al mundo que somos un
pueblo fuerte, imposible de aniquilar.
Una mañana nos llevaron a la estación del ferrocarril, y nos hicieron
montar en vagones sin ventanas, solo con un hueco para respirar de
unos 50 centímetros por unos 30 de alto, protegido con alambres de
púas. Fueron los últimos días donde toda la familia estuvo unida, papá
nos cantaba algunas canciones para romper el miedo que nos
embargaba, juntos recordábamos algunos eventos familiares y siempre
nos prometíamos que lucharíamos, que haríamos hasta lo imposible
para sobrevivir, esto lo tomamos casi como una obligación.
Cuando llegamos, no supimos en donde estábamos, a lo lejos
veíamos una puerta de hierro con un gran letrero que decía en alemán,
" El trabajo endulza la vida ", luego unos alambres de púas y detrás,
barracas de madera. Estábamos en Birkenau. Bajamos de los vagones,
cada unos con un paquete pequeño sobre sus hombros, con hambre,
con sed, pero sobre todo, muy asustados. Al lado de los rieles del tren,
los SS con sus perros, gritaban para que nos pusiéramos en fila. A la
cabeza de la fila un SS alto con su mirada fija, con guantes blancos,
moviendo uno de sus dedos, indicaba por donde debíamos pasar.
Cuando llegó mi turno, miré al SS, luego supe que era Mengele,
preguntó mi edad, le contesté lo que mi papá me había indicado, le dije
tener diez y seis años. Como y era alta y bien desarrollada, no lo dudo
ni por un momento, me mando a la fila de los demás adultos, los aptos
para trabajar. Con mi hermano fue diferente, al decirle que tenía
catorce años, Mengele lo miró con su sonrisa cínica y diabólica y le
contestó: "aunque sé que mientes, pareces un muchacho inteligente ",
y también lo mandó para la fila de los aptos para el trabajo. Ese día
gracias a la sabiduría de mi padre logramos ganar la primera batalla.
Separaron a los hombres de las mujeres, recuerdo como mi papá se
despidió de nosotros. En ese momento mamá le contó que el soldado
húngaro al cual papá le había pagado para que nos trajera de vuelta de
Rusia a nuestros abuelitos vivos, nos había escrito diciendo que a su
llegada ya los habían fusilado, que no llegó a tiempo para salvarlos,
fueron momentos dramáticos, mi padre tenía la esperanza de que se
hubieran salvado sus padres, pero no, y por otro lado nos tenía que
abandonar solas a nuestra suerte. Sus últimas palabras para mamá
fueron: "nos volveremos a ver, si no en este mundo, entonces en el
venidero". Papá se fue con mi hermano, los seguimos hasta donde la
vista nos alcanzó. No puedo describir los sentimientos de aquel
momento. Hay que tomar en cuenta que cuando llegamos a Birkenau
ya estábamos luchando por sobrevivir durante varios años una lucha
muy agotadora y aunque parecía como el final de un camino largo, lo
más duro, apenas empezaba.

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Al día siguiente nos tatuaron. Cada una de nosotras recibió un
papelito con su número asignado. Al ver que el tatuaje lo hacían con
unas agujas muy largas y con muchos pinchazos, comencé a llorar, el
miedo a las agujas estuvo a punto de costarme la vida, mi madre en
una demostración de inteligencia natural, cambió su número por el mío
y ocupó mi lugar, ella iba a ser tatuada primera que yo para darme
fuerzas, para animarme, por este motivo, nosotras dos tenemos
cambiados nuestros números asignados en el campo de concentración.
Durante mi estadía en Birkenau y posteriormente en Auschwitz, fui
testigo de muchos actos de humanidad. Durante el Appel (conteo en la
mañana al salir del campo o en la tarde al regresar al bloque), se
conversaba, mi madre dijo el nombre de su pueblo natal Kurima. Al día
siguiente, una muchacha pasaba en las filas y preguntaba que quién
era de Kurima, cuando mi mamá le contestó, le entregó un paquete y
enseguida desapareció. Al entrar en la barraca, abrimos el paquete y
encontramos un cepillo de dientes, jabón, un poco de papel toilette y
una lata de sardinas. Eran artículos de absoluto lujo en Birkenau. Le
dimos muy buen uso, pero fue solamente en el año de 1.946 ya
terminada la guerra, cuando mamá despidiéndose de una prima que
había sido trasladada a la Embajada de Checoslovaquia en Washington,
le contó de vivencias dentro del campo, de la sorpresa del paquete
anónimo, ésta comenzó a reír, le dijo a mi madre que estando ella en el
campo había oído por medio de otra prisionera de que había gente de
su pueblo de Kurima, entonces me dije, si son de Kurima o son de mi
familia o por lo menos nos conoce, y le mandé ese regalito, jamás
imaginó que fuimos nosotras las afortunadas en recibirlo. El destino nos
hizo dos jugadas, estuvimos juntas en el mismo campo sin vernos y sin
nos ayudamos sin saberlo.
Unos días más tarde, en uno de esos Appel, me separan de mi
mamá. Para mí, ésto era ya lo último, siempre fui una niña mimada,
cuidada, protegida y a los escasos doce años de edad, me encuentro en
Birkenau, consciente de los peligros y absolutamente sola. Al
despedirme de ella la dejé desconsolada, le dije que sería la última vez
que me vería, ya que sin su presencia, y en estas circunstancias, no me
importaría sobrevivir. Mi madre se alejó con el corazón destrozado y
con lágrimas en los ojos. En la noche me enteré que a mi madre la
llevarían a trabajos forzados en otro campo, quise verla una vez más,
quise raparar el daño que le infringí en la tarde, y aunque había toque
de queda, me escapé de mi barraca con la intención de visitar a mi
madre por última vez. En mi carrera me agarró una capo y por más
que lloré para que me dejara ver a mi madre, la mujer me golpeó
brutalmente hasta que se cansó y apenas tuve fuerzas para regresar
después a mi barraca. La golpiza que me dio esta mujer logró que por
varios días mi cuerpo adolorido mezclara ambas sensaciones y no me
permitiera reconocer cual de los daños me hacía llorar más, la
separación de mi madre o los golpes recibidos. La capo hizo en mi lo

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poco que faltaba para convertirme de una sola vez, de niña mimada a
una mujer amargada. Su cara no la podré olvidar jamás. Desde ese
instante me tocó enfrentarme sola a la vida y a la muerte.
Durante mi niñez mi mamá me enseñaba desde una acera de la
calle a una señora que me había amamantado al nacer. Nunca conocí a
la familia de ésta señora, pero aparentemente, ella de la misma
manera que mi mamá, también les enseñaba a sus hijas a quién había
amamantado. Una tarde en Birkenau se me acercan dos adolescentes y
me dicen: "somos hermanas de leche, ya que hemos tomado la leche
de la misma madre y por lo tanto es nuestro deber ayudarte". Durante
mucho tiempo compartían conmigo la poca comida que tenían y me
ayudaron en todo lo que estaba a su alcance. Después de la guerra las
busqué para agradecerles lo que hicieron por mi, sin embargo nunca
llegué a encontrarlas. Sospecho que ellas no sobrevivieron.
En Birkenau me asignaron el trabajo de tejer mechas para las
bombas. Nos asignaron cierta cantidad de metros que debíamos hacer
diariamente. Siendo yo niña, no podía cumplir con mis metas. Por
fortuna, mi capataz, también prisionero, pero prisionero político, era un
hombre muy humano, de origen checo. me encubría con mi
producción mientras el estuvo nunca los alemanes se percataron de
mis fallas en la producción. Un día hablando con él, resultó que
compartía la barraca con mi papá. Al día siguiente, para mi gran
sorpresa, cuando nos trajeron la materia prima para el trabajo, me
encontré con que la persona que me la entregaba era mi papá, el
capataz tan bueno y noble lo había arreglado, lo único que nos pidió
que no demostráramos que éramos padre e hija, más bien que
aparentáramos una amistad y nada más, porque de lo contrario lo
perjudicaría a él enormemente. Fueron varias semanas, dos veces al
día podía ver a mi padre, pasaba algunos minutos con él, me hizo más
llevadera mi estadía en Birkenau. Mi padre me preguntaba mucho por
mi mamá y yo por mi hermano. Papá me contó que mi hermano se
había enfermado de escarlatina, que lo habían llevado a la enfermería,
pero no sabía nada más de él. Los ratos que pasé con mi padre, llenan
el vacío que a veces tengo en la vida, sus consejos, su paciencia, su
madurez y entereza enriquecieron mi espíritu, alegraron mi vida y
renovaron mi fe, pero como todo lo bueno esto tampoco duró mucho
tiempo.
Un día me cambiaron al capataz, mi papá ya no volvió más con la
materia prima. Este trabajo se lo asignaron a otra persona, ya no tenía
a quién preguntar qué pasó. Una tarde se aclararon mis dudas, de lejos
lo vi en una fila de hombres marchando, y entre ellos ahí estaba mi
papá. Los llevaban a otro campo, ésta fue la última vez que lo vi. Recibí
su mensaje de despedida con su mirada, sin palabras pero con un gran
sentimiento lleno de amor, desde lejos y para siempre nos
despedimos.

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Con el nuevo capataz, las cosas cambiaron, éste era sumamente
estricto, carecía de sentimientos, no fue capaz de protegerme aún a
sabiendas de mi corta edad, no dudó en denunciar mi poca capacidad
de trabajo. Los alemanes me castigaron, al día siguiente me pusieron
en un "Straf Appel" (una fila de castigo), comenzó mi castigo a las
cuatro de la madrugada y duró hasta las siete de la noche, fueron horas
de sufrimiento, fuimos varios los castigado por distintos motivos. En
pleno invierno, dentro de la nieve, con un frío insoportable, estuvimos
parados quince horas, algunos se congelaron y no sobrevivieron el
castigo. A las siete de la noche sentía dolores muy fuertes en los pies,
pero de ver a otros congelados, me sentí contenta de que podía
regresar a la barraca para acostarme. Toda la noche la pasé llorando,
los dolores eran insoportables. En la mañana ambas piernas las tenía
muy hinchadas, estaban negras hasta las rodillas, llenas de ampollas
grandes. Por ser día de Navidad, me dejaron todo el día acostada, y
solamente al día siguiente me llevaron a lo que ellos llamaron
"hospital". Para entonces, ya el frente Ruso estaba muy cerca de
Auschwitz y se escuchaban cañonazos día y noche. Los alemanes se
estaban preparando para huir, pero eso sí, no iban a dejar huella de los
crematorios ni de las cámaras de gas. Con mis pies congelados, no
podía dar paso alguno, me quedé en el "hospital" y un día vi a un niño
asomarse por cada una de las literas, algo estaba buscando, su
desesperación iba en aumento, no era algo, era a alguien, vi su tristeza
y al mirarlo mejor, me di cuenta de que era mi hermano. Se había
curado de la escarlatina y le habían informado de que yo estaba en
Birkenau, el me había estado buscando por varias semanas. Al llamarlo
por su nombre se sorprendió de tal manera, que aunque nos separaba
una pequeña pared de unos cuarenta centímetros, no se dio cuenta,
me contestó: "ahora, que por fin te he encontrado, mira, esta pared tan
alta y tan grande que no puedo llegar hasta ti". Lo tranquilicé y le dije
que, con solamente levantar sus piernas, ya estaría conmigo. Se me
acercó, me abrazó y me besó, sacó de su bolsillo una remolacha y me
la dio, una remolacha en Birkenau, era un manjar.
Llorábamos de emoción, pero mi hermano no pudo quedarse mucho
tiempo, tenía que regresar a su trabajo. Antes de irse me preguntó si
quería algo más, porque ahora que por fin me encontró, vendría a
verme cada día, ya que su trabajo lo hacía en el lugar donde yo me
encontraba. Le pedí vendas para mis pies enfermos, nos despedimos
con la esperanza de vernos al día siguiente. No lo volví a ver si no seis
meses después de finalizada la guerra, en nuestra casa.
Aquella noche del día diez y ocho de enero de 1.945 los alemanes
decidieron abandonar Birkenau y Auschwitz, se llevaban a los
prisioneros que todavía podían caminar. La misma noche quemaron el
crematorio, la cámara de gas y los archivos. A los que nos quedamos
nos advirtieron que nos matarían, ya que no tenían intenciones de
dejar testigos vivos. Una prima de mi mamá, al ver que yo estaba

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decidida a quedarme, me suplicó que hiciera el intento y que me fuera
con ellos. Cuando le mostré que no podía ni siquiera pararme, se puso
a llorar, no sabía como se enfrentaría un día a mi mamá para explicarle
que me dejó en un lugar donde la muerte inmediata era segura. Esta
prima, no sobrevivió la guerra, y yo, sí.
Nunca olvidaré esa noche, los alemanes abandonaron Birkenau y
dejaron todo el campo ardiendo. Los que pudieron, salieron de las
barracas, porque estas eran de madera y de un momento a otro se
podrían incendiar. Yo me quedé sola en la barraca, no me podía mover,
al ver el fuego a mi alrededor, me asusté, pero como se dice en hebreo,
"Ein Brerá". Yo no me podía mover. Felizmente, el fuego no llegó a mi
barraca y en la mañana los judíos sobrevivientes, regresaron a las
suyas. De esta manera nos quedamos solos durante cuatro días. Los
alemanes, huyeron, pero los rusos no llegaban. Los que podían
moverse, salían a buscar alguna comida, y cuando encontraban algo, lo
repartían. Al quinto día regresaron los alemanes, más brutales que
nunca. Volvieron a insistir en que nos matarían, pero por suerte no
tuvieron el tiempo para ello.
Sábado 27 de enero de 1.945, de nuevo esa mañana nos
encontramos solo, los alemanes volvieron a huir durante la noche. Una
de las mujeres que fue en busca de comida, regresó temblorosa
diciendo que había visto a dos soldados rusos medio escondidos dentro
del campo. Al principio no le queríamos creer, aunque nos dimos cuenta
que había demasiada calma. Nadie se atrevía a salir de las barracas,
esperaban a ver que pasaba. Esa noche llegaron muchos soldado rusos
ellos estaban borrachos, tenían bastante para beber, pero no tenían
comida. Nadie pudo dormir esa noche, el miedo a los borrachos y a los
tiros nos lo impedían. El domingo 28 llegaron los oficiales rusos, nos
informaron que nos estaban liberando. Los que podían salían en busca
de comida, yo simplemente esperaba que alguno se apiadara de mi y
me trajera algo, y así, se me acercó un señor con la bondad reflejada
en su rostro, este señor también era un sobreviviente, un famoso
médico traumatólogo de Berlín, ya no me dejó sola, no se aparto más
de mi lado.
Los rusos, al darse cuenta del abandono en que nos encontrábamos,
nos llevaron de Birkenau a Auschwitz, tenía mejores condiciones, las
barracas eran de ladrillos y era más fácil mantenerlas limpias. Yo me
quedé en Auschwitz hasta el día 2 de mayo del mismo año. Durante ese
tiempo los rusos filmaron a los supervivientes de Auschwitz. Me dicen
que esta película la exhiben en el Museo de Auschwitz.
El médico que me atendió en Auschwitz, tuvo toda la paciencia del
mundo, su deseo, llegaba a poder verme sentada en una cama, cuán
feliz estaría hoy si pudiera verme caminar. En Rumania me hicieron
otra operación muy dolorosa, desde ahí escribí a mi casa para ver si
alguien me contestaba. Algunas semanas más tarde recibí contestación
de una tía mía, en ella me decía que no tenía noticias de los míos, pero

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que esperaba que llegaran de un momento a otro. Con un señor que
vivía en mi pueblo, emprendí el viaje de retorno, un viaje de diez y ocho
horas, y nos duró siete días. Al fin a las dos de la tarde llegamos a la
puerta de mi hogar, tocamos la puerta y nos recibió una hermana de mi
mamá. Ella con su esposo y su hijo sobrevivieron la guerra escondidos
en Budapest y se vinieron a nuestra casa, punto de encuentro de toda
la familia luego de la guerra, por instrucciones de mi padre. Ellos eran
los únicos que habían regresado. La alegría de mi tía era enorme.
Cuando llegué a mi casa, pesaba veintidós kilos, fue mi tía quién se
ocupó de alimentarme para que me recuperara, no era tarea fácil, ya
que la comida escaseaba. Mi tía iba temprano todas las mañanas a los
pueblos cercanos a nuestra ciudad y compraba lo que conseguía. Al
comienzo me alimentaba solamente con sopas, ya que tenía miedo que
me hiciera daño cualquier cosa sólida.
Enferma, recién operada, sin mis padres sin mi hermano, caí en una
gran depresión, más aún cuando una noche esperando la llegada de mi
padre en el tren luego de un aviso de un amigo, el que llegó, se le
parecía bastante, pero no lo era. Por días me quedé encerrada en mi
cuarto sin querer hablar con nadie. Unos días después un señor me dijo
que había visto a mi hermano en Budapest, que no tenía intenciones de
regresar al pueblo, que el sabía a toda su familia muerta y no le
interesaba volver a ver la casa, que le daba mucho dolor y no
justificaba el viaje. De nuevo otra prueba, mi hermano con vida, pero
rumbo a Israel, o los Estados Unidos, y yo enferma imposibilitada de
caminar, sin conocer el paradero exacto y sin medios de comunicación
con que localizarlo, la suerte me deparaba una vejez invalida y sola.
Pero algo lo hizo cambiar de opinión, vino hasta nuestra casa en
Kosice y ahí comenzó su desespero. Mi madre era amante de las flores,
jamás hubiera permitido que la maleza tupiera el jardín de su balcón,
en ese momento cuando mi hermano parado en frente de nuestro
edificio levantó la vista, todo era maleza, no había flores, fue fácil para
él entender que la casa estaba deshabitada, dio un giro y regresó a la
estación del tren. Su pena y su dolor no le permitían ver su hogar vacío,
el miedo enorme del fantasma del recuerdo era sumamente poderoso
como para enfrentarlo solo. En la mitad del camino reconoció al
conserje de nuestro edificio, se le acercó, lo saludó, éste, no lo
reconoció, mi hermano luego del tifus había quedado completamente
calvo; la lozanía de su piel, la frescura de su infancia se había perdido.
Mi hermano le dijo de sus planes, el conserje notó que no nos había
visto, lo detuvo y le informo de que si estaba viva, que cada día
suspiraba por su regreso, que me daría una gran alegría con su
presencia. De la mano me lo trajo y ahí comenzó mi cambio, ya no me
sentía sola, estábamos el uno para el otro. En nosotros comenzó a
revivir la esperanza de que alguno de los nuestros pudiera estar vivo.
Pasaron tres semanas, era un jueves en la tarde, recibimos un
telegrama decía: "Llego mañana en la tarde" firmado, Frida. En la casa

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todo era confusión, le pregunté a mi tía si en nuestra familia había otra
Frida, ella me decía que no, que sin lugar a dudas era mi madre, que
me quedara tranquila, pero al igual que me pasó con mi padre que lo
esperé en la estación y el que llegó no era él, mi temor para con mi
madre era mucho mayor. Ese día viernes, preparamos la cena y la
esperamos. Mi tío regresó de la sinagoga y esperamos sin cenar esa
noche. El sábado en la mañana tocaron a la puerta y al abrirla ahí
estaba parada, era mi madre, estaba viva, su bondad, su amor, y su
dulzura para con nosotros no había cambiado.
Como describir el reencuentro de una madre con sus hijos luego del
infierno nazi, como explicarles los sentimientos, las emociones. Lo
único que puedo decirles que fue de tal magnitud que ese día a mi tía
le dio un infarto y luego de un año murió, ella también fue una víctima
de los nazis.
Mi madre nos preguntaba constantemente lo que nos había pasado
en los campos, ni mi hermano ni yo, teníamos intención de contarle,
sabíamos todo lo que ella había sufrido y no queríamos darle mas
sufrimientos contándole los pormenores de nuestras vidas durante el
lapso en que estuvimos separados. Una de las pocas cosas que le dije,
fue de la paliza que me dio la capo, la noche que traté de despedirme
de ella, le hablé de los días que pasé adolorida por sus golpes y por mi
soledad.
Mi madre, luego del sufrimiento de los campos de concentración y
demás, tuvo que enfrentar una nueva realidad, cuidar de una hermana
enferma y de dos niños menores sola. Mi médico recomendó que me
llevaran a vivir a la montaña, que el clima, me abriría el apetito y
ayudaría a mi recuperación. Una organización judía que se ocupaba de
ayudar a los sobrevivientes, nos envió a las montañas. Pero en este
gran mundo, suceden cosas que nos hacen pensar en lo pequeño que
es. Una tarde en la montaña en una mesa a nuestro lado, reconocí a la
capo que me golpeó, mi madre quería denunciarla, no se lo permití, le
dije: que su consciencia sería su mejor castigo.
Mi padre tenía un gran amigo, hermano de campo, juntos trataron
de escaparse cuando los alemanes empezaron a huir, llegaron a una
cueva con capacidad para cuatro personas y encontraron a siete
adentro, papá los conocía, éstos ofrecieron un puesto para mi padre,
pero en verdad no cabían dos. Mi padre era un hombre justo, y
responsable de su familia, los lazos de amistad que lo habían unido a su
compañero, eran casi como lazos de sangre, jamás lo dejaría
abandonado, siguieron los dos en su camino por el bosque. Los
alemanes huyendo en su retirada, sabiéndolos desarmados, los
fusilaron a escasos metros de la cueva en la que no se ocultó. Los otros
siete judíos sobrevivieron.
Hitler y los que lo rodearon, se suicidaron. Otros se escondieron,
cambiaron sus identidades. No tuvieron el valor de enfrentarse ni a la

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historia ni a la justicia. Nosotros los sobrevivientes, sin embargo,
seguimos y seguiremos escribiendo historia..

FUENTE: TRUDY SPIRA

AUSCHWITZ
Muere mi padre Eugen Steiner en el año de 1.937, mi madre Bella
Steiner Berger queda viuda con tres hijos, yo, el mayor con catorce
años, mi hermana Alice cinco años menor, y mi hermanito Fredy con
apenas cuatro años de edad. Mi familia había quedado acomodada
gracias a mi padre. Vivíamos en Satmar, teníamos una granja con
aproximadamente 80 vacas de muy buena raza, teníamos suficientes
ahorros, prendas de valor y una bonita propiedad.
Eramos una familia judía, respetuosa de nuestras costumbres, de
nuestra religión y muy unida, mi madre había nacido con el siglo, era
una mujer sumamente especial para con sus hijos, nos cocinaba por
separado lo que a cada uno le gustaba, nos mimaba más de la cuenta,
nos complacÍa en todo, jamás nos contradecía; sabía que la falta de un
padre para un hijo era irremplazable, y hacía todo lo humanamente
posible para complacernos. Yo era sumamente malcriado y
escrupuloso, no me atrevía a probar bocado fuera de mi casa, era una
mala costumbre que a la larga me hizo mucho daño. Mis tíos ayudaban
a mi madre en el cuido de la granja, de las cosechas, en el ordeño y
cuidado de las vacas y velaban por nosotros.
Cuando cumplo diez y ocho años, la situación en Satmar empeora,
el alcalde de la ciudad llamado Csoka era también granjero en varias
oportunidades lo vi espiando a nuestros animales, sabía que nos
envidiaba por nuestras vacas, así que un día me le presenté en su
despacho y le ofrecí un negocio muy tentador, las mejores cincuenta
vacas mías a cambio de que me consiguiera un puesto gubernamental
oficial, o sea asignado desde Budapest. Para facilitarle su trabajo, le

73
dije que me nombrara perito oficial de guerras químicas, en el
momento ese era el temor que reinaba, se pensaba que los rusos
bombardearían con productos químicos. Fue tan lógica mi explicación
que su carta de solicitud sobre mi nombramiento la aprobaron en un
tiempo récord. Así nuestras vacas se mudaron de casa.
Al recibir el nombramiento, se hizo una ceremonia especial,
estuvieron presentes, miembros del cuerpo de bomberos, del hospital,
de la policía, de la Alcaldía y otros funcionarios. Se mandó copia a las
distintas dependencias para que en caso de necesidad y de la supuesta
guerra química, se pusieran bajo mis órdenes, no se imaginó nunca el
Alcalde a la cantidad de personas que pude ayudar gracias a mi nuevo
cargo. Entre otros debo mencionar al gran Rabino de Satmar, al Rab
Joel Taitelbaum, a quien dentro de una ambulancia lo llevé a un punto
seguro, luego pasó a Rumania y luego de la guerra siguió a los
Estados Unidos. A la gran mayoría lo que les hice fue reglamentarles
sus papales para que se pudieran residenciar en Satmar, algunos eran
perseguidos en sus países y así lograron evadirse. Eso solamente
justificó con creces el precio que le pagué al Alcalde, muchos salvaron
sus vidas desde Satmar.
El día 07 de septiembre de 1.939 fuimos obligados a encender las
radios, no podíamos caminar frente a un alemán portando sombrero,
debíamos de quitárnoslo y saludar a los alemanes, Además los judíos
debían de llevar una banda en brazo izquierdo con la estrella de David.
Los judíos no podían ser encontrados afuera del gueto, después del
toque de queda, de hacerlo simplemente los alemanes cobraban el
desafío con la vida.
Bajo las órdenes de los alemanes, los húngaros obligaron a
abandonar a los judíos sus casas, los evacuaban y tan sólo les
permitían llevarse algunas pertenencias, los ubicaban en un pequeño
sector de la ciudad llamado gueto que comprendía unas dos cuadras,
en esas edificaciones metían solamente a los judíos, y para poder
darles cabida, colocaban entre veinte y treinta familias por
apartamento. Esta zona había sido amurallada con una pared a todo su
alrededor de unos tres metros de altura, y la única vía de acceso
estaba controlada por oficiales húngaros y por un comandante de la SS.
Llegó el momento de llevarse a mi familia al gueto, hice hasta lo
imposible para salvarla, logré que mi amigo el alcalde me diera una
orden oficial para exceptuarlos de ese paso, pero el oficial alemán
desconoció su valor. Por meses iba y venía al gueto, les llevaba comida,
compartía con ellos mucho tiempo, pensábamos en que pronto se
normalizaría la situación, pero las cosas iban de mal en peor. Mi banda
en el brazo me acreditaba como oficial del Ministerio de la Defensa,
decía Excepcionado, tenía ya veinte años y fuera del gueto me sentía
poderoso.
Por mi trato con el cuerpo de bomberos y con los hospitales, hice
una bonita amistad con un veterinario cuya clínica quedaba a espaldas

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del gueto, este médico con las mejores intenciones para con mi
hermana a la que conocía de vista, luego de enterarse de que
seríamos evacuados y llevados a Alemania a campos de exterminio, me
dijo que se quería desposar con ella, para eso, tenía un plan casi
perfecto, si yo ayudaba a saltar a mi hermana encima de su techo a
cierta hora entre las 2 y las 4 de la madrugada, hora en la que él sabía
no había vigilancia, la recogería y la protegería. Ese día dentro del
gueto puse al tanto de los acontecimientos a mi familia, les hablé de los
campos de trabajos forzados, de las masacres, de las cámaras de gas y
del incierto futuro. Los argumentos no lograron separar a mi hermana
de mi madre, ella era lo más importante para nosotros, yo mismo no
me convencí que hubiera sido mejor el quedarse.
Un alto funcionario alemán me dijo que a los judíos los llevaban a
Polonia y ahí ya no tenían futuro, fue tal mi temor, que apenas terminé
de hablar con él, me dirigí al gueto. En los guetos había un comité
comandado por los respetables de la comunidad, fui directamente a
hablar con dos de ellos y dos mujeres, les conté lo que sabía, todo lo
que se decía, lo que me habían afirmado. lo único que hice fue
despertar su rabia, su histeria, no querían oír detalles, no querían creer,
me prohibieron seguir divulgando la noticia, pienso, no querían crear
pánico.
Ante la negativa de mi hermana comencé a tomar mi decisión,
recogí todas las prendas de valor que teníamos en nuestra casa. Entre
las cosas, tome doce de las monedas de oro las pude esconder en mis
zapatos con una costura especial que les mandé a hacer, en mis
pantalones tenía bolsillos secretos en donde guardé otro tanto de joyas,
y previendo que algún día regresaría hice una mochila con las demás
cosas de mayor tamaño; platería, pulseras, camafeos y otros y en la
noche sin que nadie me viera la metí en el pozo de agua de nuestra
casa. Cuando años después regresé ya no estaban, supongo que a
alguien se le ocurrió lo mismo que a mí y al buscar en el pozo la
encontraron. Ya preparado iba muy a menudo al gueto con comida,
hasta que llegó el día que deportaron a mi familia, claro que me uní a
ellos por mi propia voluntad, jamás los dejaría solos.
Nos montaron en un tren, los vagones eran para el transporte de
animales, no teníamos ningún tipo de comodidades, pero el sentirme
acompañado de mi familia, de mi madre, mi hermana, de mi hermanito
Fredy, de mi abuela materna y de mis tíos, me confortaba, esos tres
días de camino, fueron para mí imborrables, el amor que nos prodigaba
mi madre, aminoraba cualquier tipo de dolor. La comida que por días
estuve llevando al gueto, nos sirvió para alimentarnos durante el
trayecto, en nuestro caso específico el hambre no nos acompañó en el
tren.
A las diez de la mañana del día tres de junio de 1.944 llegamos a
BIRKENAU, campo de recepción, de distribución y de tránsito,
bajamos de los vagones como bestias, los judíos y los Tziganer

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(Gitanos) encargados de recibirnos y ponernos en fila no tenían ningún
tipo de atenciones, eran sumamente bruscos, debían de terminar su
labor cuanto antes, de lo contrario de llegar el próximo tren y no haber
terminado con éste, ellos serían castigados por los alemanes. Por su
mismo trabajo hoy entiendo, su falta de cuidado, su poca atención, no
podían perder su tiempo dando explicaciones, eso les podría costar la
vida.
Nos colocaron en dos filas, la de hombres y la de las mujeres, con
una bendición y un beso me despidió mi madre luego de decirme que
me cuidara, a ella por tener más de cuarenta años y aparentar más
debido a su sufrimiento la enviaron a la cámara de gas y luego a los
crematorios al igual que a casi toda mi familia, los únicos que nos
salvamos en esos días fuimos; mi tío, mi hermana y yo. Al llegar
nuestro turno en la fila de los hombres, a unos nos mandaron para un
lado y a los otros, débiles, enfermos, o ancianos a las cámaras de gas.
El primer día en BIRKENAU no nos dieron de comer, dijeron que no
deberíamos de beber el agua ya que ésta estaba contaminada, fue un
día de ayuno obligatorio, el segundo día fue igual, al tercer día nos
mandaron poner en fila de a cinco, nos entregaron un plato sopero con
un agujero en el borde, había una olla gigante, de la cual sacaban un
cucharón de sopa, le servían al que estaba de primero en la fila y luego
al segundo y así hasta que me llegó mi turno en el quinto puesto, por
increíble que parezca, era la primera vez en mi vida que comía algo que
no me había sido preparado por mi madre, mis escrúpulos, y mi mente
fueron pisoteados de una sola vez.
Fueron seis los días que pasé en BIRKENAU, en el último día nos
hicieron formar, diez filas enormes, nos asignaban un número lo
anotaban en una libreta y este era tatuado en nuestro brazo izquierdo,
me asignaron el número A-13022, estaban repitiendo la serie A, de
nuevo en el año de 1.944. Con unas agujas enormes llenas de tinta
indeleble, nos tatuaban la numeración y a su vez nos daban un
triángulo de tela amarilla con el mismo número impreso que debíamos
de colocarnos en el pecho con la punta del triángulo hacia abajo. Como
gracia esa noche traté de borrarme la letra con una hojilla que tenía y
lo único que logré fue una infección que duró varios días. Ese día
fuimos llevados a pie a Auschwitz, éste estaba a unos diez kilómetros
de distancia, al llegar inmediatamente comenzó la selección, tuve la
suerte de encontrarme con conocidos de Satmar, eran seis mecánicos
de motores. Esto me inspiró para el momento en que me preguntaron
¿cuál era mi oficio?.
Al igual que mis amigos dije ser mecánico, algo de conocimiento
tenía, a mi motocicleta le hacía personalmente las reparaciones.
Cuando les llegó el turno a mis amigos, un oficial alemán les hizo
algunas preguntas, tal vez por la falta de conocimiento del idioma
alemán, no supieron darse a entender, no aprobaron el examen, fueron
enviados a trabajar a las minas de carbón, ninguno logró sobrevivir. El

76
oficial alemán me preguntó cómo funcionaba el Kumplug, (embrague,
conocido en algunos lugares como cloche), le dije, y pasé la prueba, de
inmediato me enviaron al bloque con otros mecánicos polacos, de ahí
me asignaron la tarea dentro de un taller mecánico gigantesco con más
de veinte mil metros de extensión, debía engrasar los motores de los
camiones y de las motos.
La rutina dentro de Auschwitz era de lunes a sábado; toque de
diana a las cinco, como si se tratara de un cuartel, los músicos judíos a
esa hora eran obligados a tocar trompetas, el desayuno a las seis, un
plato de agua negra caliente imitación de café, luego el Appel
(conteo), comenzaba la banda la música y al trabajo, a mediodía, sopa
con un mendrugo de pan y a las seis de la tarde regreso al campo, de
nuevo el Appel, la música y un plato de sopa con un pedazo de pan,
debo de reconocer que en Auschwitz, todo estaba limpio, se notaba el
aseo, no puedo aprobar su bestialidad, pero reconozco su orden. Desde
la siete hasta casi las ocho de la noche, nos era permitido desplazarnos
dentro del campo, visitábamos los demás bloques con la esperanza de
conseguir a un familiar, o amigo con quien poder hablar, transmitir
nuestros sueños o compartir nuestra fe, luego a las ocho el toque de
queda, bajo ninguna circunstancia se podía salir. Los domingos, no
trabajábamos, nos ocupábamos de nuestra limpieza de lavar nuestro
uniforme y de hacer visitas. En resumen una persona, se sentía
hambrienta y temerosa todo el tiempo, no pensábamos en el futuro,
en el mañana, lo más importante, era haber sobrevivido y pasado el
apel del día que nos garantizaba esa noche que por lo menos
contábamos con otro día más.
El contarme hoy como un sobreviviente, me extraña inclusive a mi
mismo. Lo que pasamos durante el Holocausto, es algo por demás
increíble, sin importar lo que se pueda leer, ver en las películas o
demás. La realidad era muy cruel. Muchos de los que tuvieron la misma
suerte que yo, fue simplemente, por conocer alguna profesión que en
un momento determinado era útil para los alemanes.
En mi trabajo me desempeñaba bien, tanto que un oficial de la SS
se me acercó un día, me felicitó me dijo llamarse Zimerman, ser de
Presburg, me premió con un rato de descanso, juraría que este hombre
era o descendía de familia judía, vi compasión en sus ojos, demostraba
su desacuerdo con el régimen, pero ante todo, era militar. En varias
oportunidades se acercó a mi sitio de trabajo y entablamos una buena
amistad, mis conocimientos de religión le llamaron mucho la atención y
se podría decir que le servían para descargar su culpa. Me dejó bien en
claro que mientras pudiera velaría por mi salud, que no me preocupara
durante su guardia, que descansara lo necesario. Hoy puedo contar mi
pasado gracias a su ayuda, lo busqué en distintas oportunidades luego
de la guerra para resarcirle sus atenciones pero no lo encontré.
Estando en el taller en una oportunidad empujando a un camión
descompuesto, una de las ruedas traseras, pisó mi talón y me hizo

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mucho daño, no podía dar ni un solo paso, eso en Auschwitz era
castigado con la muerte, ellos tenían tantos reemplazos que les salía
más barato deshacerse que tener que cuidar a un herido. Mi amigo
Zimerman demostró con hechos lo dicho, con una camioneta me
mandó a recoger, me envió a la enfermería y me medio enyesaron el
pie. Organizó para que al momento del Appel no me echaran de menos,
logró que el médico me atendiera con esmerada atención y me dejara
internado esa noche. A la mañana siguiente me recogió con un camión
porque se había enterado que ese día en el hospital harían selección.
(mandaban a la cámara de gas a los enfermos no útiles).
Luego de habernos hecho pasar todo tipo de calamidades en el
campo de concentración de Auschwitz y al verse perdidos, los
alemanes, deciden no dejar testigos vivos de las atrocidades cometidas
contra gente inocente, lo que habían hecho y contra quienes habían
actuado, su pasado era una mácula imborrable, el mundo les pasaría
cuentas imposibles de explicar, las masacres realizadas por esos
antijudíos, su práctica "natural" de sacrificar a millones de hombres,
mujeres y niños, no lo perdonarían los demás pueblos ni la historia.
Tenían que aprovechar los últimos minutos de poder que les quedaban,
no podían detener la máquina infernal del crimen, no habían saciado
su hambre asesina, sus instintos bestiales no conjugaban con la paz
que se avizoraba, su pasado era demasiado tétrico para mostrarlo,
nosotros los sobrevivientes éramos una prueba demasiado contundente
como para permitírsenos vivir, hablar, o atestiguar.
Auschwitz estaba compuesto de treinta bloques (BLOKE-
WERCHE) cuyas fachadas de ladrillos rojos se asemejaban a la gran
mayoría de las edificaciones de la Europa de mitad de siglo, estos
ladrillos daban cierta protección al interior, de los cambios de
temperatura durante las distintas estaciones. Cada bloque tenía tres
pisos y éstos a su vez estaban divididos en cuatro cuartos usados como
dormitorios y aproximadamente tenían cien camas literas de tres y de
cuatro pisos cada una, al comienzo dormía una sola persona por cama,
luego hubo meses en que llegamos a dormir hasta cuatro personas por
cama y al final en algunos bloques sacaron, las literas e hicieron que
la gente durmiera sentada en el suelo para darle mayor cabida,
lograron meter a más de dos mil prisioneros en vez de los trescientos o
cuatrocientos que era su máxima capacidad, la mayoría de los
prisioneros éramos judíos pero también habían criminales alemanes,
homosexuales alemanes. que diferían de su supuesta raza especial
aria, gitanos alemanes y prisioneros rusos.
En el bloque que me tocó, la mayoría eran polacos, no judíos, éstos
además de las reglas del campo tenían sus propias reglas, no permitían
visitas, no permitían robos bajo pena de muerte, no permitían soplones,
exigían limpieza en el bloque, etc., una noche a eso de las siete y
media, cuando deberíamos prepararnos para el toque de queda, veo
que entre ellos se comienzan a golpear, uno le pegaba a otro una

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cachetada y éste a su vez le pegaba a otro en una pierna y con la
misma le pegaba a otro en un brazo, parecía una especie de rito, la
supuesta pelea no era entre dos, era en cadena, no se notaba rabia, no
había enfado, me acerqué a uno de ellos y le pregunté qué era lo que
pasaba, me dijo que se habían enterado que al otro día habría
selección. Menguele y sus ayudantes una vez cada tres o cuatro
semanas hacían personalmente una revisión en los bloques, en el
hospital tanto en BIRKENAU como Auschwitz, y todo aquel que diera la
impresión de debilidad, o enfermedad le anotaban su número y éste
sabía que al otro día le tocaba la cámara de gas y luego el crematorio.
Lo que se pretendía con esta golpiza, era darle color a la piel, al rostro,
de esa manera en el momento de la selección lucíamos rojizos
supuestamente bien alimentados y por supuesto fuertes, que al fin y al
cabo era lo que ellos buscaban. Vi a muchos de los polacos que me
acompañaron ser anotados durante las selecciones, Menguele en
Auschwitz, no hacía mucha diferencia en si eran judíos o no, para él lo
más importante era aprovechar los mejores momentos del hombre
esclavo, como nazi, ellos se consideraban la raza pura, la aria, los
demás éramos sus esclavos y a la larga sobrábamos.
Todas los días a las cinco de la madrugada el Stuben Eldest, el
capo, (prisioneros judíos, alemanes, o rusos encargados del orden
dentro del campo cuya maldad era premiada por los nazis con ciertas
prerrogativas, había uno en cada cuarto, los alemanes jamás tenían
contacto con nosotros) tocaba una campana, era la señal para
despertarnos y prepararnos para el trabajo. Luego del suculento
desayuno un poco de agua sucia (supuesto café) íbamos al trabajo
comenzábamos a las seis de la mañana, antes de salir, había en la
puerta del bloque un grupo de Heftling, (judíos músicos) prisioneros
como nosotros, encargados de tocar marchas todos los días tanto en la
mañana a la salida, como en la noche a las 6 al regresar al bloque,
había toque de queda a las 8 de la noche, luego de esa hora no nos era
permitido estar fuera del bloque, tenían todo el campo custodiado y
alumbrado con reflectores. En la mañana al salir del campo, éramos
contados y a nuestro regreso en la noche también, no podía haber
diferencia alguna, las tres zonas de seguridad no permitían ningún tipo
de fuga y de haber algún rezagado los perros amaestrados o una
simple bala se encargaban de él.
Un día trajeron a cien prisioneros de Hungría, eran criminales, de la
peor calaña, en el taller, yo me encargaba de engrasar los motores de
motos y de camiones, vi a uno de ellos robar Metan gas, (producto
usado como combustible con cierta mezcla de alcohol) con una
manguera chupaban el metan gas de los tanques de los camiones
llenaron una vieja botella y luego se la bebieron, por más que les
advertí de que no la tomaran, no me hicieron caso. Pasaron ocho días
y quedaron ciegos y al igual que a los judíos que no tenían fuerzas para
salir al trabajo, éstos al haber perdido la visión, ya no les eran útiles a

79
los alemanes y aunque no eran judíos los enviaron a las cámaras de
gas. Esa era la costumbre, cualquier débil conocía su futuro, la presión
del sistema era monstruosa.
16 de enero de 1.945, en el campo había una gran confusión, el
estallido de bombas se oía con mayor intensidad, supimos que los
rusos se acercaban, venían del este, se notaba que algo pasaba, se
comenzaba a sentir en el ambiente cierta esperanza, entre los SS había
gran nerviosismo, fue la primera noche que regresamos del trabajo al
bloque y no había música, no hubo Appel, se notaba que algo estaba
pasando. Esa noche no pude dormir, comencé a soñar despierto. En mis
zapatos tenía 12 Napoleones, (monedas de oro de aproximadamente
unos tres centímetros de tamaño), empecé a imaginarme que ya no
sólo me servirían para ayudarme a sobrevivir, sino que también las
podría usar para vivir.
El día diecisiete de enero, pasó lo increíble, abrieron un almacén
del tamaño de uno de nuestros bloques, éste quedaba al lado de la
cocina y estaba repleto de ropas. Nos autorizaron a que tomáramos
toda la ropa que queríamos, que nos quitáramos el pijama de
prisionero, y que podíamos tomarnos un baño. Al entrar a los depósitos,
me impresioné, habían cientos de miles, miles y miles de todo tipo de
ropas, éstas pertenecieron en su momento a los judíos que habían
pasado por Auschwitz, pude en ese instante visualizar el daño infligido
a mi pueblo, y aunque había sido testigo presencial de muertes y
asesinatos, no fue sino hasta ese momento, cercano a una supuesta
libertad en que tuve consciencia de la magnitud de los daños.
Mi sitio de trabajo, quedaba a escasos cien metros de las cámaras
de gas, era un suplicio diariamente el escuchar a miles y miles de
personas en su agonía, luego reinaba el silencio, e inmediatamente los
crematorios cumplían con su trabajo, la pestilencia de los cuerpos al
quemarse y sus gritos ante las duchas de gas, son cosas que persisten
en mi mente, son un recuerdo vivo de un pasado muerto.
En el final de mis días dentro de Auschwitz, vi que mi tío se estaba
debilitando, logré ahorrar mi pedazo de pan y esa noche fui hasta su
bloque para obsequiárselo, era la única forma que tenía de ayudarlo, al
llegar no encontré la alegría con que siempre me recibía, por el
contrario, sus amigos denotaban mucha tristeza en sus rostros, no me
pude imaginar qué pasaba, yo venía con mi pedazo de pan y con
muchas esperanzas, encontré mucho dolor y poca fe, me acerqué a su
cama, lo besé y me recibió con besos y bendiciones, me agradeció mi
sacrificio, pero no me lo aceptó, me contó que ese día lo habían
seleccionado y siendo el próximo día su último día, me dijo no
necesitarlo, que me lo comiera yo para que no me pasara lo mismo que
a él. Esa noche lloré como un niño.
Los músicos tocan la marcha, comienza el Appel, nos presentan un
espectáculo macabro, Menguele y su ayudante Kaduch, tienen a tres
prisioneros listos para ser colgados, fue preparado como escarmiento,

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para que los viéramos, al compás de la música, como un ritmo satánico
los guardias se movían y comenzaron la ejecución. Nos mostraron toda
su maldad, se jactaban de ella, se sentían muy orgullosos de lo que
iban a hacer, sus mentes debían de estar poseídas por el mismo
demonio, ya colgados, a uno de los tres se le rompe la cuerda y cae al
suelo, pense le sería perdonada la vida gracias a su suerte, cuán
equivocado estaba, Kaduch sacó su revolver y de un tiro lo mató.
Durante los últimos meses me había convertido en compañero
inseparable de dos hermanos de campo, Smuli Stern y de Sruli
Szegal, en conjunto formábamos un trio complementado, yo tenía mis
Napoleones y ciertos conocimientos, ellos eran el complemento poseían
la fuerza, a su lado me sentía superprotegido, ellos a su vez me
escuchaban. Dentro del almacén de ropas comencé a razonar lo que
debíamos de llevar, lo primero que dije fue que no nos cambiáramos de
zapatos, para ese consejo, tenía dos explicaciones, una mis monedas,
la otra, suponía que comenzaríamos una gran caminata, que en nada
nos beneficiaría adaptar nuestros pies a nuevos zapatos cuando
estábamos en pleno invierno y la nieve cubría en más de cincuenta
centímetros todas las vías.
Comenzamos a escoger, lo primero fueron los calcetines, en el
campo no nos era permitido su uso, a veces cuando lograba encontrar
cualquier pedazo de trapo, lo ponía dentro del zapato debajo de la
planta del pie, esto me servía para amortiguar la molestia que me
causaban las monedas, luego les dije que no cogiéramos abrigos por lo
pesado de éstos, que lo más práctico sería unos buenos suéteres, un
par de camisas, un par de interiores, pantalones de lana para que nos
abrigaran y que escogiéramos las franelillas más largas para que nos
calentaran interiormente y dos suéteres extras para ser usados como
mochila, en caso de tener algo que transportar.
Ese día no hubo toque de queda, nos permitieron bañarnos, no
podíamos creer lo que estaba pasando, ver a más de 30.000 judíos con
ropa de civil en vez de los pijamas de presidiarios era de por sí algo
nunca visto, era impresionante, nos contagiamos de alegría. Durante
el tiempo que pasé en Auschwitz, no veía a la gente con interés, sólo
me preocupaba de encontrar a los de mi pueblo para ver la posibilidad
de mandar o de recibir algún mensaje de los míos, de mi familia, no
prestábamos atención a la búsqueda de nuevas amistades, era muy
doloroso saber que se llevaban a la cámara de gas a alguien conocido.
Ese día cuando los alemanes perdieron el control, fue bien aprovechado
por algunos valientes que se colaron a la cocina y lograron robar tanta
comida que al llegar la noche, la compartieron y alcanzó para todos.
Comenzó la consulta entre los tres, ¿qué debíamos de hacer?, mi
amigo Smuli tenía a sus tres hermanos dentro del campo, uno de ellos
era médico, trabajaba en el hospital, éstos eran protegidos y
respetados en Auschwitz por tener la misma profesión del gran
homicida el doctor Menguele, fuimos con su hermano, le pedimos que

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nos ocultara, que de ellos abandonar el campo estaríamos más seguros
adentro, además se avecinaba una larga caminata y sólo el pensar en
andar sobre la nieve nos causaba pánico. El Dr. Stern no dudó ni un
segundo, nos colocó en distintos sitios en donde pensaba no seríamos
descubiertos y continuó su trabajo. Jamás podré olvidar lo que estos
cuatro hermanos hicieron una y otra vez por mi. Ellos, lograron salvarse
y hoy viven en Israel, con ellos mantengo lazos de amistad que sólo un
vínculo de sangre puede igualar.
La idea fue brillante, pero no funcionó, tres soldados de la SS nos
descubrieron al otro día y nos llevaban directo a fusilamiento. Mientras
tanto se había formado una fila de gente traída de diferentes campos
cercanos a Auschwitz, los de nuestro campo que pasaban de treinta mil
más los de los campos cercanos que superaban los setenta mil daba
una cifra total que sobrepasaba los cien mil prisioneros. En el portón
del campo de Auschwitz estaba parado el comandante en jefe, el
comandante Hoess, por el alboroto del momento y por la confusión,
no les preguntó a los soldados que nos llevaban qué habíamos hecho,
sino que por lo contrario, les ordenó que nos pusieran a los tres en la
primera línea de la fila, esta situación de nervios y enredos logró salvar
nuestras vidas en ese momento.
Estaba comenzando la tarde cuando llegó una camioneta cargada
de pan, Sruli en una demostración de valor, se robó dos panes y me los
pasó, luego dos más y se los dio a Smuli y en un tercer descuido se
robó dos más y los guardó en su mochila. Seis panes, ¡la comida de
todo un año en Auschwitz!, fue una mezcla de emociones, nuestra
adrenalina andaba a millón. Esa tarde del diez y ocho de enero de
1.945, emprendimos la retirada, somos más de cien mil los judíos
presos para esa época, la gran marcha de la muerte comienza. En el
camino a la nada, la muerte nos acompañaba a cada paso, el frío
comenzó a cobrar víctimas al igual que el hambre , los alemanes
terminaban su obra, cada judío que desfallecía era fusilado de
inmediato, no podían ni querían dejar sobrevivientes. el camino estaba
regado por doquier con cadáveres. Además del hambre que traíamos,
durante esos tres días no fuimos alimentados, acabar con nuestras
vidas era la consigna y la cumplían a cabalidad.
Cuando comenzamos la marcha, acordamos en caminar sujetos de
los brazos, convinimos que así nos mantendríamos hasta el final, por
ser nieto de granjeros, recordé que los caballos podían caminar aún
estando dormidos, y creía que si ellos podían, nosotros los humanos
también podríamos, por lo tanto, dije, estando los tres abrazados, uno
por vez podrá dormir mientras los otros dos lo guían en su caminar. La
marcha duró tres días y tres noches, el pan que nos robamos al
comenzar, salvó nuestras vidas, por estar de primeros en la fila, nos
tocaba abrir paso en la nieve, a los pocos minutos se escuchó un tiro,
luego otro, y otro, los alemanes mataban a los que se quedaban
rezagados, o al que trataba de escapar, la fila era interminable, los

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caídos eran aplastados por un río de gente, tal cual una manada de
animales . Supimos de muchos valientes que lograron escaparse y
esconderse en las diferentes granjas a lo largo del camino, a ratos
pensábamos en escaparnos, hubo oportunidades en las que nuestro
escolta no podía estar pendiente de nosotros y eso nos animaba a
escaparnos, me hicieron caso y seguimos juntos, luego nos enteramos
que no se había salvado ninguno, que una patrulla especial venía desde
la retaguardia limpiando casa por casa, de nuevo la vida nos
acompañó.
La primera parada la hicimos a la mañana siguiente, los alemanes
también estaban cansados. Nos ordenaron al primer grupo ponernos a
un lado del camino, y vimos pasar a miles de personas, ahora les
tocaba ir abriendo brechas en la nieve a otros, nuestros huesos
estaban deshechos. Era el día 19 en la noche, los rusos disparaban
bombas luminosas y esto nos permitía ver la caminata como quien veía
un espectáculo circense. Con mi hermana Alice, me había logrado
comunicar desde el campo, pero hacía días que había perdido contacto,
ella estaba en Birkenau y fue a través de Soly Burger, el limpiador de
los pozos sépticos, de Birkenau y de Auschwitz como logré mandar y
recibir noticias de mi hermana. Al cabo de un largo rato, y de haber
pasado mucha gente, grité el nombre de mi hermana, una y otra vez
¡Alice Steiner!, en eso uno de los que pasaban caminando, me dijo
que ella estaba viva, que ya había pasado y que venía en la misma
marcha, traté de levantarme para unirme a ese grupo y alcanzar a mi
hermana cuando uno de los SS levantó su fusil y me conminó a
sentarme. Esos minutos de diferencia hicieron que no pudiera
encontrar a mi hermana sino hasta pasados nueve meses.
Caminamos toda la noche del día 18, del 19 y el día 20 en la
mañana llegamos a un campo de concentración llamado GROSS
ROSEN, encuentro a gente que habla ruso. Cada uno estaba rapado
solamente en el medio de la cabeza, a nosotros en Auschwitz nos
rapaban la cabeza, éramos calvos, los domingos nos afeitábamos unos
a otros. No nos permitieron entrar en los bloques, nos dejaron afuera
todo el día, aprovechamos la nieve para beber y para asearnos, el
temor de la selección se mantenía en mi mente, con una vieja hojilla
nos afeitamos y con los suéteres nos cobijamos. De Gross Rosen nos
distribuyeron a varios campos en vagones de carbón, ya no eran ni tan
siquiera de animales, estos estaban abiertos completamente, metían
paradas, a 180 personas por vagón, yo seguí unido a mis compañeros,
de no haber sido por el pan que nos robamos, del que fuimos comiendo
lo mínimo indispensable y por el agua que logramos beber de la nieve
no lo podríamos contar.
A los lados de los vagones habían guardias de la SS, estos vigilaban
a los que trataban de escaparse saltando, si lo hacían inmediatamente
le disparaban a matar, si es que no habían muerto con el impacto de la
caída durante seis días fuimos en esos vagones, los pocos

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sobrevivientes de Gross Rosen estábamos por perecer, la maldad y la
crueldad iban acompañando a cada uno de estos maniáticos, su
finalidad era acabar con nosotros de una manera u otra, el miedo a sus
jefes los presionaba para que ésto sucediera sin errores, sin demoras,
sin excepciones.
Al fin llegamos a DACHAU, otro campo de concentración, nos
mandaron a desnudar, nos dejaron sólo los zapatos, nos metieron en un
baño, pensé que de las duchas saldría gas, recé la Shema Israel, me
daba por muerto busqué a mis amigos y con la vista fija en ellos nos
despedíamos, era tanto lo sufrido, que me resigné ni mi cuerpo ni mi
mente podían soportar más, pero en ese momento se abrieron las
duchas y comenzó a salir agua, agua en vez de gas, no lo podía creer.
Lloramos de alegría. Salimos de las duchas, recibimos de nuevo
pijamas de rayas y pasamos una nueva selección, a mis dos amigos por
verse aún fuertes los enviaron a trabajos pesados (hoy viven en Israel),
a mi con mi debilidad no me quisieron mandar con ellos, traté de
sobornar a uno de los rusos, insistí pero no hubo forma. A los más
sanos les asignaban un número para que lo colgaran en sus pijamas, a
nosotros los débiles, nos los escribían en el pecho con tinta indeleble,
ellos suponían que pereceríamos y no querían que la gente se cambiara
la numeración, pasé meses luego de la guerra para poderlos borrar
totalmente.
Sus objetivos se cumplían, sus planes macabros se realizaban,
fuimos más de 100.000, los hombres evacuados en Auschwitz y al
final de la marcha de la muerte de esos fatídicos diez días de enero,
solamente sobrevivimos dos mil trescientos, al igual que toda mi
familia, que eran mas de setenta personas, sólo quedamos, dos vivos,
la cifra de muertos en comparación con la de sobrevivientes era
impresionante, apenas menos de un tres por ciento logró salvarse, se
ganaron la medalla de la crueldad, de la aniquilación, de las de las
masacres programadas en escala. De haber usado tanto esfuerzo en
crear en vez de destruir, hubieran llegado a dominar el mundo actual,
su locura fue su desgracia.
Pasamos tres meses en Dachau. Luego de tres días y sus noches
de caminata, nos mandaron a Scharnitz en Austria para que nos
asesinaran los austríacos, fue exactamente el día 28 de abril de 1.945,
al otro día nos devolvieron a Alemania, no quisieron los austríacos
seguir matando judíos cuando ellos ya veían venir el fin de la guerra.
Cuidaban sus espaldas a último momento y sin importarles la reacción
de los alemanes, devolvieron el convoy completo, esta vez no fue en
vagones de animales, fue en tren de pasajeros, por primera vez en mi
vida somos atendidos por la cruz roja, no chequearon nuestra salud, no
nos aplicaron vacuna alguna, no intercambiaron palabras con nosotros,
sólo debían dejar constancia de su buena fe, lo único que los movía era
asomar al mundo de que su conciencia estaba limpia y que habíamos
sido alimentados, nos dieron a cada uno de los ocho mil pasajeros, un

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paquete que contenía; sardinas, una barra de chocolate, un pan y unas
galletas, pero no un consuelo.
La atención de la cruz roja en su momento, no llenó ningún tipo de
aspiraciones, cumplieron con un trabajo, más no con un deber, nos
trataron como a cosas, no como a personas, nos dieron comida para un
par de días, pero nuestro futuro sólo alcanzó a uno. Nuestras vidas
estuvieron en sus manos y no la supieron cuidar, no se ocuparon de
salvarnos, muchos amigos fueron asesinados apenas un día después.
Estoy plenamente seguro que de haber intercedido en ese momento
por nosotros, 8.000, personas se hubieran salvado y sus generaciones
de por vida sabrían agradecer su labor.
Ese día fue un 27 de abril de 1.945, nos habían llevado a una plaza
muy grande en Dachau, Nos bombardeaban sin parar, cientos de
aviones sobrevolaban y lanzaban sus bombas, los aviones libertadores
tenían cuatro motores grandes y habían venido a salvarnos. Las
defensas antiaéreas de los alemanes tumbaron docenas y docenas de
aviones libertadores, ante tal espectáculo, pedía porque uno de ellos
en su caída cayera sobre mí y acabara mi pesadilla, mi mente, mi
psiquis, mi alma y mi cuerpo no soportaban más.
Entrada la noche fue cuando nos montaron en el tren, no habíamos
arrancado y tuvieron que cambiar la locomotora, ésta había sido
destruida completamente minutos antes, luego de reparar la vía hacen
el cambio de la locomotora y de los vagones delanteros, fue cuando
entró la cruz roja, no sabíamos que estaba pasando, las bombas no
cesaban de caer, el tren comenzó su marcha, por fin llegamos a
Alemania. Ante aquel drama, con una inseguridad total, me asomo por
la ventanilla y logro ver a los alemanes de la SS, éstos nos gritaban
desde afuera, desde el andén que éramos libres, que podíamos salir,
que bajáramos. Muchos logramos bajar y andar hacia el campo, la
debilidad no nos permitía correr, pero por escasos momentos me sentí
libre, fue el instante en que pensé en la cruz roja, creí haberme
equivocado al juzgarlos, juraba que habían intercedido por nosotros y
habían logrado liberarnos, pero no, la alegría de un desamparado dura
menos que el reflejo de un rayo. Pocos minutos pasaron cuando otros
oficiales de la SS, pusieron presos a los primeros y comenzó nuestro fin,
nos cercaron y a las 5 de la madrugada nos tenían completamente
rodeados.
Con el control total de la situación, estando los 8.000, ya cercados,
nos llevan arriba de la montaña, mucha gente no podía subir, se
quedaron en medio de la nada, parados, oíamos tiros, sabíamos que
estaban fusilando a los que no tenían fuerzas para continuar. De nuevo
en un descuido logré escaparme, debo de reconocer que el chocolate y
las galletas que nos dio la cruz roja me devolvieron mis energías, a lo
lejos vi una pequeña granja y corrí hasta llegar a ella, encontré paja y
me cubrí, el calor que me produjo luego del frío de la tormenta de esa
noche y del mismo miedo que tenía, no me es posible describirlo, pero

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era una sensación que sólo al recordarla aún hoy me reconforta. Por un
largo rato, me quedé dormido, oía a los alemanes desde lejos
amenazando que bajáramos o de lo contrario nos matarían, me negaba
a sucumbir de nuevo, pensé en esperarlos y recibir una bala, estaba
decidido a no entregarme, sabía que al hacerlo, no tendría esperanzas,
me asomé por una de las ventanas y lo que vi era macabro, los
alemanes vaciaban toda su rabia en los nuestros, los estaban matando
como moscas.
Lo que verdaderamente me asustó y me hizo entregarme fue el ver
como en otra granja cercana a la mía era incendiada, sin ningún tipo
de misericordia quemaron vivos a varios judíos, no estaba dispuesto a
morir así. Puestos prisioneros, nos montaron en un tren, esta vez era de
los conocidos, ya no era de pasajeros, era el de transporte de animales,
comienzo el viaje hacia Alemania, eran las dos de la tarde cuando
arrancamos y estando cerca de Garmisch-Paterkirchen, lugar famoso
por haber sido sede recientemente de las olimpiadas, cerca de Munich,
el tren se detuvo, nos ordenaron bajar cerca de la carretera, la vista
panorámica la tengo grabada, a un lado la vía del tren, al fondo las
montañas, delante la carretera, luego el terraplén en donde nos
mandaron a sentar y a nuestras espaldas, un río caudaloso.
Poco rato después llegó un automóvil, una joven mujer se bajó, se
dirigió al jefe de la SS, gesticuló, la vi defender algún punto con
vehemencia, dio unos pasos hacia atrás, giró, volvió ya no a hablar, la
noté suplicando, comenzó a llorar, con una mano cogió la chaqueta del
militar, éste seguía impávido, fueron diez o quince minutos que la
mujer solicitaba algo que no le fue concedido. Regresó disgustada por
no haber cumplido con su misión a su automóvil y se marchó. Todo esto
me dio que pensar.
El sitio en que estábamos daba la apariencia de ser un lugar de
descanso de la carretera, su forma era un semi círculo, me encontraba
sentado por así decir casi en la mitad del lugar a mi lado estaba mi
mejor amigo, mi hermano de campo Moishe Willinger y otro buen
amigo de él, le digo que no me gusta lo que está pasando, que recojan
las piedras que había en el suelo, las pusieran alrededor de su cuerpo,
y se protegieran la cabeza que usaran el plato de comida para proteger
su cara. Preocupado por la discusión anterior tomamos la precauciones
a tiempo. Varios alemanes nos estaban rodeando con ametralladoras,
se colocaron a nuestras espaldas con vista al tren, ellos eran doce o
quince.
Dos o tres minutos apenas pasan cuando oigo en alemán, ¡de pie!,
unos segundos demoran en levantarse cuando les grito a mis dos
amigos que se acuesten, los alemanes con una señal previa comienzan
a disparar sus ráfagas. Escucho los gritos, los gemidos, e
inmediatamente quedo cubierto por varios cuerpos ya muertos. Siento
que la sangre me corre por la cara, no siento dolor, lo único que me
molesta es el peso de encima, oigo nuevos disparos, los alemanes

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están rematando a los sobrevivientes, debo de aguantarme al máximo,
me preocupan mis dos amigos, no sé de su suerte, pero mi instinto de
preservación me ayuda a no cometer error alguno, debo parecer
muerto o de lo contrario seré otro muerto más.
Pasa más de una hora, seguimos inmóviles, dudaba en si podría
moverme o no, fue tanto el tiempo que permanecí inmóvil, que no
sabía si mis músculos obedecerían mis órdenes. Cuando me sentí
seguro, cuando creí que había pasado el peligro, comencé a murmurar
el nombre de mis amigos, no recibí respuesta, me asusté, me volví a
sentir solo en este mundo, pensé y pregunté, ¿por qué a mí Dios mío?,
primero perdí a mi padre y quedé sólo, luego me quitaron a mi madre,
a mi querido hermanito, a mi abuela, a mis tíos y primos, quizás a mi
hermana, luego a Sruli y Smuli y ahora a mis dos soportes, mis dos
apoyos, mis únicos amigos, me resigné a vivir.
¡Bandy!, ¡Bandy!, ¿me oyes¿, la sangre comenzó a correr por mis
venas como nunca lo había hecho, mis pulmones se oxigenaban a un
ritmo vertiginoso, mi cerebro comenzaba a enviar a cada parte de mi
cuerpo las señales necesarias para su pronta recuperación, de nuevo
sentí el deseo de vivir. Acto seguido contesté, ustedes ¿como están?,
estamos bien, ambos se habían salvado, nos levantamos y al ver tal
masacre, sentimos que habíamos nacido en ese instante. Muchos
inocentes, murieron innecesariamente, si la cruz roja nos hubiera
atendido, si nos hubieran puesto en cuarentena, si la maquinaria
pacifista del mundo se hubiera puesto a andar, si un sólo valiente
hubiera acabado a tiempo con la vida del malvado Hitler, si tan sólo
Dios se hubiera apiadado de ellos, en vez de tres sobrevivientes
seríamos ocho mil.
Se puso la noche y por la carretera venían muchos carros blindados
alemanes, no paraban de pasar, luego supe que iban de retirada,
estuvimos esperando a que pasara el último, pero no fue posible, no
había ningún último, el hambre y la sed nos estaban matando,
debíamos hacer algo y pronto, no sabíamos que vía seguir, mis amigos
decían que debíamos ir al lugar de donde venían los carros militares, yo
los convencí de ir en la misma dirección que ellos llevaban, eran entre
las cinco o las seis de la madrugada del día 29, fuimos bordeando el río
siguiendo mis consejos, no muy lejos pudimos ver una de esas típicas
casas alemanas, ésta era de dos plantas, cuando estuvimos cerca le
pedí a la señora que se asomaba por la ventana, que nos diera algo
caliente de beber, que estábamos sedientos, no le importó cuanto
rogamos, cerró su ventana y se olvidó de nosotros, en ese momento
teníamos tres días sin comida ni bebida, solamente algo caliente se
puede ingerir en un estómago hambriento por varios días, si no, las
convulsiones pueden ser muy peligrosas. Nuestras fuerzas nos
traicionaban, entre los tres nos dábamos ánimos. Saltamos varias casas
sin detenernos, nos dio miedo seguir tocando en otras casas cercanas,
por temor a que nos denunciaran y al llegar al otro extremo casi al

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final de la ciudad, nos metimos en una granja donde habían tres
hermosas cabras, Moishe con mucho cuidado tomó un balde y se puso
a ordeñar a una de las cabras, sin imaginárnoslo siquiera comenzamos
a tomar leche recién ordeñada, caliente, cada gota era una inyección
de vigor, nos emborrachamos con ella y nos quedamos dormidos en la
parte alta del pajar.
Durante el día treinta en la noche, recibimos un bombardeo de
artillería muy grande de Este a Oeste, lo disfruté al máximo, sabía que
alguien disparaba contra los alemanes, al parar la artillería nos
preocupamos de nuevo, no sabíamos que iba a pasar, el día 30 a las
dos de la madrugada empiezan a escucharse motores de jeeps, oíamos
murmullos, se podía decir que eran extranjeros, pero no teníamos idea
de quiénes podrían ser, nuestras mentes no soportaban más intrigas,
en acuerdo los tres, decidimos entregarnos, saqué un suéter por la
ventana en señal internacional de rendición, no había terminado de
mostrarlo cuando del techo varios hombres armados saltaron y
apuntándonos con sus armas nos gritaron ¡Hands Up!, yo les contesté,
monsiere somos prisioneros de guerra y los oigo hablar en inglés, el
miedo que tenía era tal que me oriné en la ropa, lo vi coger su
cantimplora y acercándomela, me dijo NISHKEIN MOIRE, nada más y
nada menos que en el idioma de mi madre, ¡en idish!, me dijo que no
tuviéramos miedo, ¡soy judío de Brooklyn!, no sabíamos donde
quedaba pero inmediatamente supimos que para nosotros, la guerra y
el temor habían acabado.
Al igual que en las películas americanas que luego pude ver en el
cine, éstos valientes saltaron con una agilidad envidiable, todo un
comando entró para salvarnos, nos tomaron en sus brazos cual si
fuéramos niños desprotegidos, nos transmitían su amor, en cualquier
mínimo movimiento e inclusive en sus gestos denotaban su nobleza y
su admiración a nosotros. Era una situación extraña, ellos eran
nuestros héroes y a su vez nosotros los suyos. Cuando nos liberaron los
americanos, los tres, sentíamos odio, mucho odio, a la que nos negó el
agua caliente, a los alemanes, a los polacos, a los nazis y a todo el
mundo, por su mutismo. En manos de los alemanes, habíamos perdido
muchas cosas; nuestra libertad, los sentimientos, la fe, la confianza, la
memoria, la pérdida del gusto, de lo dulce, de lo salado, el sentido de
orientación, la destreza, la salud y lo más importante, nuestra familia,
nuestro pueblo.
Nuestro paisano de Brooklyn junto con su amigos, nos dieron; una
barra de chocolate a cada uno y unas pastillas antidiarreica, nos
pusieron en un lugar seguro y la lucha continuó. El día 30 de abril en la
noche cae una tormenta muy grande, los americanos nos guarnecieron
en la casa más grande, era la sede de la Alcaldía, en el primer piso
estaban las camas y ahí nos fuimos a dormir, preguntamos la hora,
eran las nueve de la noche, a las once no podíamos dormir, a las dos de
la madrugada tampoco, me puse a pensar y me di cuenta que nuestros

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cuerpos no estaban acostumbrados a dormir en camas acolchadas,
propuse acostarnos en el suelo y a los pocos minutos dormíamos.
Se me pide que describa nuestra liberación. Ahí estábamos los tres,
escondidos en esa choza, temerosos, asustados por los tiros, tanto, que
creyendo a los nazis los responsables de los tiros y suponiendo que ya
estaban cerca de nosotros, decidimos unánimemente, volver a
entregarnos. Nos levantamos para asomarnos a la ventana mostrando
una de nuestras camisas blancas en señal de rendición, cuando nos
sorprendieron los libertadores. Sin siquiera haber asimilado de un todo
la masacre del día anterior, con apenas un día de diferencia, ya los
alemanes, no nos agredían, no nos pateaban ni nos trataban como si
fuéramos perros, todo lo contrario, entramos en un éxtasis
insospechado, los americanos, nos trataban como héroes como si
fuéramos sus propios hijos, su propia familia.
Los americanos nos llevaron a la casa mas grande y bonita del
pueblo, era la sede de la Alcaldía. Curioseamos por doquier,
encontramos que había todo tipo de comida, jamones, panes, azúcar en
sacos, sal, harina y muchas cosas más, abrimos las puertas y en un
desprendimiento de algo ansiado y soñado por años, los tres judíos
hambrientos repartimos entre las mujeres del pueblo toda la comida.
Estas, en señal de agradecimiento, sé ofrecieron a cocinar lo que
deseáramos. Yo pedí una sopa de gallina, mi amigo pidió un Schulent,
(adafina, comida sabática) les explicó como se hacia y qué contenía.
Era el día primero de mayo del año 1.945, era viernes queríamos
celebrar un Shabat (Día séptimo de la semana, día de descanso), le
dije a mi amigo, que no comiera el Schulen, que era demasiado pesado
para nuestros cuerpos tan débiles, su deseo fue más fuerte que mi
lógica, mi amigo Moishe Willinger, disfrutó por última vez en su vida de
su plato preferido, ya no despertó.
Mi dolor, mi tristeza y mi pena eran muy grandes, no me
conformaba con llorar, fui a la primera casa en la que nos habían
negado un poco de agua caliente en busca de venganza, fui a matar,
no perdonaba el que una cosa de tan poco valor y tan importante para
nosotros nos hubiera sido negada. Hice bajar a la mujer y a sus tres
hijos, con un bastón que portaba la amedrenté, comenzó a llorar, se
hizo pipí y eso me despertó de mi gran pesadilla, me di cuenta de la
locura que estuve a punto de cometer, me sentí tan sucio como esos
malditos nazis, no lo podía creer, le pedí perdón, y luego me marché.

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FUENTE: BERTALAN "BANDI" STEINER BERGER.

HOLANDA
Me llamo Annie Walg de Reinfeld, nací el 3 de junio de 1.930, unos
años antes de que estallara la segunda guerra mundial. Mi padre se
llamaba Mozes Walg, mi madre Alida Reens y mi hermana Lea. Ella era
diez años mayor que yo. Nací con una enfermedad congénita, Ductus
Arteriosis. Tenía graves problemas, mi corazón fallaba en la irrigación
y bombeo de la sangre. Mi enfermedad comenzó a sentirse cuando
apenas tenía seis mese de edad. Fui el primer castigo que recibieron
mis padres; una hija con muy poco futuro, llena de problemas y
requiriendo toda su atención. Los médicos decían que no pasaría de los
diez años, no tenían muchas esperanzas. Les decían a mis padres no
se hicieran de muchas ilusiones. Las operaciones de corazón abierto,
eran un sueño, los porcentajes de recuperación eran nulos, el
resultado normal, la muerte.
Toda mi niñez la pasé bajo control médico. Mi pobre madre vivía
sólo para mí. Me eran vedados los juegos de esfuerzos. Hasta los diez
años, la mayoría de los juegos emocionantes para niños, para mi
estaban vedados. . Muchas veces me han preguntado acerca de mi
pasado, de mi infancia, de mi paso por los distintos campos de
concentración, tengo que decirles que a mí, me tocó la fortuna de ser
enviada a cinco campos de concentración diferentes. Mis recuerdos
tristes se entremezclan, mi hermana y yo quedamos huérfanas,
perdimos a mis padres junto con toda mi familia, los nazis acabaron de
la manera más bárbara con una dulce y bella familia, pero a su vez,
recuerdo también en mi niñez, que no podía, ni nadar, ni practicar el
alpinismo u otros juegos similares. Cuanto ansiaba poder montar en
bicicleta, jugar con la nieve en el invierno, deslizarme como los demás,
saltar la cuerda, simplemente, ¡cómo deseaba ser una niña normal!.

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Me hospitalizaron con intenciones de operarme el día 25 de febrero
del año 41. El día primero me había contagiado con una gripe, que me
duró hasta ese día en que fui hospitalizada, mismo día de la única
huelga realizada en Holanda en apoyo a los judíos. Me tenían
hospitalizada y en el mes de julio contraje lechina, mi madre pensaba
que no podría sobrevivir. Quien hubiera dicho en esa época que
lograría ganarle a mi enfermedad, se hubiera ganado el título de
profeta, mis piernas ya no me obedecían, se acercaba mi fin. Mi madre
viendo mi estado deplorable, se sacrificó y el 3 de junio fecha muy
especial celebrada en toda Holanda con fiestas y regalos, me compró
una muñeca gigante, muy costosa, creo que fue una manera de
despedirse de su hijita la débil, la mimada, la enfermita. No fue si no
hasta el día de la Bastilla el 14 de julio del mismo año en que me
llevaron a quirófano, una operación a la cual no tenía muchas
posibilidades de sobrevivir.
El doctor que me operó era un judío eminente, se llamaba
Kropveld. En esa época no habían antibióticos, lo que dificultaba mi
recuperación, me habían alimentado por meses con pastillas y más
pastillas, mi cuerpo se resentía. Diez meses después de haber entrado
en el hospital, un 5 de diciembre de 1.941 me dan de alta.
Holanda fue invadida el 10 de mayo de 1.940 y capitula el 15 de
mayo de 1.940, recuerdo a mi madre en al cocina, oyendo la radio
mientras freía pescado, gritó toda asustada, ¡Holanda capituló!. Esos
días veíamos incendios gigantescos. Habían incendiado las refinerías
petroleras en Amsterdam, pude ver las caídas de dos aviones muy
cerca de nuestro hogar. Con el bombardeo se cayeron varias lámparas
de mi casa, muchos fragmentos de bombas se incrustaron en nuestras
paredes, la guerra había comenzado con toda su furia y para cura de
los males, luego vinieron los alemanes y comenzaron las Razzias, casa
por casa. Preguntaban por ¿quiénes éramos judíos? y los llevaban.
Desde mi ventana tenía una vista panorámica, gracias a un espejito
que me había instalado mi mamá, podía ver todo lo que pasaba en
nuestra calle, sin necesidad de levantarme de la cama. Mi hermana era
muy buena costurera, trabajaba cerca de nuestra casa. Siempre estuve
pendiente de ella, me encantaba verla al salir de su trabajo y la seguía
con la vista hasta que llegaba a la casa. Pero esa tarde del día 24 de
noviembre del 42, cuando apenas salió, los alemanes la agarraron, la
montaron en un camión y se la llevaron. Estaba muy debilitada, el
susto me dejó atontada, no sabía lo que pasaba, pero no se lo dije a mi
madre de una vez, esperé a que se fueran los alemanes, temía que se
la llevaran a ella también. Comencé a sentir un vacío en mi pecho,
nuestras vidas, ya no serían iguales, mi madre comenzaba a desligarse
un poco de mi carga, mi cuerpo agradecido por la operación se
recuperaba rápidamente, pero para su nueva desgracia, ahora, nos
quitaban a mi hermana. ¡Qué mundo tan injusto!, ¿cómo? a una madre
tan buena, la castigasteis tanto.

91
Mi hermana fue llevada a un campo de concentración llamado
WESTERBORK, éste era un campo de tránsito. Unas semanas
después, recibimos una postal de ella, en la que nos informó que se
había casado con un ex-empleado de un tío nuestro, nos decía que
dentro del campo ellos, tenían ciertos privilegios por haber sido los
primeros en llegar. El día 20 de junio del 43, nos apresan los alemanes
y nos mandan a un gueto cercano a la ciudad llamado Amsterdam.
Luego nos mandaron a WESTERBORK, ahí, nuestro encuentro con mi
hermana. Fue una gran alegría, pero teníamos que trabajar y yo no
estaba exenta, me tocaba ocuparme de la agricultura. Para trabajar,
nos dieron unos zuecos de madera, me daban un dolor insoportable.
Cuando levantaba la vista, veía a mi madre y a mi hermana sufriendo
con mis esfuerzos, pero no lo podían remediar. Mis años débiles, mi
obligatoria dependencia a mi madre y mi inocencia luchaban dentro de
mí. Gracias a las influencias de mi cuñado, en febrero del 44, nos
mandan a Theresienstadt. El arregló para que nos mudaran a otro
campo más suave, supuestamente conseguimos que nos
encomendaran trabajos fáciles; En una tienda de campaña muy grande,
debíamos de deshacer cientos de miles de zapatos usados. Luego nos
envían a nosotras con destino desconocido, pero sin saber cómo,
llegamos a Bergen Belsen, en Auschwitz. Mi amiga Miriam a quien
conocía desde niña, por ser vecina y compañera de clases, nos
acompañaba con su mamá, al igual que la mía. Al hacernos bajar de los
vagones hicieron una selección de hombres y de mujeres. A la mujeres
a su vez las separaron en dos filas, las jóvenes para un lado y las
mayores para otro. lo último que nos pudieron decir nuestras madres
como despedida, son palabras que llevo gravadas en mi mente como
forjadas con un hierro ardiente. "¡Quédense juntas!". Y así fue. La
llegada a Auschwitz, eso si fue un cambio, mi cuñado ya no estaba
para ayudarnos. El horror de las barracas. la pestilencia de los
crematorios, el dolor, la desesperanza y la dejadez humana, estaban
por doquier. Jamás supuse que esto podría pasar, ni siquiera que el tan
despreciable infierno podría asustar a una niña como yo, tanto como
Bergen Belsen lo logró en ese día. Tres meses estuve en
WESTERBORK, cinco insufribles meses en Bergen Belsen, luego ocho
meses en Theresienstadt, quince días en Auschwitz y mis últimos siete
meses en una textilera en Merzdorf.
Cuando llegamos en el mes de octubre de 1.944 a Auschwitz,
éramos de los últimos en ser llevados , ya no tenían los controles de
antes, se comenzaba a ver un poco el desorden entre los jefes. Antes, a
los judíos les tatuaban un número en la mano izquierda, a mi no me
tatuaron, pienso que pudo haber sido porque se había tomado la
decisión de acabar con nosotros y ya no justificaban tatuar, o por lo
dicho anteriormente del deterioro en los controles. Pasé unos quince
días en Auschwitz y de ahí me mandaron a una textilera e hilandería
en una aldea llamada Merzdorf, muy cerca de Breslau, o sea

92
completamente al oeste de Alemania. Quedándonos ahí hasta el 9 de
mayo de 1.945.
Nos hacían trabajar como esclavas. Lo peor eran los turnos
nocturnos. Tenía 14 años, casi nada de comer, dormíamos muy mal y ni
hablar del frío. Nadie nos cuidaba, entre todas las mujeres, mi amiga
Miriam y yo, éramos las más jóvenes, pero nadie sentía lástima por las
demás. Cada vez que sonaba la alarma nos encerraban en el tercer
piso de la fábrica, que también nos servía de vivienda.
Afortunadamente para nosotras nunca cayó una bomba allí. Para ellos
nuestro trabajo era importante, nos encargábamos de fabricar la tela
de los paracaídas.
Estando en el tercer piso de la fábrica, vimos bombardear, vimos
muchos aviones, nosotras nos sentíamos como que en esa guerra no
formábamos parte. De repente los alemanes huyeron, nos dejaron
solas. Nos escapamos con mi amiga del campo, emprendimos un viaje
desconocido, no sabíamos que ruta tomar, además teníamos días sin
comer y los piojos nos cubrían todo el cuerpo. Llegamos a la casa de
unos agricultores y estos nos dieron comida, ropas limpias y nos
permitieron que durmiéramos ese día en su casa. Recuerdo, que en ese
momento, a quienes visitábamos, deseaban dejar bien en claro que
eran gentes decentes, que no sufrían de xenofobia, que el hecho de ser
judíos, para ellos no era importante. Era increíble el ver a todo un
pueblo alemán, cambiar su actitud hacia los judíos en tan poco tiempo.
Salíamos de las casas que nos hospedaban y nos daban de comer en el
camino y por costumbre a la necesidad, siempre robábamos comida. No
había explicación posible a nuestro comportamiento, apenas
avanzábamos en la carretera comentaba con mi amiga Mirían que
porqué los hacíamos, no teníamos respuesta, pero lo volvíamos a
hacer. Un día vimos una gran nube de polvo que se avecinaba, eran
transportes rusos que avanzaban en suelo alemán. Mirían más valiente
que yo, se acercó a ellos para pedirles que nos transportaran. Tenía
quince años, no sentí preocupación por mi vida, no veía el riesgo que
tomábamos con tantos hombres, no teníamos maldad. Pero debo de
reconocer que con cuarenta kilos de peso, llena de piojos y con cara de
muerta, no estaba como para que los rusos pensaran en mí.
Al llegar a su comando, nos registraron, en sus libros anotaron
nuestros nombres, no les parecieron extraños, pero jamás habían oído
de una ciudad llamada Amsterdam.
Muchachas soldados rusas, nos llevaron a Leipzig. En un terreno
grande habían tres fotografías gigantescas de: Stalin, Churchil y
Truzman. Los rusos nos intercambiaron con los americanos. Estos
estaban muy organizados, nos dieron mucha comida, huevos revueltos,
por primera vez en mi vida comí huevos en polvo, luego nos dieron
chocolate y por supuesto la famosa Coca Cola. Fuimos a una ciudad
llamada Braunzweig en Alemania, nos montaron en aviones y nos

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llevaron a Bruselas donde quedaba el centro de refugiados europeos y
luego nos mandaron en camiones a Holanda.
Mi padre nos había dicho que de regresar, fuéramos a la casa de
nuestros vecinos y eso hice. En el edificio de tres pisos, en que
vivíamos, teníamos a dos buenos vecinos, los del primero y los del
tercer piso, cuando llegué me sentí más segura con los del tercer piso
y ahí me dirigí, al llegar, se alegraron de verme, a la vez que se
compadecieron de mi. Me bañaron, me quitaron toda la suciedad que
tenía. Me dieron ciertas cosas que mis padres les dieron a ellos para
guardar, fotos de mi familia y algunas pertenencias que nos habían
podido salvar los señores Kaspers. A los pocos días regresó mi
hermana. De cuarenta y cinco familiares. sólo quedamos dos; mi
hermana y yo.
Muchas noches de insomnio pasé pensando en los míos, no sabia de
ellos, luego de separarnos ya no tuve noticias de ninguno, los di por
muertos. Lo que me enseñaron los alemanes, no me permitía creer en
milagros. A mi hermana en el campo le habían informado de que yo
vivía y eso la ayudó a venir con esperanzas, con sueños. Pero con todo
debo de reconocer que la vida se compadeció de mi, en dos
oportunidades me ayudó a escapar de una muerte segura; a los diez
años con mi operación del corazón y luego al permitirme contar mis
pasos por los campos de concentración.
La cruz roja holandesa nos informó que a mi padre lo habían
matado en enero del 45 en un campo llamado Flossenburg y a mi
madre pienso que en Bergen Belsen. Así quedamos huérfanas y solas
en Holanda. Gracias a nuestros vecinos, recibimos apoyo económico
con el que mi hermana empezó a trabajar y luego alquiló una pequeña
casita. Haciendo lo que sabía hacer, cosiendo, ella era muy buena
costurera.
En Holanda todo estaba organizado, hace poco estuve de regreso y
buscando mi partida de nacimiento, logré descubrir que en los registros
aparecen los datos de parte de mi familia desde el 24 de noviembre de
1.824, cada partida de matrimonio está asentada en libros
perfectamente cuidados y protegidos. Esto explica el seguimiento que
le hicieron a un hermano de mi padre que se había mudado a
Bruselas y que había huido de los alemanes. Un día nos llega a través
de la cruz roja holandesa una carta, era de mi tío, este vivía en
Venezuela. Nos carteamos y al poco tiempo recibimos toda una caja
de madera llena de ropa, comida, regalos y una carta en la que nos
pedían que nos mudáramos con ellos, mi hermana, no quería, decía
que temía ir a un país lejano, con un idioma diferente y con costumbres
diferentes. Mi tío insistió una y otra vez, cuando vio que no podría
convencer a mi hermana, mandó a decir que siendo yo menor de edad,
el era responsable por mi y que estaba en al obligación de mandarme
para que el se ocupara de cuidarme. Ante esta posición, mi hermana
quién no quería separarse de mi, me acompañó en mi viaje

94
trasatlántico. América, llegamos un 29 de marzo de 1.947. Para
nosotras todo era difícil, llegar a un país extraño, con un idioma extraño
a la casa de unos tíos extraños Mis tíos no esperaban a dos fierecillas,
lo duro de los campos de concentración habían dejado sus marcas muy
profundamente, no éramos sumisas, ni muy educadas, nuestros
modales no congeniaban mucho con la educación que mis tíos
inculcaban a nuestras primitas, desde el comienzo no funcionó. En
pocos días no se podía corregir el daño de estos años, nuestra
humildad la habíamos perdido entre un campo y otro. Mientras
estuvimos presas, siempre pensábamos que de salir, casi seríamos
coronadas por los sacrificios que habíamos hecho, Creíamos que la
gente trataría de pagarnos la deuda que nos tenían una y otra vez,
pero no, no fue así, la gente esperaba de nosotras más que de los
demás y la verdad es que no teníamos con qué.
Mi hermana conoció a un buen hombre y se casó, por uno años me
llevó a vivir con ella. En el año de 1.952, yo también había formado un
hogar aquí en Caracas. Una tarde nos llaman por teléfono a la casa y
nos piden que vayamos a la sastrería de mi esposo. Al llegar, encuentro
que estaba acompañándolo el cónsul de Holanda, me informaron que
mis tíos en un viaje que acababan de hacer a los Estados Unidos para
inscribir a una de sus hijas en un colegio americano, fallecieron, al
explotar el avión en que viajaban al momento de aterrizar en Los
Angeles. Mi primitas Leny y Evelin, quedaron huérfanas, creo que el
destino nos trajo a estas tierras lejanas con un fin. Que nosotras sus
primas huérfanas, venidas del otro lado del mundo, sobrevivientes de
los horrores de los campos de concentración y sin la debida
preparación, nos ocupáramos y veláramos por su educación.

FUENTE: ANNIE WALG DE REINFELD.

95
CAMPO DE
SCHWAMMBERGE
R
EN PRZEMYSL
POLONIA

Me llamo Stefan Horszowski Gotlip, nací en el año de 1.909 en un


pequeño pueblo de Polonia llamado STRY, con una población de
30.000 habitantes y de los cuales 6.000 éramos judíos. Mi padre se
llamaba León y mi madre Eugenia. Tenía otros cinco hermanos, cuatro
hembras y un varón; Mi hermana Regina nacida en el 1.899, de
profesión economista, mi hermano Israel en el 1901, ingeniero
mecánico, mi hermana Sala en el año de 1.911, de profesión abogado,
mi hermana Helena en el año 13 licenciada en filosofía y mi hermanita
Bela en 1.915, era economista. Mis padres me hicieron tomar una
carrera práctica, fui graduado como técnico en artes gráficas y luego
como experto en marroquinería.
Detallo a mis hermanos y a mis padres, por que cada uno de ellos
logró un meritorio puesto en la Historia, en la historia del pueblo judío.
Sólo mi hermano y yo logramos salvarnos, pero en justicia a su
memoria debo de hacer público y notorio, que gracias a mis padres,
fuimos graduados universitarios. Cada de uno de nosotros sintió en más
de una vez el aliciente, los ánimos de superación con que nos
inyectaban, sus palabras, unidos a sus esfuerzos y sacrificios. El ver
como acabaron los nazis con la obra, que mis padres realizaron con sus
hijos, siempre me hace reflexionar, me pregunto y no logro encontrar
respuesta; el esfuerzo, el sacrificio y los logros, fueron únicamente para
ser desechados por gentes con mucha menos cultura y educación. Si,
es verdad, yo perdí a mi familia, perdí su amor, sus consejos y su
compañía, pero creo que con su pérdida, quién más perdió fue el
mundo.
Mi padre luchó en la Primera Guerra Mundial, defendía a
Austria, comenzó como soldado en el año de 1.914 y terminó como
oficial y con honores cuatro años después. El estuvo peleando en el

96
frente de batalla en Italia, durante la guerra vino con licencia para
estar unas semanas en nuestro pueblo, fue en el año de 1.916, yo tenía
escasos 7 años, pero recuerdo la elegancia de su uniforme, la enorme
espada que mantenía envainada y el imponente casco con un pico muy
grande y lleno de plumas de colores. Supongo que el impacto que logró
en mi mente, fue similar al de David cuando se enfrentó a Goliat, por
su diferencia de tamaño y su porte. Por haberse ido al frente de batalla
estando yo tan pequeño, eran muy pocos o casi nada los recuerdos que
de mi padre tenía, pero el verlo con su uniforme de gala, logró tal
impresión en mí, que me ha permitido tener grabada de por vida su
imagen.
Mi padre no tenía hermanos, el único que tuvo, murió siendo muy
joven, mi madre tuvo tres hermanos; Mi tía Esther que emigró a los
Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial y allá murió el 29
de marzo de 1.993 a la edad de 104 años.
Su esposo no quiso luchar por ideales en los cuales no creía, decía,
según me contó luego mi madre, que el Rey no le había dado nada tan
valioso como para que el arriesgara su vida y la de los suyos. La otra
hermana de mi madre se llamaba Sheiva, estuvo prisionera en
Auschwitz, donde perdió a dos de sus hijas ahora vive en Canadá y
tiene 90 años y su único hermano, mi tío Elias vive en los Estados
Unidos.
Nuestra enseñanza religiosa era completa, el Rabino. venía a
nuestra casa y nos entusiasmaba con la Torá. Pocas semanas antes de
mi Bar-mitzva (al cumplir trece años, llega el momento en el cual el
niño, es considerado como adulto y de ahí en adelante es responsable
ante Dios de sus errores ) la instrucción se amplió y se aumentó el
tiempo de enseñanza hebrea. Luego el día que me tocó subir a la
Torah ( la lectura de nuestros libros sagrados ) me puse en mi frente y
en mi brazo los Tefilim (cajita que guarda unas bendiciones) hice mis
rezos y agradecí a mis padres y familiares su presencia. No
acostumbrábamos a hacer fiestas, no se acostumbraba a dar regalos,
era un paso muy serio el que estábamos dando, había mucha alegría,
pero no se consideraba como hoy una fiesta. Aunque si recuerdo que
mi madre llevó bizcochos a la sinagoga.
Mi padre quién había trabajado en los almacenes de ropa de mi
abuelos paternos, decide labrarse un porvenir. Nos mudamos a
Przemysl, para aquel entonces su población era de 60.000 habitantes
y contaba con 10.000 judíos. Papá fue contratado por el gobierno, era
contador. Al llegar ya teníamos preparada la casa y él comenzó a
trabajar en el Káiser Keiner Rad. Viendo que sus hijos no podrían
seguir carreras universitarias en nuestro pueblo, decide que nos
mudemos a una ciudad más grande, empezamos a empacar y luego de
dos días de camino en carros de caballos llegamos a la ciudad de
Lemberg, también conocida como Lwdw.

97
Pasó mi infancia y luego mi juventud, mis hermanos, se casaron. En
esa época me enamoré de una graciosa y simpática chica, ella se
llamaba Rosalia, había nacido en una ciudad también de Polonia
llamada Krosno, ahí sus padres tenían una finca muy grande. Rosalia
vivía con su hermano en Przemysl, él estaba muy bien acomodado,
era dueño de un aserradero, el más grande de la ciudad y de un
almacén de maderas. Era el año de 1.934 cuando contrajimos
matrimonio, no tuvimos hijos. Nos mudamos de ciudad y durante
cuatro años trabajé en la industria gráfica, en la ciudad de Kracov,
luego en la medida en que me día conocer, me dieron trabajos de
mayor relevancia, hasta que pasé a trabajar al periódico Iktze,
Ilustrurian Kurier Codzene, llegué a tener 120 empleados a mi cargo
y entre ellos a tres judíos que me ayudaban en el trabajo técnico. El
diario pertenecía a Dr. Pietroski, su tiraje era diario, se despachaba a
todas partes, toda Polonia recibía el Iktze. Pero en verdad les juro que
desde el periódico no me enteré de lo que pasaba con los judíos, fue
afuera, en la calle, se hablaba, la gente al verme reaccionar como
sorprendido, se tranquilizaban pensando que no podría ser verdad,
decían que de serlo, yo ya me hubiera enterado.
En Polonia estalla la guerra en el año de 1.939, los judíos de Kracov
empiezan a escaparse de los alemanes, se van caminando a Przemysl,
esta separada por ciento cincuenta kilómetros de Kracov, pero
quedaba más cerca de Rumania y luego el destino sería a Rusia, donde
se pensaba estaríamos mucho más seguros.
Regresamos a Przemysl con mis suegros, dos días después,
llegaron los alemanes. Los SS comienzan a matar, incendian las
sinagogas. Luego de ciertos tratos con los rusos, los alemanes se van,
por unos meses pensamos que nos habíamos escapado de esos
asesinos. La llegada de los rusos en el pueblo, fue muy colorida,
fueron recibidos con flores como salvadores, pero después descubrimos
que a los nuestros, los mandaban a Siberia, a la parte más despoblada
y fría de Rusia, ellos necesitaban mano de obra barata y así, primero
nos quitaron nuestras propiedades y luego a los que se llevaban, los
obligaban a trabajar hasta que el frío y el hambre los mataba.
Trabajé en una imprenta hasta que regresaron los alemanes,
entonces nos volvimos a Lemberg con mis padres, estábamos más
cerca de los rusos. Trabajé en otra imprenta, por un año, luego los
rusos se vieron en la obligación de abandonarnos, los alemanes venían
con toda su fuerza y su maldad. Durante toda mi vida me he hecho la
misma pregunta, ¿¡por qué no huimos con los rusos?, ellos me
ofrecieron trabajo y ayuda. Ahora con la serenidad que adquirí luego de
los ochenta años, me doy cuenta, que no iba a dejar a mi familia
abandonada, sola, no podía escaparme de mis responsabilidades.
Estalla la guerra entre los alemanes y los rusos, entran los
alemanes con sed de sangre, empiezan a recoger a los judíos. Matando
sacan a las gentes de sus casas. Los Ucrainos ayudan a los alemanes.

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Pasan unos meses de la llegada de los alemanes, los Ucrainos están
celebrando una fiesta a su héroe nacional, un nacionalista llamado
Petlura, era un día festivo. Recogen a 1.000 judíos hombres, entre
ellos estoy yo, nos llevan caminando por toda la ciudad, sus gentes
disfrutaban del acontecimiento, ellos conocían nuestro corto futuro,
nosotros no. En mi trabajo había ayudado a muchos ucrainos, a uno de
ellos en especial, sin interés alguno, le enseñé el oficio de artes
gráficas, ese día en cuanto me vio en la plaza y a sabiendas de lo que
me esperaba, habló con el comandante ucraniano, se conocían muy
bien ya que su hermano, también era oficial, le pidió que me salvara y
éste lo complació, logró por escasos minutos sacarme del grupo de
judíos que estaban en la plaza principal del pueblo esperando la orden
del comandante: ¡apunten!, fuego.
Es increíble lo que pasó, todo el pueblo celebraba. Al igual que en
una corrida, durante la espera de la muerte del toro, disfrutaron con el
asesinato, con la masacre de ese día. Apenas había podido alejarme
unos cincuenta metros cuando sentí los tiros, oía la algarabía de la
gente. Mi amigo me apresuraba, me obligaba casi a correr, en el
camino me preguntó si tenía algún sitio en donde esconderme por unos
días, le hablé de una amiga, que durante mi juventud fue una noviecita,
se llamaba María. Del brazo me llevó hasta donde ella y me dejó, María
me ocultó en su casa por unos días. Esa masacre, fue un acto de
cobardía, los alemanes temiendo que los judíos jóvenes pudieran de
alguna manera atacarlos, se adelantaron a los acontecimientos,
acabaron con mil muchachos en la flor de su vida.
Al pasar unos día volví a mi casa, ni siquiera mi esposa estaba al
tanto de mi suerte, ella me suponía muerto, para ella fue un verdadero
milagro mi regreso. Meditamos sobre ¿qué hacer?, decidimos irnos de
Przemysl, regresamos a la casa de mi hermana mayor, Regina.
Por segunda vez ya estaban los alemanes, había un gueto, nos
metieron a toda la familia, nos llevaban a la ciudad a trabajar en cosas
insignificantes, esto duró un año y medio. Cuando supieron que los
rusos vendrían cerca del fin del año 43, decidieron liquidar el gueto. A
mis padres y a mi hermana Bela los llevaron a un campo de exterminio
llamado Belzec. Este quedaba pasando Lemberg en la misma Polonia.
A través de unos amigos cristianos polacos, nos enteramos que los
habían matado, que los exterminaron en los crematorios.
Cuando nos sacaron del gueto, hicieron una selección a los con
oficios y a los fuertes los mandaron a un nuevo campo de contratación
comandado por Schwammberger. Ellos tenían una imprenta, pero
esta estaba desmontada, me asignaron como jefe de la imprenta, me
daba las órdenes personalmente, el comandante Schwammberger,
para él era un motivo de honor el poner en marcha esos hierros. Le
hablé de un judío que me podría ayudar en la reparación y puesta en
marcha de las máquinas, le dije que él estaba en el gueto, que me lo

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trajera y le prometí que en seis semanas, verías las máquinas como el
quería.
Siguiendo mi consejo, el comandante me asignó a mi amigo como
ayudante. Cuando lo llamaron en el gueto, pensó que sería su fin,
estaba a punto de desfallecer, el hambre lo había estado matando poco
a poco. No había sentido miedo, me dijo luego que ya estaba resignado,
no tenía fuerzas suficientes para mantenerse y era muy poco o nada lo
que le quedaba en la vida como para seguir sufriendo. Nuestro
encuentro fue increíble, al verme vio el cielo abierto, me abrazó y
siempre agradeció mi gesto.
Pasados dos meses, las máquinas estaban trabajando, eran
trabajos de propaganda nazi. Panfletos y más panfletos imprimimos.
Pero la corrupción también estaba en Polonia, los oficiales venían a
donde mí, para que les imprimiera trabajos particulares; tarjetas de
presentación, invitaciones y demás. A cambio recibíamos alimentos.
Esto después del hambre que pasamos fue lo que a la larga nos
mantuvo con vida. La comida que nos daban como soborno la
llevábamos escondida dentro del gueto y la compartíamos, puedo decir
que mi esposa no pasó hambre mientras estuvimos en el campo de
Schwammberger durante los diez y ocho meses en que trabajé en la
imprenta.
Un día vino el comandante y me dijo que iba a liquidar el campo,
nos mandó a desmontar todas las máquinas y que hiciéramos un
inventario, que íbamos a trabajar a otro lado. En ese tiempo habían
unos cincuenta hombres en el campo, los SS los sacaron, los llevaron a
fuera, a mí me sacaron de la imprenta y me pusieron con el mismo
grupo, en ese momento sabía que me iban a fusilar. No me dieron
tiempo ni de despedirme de mi esposa, eso era lo que más me
preocupaba.
De repente antes de la ejecución salió el comandante
Schwammberger, se dirigió a mi en cuanto me vio, me agarro por el
cuello y me dijo gritando, ¡tu vas a otra parte!, él me salvó por un rato,
me saltaron las lágrimas cuando después oí los disparos, no dejaron a
ninguno vivo.
El regreso al campo fue inolvidable, temblaba de rabia, de dolor, el
miedo se había apoderado de mí. Mi esposa me hizo ver que aún
estábamos vivos, que de alguna manera debíamos de alegrarnos decía
que la suerte no nos había abandonado.
En esos días empezaron a liquidar el gueto, nos agarraron a varios y
nos mandaron a limpiarlo, mientras tanto, habían sacado a 300
personas y las tenían en el otro lado, escuchamos los disparos,
sabíamos que los habían liquidado, de un total de 2.000 personas que
éramos al comienzo, solamente quedábamos menos de 30. Muchos
judíos habían hecho cuevas dentro del gueto con la esperanza de
salvarse, cuando empezaron a liquidar el campo, no dejaron sitio
alguno sin chequear, a los que encontraban en los bunkers, los

100
mataban ahí mismo, no existía lugar seguro, ellos no querían dejar
testigos.
Schwammberger, tenía un capo judío llamado Jonás, era peor que
diez alemanes a la vez. Viendo que se acercaba a su fin, logró escapar
con otros tres, se escondieron un par de días pero con los perros
policías lograron descubrirlos y los mataron en el sitio.
Un día vinieron tres oficiales ucranianos SS, venían acompañados
de Schwammberger, nos dijeron tanto a mi como a mi compañero de
trabajo, que nos íbamos con la maquinaria para otra ciudad. Ellos no se
imaginaban que yo entendía su idioma, o talvez no les importaba. El
hecho es que durante los dos días que tardamos en hacer los
preparativos para llevarnos toda la maquinaria con sus herramientas,
los oí hablar de Auschwitz, era alla a donde íbamos, ya sabíamos lo que
nos deparaban para un próximo futuro.
Logré demorar por unos días el desmantelamiento de las máquinas.
Durante esos dos días, medité, pensé en escapar, hablé con mi esposa,
pero no había ningún tipo de oportunidad, los alemanes en la medida
en que se veían más acosados, más debilitados, eran más sanguinarios,
menos humanos. Ese día después de haber cargado toda la maquinaria
en el tren, nos montamos mi amigo y yo junto con los tres SS
ucranianos, que estaban vestidos con uniformes negros, en el vagón de
pasajeros. Veníamos escoltados por ellos. En el campo usábamos ropa
de civil, no teníamos los pijamas de presidiarios, la única diferencia con
los campesinos, la hacía la estrella de David que nosotros los judíos
portábamos.
Antes de partir le rogué a Schwammberger, que dejara a mi
esposa acompañarme, no me lo permitió, mis ruegos no fueron
escuchados. Al despedirme de ella, le prometí que volvería a por ella,
que me esperara, que de alguna manera trataría de escaparme y la
vendría a buscar.
La recuerdo con mucha entereza, decía que nuestro futuro ya
estaba decidido y que sería lo que Dios quisiera. Sé que rezó por mi,
ella temía por mí más que por ella misma, me abrazó y nos despedimos
para siempre.
Montados en el tren, no paraba de pensar en ella, no me resignaba
a perderla, tenía la obligación de intentar cualquier cosa, de repente se
me ocurrió que podría saltar del tren en marcha. Lo comenté con mi
amigo Motek, me creyó loco, me dijo que no tendría oportunidad de
sobrevivir, que de salvarme del golpe, los alemanes terminarían
fusilándome. Esto no me amilano, el destino que llevábamos,
Auschwitz además de muy lejano sería nuestro fin. Después de unos
ochenta kilómetros de recorrido del tren, le dije a los SS, que
necesitaba ir al baño, uno de ellos me acompañó y se quedó
custodiando parado en la puerta.
Los nervios estuvieron a punto de delatarme, trate de calmarme. Lo
que tenía en mente podría ser detectado. Sentí el deseo de escaparme

101
y el miedo a perder la vida, ambas cosas luchaban dentro de mí. Estos
años que duramos como prisioneros, mermaron nuestra capacidad,
nuestra confianza. Los alemanes nos habían manejado de tal manera,
que se podría decir que casi carecíamos de criterio, pero yo le había
prometido a mi esposa que regresaría y no la iba a defraudar. Ya en el
baño, empecé a recuperar la calma, sabía que podría contar con unos
escasos minutos, sería ahora o nunca y sobre eso si estaba seguro de lo
que quería. El tren iba a gran velocidad, recuerdo que me costaba
demasiado poder fijar la imagen en alguno de los cuadros del horizonte
que pasaban por la ventana. Vi la posibilidad de tratar de asomarme y
bajarme poco a poco, pero sabía que los guardias que estaban
apostados sobre el techo me dispararían a matar. Lo primero que hice
fue abrir la ventana de par en par, traté de no mirar, no me querías
acobardar. Luego, respiré profundamente, recé Shema Israel, tomé
un fuerte impulso y salté del tren en marcha.
Caí, no sentí dolor alguno, los guardias comenzaron a disparar, el
tren se detuvo. Los soldados siguieron disparando, ellos no podían
decirle a sus superiores que un judío se les había escapado. Pasaron
unos minutos y el tren continuó su marcha. Me incorporé, me revisé
todo el cuerpo, no tenía milagrosamente fracturas, no sufrí ni siquiera
rasguños. En mi mente se batían muchas ideas, pero la primera, era
cumplir con la promesa que le había hecho a mi esposa, debía de
regresar por ella.
Siguiendo los rieles del tren traté de regresar al campo. En el
camino un campesino que venia en una carreta de caballos, me gritó,
me llamó y me obsequió un pan, recuerdo que me dijo "cada uno
debe de hacer lo posible por salvarse", él no sabía como me
escapé, pero si me reconoció como judío. Este hombre me demostró
que aún habían gentes buenas. Con las energías repuestas, el animo
despierto y con el sentimiento de triunfo logrado después de mi fuga,
fui en busca de mi esposa. Por dos días caminé hasta llegar al lado del
campo, me encontré a un polaco que trabajaba al lado y me contó lo
que había pasado: Al llegar el tren a su destino, telegrafiaron diciendo
de mi intento de fuga, fue tal la rabia que le causó a
Schwammberger, que se dirigió al campo donde quedaban sólo 20
supervivientes, de los 1.200 que éramos al comienzo, sacó a mi mujer y
a dos mujeres más y el personalmente las asesinó.
Me enteré luego por un conocido, que cuando la llevaban a fusilar,
gritaba "Stefan, yo no te delaté". Sabiendo a mi esposa muerta, no
tenía nada más que hacer en ese sitio, me acordé de mi amigo
Ucraniano que una vez me salvó la vida, me encaminé a su casa. Al
llegar lo primero que me preguntó era de que si tenía dinero, le di las
pocas pertenencias que me quedaban, mi reloj y una cadena de oro, las
cosas importantes se las había dado a mi esposa antes de partir en el
tren, supuse que ella se salvaría y les serían mas útiles que a mi. No
te preocupes que yo te esconderé, me dijo mi amigo el ucraniano. El

102
vivía con su esposa, dos hijos y además era hermano de un oficial SS
ucraniano. Me ocultaron en un cuartucho muy pequeño que tenían en el
sótano. Cuando llegué era a finales del mes de diciembre del año 43 y
me escondieron hasta el mes de junio de 1.944. Hablar de esa familia,
de su trato para conmigo, me es muy difícil, a veces se ocupaban de
cuidarme, me daban ciertos alimento y a veces cuando el hombre
bebía, gritaba que me mataría, que mataría al judío.
Seis meses pasé escondido en su casa, en los primeros meses se
portó muy bien con migo, luego el también se asustó, se preocupaba
por su vida y la de su familia. En caso de haberme descubierto los
alemanes en su casa, no hubieran dudado en fusilarlo. El espacio en
que me ocultaron era tan reducido, que no podía caminar, cuando
llegaron los rusos estaba completamente calvo, no podía caminar y me
sentía muy enfermo. Mi amigo me llevó al hospital. Ahí permanecí por
otros seis meses.
Al salir del hospital, estaba en manos de los rusos, me encontré con
unos conocidos, me ayudaron, se estilaba ayudar a los sobrevivientes,
de alguna manera éramos una especie de héroes. Me dirigí a Lemberg,
quería saber del paradero de mi hermano y de mi familia. Cuando
llegué, no encontré a nadie. Vi a un viejo amigo y le pregunte sobre mi
hermano, no lo había visto, mi tristeza no me abandonaba, la
esperanza de encontrarlo con vida hubiera llenado un poco el vacío que
sentía. Una semana después mi hermano tratando de encontrarme fue
a Przemysl, por casualidad lo vio mi amigo y le dijo que yo estaba
vivo, que lo estaba buscando. Mi hermano tenía papeles con nombres
falsos y siendo un ingeniero mecánico logró conseguir trabajo como
ingeniero agrónomo en Lublin, trabajó con un terrateniente muy rico y
éste sin querer lo salvó junto con toda su familia. Nos fuimos a Lublin
donde estaba el primer gobierno polaco, el tenía muchos conocidos
dentro del gobierno. Me consiguió trabajo en una imprenta muy grande.
Al poco tiempo fui ascendiendo dentro de la imprenta, luego me
mandaron con ascenso de puesto y con ingresos superiores a la ciudad
de Lodz, donde trabaje por diez y ocho meses. Esos meses, puedo
decir, que me fue bastante bien.
En ese tiempo conocí a mi nueva esposa Ana, ella también era otra
sobreviviente, pero esa es su historia, sé que luego la contará. Ninguno
sentía deseos de quedarse en la tierra que nos había hecho tanto daño,
temíamos que la historia se repitiese, luego de tantos sacrificios y
pérdidas, merecíamos un lugar más tranquilo donde vivir, donde poder
formar un hogar, donde nuestras raíces pudieran arraigarse
profundamente. Teniendo familia en Francia y ya terminada la guerra
nos dirigimos a donde ellos.
Mi familia nos recibió y nos ayudó, me recomendaron coger un
curso de marroquinería que duraba un año, ésto servía como excusa
para poder quedarnos. Terminado el curso las autoridades nos
presionaron para que partiéramos.

103
Era el año de 1.948, teníamos familia en los Estados Unidos y en
Venezuela a un amigo. En el primero no conseguíamos cupo, lo único
que nos podían facilitar era una visa de tránsito válida por un año, pero
para eso debíamos tener un destino final. En Venezuela no daban visas
a los judíos, era una época difícil, la iglesia tenía todo el poder. Fue
gracias a un sacerdote conocido que pudimos solventar nuestro
problema.
Ya resuelto el impase, recibimos la visa americana de tránsito y la
venezolana como transeúnte. Nos embarcamos y llegamos a América,
la Estatua de la Libertad y la familia nos esperaban, durante todo
un año trataron de arreglar nuestros papeles, pero fue inútil, viendo
que se acercaba nuestra hora, nos llevaron a ver distintas maquinarias
para la fabricación de carteras, me las compraron y así llegamos a
Venezuela con nuestra arepa bajo el brazo.
Durante 33 años trabajé en mi industria de marroquinería, a veces
tuvimos hasta 30 empleados. Al recordar en este momento mi pasado
siento lo mismo que cuando estando en el tren vía Auschwitz antes
de saltar, las imágenes volaban, no las podía fijar. Pero los momentos
gratos, las alegrías que se me dieron en este, mi país, han sido
innumerables, las satisfacciones fueron únicas. Al igual que permitió
que Luis, nuestro único hijo, naciera a los tres años de nuestra llegada
en éste país libre y grande.

104
FUENTE: STEFAN HORSZOWSKI GOTLIP

COSTESTI
Albores del siglo diez y ocho, Rusia. Los progroms se realizan
cumpliendo sus objetivos. El pueblo judío es exterminado y diezmado.
Sus sobrevivientes obligados a huir a otros países, a otras latitudes. De
mis antepasados sólo dos hermanos lograron salvarse, eran menores y
habían quedado huérfanos. Los que sobrevivieron tenían que
protegerse primero a si mismos y luego a los suyos. Nadie se podía
ocupar de ellos.
Los dos hermanos se ayudaban el uno al otro. Realizaron hazañas
que muchos mayores ni siquiera se hubieran atrevido. El no riesgo a
perder algo, los envalentonó a seguir adelante. Su meta era escaparse
de Rusia. Su punto más cercano y un poco más tolerante con respecto
a los judíos, Polonia, hacia allá enfilaron sus botas. La travesía fue
larga, pero el premio justificó sus esfuerzos. Luego de llegar a Polonia
les son presentados al Sr. Jägermann, el hombre más rico del pueblo.
Este al escuchar su odisea, se encariña con los chicos, los lleva a su
casa y los adopta, les da su apellido. El Sr. Jägermann, no tenía hijos
varones, pero tenía dos preciosas hijas. Con su buen olfato, había
decidido ver en un futuro a sus hijas casadas con estos dos muchachos.
En un solo día, sin darse cuenta logró cumplir con sus deseos más
fervientes; primero el tener hijos varones, ese día tuvo dos, luego el
casar a sus hijas con dos hombres conocidos y valientes.
Así comienza la historia de mi familia. Pasado un par de siglos, los
descendientes de estos hermanos que se habían radicado en Polonia,
sin la necesidad de mudarse se encuentran en Rumania. Las guerras
cambiaban fronteras, separaban pueblos y obligaban separaciones
entre las mismas familias. Contar desde ese momento toda la historia
de mi familia llevaría todo un libro. Respetando el espacio que se me
dio creo que debo de recomenzar con mis abuelos paternos; Jacob y
Mariam, luego los maternos; Chune, mi abuela Taube. Mis padres;
Schama y mi madre Dora. Fuimos tres hermanos varones nacidos en
Costesti : Joseph Jägermann Kohn, en el año de 1.923. Mi querido e
inolvidable hermano Salo, nacido en 1.932. y yo, Willy, nacido en el año
1.927.
Mi padre, era Administrador graduado en la Universidad. Se
ocupaba de su empresa de madera, exportaba sus productos en el
mercado internacional. Además era socio en otra empresa con el Sr.
Fishel Karpel. Como terratenientes, ambos explotaban la agricultura.
Esta sociedad duró hasta comenzada la Segunda Guerra Mundial,
cuando llegaron los rusos y expropiaron sus bienes, aunque con los
descendientes de los Karpel, seguimos unidos en estos lares por lazos
familiares.

105
Mi madre, era maestra en el único colegio público de Costesti. Su
amor por los niños la hacían sentir realizada cuando se veía rodeada
por ellos en el colegio. En el año de 1.938 le llegó su pensión, fue el
mismo año en que nos mudamos a Cernâuti (Chernovich). Varios de
mis tíos habían emigrado para no pelear dentro del ejército Rumano. Mi
tío Max y mi tío David fueron unos de los que no quisieron quedarse.
Los judíos por ser minoría, no eran bien vistos; los acosaban, los
maltrataban por el simple hecho de no dominar el rumano. Por sus
defectos en la pronunciación eran golpeados, tanto que a veces
regresaban en malas condiciones. Menciono a gente, digo sus nombres,
pasan los nombres y sin querer olvidamos la importancia de ellos en
nuestras vidas. Mi tío Max quién falleció en 1.965, hizo todo lo que pudo
por sacarnos de Rumania, en 1.946 nos mandó un afidávit (Permiso de
inmigración para los Estados Unidos), en su época avaló con todas sus
pertenencias, para garantizar nuestra estadía. Mi tío David fue una
especie de San Nicolas, siempre pendiente de nosotros. Con igual
corazón, con la misma vehemencia y con un don muy especial debo
poner en el sitial de honor a mi tío Abraham Mote Kohn, quién se portó
con nosotros como un verdadero padre. Muchos merecen ser
nombrados por su buen corazón, su afecto y preocupación por nosotros
antes, durante y después de la guerra, pero voy a seguir contándoles
los episodios que aún recuerdo de nuestra vida.
Mi hermano mayor muere en el año 31. Una fuerte gripe lo ataca y
la tos poco a poco lo acaba. El hermano que se ocupaba de jugar
conmigo, ya no está. Mi mundo se reduce, perdí a mi primer maestro.
Los siquiatras dicen que es difícil reconocer una pérdida a tan corta
edad, pero de la noche a la mañana, recuerdo, yo sufrí la suya.
Mi niñez la pasamos en un pueblito llamado Costesti. Vivían mis
abuelos en una de las casas más grandes y bellas. Mis tíos: Moses
Mülhlstein casado con mi tía Pessie, eran nuestros vecinos. Mi tío Moses
era un hombre rico y culto, la gente disfrutaba cuando hablaba, él
parecía un libro abierto, vivía a un kilómetro de nuestra casa, tenía tres
hijas, muy bellas, la mayor de ellas tenía mi misma edad, poseían
vacas, caballos y otros animales de granja. Visitar a mis primas era
sumamente emocionante. Me encantaba jugar con los animales. Mis
primas las Bernstein vivían frente a nuestra casa. Mis abuelos a escasos
metros, en la misma acera, pegados a la casa de mi mejor amigo de la
infancia Samy Schechter. Un poco más abajo estaba la sinagoga, a 50
metros de ella, la Mikve ( baños costumbristas religiosos, donde
nos bañábamos los viernes antes de ir al rezo. Había un cuarto para
hombres y otro para mujeres ) al doblar la calle vivía el hermano de mi
abuela Miriam.
Mi pueblo era muy pintoresco. Tenía, una iglesia, un colegio y una
sinagoga, que durante la semana era usada como Jeder (escuela de
hebreo), una carnicería Kasher (comida supervisada por un religioso),
contábamos con un Shojet (Matarife especializado en el sacrificio sin

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dolor de los animales ), pero no contábamos con un cementerio judío,
el más próximo quedaba a 30 kilómetros de Costesti, en la ciudad de
Stanesti. Un cementerio era utilizado por varios pueblos cercanos. La
mayoría de los judíos vivíamos en la calle principal, cada uno tenía en
su misma casa su negocio. Eran de todas clases, desde una venta de
víveres, a una distribución de alcohol, o un restaurante. Muchos se
ocupaban de trabajar la tierra. Otros negociaban con frutas y hortalizas.
Como en la mayoría de los pueblos pequeños, los judíos de mi pueblo,
estábamos emparentados. La población total de Costesti era de 2.800
personas, de las cuales 269 éramos judíos, los demás eran cristianos
ortodoxos, hablaban ruteno, un dialecto ruso.
Las casas de mi pueblo tenían todas sus fachadas blancas, su gente
se ocupaban de blanquear con cal, por lo menos una vez al año. Era un
pueblo muy limpio y ordenado. El cartero cada vez que visitaba a
alguien para entregarle una carta, era recibido con afecto y por
supuesto con una charla, un pedazo de bizcocho y el tradicional vino
casero.
La llegada del viernes por la tarde hacia cambios importantes en el
pueblo, se matizaban los colores blanco y negro. El blanco de las
fachadas de las casas con el negro con que se vestían los judíos para
asistir al rezo; tanto el viernes por la tarde, como el sábado. Recuerdo
a mi abuelita con que afán se ocupaba de la limpieza de su casa el día
viernes y de la preparación de los panes blancos. Ese día era algo
especial, los judíos salían rumbo a la sinagoga, con sus pulcras galas
negras y sus sombreros tradicionales de piel, acompañados de sus hijos
varones y nietos. Sus negocios estaban cerrados tanto el viernes por la
tarde como el día sábado. Los viernes y días de pascuas los pasábamos
en casa de mis abuelos. Mi abuelo aprovechaba para examinar mis
avances en los conocimientos de guemará. Yo disfrutaba al verlo
complacido con mis adelantos, se le veía sumamente orgulloso.
En esos días festivos, era muy fácil reconocer las casas de los
judíos, aunque no llegaba la luz eléctrica a nuestro pueblo, los viernes
por la noche, todas las casas de los judíos permanecían iluminadas con
velas hasta altas horas de la noche, las demás no. Nosotros tenemos la
costumbre de no apagar las velas luego de encendidas. Para mi era
todo un espectáculo que veía desde mi casa. El Shabat (séptimo día de
la semana, día de descanso) era un día sumamente respetado por
nosotros. Era el día que mi padre regresaba de la capital, de
Chernivtsi, donde tenía su oficina y a su socio, él solía irse los
domingos y regresaba los viernes.
Recuerdos de mi infancia, recuerdos de mi gente, recuerdos
que me hacen reflexionar. Recuerdos que no me permiten ver
justificativos, recuerdos tristes, muy tristes de mis antepasados
muertos.
Cosas curiosas pasaban en mi pueblo, los judíos no trabajaban ni el
viernes en la tarde ni el sábado, los demás seguían con su vida normal,

107
para ellos eso era algo que no podían entender; ¿cómo ese día se
mezclaban los ricos con los pobres?, ¿cómo ese día no se notaba la
diferencia en la vestimenta de los unos con los otros?, ¿cómo esa gente
se tuteaba sin importar el rango?, ¿cómo hacían los judíos para no
trabajar ni viernes ni sábado? y a su vez se preguntaban ¿por qué los
judíos trabajaban el día domingo cuando ellos no lo hacían?.
Es el año de 1.934, mi abuelito Jacob tiene varios días enfermo, mi
padre durante toda esa semana no había ido a su trabajo, sentíamos
mucha preocupación, mi madre me hizo bañar y vestir como si fuera
Shabat, no podía entender lo que pasaba. Al amanecer de ese día mi
abuelo le había dicho a mi padre que ese día fallecería, le pidió que me
llevara por que se quería despedir de mí, y mandó a llamar a diez de
sus mejores amigos, entre ellos al Sr. Tauv. Hoy al revivir ese triste
episodio de mi vida logro entender lo que hizo, se estaba garantizando
un miniam (10 personas hombres, mínimo de hombres para poder
ejecutar los rezos. Costumbre desde la época de nuestro patriarca
Abraham cuando negociando con Dios para que no destruyera Sodoma,
Dios aceptó que de haber 10 hombres justos en toda la ciudad, no la
destruiría). Durante los siete días que duró su enfermedad, mi abuelo
se había instalado fuera de su dormitorio. Había puesto una cama en la
sala. Me parece estarla viendo en estos momentos. La casa del abuelo
era muy grande, tenía en la parte del patio otras pequeñas
construcciones para guardar a las mulas, a las gallinas, a los pavos y un
granero muy grande. En la parte que daba a la calle estaba la entrada
principal, a mano izquierda habían dos grandes dormitorios, el primero
era el de mis abuelos y el segundo no se utilizaba, pero en una época lo
usaron mis padres recién casados mientras terminaban la construcción
de nuestra casa. Luego el gran salón comedor y cocina todo en uno,
con una cocina de leña similar a las usadas en las pizzerías pero toda
blanca y con el techo en vez de curvo, plano. La muchacha de servicio
lo usaba como cama a veces en el invierno, aprovechando el calor que
aún mantenía. Quizás por ésto, o por la vista que se lograba desde ese
cuarto, fue lo que hizo a mi abuelo mudarse a última hora del
dormitorio, no quería perderse de los acontecimientos que pasaban en
la calle o tal vez necesitaba un poco más de calor, calor de familia.
Cuando llegué a casa del abuelo, ésta estaba llena de gentes, los
hombres estaban sentados alrededor de su cama, supongo, que les
agradecía lo que en algún momento le hubieran hecho y creo que
también les daba instrucciones de lo que deberían de hacer después de
su muerte. Por primera vez en mi vida sentí temor al entrar en su casa,
con pasos muy lentos, como si no quisiera molestarlo, entré, me llamó:
"Vélvale (así solía llamarme cariñosamente) ven conmigo", me besó en
la frente, me dio su bendición, me sentí triste, supe que algo grave
pasaba. Así fue, mi abuelo murió ese día, tal como lo había predicho.
Sus amigos lo sacaron de la casa en hombros y así se lo llevaron. Al
abuelo lo enterraron en el cementerio de Stanesti.

108
Gentes que se van, gentes que no vuelven, sólo los
recuerdos acompañan el vacío que nos dejan.
Recuerdo que tenía nueve años, habían pasado pocas semanas
después de haberlos cumplido, por primera vez en mi vida capto
imágenes y grabo sonidos en contra de mi pueblo y me impresiono. Mi
casa como dije anteriormente, estaba en la calle principal del pueblo,
vivíamos frente al parque y a la alcaldía. Mi entretenimiento después
de haber salido de mis clases de rumano y luego en la tarde, de mis
clases de hebreo en el Jeder, era ver a través de mi ventana, mis
fantasías se habían forjado en su gran mayoría en esa fuente de
inspiración. Al lado de la casa municipal estaba el centro del partido
Cuzista, ellos promovían el fascismo y el anti-judaísmo, los oí gritar
como locos: ¡judíos! ¡jid!, lo decían de una manera despectiva, aunque
en ese momento sólo eran algunos nazis, me asusté.
Los judíos que vivían en mi pueblo, eran una unidad
completamente cerrada, ellos no hablaban de persecuciones, pero la
gran mayoría venían de Rusia, de los progroms. Recuerdo que mis
abuelos en la misma Rumania, hablaban idish y no rumano. Aunque no
vivieron de su pasado, muy pronto les tocó comenzar a sufrir por su
presente.
Recuerdos de mi infancia, recuerdos de mi gente. De los judíos
que vivíamos en mi pueblo, hoy sólo sobrevivimos dos personas; mi
amigo Sholomo (Samy) Schechter, que vive en Israel y yo.
Luego de la jubilación de mi madre, en el año 38, nos mudamos a
Cernâuti, donde papá tenía su centro de trabajo. Compramos un
apartamento. Empezaron los cambios. Vivir en el campo rodeado de la
naturaleza, además de una paz espiritual tenía ciertos atractivos que la
ciudad no poseía para un niño de once años. En mi pueblo era un
alumno avezado, ahora para poder ser aceptado debía de pasar por un
examen de admisión. Los judíos en el liceo que me querían inscribir,
teníamos un cupo, de cada 42 integrantes de una clase, lo máximo
permitido eran 7 judíos y para ser aceptados debíamos de sacar
promedios de notas superiores a los rumanos. Mi madre se esmeró en
repasar conmigo todo lo aprendido. Pequeñas ventajas de tener una
madre maestra. Fui aceptado en la prueba de admisión del liceo Aron
Pulmon, saqué las mejores notas.
Me esforzaba en sacar buenas notas, ya no era como en mi pueblo,
los profesores demostraban una actitud de rechazo hacia los judíos, no
premiaban nuestras calificaciones por lo que éramos, ésto hacía el
ambiente aprensivo. Al no fallar en los estudios buscaban nuestros
puntos flacos, el acento, ¡eso! era grave, ¡eso! era motivo suficiente
para demostrar su odio, su envidia, su ira. En aquel momento se leía lo
que pasaba en Alemania, el mensaje nazi llegaba a todas las clases
sociales. La intención lograba su fin, conseguían incrementar el odio.
Dentro de este ambiente cuando los rusos se anexaron la zona en el
año de 1.940. A excepción de los judíos muy ricos que veían sus

109
posibilidades muy negativas. La gran mayoría de la población judía veía
en ellos una salvación.
Al entrar los rusos, confiscaron los bienes de mi padre. El
comunismo empezaba a hacer estragos. Mi padre, hombre quién hasta
ese momento era rico, recibió un golpe al cual no estaba preparado. En
nuestro pueblo por su seguridad, era considerado el albaceas de los
judíos. Ahora no solamente lo obligaban a transformase de hombre rico
a pobre, sino que también era considerado perseguido. A los rusos les
bastaba cualquier denuncia con o sin bases, para enviar a la gente
como castigo a Siberia. Cualquiera que hubiera sido patrón, que
hubiera tenido obreros corría con la suerte de ser denunciado. Para
poder conseguir trabajo, era necesario presentar casi una biografía.
Para ex-empresarios, lo único disponible era un viaje seguro a Siberia.
En una oportunidad los rusos vinieron buscando luego de una
denuncia a un doctor Otto Melitzer, el que buscaban vivía cerca de
nosotros y se llamaba igual que mi primo. Pero al que encontraron en
su casa, fue a mi primo. Por tener su mismo apellido, lo estaban
deportando a Siberia, a su familia les era permitido quedarse o
acompañarlo. Un castigo injusto a una persona equivocada, pero así
eran las cosas con los comunistas. Mis familiares pasaron 20 años en
Siberia y luego treinta más, en una ciudad cercana. Por un injusto error
pasaron 50 años en Rusia. Con la caída del muro de Berlín y del sistema
comunista, se abrieron las puertas de emigración. En el año de 1.991
llegaron a Israel. Hace unos meses los encontré, me contaron su
increíble odisea, su historia personal, pero creo que ésa será una de las
tantas que nunca conocerá el mundo.
Al cambiar el gobierno, los judíos de alguna manera, se sentían más
libres, el racismo estaba prohibido, cualquiera que destacaba fallas o
fomentaba alguna diferencia étnica era perseguido. En 1.940 el
gobierno soviético mantuvo los colegios judíos, esto hacia sentir al
pueblo libre, pero empezaron otros tipos de penurias.
Yo, voy al colegio, de nuevo noto cambios drásticos en nuestras
vidas. por un lado; mi padre perseguido, humillado, suplicando en las
colas por un poco de comida, por otro, gracias a mis notas, paso a
formar parte de un grupo élite. Dentro de su sistema habían tres
escalafones, Pionero, Konsomol y luego Miembro del partido
comunista. Con mis primeras calificaciones fui galardonado con un
fulard rojo, nombrado Pionero, me sentía orgulloso cuando al pasear
en la calle la gente me lo alababa. Un poco más de once meses duró la
ocupación los rusos.
En vacaciones solía ir a mi querido pueblito Costesti, visitar a mi
abuela, a mis tíos y primos, me llenaba de satisfacciones. Era recibido
con cariño. Los recuerdos gratos que pasé con mi abuelo los podía
volver a sentir con solo visitar su casa. Veía el pasado y el presente,
amalgamados. En nuestro pueblo el tiempo parecía inmóvil.

110
En el mes de febrero de 1.941, estaba jugando pelota con mis
amigos José y Norberto Kaufman. Mi madre me mandó a llamar, la
abuela a quién siempre conocí enferma, había agravado. "De un
momento a otro" decía el médico, tomamos un autobús y en tres horas
estábamos en Costesti. La abuela no soportó otro invierno. Al igual que
con mi abuelo, los amigos y familiares nos acompañaron toda la
semana. Pasada la primera parte del luto, regresamos a Cernâuti. Con
nosotros se vino una de mis primas, se quedó una larga temporada.
Durante ese mismo tiempo, recibimos en mi casa por unos días al
cartero de nuestra ciudad. Había venido a arreglar ciertos papeles en la
capital y por ser buen amigo de mi padre le pidió que lo hospedara
hasta finiquitar sus cosas, la amistad y el afecto era tal que mi padre no
dudó ni un momento, nuestra casa fue su hotel por casi cuatro días.
Muchos años he sufrido, mucho dolor he tenido, pero
apegarme a la vida es y ha sido mi lucha hasta el fin. Difícil es
despedirse de algo querido, más si el nuevo camino no es
conocido. Pero sé que mi labor no se ha perdido, la continuaran
los dos hijos que he tenido.
Cuando los alemanes empiezan la guerra el día 21 de junio de
1.941, los rumanos se le pliegan. Empieza el primer bombardeo de la
ciudad, nosotros estábamos de vacaciones. Hacía apenas tres días que
regresó mi prima Chaikale a Costesti. Mi tía ante los rumores de que las
cosas no marchaban bien en la ciudad, la había venido a buscar y se la
llevó de regreso, decía que en el pueblo estaban más seguras. Mi padre
al ver los bombardeos, pensaba que mi tía estaba en lo cierto, que en
Costesti sería más seguro. Trató de convencer a mi madre para que nos
fuéramos, pero ella decía que con dos niños era sumamente peligroso,
ir a través de las bombas. Además los medios de transporte no estaban
funcionando, lo que significaba irse o a pie o en carreta. Ella decía que
no tomaría ese riesgo.
Momentos importantes, momentos de inspiración, momentos
decisivos que nos alejan de la muerte, momentos que los
humanos sin razones aparentes deciden sin saber su fin o su
suerte.
Bajo el intenso bombardeo de los alemanes y con la ayuda de los
rumanos, el frente se derrumbó rápidamente, a las pocas semanas,
empezó la ocupación. Una noche para ganarse mérito con los
alemanes. Entraron los rumanos al templo judío y lo quemaron,
recogieron al rabino principal, a sus ayudantes y a dos mil hombres
judíos más, los llevaron fuera de la ciudad y los fusilaron frente al río
Pruth. Empezó la persecución diaria. Los buscaban casa por casa, les
quitaban todas sus pertenencias y los encerraban en un gueto, (sector
de la ciudad considerado como una especie de cárcel de la que no se
podía salir y a la cual iban reduciendo de tamaño día a día).
A la semana siguiente, mi papá se encuentra en la calle con un
amigo no judío, paisano de Costesti. Este le cuenta lo que pasó en el

111
pueblo, le aclara que de alguna forma, no todos tuvieron
responsabilidad con los hechos. Le dice que algunos trataron de apagar
la combustión que generaron otros, pero que les fue imposible. Y le
comienza a contar: Cuando en el pueblo se enteraron que el ejercito
rumano estaba entrando en la guerra, se formó un grupo entre los
mismos campesinos que fue liderado por el cartero. (nuestro "amigo"
el cartero del pueblo) Fue una casualidad que en esos tres días no se
encontraban en el pueblo, ni el alcalde, ni el cura. Era un día viernes,
los campesinos sabían de la santidad de ese día para los judíos. Por el
cartero sabían con lujo de detalles las direcciones de los judíos. En
grupos, fueron casa por casa, sacaron a los viejos, jóvenes y niños, los
que podían caminar bien, los que no, los arrastraron con cruel maldad.
La misma calle que por muchos años los vio desfilar en sus mejores
galas hacia la sinagoga, ese día los ve traer a la fuerza cual
desquiciados malhechores. Como un rito satánico los metieron en la
sinagoga, los dejaron adentro, de nada valieron sus súplicas, no los
dejaron salir. Ninguno se imaginaba lo que el destino les tenía
deparado. Dentro del grupo reconocían a uno que otro fascista. Los
mayores al verse imposibilitados por la fuerza de la turba, comenzaron
a orar todo el viernes y el sábado. En su demostración inusitada de
xenofobia, no les permitieron comer ni beber. Desde afuera
custodiándolos, como quien viera a animales, la mayoría del pueblo se
turnaba para insultarlos. Mientras tanto sus casas eran saqueadas. Uno
de los principales motivos fue el robo. La envidia y el odio se unieron y
volcaron y se volcaron en contra de cada uno de ellos. Para el día
sábado, las casas de los judíos estaban totalmente vacías,
desvalijadas, sin cosas y sin gentes. El botín había sido repartido. Cada
uno de los campesinos, cual trofeo de guerra mostraba complacido su
pieza robada.
Llegado el día domingo, día de descanso, de meditación para los
habitantes de Costesti, el cartero con sus secuaces fue en busca de una
patrulla del ejercito rumano. Los traen, en el camino les dicen que los
judíos que tenían presos en la sinagoga, habían sido cómplices de los
soviéticos, recomiendan un escarmiento. Eran los mismos
representantes del pueblo los que le hablaron. Sin mediar palabras, los
sacaron de la sinagoga se los llevaron a tierras agrícolas, excavaron
una gran zanja y luego los fusilaron, sin diferenciar entre ancianos
jóvenes o niños. Tres muchachos judíos que regresaban a sus casas
después de haberse liberado de los rusos, sin saber lo que pasaba,
también fueron agarrados y fusilados con los demás. A excepción del
señor Rosemberg, que la noche del jueves había salido para Cernâuti y
de milagro se salvó, aunque luego murió de tuberculosis en el año 46.
Ese día, Todos los judíos de Costesti, fueron asesinados.
Entierran a un pueblo, entierran a mi gente. Entierran sus
angustias, su tradición y ya. Un bárbaro episodio en Costesti
ocurrió. Un cartero cual hermano en Caín se transformó.

112
Después de unos días mis padres se encontraron al Sr. Tudan cura
del pueblo y al señor Kasian director del colegio, durante la ocupación
de los rusos, se habían fugado a Rumania. Les hicieron saber que de
haber estado ellos en Costesti, no hubieran permitido la masacre. Pero
a los mentirosos como decía mi abuelo se les ataja antes que al cojo.
Cinco meses después, estando toda mi familia dentro del gueto, iban
los dos tanto el cura como el director con un grupo paseando dentro del
mismo. Los vi disfrutar al ver a los judíos presos.
La maldad y la crueldad reinaban por doquier. Los alemanes,
además de demostrar al mundo su increíble pero sistemática
aniquilación de los judíos, no se conformaban con eso solamente.
Dentro de su espíritu de asesinos, su masoquismo no tenía parangón.
De la piel del cuerpo de los judíos fabricaron lámparas. De sus
entrañas, fabricaron un jabón llamado Rjf, cuyo significado es: jabón
limpio de judíos. Este se vendía libremente en Rumania y en otros
países. Luego de terminada la guerra, la comunidad judía recogió todo
el jabón Rjf y en un acto solemne en el cual casi todo el pueblo estuvo
presente. fue enterrado en el cementerio.
¿Cómo ocurrió nuestra entrada al gueto?. Un día pusieron una
cuerda en nuestro vecindario y dijeron: "aquí tienen que vivir los
judíos". Así oficialmente se abrió el gueto en Cernâuti. Como
muchacho salí escapado muchas veces, yo era muy tremendo. En
repetidas oportunidades fui a mi casa, rompí los sellos que les habían
colocado a las puertas y poco a poco saqué nuestras cosas de valor que
llevé a casa una gentil (Persona no judía), para que nos las guardara.
Otras que consideré necesarias y por su pequeño tamaño las llevé y las
metí en el gueto sin ser visto. Por mi pelo rubio y ojos claros, cada vez
que lograba escaparme, me escurría fácilmente entre la gente. Hacía
compras en las tiendas sin las colas que los judíos tenían que hacer,
para luego no conseguir nada. No creyéndome judío, obviaba las colas
y en la mayoría de las tiendas, podía comprar libremente. Lograba
perderme fácilmente, con los rusos y los alemanes, por mi agilidad y mi
color de piel.
Una de esas noches, de regreso de mi casa con algunas cosas para
el gueto, unos muchachos me detienen, ellos eran cuatro. Me
preguntan si soy judío, les digo que no, me dicen: "hazte la señal de la
cruz". Sin dudarlo la hago. Recibo una cachetada, luego otra, les
pregunto, ¿por qué? me contestan: "jamás con la mano izquierda". salí
corriendo, me persiguieron por varias calles.
Repaso la ruta que seguimos. Salimos de Costesti a Cernâuti,
luego el gueto dentro de la misma ciudad, fuimos a Moquilev
pasando por Ataki, paramos por distintos pueblos; Shargorod, y
después nuestra odisea en Schmerinka. Tres días estuvimos
esperando a que nos dejaran entrar a la ciudad. Era una zona rumana y
sus gobernantes, decían tener demasiados judíos como para seguir
recibiendo más. En pleno invierno, estuvimos parados a la puerta del

113
pueblo muriéndonos de frío. Descansábamos en establos. Luego por fin
nos dejan pasar y las pocas horas nos vuelven hacer salir. Continuamos
hasta llegar a la vieja estación de trenes del ejercito ruso cerca de
Balki. Frente al Río Niester y del otro lado de la orilla Mogilev.
Después de una noche en el tren, a las 6 de la madrugada, se abren
las puertas, hay que salir, por lados nos empiezan a pegar, cada uno
de nosotros llevaba su pertenencias. La gente en el camino iban
soltando cosas, poco a poco, el peso obligaba a irse desprendiendo de
las únicas cosas de valor, a ambos lados estaban los campesinos cual
animales de rapiña a la espera de apoderarse de algún objeto. Estos
ayudaban con los golpes, insistían en que dejáramos todas las cosas.
Todo el panorama era lúgubre, el invierno y la hora, ayudaban a
incrementar el miedo. Temblábamos por uno u otro motivo.
A nuestra mano derecha, veo tras unas rejas, a millares de presos
rusos, se ven hambrientos, gritan como locos clamando un poco de
comida. Alguno de los nuestros piensa que puede hacer un bien, se le
ocurre lanzarles un pedazo de pan para complacer sus peticiones. Debe
ser que los tienen sin comer por muchos días. Como locos se lanzan en
busca del preciado pan, aparecen los alemanes, la ametralladora y la
maldad. Primero les gritan pero inmediatamente les disparan, les tiran
a matar. Aprovechan cualquier excusa para acabar con ellos, aún
presos, a los rusos les temen. En pocos minutos mueren decenas de
ellos.
Seguimos caminando, llegamos a una plaza, acampamos parados,
nos dicen, que debemos entregar las monedas, la valuta, que de no
hacerlo seremos fusilados de ipso facto. Ya no cabe la menor duda,
nosotros vamos a un camino sin regreso. Nos quitan todo tipo de
documentación. De ahí en adelante, somos nulos, como animales, sin
identidad. Seguimos hasta llegar al río, al montarnos en la barcaza que
nos trasladará, vuelven los soldados ucranianos a gritarnos que
debemos de entregar todas las joyas y cosas de valor antes de llegar a
la otra orilla, que vendrá una nueva requisición y de encontrar en
nuestros cuerpos algunas posesiones, seremos fusilados. Mi madre en
la primera parada, esconde muy bien su anillo de matrimonio, piensa
que el peligro ha pasado y se lo pone de nuevo. Uno de los oficiales se
lo ve, casi le arranca el dedo para quitárselo y luego le da una
cachetada que le deja la cara hinchada por muchos días.
Era el mes de octubre del año 1.941 cuando llegamos a Balki. Nos
encerraron en dos cuarteles viejos del ejercito ruso. Habían dos
regimientos distintos uno a cada lado de la vía, esta estación no era
usada para transporte de pasajeros, a veces llegaba algún contingente
militar únicamente que servía de relevo. A nuestra llegada en el otoño
éramos más de mil personas, al pasar el primer invierno quedamos sólo
200. La fiebre tifoidea producía estragos a diestra y siniestra. La falta
de aseo, y los piojos, responsables directos de la transmisión de la
enfermedad, además de la escasez de medicamentos, de alimentos o

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de cuidados, hacía que la mortandad cobrara a veces hasta treinta
personas por día. Primero se morían los padres y al no tener quien
cuidara a los hijos, éstos o morían de hambre o contagiados por la
fiebre. Era un círculo vicioso, de ocurrir al revés, de enfermarse primero
los niños, contagiaban a los padres mientras estos los cuidaban.
Nosotros los Jägermann, corrimos con mucha suerte dentro de todo lo
malo. Mis padres habían pasado la fiebre tifoidea en la guerra del 18
por lo tanto no se contagiaron. Cuando me enfermé, mi padre siempre
estuvo a mi lado, por seis días con sus noches se ocupó de darme a mí
y a otros tres niños más, agua caliente, único tratamiento "disponible"
en el campo. Gracias a su aguante los cuatro logramos salvarnos.
Por esos días la falta de alimentos era normal. Por la misma
enfermedad, nos era imposible escaparnos del campo y negociar
algunas cosas con los campesinos ucranianos. Los guardia a veces
permitían que se formara en la puerta del campo una especie de
mercado donde lográbamos hacer trueque. La poca ropa que habíamos
salvado por algo de comida. La mayoría de las veces cuando se
incrementaba la escasez de comida, al llegarle a mi padre un pedazo
de pan; el lo dividía en cuatro pedazos exactamente iguales y los
repartía. Uno para mí, otro para mi hermano y los dos restantes para
mis padres. Lo extraño era, que al otro día que sabíamos que no habría
comida, siempre mis padres nos daban sus otras dos mitades del día
anterior.
La escapada del campo estaba penada con la muerte, en una
oportunidad los ucranianos, agarraron a siete jóvenes judíos que en
busca de alimento, se habían escapado. El capitán de guardia dio un
ejemplo de la capacidad de maldad con que estaba formado: los mandó
a los siete a ponerse en fila, recuerdo su insistencia que fuera en
perfecta línea. Sacó su revolver, habló de la paciencia, de la obediencia,
del castigo. Volvió a repetir la orden de enderezar la línea, apuntó en
la frente al primero de la fila. Pensamos que fanfarroneaba, jamás nos
imaginábamos de lo que sería capaz de hacer. Sin que le temblara el
pulso, a quemarropa, disparó. Seis muchachos jóvenes e inocentes
cayeron muertos por una sola bala que les atravesó el cerebro, sólo el
séptimo se salvó ese día. Con una fuerte carcajada por lo que había
sucedido, le perdonó la vida al único sobreviviente y le ordenó a que
regresara al campo.
Durante la noche solía escaparme del campo para tratar de cambiar
agujas, botones, hebillas o cosas pequeñas con los campesinos por
comida. También nos adentrábamos en el bosque que estaba a seis
kilómetros de distancia para recoger leños secos los cuales usábamos
para hacer fuego y calentar el agua. Muchas fueron las veces que
salimos y sin ser vistos regresamos con comida o ramas secas.
En una oportunidad que me había escapado junto con mi hermano
menor y sin el conocimiento de mis padres, fuimos agarrados dentro
del bosque. Ese día se nos habían unido otros prisioneros, éramos en

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total seis en el grupo, tres mujeres que desesperadamente trataban de
encontrar a sus esposos del otro lado con los rusos. Un hombre de unos
cuarenta años, que no soportaba el hambre, decía que prefería ir a
Siberia y nosotros dos. Ellos eran dos guardias armados, el recuerdo de
lo que en una oportunidad le habían hecho a los otros jóvenes, me
aterrorizó. Pensar que mi padre no me había permitido que llevara a mi
hermano conmigo, e imaginarme de que por mi culpa, hoy le pudiera
suceder algo fatal, me obligó a tramar un escape por lo demás
descabellado. Veníamos caminando por el lado de la carretera, a mi
derecha había una zanja inmensa por donde en época de lluvia corre el
agua. En idish, le dije a mi hermano que a una orden mía, saltara a la
zanja y tratara de escapar, que no se detuviera por nada del mundo.
Convinimos que la señal se la daría al levantar mi mano derecha. Luego
de constatar que había entendido todo bien. Me adelanté con los
guardias, aceleré el paso, quedé de primero, así logré llamar la
atención de ambos, caminando de espalda y hablando con ellos alcancé
mi objetivo. Al ver un momento de descuido en los guardia, hice la
señal convenida, levanté mi mano derecha.
Mi hermano como un rayo veloz, saltó a la zanja, no hizo ruido,
mientras tanto yo aceleraba mi paso, ellos temiendo de que estaba
tratando de huir, no se percataron de su fuga. Cuando pude darme
cuenta de que ya no estaba a la vista, me sentí satisfecho. El esfuerzo y
el riesgo tomado había valido la pena. La verdad es que ya no pensé en
mí, no me preocupaba de lo que me podría pasar. La hazaña me había
envalentonado, de alguna manera me sentí, una especie de héroe.
Mi hermano corrió de regreso al campo, le contó a mis padres lo
que esa madrugada nos había pasado. Ellos corrieron a donde Josef.
Dentro del campo había uno de los nuestros llamado Josef que estaba
muy ligado a los soldados rumanos, era amigo de uno de los capitanes
que estaban a cargo de este lado de la estación. Le suplicó que
intercediera por nosotros. Lo primero que le dijo fue que en ese
momento del día no podía hacer nada, que debíamos de esperar hasta
el amanecer. Que para poder hacer algo sin levantar sospechas,
debería de ser luego de las seis de la mañana.
Mientras tanto al llegar nosotros al otro cuartel, lo primero que nos
hicieron fue darnos una paliza. Comenzaron con el hombre que nos
acompañó. Recibió veinticinco golpes con un cable de los usados para
llevar corriente de alta tensión, de esos que son muy gruesos. Lo
destrozaron, lo dejaron marcado de por vida. A posterior el capitán
ordenó hacer lo mismo conmigo. Con el mismo cable, pero con mucha
menos fuerza y con menos golpes recibí mi porción al igual que las
mujeres. Encima del dolor que teníamos, nos dijeron que nos fusilarían
en la mañana. Gracias a Dios, el capitán amigo de Josef, se encargó a
tiempo de nosotros. No permitió que sucediera lo que tenían previsto.
Nuestro capitán nos reclamó como obreros y prisioneros suyos, le dejó

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entender que él se encargaría de nosotros, que nos daría un buen
escarmiento, que el castigo sería ejemplar. El haría valer las leyes.
Llevados por nuestro capitán, llegamos al campo. Mis padres no
habían parado de rezar por mí. Respiraron en paz en cuanto me vieron
llegar. Me pidieron que no me volviera a escapar, que ésto podría ser
un aviso. No podía hacerles caso, el hambre eliminaba el miedo. El frío
era tan violento, que, o nos escapábamos en busca de leños, o
moríamos congelados. No era cuestión de valor, era de supervivencia.
Con la caída del frente alemán en la zona ucraniana y la llegada del
frente ruso a Rumania y a una gran parte de Polonia, nosotros
quedamos dentro de ese sector por ellos dominados y nos vimos libres.
Era el mes de marzo de 1.944. Los rusos alistaron a los jóvenes
mayores de 18 años, dentro de su ejercito ucraniano. Los entrenaron
durante un mes y por no tenerles confianza los mandaron como carne
de cañón al frente de guerra. De 18 compañeros que tenía, sólo tres
sobrevivimos incluyendo a mi hermano. Nosotros por ser menores de
18 años no fuimos alistados. El primero de mayo del año 44 logramos
llegar a nuestra ciudad, a Cernâuti. Nuestra casa seguía en pie,
nuestras cosas, no. Las cosas de valor que habíamos entregados a
otros para que nos las guardaran, ya no estaban, junto con ellas se
fueron las que nos las guardaron. La propiedad que en una oportunidad
compró mi padre en Cernâuti, nos cobijaba, el fin había llegado.
Empezábamos de nuevo, con nada, con una experiencia increíble, con
sueños, con ideas y con ganas de vivir y de triunfar. La historia sabe
que lo logramos. La unión y la fuerza de mi familia estaba basada en
las raíces de nuestro pueblo judío. La enseñanza que nos dieron
nuestros ancestros, llenaron con gran satisfacción todo el espacio vacío
que teníamos.
Costesti, llamada también, la masacre de Bucovina,
Cernâuti de la riqueza a la pobreza, Balki de la libertad a la
humillante prisión. Los ucranianos, la maldad hecha realidad,
luego los rumanos con su anti-judaísmo. Los rusos con su
comunismo y sus temores. Los alemanes con su premeditada y
calculada aniquilación. Los rusos de nuevo, con su sed de
venganza. Llega la libertad desconocida. Nuestro viaje a
América, el país soñado. Descubrimos la democracia, el sistema
idóneo. Formamos un nuevo hogar con nuevas; lenguas y
costumbres. Creamos para el futuro con la descendencia de
hijos y nietos. Vivimos la muerte de nuestros padres.
Proyectamos el Futuro, con el cielo como límite. Mientras tanto
vivo los recuerdos. Recuerdos de mi vida, recuerdos de mi
hogar, recuerdo con tristeza a mis padres y a los demás.

117
FUENTE : WILLY JÄGERMAN

Rusia

Europa desde comienzos de siglo, ha cambiado en numerosas


oportunidades la nacionalidad de sus gentes. En mi caso, nací en un
pueblito llamado Uzhgorod, que en este momento forma parte de
Rusia. Cuando nací era parte de Checoslovaquia. luego de Hungría.
Provengo de una familia judía ortodoxa. Eramos cinco hermanos, tres
hembras y dos varones: Iliana, nacida en 1.924. Ibi, nacida en el año
26. Yo, Joseph en el 28. Meir, en el 30 y mi hermanita Sara en el 32.
El primer recuerdo que tengo de mi infancia, fue el día que
visitamos a mi abuelo materno en su casa en las montañas. El vivía en
Ruscova una ciudad montañosa cerca de Polonia. Tenía ovejas y otros
tipos de animales. Mis recuerdos de ellos, son agradables; el disfrute de
la montaña y la sensación de sentir el calor de unos abuelos, es algo
que para quien no los tiene, no lo puede volver ni tan siquiera describir.
Son sentimientos humanos, que nos permiten ver en nosotros la

118
diferencia que tenemos con los animales. Nuestras raíces, nuestras
ramas, forman parte integral e indivisible de nuestra personalidad.
Nuestros recuerdos familiares, nos acompañan durante el resto de
nuestra vida y el diario de nuestra existencia es mas placentero y
llevadero cuando sus páginas llenas, quedan impresas con las historias
de nuestros seres mas queridos.
En otra oportunidad, a la salida de la sinagoga a la que íbamos dos
veces al día, un soldado del ejercito húngaro, se burló de mi padre por
ser judío. Fue tal mi indignación, que le grité, cobarde. Recuerdo que
envalentonado le dije, que si era tan valiente y se sentía tan héroe,
¿por qué no se iba al frente ruso en vez de meterse con un viejo. Esto
me pasó en el año 43. Fue la primera vez que tuve que correr
escapándome por ser judío.
Mi colegio, se llamaba Sharey Torah. Tuve un gran amigo en el
colegio. Israel Jacubovich, que luego fue compañero mío en el campo
de concentración y al igual que yo, es otro sobreviviente. Con él
mantengo continua comunicación y permanente amistad. El vive ahora
en New York.
Un día, a finales del mes de abril de 1.944, luego de tener cuatro
semanas en el gueto, los alemanes dijeron que por razones de
seguridad, estaban transportando a los judíos a otro lugar más lejano.
Desde el mismo comienzo la mentira y el engaño era su estandarte al
igual que la maldad. Nos hacían ver delante del pueblo como si
fuéramos sus enemigos más peligrosos. Mantenernos dentro de la
ciudad en los llamados guetos, no era suficiente, le temían al pequeño
David cuando se jactaban de ser más gigantes que Goliat.
Nos llevaron a la estación del tren y en vagones de carga de
animales nos metieron a 70 judíos por vez. En mi vagón estaba toda mi
familia, mis padres, mis hermanos y mis tíos junto con mis primos. Todo
el viaje fue insufrible. La mayor parte, de pie, sin alimento, sin luz
suficiente, sin bebidas, sin rumbo conocido, sin esperanzas, pero con fe
y con muchos deseos de sobrevivir. Tres días con sus noches duró la
travesía. Eramos mas de 70 personas en cada vagón, el segundo día
murieron dos personas, cundió el pánico. Las personas mayores sufrían
mas que los jóvenes.
Uno de los que estaban en el vagón se asomó por la ventana y
recibió un balazo de uno de los soldados que custodiaban. El hombre
quedó levemente herido, pero muy asustado. Llegamos a nuestro
primer punto de noche, era un lugar cerca de Traskacovia a la mañana
siguió el tren y entre las 9 y 10 a.m. llegamos a Birkenau. ¡Afuera!,
¡afuera!, era lo que nos gritaban. Los paquetes les serán entregados
luego.
Preguntaban si teníamos alguna queja. El herido dijo que sí, que sin
motivo alguno, un soldado le había disparado. El oficial llamó a dos de
sus subalternos y gritando les dijo delante de nosotros, que lo
atendieran, que le dieran un trato especial. Efectivamente, en un alarde

119
de confianza y de despotismo, llevaron al herido a la parte posterior de
una de las casas de la estación y sin ningún tipo de reparo, lo
asesinaron de tres balazos. Esto fue hecho con toda la intención de que
supiéramos de una vez por todas, quienes eran los amos y cual sería
nuestro futuro en caso de no aceptar sus locuras.
Los muy malvados, volvieron a preguntar en son chancero, que si
había alguna otra reclamación. Ya nadie más se atrevió a volver a
hablar. Todo esto hizo que a nuestra llegada, sin darnos cuenta fuimos
separados, los viejos de los jóvenes y los hombres de las mujeres y por
esta desgraciada aventura, no pudimos despedirnos de nuestros seres
más queridos.
Tuve la suerte de que un judío polaco al verme solo y notar mi
inocencia de muchacho, me dijo si te preguntan la edad, diles que
tienes 16 años. Este consejo salvó mi vida, ya que a mi padre por viejo
y a mi hermano por demasiado joven los seleccionaron desde el primer
momento para la cámara de gas.
Al llegar mi turno en la raya, me preguntaron por mi edad, dije
tener 16 años. Acto seguido vino la segunda pregunta, ¿profesión?,
dije ser campesino, explique que suministraba comida a mi familia.
Pasé la primera selección me mandaron a afeitar, después los baños y
a la barraca. Me tocó tener un Bloke el tester (jefe de bloque) era un
gitano, describirlo es más fácil si lo llamo sub-humano.
Esa noche los guardias alemanes, desaparecieron
Su mayor aspiración, era pagar el bien con el mal
los nazis se agitaban en un torbellino tratando de dislocar las
fuerzas temporales.
En ese momento habían tres volcanes en erupción simultáneas;
Hitler, Stalin y Roosvelt.
Esas tierras arrasadas varia veces, por el salvajismo de los hunos,
por las hordas de tamerlan, por los cascos de los caballos tártaros, por
el estruendo de las lenizares turcas por las botas prusianas, por Hitler y
ahora deseamos con fervor lo hagan los americanos.

SALONICA

Moshe Calderón y Vida Levy, Así se llamaban mis padres, ellos


vivían en un pequeño pueblo de Yugoslavia llamado Monastir. Como la
gran mayoría de los judíos sefarditas, durante el reinado de los Reyes
Católicos y la subsiguiente persecución y expulsión de los judíos

120
españoles, mis antecesores fueron obligados a emigrar de España al no
querer renunciar a su religión judía. Para la época de mis padres, ya
nuestra familia estaba asentada en Yugoslavia al igual que miles y
miles de judíos españoles mas. Antes de estallar La Primera Guerra
Mundial, deciden mudarse mas cerca de su familia, con mis tíos; el
rabino Isaac Calderón y su esposa Sunjula, a Grecia.
Fuimos seis hermanos, 5 hembras y un varón: Poline, Alegre,
Estrella, Gabriel, yo, nombrada por mi hermana Alegre y mi hermana
menor Dora. En el año de 1.917 murieron dos de mis hermanas,
Alegre y Estrella. Durante La Primera Guerra Mundial,
incendiaron Salónica, no había ningún tipo de seguridad, la ciudad
estaba totalmente quemada. Toda la gente corrió a las playas en busca
de refugio. El frío y la humedad cobraron muchas vidas. Luego el
hambre terminó de una manera mas lastimera con otra gran parte de
la población.
Mi hermana Poline, se casó con Darío Attas. Este quién era un
hombre sumamente astuto, logró hacer grandes negocios con los
árabes desde Grecia. Luego de un corto tiempo se trasladaron a Siria
en donde vivieron muchos años y lograron pasar sin traumas las
penurias que a nosotros si nos tocó vivir.
Al poco tiempo de nacida mi hermanita Dora. Mi madre tuvo que
velar por nosotros. Aunque nuestro tío Isaac siempre estuvo de
nuestro lado y nos ofrecía todo tipo de ayuda, el orgullo de mi madre
no le permitía recibirlas, para ella cualquier ayuda eran dádivas y se
sentía lo suficientemente capaz como para mantenernos ella sola. Ella
luchó enérgicamente. Era el hombre y la mujer de la casa. Trabajaba
horas y horas. Era una gran costurera, en poco tiempo en Salónica, era
reconocida por su talento, el trabajo iba en aumento día a día. Desde
muy joven comencé a ayudarla, aprendí del oficio los secretos que ella
me enseñó. Esto, a la larga salvó mi vida en repetidas oportunidades.
Con su fe, con su espíritu y con un poco de buena suerte, nos pudo
sacar adelante. Mi madre había consentido que mi hermanita Dora
viviera con mis tíos en su casa. Ellos no tenían hijos y el cariño que le
habían tomado y que demostraban a cada momento la hizo que
compartiera con ellos a nuestra queridísima Dora. Hasta hoy en día
creo que hizo lo mejor. Dora fue nuestra alegría y la suya. Jamás se
podrá disfrutar con mayor intensidad el amor, el cariño, el afecto, que
sentíamos por mi hermana, la distancia que nos separaba de la casa de
mis tíos, era para nosotros como un largo viaje, cada día era un día
festivo. Todos los días la visitábamos, recogíamos los adelantos de la
niña de boca de nuestra querida tía y nos llenábamos de orgullo.
Al hablar ahora de mi madre, me vienen ciertos recuerdos,
informaciones que recibimos en algún momento de nuestra vida y que
quedan guardadas en nuestro inconsciente logrando a veces ser
despertado de la manera menos sospechada y en el momento menos
pensado. Recuerdo que una vez me contó, que ella había quedado

121
huérfana a los dos días de nacida, mi abuela murió luego del parto por
una infección. Mi abuelo se casó en segunda nupcias y a su vez luego
del nacimiento de mi tío León Levy, la segunda esposa también murió
por la misma causa. Por tercera vez mi abuelo se volvió a casar y con
ésta tuvo 8 hijos. De los cuales, sólo se salvaron dos un varón y una
hembra, Meir y Rachel. Meir, de joven se fue a Israel. Unos años
después se mudó a Los Angeles. Rachel, como muchos de los míos
murió en Auschwitz.
En el año de 1.939. Mi hermana Poline quería que me fuera a Siria
con ellos, me decía por carta que la vida en Siria era muy tranquila y
segura, que se respiraba aire de libertad y que además me necesitaba.
Tal vez esto fue lo que me hizo decidir, el saber que sería útil y el ver
que me requerían, aceleró mi decisión. Tenía todo arreglado, el pasaje
en barco ya estaba comprado, la travesía duraría 8 días. Los amigos me
prepararon una despedida, esa noche recibí innumerables atenciones,
regalos, demostraciones de afecto y por supuesto sincero cariño.
Pensamos en algún momento que estamos solos, que casi nadie nos
quiere, que no le importamos a los demás, pero afortunadamente sí
importamos. Descubrimos a veces más tarde que temprano que es
verdad, que la gente nos ama, nos necesita y cuando nos ven partir,
sufren al igual que nosotros. Nos quieren y nos demuestran su dolor por
la pérdida, por la partida.
Esa noche, fue muy grata, la pasamos de lo mejor. El barco partía al
día siguiente. Pero al llegar la mañana, los periódicos anunciaron que la
guerra se había declarado. Con todas las cosas listas y ya preparada
para el viaje, mi madre no me dejó que tomara el barco, dijo veamos
que pasará después. Mi madre, no permitiría que tomara riesgos,
pensaba que podrían bombardear al barco y me consta, que aunque
estaba haciendo el viaje con su consentimiento, no era lo que en
verdad ella quería. Se entremezclaron los sentimientos y salió a flote el
más sincero, el verdadero, ella, mi madre, de alguna manera sentía
como un premio la noticia de la guerra. Su amada hija ya no la
abandonaría.
Los griegos estaban ganando la guerra a los italianos, ya habían
llegado a Albania. El pueblo se sentía orgulloso de sus logros. Luego
entraron los alemanes a la guerra y los griegos se rindieron, regresaron
a Salónica. En el año de 1.941, los alemanes entran y toman Salónica.
Recordemos que la gran mayoría de los negocios de Salónica
pertenecían a los judíos. Es por eso que en las pascuas judías, ningún
negocio trabajaba, ni los judíos, los ortodoxos, ni siquiera los cristianos.
La judería era la base de la economía. La ciudad entera disfrutaba de la
bonanza económica. Los pobladores se sentían seguros con sus
trabajos. Los agricultores tenían sus cosechas garantizadas. La llegada
de los alemanes rompió los esquemas tradicionales, eliminó las fuentes
de trabajo, arrasó con todas las clases de comercio. Plasmo una
inseguridad total, ejercitó la practica del saqueo. Primero, llegaban por

122
cada uno de los negocios de los judíos y con sus camiones en la puerta
decomisaban todo, la mercancía, los muebles etc.. Luego hacían lo
mismo. Iban casa por casa, de los judíos y Saqueaban joyas, muebles,
adornos, cuadros y todo tipo de bienes.
El pueblo se moría de hambre, no había ningún tipo de trabajo. Así,
entramos a nuestro Holocausto. El Rabino Principal de Salónica bajo
amenazas de muerte tanto de él como de su familia. Dio a los alemanes
toda la información que ellos requerían en cuanto a direcciones de las
familias judías y demás. Lo obligaban a hacer reuniones en su casa,
primero con los judíos más ricos y luego con los demás. Así en muy
poco tiempo, nos visitaron y nos dejaron en la más cruel inopia.
Recuerdo que dejaban las casas vacías. Se llevaban todo, piezas de
plata, de oro, de cobre, cacharros de comida, manteles, sábanas, sillas,
era impresionante, se notaba una voracidad insaciable. Pero eso no fue
lo peor.
Empezamos a carecer de alimentos, el hambre reinaba por doquier.
Aquellas personas conocidas por su respetabilidad, su honorabilidad y
por su dinero se confundían con los demás de una manera
inimaginable. Mendigaban por las calles un trozo de pan como
cualquier limosnero. No podíamos creer lo que nuestros ojos veían. Los
alemanes en su infinita maldad, no satisfechos con haberse llevado los
bienes, se ocupaban minuciosamente de no permitir la Merchandise
Noir, el mercado negro, la permuta estaba perseguida y castigada con
la muerte. En esa época no había jabón en ningún sitio de Grecia. De
manera clandestina, algunos judíos que conocían la técnica de la
elaboración y que además eran demasiados valientes, a hurtadillas lo
elaboraban en sus casas y yo los negociaba. Me iba al interior a
Casalon y lo cambiaba por trigo. Tres veces fui agarrada infraganti por
los griegos, menos mal que ninguna por los alemanes. Jamás tuve que
dormir en prisión, negociaba con ellos, alimentos por libertad, ellos
también sufrían de las necesidades reinantes. En el techo de mi casa
tenía sacos de todo tipo de alimentos; azúcar, harina, aceite, miel, de
todo lo bueno.
Nosotros éramos una familia kasher, mamá provenía de una familia
muy religiosa. Nuestra ciudad, Salónica era llamada la sucursal de
Palestina, refiriéndonos hoy en día al nuevo estado de Israel. En
festividades como el Yom Kippur, era sumamente difícil de diferenciar
entre los negocios judíos y los no judíos, todos estaban cerrados.
Pasados los primeros ocho meses de los alemanes en Salónica y
luego de haber incautado todas las mercancías de los negocios y de las
casas de los judíos. Establecen el primer gueto de la ciudad. Singru así
fue llamado. En el centro de la ciudad, estaban las casas más grandes y
bonitas, éstas fueron las tomadas para formar el gueto. en cada
habitación obligaban a meter a 6 personas. Esta misma situación hizo
que los que estaban dentro de sus mismas casas en el gueto, llamaran
a toda su familia para que los acompañara dentro de sus casas.

123
Nosotros por suerte vivíamos dentro del gueto, esto permitió que
nuestro almacén de alimentos nos sirviera para alimentarnos y para
alimentar a otros más. Comenzó la puesta de la Concordia, así se
llamaba la Maguén David, la estrella de David que debíamos tener
pegada en nuestra ropa. Fue un año y medio que nos tuvieron presos
en el gueto.
El que luego fue mi esposo, se llamaba Raul Saias, venía de una de
las familias más ricas de Grecia. Era noticia pública que antes de la
invasión de los alemanes, su familia era la que más impuestos pagaba
en toda Grecia. El se había podido escapar del control de los alemanes,
vivía fuera del gueto en la casa de unos católicos que por un precio
determinado lo mantenían.
Los padres de Raul estaban con nosotros dentro del gueto, cada vez
que podían le hacían llegar una esquela con la petición de se viniera al
gueto, que no existía peligro alguno dentro de él. Esa noche luego de
tener seis meses sin ver a sus padres, por fin, decide entrar de visita
para verlos, para estar con ellos. Esa misma noche a las dos de la
madrugada, los alemanes entran al gueto y nos recogen a los judíos,
nos dicen que vamos a ser llevados a Polonia por seis meses. Camiones
y camiones, estaban a la puerta del gueto cargando a la gente. Los
padres de Raul se sentían culpables de haber metido a su hijo a última
hora al gueto, no se podrían perdonar en la vida si algo le llegase a
ocurrir a su hijo, a su único hijo que siguiendo los deseos amorosos
pero inconscientes de sus padres obedeció aún a costa del riesgo.
Como ya les dije en el sector que los alemanes escogieron como
sitio para establecer el gueto, habían ya instaladas ciertas familias,
algunas de ellas ni siquiera eran judías pero ahí permanecieron. La
mamá de Raul se dirigió a una señora solterona que vivía cerca de ella,
le llevó una gran cantidad de joyas que había logrado salvar y se las
ofreció a cambio de ocultara a su hijo. Esta señora aceptó, pero una
vecina no judía la denunció con los alemanes de que ella estaba
ocultando a un joven judío. Una patrulla de alemanes fue hasta su casa
a verificar la denuncia. La señora les hizo pasar y les abrió todas las
puertas de su casa menos la de una habitación. Esto lo realizó de una
manera magistral, despertando a propósito todo tipo de sospechas. Los
alemanes, habían notado que esa puerta no había sido abierta. Al no
encontrar evidencias del joven y quedando solamente un cuarto sin
chequear, la conminaron a abrirlo y dejar ver que ocultaba en él. Ella
les decía que en ese cuarto tenía a su pobre hijita enferma de tifus, que
estaba sumamente grave y no quería que infectara a los demás, pero
que si ellos ordenaban, les abriría la puerta.
Por supuesto que la obligaron a abrir. Pero era bien sabido, que los
alemanes eran o alérgicos o simplemente se asustaban del incienso, les
temían. La señora había encendido todo el incienso que tenía en su
casa, dentro de esa habitación, al abrir la puerta fue tal el olor, la
fetidez a incienso además del gran temor ocasionado con el cuento de

124
la hijita enferma, que los alemanes, no se quedaron a averiguar,
ordenaron cerrar rápidamente la puerta y con las mismas se
marcharon, volaron. Así se salvó Raul, días después salió del gueto y se
fue a pelear con los partisanos a las montañas y ahí permaneció hasta
el fin de la guerra. Raul no quiso inscribirse en el partido comunista, en
el tiempo en que peleó con los terroristas fue puesto preso por no
compartir sus ideas, luego fue liberado por ser el único que hablaba
perfectamente el Ingles. Había estudiado en Londres y sus
conocimientos eran para la época y el lugar, claves necesarias para
recibir apoyo y mantener contacto con los ingleses y luego los
Americanos. Cuando finaliza la guerra y yo regreso de los campos de
concentración, nos casamos, pero el odio de los terroristas, seguía vivo,
no le perdonaban sus ideas. Nos fuimos a Los Angeles.
Al sacarnos los alemanes del gueto, nos llevaron a un barrio
llamado Barón Hirsh, que quedaba cerca de la estación de trenes. Esto
fue ocho días antes de Pesaj, (festividad judía en memoria de la salida
del pueblo judío de Egipto. La celebración del cambio de la esclavitud al
salto de la libertad), cada familia tenía en su bolso o equipaje las
galletas tradicionales de la festividad, (matza) es un pan ácimo, sin
levadura para que no fermente, en recuerdo de los cuarenta años que
atravesó el pueblo judío por el desierto. Durante la travesía no se
detenían lo suficiente como para dejar que la levadura subiese, es por
este motivo que durante Pesaj, el pueblo judío de todo el mundo
rememora la travesía del desierto siguiendo la costumbre de comer
durante ocho días en vez de pan, galleta sin levadura, matza.
Un día si y otro no salía un tren cargado con 3.500 judíos rumbo a
Polonia. Usaban los vagones para transporte de animales. Metían a 100
personas por vagón, estábamos de pié, no había sitio para sentarse, en
un rincón del vagón había un agujero pequeño para hacer las
necesidades, pero los que estaban del otro lado del vagón no podían
llegar a él. El viaje duró 6 días y 6 noches. No voy a repetir el
sufrimiento que pasamos, sé que muchos de los sobrevivientes pasaron
por algo similar y habrán detallado sus experiencias. Las mías dentro
del tren, con mi querida madre, mi hermanita, mi hermano, mis abuelos
y mis tíos, sólo Dios las sabe.
El tren no se paró hasta llegar a su destino. Calculo que llegamos
entre las diez y diez y media de la noche. Salimos de Salónica el día 05
de abril de 1.943 y llegamos el día 11 del mismo mes a Birkenau.
Habían muchos camiones, nos dijeron que debíamos de dejarlo todo,
que no tocáramos nuestras cosas. De inmediato, nos hicieron formar
filas. Sacaban a 500 muchachos y a 300 muchachas, los demás los
mandaban a montar a los camiones. Suben a los camiones, mis tíos y
demás familiares, mi madre al verse arriba, piensa que lo mejor para
nosotros es el subir con ella y mis tíos. Nos grita que subamos para que
no nos separáramos. Le hago caso, subo al camión y trato de hacer
subir a mi hermana, un soldado alemán, me vio y me sacó del camión.

125
Los mismos alemanes que se ocupaban de quitarnos la vida, ese día
me otorgaban junto con mi hermana un pasaporte para vivir por un
tiempo más. El destino hacía juegos macabros con la gente. Los míos
fueron despachados hacia las cámaras de gas y luego a los
crematorios, con ellos no hubo despedidas, no nos permitieron
quedarnos con el consuelo de una leve despedida, de un abrazo fugaz.
No éramos considerados gentes, su maquinaria asesina no se podía
detener, no había sentimientos ni había humanidad.
Los escogidos subimos a otros camiones, nos llevan al campo de
exterminio de Birkenau, nos meten en una barraca. Nos van a tatuar.
Esto se hacía de una manera sumamente dolorosa. Imagínense el
temor de ir al médico para que les pongan un inyección en el brazo. Es
una sensación de temor, ahora piensen que con agujas mucho más
largas que las de una inyectadora, sin ningún tipo de anestesias, nos
pinchaban hasta terminar de grabar en nuestra piel el número que nos
había sido asignado. Recuerdo con mucha tristeza a la primera joven
del grupo, con el primer pinchazo comenzó a gritar. La golpiza que
recibió fue mortal, ya ninguna volvió a quejarse del dolor. Supimos en
ese momento que a esta gente no le importábamos nada. A mí me
grabaron el número 40595 y a mi hermana Dora 40596.
Toman una cantidad limitada y nos meten a un cuarto, mi hermana
queda afuera, la oigo gritar, pero no puedo hacer nada, las puertas
están cerradas y yo no las puedo abrir. Nos cortaron el pelo a todas,
luego nos dieron un baño de vapor, el frío era indescriptible. Desde que
llegamos todo estaba cubierto de nieve, además que el mismo
desconocimiento nos acrecentaba el temor y éste a su vez se revertía
en más frío, temblábamos de miedo y de frío, de frío y de miedo.
Pasado el baño de vapor, esperé a ver si podía reencontrar a mi
hermana, nos habían empujado hacia una sala grande donde
estábamos todas las mujeres griegas, todas éramos judías. Al pasar
uno minutos sale el próximo grupo, ahí viéndolas, empiezo a gritar el
nombre de mi hermana, ¡Dora! ¡Dora !, ella se acerca pero ya no me
reconoce, estamos calvas, comienza a llorar, le grito que no llore que
no haga gestos, que nos pueden castigar por ello y sería mucho peor.
Al terminar de pelar y bañar a las trescientas mujeres, nos meten en un
bloque, el bloque número 26. Nos dijeron que estábamos en
cuarentena. De repente sentía frío, calor, no podía hablar, tenía una
especie de nudo en la garganta. Mi inconsciente sabía lo que mi
consciente desconocía. En la mañana, me asomé por una de las
ventanas y vi a unas mujeres, por lo que pude oír, eran francesas. Les
pregunté si ellas sabían a dónde estarían nuestras madres, si las
podríamos volver a ver. Su respuesta nos hizo pensar de que estaban
locas, que el encierro, los baños de vapor, el corte de pelo, el viaje que
también ellas deberían de haber hecho en tren, sin comidas, sin
atenciones las habían trastornados. No podía ser de otra manera. De la
manera más increíble recibimos sus contestaciones. Decían. ¿Ustedes

126
no están oliendo a carne quemada?, se fijan en ese humo. ¡Ahí las
están quemando!. Como único consuelo pensamos que estaban locas.
No podía ser posible lo que nos estaban diciendo. No era ni lógico ni
natural, que si nos quisieran matar, nos tuvieran que traer desde tan
lejos, con un costo tal alto, solo para matarnos al llegar. No, no, no lo
podía creer, no lo quería aceptar.
Empezamos a trabajar, la cuarentena apenas duró tres días.
Nuestro primer trabajo fue el de terminar de tumbar edificios en ruinas,
luego nos tocó hacer y limpiar calles, drenábamos los ríos, limpiábamos
las montañas. Los alemanes tenían sus perros amaestrados y la
custodia era imposible de evadir. En una oportunidad requerían
costureras y así mi hermana y yo comenzamos en la costura. cosíamos
paracaídas. El trabajo que ejecutábamos antes, no era para mujeres, no
podíamos con nuestras manos, ni con nuestros pies, no estábamos
acostumbradas a las labores de hombres, de recoger piedras, tumbar
árboles y cargar otras cosas pesadas. Pero el coser ya no era un
castigo, a eso sí estábamos acostumbradas, las horas las pasábamos
sin darnos cuenta, no era la primera vez que trabajábamos tan duro. En
algunas épocas cuando el trabajo lo había requerido tanto mi hermana,
como mi madre o yo, trabajábamos más.
A nosotras nos cuidaban unas mujeres judías llamadas capos. Estas
eran responsables ante los alemanes de nuestro trabajo. Había una
capo checoslovaca, que me quería mucho, me había tomado un gran
cariño y en varias oportunidades lo demostró al arriesgar su propia
vida. Una o dos veces por semana hacían selección en las barracas,
todas aquellas mujeres, enfermas, incapacitadas o muy débiles, eran
seleccionadas, anotaban sus números y luego las recogían para
mandarlas a las cámaras de gas y después a los crematorios. En una
oportunidad me enfermé de psoriasis, por falta de medicinas y
tratamientos, me llené de huecos todo el cuerpo, mis poros expelían
pus, de no ser por la amiga capo, que en la primera selección me
ocultó. No podría contarles esto hoy.
Mi enfermedad, me podía costar la vida, la capo se llamaba
Anusneni, me consta que hizo de todo por ayudarme, no descansó
hasta verme curada. Un día me trajo una botellita con cierto
medicamento, para que me lo untara, el remedio hizo su efecto, a la
otra selección ya no se notaba mi enfermedad, luego me curó por
completo. Esta mujer se comportó conmigo como una verdadera
madre. Dios la tenga en su gloria.
Estaba un día cosiendo, cuando un hombre vino a arreglar las
máquinas de coser. Le dije que tenía en el campo a mi hermano,
llamado Gabriel Calderón, me dijo que lo conocía, le pedí que lo trajera
la próxima vez que viniera, sabia que Anusneni me ayudaría. Al otro
día vino con mi hermano, teníamos cinco meses sin vernos, sin saber
nada el uno del otro y ahí estaba, varios milagros se me dieron durante
mi estadía en Birkenau, el poder saber de mi hermano y el encontrarlo

127
apenas un día después de haberlo solicitado eran situaciones difíciles,
paranormales. De alguna manera alguien nos compensaba el daño, el
dolor, la soledad. Hablamos, nos tocamos. Mi hermano hacía como si
estuviera reparando la máquina, no levantamos sospecha, con sólo
sentir su piel me transmitió todo el pesar que tenía, su rostro emanaba
amor, se sentía solo, nos daba a todas por muertas y este reencuentro
tanto para él como para mí fue una inyección de ánimos, de
esperanzas. Sabía del fin de mi madre y de los nuestros, preguntó por
mi hermanita Dora, le dije que estaba bien que estaba en el campo en
otro bloque, pero que se encontraba sana y salva.
Hicimos arreglos y un mes después, nos encontramos los tres
hermanos juntos, ésto si que fue otro verdadero milagro. Dios nos
compensaba un poco nuestro dolor. Nuestros corazones estaban
henchidos de gozo. La despedida que nunca tuvimos con nuestra
madre, nos dejó un vacío, el encuentro con mis hermanos lo puedo
describir como la llegada al cielo, respirábamos una paz espiritual
indescriptible, pocas fueron las palabras que emitimos, pero mucho los
sentimientos que irradiamos y más los recuerdos gratos que por
siempre quedan grabados en mi mente.
Por disposición de una nueva capo, me sacan de la costura, me
encargan el trabajo de separar las ropas. En una barraca de las más
grandes, tenían toda la ropa de los prisioneros, ésta era
minuciosamente chequeada por si tenía prendas de valor escondida o
dinero. De haber algo era inmediatamente entregado a los capos y
éstos a su vez a los alemanes. Imagínense montañas y montañas de
todo tipo de ropa, abrigos, faldas, vestidos, blusas, los zapatos, las
carteras, las maletas y los bolsos los tenían en otro bloque, era algo
monstruoso, maligno, impresionante, si nos ponemos a pensar que ese
bloque sólo tenía las ropas de las mujeres y de los niños y si cada ropita
significaba la pérdida de un niño o niña, a la vez que cada falda
representaba a una madre sacrificada en aras de nada, de un
desenfreno de un castigo injusto. Si lo logran imaginar, lloraran como
lo hice yo antes cuando lo vi por primera vez y ahora al recordarlo.
Cientos de miles de personas estaban representadas por sus ropas,
cientos de miles de judíos ya no estarían más para cuidar a sus seres
queridos. Esto es cuando magnifico lo que vi, cuando matemáticamente
calculamos con cifras, pero cuando detallamos, cuando nos reducimos
a nuestro pequeño mundo, las cosas se agravan, vemos a los demás y
nos olvidamos de los nuestros. Pense en cada momento encontrar las
ropas de mi madre, siempre temí que pudiera suceder, pero la suerte
me acompañó, nunca la encontré. Sufrí algo menos.
Indiscutiblemente que la suerte fue el factor clave para la mayoría
de los sobrevivientes, el vivir un día más o ser seleccionado para la
muerte ese mismo día era algo que sólo decidían los alemanes. Pero el
estar en mejores o peores condiciones por falta de alimentación, a
veces dependía de la astucia y el atrevimiento de los presos. En el

128
bloque, yo, era la líder, todas me respetaban, todas me hacían caso y
de alguna manera me convertí para muchas de ellas como la madre
que no tenían.
Cuando comencé a traerles comida, me endiosaron, pero la verdad
es que mucho antes de que esto pasara, las mujeres ya me querían,
ahora me adoraban. No se olviden que luego de un día de trabajo de
esclavos, se requiere de una dosis de alimentos extra, para poder al
otro día poseer la energía necesaria para poder volver a reventarse
trabajando. En el campo no creían en esta ley de compensación, ellos la
resolvían eliminando al debilitado y sustituyéndolo por uno nuevo, para
ellos eso era mucho más simple y por supuesto además de barato esos
eran sus fines. Acabar con nosotros.
Mi trabajo de costura me dio cierta popularidad dentro del campo
con las alemanas. Estas algunas veces se hacían la vista gorda, me
permitían pequeñas cosas. Pero en una oportunidad muy triste para mí,
ahora me doy cuenta que sí me daban un trato deferente, que de
alguna manera había dejado de ser para ellas un objeto, fue todo lo
contrario, por no perjudicarme se expusieron. De nuevo nos damos
cuenta que la dedicación que nuestros padres tuvieron con nosotros
siempre a la larga recompensa con creces los esfuerzos. La paciencia
de mi madre al enseñarme a coser en tiempos en que cada segundo
perdido para ella era de vital importancia, lograron de nuevo salvar mi
vida. Nunca te lo pude decir, pero hoy, que escribo para la eternidad,
quiero dejar constancia de mi personal agradecimiento y de las muchas
mujeres griegas que gracias a ti, madre, lograron salvarse.
Un día me entero sin querer por boca de una alemana, que iban a
poner en la tarde la orden del Bloque Spere, (toque de queda) tenían
a 5.000 muchachas griegas en el bloque 14 y las iban a llevar al
crematorio. Inmediatamente pensé en mi hermana Dora. Mi instinto me
decía que ella sería una de ellas. A sabiendas que durante el toque de
queda no se podía salir de los bloques, a riesgo de ser fusilada por las
alemanas que estaban en las torretas de vigilancia, algo de lo que en
repetidas oportunidades fui testigo. Tomé una decisión, no quería
seguir viviendo sola, si ella moriría ese día, yo también. Acababan de
darnos nuestra porción de comida para la cena, aún la mantenía sin
comerla y me propuse primero que nada dársela a mi hermana que
seguramente la necesitaba más que yo. Me despedí rápidamente de
mis compañeras, todas me pidieron que no lo hiciera, pero ya mi
decisión había sido tomada, salí y detrás de mí una de las muchachas
en demostración de solidaridad, me acompañó.
Al llegar a la primera torreta de vigilancia, la que estaba de guardia
me gritó que me devolviera a mi bloque que de no hacerlo me
dispararía, a todo pulmón le dije que iba a ver a mi hermana al bloque
14, que la iban a matar y que quería morir con ella. Viendo que mi
decisión de continuar no cambiaría, y por haberme reconocido desde el
primer momento, no quiso responsabilizarse con mi muerte,

129
habiéndome tratado, de alguna manera, me consideraba conocida, no
quiso mancharse, ni sus manos ni su mente con mi muerte. Me dejó
pasar, pero me advirtió que en la próxima torreta de vigilancia, no se
me permitiría seguir con vida, me decía que la otra sí me dispararía a
matar. Pasé una, otra y otra torreta, ninguna gracias a Dios y a mi
madre, nos disparó, logré llegar hasta el bloque 14. Al irme acercando
sentí los llantos, los quejidos, se respiraba dolor.
No creo que puedan imaginarse el cuadro, cinco mil jóvenes
muchachas, a sabiendas que esa noche serían asesinadas. Cinco mil
seres humanos con sus angustias, imposibilitadas de hacer o de decir
cualquier cosa. Ninguna tuvo el tiempo, ni la oportunidad de poder
despedirse de sus pocos seres queridos que aún les quedaban vivos.
Ninguna podría transmitir al mundo su historia, ninguna gestaría una
nueva vida, ninguna recibiría un simple consuelo en un momento tan
fuerte y delicado como el que les tocaba vivir. Al acercarme un poco
más, las veo a través de la ventana, todas estaban completamente
desnudas, éste era el método para hacerlas sentir con vergüenza, para
evitar que trataran de escaparse y por supuesto para que no tuvieran
medios de combatir el frío. Un método masoquista, infernal,
infrahumano y desquiciado.
Comencé a llamarla, grité su nombre repetidas veces, parecía una
especie de eco, la muchachas me ayudaban en la búsqueda de mi
hermana, ellas también gritaron su nombre. Dora no aparecía, eran
momentos de nervios, mi cuerpo se retorcía de angustia. Eran tantas
las mujeres en el bloque, que para poder llegar a la puerta, Dora tuvo
que saltar entre ellas, las otras la ayudaban para que pudiera
acercarse, todas se quejaban como si de mi dependiese el que las
liberaran o quién sabe qué.
Por fin luego de unos minutos que parecían interminables, la veo,
ella se cubría sus partes, su desnudez la avergonzaba, su cuerpo
estaba marchito por la falta de alimentación, no era ni la estampa de lo
fue, en verdad Birkenau acababa con las personas mucho antes de
matarlas. Lo primero que me preguntó mi hermana fue Alegre, "¿por
qué viniste?". le dije que de morir, moriríamos ambas, me dijo: "¡tú, no
morirás!, vivirás para contarle a la gente, lo que nos hicieron". Con
lágrimas en los ojos me acerqué a ella, le ofrecí mi ración de comida,
que llevaba aún sin probar, me dijo, "no, a mi no me servirá para nada,
tu sí la vas a necesitar, tu debes de vivir", me mandó besos, rezó por
mí y me pidió que velara por nuestro hermano Gabriel.
El tiempo que pasamos juntas quizás fueron de unos escasos
minutos, pero los sentí como toda una eternidad, estábamos rodeadas
de miles de muchachas, nos vigilaban las alemanas, me acompañaba la
muchacha griega que se me unió en el momento en que decidí
arriesgarme, acabar con el suplicio. pero con todo y eso, nos sentimos
solas, acompañadas, pero solas, daba la impresión de que éramos las
únicas en el mundo. Nada ni nadie podría estropear nuestra despedida.

130
Luego de verla, de hablar con ella y siguiendo sus consejos, me sentí
mejor, me di plena cuenta que nuestra familia entera no podría
desaparecer sin tratar de sobrevivir, mi madre no había luchado tanto
en la vida como para que yo me rindiese tan fácilmente. Con gran
dolor, sabiéndome satisfecha de haber tratado y logrado en encontrar a
mi hermana, viendo que mi destino de alguna manera no me había
signado ese día como el día final, me regresé con mi amiga a nuestro
bloque. Sé que muchos de los que estuvieron en Birkenau pondrán en
duda lo que les acabo de contar, pero mi edad, el tema y el momento
de mi vida en que me encuentro son testigos de lo que digo. Es más,
ese mismo día, de la misma manera en que nos fue permitido
tácitamente el paso hasta el bloque 14, tal cual pudimos retornar a mi
bloque el número 26.
Como ya les dije, cosas increíbles, nos pasaron dentro del campo,
unas tras otras, pero debo de mencionarles que al otro día de estar con
mi hermana, yendo a trabajar, con un pesar y un dolor inimaginable,
toda compungida, veo pasar a un camión lleno de mujeres, luego otro y
otro y al detallar, veo a mi hermana, la llevaban para los crematorios.
Alguien quería hacerme sentir con más fuerza mi impotencia, la
imaginación de lo que le pudiera pasar, ya no era suficiente, debía de
verla en su ruta final a la muerte.
Lloré, le pedí a Dios por ella, le supliqué que no sintiera dolor.
Mientras tanto, me sentí sola, desamparada. Hoy me consuela, que al
haberle hecho caso y al no rendirme, logré formar una familia. Veo
descendientes, a mi hijo y a mis nietos, sé que vendrán generaciones
futuras. La raíz seré yo, pero la voluntad, el deseo de vivir y el amor se
lo deberán a mi querida e inolvidable hermanita Dora.
La llamada vida era sumamente fuerte, a las tres de la madrugada
nos hacían levantar. Debíamos de estar firmes para el momento del
Appel (la cuenta) que era a eso de las cinco de la mañana. En invierno
era todo un martirio. La cama, era una litera de dos pisos que
compartíamos con otras tres personas más, dormíamos cruzadas, dos
hacia una posición y las otras dos a la posición contraria. Cuando los
alemanes se comenzaron a ver perdidos, trataron de borrar toda
huella, de acabar rápidamente con los testigos. Los hornos trabajaron
siempre las 24 horas, pero las mangas de humo si denotaban
diferencias. Las alturas a que llegaban últimamente, no la había visto
nunca. Y en concordancia con esto, últimamente con la cantidad de
nuevas presas, nos obligaron a compartir con diez mujeres más
nuestras literas, la expresión que más se ajusta a esta descripción es la
de que parecíamos sardinas en lata. Cuando alguna quería cambiar de
posición durante la noche, todas, debíamos de despertarnos y ponernos
de acuerdo, de que hacia que lado giraríamos. Daba la impresión de
que estuviéramos acompasadas.
Comienzos de abril de 1.945, los rusos en el desmoronamiento de
las fuerzas alemanas, arremeten poco a poco en suelo Polaco, se

131
vislumbran rayos de libertad, se avizoran nuevos horizontes, se
desencadena mi última desgracia personal el los campos de
concentración. En la medida que se ven perdidos, los alemanes en su
cobardía y conscientes de los crímenes cometidos, temiendo ser
juzgados y sentenciados fácilmente por la cantidad de testigos
dispuestos a denunciar, a declarar y tal vez a tomar venganza, deciden
acabar con ellos.
Mi hermano Gabriel, que había podido superar los tropiezos, las
penurias y soportar los castigos además del dolor y del hambre, es
fusilado con muchos otros judíos, para cubrir sus espaldas, para
enterrar su temor. Ahora, si que ya no me quedaba nadie en el campo,
me los habían exterminado a todos, ¿que sería de mí?. Pensar en
libertad a corto plazo, no veía futuro, no me imaginaba que podría
hacer. Lloré por Gabriel, había llegado tan lejos, había pasado tanto, y
ahora que por fin se acercaban los que nos podrían liberar, por ese
mismo motivo y por lo que supuestamente debería de disfrutar de
libertad, le tocó morir, analicé las injusticias de la vida y lloré por mí.
Una noche en Birkenau, nos reúnen en la plaza grande, 4 valientes
muchachas habían metido municiones y se las lograron pasar a los
hombres. Esa noche volaron uno de los crematorios. Como ejemplo las
ahorcaron delante de nosotros. Pero para agravar más la situación, las
personas que se encargaban de ahorcar a las jóvenes, eran judías, que
tristeza, éramos nosotros, matándonos a nosotros mismos. Los
alemanes gozaban con cosas como estas, nosotros sufríamos
doblemente por los ajusticiados y los ajusticiadores.
En otra oportunidad una muchacha sencilla y con un aire de bondad
muy especial le había caído bien a un soldado alemán, éste pensando
en ayudarla, la vistió y en la noche la logró sacar del campo sin ser
vistos, su intención fue de ayudarla a escapar de la muerte
únicamente, apenas salieron, dicen que le dio dinero y la facilitó para
su posterior fuga. Al echarla de menos en el momento del conteo en la
mañana, se originó una verdadera casería en su contra. Los alemanes
no descansaron hasta lograr apresarla, en pocas semanas fue
apresada. La descubrieron en Bruselas. Cuando llegó al campo, la
traían jalada por los pelos. Los alemanes nos demostraban su rabia y
anunciaban su futura pena, su castigo decían, que sería la mandarían
al crematorio viva, para que sirviera de escarmiento. En el momento en
que alardeaban de lo que le harían, la muchacha sacó una hojilla de
afeitar y se hizo un corte muy profundo en ambas manos, se desangró.
No dejó que los alemanes se salieran con las suyas. Esto de alguna
manera les molestó de una manera desproporcionada.
En el mes de octubre de 1.944 nos sacan de Birkenau, nos montan
en trenes y por tres días con sus noches nos llevan a un nuevo destino.
Sabemos que no habrá mejoras, el viaje fue apresurado, se sentía el
desmoronamiento de los alemanes, nos llevaron sin darnos comida ni
bebida. por fin llegamos a Alemania. No llevaron a un distrito, era un

132
terreno muy grande, para describirlo mejor diría que estábamos en un
desierto lleno de tiendas de campaña. Nos formaron en grupos de
doscientas y nos metieron en las tiendas. Al otro día se desató un
vendaval, se formó un tornado. Comenzó una lluvia infernal, después
vientos descomunales. Acostadas todas en el suelo nos agarrábamos
de las manos las unas a las otras. Nos dejaron sin comida por tres días
consecutivos. Cuando se calmó el vendaval, aparecieron de nuevo los
alemanes. Estábamos en Bergen Belsen.
En Bergen Belsen nos hacían dormir a 8 personas por literas, cuatro
en cada piso. Teníamos un consuelo, no había crematorios, tampoco
había trabajo, nos daban de beber, agua de rábano, de comer pan y
una vez a la semana Shulague (los miércoles, una porción extra).
Algunas de las alemanas tenían sus casitas alrededor del campo. Les
dije que yo sabía coser, le ofrecí fabricarle lo que necesitase, una falda,
una blusa, una cortina para su casa, en fin lo que ella requiriera, a
cambio de un pedazo de pan. Puedo decirles que tuve mucha suerte,
porque a la primera que le ofrecí mis servicios me lo aceptó, de no
haberlo hecho, tal vez no me hubiera permitido seguir viviendo. La
verdad es que lo pensé durante un tiempo antes de atreverme, pero
basada en la coquetería femenina, la cual supuse igual en nuestro caso
como en la de las alemanas, fue lo que me impulsó a hablarle. Además,
hoy hablamos de corrupción como vocablo nuevo, no, no es verdad, en
los años cuarenta, me salvé de la cárcel al negociar mi libertad por
comida. Pero si vamos a los tiempos bíblicos encontramos que por un
simple plato de habichuelas, un hermano le vendió al otro su
primogenitura. Si es verdad que luego Esav se arrepintió y trató de
matar a su hermano Isaac y que éste a su vez tuvo que escaparse y
esconderse por muchos años. Pero la corrupción estaba ahí presente, al
igual que en Bergen Belsen.
Terminada mi labor en la casa de la que le tocara el turno, tenía
casi una especie de lista de a quién le cosería primero. Siempre recibí
comida suficiente, la forma de tratarme dentro de su casa era otra, en
verdad era tratada como una costurera, hasta un deje de respeto se
notaba cuando me hablaban. El plato de comida que me daban luego
de mi labor, no tenía nada que ver con el que recibía a la hora del
almuerzo o luego en la merienda. Me sentía millonaria, volvía al campo
y ese día era toda una fiesta, compartía con mis compañeras, todas
griegas y judías, la comida, ésta ayudó en muchos casos a recuperar la
salud de algunas.
Después de que la primera me permitió que le cosiera cosas para
ella, las cosas fueron mucho más fáciles, las demás al enterarse,
vinieron a solicitar mi trabajo, eso me permitió salir en algunas
oportunidades del campo y pasarme el día entero en la casa de una o
de otra de las soldados alemanes, cosiéndoles nuevas cortinas, o la
ropa que se me exigiera. Los alemanes en bloque, o sea cuando están
juntos con alguna orden específica, son una especie de máquina,

133
adolecen de sentimientos, carecen de sensibilidad, pero a mí que me
tocó estar en varias de las casas de ellas en Bergen Belsen, me consta
que cuando se les permite convertirse en seres pensantes, son de
nuevo casi humanos.
15 de abril de 1.945, era un día domingo, iba a la toma de agua
para recoger un poco de agua, era como una especie de oasis en el
desierto. De repente, veo unos tanques, me fijo y logro ver que son
ingleses, suelto el cubo de agua y salgo corriendo a la parte interna del
campo. Las mujeres al verme agitada y corriendo, me gritan ¿que te
pasa? ¿que sucede?, le digo que los ingleses estaban dentro del campo,
empezaron a llorar, todas pensaron que estaba loca, se asustaron,
temieron por su suministro de comida extra.
Entré y les expliqué que no me pasaba nada, que en verdad venían
los ingleses, que la guerra estaba por terminar. Durante mi explicación
un jeep con un oficial y con una enfermera, atravesó y entró en el
campo, todas las mujeres salimos a ver la novedad. En eso los soldados
que estaban en las torretas de vigilancia, empiezan a disparar y a
matar a las pobres mujeres indefensas, no atacaron al jeep, la justicia
seguía siendo ciega, al fuerte lo dejaron pasear irresponsablemente por
todo el campo, la venganza era contra nosotras, esa mañana vi matar a
miles de mujeres.
El ingles empezó a gritar luego de su incursión alocada y fue luego
del costo de miles de vidas de inocentes que empezaron a hacer las
cosas bien. Varios camiones llenos de soldados intervienen en el asalto
e inmediatamente los alemanes se rinden, deponen sus armas y se
rinden. Al otro día traen camiones y camiones con alemanes para que
ellos se encarguen de cargar a los muertos. En ese momento, somos
nosotros los que mandamos y los alemanes los que obedecen, la
historia nos da unos días de disfrute, de venganza, nunca nos creímos
que los hechos que vivimos podrían pasar. Los ingleses no permitían
que tomáramos venganza, eran prisioneros, les ordenaban hacer los
trabajos sucios, pero les protegían sus vidas.
Al igual que el primer oficial se equivocó al entrar al campo sin
demostrar la fuerza que lo acompañaba, de la misma manera los
demás oficiales que participaron en la liberación de Bergen Belsen
también cometieron errores imperdonables y que costaron muchas
vidas humanas. Su inexperiencia, su improvisación fueron causantes de
miles de muertes. Se dice muy fácilmente, pero estamos hablando de
seres humanos que habían pasado años de penurias, en vez de gozar
de una libertad bien merecida, fueron ayudados a morir por simple y
pura negligencia. Luego de más de dos años de hambruna, los ingleses
les dieron todo tipo de alimentos, de golosinas, a una gran mayoría los
agarró una disentería y como moscas murieron.
Pasados tres o cuatro días de la liberación, los ingleses llegaron con
muchos camiones y nos obligaron a subir a ellos rápidamente, se
habían enterado que el campo estaba dinamitado, sabían por los

134
mismos alemanes que tenían presos que explotaría de un momento a
otro. Así fue, explotó, de ahí nos llevaron a otro sitio, a las barracas en
donde dormían los soldados y los oficiales alemanes, esto, ya era otra
cosa. Permanecimos desde abril hasta mediados del mes de junio de
1.945.
Un oficial ingles, que hablaba francés, nos pregunta a cada una la
nacionalidad y nos pide que le informemos a que país queremos
retornar. Me toca pensar, ¿a Siria?, no tenía noticias de mi hermana,
además, para mí era un país extraño con un idioma extraño y con una
religión extraña, que podría yo hacer en esas condiciones. ¿a Grecia? a
¿Salónica?, toda mi familia había sido exterminada, todas nuestras
propiedades nos habían sido quitadas, todas nuestras amistades
corrieron la misma o peor suerte que la nuestra, la decisión me era
muy difícil, opté por mi país, sabía el idioma, la idiosincrasia y por lo
menos tenía experiencia que demostraba que podía ser capaz de auto
mantenerme. Todo era incierto, todo era arriesgado, mi cuerpo
debilitado al igual que mi mente, no me ayudaban. Decidí por lo mío,
por lo conocido, le dije que quería ir a Salónica.
A las dos de la mañana nos informan que debíamos de partir las
griegas esa misma madrugada, que iríamos vía Holanda y luego nos
despacharían en barco a Grecia. Salimos ese mismo día, para eso los
ingleses si sabían hacer honor a la puntualidad, nada los detuvo, nos
despacharon como les había sido ordenado. En la vía a Holanda,
nuestra parada fue Bruselas, donde estuvimos toda una semana y
luego un mes en Holanda. Embarcamos, la travesía, los mareos, la
llegada. No fue un recibimiento caluroso, llegamos en momentos en
que Grecia estaba en una guerra civil. Recibí una carta de mi hermana
diciendo que había recibido noticias mías, me convidaba a que me
fuera a vivir con ella a Siria, la historia se repetía. Para ese entonces
me había enamorado de Raul, les escribí de mis planes, mi cuñado no
había esperado respuesta a su carta, en el primer barco que venía de
Siria se embarcó para recogerme, el llegó a Salónica un lunes, venía
con la intención de llevarme con ellos, pero al no esperar por mi
respuesta, no se pudo enterar que nosotros nos habíamos casado el día
anterior a su llegada, así que luego de saludarnos , de preguntarme por
cada uno de los nuestros y de felicitarnos por nuestra boda, se tuvo
que regresar solo.
Nos casamos en Salónica, tuvimos un solo hijo. La situación en
Grecia no mejoraba, los partisanos no le perdonaban a mi esposo el no
aceptar las ideas comunistas. El Holocausto, no había sido suficiente,
en nuestro país éramos perseguidos, ya no por judíos, sino por
contrariar con sus ideas. Nos hartamos, no queríamos seguir viviendo
en donde no nos sintiéramos a gusto, donde nuestro hijo no pudiera
sentir orgullo el día de mañana. Hablamos con nuestro tío León Levy en
Los Angeles y éste nos ayudó con la documentación para poder ir a los
Estados Unidos. Llegamos, nos establecimos, recibimos todo tipo de

135
apoyo, pero mi esposo no logró adaptarse a la mentalidad americana,
veníamos de un país donde el patriarcado era el eje motor de la familia,
la bodega de la esquina se podía visitar a pié, las distancias jamás eran
motivos como para evadir una reunión, una fiesta o simplemente una
visita. Para mi esposo el cambio era demasiado, quería irse a vivir a
Italia. Mi hermana Poline se había residenciado en Venezuela, con un
océano de por medio, era muy difícil que nos volviéramos a ver. La
guerra nos apartó por muchos años, la paz debería de unirnos. Hablé
con Raul y por tratar de complacerme se fue a Venezuela, a ver si se
podría adaptar.
No habían pasado ni treinta días de su llegada, ya nos mandó a
buscar, Venezuela era para el un paraíso, estaba enamorado de su
flora, de su fauna, de la idiosincrasia de su gente, de la libertad, la
seguridad, de todas las cosas y las gentes, además sabía que al vivir
cerca de mi hermana me complacÍa y eso para él era sumamente
importante. Raul me acompañó en este país por más de 15 años,
fueron años que compensaron con creces toda la tristeza de mi pasado.
El día de su muerte, fue despedido por miles de personas, su corazón
era tan grande que podía dar albergo a todo el que lo conociera, la
manifestación de dolor que me expresaba la gente, era sincera. Raul
vivió y murió, donde el escogió.
Han pasado cuarenta y ocho años desde el día que fui liberada en
Bergen Belsen, mi historia, no es ni pretendo que sea, la representativa
del dolor, ni de la pérdida de familias. Sé de muchas otras mujeres que
estuvieron con migo en los distintos campos de concentración y jamás
podrán contar sus historias. Nunca quise ni siquiera contarle a mi hijo
todo lo que pasamos, no quería herirlo. Sabía que lo haría sufrir por
algo a lo cual él además de ajeno, no debería de involucrarse. Creí, que
de no saber. no habría dolor. Pensé que lo que pasamos, no volvería a
suceder y por lo tanto debería enterrarlo con mis muertos. Pero no, no
podemos y no debemos olvidar. Resurgen generaciones con semillas
infectadas por la maldad, la crueldad y las ansias de matar. Nuestra
historia es patrimonio del pueblo judío, no me podría perdonar, el hacer
eco sordo de las palabras de mi hermana Dora en la víspera de su
muerte. "tu vivirás para contar la historia". Por ella, por mi madre, mi
familia y por los que murieron durante los años negros de la guerra y
de los alemanes, dejo esta historia como herencia al mundo.

FUENTE: ALEGRE CALDERON LEVY DE SAIAS

LWOW
Año de 1.914. Los rusos entran en Lopatín (conocida como Galitzia).
Polonia en esa época se encontraba bajo el Imperio Austro-Húngaro.
Toman como rehenes a varios jóvenes judíos para evitar que conspiren

136
y que posteriormente se reúnan para combatirlos. Por desgracia, uno
de los que tomaron como rehén fue mi padre. Luego todos fueron
llevados al Cuartel General para dejarlos bajo vigilancia. Los rusos
aunque eran en ese momento los invasores triunfadores, estaban
llenos de temores, su triunfo no era reflejado por el miedo que
denotaban sus caras. Van en el camino con los rehenes hacia su cuartel
general, cuando empiezan a escucharse tiroteos. Estos, asustados por
lo que pudiera estar sucediendo, no se ocupan de ver o de preguntar el
motivo de los disparos y en una gran demostración de miedo, liquidan a
todos y cada uno de los rehenes. Así, sin motivos, sin razones y sin
ninguna lógica, ese día teniendo yo escasamente un año de nacido y
con otros tres hermanos más, los rusos le quitan la vida a mi padre.
Me llamo Benek Jelinowski Hirschorn, tuve tres hermanos, un varón
y dos hembras; fui el menor de ellos, mi hermana Regina, la mayor,
nacida en 1.910, luego Herna en 1.911, mi hermano Moisés en 1.912 y
yo, en el mes de abril de 1.913. Mi madre se llamaba Mindel Bialopolski,
tenía yo escasos siete años cuando ella murió. Así, quedamos
huérfanos de padre y madre. Nuestra hermana mayor apenas contaba
con diez años de edad y mi hermanito hacía tres años que había
muerto por las fiebres.
Fuimos recogidos por mis tíos Rafael y Perl Distenfeld, quienes a su
vez tenían dos hijos: Bernardo dos años mayor que yo y Enrique, tres
años menor. Mi tío era un hombre bueno, trabajaba en una destilería
que producía aguardiente. Sus pocos ingresos más su gran deseo de no
desintegrar a la familia, eran suficientes para nuestra manutención y
cuidado. Se ocupó personalmente de que tanto sus hijos como
nosotros, estudiásemos. Los años que pasamos juntos, lograron de
alguna manera paliar la falta de amor, de cariño y la compañía de
nuestros padres. Nuestro tío Rafael, siempre trataba de demostrar que
nuestra carga no le era pesada, pero nosotros sabíamos que sí.
Después de los primeros cuatro años en su casa, mi hermana Regina
comenzó a trabajar como secretaria en una fábrica. Ella quería aliviarle
un poco el peso a mi tíos y además se había trazado como meta, que
yo, su hermano menor, siguiera y terminara mis estudios universitarios.
"La necesidad obliga", no es solamente un dicho. Para compensar
el sacrificio de los míos, me dediqué en cuerpo y alma a los estudios.
Logré ser reconocido como buen estudiante y esto me dio acceso y
posibilidades para preparar a otros alumnos y así comencé a producir y
a sufragar mis propios gastos.
Fui aceptado en la U.J.K. Universidad Jan Kazimierz y logré
titularme de abogado con honores en el año de 1.935. Mis últimos años
de estudiante de Derecho los pasé residenciado en la casa del Dr. Emil
Eckstein, también abogado. Con él, aprendí practicando desde su casa,
la que a su vez utilizaba como bufete. El Dr. Emil había quedado viudo
y con una hija de escasos 6 años; me encargó de su cuidado y de su

137
educación; servía de ayudante del abogado y de tutor de la niña, tenía
cama, comida y algún pequeño pago. Dentro de la universidad
preparaba a otros estudiantes, unos de mi mismo grado y otros de
cursos inferiores; esto ayudó a ir reduciendo nuestro agobio económico
familiar.
Ya en la universidad, notamos el antijudaísmo. Solamente los muy
afortunados y con excelentes notas de promedio tenían acceso a los
estudios, pero eso no era suficiente. Cuando nosotros, los pocos judíos
nos destacábamos más de la cuenta, era motivo como para que se
tomara venganza, llamaban a estudiantes del politécnico y éstos se
encargaban de golpearnos y vejarnos.
En nuestra ciudad de Lwow, también llamada Lemberg, éramos
más de 370.000 habitantes, divididos en tres partes casi iguales: unos
ciento veinte mil eran polacos, una cantidad muy similar, ucranianos y
nosotros los judíos, cerca de ciento treinta mil.
En Polonia se realizó poco antes de la guerra, una elección para la
escogencia de los miembros al Gobierno Nacional (Seyn); nuestra
ciudad tenía derecho a elegir 4 diputados. Las distintas comunidades
no se ponían de acuerdo para la escogencia de sus candidatos y los
judíos dieron una demostración de sentido común y de solidaridad; con
sus votos, lograron elegir a dos ciudadanos judíos de los cuatro
representantes por la ciudad de Lwow.
La elección fue motivo de discordia entre las distintas minorías.
Recuerdo que estando en clases, dos días después, miembros juveniles
del politécnico entraron en la universidad en actitud amenazante.
Llegaron a los salones de clases, pidieron a los profesores que se
salieran, que los dejaran solos con nosotros, formaron dos filas y a los
judíos nos obligaban a pasar por el medio de ella, mientras nos
golpeaban y vejaban a su plena libertad. Ninguno de los profesores se
opuso ni a la invasión ni a los subsiguientes abusos.
Esa misma noche se organizaron los polacos, empezaron los
pogroms, robaban los negocios de los judíos, luego los quemaban.
Primero el pillaje, el saqueo; luego el antisemistismo, como
sentimiento, como ideología. Cualquier judío encontrado en la calle era
golpeado sin motivo, hacían sentir su venganza por la vergüenza
nacional que tenían al haber perdido las elecciones contra los judíos de
Lwow.
Tuve varios alumnos durante mi vida de estudiante, uno de los
preferidos se llamaba Slavko Bakowicz; aún no siendo judío, éste me
entendía a la perfección y me respetaba. Su mamá contenta con los
adelantos de su hijo, me recomendó a una de sus amigas para que me
encargara de la educación de su único hijo, que siendo huérfano de
padre, quería que lo emulara. Este tenía fama de haber sido un hombre
recto, abogado de profesión y reconocido como inteligente y justo.

138
Cuando llegué a la casa de mi futuro alumno Bohdan Kovshevych,
me llevé una gran sorpresa. Enmarcado a la entrada de su habitación,
estaba el retrato de uno de los criminales más sangrientos de la
historia judía durante el siglo XVII, en el decenio de 1.640 al 1.650.
Bohdan Chmielnicki, era el Hetman (Ataman), militar de más alto
grado. Por su culpa, cientos de miles de judíos murieron durante su
mandato.
Mi alumno Bohdan, se enorgullecía de su retrato y de poseer el
mismo nombre. Lo primero que hizo fue aclararme su situación, me dijo
que odiaba a los judíos, que nuestro trato solamente sería durante las
clases particulares, que no permitiría que se enteraran los otros
compañeros de que él era mi alumno, que no le importaban mis
inquietudes, mi vida privada ni demás, que no quería otro tipo de
contacto. Le dije adiós y me fui.
A los pocos días, su madre vino a pedirme perdón, llorando. Me dijo
que a su hijo lo habían reprobado por dos años consecutivos en la
universidad y que un tercero lo eliminaría de por vida en la carrera de
derecho. Trató de justificar su edad, su desconocimiento de la vida y
me pidió que entendiera que los jóvenes le habían hecho un lavado de
cerebro, pero que ella me garantizaba que en el fondo el muchacho era
noble.
Esta mujer despertó en mí sentimientos muy especiales: la madre
que no tuve. La lucha por el amor de su hijo fueron motivos más que
suficientes para que reconsiderara mi decisión. Gracias a Dios que lo
hice, la relación de amistad que se generó entre Bohdan y yo, fue algo
increíble, indescriptible. Ningún hermano es capaz de hacer por el otro,
lo que mi amigo a la larga hizo por mí y por los míos. El destino nos
deparaba un futuro inconcebible, impensable.
En su primera clase, el muchacho comenzó a hablar de política y de
otras cosas. Sus intenciones de alguna manera eran las de traspasarme
su ideología. Por primera vez, tenía tratos directos con los judíos, nos
descubría como seres humanos, le impresionaban mis conocimientos
de la poesía polaca, la forma como la declamaba, el sentimiento que le
imponía y mi modo de ser. Nuestra relación al comienzo fue un poco
tirante, pero a los pocos días se había engendrado una amistad, un
respeto y por qué no decirlo, demostraba una gran admiración hacia
mí.
En el año de 1.933 se organizan unos campamentos vacacionales
para los grupos juveniles judíos. Me alisto y paso a formar parte de los
tutores. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que mi alumno no judío,
aquel que una vez me despreció, se había inscrito. Trató de justificarse
diciendo que no quería perder sus clases particulares, que quería
aprovechar su tiempo durante las vacaciones y además, según dijo,
quería descubrir por sí mismo la idiosincrasia de los judíos, su trato, su
forma de pensar y, en lo posible, hasta sus costumbres.

139
Aquella experiencia fue para él algo inolvidable, se codeó con los
jóvenes judíos, hizo migas con casi todos. Tres años después, mi amigo
se graduó de abogado. Cuando los alemanes entraron en Lwow, dieron
la administración de la ciudad a los ucranianos. Recién graduado de
abogado, Bohdan entró a trabajar dentro de la policía ucraniana. Su
verdadera intención, aunque muchos no lo creerán, era la de estar al
tanto de los movimientos antisionistas. Aquella amistad gestada en un
mal encuentro y los pocos días que compartimos en el campamento, no
sólo cambiaron la forma de parecer de un antijudío, sino que también lo
habían transformado en un colaborador y defensor de nuestro pueblo,
un pueblo sin amigos, sin ayudas y débil, pero según él, noble.
Los alemanes muy a menudo realizaban una razzia (redadas
nazis). Cuando se trataba de la razzia de los médicos, salían en busca
de ellos exclusivamente; cualquier médico que fuera encontrado en su
casa era apresado y llevados a los campos de exterminio. Los alemanes
eran sumamente metódicos; luego les tocaba a otros profesionales, a
otros tipos de grupos diferenciados, bien sea por los oficios que
realizaban, o simplemente por sus edades. Cuando les llegaba el turno
a los abogados, y siempre que esto ocurría, mi amigo me alertaba para
que me escondiera durante el par de días que duraba esa redada. Un
día hicieron una de la cual mi amigo me había informado: llamaban a
los médicos y abogados para que se presentaran a la puerta del ghetto.
Muchos se apersonaron, los montaron en camiones, los llevaron a las
afueras de la ciudad y fueron masacrados. Lo supimos por uno que
logró sobrevivir y nos lo contó. Mi amigo cuidaba de toda mi familia;
cuando se enteraba, gracias al puesto que ocupaba en la policía, de
que se iniciaba la razzia de los niños o de los ancianos, ocultaba a mi
sobrino hasta dentro de su propia casa. Muchas, pero muchas fueron
las veces que nos ayudó.
En un momento en que nos considerábamos perdidos, optamos por
dejar nuestras pocas pertenencias en la casa de las dos personas no
judías que más apreciábamos. Ellos fueron mis dos alumnos; Slavko
Bakowicz y Bohdan.
Cuando los alemanes pierden la guerra y tienen que abandonar
Polonia, ambos amigos se tuvieron que ir para Alemania. Las
pertenencias que habíamos dejado en la casa de Slavko, las perdimos,
éste se las llevó consigo; las que dejamos en la casa de Bohdan,
estaban intactas. Aunque éste no estaba, se había cuidado de
dejárnoslas con su madre.
En otras ocasiones, estando nosotros dentro del ghetto, con
carencia de alimentos y de muchas otras cosas, le pedimos a Bohdan
que vendiera nuestras cosas y que con el dinero que obtuviese, nos
comprara alguna comida para poder subsistir. En varias oportunidades
nos llevó alimentos, siempre se lo agradecimos, pensamos que lo hacía
con el producto de la venta de nuestras pertenencias. Lo que nunca nos

140
imaginamos fue que jamás vendió alguna de nuestras cosas; lo que nos
compró, siempre fue con su propio dinero. ¡Gracias amigo!.
En otra oportunidad, mientras trabajaba en una fábrica de
uniformes militares, ya dentro del ghetto, yo había sobornado a la
subdirectora de la fábrica para que me dejara ocultar a mi cuñado y a
mi hermana Regina. Los escondí en la buhardilla de la fábrica, en el
tejado, en el último piso, durante los días de la razzia. Mi amigo Bohdan
me había prevenido para que los ocultara, estaban recogiendo a
hombres y mujeres judíos desprovistos de documentos laborales.
Alguien los delató a los alemanes, estos se apersonaron con sus perros
guardianes en busca de los judíos ocultos. Rastrearon toda la fábrica.
Estábamos muertos de miedo por lo que le podría ocurrir y por las
consecuencias que traería entre los nuestros; sabíamos que se
vengarían y demostrarían con su maldad, que no estarían dispuestos a
aceptar que actos como estos volvieran a suceder.
Como aquél que frente al paredón espera que su piquete reciba la
orden de: ¡apunten!, ¡fuego!, sentí una gran impotencia. Lo único que
se me ocurrió en ese momento fue pedir a Dios que no sufriéramos
mucho su castigo, que nos mataran, pero de la manera más rápida. La
espera durante los minutos siguientes fue interminable.
Estuvimos pendientes de su captura y temíamos que los
sacrificaran de una sola vez. Sabíamos que los alemanes no requerían
de juicio alguno. Cada uno de los soldados nazis se sentía investido de
la suficiente autoridad como para decidir si un ser humano, hablando
bajo su punto de vista, si un simple judío, sin importar su edad o sexo,
viviría un día más o si en ese preciso momento él decidiría su fin. Suena
macabro e inverosímil, pero tristemente debo admitir que era una
cruda y muy repetida realidad.
Pasa casi más de una hora cuando, por fin, vemos llegar a los
alemanes con sus perros. Estos vienen precisamente de la terraza, del
desván, sitio donde había dejado escondida a mi familia. Dicen haber
recibido una falsa alarma, le explican a la subdirectora de la fábrica que
a veces para hacerles perder su tiempo y paciencia les hacen
denuncias infundadas.
Apenas se van los alemanes, sin siquiera haber podido salir de
nuestro asombro, voy al techo en compañía de algunos correligionarios
que junto conmigo formaban parte interna de la dirección de la fábrica.
Llegamos, y como por arte de magia, nos sorprende que ninguno de los
míos se encuentra ahí; lo primero que me vino a la mente fue que se
habían suicidado, que lo más seguro era que habrían saltado al verse
acorralados. Con temor, nos dirigimos al borde de la terraza para ver si
sus cuerpos se encontraban abajo, le dimos la vuelta a toda la fábrica
desde el mismo techo, pero ¡no!, no estaban.
Respiré profundamente, llamé a mi hermana, ¡grité! ¡Regina!,
¡Regina! Dos cuerpos totalmente negros cual fantasmas, se comienzan

141
a ver, se mueven, se dirigen a nosotros, eran ellos. Nos cuentan que
cuando los alemanes estaban subiendo, se percataron de que sus
pisadas no eran las mías, que algo extraño pasaba; mi cuñado intuyó
que debían ocultarse. Rápidamente decidió que el único lugar para
esconderse en una planta casi sin columnas ni recovecos, sería dentro
de las chimeneas de la fábrica; se untaron el cuerpo con el hollín de las
chimeneas y se ocultaron dentro de ellas. Por suerte, al llenar su
cuerpo de cenizas, esparcieron en toda la habitación una gran nube de
humo lo que después perjudicó el olfato de los perros y les salvó la
vida.
La subdirectora, la señora Wertheim, me conminó a sacarlos
inmediatamente de la fábrica. Recuerdo que le dije que aún la razzia no
había terminado, que seguían corriendo el mismo peligro. No escuchó
nada de lo que le decía. En ese momento y bajo la presión que acababa
de recibir, no estaba dispuesta a vender a ningún precio ni un solo
minuto más de su tranquilidad.
Los otros compañeros que dentro de la fábrica no habían estado al
tanto de lo que yo había hecho con mi familia, al enterarse
desaprobaron mi acción. Para ellos fue demasiado arriesgado, éramos
más de tres mil trabajadores judíos organizados, que tratábamos de
establecer una máxima producción y un gran rendimiento, con la única
intención de que al servir de modelo de productividad, los alemanes no
nos matarían y esta acción pudo haber echado todo a perder. Sin
argumentos con qué refutar, sin la fuerza moral suficiente como para
pedirles un sacrificio mayor del que estaban haciendo, salimos los tres
de la fábrica. Salimos resignados a que nos tomaran presos.
En ese momento la razzia era para aquellos que no tuvieran un
certificado de trabajo y para aquellos que, aún teniéndolo, se
considerara que su trabajo no fuese indispensable para esos días.
Estábamos los tres muertos de miedo; el trayecto de la fábrica
hacia cualquier lugar nos obligaba a pasar a través de una avenida
principal llena de vigilantes guardias alemanes. Sin valentía, pero sin
tener alguna otra opción nos encaminamos pasando a unos, a otros y
otros tantos alemanes o guardias. Por suerte, el mismo hollín que se les
había impregnado al ocultarse en la chimenea, les daba una apariencia
de venir de su trabajo. Este disfraz accidental, fue suficiente para que
por obvio no les fuera requerido otro tipo de documentación. Dos cosas
nos sucedieron ese día que marcaron en nuestras mentes la conciencia
de que moriríamos únicamente el día que lo tuviésemos destinado, no
uno antes ni uno después.
Durante los bombardeos, muchos de los edificios habían quedado
en ruinas. Dejé a mi cuñado con mi hermana, en uno que me pareció
seguro. Me fui a buscarles alimento y ropa para cobijarse. Ahí
escondidos pasaron toda la noche. A la mañana siguiente en cuanto me
pude escapar de la fábrica, fui a ver las condiciones y el estado en que

142
se encontraban; mi sorpresa es que no estaba ninguno de los dos, el
sótano semi destruido, estaba vacío. Me asusté al no saber a qué
atenerme. Cuando pude calmarme, busqué por todas partes para ver
si descubría alguna pista o indicio que me pudiera ayudar y
efectivamente, encontré un papel escrito por mi hermana, me decía
que los guardias ucranianos los habían descubierto y se los habían
llevado a un lugar de reclusión y extradición.
Ahora me tocaba a mí moverme lo más pronto posible o de lo
contrario serían llevados a los campos de exterminio. Sabía que por un
precio determinado podría comprar la libertad de mi hermana y de mi
cuñado; me dirigí a donde mi amigo Bohdan y le expliqué el problema;
apenas terminé de contarle, me dijo que un amigo mutuo llamado
Marcko, le había dejado al igual que yo, en calidad de custodia, una
buena cantidad de cosas de valor. Me ofreció hacer uso de ellas y que
luego le explicara a nuestro amigo lo que había sucedido. No, no lo
podía aceptar, me parecía sumamente ruin de mi parte. Me moví por
otros lados. Entre lo que logré vender y lo que me facilitaron unos
amigos, reuní una buena cantidad de dinero, la cual me fue aceptada a
cambio de la libertad de mi cuñado y de mi hermana.
Bohdan me avisó en otra oportunidad de la razzia de los niños;
logré llevarme a mi sobrino a mi sitio de trabajo donde éste hacía el
papel de ayudante. Esto servía para recibir su cuota de comida y
mientras estuviera en la fábrica conmigo, estaba seguro.
En una salida de la fábrica nos detienen unos guardias; enseño mi
permiso de trabajo e inmediatamente me dejan libre; a mi sobrino lo
detienen, ni tan siquiera pude convencerlos de que lo soltaran con el
papel que le había logrado sacar donde quedaba demostrado que era
un trabajador más del mismo sitio en el cual yo también trabajaba.
Ninguno de mis argumentos logró convencerlos para que lo soltaran.
Viendo que no podía ayudarlo, no dejé que lo llevaran solo, les dije que
de detenerlo a él, también lo tendrían que hacer conmigo; dicho y
hecho, así fuimos apresados ambos. Estos guardias anularon mi
documento laboral.
Llegamos al puesto donde estaba el comando, a mí me mandaron
a pararme en una fila donde estaban los hombres y a mi sobrino en la
fila de los niños. Al llegar mi turno, les enseño mi documento anulado y
por cosas inusitadas del destino, me lo devuelven. Sigo caminando por
la ruta que me envían, me siento culpable, responsable por la vida de
mi sobrino; medito, hago conciencia de lo que pasó, reflexiono, me doy
plena cuenta de que no estaba preparado para presentarme ante mi
hermana sin su hijo, prefería que de pasar algo, nos pasara a los dos;
no podría sobrevivir con esa carga emotiva de culpabilidad.
Ahí, miles de hombres estábamos en una explanada, nos
encontrábamos sin futuro, sin ánimos, habíamos sido cazados por los
cazadores de judíos. Me di plena cuenta de que no se puede vivir tanto

143
tiempo ante el temor y la vecindad de la muerte. Hoy recuerdo que de
alguna manera, yo también me entregué. A veces, resulta más fácil
rendirse que esconderse. La angustia que se vive durante el tiempo en
que nos hacen sentir como fugitivos, deshace nuestros músculos,
debilita nuestra mente y la entrega se nos presenta cual falso cuadro
de paz. Es al igual que un espejismo en el desierto, sabemos que no
está, que no tomaremos de su agua, pero en nuestra mente seguimos
viendo.
Cabizbajo, me senté en un pequeño espacio libre; pasaron los
minutos y quizás una hora. No teniendo nada que hacer, ni con la
fuerza suficiente como para pensar, me ocupé de ver mis pertenencias;
de entre ellas, saqué mi pasaporte de trabajo. Lo estaba ojeando
cuando uno de los tantos otros judíos que estaban en las mismas
condiciones mías, se me acerca y con un tono bastante fuerte, me dice
que con ese papel yo no debería de estar preso, que tenerlo era un
pasaporte a la libertad. Me hizo ver que los alemanes habían cometido
un grave error al devolvérmelo. Le enseñé que me lo habían inutilizado
al anulármelo; apenas lo vio, me dijo que por un simple cigarrillo que le
diera a cambio, él me borraría el sello de anulado. El ingenio judío
siempre estaba presente. Jamás me hubiera imaginado que con la
yerba que crecía en el campo y con un poco de cuidado se podría
lograr lo que este judío hizo. En pocos minutos mi pasaporte estaba
nuevo, sin ninguna mácula.
Con una nueva fuerza insuflada por aquel desconocido que se había
convertido en mi héroe, me abalancé a los guardias de seguridad, les
mostré mi documentación e inmediatamente me liberaron.
Ese día había una gran parada militar, unos miles de soldados
demostraban la exactitud de su compás, al ir marchando a un lado del
sitio en que nos tenían a presos. Unos oficiales en sus carros militares
oteaban desde lo alto de una colina el desempeño tanto de los
militares como el desenvolvimiento de los presos.
Fue uno de esos días en que cometemos locuras, donde no
medimos las consecuencias, donde las fantasías que aprendemos de la
literatura universal se apersonan en nosotros y con una coraza de
valor, que estamos conscientes que no poseemos, de repente hacemos
lo increíble.
Estoy obligado a describirles cómo soy, para que puedan
entenderme. Toda mi vida he sido el menor. En mi familia y en el
colegio; en mi familia por ser el último en nacer, en mi colegio, por mi
tamaño. Soy como ustedes podrán darse cuenta, de muy baja estatura.
Soy un judío criado en época de persecuciones; no nos era fácil
destacarnos como bravucones; vivimos toda nuestra juventud durante
la época de guerras, toda la niñez la pasamos con una alimentación
insuficiente, sin padres a quienes emular. Nunca traté de destacarme
en cosas fuera de los estudios; no sentí jamás odio por alguien con la

144
suficiente fuerza como para combatirlo. Soy el único varón entre mis
hermanas, no me considero atrevido, más bien soy recatado. No tengo
recuerdos de actos heroicos en mi haber; siempre supe en dónde
estaban mis dos pies plantados, mi imaginación no perturbaba mi
mente. He sido un hombre más bien práctico, sé cual es el espacio que
me pertenece. Mis acciones en general son realizadas luego de largos,
lógicos y meditados análisis.
Gracias a mi documento laboral me liberaron. Salí junto con otros
tantos judíos que también habían sido liberados por uno u otro motivo.
Estando junto con éstos que acabábamos de salir libres, me percaté de
que en lo alto de la montaña estaba la plana mayor de los militares
alemanes. Sin pensar en las consecuencias, salté la zanja que dividía
nuestro espacio de las faldas de la loma en dirección hacia ellos.
Apenas terminé de saltar, varios tiros se escucharon. Me estaban
disparando en la creencia de que le pudiera infligir algún daño a los
generales alemanes. Las ironías del destino: yo, el enano tal como
David en nuestra historia descubrí y desperté el miedo del gigante
Goliat, de los alemanes. Los judíos que estaban cerca de mí, que
apenas acababan de obtener su libertad, ante el temor de lo que les
pudiera suceder por mi culpa, intentaron detenerme, y de haberlo
logrado, no dudo que ellos mismos me hubieran matado.
Sabían que por mi culpa podrían ser fusilados de inmediato, mi
acción descabellada en ese instante pudo haber sido fatal para muchos.
El comandante en jefe luego de percatarse de que yo estaba solo, de
que no era una revuelta organizada, levantó su mano derecha dando la
señal de cese al fuego. Todo se tornó en silencio, en expectación. Me
fue permitido acercarme lo suficiente como para poder escuchar las
palabras del comandante.
El comandante en jefe, vestido con su mejor traje de gala, se veía
impresionante, al igual que los demás alemanes, con sus uniformes
negros, sus sombreros de alas, sus charreteras de oro, sus insignias,
medallas, condecoraciones y demás adornos. Ellos estaban
apropiadamente vestidos para lo que se realizaba, una parada militar.
Ellos estaban en la cima de la colina, yo en cambio, estaba pobremente
vestido, sumamente preocupado, apesadumbrado; desde mi punto de
vista me sentía como pequeño, insignificante, tal como se tuvo que
sentir David ante la presencia del coloso Goliat. Yo, viéndolos desde
abajo; ellos, imponentes y con toda su fuerza desplegada mirándome
desde arriba. Yo, de contextura pequeña y en un estado total de
sumisión; ellos, en su gran mayoría escogidos por sus tamaños
impactantes e impresionantes; ellos, grandes y erguidos cual
triunfadores; yo, debilitado por el hambre, la angustia y el
desconocimiento de mi próximo futuro y del de mi sobrino; ellos,
guerreros omnipotentes en plena celebración de su festín de gloria.

145
Pero algo me acompañaba: mi fe, ésta recubría mi cuerpo con una
aureola de suerte, el fin de mis días aún no había llegado.
Fácil es describir algunos hechos; mucho más cuando se está en un
escritorio acompañado de las comodidades de nuestra era y de la
tranquilidad de un hogar. Vivirlos en su momento, difiere tanto del
relato; no es fácil poder acompasar las tensiones con los hechos de la
vida real, los latidos de un corazón desbocado por una acción
irreflexiva, sin posibilidades lógicas de alcanzar una meta por demás
insospechada. Pero el cuadro aún hoy, luego de casi cincuenta años, es
lúgubre. Aquellos alemanes todopoderosos, retados en su momento de
gloria por la demencia de un solo judío, el cual debería de tener un
castigo ejemplarizante, o de lo contrario, de no hacerlo, muchos otros
perderían su miedo, su respeto a la autoridad y podrían como ya una
vez hicieron, aunarse en un esfuerzo inusitado, por lo demás loco y de
consecuencias fatales, pero que podrían servir como estandarte de
valor y de coraje a otros millones de judíos presos.
Quisiera saber qué pensó el comandante alemán cuando me vio
acercarme. Cuando trato de imaginármelo, pienso que como buen
militar tuvo que seguir alguna estrategia. Dos grandes posibilidades se
le presentaron: una, la de ordenar personalmente mi muerte; la otra
era más difícil, dejarme vivir. Muchos testigos estaban presentes como
para ocultar su crimen en caso de seguir la primera posibilidad y al
dejarme vivir cómo explicaría a sus subalternos tal insensatez de su
parte.
Por momentos, la gran parada militar detuvo su marcha, el sitio
estaba en silencio. La expectativa era general. Los judíos que habían
sido liberados por poseer sus papeles con constancias justificadas de
trabajo, estaban muertos de miedo; ellos esperaban lo peor, la muerte
inmediata, o el simple retorno con los demás prisioneros. Para los otros
judíos, en ese momento no había otra alternativa y ambas eran
funestas.
Cuando el comandante supo que la distancia que nos separaba se
había achicado tanto como para que le pudiera oír, gritó; ¡judío!, ¿por
qué saltaste?, ¿qué quieres?. En forma de reverencia, inclinándome, sin
mirarle a la cara, le dije: "Excelentísimo, honorabilísimo y respetado
señor; vine a buscar a mi hijo, a mi único hijo, que está detenido en
este campamento y sin él la vida en mi hogar es como la muerte".
Por mi humildad, se dignó seguirme hablando. Públicamente le
había tocado la fibra sentimental, no podría permitirse el lujo de que
abiertamente se conocieran sus instintos e intenciones para con
nosotros los judíos. Nosotros de alguna manera sabíamos cuál sería
nuestro fin, aunque, por nuestra fe, alentábamos la posibilidad de un
futuro sacrificado, pero con vida.

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El con su experiencia aprovechó esta oportunidad para dejar bien
en claro el humanismo de los alemanes. Su acción de ese día hizo
poner en duda lo que los judíos sabían acerca de los nazis.
Con mucha naturalidad, me preguntó si estaba seguro de que mi
supuesto hijo se encontraba detenido en ese campo. Le dije que sí, que
personalmente había acompañado a los guardias hasta el campamento.
Me dijo que habiendo tantos niños detenidos, me sería imposible
encontrarlo. Con la seguridad de un profeta, le dije que a mi hijo lo
encontraría al igual que él a mí en cualquier parte y en cualquier
situación. Aceptó el reto. Digno de su porte y puesto en el alto mando
militar, me autorizó a aproximarme a la cerca y que si encontraba a mi
hijo, lo llevara conmigo.
Costumbres de nuestros antepasados han legado los padres a los
hijos, algunas o mejor dicho en su gran mayoría, de ayuda y beneficio
para las generaciones venideras. Otras, las menos, a veces nos han
perjudicado. Desde mi más remota niñez, siempre escuché en mi casa
que los judíos no podíamos ni debíamos silbar; era una especie de
pecado, era algo que jamás experimenté. No sabría decirles cuánto
deseé en ese momento, conocer la técnica del silbido. Esa era la única
forma posible de comunicarme con mi sobrino y yo no sabía silbar.
Me encaminé a la cerca en donde estaban reunidos los niños, éstos
eran miles; cada paso que daba, iba reduciendo en mi mente, las
posibilidades de encontrar a mi sobrino y de salvarle la vida. Mientras
tanto en el campo se había vuelto a la normalidad; los militares seguían
marchando, el ruido se acrecentaba más y más. No veía salida. No
sabía qué hacer.
De muchacho mi madre nos cantaba una canción todas las noches
antes de dormir, Meayin yehudi ba ¿De dónde viene el judío? Yo no
había tenido un trato con mi sobrino como para conocerlo tan
profundamente. Pensé que las costumbres de nuestros padres, de
alguna manera no se perderían, como tampoco se ha perdido nuestra
religión. Supuse que al igual que mi madre nos cantaba esa canción
todas las noches, mi hermana habría adoptado la misma costumbre y
que mi sobrino la conocería. ¿Cómo?, ¿de dónde?, no lo sé, pero como
si yo fuera el mejor silbador de la tierra, mis pulmones soplaron como
nunca. La música salió de mis labios de forma tal, que hasta yo mismo
me asombré, aún no me lo explico, fue la primera y la última vez que lo
hice.
Mi sobrino, al escuchar la música se incorporó y me buscó. Ese fue
el encuentro de dos seres condenados en un mismo día a la muerte,
que regresan del camino de la oscuridad y vuelven a la vida. Como si
fuéramos padre e hijo, nos abrazamos. Desde ese día, ya no lo
consideré más mi sobrino, era mucho más que eso. Abrazados salimos
del campamento; agradecimos al oficial su benevolencia, con
muchísimas reverencias y éste a su vez con una sonrisa pícara nos

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saludaba en señal de despedida. Su sonrisa decía mucho, podía leer en
su rostro, que lo que nos estaba dando era una pequeña prórroga,
pero que nuestro fin al igual que el de los demás sería el mismo. La
muerte.
Vivimos durante nueve meses escondidos en los sótanos de unos
edificios semi destruidos, mis hermanas, mi cuñado, mi sobrino y yo;
gracias a muchos amigos como Bohdan, pudimos sobrevivir, ellos
arriesgando su propia vida nos proveyeron de alimentos y demás.
Habíamos sido apresados y todos logramos escaparnos, escondidos
en casa de mis amigos fuimos trasladados de uno en uno hacia el
sector mas dañado por los bombardeos; tres amigos no judíos nos
escoltaban y nos escondían mezclados entre ellos durante el trayecto.
Para los ucranianos descubrir a los judíos era cosa fácil; el temor que
reflejaban nuestros rostros, al igual que la imagen del hambre eran
unos de los motivos que nos delataban con mayor frecuencia.
Cada vez que éramos llevados hacia lo que fue durante tanto
tiempo nuestro escondite, cuando el miedo y el frío nos hacía temblar,
el destino se divertía con nosotros.
Para poder llegar al sitio, debíamos de pasar por un paso de trenes.
Siempre que esto sucedía, las barandas de protección estaban bajas,
señal de que se acercaba algún tren. A cada uno de nosotros nos pasó
lo mismo, quizás fue una prueba a la amistad, ninguno de nuestros
amigos se acobardó. En mi turno, no solamente la barrera estaba
bajada, sino que un militar ucraniano al vernos se acercó a nosotros,
con el frío y todo, comencé a sudar, temblaba de pavor, me di por
preso. Ya, a pocos pasos de mi, me pidió un cigarrillo. No me imagino
cómo no se dio cuenta de mi estado, al tratar de acercarle el cigarrillo,
mi mano y mi cuerpo temblaban y lo peor era que el tren no terminaba
de pasar, la angustia se apoderó de nosotros. Nos dimos cuenta de
nuevo, que nadie muere en la víspera.
Llegado el mes de julio de 1.945 fuimos rescatados, salimos de la
ratonera en que estábamos, nuestros cuerpos estaban deshechos por
la falta de ejercicio, la falta de luz, por el exceso de miedos, temores,
por las carencias de todo tipo de cosas y comodidades, por la falta de
alimentación. Pero debo recalcar que ante todo, damos gracias a Dios
todo poderoso porque luego de todas las cosas que nos
sucedieron, logramos pasar vivos los años de la guerra y los
cinco miembros de mi familia fuimos sobrevivientes de ese
infierno.

148
FUENTE: BENEK JELINOWSKI HIRSCHORN

103024
Hace poco cumplí mis setenta años. Muchos de ellos los he querido
olvidar. Vivir con esas memorias, no se llama vivir. Noches de insomnio,
de pesadillas y malos recuerdos por siempre me acompañan. Siempre
sentí distancia entre la vida y la muerte. Las almas de mis padres, de
mis hermanos y de la casi totalidad de mi familia, no pueden reposar
en paz en sus tumbas, después de casi cincuenta años. Mi silencio no
les permite descanso. Debo revivir y dar a conocer mi pasado, mi vida.
Nieto de Isaac Trachtenberg y de Margula Goldman, ricos
comerciantes especializados en pieles, cueros tratados y artículos
derivados. Junto a mis tres hermanos menores, Edmundo, nacido el 25
de septiembre de 1.925, mi hermana Bronia en el año 1.926,

149
Salomón en el 27 y yo, Max, nacido el día 19 de agosto de 1.923,
somos hijos de Jacobo Trachtenberg y de Julia (Yulche) Griffel. Mi
padre, natural de Zocal, Ucrania, era industrial, poseía una fábrica de
zapatos; mi madre, polaca, de Schnatin, era violinista de profesión.
Nosotros nacimos en Viena, Austria.
Perdimos a mi hermanita Bronia con apenas año y medio de nacida.
Nuestro camino de la muerte comienza en el año de 1.939, cuando
llega el antisemitismo con toda su fuerza a nuestro pueblo Kracov, en
Polonia. Por las persecuciones y las constantes molestias, nos mudamos
a Voyisuav, ubicado a escasos 12 kilómetros de Senyison. Es el año
de 1.942; es la víspera del año nuevo judío. Los alemanes vienen con la
orden de limpiar el pueblo de judíos. Toman a las mujeres y a los
niños. Ellos nos separan de mi madre y de mi hermanito Salomón.
Solamente una despedida nos es permitida. Siendo nosotros hombres
dispuestos a defender con la vida a cualquiera de sus seres queridos,
nos dejan anonadados, indefensos; su fuerza militar es
desproporcionada, su sadismo no tiene límites. Gritan, golpean, no
permiten ni que por un segundo los hombres reaccionemos. Mi padre
no puede soportar el dolor y, muy a su pesar, por su estado, su
debilidad, no le permitimos que viera nada. Por un lado se llevan a las
mujeres y a los niños; por otro, los hombres fuimos brutalmente
apresados.
Desde ese mismo instante supimos que no los volveríamos a ver. La
desolación nos embargaba y encima de ese dolor, habíamos sido
burlados por los polacos; uno de ellos había ofrecido no llevarse a mi
madre a cambio de todas nuestras joyas. ¡Cómo nos engañaron! Eran
criminales y ladrones. El recuerdo de las palabras de mi madre, aún
las tengo grabadas: "No te preocupes por nosotros, Max; cuida de tu
padre y de tu hermano,que ellos sí te necesitan". Ambos fueron
llevados al peor de los campos de concentración, Treblinka.
En el noreste de Polonia los alemanes enclavaron lo que después
sería conocido como la fábrica de exterminio. Ellos lograron la
industrialización automatizada. Sin necesidad de maquinarias
sofisticadas, utilizando a los propios judíos como animales de carga y
como combustible natural, ochocientos cuarenta mil judíos fueron
sacrificados, en ese solo campo de exterminio. Menos de un millar logró
salvarse luego de una valiente y sacrificada evasión, no tanto por
mantener sus propias vidas, como por atestiguar al mundo los
martirios, las matanzas, el robo, la destrucción de sus cuerpos y por
último, la conversión de los restos en simples cenizas. Los que lograron
evadirse y alcanzar las montañas, fueron perseguidos por los nazis y
por los mismos pobladores polacos. Salvaron sus vidas del campo de
exterminio de Treblinka, pero con casi un pueblo en contra, apenas
cincuenta de ellos lograron sobrevivir.

150
Ni mi madre ni mi hermanito tuvieron oportunidad alguna.
Treblinka no perdonaba, era el principal campo de exterminio.
Habían logrado destruir las vidas de cientos de miles de personas. No
sólo lograron alcanzar sus metas de destrucción, sino que las superaron
con creces, y así, el siete de enero de 1.943, segaron la vida y los
sueños de mi madre y de mi hermanito.
A nosotros nos llevaron a Shenyisov, donde nos tuvieron seis
meses. Durante los dos primeros, nos obligaron a cavar zanjas. El
temor que ellos les tenían a los rusos los obligaba a preparar sus líneas
de defensa en la retaguardia. Luego servimos como ayudantes de
albañilería en la fabricación de pequeñas casas para los alemanes.
Mientras tanto, vivíamos en barracas , dormíamos en literas triples
cuya capacidad era de una persona por nivel; pero en verdad, eran
tablones sin colchones. Eramos ciento ochenta judíos viviendo en las
dos barracas. Dos judíos hermanos y nosotros tres, éramos los únicos
que vivíamos como familia en las barracas; ellos dos murieron de tifus
en el campo al cual fuimos llevados luego, Skarzysko Kamienna.
Una ventaja tuve frente a los demás judíos presos en cada uno de
los campos en que estuvimos, bien sea de trabajo o de exterminio, a
los cuales fuimos llevados. Esa ventaja era mi idioma materno, el
alemán. El buen hablar es una de las cualidades que por mucho tiempo
me permitió destacarme. Durante toda mi vida, practiqué el arte de la
conferencia. He dado discursos por diferentes motivos: la pasión por mi
pueblo, la continuidad religiosa, la defensa de la fauna americana,
técnicas de ventas, labores comunitarias, Centro América y sus
necesidades, etc., etc.; esto, hasta mi reciente derrame cerebral, que
en consecuencia hace dificultosa mi habla.
Ese don natural, más el dominio perfecto del idioma alemán, de
algún modo hizo permeable mi acceso a los guardias alemanes.
Los judíos éramos considerados cual seres en proceso de
exterminio. Pero de alguna manera los que teníamos la oportunidad
de hablar su idioma y como en mi caso, la contextura, el color y la
apariencia aria, lográbamos despertar su curiosidad y en casos
excepcionales, hasta su lástima. Puedo atestiguar que utilicé lo que
tenía a mano para lograrlo; labia, dominio del idioma, apariencia,
osadía, el sentimiento de lástima que eventualmente lograba despertar
en nuestros verdugos y toda mi suerte.
Conseguido el acceso, la comunicación con cualquier alemán, lo
trabajaba hasta el cansancio y siempre lograba que nos trasladaran en
conjunto a mi hermano Edmundo, a mi padre y a mí, de un campo al
otro.
Luego de dos días de viaje en tren llegamos a Skarzysko
Kamienna. Estábamos en una gran fila, yo ocupaba el primer lugar,
luego mi hermano y después mi padre. El nazi encargado de la
selección me preguntó cuál era mi oficio, le mentí diciendo que los tres

151
éramos mecánicos de automóviles; le hablé en plural. Se lo dije en su
idioma, en un perfecto acento. Se notaba a leguas que el nazi estaba
muy bebido; era norma de ellos mantenerse en ese estado, para que
luego sus mentes no castigaran a sus cuerpos.
Nos seleccionaron y nos mandaron pasar a la fila A. Tres filas había
luego de la selección, A, B y C. Aquellos que eran seleccionados para la
fila C, estaban condenados a una muerte segura. A estos de la fila C,
los utilizaban para manipular la nitroglicerina, eran conejillos de india
encargados de vivir en la cuerda floja. Ninguno lograba sobrevivir más
de tres meses. Muchos de ellos no soportaban vivir con ese miedo; en
las noches se cortaban las venas y morían desangrados; otros se
ahorcaban, haciendo uso de los tablones de las literas como trampolín.
Cuando la gente analizaba su situación, cuando trataban de ver hacia el
futuro, al no conseguirlo, tomaban la determinación de acabar de una
sola vez con su dolor. Muchas noches oíamos el Kadish (rezo que se le
efectúa a los muertos).
Los escogidos para la fila B, eran enviados a trabajos muy fuertes;
los seleccionados para la fila A, éramos los más afortunados. Pero si
durante el apel te mandaban al final de la fila, esto significaba tu
condena a muerte. El tiempo que pasé en este campo me sirvió para
aprender el oficio de mecánico; aunque habíamos dicho serlo, no
teníamos ni la menor idea, jamás habíamos trabajado sobre un torno,
o una troqueladora.
Lo que hacíamos en el taller mecánico eran pequeñas piezas de
ametralladoras; también trabajábamos en grandes hornos para la
fundición de metales y elaborábamos en este proceso granadas. Dentro
del campo, en una barraca especial, había varios mecánicos polacos
que trabajaban libremente en el campo. Uno de ellos entabló una
buena amistad conmigo. Siempre que podía, me escapaba y a
hurtadillas me iba a su sitio de trabajo, lo ayudaba y aprendía en
profundidad el oficio. Este polaco durante meses me daba su ración de
alimentos que era muy superior y más completa que la nuestra; con
ella logré mantener y recuperar la fortaleza de mi padre, al igual que la
de mi hermano. Varias veces me ayudó a meterme comida dentro de
mi pijama y luego a amarrármela, para que la pudiera introducir
desapercibidamente en mi barraca.
Solía hacerse una selección, que consistía en la supervisión de los
enfermos o débiles, no con la idea de curarlos o de atenderlos, los
escogían para deshacerse de ellos, el haber sido anotado en una
selección, era garantía de muerte segura al próximo día. A mi hermano
y a mí nos contagiaron con el tifus dentro del mismo campo. Estando
enfermo, sin fuerzas como para levantarme y soportar el tiempo que
duraba la selección, un militar muy bien vestido, al ver mi estado
deplorable, mandó a anotar mi número, sabíamos ya lo que significaba,
el próximo día sería mi último día. De nuevo lo increíble, ese militar por

152
cosas del destino fue transferido a otro lugar y no se ejecutó la
selección.
Estábamos aún en el mismo campo de concentración cuando
recibimos una nota del esposo de mi prima Miska Seltzer; él se
llamaba Dunek, nos decía que vendría cerca del campo a traernos
algunas cosas. Mi primo había pasado como ario, alguien le había
facilitado documentos con nombre falso y esto le permitía el
desplazarse de una ciudad a otra. Hasta ese momento sus papeles le
funcionaban a perfección. Mi padre, pendiente de la llegada de Dunek,
salió del campo a su espera. Unos soldados alemanes lo vieron en la
noche fuera de la alambrada; él tenía en su brazo la banda blanca con
su estrella de David. Se enfurecieron al verlo. Entraron al campo y
preguntaron por el judío responsable del campo, por el jefe.
Luego que me enteré que se trataba de mi padre y que los
alemanes solicitaban al jefe judío del campo y sabiendo que dicho jefe
no existía, inmediatamente les informé que yo era el jefe, no podía
permitirles que le hicieran algún daño a mi padre. Ese día recibí una
paliza como jamás en la vida, ni antes ni después recibí. Ellos no sabían
de nuestro parentesco, de saberlo nos habrían matado en ese mismo
instante.
Mi hermano Edmundo salvó mi vida esa vez, él era el limpiabotas
de uno de los oficiales de alto rango dentro del campo; por la calidad
de su trabajo, el oficial le tenía mucha estima. Viendo mi hermano que
los nazis me estaban matando a golpes con sus ametralladoras, corrió
a suplicar al oficial para que intercediera por mí. El oficial llegó a
tiempo y pudo detener la golpiza, pero de cualquier modo tuve que
pasar 10 días en cama, incapacitado totalmente; esa semana también
hubo selección y de nuevo no me tomaron en cuenta. De mis primos, lo
único que sabemos es que no lograron salvarse del Holocausto.
Este campo era uno de los pocos cuya vigilancia interna dejaba
mucho que desear; todas las mañanas lograba escaparme, aunque era
sólo dentro del mismo campo y me iba a trabajar para mi amigo el
polaco; a éste le pagaban por producción, yo le era útil, además de
económico. No era un campo de exterminio, era una especie de fábrica
de armas o piezas para el ejército alemán. Habíamos llegado en el mes
de marzo del 43 y salimos en febrero de 1.944.
Somos transportados en tren los tres, mi padre, mi hermano y yo,
llegamos al campo de Piotrkow, nos tenían como animales, no había
condiciones para recibir a la gente. Diariamente morían muchos. Tres
meses pasamos en este cuasi manicomio. De ahí nos trasladan de
nuevo a los tres hasta Czestochowa; éste sí era un verdadero campo
de concentración; entramos a lo loco, nos encargaban de bajar las
papas que traían los trenes para el ejército alemán. A veces podíamos
comer alguna papa, pero cruda y sin que nos dejáramos ver.

153
Este campo estaba divido en dos; el llamado A y el otro llamado B.
El primero era el peor, por sus condiciones, por la falta de comodidades
y de no ser por la comida que nos podíamos robar, quizás habríamos
muerto. En el lado bueno, o sea, en el campo B, teníamos a un buen
amigo de mi padre llamado Reuben Immerclik, se desempeñaba como
policía de los judíos; era, por decir algo, el jefe del campo. El trató de
todas las maneras para que nos mudaran a su sector, pero cuando
logró que le autorizaran el traslado, ya nos habían mudado a otro
campo. Aquí vale la pena decirles que la gran mayoría de los que
estaban en el campo B, logró salvarse tal cual lo hizo nuestro amigo.
Con el mismo medio de transporte nos llevaron a Buchenwald,
otro campo de concentración, éste es el primero que conocemos de los
campos de exterminio, tenía hornos crematorios, empezamos a ver la
muerte mucho más cerca de nosotros, lo que habíamos pasado aunque
duro, era posible de soportar, el vivir dentro de una fábrica
organizada de exterminio, manejada por puros criminales, les estoy
hablando de noviembre de 1.944. Varias cosas fueron novedades para
nosotros los expertos en campos de concentración; éste contaba con
guardias mujeres además de los normales, pero éstas eran peores que
cualquiera de los hombres que hasta ahora nos había tocado conocer,
todas ellas sin excepción, disfrutaban golpeando y matando con
motivos o sin ellos, las duchas de gas, los hornos crematorios, el
sadismo en las mujeres y además fue el primer campo en que nos
quisieron separar de mi hermano, lo querían mandar a otro sitio, hablé
con el capo judío, logré implorarle al guardia alemán y fue éste el que
en un acto de bondad por mi dominio del idioma alemán, aceptó mi
petición.
Dos de los campo que conocimos, me impactaron por su tamaño;
Buchenwald y luego Bergen-Belsen. Desde aquella experiencia del
primero de los campos, a cualquiera de estos dos, donde la mejor
comparación es; una hormiguita al lado de un elefante, era demasiado
grande. Si queremos sentir la diferencia de tamaños, piensen e
imagínense lo que nos tocó vivir cuando llegamos a Bergen-Belsen,
Diez y ocho mil cuerpos de judíos muertos, estaban a un lado del
campo, casi a la entrada, a la espera de ser enterrados o cremados.
Durante varias semanas estuvieron a la intemperie y solo luego de que
nos liberaran, los ingleses fueron los que se encargaron de sepultarlos.
Entre el primer campo y éste último, notamos que en uno solamente
habíamos ciento ochenta judíos presos, pero vivos y al ver nada más la
cantidad de los muertos insepultos, se podrán dar cuenta de lo que les
estoy hablando.
Los que estábamos en Buchenwald, éramos usados para la gran
fábrica de aviones que tenían muy cerca del campo de concentración,
ésta se llamaba Guslav Werke, los aliados la destruyeron
completamente, fue luego de esto, que empecé a escuchar a los

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alemanes, cuanto deseaban que la guerra terminase, estábamos ya en
los finales de 1.944.
Nos mudan en tren hasta el próximo campo, Mittlebau-Dora. Los
SS estaban violentos, sumamente nerviosos; les hablé en su idioma,
les pedí cierta consideración y logré aplacarlos un poco. Pasamos de
nuevo una selección; de ahí nos conducen en fila para que nos tatúen
nuestro número, estigma que nos ha acompañado desde entonces, que
nos ayuda a que no olvidemos, que nos recuerda los años en que unos
animales nos trataron como bestias de carga y de trabajo, nos
rememora a nuestros hermanos esclavos en Egipto, nos demuestra
que la maldad en su máxima expresión, no solamente existía durante
la época bíblica en aquellas ciudades que fueron destruidas por orden
de Dios; nos hace reflexionar, que no podemos ni debemos ser
tolerantes, nos obliga con el estado de Israel, para que seamos
nosotros mismos los encargados de defendernos, cuando otros no lo
quieran o puedan hacer.
Pero debo volver al asunto. Luego de bajar de los trenes y de pasar
al cuarto donde se nos iba a tatuar, le toca el turno a mi hermano
Edmundo y le asignan el número 103023, a mí, el 103024 y a mi
padre, el 103027.
Estábamos en el campo de Mittlebau-Dora. Este era un campo
subterráneo. Durante tres meses los ingleses y los americanos lo
bombardearon, pero no le hicieron mella alguna. Estaba edificado con
los más modernos sistemas de protección, y por ser subterráneo, el
hormigón con que estaba construido era una coraza indestructible.
Desde el primer día logré ganarme la simpatía de uno de los alemanes;
mi aprendizaje del torno y de las máquinas de metalmecánica, me
había convertido en un ser muy útil para él, me esmeraba tanto en mi
trabajo, que me traía todos los días una zanahoria escondida en su
chaqueta.
Mittlebau-Dora era un campo de puros hombres; las únicas mujeres
eran unas treinta o quizás cuarenta alemanas prostitutas, usadas como
pasatiempo de los alemanes. En este campo se fabricaba la bomba V-
2, la famosa y destructiva bomba responsable de los daños infligidos a
Londres y otras ciudades.
A mí me mandaron a la barraca nº. 2, a mi padre y a mi hermano,
hacia el sur, al campo de Nordhausen. Esta vez, por más que traté,
no logré que nos mantuvíeramos juntos. Una enfermedad en mi cuello
me había obligado a quedarme en cama en la enfermería; cuando pude
ir a pedirle a mi amigo el alemán que me ayudara, ya era tarde. Fue el
último sitio en que vi a mi padre; el destino lo arrancó de mi lado en
sus últimos cinco meses de vida. Por tres meses y medio, permanecí
en Mittlebau-Dora.
La falta que me hacía mi padre, no la podía soportar; mi relación
con él no se ha equiparado con ningún otro ser humano: su bondad

155
irradiaba una especie de calor, que permitía cual buen caleidoscopio,
ver lo malo, lo desfigurado, transformaba las burdas imágenes en
bellos destellos de fe. Su palabra de consuelo mantuvo viva, no
solamente en sus hijos, sino también en extraños la esperanza en una
pronta libertad. Mi padre, cual libro abierto, sólo hablaba para enseñar,
para construir, para enlazar, para ayudar a los demás; no lo recuerdo
quejándose, ni suplicando, sabía que su destino no lo manejaba él,
aceptaba lo malo y aplaudía cualquier circunstancia, siempre que ésta
sirviera para animar al prójimo.
Mi último destino fue Bergen Belsen; a los míos los habían
mandado al sur, a mí, me enviaron hacia el norte; nos colocaron en
lados opuestos. Llegué un 15 de febrero de 1.945. El 30 de abril de ese
año nos liberaron. Ya los alemanes no podían controlar nada, el
desorden era increíble, se desmoronaban los alemanes cual montaña
de arena atacada por un vendaval.
Llegan los ingleses, con sus tanques; embisten contra las cercas y
las rompen. Uno de ellos venía con altoparlantes, diciendo que se
rindieran, dando instrucciones; hablaban en diez idiomas, no podíamos
creer lo que veíamos; esos grandes monstruos eran ahora pequeños
animales indefensos, daban lástima, quizás tanto como nosotros.
Los ingleses estaban vigilantes para que los judíos no tomáramos
venganza con sus nuevos prisioneros los alemanes. Con su
característica flema, ellos se sentían libertadores, su postura altiva
paseaba alrededor de aquel dolor mientras custodiaban y protegían a
los alemanes para mantener su prestigio.
Desconocía lo que había pasado con mi padre y con mi hermano, lo
único que sabía era que los habían trasladado a Nordhausen; en
cuanto pude, me escapé de los ingleses y fui en busca de ellos.
Demoré dos días de camino hasta que logré llegar Nordhausen; no
estaban ni mi padre, ni mi hermano. Me dijeron que mi padre no había
podido soportar más; el hambre, además de la separación obligada de
su hijo más querido, su primogénito, fueron responsables de su
muerte. El 23 de abril de 1.945 falleció mi padre; está enterrado en
Nordhausen, murió faltando solamente siete días para la liberación; lo
habíamos protegido entre mi hermano y yo como a la niña de nuestros
ojos, pero al final, no lo logramos salvar.
Mi hermano Edmundo, también liberado, tuvo el mismo
pensamiento mío y fue en mi busca a Bergen-Belsen; seguramente
nos cruzamos en el camino y ocurrió que esa primera noche yo dormí
en Nordhausen, en la cama de mi hermano y él hizo lo mismo en mi
cama en Bergen-Belsen. El destino seguía jugando con nosotros.
Esperé en Nordhausen y unos días después llegó mi hermano. No
quiero contar el fin de mi historia dejando un sabor de boca cual final
de cuento de hadas; reconozco la felicidad del encuentro con mi
hermano, la recuerdo y cada vez que la pienso, siento la alegría de ese

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momento, pero no puedo ni podré perdonarles a ninguno de los
alemanes nazis lo que nos hicieron; no puedo ni podré aceptar como
dato histórico lo que nos pasó.
No es posible, que estando aún vivos tantos de nosotros,
sobrevivientes de ese holocausto, tengamos que escuchar, ver y sentir
que gente desalmada, con intereses desconocidos, propaguen la idea
de que fuimos un sueño, de que no existimos, que nuestros muertos
jamás alcanzaron cifras importantes; tantas majaderías me asquean y
me enferman; me agreden como hombre, como judío, como testigo de
cargo, me irrespetan como huérfano de padre y madre y me obligan a
decir lo que a nosotros los judíos se nos está prohibido, pero que en
conciencia los nazis se merecen.
Ojalá que cada uno de ellos sienta alguna vez lo que sentimos, que
sus corazones entiendan que el amor y la fidelidad a la familia es lo
más importante de un ser y que viendo en la historia toda la
destrucción que provocaron, pierdan de una vez por todas esos
malvados instintos que nada positivo han dejado para la historia y que
tanto daño causó a millones de seres inocentes que murieron y a los
que por su culpa no pudieron nacer. Yo, como sobreviviente, después
de esta lección, haré lo imposible para impedir que esto vuelva a
suceder. Amén, así sea.

FUENTE: MAX TRACHTENBERG GRIFFEL.

POR EL AMIGO DE MI
AMIGO
Eramos seis hermanos, dos hembras y cuatro varones. Mis padres se
llamaban Ignacio Matyas Legman y Bertha Schmidt. El mayor de mis
hermanos, Frank, nacido en 1907 y residenciado en Los Angeles desde
1925; el segundo, quien fue mi profesor de deportes y atletismo,
Alexander (Hertzi), nacido en 1909; Livia (Diszi), en 1911; Judith, en
1915; Andor, en 1920 y yo, Tibor, el benjamin, nací el 25 de mayo de
1925.
Cuando tenía siete años, murió mi abuelo materno, quien fue un
médico muy conocido y querido por todos, se llamaba Mordechai
Schmidt. De mis abuelos paternos, recuerdo sólo sus nombres; Efrain
Shalon Matyas y Dici de Matyas.

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Pasé mis primeros años en Cluj, ciudad de más de 100.000
habitantes, de los cuales, 15.000 éramos judíos. Era una ciudad
moderna. Bellos y decorados edificios se encargaban de engalanarla.
Muchas sinagogas, varias iglesias, tanto católicas como ortodoxas,
daban muestras de la gran fe de sus habitantes.
Hasta el año de 1939 nos rigieron los Rumanos. Un año después
pasamos a formar parte del pueblo húngaro, en virtud de un acuerdo
firmado por Hitler.
Por el hecho de ser el menor, era mimado por mis padres, mis
hermanos y hasta por algunos de mis tíos. Al recordar, me parece ver a
mi madre, quien muchas noches venía a mi cama, a vigilar mi sueño y
cuando me notaba intranquilo, me trataba de calmar, contándome
anécdotas de mis abuelos, experiencias de mis tíos y travesuras de mis
hermanos. Ella, Dios la tenga en su gloria, fue una madre ejemplar.
Diez y seis años me llevaba mi hermano Hertzi, me quería como a
un hijo; él era el que se ocupaba de enseñarme y mejorar mis
conocimientos y estilos en lo referente a mis gustos por el deporte. El
me enseñó a pararme de manos y luego con una gran paciencia, a
caminar sobre ellas. A Hertzi le debo la mayoría de mis gratos recuerdos
de niño. Lo concerniente a nosotros, debo decir, estaba rodeado de una
gran pasión. Mi hermano veía en mí al deportista que no pudo ser. Tenía
mucha fe en mi futuro como deportista profesional, me daba ánimos y
se comportaba cual padre orgulloso,
Tenía unos siete años de edad, cuando un circo ambulante se
presentó en la ciudad y mi hermano Hertzi me llevó. Fue una
experiencia inolvidable; al ver las acrobacia de los payasos aprecié lo
aprendido con mi hermano, la parada de manos pasó a tener un gran
sentido para mí. En su show, ellos montaban una silla encima de una
mesa, luego otra encima de la primera y con una demostración de
habilidad, se paraban de manos en el tope de ambas. Apenas llegué a
mi casa, en cuanto vi que no había nadie, hice lo mismo. La mesa, una
silla, luego otra y con gran determinación logré pararme sobre ellas, de
la misma forma que vi en el circo. Mi madre entró en ese momento al
comedor y al verme, se quedó sorprendida, pasmada. No gritó para no
hacerme perder el equilibrio, pero sé que las ganas no le faltaron. Su
expresión de susto y de asombro, la recuerdo con placer.
Mis años de niño los pasé en el edificio Urania Palota en Cluj; este
edificio quedaba en la calle principal, en la Ferenz Joseph Ut. Tenía
cuatro pisos y en la planta baja había otros negocios, además del cine
Urania, como un mayor de pieles, una muy famosa pastelería y heladería
llamada Takacs, una mercería, una frutería y una tienda de telas.
Uno de mis más extraños recuerdos, fue cuando a través de la
ventana de mi casa, que estaba en el primer piso, vi cuando a la dueña
de la heladería se le cayó dentro de la paila del helado una gallina que
estaba pelando y preparando para su cena, ¡y ni siquiera se inmutó!.

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Este hecho fue para mi repugnante, bajé indignado a reclamarle la
acción, supuse que botaría el helado, pero lo único que recibí a cambio
fue una negativa, un regaño y una amenaza de paliza. Encima, la señora
me tildó de mentiroso ante los demás.
Recuerdo con agrado la primera vez que fui al cine, por cierto al
Urania; era una película de vaqueros, el actor era el muy conocido Tom
Mix, ya estábamos al comienzo, a la entrada del moderno e injusto siglo
veinte.
En mi época, el cine era mudo. El Urania tenía contratado a varios
gitanos que tocaban música, lo más notorio era el violín y en la medida
en que se desarrollaba la película, los gitanos tocaban acompasando las
acciones que veíamos. Si los actores corrían, la música era acelerada, o
dramatizada en ocasiones según el temor o el riesgo y no faltaba la
música romántica, cuando al fin quedaba unida la pareja protagonista,
luego de tantas peripecias. Impresionaba ver a Tom Mix, corriendo tras
los indios y a veces tras los bandidos; era el bueno contra todo lo que
representaba la maldad. Se destacaban su habilidad al montar sobre los
caballos y las piruetas que ejecutaba. A veces, lo veíamos disparando a
los malos y cuando éstos trataban de hacerle lo mismo, Tom Mix de una
manera muy propia, se ocultaba completamente acostado de un lado del
caballo, lo que dejaba boquiabiertos a los malos y despertaba el
entusiasmo del público; los espectadores nos levantábamos y
aplaudíamos. Lo increíble era que las armas, tanto de los malos como las
de los buenos, nos parecían mágicas, los actores disparaban y
disparaban sin cesar y jamás se les acababan las balas...Y nunca se les
caían sus sombreros. Las películas terminaban con un final de una lucha
o batalla, en que siempre triunfaba el héroe en beneficio de la justicia.
En otra oportunidad, un famoso cantante llamado por pura
casualidad Joseph Schmidt, y a quien no me unía ningún parentesco,
vino a mi casa a comer invitado por mi padre. Fue un gran honor el
recibir su visita luego de su actuación en el teatro, a la vez que fue al
primer hombre que vi con zapatos de tacón alto. El era muy pequeño de
estatura, pero su voz me parecía muy grande, tanto, que podría
compararlo con la de Eddy Nelson y hasta con la de Janet MacDonald.
Debo reconocer la calidad de mis padres, pero al detallar mis
recuerdos, veo cuán importantes debieron ser; mi padre fue por muchos
años presidente de la comunidad judía de Cluj, además fue electo
alcalde de la ciudad por votación popular, aun siendo judío; mi madre,
desde que yo recuerdo, fue la presidenta de Wizo, organización
encargada de atender a los menesterosos y desvalidos. Tanto el uno
como el otro compartían su tiempo atendiendo a sus hijos y cualquier
aspecto comunitario que lo requiriese.
Al graduarme de bachiller, mi padre me dio como regalo una caja
de cigarrillos, él sabía que yo fumaba y con ese gesto me permitía que lo
hiciese hasta en su presencia. Para nuestra época, eso era muy

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importante. Además, me dio tres consejos que por siempre he recordado
y ejercitado: El primero fue: nunca mientas, la mejor mentira es la
verdad y para ser un buen mentiroso, debes tener una memoria
privilegiada para recordar qué fue lo que le dijiste a cada uno y a la
larga, siempre te descubrirán. Su segundo consejo demuestra su gran
visión de lo que sería el mundo actual y su ideología. Me dijo: "aunque
el hábito no hace al monje, ocúpate de vestir siempre bien, ya que la
primera impresión es la que vale", y completó: "tu estómago no se
puede ver, lo puedes llenar con pan y agua, eso jamás te podrá ser
reprochado." El último de sus consejos lo considero como una
transmisión de conocimientos mundanos. Me dijo: "cuando vayas a
alguna parte a comer, a beber o simplemente a divertirte, deja siempre
una buena propina, para que se te abran todas las puertas. De no
poderlo hacer, mejor es que te eximas de ir."
Nosotros vivimos en una época en Cluj, donde no sufrimos ningún
tipo de persecuciones por el hecho de ser judíos. Toda expresión
antijudía, a mi entender, comienza con la llegada de los húngaros, entre
los años de 1939 y 1940.
Mi hermana Judith era cantante de ópera; aunque mi padre no le
permitía dedicarse a ello como profesión, aceptaba que lo hiciera dentro
del ambiente comunitario para colaborar con obras benéficas. Mi
hermana, sin querer, se había ocupado de educar mi oído; ella
practicaba la música y yo me deleitaba oyéndola. Pero cuando me llevó
a ver mi primera ópera, quedé impresionado, se trataba de Fausto. De
repente, sin que yo me lo esperara, del escenario salió una llamarada y
del humo apareció Mefistófeles, me asusté e inclusive grité. Con bondad
y mucha paciencia, mi hermana me abrazó y me dijo "ne fely" (no
temas); muchos del público rieron, para ellos fue un episodio simpático,
para mí, fue el despertar de mi pasión por la música y el teatro.
Cuando cumplí once años, pude haber emigrado a Palestina como
muchos otros jóvenes judíos. Pero mis padres no quisieron que nos
separáramos; mi hermano mayor, Frank, unos años antes se había ido a
México, vivía en la frontera con los Estados Unidos. Este fue el motivo
por el que mis padres no aprobaron mi viaje. Mi madre decía, y en
verdad así fue, que ella sentía con el viaje de mi hermano como si
hubiera perdido a un hijo y que no estaba dispuesta a perder otro más.
El conocer a dos famosos jugadores de la selección nacional de
fútbol, los hermanos Cochuban, hijos del sacerdote ortodoxo Cochuban,
ex-compañero de colegio de mi padre, y el poder tratarlos en persona,
me inspiraron a dedicarme al fútbol; ellos me animaban y a veces me
guiaban con algunos secretos del deporte. Recuerdo que desde mis siete
años lo jugaba con pasión, servía como delantero lateral y a veces
defendía la portería. Muchas satisfacciones saqué del fútbol. Estando en
el equipo Hagibor, con apenas trece años de edad, un equipo rumano de

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mayor categoría, me pidió prestado para defender una especie de
campeonato estatal, donde logramos muy buena figuración.
No solamente logré destacarme en fútbol, ayudado por mi
hermano y por uno de mis amigos de la infancia, Janovicz Otto, sino que
aprendí y dominé otro deporte, el salto olímpico con esquíes. En el año
de 1942, junto con mi amigo, representamos a nuestro colegio en el
torneo nacional que se realizó en Horty-Csucs., sin que nuestros padres
supieran nada. Ganamos el primer lugar; no se nos dieron los trofeos, ni
los méritos en cuanto descubrieron que éramos judíos. Mis padres se
enteraron unas semanas después, durante el noticiero en el cine, esa
misma noche llegaron a la casa orgullosos y asombrados de nuestra
osadía.
Titus Cornelio y Emil Marincas, eran amigos de mi hermano
mayor. Emil era secretario de Julio Maniú, Ministro de los campesinos de
Rumania. En una oportunidad mandó una comisión desde Bucarest a
donde mi padre, para que nos fuéramos a Rumania. Nos decía que
había arreglado las cosas para que llegáramos y pasáramos la frontera.
Entre Cluj y Turda habría unos diez kilómetros de distancia. Con
la delegación, además de tener un acceso seguro a la libertad, también
se nos permitía llevar cuantas cosas quisiéramos. Mi padre, quien fue
muy acertado la primera vez con la mudanza que hicimos a la casa de
mi tío en las afueras de la ciudad, en esta nueva oportunidad se
equivocó irremediablemente al no aceptar la propuesta del amigo de mi
hermano.
Uno de mis tíos era un gran jajam (sabio). Yo era para él, el hijo
que no tuvo. A la muerte de su mujer, perdió su fe. Aquel hombre,
reconocido como sabio por los judíos del pueblo y de otras latitudes
también, no pudo soportar la muerte de su amada. Esta lección me
sirvió al muy poco tiempo, para aguantar con dignidad y resignación la
falta de los míos, pero a su vez me hizo más sensible en cuanto a otros
seres humanos. Ambas posiciones las aprendí a respetar. Cuando mi tío
Salomón Matías sospechó lo que nos podría ocurrir, tomó sus
precauciones; él era un hombre además de inteligente, sumamente rico,
poseía propiedades por doquier, tenía cuentas en Suiza y muchos
Napoleones (monedas de oro). Un día me llamó y me dijo que entre los
dos enterraríamos sus cosas de valor y que de volver cualquiera de la
familia, las desenterrara y las usara para él y los suyos.
Esa noche, con unas medidas específicas, dimos veintidós pasos
desde el árbol hacia el norte. Al llegar comenzamos con el pico y la pala
hasta alcanzar un metro de profundidad. Ensanchamos el hueco y luego
de comprobar las medidas, trajimos el baúl, cargado con Napoleones,
algunos billetes de monedas extranjeras y -recuerdo bien- una leontina
de oro, el reloj era hermosísimo. Cual personajes del inolvidable Robert
Luis Stevenson en su Isla del Tesoro, revivimos las acciones de sus
cuentos y al dormir soñé y me sentí protagonista de la historia, mi tío

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me había confiado su riqueza. En un gesto muy dramático, me transfería
su esfuerzo y los sacrificios de su vida.
Pero las cosas no son siempre como queremos que sean, son
como son y basta. Cuando, terminada la guerra, volví a la casa de mi tío,
los alemanes habían cavado a gran profundidad. Toda la propiedad
había sido revisada. El terreno fue removido palmo a palmo, supongo
que utilizaron para la búsqueda hasta un detector de metales. El
gobierno, no sólo nos mandó a la muerte, quería también nuestras
propiedades y nuestras cosas de valor.
Ya, desde el comienzo de 1944, recogían a los judíos en las
calles. Mi hermano Andor, se encontraba preso en Rusia. Tanto mi
hermano Alexander como mi hermana Livia, casada y con hijos, lograron
salvarse por haberse mudado a tiempo a Bucarest. Frank, como ya dije,
vivía en México. Nosotros, al comienzo de la invasión, sentíamos que
seríamos ayudados por nuestros vecinos, eso sí que fue mucho pedir.
Andor logró escapar de Rusia, en el año de 1950 y se estableció
en Bucarest. Por su experiencia lo contrataron como periodista de
noticias deportivas en la radio y en el año de 1968, fue cuando solicitó
una visa de inmigración para Israel, la cual le hizo perder su empleo por
varios meses. Unos años después mi hermano Frank, le mandó visa, lo
mandó a llamar y al final, murió en los Estados unidos.
Fue en el comienzo del año de 1941 cuando empezamos a ver los
trenes cargados de judíos. En la ciudad, pensábamos que los llevaban a
trabajar o en el peor de los casos, al frente de batalla, para que
ayudaran en la construcción de líneas defensivas, nunca alguno de
nosotros se imaginó lo que en realidad les ocurriría.
Recuerdo que por esos días, mis padres se ocupaban de recoger
ropa usada y alimentos para llevárselos a los que iban en los trenes;
creían que de esa manera estaban ayudándolos. Luego supimos que las
ropas no las pudieron usar y que la poca comida que se les daba no
paliaban ni su hambre, ni su dolor.
A cierta edad nos obligaban a ir a trabajos forzados; yo me sentí
envalentonado por mi edad y logré escaparme a las montañas, en los
Cárpatos, con la intención de quedarme con los partisanos e irme. Llegó
la noticia de que los jóvenes que se ofrecieran a trabajar
espontáneamente, ayudarían a sus padres. Los míos, ya estaban en el
ghetto, no podría dejar a mis padres abandonados. Creyendo que los
ayudaría bajé de las montañas y me incorporé al trabajo en el ghetto de
Cluj. A los jóvenes, nos enviaban a hacer distintos trabajos, limpiando
calles, construyendo carreteras y demás. No sólo no se nos pagaba, sino
que además debíamos llevar nuestra propia comida. El precio que nos
hicieron pagar únicamente por ser judíos, fue sumamente alto.
Hoy en día, me siento muy orgulloso de ser judío; pero aún no he
podido encontrar una explicación al comportamiento de los nazis.
Personalmente yo caí como incauto con sus promesas. El ghetto estaba

162
dentro de una fábrica de ladrillos. Durante años los judíos estábamos
obligados a llevar una banda amarilla en el brazo o una estrella de David
en el pecho con la palabra impresa: judío. La familia Matyas estaba
eximida de usarlos gracias a méritos obtenidos por mi padre durante la
primera guerra mundial; de cualquier manera, siempre la llevábamos
puesta. Mi padre, además de sentirse muy judío, decía que debíamos de
dar ejemplos, que no usar la banda o la estrella sería hacer sentir peor a
los demás.
Dos semanas estuve en el campo. Llegaron los alemanes y nos
montaron en el tren. Había llegado nuestra deportación. Mi padre
contaba 60 años de edad, mi hermana Judith tenía 29 años y yo,
apenas había cumplido los diecinueve. No sé cómo explicarlo, pero de
alguna manera, no veíamos la realidad. Era el año de 1944 y aún
pensábamos en que la movilización era sólo para llevarnos a sitios de
trabajo, jamás, nos imaginábamos, que cual manada de animales,
éramos llevados al matadero.
Joseph Goebles, engañó a todos con su propaganda, las masas
cambiaban sus opiniones empujadas por la manipulación pragmática y
programada de los nazis, alemanes acostumbrados a vivir, a convivir con
los judíos por cientos de años, al escuchar las consignas nazis, de que los
males eran ocasionados por los judíos, reaccionaban convirtiéndolos a
éstos de un día a otro como culpables de todo y como enemigos
mortales.
Se sentían con el derecho de quitarnos, primero, la nacionalidad,
además del derecho de cualquier ser humano de sentirse protegido y
cuidado en su país de nacimiento, y hasta el de decidir la suerte de
todos y cada uno de nosotros los judíos, excusados ante la vil patraña de
considerarnos animales dentro de la especie humana por no ser según
ellos, puros, ni arios.
La capacidad de su proyección era envidiable, sistemáticamente
iban inculcando sus ideas, sus metas eran alcanzadas al igual que sus
objetivos en forma impecable. Desafortunadamente volvemos a ver que
la historia es guiada, dirigida y manipulada por una sola mente. No son
los pueblos, ni sus gentes, los que cambian sus destinos, siempre ha
habido y habrá alguien que con una mente enferma y en la creencia de
ser único poseedor de la verdad, arrastre a pueblos civilizados por el
camino de su ambición y logre además convertirlos en depravados
asesinos.
A toda la familia que había permanecido unida en el ghetto,
tanto los Matyas como los Schmidt, nos montaron en el mismo vagón; mi
padre había tenido mucho cuidado de llevar sus Rujhsack (tahalit y
tefilim), su mochila con sus objetos de culto, necesarios para el rezo
diario. Antes de subir a los trenes, uno de los nazis me llamó y me
nombró jefe responsable de mi vagón; ésto me hizo volver a creer.

163
Pensé que a nuestra llegada, debería dar informes del viaje, pero de
nuevo me equivoqué.
En el ghetto nos decían que nos estaban llevando a Hungría, a un
campo de agricultura en el que trabajaríamos y así ayudaríamos a
nuestros padres. Con esa mentira, los jóvenes íbamos dispuestos a
ayudar, a trabajar por el bienestar de nuestros padres. A un día de viaje,
un niño le preguntó a su padre, de qué manera Dios castigaba a los
niños, al lo cual respondió que a veces con pequeñas enfermedades, con
pequeñas pruebas de fe. El niño en su inocencia, replicó que él quería
que le cambiaran su nombre, porque según él, con el nombre que tenía
ya lo habían castigado demasiado y que no soportaba más el castigo de
seguir sin agua y sin comida.
El tren se detuvo en alguna estación, se abrieron las puertas y
nos gritaron que bajáramos rápidamente a tomar algo de agua. De mi
vagón muy pocos habían logrado bajar; yo, ágil por mi condición atlética
y mi edad, aunque logré saltar del vagón, no tuve el tiempo suficiente
como para llegar a la fuente de agua que se encontraba en el fondo de
la estación. La cola era interminable. Pasados escasos minutos sonó el
pito del tren avisando que partiríamos inmediatamente. Ese día, los
alemanes nos enseñaron que no estaban jugando. A los que no se
separaban de la cola en la fuente del agua, les comenzaron a disparar.
Vi caer a uno, otro y otros. Di un salto y regresé a mi vagón, sin haber
visto el agua.
Días después de llegado al campo entendí la situación. En algún
momento, los gritos de los judíos pidiendo agua habían logrado ablandar
el corazón de algún oficial al mando del tren, que supongo ordenó que
se detuviera al llegar a la próxima estación y abrió las puertas para que
saciáramos un poco la sed. La política de los SS era muy sencilla, la
solución final era exterminar a los judíos. Cuanto más deshidratados y
más débiles estuviéramos era mejor; primero, porque se requería de
menos tiempo y cantidad de gas para eliminar a las personas; segundo,
era más fácil manejarlos a su antojo y por último y más inhumano, luego
de envenenarlos por el gas, era más rápido deshacerse de los cuerpos
ya deshidratados al meterlos en los crematorios.
Sé que a alguno de ustedes esto le descompondrá el cuerpo; lo
he sabido por más de 50 años, esa dolorosa verdad, no se la quise
contar ni siquiera a mi hija. Siempre soñé que esa horrible pesadilla era
parte de un pasado sin retorno, creí que la raza humana en general,
había sufrido toda por igual con el holocausto, y que con ese alto costo
humano, los pueblos del mundo unidos jamás permitirían que cosa igual
o similar se repitiera. Sin embargo, qué triste es saber que lo único que
todos hicieron fue convertise en una gran mayoría silenciosa.
Creí en el hombre, en la humanidad, pero al ver de nuevo mi
error no puedo morir llevándome mis secretos, no puedo vivir más, sin
contar mi dolor; no es justo, que por mis miedos, mis temores, mis

164
complejos, mi hija, mis nietos, y el mundo sensible desconozcan lo que
pasó con su familia, con mi familia, con toda la familia judía.
Apenas estuvo lleno el tren, comenzamos nuestro camino agónico
hacia la muerte; ahí estábamos, éramos más de 80 personas, la mayor
parte de mi familia me acompañaba en ese viaje que para ellos fue sin
retorno. El vagón carecía de cualquier tipo de comodidades, era uno de
esos vagones en el que se acostumbraba transportar a los animales. Los
alemanes nos transportaban de la manera más inhumana, se
vanagloriaban de ello. Ibamos todos parados, el ambiente era por así
decirlo, macabro, tosco, muy lúgubre. La luz apenas entraba por algunas
ranuras de los tablones que tenían las paredes o por el pequeño boquete
de uno de los dos huecos tipo ventanillas. Respirábamos en el ambiente
un olor ocre; al no poseer baños, las necesidades se hacían por doquier,
una pestilencia repugnante comenzó a rodearnos. Nuestros corazones
supieron por primera vez lo que es vibrar en forma desbocada por horas
y horas.
En nosotros comenzó primero un pequeño tormento, ¿el sitio al
cual éramos transportados estaría en igualdad de condiciones?. Luego, a
medida que iba avanzando el tren, cuando nos dimos cuenta de que
carecíamos de comida y de agua, el miedo y la duda se centraron en si
llegaríamos con vida o no.
Al fondo del vagón, una mujer gritaba su dolor. No era el
momento ni el lugar pero la naturaleza había decidido que sería ese
mismo día. La mujer estaba en su trabajo de parto. Una mujer con
experiencia en casos similares, se hizo cargo. Ordenó e hizo que los
hombres se desplazaran al otro lado del vagón haciendo que nos
hacináramos aún más en el poco espacio de que disponíamos.
Nuestras mujeres siempre han sido dignas representantes de
nuestro pueblo; tanto la parturienta como la comadrona nos enseñaron
lo habilidosas, la paciencia y la fe con la que estaban hechas, nos
contagiaron un poco con la esperanza que sentían. Mostraban al niño
cual premio a nuestra ayuda. Fue una sensación de paternidad
compartida, cada uno de nosotros transmitía su amor. Fue para mí una
experiencia similar a la que tuve años después con el nacimiento de mi
única hija Belinda. Pero de nuevo, la alegría no podía perdurar, nuestros
destinos no habían sido trazados con la varita bondadosa únicamente,
como más tarde dijo Churchil, debíamos de aportar nuestra sangre,
nuestro sudor, nuestras lágrimas y yo agregaría: las vidas de nuestros
seres más queridos.
Un día en el tren, nació un niño. Al otro día, murió un hombre.
Gritos, llantos, rezos.
Mi madre siempre nos decía que no quería sobrevivir ni un solo
minuto sin mi padre. De su deseo, se encargaron los alemanes, ambos
fueron asesinados el mismo día. Durante el viaje, sé que mis padres
trataron de tranquilizarme sé que me estuvieron dando ánimos, no

165
dudo que me transmitieron sus sentimientos, pero mi mente ha
bloqueado toda esa vivencia. Mis recuerdos hacia ellos, en esos duros
momentos me han fallado y aún hoy me fallan. Puedo ver a los demás,
puedo recordar y sentir el olor, veo la oscuridad, oigo el dolor, el llanto,
recuerdo y siento la sed y el hambre, revivo la angustia, el miedo, pero
la imagen y las palabras de mis padres durante ese agónico viaje, no las
puedo recordar.
Pasan unos días y llegamos a nuestro destino. Se abren las
puertas de los vagones y escucho gritos, hombres de la SS con sus
perros nos reciben, eran alemanes, eran los nazis, nos gritaban scnel-
raus (rápido, afuera), sentimos un desahogo con la llegada, supusimos
que las cosas mejorarían. De nuevo la realidad demostraba nuestro
error.
Nos bajaron de los vagones, nos obligaron a formar filas de a
cinco personas, veníamos abrazados. A nuestro recibimiento vino una
orquesta de músicos judíos húngaros, me ilusioné. Por mis
conocimientos de música, ya me veía formando parte de ellos.
La única verdad era que los alemanes, burlándose de nuestros
futuros, nos deleitaban en las vísperas postrimeras de nuestras muertes.
Ibamos en dirección a un oficial impecablemente uniformado;
éste (después supe era Mengele) dirigía a unos a la derecha dándoles
una pequeña oportunidad de vida y a otros a la izquierda condenándolos
a una muerte inmediata.. En ese preciso momento me separan de los
míos.
Un desgraciado asesino -nazi- decidió el futuro de mis padres, de
mi hermana, mis tíos, mis primos y mis primas. He oído a otros que se
despidieron de los suyos, he escuchado y envidiado el abrazo, los besos
o las bendiciones que les dieron sus padres en ese último momento. Yo
no lo tuve, y esto me enseñó a valorar en toda su magnitud, a mi
familia, a mis amigos y a los míos.
Estábamos en el mes de junio de 1944, luego de haber pasado la
primera selección nos llevaron a tomar un baño; nos afeitaron la cabeza
a rape y a la salida nos fue entregada la pijama de prisionero. De ahí,
nos metieron en una barraca, que se llamaba tzigeiners laguers (sólo
judíos y gitanos). Eramos como 800, dormíamos unos encima de otros. A
la mañana siguiente, nos hacen un apel (control) y un oficial nos da un
gran discurso. Nos advirtió que seríamos pasados a través de una
máquina Röen Goen, una máquina de rayos X, que seríamos revisados
minuciosamente y que de encontrarnos en nuestras entrañas joyas,
piedras preciosas o cosas de valor, seríamos fusilados ipso facto. Nos
recomendaba, que lo inteligente era decirlo antes de que ellos lo
descubrieran, que reconocerlo era de valientes y que serían perdonados.
Pero los que por temor u otros motivos no lo hicieran, serían fusilados y
abiertos como animales, para ejemplo y obediencia.

166
La misma tarde hicieron otro apel (presentación) y nos
preguntaron a cada uno nuestra profesión. A la gran mayoría los
destacaban a Kies Grupe, o sea a unos equipos de trabajo sumamente
duro, de mucho riesgo. Cuando me llegó el turno, a su pregunta, les
respondí en alemán, con su acento, de que había estudiado en una
escuela técnica industrial, me separaron y me llevaron a un lugar
apartado; en ese momento yo no sabía dónde estaba, pero me sentía
cómodo. Como dije, el sitio quedaba apartado de las barracas en la parte
más alta del campo de concentración. Al llegar me dieron un plato de
sopa, luego uno de los judíos también preso conmigo, me obsequió un
cigarro hecho con una especie de raíz enrrollado con papel usado de
bolsas de cemento. Esto sí que me extrañó.
Me pusieron a trabajar en una gran caldera, me dieron
instrucciones de que vigilara la presión del vapor y que no permitiera
que pasara de tal temperatura, o de lo contrario reventaría y acabaría
con todos nosotros.
El trabajo era sencillo, la comida que me daban era abundante, el
sitio de trabajo era cómodo, los compañeros prisioneros eran amables
conmigo, pero la pestilencia que rodeaba toda la instalación era
insoportable. Entendí por qué se nos daban tres raciones de comida al
día. Entendí de inmediato, por qué los alemanes ante tal olor, nos
dejaban solos y permitían que los prisioneros fumaran a escondidas.
En mi segundo día en el campo y en el cargo, hicieron otro apel;
pasando lista, a mi lado un muchacho menor que yo me preguntó si
hablaba idish. Me dijo que era judío. Se llamaba Janek, era polaco de
una ciudad llamada Sosnovich; en ese momento él fue quien me dijo que
estábamos en el campo de exterminio de Birkenau y que nosotros
estábamos trabajando en los crematorios. Mi cuerpo se descompuso, mi
tensión dio un bajón que me llevó a punto de perder el sentido. El
instinto de supervivencia humano reaccionó a tiempo, de lo contrario mi
asomo de debilidad en ese momento de apel, habría sido fatal.
Hay cosas en la vida que hemos hecho sin saber, sin pensar, hay
cosas en la vida que nos hacen recordar que sólo somos humanos y
cuando vemos nuestro triste pasado, nuestra cruel realidad, nos
sentimos muy mal.
Por siempre he vivido con ese dolor, los alemanes, aun cuando no
pudieron matarme, destrozaron mi mente; el solo pensar que mis padres
y casi toda mi familia murió en Birkenau y el saber que desde el mismo
segundo día trabajé en las calderas, en los crematorios y que de alguna
manera con mis propias manos tuve algo que ver, es casi como sentirse
responsable de sus muertes.
Cuando pasamos el apel, le conté a mi nuevo amigo lo que sentía,
compartió el dolor conmigo y desde ese mismo instante nació entre los
dos una amistad que sólo la muerte logró separar. Mi hermano de
campo, así nos llamábamos, me dijo que un oficial de la SS asignado en

167
los crematorios con nosotros en Birkenau, se había criado con él en su
misma casa, bajo la protección de sus padres y que éste le había dicho
que se fugara, que estaba dispuesto a ayudarlo, pero Janek no se sentía
tan valiente como para hacerlo solo. Me preguntó si sería capaz de
fugarme con él. Me tomé la noche para pensarlo. Sabía que los nazis
habían acabado con mi familia y al no tener lazos que me unieran, decidí
acompañarlo.
Janek, entusiasmado con mi compañía, habló con su amigo el SS
y fue éste el que nos proporcionó el plan de fuga. La rutina era sencilla,
todas las mañanas traían caminando a dos grupos de prisioneros desde
Auschwitz hasta Birkenau. A unos para su meta final y a otros los
sacaban para trasladarlos a otros campos, bien sea por su utilidad
futura, o por los requerimientos en otros campos de mano de obra
especializada. El plan, muy simple; nuestro amigo el guardia se haría la
vista gorda en el momento que nos coláramos dentro del grupo de
prisioneros que serían trasladados en trenes a otros campos.
No fuimos ninguna clase de héroes, éramos simplemente dos
jóvenes solos, con muchos deseos de vivir y con una suerte muy especial
de haber logrado que a uno de los monstruosos SS, dejando a un lado
sus ideales y quizás ya cansado de asesinar, respetó los lazos de
amistad que por muchos años durante su infancia entretejió con mi
amigo.
Los que trabajábamos en los crematorios no teníamos número
tatuado, supongo que el tiempo que nos iban a dejar en esos cargos
eran cortos y no justificaban hacerlo. Eran las 7 de la mañana cuando
logramos mezclarnos con el grupo que llevaban a montar en los trenes
para los diferentes destinos. Fue muy rápida la fuga, en menos de una
hora me encontraba con mi amigo rumbo a la vida, o al menos eso
pensábamos.
De nuevo los mismos vagones, la misma ansiedad, la misma
angustia, revivíamos un pasado reciente. Cuando nos trajeron la primera
vez, veníamos acompañados de los nuestros, veníamos con una
esperanza y un sueño, teníamos temores, pero jamás imaginábamos la
triste realidad. Ahora, conscientes de la capacidad sanguinaria de
nuestros enemigos, sólo nos quedaba esperar, rezar, desear y esperar.
Los judíos, doy testimonio por ellos, no éramos considerados
seres humanos. Eso es una cosa, pero aunque nuestro destino final
según ellos era la muerte, cada uno de nosotros tenía un fin previsto por
los alemanes. Cada uno de nosotros, marcado como bestias, era
importante para ellos. Los nazis estaban comprometidos con su líder, a
ninguno de nosotros se nos permitía escapar.
Cuando llegamos al destino, minuciosa y rápidamente hicieron el
conteo, en ese tren dos pasajeros sobrábamos. Les fue muy fácil
detectarnos, como les dije antes, fuimos los únicos prisioneros que no
teníamos números tatuados ni asignados.

168
Nos llevaron tanto a Janek como a mí frente a unos oficiales nazis,
nos empezaron a preguntar. Ellos eran unos maestros en lo referente al
castigo y métodos de tortura. Cuando el amigo de mi amigo nos
ayudó, junto con el plan de fuga, nos instruyó que de descubrirnos,
deberíamos mantener ambos la misma versión, que nos habíamos
perdido.
Ante las preguntas de los alemanes dijimos que solamente
hablábamos rumano, que no les entendíamos, llamaron a un checo judío
para que nos sirviera de intérprete, le conté la verdad de nuestra fuga,
le dije que hablaba perfectamente el alemán, que habíamos perdido en
Auschwitz a toda nuestra familia y que le dejaba en sus manos el futuro
de nuestras vidas. Pienso, que le dimos lástima.
Este hombre les tradujo que éramos técnicos mecánicos muy
especializados; en ese momento, el capo no judío y presente en el
interrogatorio dijo que él nos podría utilizar en el campo. Los alemanes
aceptaron como cierto nuestro relato y aunque no se lo podían creer,
tampoco supieron qué hacer con nosotros. Nos asignaron a mi amigo el
número 49.287 y a mí, el 49.288.
Nos mandaron a trabajar a una fábrica llamada Durier Fulner,
eran unos galpones enormes, en donde se fabricaban las hélices de sus
aviones. Estuvimos en el campo de Hirschberg desde el mes de junio
hasta el mes de septiembre. Al comienzo teníamos fuerza y como al
capo no judío le encantaba el fútbol, formó varios equipos entre los
prisioneros. Después de cada partido, nos daba una buena sopa, pero
en la medida en que poco a poco fuimos perdiendo condiciones y
fuerzas, ya no pudimos seguir jugando.
En este campo trabajábamos turnos nocturnos, comenzábamos a
trabajar a las 5 de la tarde y terminábamos de mañana. El día primero
de noviembre de 1944 incursionaron los aviones rusos
bombardeándonos. Los alemanes nos obligaron a meternos en las
barracas y ellos se protegieron en los refugios antiaéreos.
En uno de los bombardeos se me ocurrió la idea de fugarnos de
nuevo. Llamé a mi amigo Janek y complacido, me terminó de animar.
Para poder escaparnos, debíamos tomar la decisión de la ruta a seguir
al salir del campo; a derecha o a izquierda, esa vez, seguimos mi
intuición y por desgracia nuestra, me equivoqué. Ese día estuvimos muy
cerca de nuestra libertad, pero no llegamos muy lejos. Al equivocar la
ruta, nos metimos en la misma boca del lobo. Los mismos campesinos
nos capturaron y nos devolvieron al campo.
Apenas entramos en éste, nos sabíamos hombres muertos. No
teníamos ningún tipo de esperanzas. El propio comandante habló de
matarnos, era lo mínimo que suponíamos nos harían. Alguien opinó que
el mejor ejemplo sería que nos dieran frente a todos los prisioneros 25
latigazos, como señal de castigo. Afortunadamente para mí. y no para mi
amigo Janek, esta segunda opción me permitió seguir viviendo.

169
Dos judíos fueron los encargados de propinarnos el castigo y era
de todos sabido, que de no golpearnos con suficiente y demostrada
fuerza, ellos recibirían otros latigazos a cambio. Nos subieron a un
banco, nos pusieron de rodillas y empezó el martirio. uno, dos, ...hasta el
latigazo veinticinco. Por meses no me pude ni sentar, tuve que dormir
boca abajo, el dolor era inaguantable, tanto que mi amigo Janek no lo
pudo soportar y a los pocos días murió.
Nadie se puede imaginar, el dolor que me causó la pérdida de
mi amigo. Cuánto me arrepentí de haber sido yo el que decidió la fuga.
Por años ese episodio de mi vida me ha quitado lo mejor de mis sueños,
me recuerda que la vida tiene un costo y a veces más alto de lo que
imaginamos, que las decisiones no pueden ser tomadas al albur, que
debemos de meditarlas, que lo que parece fácil, no siempre lo es y me
demuestra que de alguna manera los seres humanos no se pueden
catalogar con una sola etiqueta. Lo increíble, lo ilógico y muy especial,
dentro de mi experiencia personal, es que alguien siendo mi mayor
enemigo, me ayudara a sobrevivir, solamente por ser amigo de su
amigo.
En enero de 1945 brota una epidemia de tifus, somos 380 los
judíos enfermos en el campo de concentración, de esos, solamente
quedamos 22. Nos mantienen aislados, para evitar el contagio, nos
dejan la comida a la entrada de la puerta. Evitan a como dé lugar estar
cerca de nosotros.
Para colmo, un día uno de los capos alemanes se contagia y a los
pocos días muere. Eso hace cundir el pánico, ya ni se atreven a darnos
de comer, además me da gangrena en el dedo pulgar.
Recién salido de tifus, ahora me tocaba lo peor. El médico alemán
me dijo que no tenía posibilidades de salvar el dedo, que de no
amputarlo inmediatamente, me deberían amputar toda la mano. La cosa
no terminó ahí, al otro día que volví con mucha fiebre, el diagnóstico fue
peor. Ahora, según el médico, se me tendría que amputar toda la mano,
la gangrena iba en pleno progreso y cada minuto que pasara restaba
posibilidad en lograr la detención del mal. El diagnóstico era
sumamente grave, por no haber aceptado la amputación de un solo
dedo, según el médico, ahora se me debería amputar toda la mano.
No, ya no quería perder algo más, me rehusé a morir con mi
cuerpo desmembrado.
Valentía o simple cobardía. El miedo no me permitía tomar una
lógica determinación y mi cuerpo desfallecido por el hambre, no
ayudaba mucho. Me permitieron regresar a mi barraca; en el próximo
apel, ya sabrían qué hacer conmigo. Preocupado, temeroso, adolorido y
sin un compañero al cual arrimarme en busca de consuelo, esperé el
final.
Entre sueños y sollozos vi a uno de los prisioneros acercárseme,
me imaginé que lo movía la curiosidad, o el simple deseo de apoderarse

170
de mi ración de comida. En la vida vemos que catalogamos a la gente
con la primera impresión, muchas veces nos damos cuenta de que nos
equivocamos tal como me sucedió ese día. El que se me acercó era un
muchacho joven, no muy fácil de descubrir, por su aspecto demacrado y
desaseado. Sin embargo, luego me enteré que se trataba de un médico.
Sí, para mi suerte, me tocó estar en su misma barraca. Me
chequeó y confirmó lo que me habían dicho anteriormente, de haber
amputado el dedo a tiempo, ahora no existiría la necesidad de amputar
el brazo. Le dije que de ninguna manera me prestaría a ello. Viendo mi
determinación y sin nada más que hacer, me dijo que haría hasta lo
imposible por ayudarme, pero sin garantías.
Este médico me tomó el dedo enfermo y le hizo una cantidad de
cortes en forma estrellada, en total fueron seis cortes a lo largo de la
yema del dedo. Con una gran paciencia, comenzó a masajearme el brazo
desde el hombro hasta la punta del dedo, durante dos días sin descanso
estuvimos empujando hacia afuera los coágulos y el pus. Así, en el sitio
menos aséptico, en las inimaginables condiciones sanitarias posibles y
con los implementos más rudimentarios, este hombre, con su paciencia,
salvó mi dedo, mi mano, mi brazo y mi vida. El dedo mantiene la prueba
de lo que digo, es lo único que aún hoy demuestra lo sufrido.
En el mes de marzo llegué a pesar un poco más de treinta kilos.
Empezaron a traer más prisioneros, suponíamos que estaban cerrando
otros campos, pero no sabíamos de dónde se estaban retirando, nos
montaron en vagones y nos llevaron a Warmbrunn, luego a Greiffenberg,
Görlitz y como próximo destino, Gross Rosen, en el centro de Polonia.
Ahí había transportes que traían a la gente de otros campos. Uno de los
prisioneros que venía con nosotros dijo tener tifus, se asustaron los
alemanes, nos separaron del grupo, nos montaron en un camión y nos
mandaron a Durnau, un campo que quedaba cerca de la ciudad de Brno.
Durnau, era una especie de campo de exterminio; a los débiles
los metían en una barraca y bien sea al primero o al segundo día, sin
agua ni alimentos, morían irremediablemente. Los grupos de limpieza
los sacaban y los enterraban en fosas comunes.
Mi gran suerte comienza de nuevo con la desgracia y esta vez por
parte de los alemanes. Hacen un apel, preguntan por quiénes habían
pasado ya el tifus. Con miedo, con recelo, me atreví a decir que yo lo
había pasado. Me sacaron de la barraca, me llevaron a los baños, me
asearon, me dieron ropas limpias, me alimentaron muy bien, como por
años no habían hecho. Toda esta bondad y este cambio, debería de
tener un significado, hasta el momento lo desconocía, pero sólo me
tocaba esperar.
Me comienzan a dar clases de cómo inyectar, tanto vía
endovenosa como por vía intramuscular. Cuando siento cierta seguridad,
le pregunto a mi instructor, qué estaba pasando. Nada más y nada
menos, que había brotado el tifus en Brno, en el campo, del lado de los

171
alemanes. Muchos de ellos se encontraban con el mal dentro del
hospital, pero ninguno de los médicos o enfermeros de ellos se querían
acercar por temor a contagiarse. Pero para eso estábamos los judíos,
paradójicamente, deberíamos salvar a nuestros verdugos, a nuestros
asesinos.
Dentro del hospital, recibíamos los medicamentos y la raciones de
cada uno de los alemanes enfermos, además de la nuestra. El menú era
muy completo, sopas, papas hervidas, verduras, pan y salchichón.
Atendí a los enfermos con suma dedicación, Dios es mi testigo; recibí
regalos de ellos, pero lo más importante era que al estar ellos
enfermos, era muy poco o casi nada lo que podían comer, por lo tanto
era mucha la comida sobrante. Esos días me sobrealimenté, y por las
noches de regreso a mi barraca, llevaba las sobras y las repartía entre
los demás prisioneros.
Una noche, camino a mi barraca, se oían tiros, cañonazos, oí un
quejido en un hueco, debajo de una barraca destrozada por los
bombardeos, me metí y logré sacar a dos personas heridas, eran padre
e hijo. Los metí en el Hospital junto con los alemanes enfermos y
lograron salvarse. Me enteré luego de que el padre falleció luego de la
liberación por comer en exceso.
En este campo había un capo alemán que en repetidas ocasiones
demostró hacia los judíos un cierto respeto, muy posiblemente se
imaginaba lo que pasaría. Nosotros ya creíamos que la guerra se
acercaba a su fin. Este alemán tenía una radio, escuchaba atenta y
preocupadamente las noticias. A finales del mes de abril de 1945, él ya
sabía que venían las tropas alemanas retrocediendo. Desde ese
momento nos atendió aún mejor, nos decía que era un padre de familia,
que temía por su suerte. Hoy al evocar mis recuerdos, me imagino lo
que ese alemán pensaba, él estaba seguro de que al igual que fuimos
tratados los judíos, la venganza de los libertadores, sería realizada de
manera similar. En conciencia, es lo que se merecían, pero en nuestras
manos no está ni estará justificada la sentencia de la ley de Talión, "ojo
por ojo y diente por diente".
Volviendo a él, nos pidió que al liberarnos, él se vestiría con ropa
de prisionero para que lo escondiéramos entre nosotros y así lo hizo. A
través de él nos enteramos que Alemania capituló el día 5 de mayo de
1945.
El día de la capitulación, dos soldados rusos montados en un Jeep,
se presentaron en el campo, dieron un discurso, del cual no entendí
nada y se marcharon. Uno de los prisioneros que recibió parte de la
comida que yo hurtaba en el hospital, fue mi traductor. El prisionero
checo nos informó que la guerra había terminado, que todo pertenecía a
Rusia, que podíamos irnos.
Salimos del campo, el prisionero checo y yo, nos dirigimos a la
casa de unos alemanes, quienes muertos de miedo, nos permitieron,

172
cual vencido a vencedores, que tomáramos lo que quisiéraqmos.
Comimos opíparamente, nos regalaron ropas y cuando nos
marchábamos, vimos que tenían en la parte posterior, un caballo y una
carreta. La robamos. Aquel dicho de que "quien roba a ladrón tiene cien
años de perdón", lo pusieron en práctica unos soldados rusos que nos
encontramos a unos veinte kilómetros de distancia.
A éstos se les había acabado la gasolina de su moto y no viendo
posibilidades de rellenar el tanque, encontraron más atractivo ir
montados cómodamente en nuestra carreta que arrastrando la moto.
Nos hicieron bajar, dejaron tirada en el suelo su moto y nos robaron la
carreta.
Empujando la moto, nuestra primera adquisición, tras un sacrificio
de más de tres horas, llegamos a casa de otros alemanes. Luego de la
capitulación los alemanes se transformaron. De aquellos asesinos,
altivos militares, depravados y verdugos, ya no quedaba nada, los
alemanes, se tornaron temerosos, sumisos, cobardes. Daban la
impresión de ser casi humanos. Ya aclarada la posición de ellos, podrán
darse cuenta de cómo eran las cosas, muerto el Rey, puesto el Rey. Nos
aseamos en esa casa, nos volvimos a cambiar de ropas y luego de
comer, encontramos que ellos tenían gasolina, llenamos el tanque y nos
pusimos en marcha.
Pudimos avanzar un par de horas, hasta que otros rusos nos
detuvieron y nos la volvieron a quitar. Pero esta vez no fue solamente la
moto, ellos nos exigieron los papeles y como comprenderán éramos un
par de indocumentados. Nos llevaron detenidos al cuartel general de su
destacamento. ¡Qué ironía del destino!, nuestros salvadores, nos
apresaban, aquello era desquiciante.
Puestos prisioneros del ejército ruso, esperamos temerosos ante
nuestros enemigos por los acaecimientos. Era una absurda e
inconcebible situación. Un día, pasamos de esclavos condenados a
muerte, a ciudadanos libres y triunfadores, por el solo hecho de haber
sobrevivido luego de tantos castigos, donde siempre fuimos humillados
por los alemanes. Ahora por escasos momentos veíamos a nuestros
verdugos y poderosos enemigos destruidos en su orgullo y en su
ideología y de nuevo, pendientes del castigo que nos impondrían
nuestros salvadores por carecer de documentación.
Ellos, según nos dijeron, creían que éramos espías con mensajes
luego de ver nuestros artículos religiosos, escritos en hebreo. Para los
demás, cualquier excusa era suficiente. Seguíamos siendo judíos.
Cuando comienzan a interrogarnos, le transmito a mi amigo en
idish (lenguaje utilizado por los judíos de la parte de Europa Central),
que no se ponga nervioso, que no tenemos nada de que temer, que
ningún mal habíamos hecho y que lo peor había ya pasado. Uno de los
oficiales rusos resultó ser judío, nos tranquilizó, nos informó que no
requeríamos de documentación, luego dio la orden para que nos

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alimentaran, nos dejó en libertad y nos dijo que podíamos ir donde
quisiéramos.
La amistad es muy importante, pero más es la fuerza del llamado
de la familia. Unos vagones del tren, con unos avisos muy grandes,
decían que iban rumbo a Budapest, pensé en mi familia, me despedí de
mi amigo checo y me embarqué en el tren.
El día 25 de mayo de 1945, llegué a Cluj tenía en ese entonces 20
años. Me fui directamente a ver si en mi casa podrían estar alguno de los
míos, no encontré nada, no estaban. Al salir, uno de mis vecinos me dijo
que mi hermana Livia estaba viva, que se había mudado a la casa de
una prima para no estar sola.
Para mí, el reunirme con mi hermana fue como el encuentro con
un fantasma. Cada día en el campo oré por los míos, pero sabiendo la
forma en que éramos tratados, conociendo la inigualable maldad y
viendo a la muerte tan a menudo y desde tan cerca, siempre supuse lo
peor.
Al verla, nos abrazamos, lloramos, de tristeza y lloramos de
alegría, lloramos esa noche y al otro día.
Me quise enrolar en el ejército americano. Se estilaba que si lo
hacíamos voluntariamente, podíamos obtener la nacionalidad
americana. Tenía unas ganas enormes de conocer a mi hermano Frank,
a quién solamente vi por primera vez en el año de 1950, cuando vino a
Caracas, Venezuela, para mi boda.
Estaba en el Campo número 52, nos dieron los uniformes
americanos. Mientras tanto, me nombraron curier de ese campo. Me
enviaban con la correspondencia militar a distintos lugares de Italia,
estábamos supuestos ir a la lucha contra Japón en el mes de agosto.
Pero las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y en Nagasaki,
terminaron con la guerra y también con mi carrera militar.
Estando en Roma, me encontré con un señor de mi ciudad, quien
me dijo que mi hermana Judith había regresado. Sin esperar ni un solo
instante, así mismo, uniformado como estaba, regresé de la manera más
rápida posible a Cluj. Días de viaje, días de esperanzas, días de sueños,
días interminables, donde la perspectiva y el deseo de ver y de saber de
los míos, volvió a hacerme revivir.
Corriendo subí a la casa de mi prima. Al llegar, se desinfló mi
mundo, retorné a la realidad. En mi cuerpo y en mi mente, repetí mi
luto, mi dolor. El señor que me había encontrado en Italia, se había
equivocado. Sí, había visto a mi hermana, pero era a Livia y la había
confundido con Judith. Luego de explicarle a mi hermana el error,
volvimos a llorar desconsoladamente como en el primer día de nuestro
encuentro y como al recordarla también, lloro hoy.
TIBOR MATYAS SCHMIDT

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