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~~, luis e. valedrce SN Us” valesree og ee a S \ t \ \ \ a fs ; “4 ; jp | | a ( , | TEMPESTAD _ EN LOS ANDES: Coleccion Autores Peruanos 44 ANOS DESPUES x Universidad Nacional if; Federico Villarreal Sale esta nueva edicién de Tempestad en los tx} Andes cuarenta y cuatro anos después de su aparicién ==" ANTROPOLOGIA en Lima, bajo el padrinazgo espiritual de José Carlos http://antropologiaunfv.wordpress.com Maridtegui, quien habia publicado antes algunas de sus paginas desde el primer niimero de la Revista “Amau- ta”. Casi medio siglo nos separa de aquel tiempo en que el Indigenismo alcanzaba su climax en lo ideolégico y en lo artistico. Habian amainado los ataques de los his- panistas, cuyos lideres comenzaban a reconocer que la Cultura Peruana no era un simple apéndice de la es- panola. José de la Riva Agiiero y Raul Porras habian escrito hermosas pdginas sobre la Cultura Incaica. Nadie volvié a afirmar que el Peri solo habia recibido el territorio como legado de la Edad Antigua, ninguno se atrevidé a repetir que la partida de nacimiento del Pert habia sido firmada por Francisco Pizarro. La polémica parecia terminada al patrocinarse la transac. cién: ‘El Peru tenia una doble e igualmente grandiosa tradicién. Sin embargo, recrudecié a raiz de la guerra en Espafia, en que el fascismo peruano se hizo presente y continuéd en vigencia en los primeros anos de la Gran Guerra. Los intelectuales y artistas libres atacamos acerbamente a la Espana de Franco que completaba el terceto con Hitler y Mussolini. Pasada la Guerra, co- menzé la lucha de las ideologias hasta alcanzar contor- nos trdgicos (asesinatos politicos, verdaderas masacres de obreros y estudiantes, prisiones, persecuciones). https:/iwww.facebook.com/antroposinergia Aprovechando del poder en sus manos, las mino- rias nefastas multiplicaron los abusos, sobre todo los a CO grandes terratenientes o gamonales. Las usurpaciones de tierras, la opresién y miseria del campesinado, agravaron los conflictos. Los ligeros respiros democrd- ticos muy poco pudieron hacer y a lo mds de treinta afos, resulté ineficaz todo esfuerzo defensivo de la po- blacién aborigen. En 1963 se produjeron las primeras invasiones de haciendas en accién reivindicatoria, sobresaliendo los sucesos ocurridos en el Cuzco. Un voto de censura del Congreso al Primer Ministro del nuevo gobierno por no reprimir tales movimientos, dio la ténica de la situacién. La aparicién de grupos guerrilleros ofrecia un aspecto nuevo. En esa generosa aventura perdieron la vida jévenes estudiantes, muchos de ellos de notable calidad humana. Infructuoso sacrificio, que costé tan caro. No se habia producido la “TEMPESTAD EN LOS ANDES” que, yo vaticinaba. Si la tempestad no se produjo con rayos y truenos, en cambio en estos veinte anos un incontenible aluvidn humano cay6 sobre Lima y otras ciudades. Méds de un millén de personas “tomaron” la Capital, como un ejército invasor, sin armas. La “tempestad” ahora anda por dentro. ¥ t PROLOGO Después de habernos dado en sus obras De la Vida Inkaica y Del Ayllu al Imperio una’ interpretacién esquemdtica de la historia del Tawantinsuyu, Luis E. Valedrcel nos ofrece en este libro una visién animada del presente autéctono. Este libro Gnuncia “el advenimiento de un mundo”, la aparicién del nuevo indio. No puede ser, por consiguiente una critica objetiva, un dndlisis neutral; tiene que ser una apasionada afirmacién, una exaltada protesta. Valedrcel percibe claramente el renacimiento indigena por- que cree en él. Un movimiento histérico en gestacién no puede ser entendido, en toda su trascendencia, sino por los que luchan por que se cumpla. (El movimiento socialista, por ejemplo, sélo 8 comprendido cabalmente por sus militantes. No ocurre lo mismo con los movimientos ya realizados. El fenémeno capita- - lista no ha sido entendido y explicado por nadie tan amplia y LUIS E. VALCARCEL. ezactamente como por los socialistas). La empresa de Valedrcel en esta obra, si la juzgamos co- me la juzgaria Unamuno, no es de profesor sino de profeta. No se propone meramente registrar los hechos que anuncian o sefalan la formacién de una nueva conciencia indtgena, sino traducir su fntimo sentido histérico, ayudando a esa conciencia indigena a encontrarse y revelarse a st misma. La interpreta- cidn, en este caso, tal vez como en ninguno, asume el valor de una creacién. Tempestad en los Andes no se presenta como una obra de doctrina ni de teorta. Valcdrcel siente resucitar la raza Keswa. El tema de su obra es esta resurreccién. Y no se prueba que un pueblo vive, teorizando 0 razonando, sino mostrdéndolo viviente. Este es el procedimiento seguido por Valcdrcel, a quien, més que el alcance o la via del renacimiento indigena, le preocupa documentarnos su evidencia y su realidad. La primera parte de Tempestad en los Andes tiene una entenacién profética. Valcdrcel pone en su prosa vehemente la emocién y la idea del resurgimiento inkaiko. No es el Inkario lo que revive; es el pueblo del Inka que, después de cuatro siglos de sopor, se pone otra vez en marcha hacia sus destinos. Comentando el primer libro’ de Valcércel yo escribi que ni las conquistas de la civilizacién occidental ni las consecuencias vi- tales de la colonia y la repiiblica, son renunciables. (1). Val- edrcel reconoce estos limites a su anhelo. En la segunda parte del libro, un conjunto de cuadros. lle- nos de color y movimiento nos presenta la vida rural indigena. La prosa de Valedrcel asume un acento tiernamente bucdlico cuando evoca, en sencillas estampas, el encanto ristico del agro serrano. El panfletario vehemente reaparece en la descripcién de los “poblachos mestizos”, para trazar el sérdido cuadro del pueblo parasitario, anquilosado, canceroso, aleohdlico y carco- mido, donde han degenerado en un mestizaje negativo las cuali- dades del espanol y del indio. En la tercera parte asistimos a los episodios caracteristicos del drama del indio. El paisaje es el mismo, pero sus colores y sus voces son distintos. La sierra geérgica de la siembra, la cosecha y la kaswa se convierte en la sierra trégica del ga- monal y de la mita. Pesa sobre los ayllus campesinos el despo- tismo, brutal del latifundista, del kelkere y del gendarme. En la cuarta parte, la sierra amanece grdévida de esperanza. Ya no la habita una raza undnime en la resignacién y el renunciamiento. Pasa por la aldea y el agro serranos una réfaga insélita. Aparecen los “indios nuevos”: aqui el maestro, el agi- tador; alld el labriego, el pastor, que no son ya los mismos que antes. A su advenimiento no ha sido extrafio el misionero adventista, en la apreciacién de cuya obra no acompafio sin pru- dentes reservus a Valcdrcel por una razén: el cardcter de avan- gadas del imperialismo anglo-sajén que, como lo advierte, Alfredo Palacios, pueden revestir estas misiones. El “nuevo in- dio” no es un ser mitico, abstracto, al cual preste existencia slo la fe del profeta. Lo sentimos viviente, real, activo, en las estancids finales de esta “pelicula serrana”, que es como el pro- pio autor define a su libro. Lo que.distingus al “nuevo indio” no es la instruccién sino el espiritu. (El alfabeto no redime al 4ndio). El “nuevo indio” espera. Tiene una meta. He ahi su gecreto y su fuerza. Todo lo demds existe en él por aiadidura. Ast lo he conocido yo también en mas de un mensajero de la raza wenido a Lima. Recuerdo el imprevisto e impresionante tipo de dgitador que encontré hace cuatro afios en el indio puneiio Eze- quiel Urviola, Este encuentro fue la mds fuerte sorpresa que ‘me reservé el Pert a mi regreso de Europa. Urviola represen- taba la primera chispa de un incendio por venir. Era el indiv revolucionario, el indio socialista. Tuberculoso, jorobado, sucum- bid al cabo de dos afios de trabajo infatigable. Hoy no importa ¥@ que Urviola no exista. Basta que haya ewistido. Como dice Valeércel, hoy la sierra esté prenada de espartacos. El “nuevo indio” explica e ilustra el verdadero cardcter del indigenismo que tiene en Valedrcel uno de sus mds apasionados evangelistas. La fe en el resurgimiento indigena no proviene de un proceso de “occidentalizacién” material de la tierra kes- wa. No es la civilizacidn, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolucién socialista. La esperanza indigena es absolutamente revolucio- naria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos de! despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en co- lapso: hindies, chinos, ete. La historia universal tiende hoy co- ‘mo nunca a regirse por el mismo cuadrante. gPor qué ha de . ser el pueblo inkaico, que construyé el mds desarrollado y ar- ménico sistema comunista, el tinico insensible a la emocién mun- dial? La consanguinidad del movimiento indigenista con las co- rrientes revolucionarias mundiales es demasiado evidente para que precise documentarla. 1’0 he dicho ya que he llegado al en- tendimiento y a la valoracién justa de lo indigena por la via del ‘dak socialismo. El caso de Valedrcel demuestra lo exacto de mi ex- periencia personal. Hombre de diversa formacién intelectual, influido por sus gustos tradicionalistas, orientado por distinto género de sugestiones y estudios, Valcdrcel resuelve politica- mente su indigenismo en socialismo. En este libro nos dice, en- tre otras cosas, que “el proletariado indigena espera su Lenin”. No seria diferente el lenguaje de un marzista. La reivindicacién indigena carece de concrecién histérica mientras se mantiene en un plano filoséfico o cultural. Para adquirirla —esto es para adquirir realidad, corporeidad,— ne- cesita convertirse en reivindicacién econémica y politica. El so- cialismo nos ha ensefiado a planteor el problema indigena en nuevos términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico 0 moral para reconocerlo concretamente como problema social, econdémico y politico. Y entonces lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado. Los que no han roto todavia el cereo de su educacién libe- ral burguesa, y, colocdndose en una posicién abstractista y literaria, se entretienen en barajar los aspectos raciales del pro- blema, olvidan que la politica, y, por tanto la economia, lo domi- nan fundamentalmente. Emplean un lenguaje pseudo-idealiste para escamotear la realidad disimuldndola bajo sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialecta revolucionaria un confuso galimatias critico, conforme al cual la solucién del problema indigena no puede partir de una reforma o hecho politico por- que a los efectos inmediatos de éste escaparia una compleja multitud de costumbres y vicios que sdlo pueden transformarse @ través de una evolucién lenta y normal. La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y deavanece todos los equivocos. La conquista fue un hecho polt- tico. Interrumpié bruscamente el proceso auténomo de la nw . cién keswa, pero no implicé una repentina sustitucién de las leyes y costumbres de los nativos por las de los conquistadores. Sin embargo, ese hecho politico abrié, en todos los érdenes de cosas, ast espirituales como materiales, un nuevo pertodo. El de régimen basté para mudar desde sus cimientos la del pueblo keswa, La Independencia fue otro hecho politico. correspondié a una radical transformacién de la aatructura econémica y social del Pert; pero inauguré, no obs- tante, otro periodo de nyestra historia, y si no mejoré précti- eamente la condicién del indigena, por no haber tocado casi la infraestructura econémica colonial, cambié su situacion juridica, v 6 el camino de su emancipacién politica y social. Si la Reptiblica no siguid este camino, la responsabilidad de la omisién corresponde exclusivamente a la clase que usufructud Ia obra de los libertadores tan rica potencialmente en valores y principios creadores. El problema indigena no admite ya la mistificacién @ que tuamente lo han sometido una turba de abogados y litera- }, conaciente o inconscientemente mancomunados con los inte- veses de la casta latifundista. La miseria moral y material de la raza indigena aparece demasiado netamente como una sim- ple consecuencia del régimen econémico y social que sobre ella pesa desde hace siglos. Este régimen, sucesor de la feudalidad colonial;es el gamonalismo. Bajo su imperio, no se puede hablar seriamente de redencién del indio. El termino gamonalismo no designa sélo una categoria gocial y econémica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa todo un fendmeno. El gamonalismo no esté vepresentado sélo por los gamonales propiamente dichos, _Com- prende una larga jerarquia de funcionarios, intermediarios, agentes, pardsitos, etc. El indio alfabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del ga- ‘monalismo. El factor central del fendémeno es la hegemonia de la gran propiedad semifeudal en la politica y el mecanismo del Estado. Por consiguiente, es sobre este factor sobre el que ge debe actuar si se quiere atacar en su raiz un mol del cual algunos se empefan en no contemplar sino las expresiones episédicas o subsidiarias. Eea liquidacién del gamonalismo, o de la feudalidad, podia haber sido realizada por la repiblica dentro de los principios ie ie liberales y capitalistas. Pero por las razones que Ulevo ya seiiar ladas en otros estudios, estos principios no han dirigidé efectiva y plenamente nuestro proceso histérico. Saboteados por la propia clase encargada de aplicarlos, durante mds de un siglo han sido impotentes para redimir al indio de una servidumbre que constituia un hecho absolutamente solidario con el de la feudalidad. No es el caso de esperar que hoy, que estos princi- pios estén en crisis en el mundo, adquieran repentinamente en el Pert una insdlita vitalidad ereadora. El pensamiento revolucionario, y atin el reformista, no puede ser ya liberal sino socialista. El socialismo aparece en nuestra historia no por una razén de azar, de imitacién o de moda, como esptritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histérica. Y sucede que mientras, de un lado, los que profesa- mos el socialismo propugnamos légica y coherentemente la re- organizacién del pats sobre bases socialistas y, —constatando que el régimen econémico y politico que combatimos se ha con- vertido gradualmente en una fuerza de colonizacién del pats por los capitalismos imperialistas extranjeros,— proclamamos que este es en un instante de nuestra historia en que'no e8 posible ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista; de otro lade no existe en el Pert, como no ha existido nunca, una burguesia progresista, con sentido nacional, que se profese liberal y democratica y que inspire su politica en los postulados de su doctrina, Con la excepcién tinica de los elemen- tos tradicionalmente conservadores, no hay ya en el Pert, quien con mayor o menor sinceridad no se atribuya cierta dosis de socialismo... Mentes poco criticas y profundas pueden suponer que la liquidacién de la feudalidad es empresa tipica y espectficamente liberal y burguesa y que pretender convertirla en funcién so- cialista es torcer romdnticamente las leyes de la historia. Hate criterio simplista de teéricos de poco calado, se opone al socia- lismo sin mds argumento que el de que el capitalismo no ha ago- tado su misién en el Pert. La sorpresa de sus sustentadores seré extraordinaria cuando se enteren de que la funcién del socia- en el gobierno de la nacién, segin la hora y el compés @ que tenga que ajustarse, serd en gran parte la de el capitalismo, —vale decir las posibilidades histérica- vitales todavia del capitalismo,— en el sentido que con- a los intereses del progreso social. Valedrcel, que no parte de apriorismos doctrinarios, —co- se puede decir, aunque inexacta y superficialmente de mi y elementos que me son conocidamente mds préximos de la generacién,— encuentra por esto la misma via que noso- a través de un trabajo natural y espontdneo de conoci- y penetracién del problema indigena. La obra que ha no es una obra teérica y critica. Tiene algo de evangelio hasta algo de apocalipsis. Es la obra de un creyente. Aqui estén precisamente los principios de la revolucién que resti- @ la raza indigena su sitio en la historia nacional; pero estdn sus mitos. Y desde que el alto eepiritu de Jorge réaccionando contra el mediocre positivismo de que estaban s los socialistas de su tiempo, descubrié el valor del Mito en la formacién de los grandes movimientos , sabemos bien que éste es un aspecto de la lucha que, tro del mds perfecto realismo, no debemos negligir ni sub- _ Tempestad en los Andes llega a su hora. Su voz herird todas las conciencias sensibles. Es la profesia apasionada que @nuncia un Pert nuevo. Y nada importa que para unos sean los hechos los que crean la profecta y para otros sea la pro- Fecta ta que crea los hechos. JOSE CARLOS MARIATEGUI. Tempestad en los Andes “No forman el verdadero Peri tas agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra si- tuada entre el Pactfico y los Andes; la nacién estd for- mada por las muchedumbres de indios diseminados en la banda oriental de la cordi- Hera’. © GONZALEZ PRADA. COMO UN LADRON EN LA NOCHE “Los grandes movimientos del alma de la especie vienen al principio COMO UN LADRON EN LA NOCHE, y he aqui que luego sitbitamente se les descubre poderosos y mundiales”. WELLS. como un ladrén en la noche, ha llegado la nue- encia. z Quién la ha sentido llegar? No ladraron centinelas. No hay anades en el Capitolio. nueva conciencia aqui esta en el silenciador, en leblas predecesoras. sentimos latir en el viejo cuerpo de la Raza, si de la cegada fuente volviera a manar el agua El muerto corazén, la oculta entrafia, reinicia su ica de péndulo. Lento, lento, casi imperceptible. enid ya, la nueva conciencia ha llegado. Corre la por el viejo tronco. EL MILAGRO una masa informe, ahistérica. No vivia, pare- como las montajias, como el cielo. En su de esfinge, las cuencas vacias lo decian todo: jos ausentes no miraban ya el desfile de las co- un pueblo de piedra. Asi estaba de inerte y habia olvidado su historia. Fuera del tiempo, co- 20 LUIS EB. VALCARCEL| fe LOS ANDES 21 talla la protesta, y el grito undnime resuena de en cumbre hasta convertirse en el vocerio cdés- e los Andes. mo el] viele, como las montajias, ya no era un ser va- fiable, perecedero, humano. Carecfa de conciencia. El bien y el mal, el dolor o el placido vivir, Dios, el mundo, habian perdido, para él todo valor. Era una Raza muerta. Le mataron los invasores hasta a sus dioses. La Espafiolada habia caido sobre el jardin inkaico con la implacable y universal fuerza destructora de un crudo invierno. Pasaron los siglos; para la Raza era ayer. Los agos- tados campos se desentumecen de su suefio de piedra. Hay un leve agitar de alas; quedamente se percibe un lentisimo arrastrarse de orugas; algo como sordo pre- ludio de lejana sinfonia. La naturaleza vive el milagro primaveral. La masa informe de los pueblos muertos se mueve también y todos los sepulcros tornardnse matrices de la Nueva Vida. Hay un milagro primaveral de las razas. AVATAR cultura bajard otra vez de los Andes. las altas mesetas descendié la tribu primigenia planicies y valles. Desde el sagrado Himalaya, el Altar misterioso arranca el impulso vital de blos fundadores. En el camino las razas se jun- entrechocan, se mezclan y se Separan. Cada una firma en su esencia, pese a homologias tempora- El Arbol étnico vive de sus raices aunque sus ra- enreden en la marafia del bosque, aunque su se vista de exdticas flores. La Raza perdura. Eclipses, quebrantamientos, inferioridad y opre- todo lo resiste. Vive en alzas y bajas, en flore- ntos y decadencias: el brillo o la sombra no le iDEJADNOS VIVIR! mn en lo intimo. ede ser hoy un imperio y mafiana un hato de es- No importa. La raza permanece idéntica a si . No son exteriores atavios, epidérmicas refor- capaces de cambiar su ser. El indio vestido a la europea, hablando inglés, ndo a la occidentad, no pierde su espiritu. _ No mueren las razas. Podrdn morir las culturas, eriorizacién dentro del tiempo y del espacio. La keswa fue cultura titikaka y después ciclo inka. cieron sus formas. Ya nadie erige monolitos aku ni fabrica aryballus Kosko. Pero los keswas sobreviven todas las catdstrofes. és del primer imperio, cayeron los andinos en el hismo. Mas, de la humana nebulosa, casi antropopi- surgi el inkario, otro luminar que duré cinco si- De todas partes sale el grito uniforme. A Los hombres de la montafia y de la planicie,de la hondonada y de la cumbre,ululan el grito tnico. Lo lanzan al cielo como una saeta vibrante y so- nora. No se escucha otro clamor, como si todos los hom- bres sélo fueran aptos para emitir esa sola vibracién voca! - | Dejadnos vivir! Es la raza fuerte, rejuvenecida al contacto con la tierra, que reclama su derecho a la.accién. Yacia bajo el peso aplastante de la vieja cultura extrajfia. Aprisionada en la férrea armadura del conquista- dor, la pujante energia del alma aborigen se consu- 23 22 LUIS E. VALCARC AD EN LOS ANDES : la filosofia-clave-metapsiquica haré penetran- ‘a mirada en el mundo del espiritu. En lo alto de las cumbres andinas, brillara otra sol magnifico de las extintas edades. Por sobre tafias, en el espacio azul que sirve de fondo a des —bambalinas de lo infinito— se producira onia de Oriente a Occidente, cerrando la curva milenios atras. Se cumple el avatar: nuestra ra- apresta al mafiana: puntitos de luz en la tinie- ¢erebral anuncian el advenimiento de la Inteligen- la actual agregacién subhumana de los viejos glos, y habria alumbrado cinco mas sin la atilana in vasién de Pizarro. De ese rescoldo cultural todavia viven cuatro mi- llones de hombres en el Perti y seis mas entre el Ecua-| dor, Bolivia y la Argentina. Diez millones de indios caidos en la penumbra de las culturas muertas. De las tumbas saldran los gérmenes de la Nueva’ Edad. Es el avatar de la Raza. No ha de ser una Resurreccién de El Inkario con todas sus exteriores pompas. No coronaremos al Sefior de Sefiores en el templo del Sol. No vestiremos el un- ku ni cubrirdse la trasquilada cabeza con el Ilautu, ni calzaranse los desnudos pies con la usuta. Dejaremos tranquila a la elegante llama servicial. No seran momi- ficados nuestros cuerpos miserandos. No adoraremos siquiera al Sol, supremo benefactor. Habremos olvi- dado para siempre el kipus: no intentaremos reanimar instituciones desaparecidas definitivamente. Habra que renunciar a muchas bellas cosas del tiempo ido, que afioramos como romAnticos poetas. Mas, cudnta belle- za, cuadnta verdad, cuanto bien emanan de la vieja cul- tura, del milenario espiritu andino: todo fue desvalori- zado por la presuncién de superioridad de los civiliza- dores europeizantes. La Raza, en el nuevo ciclo que se adivina, reaparecera esplendente, nimbada por sus eter- nos valores, con paso firme hacia un futuro de glo- rias ciertas. Es el avatar, la incesante transformaci6n, ley suprema que todo lo rige, desde el curso de los mundos estelares hasta el proceso de estas otras gran- des estrellas que son las razas que pululan por el glo- bo, errdticas dentro de un sistema: es el avatar que marca la reaparicién de los pueblos andinos en el es- cenario de las culturas. Los Hombres de la Nueva Edad habran enriquecido su acervo con las conquistas de la ciencia occidental y la sabiduria de los maestros de oriente. El instrumento y la herramienta, la maquina, el libro y el arma nos daran el dominio de la natu- EL SOL DE SANGRE “La sociedad alentaba en un esptritu occidental y el pueblo vivia con el dima en la tierra. Entre esos dos mundos no habia inteligencia alguna, no habia comunicacién; no se perdonaban uno a otro”. SPENGLER. Rusia? jj El Pert! He aqui nuestra historia nacional, el perenne con entre los invasores y los invadidos, entre Espa- y las Indias, la lucha de los Hombres Blancos yla de Bronce; guerra sin tregua, todavia sin espe- de un pacto de paz. Cinco siglos de cotidiana la que consagra y ratifica en cada amanecer el io victorioso del conquistador, pero que no da | Seguridad de nuevas auroras idénticas. Desconfia el oprime y maltrata; si no muere la victima, se Desgraciadamente para el tirano, las razas no en. : 24 LUIS E. VALCARCEL [PESTAD EN LOS ANDES 25 Un dia alumbraré el Sol de Sangre, el Yawar-Inti, y todas las aguas se tefiiran de rojo: de purpura tor- narAn las linfas del Titikaka; de purpura, atin los arro-_ yos cristalinos. Subira la sangre hasta las altas y neva- | das ctispides. Terrible Dia de Sol de Sangre. _ | &D6nde estan las fuentes de esta inundacién de ro- jas aguas? . 4 iSe ha vertido el 4nfora secreta? Es que sangra el corazon del pueblo. El Dolor de un Milenio de Esclavitud rompié sus diques. Parpura| #4 de los espacios, parpura del Sol, pirpura de la tierra: | eres la Venganza. Ain en la noche el Fuego alumbrar4 los mundos. Sera el incendio purificador. _ 4Oh! la esperada Apocalipsis, el Dia del Yawar-In- ti que no tardard en amanecer. 2Quién no aguarda la presentida aurora? El vencedor injusto que ahogar4 en su propia san- gre al indio rebelde. ,No ois por alli la prédica del | exterminio, de la cacerfa inmisericorde? Ya las matan- zas de Huanta, de Cabanillas, de Layo, de cien luga- | res mas son rafagas del Gran Dia Sangriento, t El vencido alimenta en silencio su odio secular; calcula friamente el interés compuesto de cinco siglos de crueles agravios. ,Bastard el millén de victimas blancas? Desde su mirador de la montafia, desde su atala- ya de los Andes, escruta el horizonte. ;Seran estos ce- lajes de fuego la sefial del Yawar-Inti? Obseca el odio. Volved a la razén, hombres de los Dos Mundos. Tu, hombre “blanco”, mestizo indefinible, contagiado de la soberbia europea, tu presuncién de “civilizado” te pierde. No coffes en las bocas inénimes de ius ca- fiones y de tus fusiles de acero. No te enorgullezcas de | tu maquinaria que puede fallar. Es incurable tu ceguera ; Sigues viendo en el hom- e de tez bronceada a un ser inferior de otra espe- distinta a la tuya, hijo de Adan, nieto de Jehova! ideologia no cambia en lo cotidiano: reencarnas a “Bepiilveda, el doctor salmantino que negé humanidad }los indios de América. ' Altanero dominador de cinco siglos: los tiempos on otros. Es la ola de los pueblos de color que te va arrollar si persistes en tu conducta suicida. Arrogan- colonizador europeo, tu ciclo ha concluido. La tie- se poblaré de Espartacos invencibles. Y ti, hombre de los Andes, persiste en ti mismo, mplase tu sino. Obedece el mandato de la tierra, si ves con su alma; pero, no te consuma el odio. El nor es demiurgo. Haciéndote grande y fuerte, el blanco te respeta Triunfards sin ensangrentar tus manos puras de hi- del campo. Suefien los malvados con el Sol de sangre; en tu Ima regenerada solo brillard el rayo del sol que besa tierra en la santa cépula de todos los dias... __ Como en la césmica armonia, los dos mundos gi- raran dentro de sus 6rbitas, recibiendo, por igual, el ldlito creador del Rey de los astros. UN PUEBLO DE CAMPESINOS. El Pert como Rusia es un pueblo de campesinos. e los cinco millones de hombres que probablemente arecemos de cifras exactas— viven en el territorio acional, no llega a un millén el numero de los habi- ntes de las ciudades y los villorrios. Cuatro quintas partes de la total poblacién del Pe- la constituyen los labradores indigenas. _ Bolivia, el Ecuador, Colombia, una mitad de Ja Ar- intina, integran la colectividad agraria de los Andes. 26 LUIS E. VALCARCEL Los problemas de esta gran colectividad andina son comunes a otros paises como Venezuela, como el Brasil, como México, como la América Central y las Antillas. Un fuerte porcentaje de pobladores de raza aborigen forma el elemento basico de las nacionalida- des americanas. Viven estas repiblicas en el desdoblamiento insal- vable de los dos mundos disimiles: la minoria europei- zada, la mayoria primitiva. Somos los pueblos felahs, los campesinos eternos, ahistéricos de Spengler. En la capital y las pequefias ciudades perdidas en la inmensidad del pais inhabitado, una simulacion de cultura occidental justifica el bar- niz de pueblo “moderno” con que nos presentamos en el “concierto” de las naciones cultas. Mirando las cosas del Peri desde este plano de realidad verdadera, resulta tragicamente grosero cuan- to hacemos por “parecer” civilizados. Ridiculo nuestro republicanismo democratico, ridiculo nuestro progreso, ridiculos, ridiculos, hasta vencer todo limite,- aquellos intelectuales y artistas que representan a nuestro pue- blo como la simiesca agregacién que Rudyard Kipling llamo el “Bandar—Log”. ? Es un gesto elegante, de absoluta decencia, cerrar los ojos a todo lo que desagrada. ,Qué puede impor- tarle a un sefioritin del Palais que haya en la sierra cuatro millones de indios “piojosos”? Sucios, malolientes provincianos, al diablo. Esos cuatro millones de hombres no son ciudada- nos, estan fuera del Estado, no pertenecen a la socie- dad peruana. ; Viven desparramados en el campo, en sus antiqui- simos ayllus. De ahi los extrae violentamente la ley para que cumplan sus preceptos severamente, en el ser- vicio militar obligatorio, en el servicio vial obligatorio, en el servicio escolar obligatorio, en todos los servi- _ obligatorios fijados por la legislacién y la costum- re. STAD EN LOS ANDES Pf Para el campesino indio toda relacién con el Esta- y la sociedad se resuelve en obligaciones. E] cam- sino indio carece de derechos. Sin embargo, ante la Constitucién y los Codigos es dicamente igual a sus opresores. _ En distintas épocas se han fundado vastas asocia- mes para protegerlo. Mucha filantropia se ha gastado mpre para el campesino de nuestras sierras. El] cam- tino indio es un infeliz, un incapaz, un menor: pre- la ampararlo, urge hacer legal la tutoria del blanco el mestizo sobre él. Cémo se han emocionado los tropos con el sufrimiento del indio. Si, habia que tenderles la mano protectora. _ Pro-indigena. Patronato, siempre el gesto del se- para el esclavo, siempre el aire protector en el sem- nte de quién domina cinco siglos. Nunca el gesto ero de justicia, nunca la palabra viril del hombre ado, no vibraron jamas los truenos de biblica in- gnacion. Ni los pocos apdstoles que en tierras del nacieron pronunciaron jamds la santa palabra re- neradora. En femeniles espasmos de compasién y edad para el pobrecito indio oprimido transcurre la fida, y pasan las generaciones. ; No haya un alma viril e grite al indio Asperamente el sésamo salvador! Concluya una vez por todas la literatura lacrimosa de indigenistas. El campesino de los Andes desprecia las dulces abras de consuelo. LA PALABRA HA SIDO PRONUNCIADA El murmullo del viento percibido en la alta noche, n la medrosa soledad de la puna, acongojaba su alma: an los malos espfritus trashumantes que dominaban las eevee y asian, con sus garras invisibles, al s osado. 28 LUIS E. VALCARCEL —Pasad, pasad, malos espfritus de la noche. Bien cerradas las puertas de la casa del pastor, mugia el viento como una bestia libre, en la planicie ilimite y oscura. Mugia el viento, silbaba a ratos y su silbido agudo punzaba el corazon. S6lo consejos cobardes dabale el viento nocturno. Pero, llegaba el dia y disipabanse los temores co- mo las sombras al brillar el sol. En las faenas rurales, en la caminata por lomas y hoyadas, en el pastoreo, sentiase fuerte, valeroso, agresivo. Quién osaria con- tra él. Arrogante, trepaba las montajias, y desde las cuspides media la tierra como un céndor. ai Tornaba la noche. Y otra vez el pavor, la cobar- ia. Su alma infantil, de primate anacrénico, no se emancipaba del miedo ancestral. Poblada estaba para él la noche de poderosos enemigos. El murmullo del viento era la ininteligible voz del monstruo nocturno. . Una vez, sintiése con valor sereno y se puso a es- cuchar el murmullo del viento. Estaba solo, completa- mente solo, en plenas tinieblas, se podia imaginar aun no llegado al mundo en el materno claustro, asi de- bia ser de oscuro. Articulabanse las voces dispersas del viento de la medianoche. Escuchando, en silencio, concentrada toda el alma en percibir distintamente el mensaje miste- rioso, intuy6 el desconocido lenguaje. Si, era la invita- cién a la libertad en las sombras. Podia salir, saldria a la llanura inmensa en la noche. Ya no temia a nadie. Y salié, y se zambullé en las calofriantes tinieblas, y grité y silbé como el viento, y corrié con él, raudo, por encima de la tierra, por sobre las mas altas montafias, por las quiebras y las encrucijadas aras del suelo, ver- tiginoso como el huracan, acariciante como el céfiro. La palabra habia sido pronunciada, y nunca mas sintidse medroso ante poderes invisibles. ‘AD EN LOS ANDES 29 Osado, mataria ahora el monstruo interior. _ Disiparianse entonces las sombras que envolvian conciencia; hariase definitivamente fuerte, fuerte y roso en todas las horas. . | 2£Quién podria entonces explotar su ignorancia? 2 Quién abusaria mas de su debilidad momenténea? Murmullos del viento percibido en la alta noche, Ja soledad de la puna, habianle revelado la ver- redentora, era el sésamo salvador: —‘;Sé hombre, y no temas!” La Palabra ha sido pronunciada: EL APOSTROFE Estaban hartos de palabras dulces; estaban hartos conmiseracién. Preferian un garrotazo a una palma- ita carifiosa a las espaldas. Todo eso era ‘ofensivo pa- ellos. Apiadandose de su opresién, lo sabian perfec- ente, no hacian sino despreciarlos. oo En casa del abogado, en la oficina del periodista, las antesalas del patronato, en todas las dependen- de la filantropia, oian la misma cosa; —jEstos pobres indios! . Aquella tarde—lo recordaban como si fuera ayer— ie la comisién a entrevistarse con un antiguo magis- tado. Tenia el anciano fama de cascarrabias, un genio todos los diablos. . Temerosos, temblando casi, los ocho traspusieron zaguén de la casona. El viejo leia sentado al sol. indios, al verle, se descalzaron, y todos gimientes ya a prosternarse ante él. Irguidse el magistrado , €n violenta actitud, les apostrofé de esta manera: —Indios cobardes, miserables esclavos, ;sayartichis! i, derechos, la cabeza levantada, mirdndome de fren- , @ los ojos. Indios cobardes, miserables esclavos. Los ocho campesinos se quedaron estupefactos. 30 LUIS E. VALCARCEL ,Alguien les habia hablado nunca de esta manera? En lo crepuscular de su conciencia, sentian el fosforecer de un estado psiquico nuevo, El anciano les escuchaba la eterna queja- Habian sido despojados de sus tierras y animales. Estaban en la calle y no habia para ellos justicia. —‘j.No la habra, que no la haya nunca, para voso- tros sufridas bestias, viles alimafias que besan la ma- no que los castiga! Mientras no sedis hombres, mign- tras no haydis recuperado la dignidad de seres huma. ne, sufrid en silencio. Merecido lo tenéis por cobar- les”. La palabra del viejo era como plomo derretido: les quemaba las carnes; era también como un filtro mara- villoso que se vertia all4 en lo profundo de su ser, cir- culandoles por el alma, como la sangre por el cuerpo. Y al salir de la casona, se sintieron tranquilos,; ‘una inefable quietud les invadia por entero, como si se sumergiesen en un liquido purificador. Y pensaron en silencio. Si, era verdad, ellos ya no eran hombres. ,No reaccionarian nunca? No intenta- rian la vuelta a la humana especie, ellos que tan cer- ca estaban de las bestias inofensivas? iSerfia eterna su resignacion? Extremeciaseles algo en lo mas hondo de su ser, Y sus ojos turbios no vertieron mas lagrimas. Y sus labios sellados no plafiian ya. Y sus manos prestas a] perd6n se crispaban en la sombra. Vagaban los indios mudos como esfinges en los contornos de las haciendas, Y en la soledad de la tarde, cuando los cerros po- nianse lentamente cscuros, el apédstrofe despertaba lag conciencias. No, no serian mas indios cobardes, miserables es- clavos. Serian hombres; hombres libres con la vista alta, la cabeza erguida, las manos prontas al apretén amis- toso de igual a igual. Detras de las Montafias LOS AYLLUS esparramados por la cordillera, arriba y abajo montafias, en las estribaciones de los Andes, en fazo de los pequefios valles, cerca a las cumbres ables, cabe a los rios, a la orilla de los lagos, so- eésped siempre verde, debajo de los kiswares los, en las quiebras de las pefias, oteando el sje, alli estan los ayllus. os ay)lus respiran alegria. Los ayllus alientan be- -pura. Son trozos de naturaleza viva. La aldehue- dia se forma esponténeamente, crece y se desarro- mo los arboles del campo, sin sujecién a plan; jitas se agrupan como ovejas del rebafio; las ca- zigzaguean, no son tiradas a cordel, tan pronto n hacia el altozano como descienden al riacho. imillo de los hogares, al amanecer, eleva sus co- s al cielo; y en la noche brillan los carbones co- os de jawar en el bosque. Después del Intiwata, cuando el Padre Sol ha sur- detras del Apu Ausankati, los trabajadores yogan tierra. Perfumes de fecundacién impregnan la § matinal. Sale de los apriscos el ganado y el olor a bofiiga agrega un matiz al paisaje campero. Silva el illo; Jadra el perro custodio. En marcha. Por el ladero, la teoria mugiente y balante rumbo a los ichaJes de la altura. bajo, Ja oscilacién de las chakitajllas viriles, des- ndo la virginidad cada afio recuperada de los mai- 34 LUIS EB, VALCAR ‘ STAD EN LOS ANDES 35 Hilitos de agua como cintajos metalicos que se jen y se destejen en la pampa gravida. Es el riego. Lejanos se esuchan los cantos hombrunos, el est billo es la nota aguda. Juitdnidtinii....Jaic! 4 Las mujeres hacen cola al pasar el portillo q conduce a los sembrados. Portan las comidas calent tas. Vedlas de uno en fondo por la senda que divid los maizales. . Ellas también cantan con voz cristalina, y conte tan el estribillo de los maridos. Guaaaaaa...Jaaaaaa, Jaaaaaa. El agudo es ya un silbido, y después la cascad de las risas. Kju... Kju... Kju... Avanza la columna de tirapiés En este wayllar se han detenido las mujeres y cen rueda; desatan los lfos portadores de las ollas d almuerzo. Humean apetitosamente. Olorcillo de hierb silvestres. El paik’o, la ruda, el watakay. Doradas mi zorcas de chojllos tiernos. Del ventrudo raki se escai cia el akja de oro que apaga la sed y conserva la al gria. Entre bocados y sorbos, correla conversacién sa pimentada de chistes que provocan hilaridad de hom bres, mujeres, ancianos y nifios. Los perros frente a sus amos, fija la mirada d sus ojos lacayos en las bocas que se hartan. Termin el banquete. Otra vez el canto, otra vez el “rompe’ las mujeres a los hogares; el sol en el zenit. En la la janfa los Apus solemnes, los Aukis menores, impertu bables kamachikuj, presidiendo la tarea de todos lo dias paternalmente. Y luego las fiestas. La alegria di Kalcneo, cuando todo el ayllu, desde el machu centena rio hasta el warmacha apenas en pie, deshojan las r bias, las blancas, las rojas mazorcas, cuando la Mar y el Tak’e estan henchidos de comestibles para todo ¢ afio, cuando los ventrudos rakis, los urpus mayores, e tan ahitos de dulce akja. ;Oh! felicidad. Kénas y pi kuillus, antharas, armonizan sus sones orquestales, el ayllu entra en la danza, en la Kashwa magni- y en todos los pechos rebosa el jubilo hecho canto, sta la viejisima Mama Simona taktea con igual en- smo que la sip’as mds juguetona. Gracias al Sol, sias a la tierra, gracias a las cumbres y a los ce- y al rio. La T’inka solemne de la cosecha es. el m de los ayllus. . | Vivir y morir bajo el gran cielo de los Andes. Vi- al amor de su paisaje la égloga sin fin. Vivir la a juventud de los pueblos campesinos. Morir, ce- los ojos como para guardar siempre el bello pa- a en la cAmara interior de los recuerdos. Los s son trozos de naturaleza viva. LA MUJER QUE TRABAJA Es poco probable que haya otra mujer sobre la a que posea las virtudes hogarefias y sociales de hujer andina. . El simbolo de la actividad femenina: la hilandera jbulante. Hace una jornada—cinco y seis leguas—por caminos y las sendas, por los villorrios y el des- ado, con el huso en movimiento. Porta a las espal- , junto con el crio, los productos que va a vender en ciudad, o los menesteres con que retorna a su choza. para los alimentos, cuida de su hijos, de sus ani- litos domésticos, el cuy solo a ratos visible, la ga- a, el chancho, el perro. Teje la tela para el vestido todos los suyos. Recorre el campo en pos de las as aromaticas, de los yuyos comestibles, de las ra- s secas para mantener el fuego. Escoge el estiércol los corrales, la “chala”, la chamarasca. En el kal- o, deshoja el maiz. Auxilia al marido en las rudas mas agricolas. . En la noche, mientras duermen los nifios y conver- desde su cama el esposo, ella no deja en inercia 36 - LUIS E. VALCARCEL ‘AD EN LOS ANDES 37 _—Por el camino alto—dicen—huyeron los Inkas sus manos laboriosas: el maiz tierno, la kinua, el trigo, agiarse en el Antisuyu. Llevaban un kokawi de salen de sus dedos, grano a grano, libres de cuticula, listos para preparar el potaje cotidiano. Cuando el varén es perseguido; ella lo reemplaza en todas las tareas. No teme al trabajo; apenas se fa- tiga. Siempre dispuesta al esfuerzo, con la sonrisa en los labios, toda la bondad del alma se le asoma a los ojos tranquilos. Solicita, cuidadosa, tierna, jamas pronuncia una palabra de disgusto. Resignase a su suerte; y cuando el marido ebrio la golpea, comprende que pronto cam- biara golpes por caricias. Animosa, valiente, nada le intimida; tras de sus llamas cargadas de la lefia que ella ha recogido del monte o de papas que ha escar- bado con sus manos, llega a la ciudad, realiza su ne- gocio y vuelve a su ayllu, a cualquier hora del dia o de la noche. La india que se urbaniza no pierde sus cualidades econdémicas. Ella, en el mercado, en la tien- da, en el empleo, trabajara incansable, y pondra todo el dinero a disposicién de su “amancio”, algin mestizo vago y vicioso. . . * er Visten los unkus negros y adérnanse la cabeza con osos pillkus. Trabajan la tierra con la chakitajlla pacentan sus rebafios de allpakas y llamas. Adoran ol y a la luna, a los apus y a los aukis. Moran ses en la comunidad de la tierra y en la universa- d del trabajo. . —vViven atin los Inkas—aseguran— en la Tierra eriosa del Antisuyu; de alli van a volver, cuando Sol se ponga rojo. s * No llevan el estigma de los mestizajes. . Viven su pureza primitiva, ignorados e ignorantes la pomposa civilizaci6n europea. . . Admirable supervivencia no estudiada aun por n ‘afos 0 socidlogos, , Guiera el Sol mantener la virginidad de Un Mun- "Que no llegue hasta él el aliento corruptor de los civilizadores”. UN MUNDO SECRETO DE PIEDRA Cuando el indio comprendié que el blanco no era Veinte dias de la orilla del mar, en el ultimo re- A insaciable explotador, se encerré en si mis- jo un Pp pliegue de los Andes, en la invisible hondonada que protegen como infranqueables muros las montajfias; alli, donde casi es imposible llegar, vive Un Mundo. Las aguas de la Historia no bafiaron sus riberas. Desde los Inkas magnificos del Cuzco, desde la época de oro del Imperio del Sol, los habitantes de Un Mun- do, no saben mas que la leyenda un poco fantastica, un mucho confusa de los Hombres Blancos. Les cuentan que los viejos emperadores se marcha- ron para no caer en manos de la invasién extranjera. Aislése espiritualmente, y el recinto de su alma en cinco siglos—estuvo libre del contacto corruptor la nueva cultura. Mantivose silencioso, hierdtico al una esfinge. ” . Se hizo maestro en el arte de disimular, de fingir, e ocultar la verdadera intencién. A esta actitud de- ensiva, a esta estrategia del dominado, a este mime- mo conservador de la vida, llamdronle la hipocresia 38 LUIS E. VALCARC STAD EN LOS ANDES 39 La raza, gracias a ella, protege su vitalidad, gua da intacto el tesoro de su espiritu, preserva su “YO' Se oye de continuo censurar la reserva, el egois mo del indio: a nadie revela sus secretos. La virtu medicinal de las yerbas, la curacién de enfermedade desconocidas, el derrotero de minas y riquezas ocult los procedimientos misteriosos de la magia. El indio g cuida muy bien de la adquisicién de sus dominadore No hablara. No responderd cuando se le pregun Evadira las investigaciones. Invencible en su reductd para el blanco seré infranqueable su secreto de piedr: En cambio, él se informara bien pronto de todd nuestros secretos de “hombres modernos”. Breve tiem po de aprendizaje bastard para que domine los mé4 complejos mecanismos y maneje con serenidad y pr cisién que le son caracteristicas las maquinarias qu requieren completa técnica. El indio es para las otras razas epigénico. Sédlo d a@ conocer su exterior inexpresivo. Bajo la mascara d indiferente, { hallaremos algun dia su verdadero rostro Su burlona sonrisa seré lo primero que descubra fios, el pueblo sigue a medio caer; no se da prisa empo destructor. . Beans perdidos en las galerias subcutaneas de ‘cuerpo en descomposicién que es el poblacho mes- los hombres asoman a ratos a la superficie; el sol jhuyenta, tornan a sus madrigueras. j Qué hacen los oditas? Nada hacen. Son los parasitos, son la car- de este pudridero. El sefior del poblacho mestizo es el leguyelo, el kere”. ;Quién no caera en sus sucias redes de nido de la ley? El indio toca a sus puertas. El ga- lo sienta a su mesa. El juez le estrecha la ma- e sonrien el subprefecto y el cura. El leguleyo es temido y odiado en secreto. Todas istucias, todos los ardides, para confundir al pode- : para estrangular al débil, son armas del tinteri- Explota por igual a blancos y aborigenes. Preva- ir es su funcion. Como el gentleman es el mejor cto de la cultura blanca, el leguleyo es lo mejor a creado nuestro mestizaje. . rrida quietud la de los pueblos mestizos, ape- interrumpida por los gritos inarticulados de los bo- hos. La embriaguez alcohdlica es la mAs alta insti- de los pueblos mestizos. Desde el magistrado el ultimo poblador, desde el propietario al mise- ornalero, la ebriedad es el nivel comun, el rase- ara todos. Iguales ante el alcohol, antes que igua- ‘ante la ley. Todas las aspiraciones del mestizo se reducen a wurarse dinero para pagar su dipsomania. El hom- e la ciudad que se va a vivir al poblacho es un enado irremisible al alcoholismo. ; . Cuantas truncadas vocaciones por el confinamiento poblacho. Los “jévenes de esperanzas” que estu- on en la ciudad y hubieron de retornar a “su pue- se sepultan en el pantano. Cadaveres ambulan- alguna vez abandonan su habitacién por breves mos. En lo insondable de esta conciencia andina, bull el secreto de piedra. POBLACHOS MESTIZO$ Ho6rrida quietud la de los pueblos mestizos. Por ¢ plazén deambula con pies de plomo el sol del medio dia. Se va después, por detrés de las tapias, de lo galpones, de la iglesia a medio caer, del caserén des tartalado que esta junto a ella; trepa el cerro, y 1d traspone; voltea las espaldas definitivamente, y la es pesa sombra sumerge al pueblo. Se fue el dia, se aca bé la noche; son clepsidras invisibles los habitAculo: ruinosos; lentamente se desmoronan. Después de vein 40 LUIS E. VALCARCEI PESTAD EN LOS ANDES 41 mgos, Carlos Lamp, llegé al Cuzco y, después, se ave- ind6 en Paucartambo. Trascurrido algin tiempo, Karl idquirid, ante la sorpresa de todos, un inmenso ascen- ente sobre la poblacién indigena de los valles del apacho y el Pifiipifii. Vivia en comunidad con los idios, en consorcio intimo, trabajando con ellos al ai- e libre, reposando en torno al hogar, mientras la con- eja keswa fluia de los labios del narrador. Carlos Lamp posefa la lengua y el alma del hom- e andino, y su espiritu sajén habiase dejado absor- x por la poderosa inkanidad del pueblo autéctono. Bien pronto, la viril prestancia del germano, su nasculina belleza, la inteligencia clara, el don proseli- fista convirtieron a Karl en el Kollana de las faenas famperas. Las mujeres de bronceada tez sintieron la ricia del Hombre Rubio con la delectacién y la vo- laptuosidad que experimentaran las viejas abuelas al equerimiento del lascivo conquistador del siglo XVI. ' amp restablecié la poligamia publica, oficial, del je- interrumpe a veces con la réfaga sangrienta de un criammmte: LOS afios siguientes poblébase Paucartambo de her- men. Rencillas lugarefias, choques de mintsculos ban¢ posos mestizos, predominantemente blancos. Centena- dos, odio mezquino que explota en la primera bacanal, es de indias fueron prolificadas por este ejemplar de en la fiesta del Patron del pueblo, en la lidia de ga pur sang” ariogermana, y muchos millares de aborige- llos, en la disputa polftica. El garrotazo o la cuchilla. es le reconocieron por Inka. da. Era Karl Lamp el Inka rubio de Paukartampu. Tan grandes fueron el amor y la confianza del pue- blo andino en su jefe sajén que le ofrendaron cuanto poseian: los ancianos, el milenario secreto; los hombres, 'su libertad; las mujeres, la flor virginal; los nifios, sus ‘icias filiales. Carlos Lamp era el esperado venga- ‘dor de la Raza, el semidiés que operaria el milagro e resucitar la Cultura Inkaica. Los indios creyeron m él con la ciega fe y el fanatismo de los desesperan- lados. Asiéronse al Hombre Rubio como al Ancora sal- vadora, y el Hombre Rubio lo comprendié, y con saga- tidad europea prometidse trabajar pro domo sua. dias; reaparecen en la capital. Se les reconoce en £0! junto: son Jos “poblanos”. Tardos, como entumidos, pa san por las calles, de frente a los bebederos. Tamba leantes, con los ojos turbios, abotagados, enrojecidos miran las cosas de la ciudad con esttipida expresién Gastan el producto de la venta de ganado o cerealeg| hasta el ultimo céntimo. La decencia consiste en sil prédigo consumo de cerveza y licores, con los amigo a quienes tutea desde la infancia. Este “mozo” de tra je descuidado, anacrénico, de presencia lamentable, fu un condiscipulo en el Colegio Nacional. Ahora, es el te mible leguleyo del poblacho, el agente para las eleccio nes, el enganchador para las empresas, el vecino princi pal, cuya industria mds saneada es el vivir a expensa de los obsequios del indio, del soborno del propieta. rio, de los gajes de la funcién concejil,—fondos de muni. cipalidades, recursos del Estado. La atmosfera de los poblachos mestizos es idéntica: alcohol, mala fe, parasitismo, ocio, brutalidad primiti va. La pesadez plimbea de sus dias todos iguales _ Todos los poblachos mestizos presentan el.mismd paisaje: miseria, ruina: las casas que no se derrumban} de golpe, sino que como atacadas‘de lepra, se descon chan, se deshacen lentamente, son el simbolo mas fie de esta vida enferma, miserable, de las agrupacione’ de hibrido mestizaje. EL INKA RUBIO DE PAUKARTAMP Sesenta afios atras, bien se recuerda, un stibdito alem4n, un rubio y fornido descendiente de los Nibe 42 LUIS E. VALCARCEL ESTAD EN LOS ANDES 43 Dicese que hasta la confidencia maxima: el derro- tero del Tesoro de los Inkas, habia conseguido de sus confiados y amorosos cofrades. Carlos Lamp extendié sus reales dominios a los pueblos del contorno, y los ayllus numerosos de Kispikanchi y Kallka; veinte mil indios obedecian a sus érdenes; con sus legiones serra- nas podia él conflagrar todo el Pera y Bolivia. Sentiase ya el nuevo Emperador de los Andes. Y sofié un pacto grandioso con su patria, la Pru- sia; aliado de su rey, duefio y sefior del Peri, muchos afios antes de la Guerra Grande, podia proclamar el Deustchland liber alles. La supremacia germana en el Pacifico, quien sabe seria el prodromo de la suprema- cia mundial del Reich. Carlos Lamp miraba lejos, y se decidié a trasladarse a Europa en el mas breve tiem- po, con el expreso designio de negociar con Bismarck. Mucho le rogaron los indios que no lo hiciera, que desistiese de un viaje largo nocivo para la vida del Neo-inkanato en germen. Pero Karl no escuché razo- nes y se marcho. Queria conseguir la proteccién de Alemania para el éxito de su empresa politica en el Pert. ; Qué signi- ficado tendria su gobierno imperial en alejadas comar- cas andinas? Urgidle gobernar pronto y eficazmente. Para armar a sus huestes indias érale menester cuan- tioso parque. Alemania le proporcionaria todos los ele- mentos bélicos, que 61 habia estudiado ya la manera de introducirlos sin que pudiera ser conocida tal peli- grosa importacién. Pasaron los meses y los afios, y nada se supo de Carlos Lamp. Dicese que estando en viaje de vuelta a América, perecié a bordo; dicese que, al desembarcar en el Pert, fue asesinado. En las serranias de Paucartambo, la historia de Lamp se ha convertido en la mistica leyenda del inka Rubio, hijo del Sol. 4 No habéis escuchado por ahi la conseja del mag- mo P’AKO INKA, contada por las indias viejeci- quienes al ponderar la belleza varonil de Karl, li- vamente se estremecen?... EL CARNAVAL DE ORURO 1 Alto Pert es frecuente la sorpresa del blan- a al inesperado bienestar_ del indio. Acostumbra- s los dominadores a verle siempre andrajoso, pau- imo, respirando miseria por todos los poros, no neran nunca este espectaculo de abundancia, de Jie eza, de ostentacién que ofrece el capitalista indige- Son los indios mineros de Potosi, de Oruro, quie- s exhiben su fortuna cada vez que una fiesta propor- ona la ocasién. . ee Ninguna tan propicua que el carnaval. En la fria sjudad minera, los indios lo celebran con toda pompa; en en abundancia los mas costosos licores; el ban- éte diario retine al pueblo. El ultimo dia, se verifica un desfile deslumbrador. on doscientas, doscientas cincuenta, trescientas mulas giamente enjaezadas, conducidas por palafreneros. Las acémilas portan sobre aparejos cargados de alama- s y cintajos cuanto objeto de plata pertenece a les Fal nilias indias de Oruro. Jarros, jicaras, tazas, p! a Sy fuentes, cubiertos, lavatorios, vasos de noche, espue las, angos, pufios, armas, herramientas, toda la “plata la- brada”, amén de los cofres henchidos de monedas que uufian las mdquinas de Potosi y las barras de plata pifia, y toda la argentina joyeria de recamados, tem- le filigrana. .. . . Se ha ealeulado en mas de millén y medio de pe- yos la riqueza metdlica exhibida en el carnaval de Druro. . Es Ja fortuna portatil de los ricos hombres de la indianidad alto peruana. 44 LUIS E. VALCARCEL EL TESORO DE LOS INKAS Alejo Kusirimachi Akostupa Inka descendia en |i- nea recta de Cristébal Paullu Inka, el] buen amigo de Diego de Almagro; era un noble sefior muy querido y reverenciado de los suyos. Don Alejo conservaba el se. creto de la raza: la ubicacién del tesoro de sus ante- pasados. | Cuando llegé a los cien afios y ya sus fuerzas de- clinaban definitivamente, su hijo Melchor Kusirimachi fue por él guiado y conducido a las misteriosas gale- rias subterrdneas donde la tierra guarda la estupenda riqueza metalica de los emperadores del Cuzco. Fue en la noche del plenilunio que el secreto se trasmitié, entre las sombras alucinantes que proyecta- ban, a la luz de la antorcha, las estatuas de oro de los poderosos monarcas del Imperio del Sol. Resonando solemne la voz del patriarca indio en las pétreas bévedas, el revelado escuché .esta senten- cia: —Estas infinitas riquezas que escaparon del pilla- je espajiol las utilizar nuestra raza el dia que haya salido de los Andes el ultimo blanco. Cuando los dos hombres llegaron a un amplisimo recinto en cuyo fondo se alzaba la imagen del Sol— un disco de oro que brillaba como una ascua, todo en- gastado en fina pedreria—el anciano recibié el secu- lar juramento que se renovaba de generacién en gene- racién. El juramento del secreto irrevelable. Juré con su sangre que, ni aun a riesgo de su vi- da, saldria de sus labios la palabra clave. La tradicién vive en los ayllus. Ellos, los hijos de Manko K’apak, desheredados hoy, son mil veces més ricos que todos los blancos juntos. Llegaré el dia en que el tesoro hundido en el arca de piedra de las en- trafias del Cuzco surja a la superficie. Entonces, no ha- br& sobre la tierra pueblo mas feliz. La Sierra Tragica En el pldcido escenario ru- ral, la némesis india pro- yecta su sombra de sangre. EL PECADO DE LAS MADRES Ismael y Fabian vivian juntos con su madre; eran anos y no lo parecian. Ismael, wayna de quince afios, pertenecia a su ra- el rostro bronceado, casi cetrino, afirmaba su ori- Fabian, apenas mayor en dos afios, tenia la tez mos oscura, un amarillento mongdlico, el cabello ino. Un mestizo. No, no era uno mismo el ‘ padre de Ismael y Fa- m, aunque ambos apellidasen Mamani. Sullka Is- 1 no queria a su hermano. Desde nifios, esta falta amor preocupé a la madre. Se peleaban siempre, y sus juegos prefiriéd Ismael a los hijos de los pasto- de la vecindad. Con ellos era expansivo. En su ca- , a fa hora de fa comida, permanecia en sifencio, ba- la mirada, aislado en su rincén. Cuando a solas la madre le disuadia de esta mala juntad para su Kuraj Fabian, nada contestaba el diecito, encerrado en un mutismo colérico. Lloraba a menudo la madre, adivinando un drama ‘izis préximo. Crecerdn y con ellos el odio, se decia cuitada. Y asi fue. Sus duelos de adolescentes fueron cada vez mas fidos; acabarian matandose. En el dltimo encuentro, mael habia clavado los dientes en el brazo del her- ano. Brillé en su mirada, aquella tarde, frenético, ‘ortal odio. Un odio que salia sabe Dios de qué mis- riosas profundidades de su alma. “8 LUIS E. VALCARCEL Habiase tornado mas taciturno que nunca, aun a los mimos maternales respondia con un ademan mez- cla de desamor y menosprecio. Fabidn comprendié qué abismo abriase entre ambos. Se hizo consciente también su sentimiento de superioridad sobre Ismael. Sentia que algo le impulsaba a mandar, a oprimir. El educarfase como los blancos, vestiria la indumentaria de éstos, arrojando todo lo que pudiese confundirle con el indio. 4Y su padre? Fabian cayé en angustiosa incertidumbre. Recor- daba que taita Lucas era un yanacén de la hacienda; muy nifio atn, él si, no lo habia olvidado, sufria conti- nuamente los malos tratos de taita Lucas. ;Fabidn- cha!, cémo sonaba su voz aspera, y el pobrecillo tembla- ba, porque taita Lucas borracho era un: malvado. Al- guna vez recibio de sus manos una caricia? Un dia que Ismacu estuvo a punto de ahogarse en la acequia y él fue en su socorro y lo salvé, se acordaba perfec- tamente, taita Lucas le obsequié con un pufiado de habas cocidas; fue quién sabe su unico regalo. En cam- bio, cémo lo queria a Ismael, con qué amor y ternura lo acariciaba. , Taita Lucas habia muerto en la sublevacién, cuan- do él y su hermano apenas tenian seis y cuatro ajios. Desde entonces, sdlo la madre trabajaba en la chajra, y ellos aprendieron a recoger la yerba inttil y a cui- dar de las ovejas y la vaca. Ismael se habia interrogado muchas veces si su taita Lucas lo era también de Fabidn. Y una noche se lo pregunté a la madre, E] rostro de la buena mujer se encendid, acelerése el latido de su corazén y un nudo le agarrotaba la gar- ganta. —zPor qué me lo preguntas, hijo mio? Ismael hablé lentamente, con una voz sorda, cabiz- bajo. Le interesaba estar seguro de si taita Lucas era 49 ‘AD EN LOS ANDES ue como éste tenia pretensiones nibs clavado la,duda y queria arran. la de una vez por todas. Else sentia ane cor Ja sangre india por sus venas y odiaba pan " Sdlo por este odio se explicaba su desafe' de Fabian. onder madre, entre sollozos, hubo de respon¢ Rady haciendo la triste blstoria ¢ = oe de Fabian era un blanco, 1 da mi y la viol6é mientras ane ta en las minas. Qué terribles dias, Se er ian, taita Lucas se dio cuenta de q' ean tate maldito. am veces habia penst j i lo en la ceniza. rojarlo al rio, ahogar’ ee Tad erdonada. El nacimiento a aoa lustzals habia borrado toda mancha de Por eso, le queria tanto. y 1 Mienfes madre!—grité Ismael sordamente. . 6 increpandola. ”” ijo i 1 en- 6 maba al “otro”, al hijo impuro, a! ado oor la violencia. Cue ee ar ober ere el amor de ella era para Fabian. om se ie it do la primicia de ese vientre, pia rob ‘al hijo. le robaba a él, la ternura de la Raza maldita de blancos. sisted dl fn i tai cas perdoné, conservando la vii | in- Be te eeepc se vengara gel Par more ‘ i razado. - ‘en la demanda, su destino esta ero éstico, purificandolo de toda a. oars un indio, si se avergonzaba de ee lar como ellos, ,qué hacia alli? Debia mare are j bra de taita resuelto a arrojarlo. La somb Poin exigia. Y ella, la madre, no pe gee la noche, regres Fabian del pueblo. 2 Prards 1 ebrio, y repetia las fraces castellanas nm oidas. 50 LUIS E. VALCARCEI [PESTAD EN LOS ANDES 51 Ismael le impuso altaneramente silencio. Fabian to mélo a burla. Intervino la madre, angustiada, presintiendo algg fatidico. Pero la tragedia habia hecho su camino; la muer y el crimen no retrocederian ya... Muy de madrugada, en el cielo arrebolado todavia trazaban su eliptica danza los céndores. En su ritmd espiraloide iban descendiendo, descendiendo, descen, diendo hasta ¢l fondo de la sima. Alli, arropado en las tinieblas, estaba el cadaver de Fabian. ‘Se irguié el enfermo, y en acceso de rabia, grité era de si, con voz ronca, trémula: —Agéarrenlo y dénle garrote. Los servidores mestizos cumplieron la voluntad del mo, y desde un extremo de la solana se percibian s aullidos de dolor del indio Tomas. En la tortura, el indio juré que sanaria al patron. Y comenzaron los misteriosos preparativos para 4] desembrujamiento. Pocos dias después, el amo esta- a entero, con la antigua lozania devuelta milagrosa- hente. . Desde el amanecer repercutian en la pampa sus oces de mando. De nuevo, el garrote y el vergajo po- an todo en orden. Otra vez el pillaje organizado ensanchaba el lati- fundio absorbiendo los campos vecinos del ayllu; cre- fan de un dia a otro los rebafios, a costa del despojo istemdtico de la propiedad comunitaria. Pero aquel mismo afio, la peste diezmé al ganado, “rancha” perdié los trigales y la sequedad malogré s sementeras. Maldijo a su Dios el patrén malo; fue nds cruel y tirano. Establecié el suplicio del “cepo”, su pandilla de forajidos irrumpié por las comunida- des mds lejanas. Otra vez se llenaron los establos y los orrales. Nuevas parcelas se vinieron a la hacienda. Mas, sus campos de cultivo no prosperaban, se po- dria el maiz y tumbabase el trigo por las lluvias exce- livas, morian las reses desbarrancadas y entr6 la “ka- Tacha” en sus hatos de finas alpacas. El patron ya no maldecia. Hizose sombrio, tacitur- o. Le abandonaron sus pocos amigos. Viose solo y tris- , y aprendié a beber a puerta cerrada. PasAbase los. y las noches sin salir. Bebia, bebia sin tasa, sin anso. No se le daba un ardite de sus bienes. El ayordomo disponia de ellos a su antojo. _ _ Afios después. Ha reaparecido el indio Tomas que adie supo dénde huyé. EL EMBRUJADO Se moria. No hubo remedio alguno para su mal. Curandero de la comarca y médicos de la ciudad se declararon vencidos. No llegaban a descifrar el misterio ni la cien cia de los unos ni la experiencia de los otros. “Laik' aska”, diagnosticd, moviendo la cabeza, un viejo “ka mili”. Si, no cabia duda, estaba embrujado y... sdl el indio Tomas podia desembrujarle. Lo mandaron llamar. —Taita Tomas sAlvame— le imploré gimiente e¢ moribundo. El indio tozudo, sarcdstico, 1e respondio en keswa: —Patrén, ruegas ahora, suplicas al indio qu arruinaste, arrebatandole sus Ilamitas, manddndole de rribar su choza y barbechar sus tierras. Te has olvida do de todo patron, y te acuerdas de mi no para mi bien sino para el tuyo.. ;Guay!, patroncito, tu indio Toma no es brujo, nada puede hacer. Y con la sonrisa amarga pintada en los labios, vol ted las espaldas. 52 LUIS E. VALCARCEL| ‘AD EN LOS ANDES 53 En una pocilga del “rancho” de } peones, ronca el amo ebrio de alcohol; viste harapos. El mismo sino un harapo humano. na erm i’ préspero ayllu de Saman y Ayapata no quedé ‘a sobre piedra. Los felices -pastores entre rejas y ndo en la miseria sus hijos y mujeres. Una le los indios pastores se fugaron de la cdrcel. Na- supo por muchos dias dénde vivian ocultos. Se per- la memoria del suceso. . Llegaron de pronto alarmantes noticias, en una ada de mayo. El pueblo habia amanecido bajo ieve y el altiplano estaba cubierto de un blanquisi- manto. Dormian atin los vecinos. Estaba cerrada la de gobierno. Cuatro hombres, arrebujados en sus os de llama, desmontaban de sus caballos jadean- Urgia despertar al subprefecto, pues muy graves sos habian ocurrido en la noche. En la hacienda del juez, apenas dos leguas de la ital de la provincia; se habian presentadg veinte ibres con los rostros pintados de negro, y sin dar ipo para defenderse atacaron a garrotazos al juez familia que. yacian en su alcoba. Victimas de la ible safia de los criminales, habian perecido todos. é.cuadro espeluznante! Aquellos cuerpos queda- como una masa informe. Y pasaron los meses. Periddicamente venian infor- jones alarmantes. En las haciendas de la provincia ba alerta, con el estremecimiento terrorifico que ba la sola noticia de la ya famosa banda de fo- idos que asolaba el departamento vecino. Sus pro- ientos eran siempre iguales: robo, violacién, ase- ito, incendio. La temida irrupcién se produjo. A la media noche, una tempestad de enero, con Iluvia a torrentes, ron sobre el pueblo los bandidos. Eran cincuenta, ita, todos armados de rifles y cuchillos grandes co- alfanges. Asaltaron la subprefectura y las casas vecinos principales: saqueo, violacién, asesinato, ndio. LOS VAMPIROS En Saman, en Ayapata, vivian felices los past Planicies y lomadas cubrianse de fresco y verde casi todo el afio. Humeaba en Jas cabafias sin interrupcién el fuego del hogar, y en las fiestas los tranquilos gana- deros gozaban de la abundancia de los frutos recogidos sin gran trabajo en las quebradillas y encafiadas. Te- nian fama de ricos los pastores de Saman y Ayapata. Contabanse por millares las llamas y las alpacas, las re. Ses mayores y menores. Podian vender mucha lana en la ciudad. Conocian el ahorro y atesoraban las sonan- tes monedas de plata. Indios ricos. . . Los mestizos del pueblo tramaron contra ellos un astuto plan. El tinte- rillo forjé una denuncia. Los indios de Saman y Aya- pata robaban. El ganado que posefan no era suyo. Fl Juez Inicio un sumario. Comparecieron testigos. Se ha. bia probado el delito, y el juez ordené la captura de los felices pastores de Saman y Ayapata. El subprefecto y los gendarmes irrumpieron una noche en la tranquila estancia. Ladraron desaforadamente los perros. Des- pavoridos huyeron los zorros, rondadores nocturnos del rebafio. Todos los indios fueron apresados y conducidos a la carcel del Pueblo. Sin pérdida de tiempo, los re- presentantes de la justicia y del gobierno incautaron- se de todo el ganado de los indios “Jadrones”, allana- ron las viviendas que después aparecieron incendiadas, ‘AD EN LOS ANDES 55 54 LUIS E. VALCARC aban sus fusiles certeramente. Después de una hizo alto. . Bt tragueteo de los rifles repetido indefinidas ve- r el eco, sucedié el silencio. ‘Los soldados bajaron al ayllu con sus armas a la lora, humeantes aun. Iban a cobrar las piezas. Habian caido exdnimes ocho, mortalmente heridos E] llanto de las mujeres y de los nifios se mezcla- los gorjeos de las avecillas madrugadoras. Tro- 1 Wayllar préximo al riachuelo estaban regados gre. . ncho rojo a rayas negras se mueve aun. he Pei Kispe ce le aproxima. El rostro bafia- sangre —la herida es en la cabeza— y los ojos dos ya por la muerte fijan su postrer mirada en dado. Algo ha visto el moribundo y se estreme- El cabo, compasivo, le limpia el rostro ensangren- con el poncho. ‘ oo. . Breves segundos mas, y la exclamacién simulta- El pueblo, al dia siguiente, presentaba desolado! aspecto. Era el paso de Atila. Como Saman y Ayapata, no quedaba de él piedr: sobre piedra. Enla fantasia popular, nacié el mito-de “Li Vampiros”, la cruel e insaciable banda de los past res de Saman y Ayapata. FRATRICIDI Llegaron en la noche al pueblo las noticias de | sublevacién. —j Wayk’echay! (Hermanito mio). ; La sangre se ha revelado; pero la muerte pone fin logo que comenzaba. 1Fratricida! Todavia en plena oscuridad salié la expedicién a | dominar a los sublevados. Habia que caer en la madru- gada sobre el Poblacho, sin darles tiempo para huir. Terminantes eran las érdenes, Se tenia que hacer un “escarmiento”, Porque ya la insolencia de los indios no era tolerable. Pretendian nada menos que recupe- rar las tierras detentadas por el sefior Diputado. A la luz indecisa del alba, comenzaron a descen- der. En el fondo del vallecito se acurrucaba la alde- huela de Inkilpampa, con sus casuchas aglomeradas, sin formar calles. Un_agudo silbido atravesé el espacio como una saeta. Era la sefial de peligro. De la semidormida al- dehuela, como de un hormiguero, emergian decenas de indios que se fugaban por los cerros vecinos. El jefe de la expedicién ordend fuego, y se inicié la ‘caceria. Parapetados los tiradores en las pefiolerias, EL CRIMEN DEL DESERTOR Santuza Waman era la mujer mas bella del cho”. ; Los mozos se la disputaban, y en las fiestas San- atraia sobre si todas las miradas y los mimos de es y Viejos. . 1 Gltimo carnaval, Santuza se habia compro- ' ido con Silvestre Tito, el “kollana” de Ch’ok’epam- Fue aceptado el galan por los futuros suegros, y ts 3 eS 1s %, ‘VALGEEG ESTAD EN .LOS ANDES 57 la nueva pareja de indios inicié la convivencia. Se sarian después de la pascua, el afio préximo. _, En una chocita oculta en el cerro, sombreada viejos molles, vivian felices los novios. Desde la pue ta se contemplaba’ los maizales, y Santuza, mientr: preparaba la comida, podia distinguir perfectamen| a su fuerte y viril “kollana” encabezando las faen: rurales. Deslizdbase alegre el tiempo; el patrén de hacienda hacia varios meses que se hallaba ausente, e] administrador era un buen hombre. ___Una tarde se recibié la noticia traida por el “o dinario”. Antes de ocho dias, el patron volveria. Fi general el disgusto; pues no se habia olvidado su d potismo, su innecesaria crueldad con los peones y lonos. Nadie se sentia seguro ‘de no atraer sobre si célera del amo tirdnico. . Aquella mafiana del domingo toda la “gente di rancho” comparecié ante el sefior. Hombres, mujer y nifios, desde el amanecer comenzaron a llegar al p: tio de la hacienda. . El mayordomo pasé lista, y el patrén fue revi tando a “su gente”. Podia notarse que fijaba may atencién en las mujeres. Cuando Santuza fue examinada, el amo no pu contener su sorpresa. 2 Dénde habia estado antes es' cholita linda que 61 no Ja habia visto? A solas ya con el mayordomo, pudo averiguar saber. que Santuga era hija del pastor Lucas Kusi que no hacia un afio que estaba en el “rancho”, pu pasdé toda, su infancia en la vaqueria de Pantipata. Si po también que Silvestre el Kollana la acababa de t mar por mujer. Al siguiente dia, el patrén ordené que el Kollai cumpliese una comisién urgente a la ciudad. En carta que enviaba con el. propio comisionado, dab: instrucciones precisas a fin de alejar de la hacienda quien posefa una mujer que interesaba al sefior. Silvestre fue enrolado en el ejército como remiso cumplimiento de la ley militar. Y el patrén quedé , Sin odiosa restriccién a su derecho de duefio in- jputable de las hijas de sus esclavos. Trascurrieron tristes los dias de cuartel para el lana; su pasién por Santuza crecia en la soledad su encierro. Pocos dias después le llegaban las pri- as noticias. El patron, como lo tenia por seguro, habia respetado el hogar del marido ausente, y su re Santuza era ya una victima nueva del insacia- robador de la honra y la inocencia de las infelices jeres de la gleba indigena. Pero, él no seria un “consentido”. No se confor- ia como los otros. 2No era un jefe? El agravio adquiria en su per- una gravedad excepcional. , Este patrén malva- no hallaria en él un vengador de todos los crimenes, todas las ofensas que recibia su raza? Largas horas la noche, en el insomnio de los celos y la impotencia, estre elaboraba su plan de venganza. Le obsesio- a el sangriento propésito y podia leerse en su ros- taciturno el odio que le roia el corazén. . Era un domingo de abril, salia por primera vez su encierro militar Silvestre el Kollana. Observa- mi sus compafieros que Silvestre habia “perdido desde vispera su hosquedad; estaba también alegre como otros. Participaba de sus proyectos de holgorio. irian a divertirse con mujeres. Beberian en abun- cia. Sumaban buenos soles sus propinas. Transcurrié el dia répidamente. Antes del toque silencio, estarian en el cuartel, se les habia adverti- Desde las seis de la tarde, el grupo de reclutas per- la pista de su compafiero el Kollana, y cuando pe- ‘on a las cuadras, no estaba tampoco alli. El cas- era inevitable para el “faltén”. Seguramente se rraché y a esas horas, roncaba la “mona” en al- chicherfa. 58 LUIS E. VALCARCEL Las patrullas no encontraron en la ronda al re- trasado. Al siguiente dia, nada se supo de Silvestre. Se deserté. . A la hora del descanso, el cabo instructor desdo- bl6 el diario de la tarde, y se puso a leer. Lo rodearon aquellos reclutas que sabian ya lo que es un periddico y hasta deletreaban algunos trozos. Habia una noticia. “El soldado Silvestre Tito, del regimiento nime- ro 1 asesiné al propietario de la hacienda X”... LA DANZA HEROICA Se habia sublevado la indiada. Su rebelién se reducia a negarse a trabajar para el terrateniente. Llegaron abultadisimas las noticias al Cuzco y el prefecto, alarmado mandé cincuenta gen- darmes a dominar la sublevacién. : Los indios se hallaban reunidos un domingo, en la plazoleta del pueblo. Comian y bebfan en comin, re- cordando los pasados tiempos de sus banquetes al aire libre, presididos por el Inka o por el Kuraka. __, iEstaban reunidos! ;Conspiraban! Y sin mas, el jefe de la soldadesca ordené fuego. Los indios no huyeron. Tampoco se defendian, puesto que estaban inermes. Llovian las balas, y co- Menzaron a caer pesadamente las primeras victimas. Entonces, algo inesperado se produjo. La banda de musicos indios inicié una k’aswa, y hombres y mu- jeres, agarrados de la mano comenzaron a danzar fre- néticamente por sobre los heridos, por encima de los cadaveres y bajo las descargas de la fusileria. Danz6 alocada la muchedumbre y el clamoreo as- cendia cada vez mas alto como la admonicién de la tie- rra a todos los poderes césmicos. ESTAD EN LOS ANDES ) LA INCINERACION SACRiLEGA Llegé la noche. Un soplo frio y persistente baja- de las cispides. Hacia un silencio de puna. Densas tinieblas sumergieron la planicie hasta el do de sus negros pantanos. Ni un Anima. El po- ho dormia. Al filo de la madrugada, un rojo resplandor ilu- iné en la sombra. Ondularon grotescas las chozas réximas a la capillita. Las torcidas torres se retor- ian atin mas sobre un fondo de humo y llamas. Era a fogata en la plaza. Rompi6 el] silencio el son de un tamboril. De los ‘curos rincones fueron emergiendo, de uno en uno, indios kollas, cuyas sombras se movian alargadas antasticamente. Se habia reunido una multitud, a la edianoche. El indio sacristan se separé de ella para brir la iglesia, y una vez logrado su intento, precipi- yonse, como tragados por ancha boca, en la obscuri- d sagrada, los alcaldes y los segundas, el mayordo- oy los portadores de las andas del santo patrono. Repicaban las campanas, pero su alegre voz me- lica vibré extrafiamente en la alta noche. Medrosos s nifios, somnolientos atin, alzaron la cabeza para ver 1 campanero, mas, extrafidronse al no reconocerle. No, no era Taita Bernaco quien las agitaba tan des- acostumbradamente, asi, a deshora. A la luz de la hoguera, se diluyé la tiniebla del templo. : Del dureo altar resplandeciente descolgaron al santo patrono que fue puesto sobre sus ricas andas de plata. Era el caballero Santiago, celestial jinete en su blanco rocin. Salié a la plaza como en los dias solemnes del Corpus, como para la fiesta tutelar del pueblo. La ron- ca bocina esparcié su admonicién. En lo alto las cam- 60 LUIS E. VALCARCEL panas enviaron al campo un irénico saludo nochernie- go. La multitud se movié gelatinosamente, como una masa maleable. La procesién recorrié el encendida atin diciembre. Todos se han detenido en el pestad. acercdndose con los pufios crispados a las andas de Santiago. mente. Santiago es el conquistador, el rico encomendero, el amo de la gleba indigena, el latifundista. Los indios kollas le rodean, le cercan ya, amenazadores, le inju- rian en aymar4 con los epitetos mas ofensivos. Le des- cabalgan, le despojan de sus vestiduras, del sombrero de pico, de la capa de purpura, de los gregiiescos, le desarman de la resplandeciente tizona. Santiago, des- nudo, presenta una lamentable figura: el escultor so- lo se cuidé del bello rostro espafiol . Cuatro fornidos “carguires” —de esos que porta- ban las andas el 25 de julio— le toman en brazos, le mecen y... lo arrojan al fuego. Pocos minutos dura el cuerpo de yeso y maguey del orgulloso Patrén de las Espafias: chisporrotea y queda reducido a cenizas. R.1.P. el arrogante caballero. La muchedumbre ha ingresado nuevamente al templo y extrayendo de sus hornacinas a las virgenes y los martires, los ha condenado a la hoguera. Amanece. El sol soberbio deshilacha las nubes de la madrugada; regios harapos de oro ornamentados los quema el sol depurador, supremo higienista. Los indios kollos, en coro magnifico, entonan el Intiwata. La ronca bocina, el vernaculo pututu, inunda el espacio con sus sones de guerra. Con el auto de fe, ha comenzado la venganza. contorno de la plaza, mas por esta fogata de San Juan en pleno atrio del pequeiio templo. Es la hora. Rompe el vocerio, como una tem- iSupay! ;Supay! gritan hombres y mujeres, El caballero parece sonreir despectiva- ‘AD EN LOS ANDES 61 HAMBRE staban perdidas las cosechas aquel afio seco. Beta rio’ escucharon sus plegarias; y la Sarama- a pesar de las ofrendas, esta vez no multiplicaria frutos. El cielo que negaba sus aguas tan fiera- ite, mostré su nitido azul, y en la noche brillaron estrellas como gotas de cristal. En la madrugada, los arroyos habianse congelado y una blanquisi- capa de hielo cubria como un manto la planicie. Los ayllus del Kollau sentian ya, como un sordo YO que se acerca pesada e inflexiblemente, la apa- ion del temido fantasma del hambre. Con su rostro nado y sus manos atenaceantes legaria, una vez , cumpliendo su palabra, el fatidico visitante. Llo- la mujer estrechando entre sus brazos a su pe- uelo. El kolla taciturno, sentado a la puerta de choza, contemplaba en silencio el paisaje. No se ia salvado ni su chacrita de la hoyada. Todo esta- amarillento, -definitivamente muerto. Nada produ- in los tallos quemados por el frio que antes agos- Soe ti fios. Y reapare ez como hace apenas tres aiios. 1 - ae ojos la vida de ese entonces reciente: su brecito Pablucha perecié j;de hambre! Recordabalo mn; habia ido él a la hacienda y, con lagrimas en los , le pidié al patrén un poco de chuiio. Oh el malvado: nada pudo conmoverle. esta no la olvidaba. . —A estos indios rebeldes ni takjia... | * Cuando volvié a su casa, Pablucha gemia imper- ptiblemente, iba apagandose como una vela que se sume. Se murid en la noche de San Juan: su almi- quebroéla el frio. Ah, su Pablucha seria ahora un orcito. _ Otra vez el hambre. ilio? Su res- jlria a exigirle al patron un 32 LUIS E. VALCARC ESTAD EN LOS ANDES 63 mujer no tuvo valor de interrogarle; asi era de te- le su expresién. . 4Qué habia ocurrido? No hablo. Cuando ella ador- al nifio con su maternal cantinela, el kolla dijola emprendia un corto viaje y que no lo aguardase ella noche. La madre acurrucése cerca al hogar con los dos ios que, presas de la pesadilla, lanzaban gritos. Seria la medianoche cuando un rojizo fulgor ilu- ino los resquicios de la puerta. Era un fuego lejano e rompia las tinieblas. La madre pens en las foga- de junio. ; No, no eran las fogatas de junio. Ardia la ha- nda. La hacienda tenia sus depésitos henchidos de chi lonas, chuiios y otros viveres. El amo vendié las lan: a un alto precio. Todas las que produjo su rebajfio las habia cedido muy baratas. A! patr6én no se le p dia vender sino asi. < 4No era un derecho reclamar ese auxilio? Esta vez no, nunca mas sufriria el dolor de carecer de ali« mentos para su familia. Todo, todo menos eso. El creptsculo apagaba en el horizonte su ultima lumbre, y la noche comenzé a derramarse por las fal« das de los cerros. La mujer con el nifio al pecho se senté a la entra da de la choza. Gemia atin. El silencio del anochecer! fue interrumpido por el Ilanto del pequefio. Mucho frio traia el viento desde las ciispides nevadas. Malisimo afio: diezmabase el ganado por falta de pastos. El kolla sabia por repetidas experiencias que ese era el peor sintoma. Viviendo su padre, fresco te- nia el recuerdo, bajaron por ese tiempo malo a. los va- Iles del Cuzco. Iban en pos de alimento, él, su madre, sus ocho hermanos. A cambio de una fanega de maiz, se quedaba con el amo desconocido uno de éstos. Des- pués de este largo viaje, al retornar a su choza, jlo re- cordaba, bien !, sdlo habian vuelto tres de los hermanos. Los otros cinco, ,qué suerte corrieron?. No lo supo mas. El padre, al pasar el ultimo tramonto, se echo en tierra con la cara contra el suelo. Qué fieramente llo- raba. Su pobre madre lloraba también, a gritos, lla- mando a sus hijos. El, muchachuelo de seis o siete afios, no Noraba ni gritaba: tenia miedo. No se expli- caba este dolor. Ahora si, se lo explica perfectamente. Pero él no venderia a sus hijos. No, qué diablo, por qué, si la tierra no es de nadie, como no es de nadie el sol. yauien guardaba para si todos los frutos era un la- ron: En la majfiana, el kolla se marché a la hacienda. Ya en las ultimas horas del dia, volvié a su casa; EL LICENCIADO Salté del tren, vestido ain con las prendas mili- es; de la estacién se puso en marcha, lentamente, al eblecito en que vivian sus padres. ; Todo estaba igual. El calvario a medio caer, ver- les los campos, humeantes los hogares. Alli. estaba uu choza; alli le aguardaban los viejos. Cuando atra- ‘ves6 el puentecillo, se hizo visible a los suyos. Fueron @ su encuentro; después de dos largos afios, Marianu- a se reunia con sus padres. Rodearon al grupo familiar las gentes de la al- dehuela, y aquella tarde desbord6 la alegria y el akja ue escanciada abundantemente. También estaba alli, unto al Licenciado, la tierna Juanacha, su prometida. Todos notaron la tristeza de Mariano. ,Estaba o enfermo? . Oh la ciudad, la maldita ciudad que troncha la ju- entud, que consume la lozania, -que acorta la exis- mcia. Mariano tenia el mal de la ciudad. Palido; de ra- to en rato atacdbale una tos seca; incontenible. Habia enflaquecido mucho. Lloraba la madre al verle tan débil: ya no sabria trabajar animosamente; no podria, con ese cuerpo macilento, resistir las faenas camperas, ayudar al pa- dre tan anciano. Oh su pobre hijo, victima de la ciu- dad, acaso se moriria aquel invierno. Lloraba la vie- ja inconsolablemente, y lloraba en silencio la sip’as Juanacha, secdndose las lagrimas con una punta de su llijlla. Mariano, muy triste, se acercé a consolar a las mujeres. Si, estaba enfermo, pero sanaria con el cui- dado, con el carifio de ellas. Hablaron de las yerbas milagrosas, del matejllu, del tijllaywarmi, del panti. Mariano tenia fe en la ciencia de los suyos; gracias a ella, le seria devuelta la juventud. El jubilo alcohdélico borré las tristezas, y la misi- ca invité al canto y a la danza. Bailaron y cantaron hasta la medianoche. Tras los tapiales, ocultos por la chamarasca, Ma- riano y Juana gozaban de amorosas confidencias. . —Sonkochay, qué felices hemos de ser. Ahora ya nadie te apartara de mi lado, —decfale ella a él. —Si, palomjta mia, viviremos muy juntos para no separarnos jamas, —contestdbale el amante. La pasién exacerbada por la ausencia aproxima- balos en el vértice sensual... Pobre Mariano, él ya no era un hombre. Habiale robado la ciudad los atributos viriles. Qué vergiienza y qué dolor. Pasaron los dias y él se sentia morir; taciturno, colérico a ratos, rehuia la sociedad de los suyos; ‘se alejaba, lacerada el alma, de la compaiiia de su pro- metida. Ascendia penosamente el altozano desde el que se contemplaba el valle. Qué espectdculo de vida que le punzaba el corazén. LUIS E. VALCARCEL ‘AD EN LOS ANDES 65 erdié la fe en la ciencia de los curanderos. No, condenado a morir. Nadie le salvaria ya, ni el ni el cuidado maternal, ni los poderes ocultos a implorara tantas veces; nadie se apiadaria de ortunio. ; a rascurrieron muchas lunas, y ninguna brillé pa- . Viviria muriendo cuanto tiempo mas. Le habian donado los amigos; llegé hasta él un rumor: su era contagioso, temible: las gentes le miraban co- in monstruo. . Distraia su tiempo trenzando; tenia ya lista una ‘a, del grueso de dos dedos; hermosa era, se la re- ia al viejo. Toco la fiesta del pueblo. Todos los suyos se mar- , 61 no quiso ir. Juanacha se habia engalanado rimor. La vio pasar, y ella se hizo la distraida. lvidaba ya. Celos, rabia, impotencia le roian el alma. uPor exigir de ella un sacrificio, si él no era, no podria ya su marido? Ah, pero tampoco tolerarfa otro hombre que lo tituyera. ~Qué hacer? Pensé mucho rato. Ya cer- de la noche encerrése en el granero. . Cuando volvieron de la fiesta, Mariano pendia, lumpidbase colgado del cuello a una viga. ENSANAMIENTO —iSefior! Un crimen horrendo. . El pobre caballero ha sido descuartizado. Le ma- m cuando se hallaba en reposo, sin darle tiempo a la defensa. Terribles golpes sufrié. Mire Ud. los garrotes grentados. Vivo atin lo arrastraron por las ha- iones y por el patio erizado de agudos guijarros. mujeres ayudaban a sus maridos en la perpetra- . Si descubren donde se ocultaba. Como ella atendia 66 LUIS E. VALCAR ‘AD EN LOS ANDES 67 cién del crimen. La victima aullaba de dolor y ellas acribillaban con los gruesos alfileres de sus tupus. Vt usted como le reventaron los ojos, como le quebra: las piernas y los brazos, como le desgarraron la pi arrancandole el cabello. —iEs horrible, es horrible, sefior! El juez recorria el teatro del crimen, dictaba al cribano el acta de reconocimiento del cuerpo del deli escuchando a los testigos, interrogdndoles. La mujer seguia su relato, entre gemidos y grit La mujer lo habia visto todo, desde su escondite. m un rato fumando en la solana, y antes de la moche todos se recogian a sus habitaciones. ] juez no durmié. Acompajiado de los curiales, en su alcoba. Al filo de la madrugada, sintié- agudos gritos. Procedian de una habitacién si- al extremo del corredor. Provistos de hachones, se dirigieron. Forzada la puerta, hallaron a la bina del muerto presa de un ataque de histeris- Después de los espasmos y las contracciones, la r grité: —1Bien muerto el bandido! quel hombre que yacia sobre la mesa, en la ca- ardiente, aquel hombre indnime, ante cuyo cuer- die os6 acercarse ni para rezar una plegaria, ni depositar una flor, aquel hombre asesinado por illa indigena, habia cometido los delitos mas dos en el curso de su vida. La mujer los revelé . Alli, en las habitaciones, en el granero, en el 0, bajo el pavimento encubridor, estaban los cuer- de sus victimas: hombres, mujeres, ancianos y ni- .Enriquecido por la desaparicién de los indios jietarios, el malvado, cada vez mas poderoso, hacia icaz la justicia, y por el asesinato sistemado en- aba sus dominios. Aquel posible Juez Magnaud, incapaz de sentir lemente, mandé6 prender a la poblacién integra del lu del que habian salido los vengadores. Hombres, mujeres, nifios fueron encerrados por fos meses en las carceles. patr6én, como ella era su amancia. También la habri: torturado, la habrian muerto. Gritaba y gemia mujer. —iTodos eran indios?, preguntaba el juez. —Si, todos eran indios, solamente indios, ning mestizo, ningin blanco. —i Los asesinos mataron por robar? —Los asesinos no llevaron nada de cuanto enco! traban en las habitaciones; no, no fue el robo el mé del crimen. — Los asesinos procedieron por venganza? Hubo un murmullo entre cuantos se hallaban a presentes, en el patio, en los corredores de la hacien Si se trataba de una venganza, el Sefior —alli tirado en silencio e inmévil, muerto— debié ser un Llegé la noche y fue suspendida la diligencia j dicial. En el salén de la hacienda fue levantada la c mara funeraria. Allf, entre cirios, sobre una mesa, cubierto de u sdbana quedaba el muerto. Nadie osaba acercdrsel 4Por qué ese temor? El juez fue alojado en el departamento princip: Después de la comida, silenciosa, finebre, sin mas rut do que el del servicio, sin mds palabras que las desli zadas en voz baja, con llanto entrecortado de la muj y cuchicheo de la servidumbre, los comensales perm: Los Nuevos Indios LA PARCELA Juan Ramirez, agente de pleitos, era el mds te- “misti’ del pueblo. Quien caia en su red no te- salvacién, como la inocentisima mosca entre las de la Apasanka. Ducho en las artimafias curialescas, enredaba en berinto de sus “articulaciones” a los propios abo- de la ciudad. Y era su vanagloria ponderar en bedero: —Yo derroté, hice “muka” del gran Doctor Ca- 0. —Pregiintele al.duefio de “La Victoria” cémo “re- ”’ a su defensor el primer jurista del Cuzco. _La fama del r4bula trasponia las fronteras del ito. No sdlo era un peligroso sopatinta; tenia ién hechuras matonescas, y en su labor contaba hazafias eleccionarias y empresas de pugilato que n abonar su prestigio de perdonavidas. E] indiecito Carmen Sut’a fue a caer en tan “bue- manos”. No se sabe explicar el citado cémo fue que, de la e a la mafiana, Juan Ramirez tomé posesién de terrenos maizales a titulo de comprador, y previas formalidades de un interdicto de adquirir tramita- irreprochablemente. El indiecito y su familia se quedaron en la calle, haber recibido mas de quince soles por todo precio. El ayllu Tujsan, al cual pertenecian Sut’a y los , comprendié sagazmente qué se proponia el le- yo. Puesto en sus tierras el “clavo del jesuita”, y vuelta de unos pocos afios, Ramirez se apodera- de todas las tierras comunitarias. 72 LUIS E. VALCAR [PESTAD EN LOS ANDES 73 Asi el aventurero curial convertiriase brevemen en propietario latifundista. Los indigenas llevaron su queja ante todos los pd deres; era inutil. Alli estaban los “titulos”, los “i trumentos de la fe publica” que acreditaban —co “prueba plena”— que el sefior Don Juan Ramfrez ei legitimo duefio de las tierras que por “su libre volun tad” le habia enajenado el “peruano” Carmen Sut’a, ‘Era asunto concluido. Los indios no se rindieron a la evidencia de su d rrota legal y juridica. En consejo del ayllu, acord ron colectar entre ellos el precio de la venta, y una vi éste reunido —eran unos doscientos soles en la esc tura, aun cuando no llegaron a veinte los recibidos po el vendedor— presentdronse en el domicilio de Ra: rez a exigirle la rescision del contrato. Ramirez se la rié imptdicamente, calificando de estupidez y vesanif el propésito de los comuneros. Amenazolos con ini ciarles juicio por la perturbacién que hacian de sw derechos posesorios; habléles media hora disuadiéndo los de toda accién reivindicatoria, pues él era lo suf cientemente poderoso para hundirlos en la miseria. Pero los indios no se intimidaron. Préximas las labores preliminares de Ja siemb: un domingo, al son de pitos y tambores, la comunida integra, con sus mujeres y ancianos y nifios, recuperd en medio de gran alborozo manifestado bulliciosamen te, la parcela arrebatada por el dolo al camarada Ca: men Sut’a. Salté Ramirez como un tigre que ve en peligd su cubil. Promovié cinco juicios amén de quince inciden tes contra los “usurpadores” que, en “motin y asona da”, le despojaran de sus legitimos derechos de sefio y duefio. ‘ Los indios se rien de la actividad “judicial” del rabula, y se burlan del coraje del perdonavidas que no asoma las narices por “su finca”. Asi le iria... EL CONSEJO DE LOS ANCIANOS . La vaqueria de Pablo Tito est4 en lo mas alto y arpado de la zona montuosa. Desde ahi se con- npla los valles y las planicies en toda su extensién. el lejano horizonte apuntan los Picos nevados. inguin blanco visita la vaqueria del indio Pablo. lienes lo intentan salen mal: se asorochan muy onto y renuncian seguir adelante. . Confluyen a esta altitud dificiles caminos, ver- \deros caminos de cabras, que arrancan de las pro- Mcias mds pobladas de indios. En una meseta roca- Dsa, un poco mas arriba de la vaqueria, se ven casi mpletos los muros de antiquisimo adoratorio 80-4 . Sobre el gris granito de una saliente, est& el Inti- ana. Enteras ain las aras del sacrificio. . Por mayo, cuando los cielos se despejan y brilla luna, cuando el espacio es como una piel vibratil tras de la cual latiese un corazén, se reine en la me- a de piedra el consejo de los indios ancianos. Desde Manas anteriores, éstos abandonan sus hogares, as- pnden los cerros y, separados los unos de los otros, da quien por si, en soledad de ermitafios, se prepa- n para el consejo del plenilunio. Abstiénense de to-~ comida con sal o aji, alimenténdose de raices. Son diez, doce indios centenarios, pastores, la- jegos: cuando Mama Killa aparece, los encuentra sentados en cuclillas, sobre sus ponchos de alpaca. lacen circulo, y en el centro se extiende la negra lla- plla sin pallay. El mayor, especie de Willka Umu, orta las hojas primerizas de coca, y las esparce so- e el manto negro, pronunciando la magica férmula conjuro. o . Largas horas permanecen los indios ancianos ba- el resplandor lunar. Parlamentan misteriosamente; die sabe de qué tratan los viejos pastores de Puno del Cuzco. Sus voces son tan leves que las absorbe tierra, antes que el viento nocturno las esparza. 74 LUIS E, VALCARC ‘AD EN LOS ANDES 15 Cuando Mama Killa desciende, es la medianoche; ma chulas y achachilas tornan silenciosos, fantasmales, la vaqueria de Pablo Tito. Se acurrucan alrededor de fogén en el que chisporrotean raices aromaticas. FE) vaquero distribuye hojas de coca. Los viejos charlan animadamente, mientras lo primeros resplandores del nuevo dia se filtran por la hendiduras de la puerta... Uno a uno se han march do, por caminos opuestos, los ancianos consejeros cuando el sol apunté inequivoca su presencia. Antes de ocho dias, se ha producido la subleva cién. Miles de indios atacaron las haciendas del Koz llau; los colonos de Palka, Lauramarka y Kapana los grandes latifundios cuzquefios— rompieron su se- cular sujecién a los patrones; se niegan al trabajo. ha dispersado el rebafio de Pablo Tito; diez, veinte re- ses fueron halladas muertas en los precipicios. Otras' tantas desaparecieron en el monte. Las restantes pu- lulan sin pastor. ‘(La tierra es nuestra!” —es el grito de combate! —. El blanco la usurpa, la detenta quinientos afios. La gleba indigena tiene ya un alarido uniforme, des- de la altipampa y las cumbres hasta los bajios y los valles cdlidos. Ocho dias después del Consejo de la Purakilla, las indiadas han principiado su Guerra de Reconquista. Emplean diversa tactica; la violencia hasta el cri- men.horripilante, unas veces, en determinada zona; la pasividad, otras. Alla fue necesaria la venganza cruel; aqui, basta con no cooperar. “7 Qué vale la tierra sin nosotros!” —se ha dicho el indid, y sarc4sticamente pacifista, se cruza de bra- zos. Nada puede ahora contra él la fusileria, la metra- lla. gEstan sublevados? Si y no. Si, porque no obede- cen al amo; no, porque se est4n tranquilos en sus cho- zas. El espiritu de Gandhi presidié el ultimo consejo de los indios ancianos. EL AMOR DE DON RODRIGO "No era sélo concupiscencia lo que invenciblemen- are al noble sefior. Pudo yogar innumerables v2- con sus indias esclavas en el vasto serrallo de sus cias punefias. Pudo, incluso, hastiarle la facili- de amo tirdnico que dispone de las mujeres como Jas yeguadas dentro del perimetro de su latifundio, quien dice dentro de su jurisdicci6n feudal. 4 Aca- un capricho? Mas, era evidente que el bravo don rigo estaba enamorado, podidamente enamorado ‘Antucacha, la hija del cabrero. Bella en sus diecio- primaveras, quien la viese encontrariala parecida ras doncellas por quienes Don Rodrigo no se mos- a nunca tan encalabrinado. a. Le gustaba con ardor, con pasion irrefrenable, y lo mismo sus procedimientos no fueron iguales a que siempre empleara para satisfacer sus apetitos. Habia de conquistarla por el amor y la delicade- como el caballero a su dama. Habia de ajustar su ducta a cénones de gay saber. La linda moza se le diria presa de pasional ternura, y ambos, asi uni- por la atraccién suprema, vivirian felices, como el uno hubiera nacido para el otro. Todos los dias al atardecer el caballero rondaba morada de su andina Dulcinea, y muy delicadamen- le hacia saber del mucho amor que le tenia, An- icacha no era capaz de comprender tan finas pala- y sdlo adivinaba —oh sexual presentimiento— Jes eran las intenciones del amo. . . Tupiase la malla del sostenido idilio. Y Ja hija del brero amaneci6, cierto dia del floreal octubre, en el nto del sefior. . A nadie extrafié. Una barragana mas del patrén. ‘a pasaria el temporal ayuntamiento. No ocurrié asi, sin embargo; llegaba el kallchay, Antuca permanecia en el hogar de Don Rodrigo, as- 76 LUIS E. VALCARCEL ESTAD EN LOS ANDES 77 cendida a sefiora de la casa. Otr: 1 * ‘a vez octubr i6 en 7 campo, y la sefiora Antonia era el ama. Horecio neaban los empleados mestizos que aquella advenedi- oS auedatla alli; los indios sonreian, elogiando el ta ento de la Antuca que conquisté al caballero; las hing comadres lo atribuian a brujeria. Mientras "tan. ae Pariehten 4s Don Rodrigo se hacfan de la vista gorda bs no disgustarle, puesto que estaban a su Pero las cosas subian de t Antes de la cuaresma aa seh eS . 5 sefor Don Rodri puen emlica, llamé aso capellan, y una tarde eae contem: 5 fra 30 diabene plando la puesta del sol, se enta- —Mi sefior Don Rodrigo: es tiempo de arreglar la conducta. Cuan 0 agrado 7 ant ‘ado para Dios si en e ta cu 1 Nn es a: precio. Dios aprobar4 mi resolucién. Tiendo las o a los humildes. ,No somos todos sus hijos igua- ? —No, no: el Supremo Hacedor creé las jerar- las. El indio... : —Lo lamento mucho, pero su Reverencia reniega su divino ministerio. Si su Reverencia insiste en poco cristianas ideas, prescindiré de su consejo. Fue un gesto definitivo el del ilustre hidalgo, y el pellan, entre perder su valiosa proteccién o transi- , opté por lo ultimo. —Bien, mi sefior Don Rodrigo: hagase su volun- , pero con una sola condicién: el matrimonio serd eto. ,Acaso es necesario el escandalo? Cuidemos mpre de la publica opinién. —Sera ptblico, Reverendo Padre. Tengo mis ra- es. — Razones, sefior mio? Si, y muy poderosas. Aparte de que mi amor por tonia es licito, y mi estima por su honor es tan al- debo a la Raza un desagravio. Cuarenta afios la endi, oprimiéndola. La virtud femenina se deshizo mis manos: atenté contra ella no dejando flor sin ehitar. Muchas lagrimas derramaron las madres; estallé en violencias la rabia contenida de los hom- es asi vejados, pero sangré su corazén en silencio. até a mis hermanos los buenos, los humildes, los ignados indios, como viles esclavos. Me respetaron pre. Crefanme acaso un ser superior; pero, no ‘a yo, en el fondo, sino un cobarde. Después de cua- ta afios de tal vida Dios ha iluminado mi razén. noble apellido de los Pérez de Urarte, Mendive y afuerte pasard a los indios en mi esposa Dofia An- mia, y con mi apellido todos mis bienes... Cesd de blar el caballero, ya cuando era la noche. Retirdse fraile a orar en la capilla de la hacienda. Antuca lo habia escuchado todo. Cuando el caballero llegé a la estancia nupcial, la za dignificada lloré con lagrimas de gozo el avatar. cesario fue te me arregle este asunto. —é¥Y quién es la dichosa prenda que ha c el corazén de oro del devotisimo sefior Don Rabon =enee Ia, sefiorita Antonia Cutiri. : esibaillé tes -! Bromea Don Rodrigo, bromea el buen —Nada de eso, Reverendo E v :, Estoy resuel - mar por esposa a la mujer a quien amo y pmaet tee la vida. pion wes ae, Don Rodrigo, flaquea su raz6n! 7 , una esclava, con una pleb a unir su sangre el nobilisi sefi D Rodrigo! i mo sefior Don Rodrigo! Imposible. Es una ofuscacién que Dios disiparaé. Be Y asf . 5, —No ha de ser asi everencia; lo tengo » Re ‘encla; engo bien —Mire por su nomb: E re y por su casa; i no perdonara la ofensa. Dios mismo pa eoetedad —La sociedad no me importa; bien sabe que la ee 18 LUIS E. VALCARCEL ESTAD EN LOS ANDES 19 EL MITO DE KORI OJLLO EL “PONGUITO” Seno de Oro habia sido la excepcién. Las demas mujeres se entregaron al conquistador. Llorosas por la muerte injusta de Atau Wallpa, se holgaban con los soldados de Pizarro. Como para consolarse. Eran tan apuestos los Nuevos Hombres. Tanto fuego habia en sus ojos y en su sangre. No les pudieron resistir, des- fallecian de deseo a su sola presencia, y los trescien- tos dias de luto por la muerte del Inka trascurrieron veloces para su diabdlica lascivia. Seno de Oro, la mds hermosa mujer de Manko, era la heroina. La quiso para si el bien plantado Don Gonzalo, y ella fue fiel a su raza. ;Cémo ofrendar su cuerpo al impuro asesino de sus didses y de sus reyes? La muerte antes; asi yaceria tranquila, sin mayores vejdémenes; a sus carnes frias, no osaria acercarse la bestia blanca. Las mujeres indias se estremecen solo al recuerdo de Kori Ojllo. Ellas tan faciles a la seduc- cién del opresor, dispuestas siempre a halagarle, trai- cionando su sangre. Sino terrible. Kori Ojllo para ahuyentar de si al galén espafiol habia cubierto su torso perfecto con algo repugnante, capaz de alejar al propio Don Juan. Pero, todavia mas virulento era el odio que destilaban sus ojos. Ha revivido Kori Ojllo en los Andes. Alli donde el indio torna a su pureza precolombina; alli donde se ha sacudido de la inmundicia del invasor; Kori Ojllo vive, hembra fiera, a la que el blanco no puede ya vencer. El odio mas fuerte que nunca inhibe la sen- sualidad latente, vence todas las tentaciones, y la in- dia de los clanes-hostiles prefiere morir a entregarse. Qué asco si cede. Sera proscrita del ayllu. - No volvera mas a su terrufio adorado. Hasta los perros saldran a morderla. La india impura se refugia en la ciudad. Carne de prostibulo, un dia se pudrird en el hospital . Clemente Sullka, lindo “ch’utillu’” de Paucar-. bo . Con sus dieciocho afios rozagantes, oliendo a tie- ‘a, himeda, a carne puber, era un personaje intere- e en aquel hogar de mujeres. El “Caballero” ha- muerto dejando una buena fortuna, y lo mejor de is bienes era la “finca K”... La viuda y sus tres ymanas solteronas, amén de una chiquilla clorotica, ‘a del difunto, eran todo el personal “decente” de ella casa que completaba su ajuar con cinco “cho- ”, criadas desde chicas junto a la familia. “Clementicha”, como le llamaban carifosamente, bia venido de las tierras altas, al tocarle el turno 1 “pongueaje”, en casa de los amos de la ciudad. Con hatillo a la espalda, legé un dia. Lindo muchacho, dijeron en coro, de botones para adentro, la viuda, solteronas y la hija del difunto. Cuando el nuevo mguito entré a la cocina a repasar los restos de la mida, menudedronle los pellizcos provocativos de s compafieras de servicio. El inocente mancebo repu- ba todo aquello como un juego sin trastienda. Pasa- m los dias, Clementicha fue despertando de su sor- sa inicial frente al mundo desconocido de la ciudad. ’a no se perdia por las calles, ni temblaba de temor sentir la proximidad de los bulliciosos carruajes y msportes. Sus ojos asombrados se tranquilizaban, y s manos torpes podian manejar sin peligro la vaji- de porcelana y cristal. Lo que no entendia era cuanto le pasaba en la no- e. Con un suefio de piedra, tendiase sobre sus pelle- de carnero en cuanto acababa de comer. Era ver- d o imaginacién suya lo que vio una vez? Se habia ypertado al oir muy cerca de si a alguien que Je lla- ba contenidamente de su nombre. Por un angulo eorredor penetraba al pasadizo donde dormia un 80 LUIS E. VALCARCEL ESTAD EN LOS ANDES 81 descendiendo el cura la cuesta del pueblo. Le si- e el sacristan montado en su escualido jamelgo umbivilcano. —tTata, se ha emborrachado el campanero. —1Por qué hijo? —No repican las campanas. Si, la torre esta silenciosa, no adivina la vuelta del ior parroco, no se da por entendida de su obligacion regocijarse y sembrar el jubilo con sus lenguas de nce. Qué pasa que todo parece tan triste en el pue- * ni una alma en las calles. Nadie ha salido al en- tro del pastor. . Un presentimiento aflige al buen abate y le en- brece el rostro sonriente. Algo grave ha ocurrido, a ocurrir, quién sabe. Pica al tordillo con sus argentinas espuelas, y ta las distancias un poco impacientemente. Ya es- en la plaza, ya penetra a la cural. La cural esta ia. : —Tata, no hay nadie. —No hay nadie. Se miran las caras asombrados. Todo lo que ven parece absurdo. . . . uDénde estan los vecinos? ;Dénde esta el ecéno- 2 4Y el campanero, y los alfereces, y la servidum- ? El hogar esté apagado; sin pasto el establo, ce- adas las cuadras. Resuenan en el patio empedrado met&licas pisadas del tordillo, y el eco devuelve so- ras las voces del sacristan. claro rayo de luna. El, como entre suefios, distinguié a la sefiora “grande”, junto a su cama. Otra vez, y esto le ocurrio. estando, él perfecta- mente despierto, la sefiora Carmencita lo estrujé en- tre sus brazos estando a solas. Otra vez... Otra vez. Bueno. Hasta la nifia... Le tenian fastidiado. Sélo es- peraba cumplir el mes para marcharse a su tierra. Pero... Clementicha no se marché. Como iba a dejar a quienes tanto le querian y le regalaban; el lindo ponguito tan disputado, se adapté facilmente. .. Ningun lector se extrafiaria, si después de cinco afios, hallara a Clemente Sullka de administrador del fundo, con plenos poderes. Nadie, en la sierra, que co- nozca la “historia del ponguito”, se llamarfa a sor- prendido, al ver a la hija del difunto confinada en la hacienda, sin venir a la ciudad. &Quién que sabe de la vida intima de las dos ra- zas no comprende que el mestizaje se forma no s6lo con indias sino también con indios, con “ponguitos” como Clemente Sullka?... EL CURA DE KAWANA El viejo paérroco esta en la capital, en Ejercicios Espirituales; hace dos semanas que descansa su grey. Mucho demora el solicito pastor, mucho, mucho. _, Por fin, en lo alto de la cuesta, un atardecer de =i Pablucha! : diciembre después de copiosa lluvia de todo el dia, —iJuliana! frescos los campos, himedos los caminos, alegre el cie- —iMeculas! lo, el viejo pérroco aparece cabalgando en su tordillo pajarero. Desde alli, bendice a su pueblo. Estuvo ausente quince dias y se le antoja un siglo; no, no, con nadie cambiaria su amada parroquia. Ni el curato de Sicuani, ni el de Lampa, ni el de Carabaya. En ninguna parte se hallaria tan a su gusto como aqui. Desmonta el viejo parroco dificultosamente, se cia el poncho, bajase la sotana, enciende un cigarri- y se sienta sobre un poyo, pensativo. _ 4Entré quién sabe el Enemigo? Se aproveché de ausencia y el lobo cayé sobre el aprisco. Dispersé pobre rebajio. 82 LUIS E. VALCARC! ‘AD EN LOS ANDES 83 Meditaba el viejo, tristemente, ensombrecido el rostro de presentimientos fatidicos. E] anima en sus+ Penso como si aguardara dentro de un minuto la mas la noticia. Y asi fue. E] sacristan no se dio punto de reposo hasta en- contrar a los buseados. Confudido en las sombras de la primera noche, alli estaba el fiel guarda del tem- plo. Comparecié también en las tinieblas el alférez ‘de turno. De vez en vez brillaba como el punto lejano de una fogata el cigarrillo encendido del viejo parro- co; antojabasele aparecer como una estrella titilante, temblorosa. Los cuatro hombres hablaban a oscuras quedamente, como si un soplo de misterio les estreme- ciese el alma. La feligresia indigena en masa habiase desertado de la Iglesia Apostélica Romana. El domin- go ultimo los centenares de indios de la parroquia ce- rraron el templo con cerraduras nuevas. Clausuraron también la cural. En medio de todo, tuvieron un gesto de -gentile- za. Reservaron para su viejo parroco una casita en Kawana alta y una capilla proxima. Alli viviria el resto de sus afios, sin que nada le pudiera faltar. ! a sus hogares. Mads tarde supo que los muy fe- habian comprado a la autoridad: dos-toritos, una illona, algin dinero. De la carcel marché Waman con el contingente a Capital. Ingresaron todos al cuartel, después de el médico los hizo poner en cueros para examinar- . Alli acabé el indiecito para comenzar el soldado. iés al poncho, al jubén y los gregiiescos; las sanda- fueron reemplazadas por los toscos zapatos, y Wa- vistié el uniforme de infanterfia. Apenas si po- caminar con los zapatazos. .. Se pas6 un afio en la vida de cuartel. Ahora era ‘gento. Lo ascendieron después de su conducta va- sa en la Ultima intentona revolucionaria. En la ciudad sentiase una conmoci6n politica: es- a el pueblo indignado con el gobierno, y las gentes lieron a las calles a manifestar con airadas voces sentimientos. Se improvisé el mitin. Se empina- los oradores en lo alto de las balconerias para: lan- desde alli la arenga revolucionaria. Pocos minutos después salia el regimiento a res- lecer el orden. Las tropas fueron recibidas a pe- adas y tiros de revélver. Entonces, soldados y pue- chocaron con violencia. A culata limpia abrianse 0 los primeros. La multitud levantaba reductos, barricadas, y llo- lan las balas detrds de las esquinas y desde. los te- os y ventanas. El regimiento recibié la orden final: —j Fuego! : El dia fue para Waman. Con qué ardor, con qué tima fruicién golped primero con su rifle, y des- és disparé toda su dotacién. Pareciale vengar con su mano la montafia de robio con que el blanco habia aplastado a su.raza. luchos muertos y heridos quedaron sobre el” pavi- ento de las calles. Los gritos y los ayes, lejos de con- joverle, le regocijaban malignamente. Eran caba- TOs, amos, opresores, los que sufrian. 4Tuvieron los alguna vez compasién del dolor indio? WAMAN, SARGENTO Un ajfio hacia que estaba en filas: lo sacaron de su choza punefia, a medianoche. Lloraban la madre y la mujer, despertaronse los chicos, asustados. Fue en vano que ladrara el fiel “Pumawak,achi”. Los solda- dos condujeron maniatado al pobre Waman hasta el pueblo. Cudntos golpes de culata sufrié en el camino. Aquella noche durmié en la carcel, y alli continué en- cerrado los seis dias siguientes, mientras se reunia, por este medio cinegético, el contingente de conscrip- tos. Del presidio salieron algunos de sus compaiieros, salieron con rumbo a la subprefectura, y después ili- PESTAD EN LOS ANDES 85 ietos, frugales. Del campo al establo, del establo al ino, todos los dias, todos los afios, hasta morir os- amente, de puro viejos. Ya el indio no sdlo tiene como amigos a “Marcus”, “Mareano”; es otro hombre como él quien le ha . ierto su corazon. Es otro hombre blanco; cosa ex- ordinaria, un hombre blanco su igual, su amigo, no opresor, el amo siempre tirdnico. A este amigo le recha la mano y le mira a los ojos, de frente, sin te- r, sin desconfianza. Es el adventista, el bueno y alegre Miller, rubi- ndo hijo de Yanquilandia, que ejerce el apostolado la Nueva Amistad. Nada le exige Miller. Condori no tiene obligacio- para é1; puede entonces obsequiarle como al her- no de raza, y asi le acoge cordialisimo en su rusti- “home”, y comen ambos del mismo plato y beben ed solo vaso: Santa amistad, tan esperada cinco los. de confianza, el sar, Za, ‘gento Waman era el fi ae cala preso, un ciudadano decente, aman i en — y hacer de su detencién un suplicio. : ronto cobré fama el sargento W: : crueldad y de ciega fidelid jefes, Gosaba < cr bapel 3, 1g cise idad a sus jefes. Gozaba en indio acepta el servicio militar | pollen, pe oes litar y busca los de polels eon porque, con el fusil al brazo, LA NUEVA AMISTAD No tuvieron amigos; eran escl t ; lavos, y la amistz a or were oe: aur amos, cuando les tratene’ jor, le les estaba prohibido aproxi amistosamente a quienes bre, tenine i , por ley y costumbre, teni: que ver como inferiores. El indio quini ‘afios se ; 0 . quinientos pase con la sola amistad del borriquillo. El buen ae paldas le echaba el blanco: El tures Gus, Sobre sus es boré con él en las faenas de 1 lng dace la tierra, ahorra: = i rae _Pado reservar el tirapié (la chakitaili)’ Dae - La pareja de bovinos ay, Db: tamente con el arado de ye at palo. Por los caminos, tras el Pequefio asno; por los sembrados. huey. indio hace su trabajo silenciosame eee 2 mente. A veces cantu- rrea una tonadilla del viejo la: i ‘did Ie an malls Jo lar, a ratos intenta el did- iguitos. Didlogo frustrado. Ell responden. Ah si, quién sabe, es mejor; dicen tan, so. co tks ojos turbios. . . , p arcus”, “Mareano”, apaci fi “7 pacibles com grant Darecido tienen a los buenos labriegos; come pllos, utridos y resignados; como ellos, tranquilos, a LA NUEVA ESCUELA Indalecio Mamani es el preceptor en el ayllu de llawa; salié diplomado de la Escuela Normal de Ju- , hizo su practica como maestro ambulante en ucuito. La escuela ocupa un edificio recién edifica- bajo la direccién del ingeniero de la Misién.. Am- lias salas iluminadas, con bellas vistas sobre el pano- a de la planicie y el cordén nevado de los Andes. nifio indio concurre con placer, porque el paisaje iliar lo tiene siempre ante los ojos. El maestro indiano sabe lo que debe ensefiar a los jos de su raza, y cuanto ensefia lo hace con amor, m el ideal de rehabilitacién como la luz de Sirio en tinieblas de la inconciencia pedagégica. . La casa-escuela es el orgullo del ayllu. Las fami- s aborigenes se sienten ligadas a ella, como diez afios 86 STAD EN LOS ANDES 87 antes a la iglesia parroquial. El domi 6 par x ingo, el salén d Beto rebosa de publico que, Avido, escucha la palab elocuente de Indalecio Mamani, el educador de la R za. Las almas embotadas de la grey andina comienza a sacudirse de su suefio de Piedra. Como un barre penetra a lo hondo de esas conciencias la voz del mae ro, y hay algo que se agita en el subsuelo espiritual d ert Hombizes olvidados de si mismos. a escuela se sostiene por el ayllu: tod . ala 4 los c ayeton edificaris, todos también la apoyan cond lo que de alli saldra i ga mgande que ran los Indios Nuevos, nu sida La escuela nueva es el almacigo de la Raza resu es que predicen la guerra Santa contra el “perro ano”, los eslavos que despiertan a dormidos y. ertos con el bélico toque de sus clarines revolucio- ios. Responderemos que no los pueblos andinos sienten el estremecimiento gravido de un Mundo venir. Apéstoles trashumantes de las punas y de los va- de la serrania, hélos aqui: fueron indios pastores, propagan la cultura. Nadie mas convencilo que del resurgimiento de su Raza. Tienen la célida uasién en sus palabras sencillas, gérmenes miste- s de la Existencia Nueva. Todas las puertas estén abiertas para ellos; llegan medianoche, y los perros hostiles térnanse amis- s. Son almas puras las de los misioneros andinos. nrase la choza al recibirlos, y en Jo mas inasequi- de las cordilleras encuentran un refugio con el fue- fiscal ‘ A encendido y el alimento preparado. es un convencionalismo; el preceptor fiscal, un Los indios apéstoles estén creando el Santoral 10. 2£Qué predican ‘los peregrinos en las estancias de ho y en las vaquerias de Vilcabamba, en los valles anchis y en las cordilleras de Sandia y Carabaya? iLa guerra? ,El aniquilamiento del blanco? No, los misioneros de cultura no predican la des- ecién. Son, sobre todo, médicos espirituales. Curan e enfermo de amnesia que es el indio. Psiquiatras hitivos, van derecho a buscar el mal y desarraigar- E] mal de la Raza es el olvido. Se ha sentado a la lumbre hogarefia el apédstol, y torno suyo, todos en cuclillas, se aprestan a escu- éCudntos millares de Indios Nue hi i de la Escuela India? z} 4g owldrae ee quinquena? ia? ~Cuantos mas saldrén en esta LOS MISIONEROS DE CULTURA Su palabra es dulce, lenta, ligeramente velada contenida emocién. Lo dice todo en imagenes. Es desfilar pausado de los viejos inkas solemnes, de Aurakas altivos, de las muchedumbres laboriosas, os ejércitos innumerables; el Imperio magnifico alli como una decoracién fantastica en los negros s de la choza. SES ; 88 LUIS E. VALCARCBL MPESTAD EN LOS ANDES 89 Sigue el fluir del legendario relato. Es ahora; la sorpresiva presencia de los Hombres Blancos, los ilu- sorios aliados que vengarian la sangre de WaAskar. jWirakochas! Hijos del dios de dioses, portadores d@ la justicia reparadora. No se altera la voz del narrador, apenas si se ma- tiza con un levisimo rel4mpago de ira. Son los Hon'- bres Blancos, los felones que mataron a sus reyes y @ sus dioses. Los Hombres Blancos que violaron a las abuelas y a las madres, de cuyos vientres venerado§ salié el Engendrado, el Mestizo, vasallo del Opresor y verdugo del Vencido. Escuchan los indios con los ojos fijos en la lun bre; en sus ojos muertos hay rojas llamaradas com? resplandores de un incendio interior. El fuego espiritual ha brotado en el antro caver nario de las conciencias. e, presa de la fiebre, amamanta al recién nacido; es nifios mds yacen inertes bajo las raidas cobijas. e pronto, ha interrumpido el silencio, la isocronia de a motocicleta que se aproxima veloz por el camino. aja Condori a su encuentro. Es el buen hermano ad- entista que acude solicito a salvar a la madre y a los jos del dolor y de la muerte. —Hermano Bartolo, ll4male amistoso y sonriente joven mocetén de rubios cabellos. . —Hermano Johnson —le ha contestado el indio, on la gratitud pintada en el semblante. Los botes de medicamentos, los pomos de especifi- os, las ampolletas de suero han sido extraidas del ma- in. El adventista, con solicitud fraternal, lo hace odo. Permanece largas horas en el pobre tugurio; pe- © ya la madre sonrie y los muchachos se ponen a ju- ir. Vuelve la alegria a la casa de Bartolo Condori, y ohnson el adventista se aleja, en su motocicleta rui- oe que se ponen a ver con ojos sorprendidos los chi- elos. —Adidés, hermano Bartolo. —Adidés, hermano Johnson. EL HERMANO ADVENTISTA Entfe la pefioleria, como nido de rapaces, se pier den las casitas del ayllu. Desde esas oquedades se per cibe la tersa y didfana superficie del Lago, cuyo lev¢ oleaje apenas riza el lomo de las aguas. En los vacios que enmarcan los pelados pefiascales, el indio cultiva papas, ocas y kinua, lo bastante para su propio con: sumo. En declive esté el corral de las ovejas con sU fuerte olor a estiércol himedo, y su baja muralla de ch’ampas y espinos. Este recodo, entre la kancha y Ja chocita, es un lindo mirador del campo, del camino Y del lago. Alli se recuesta, bajo el sol tibio, el guardian de la casa y del rebajio, el perrillo azorrado que ailla en las noches oscuras, cuando pasa el viento como una rauda jauria invisible... La familia de Bartolo Condori no ha salido hoy de la choza. En el fondo oscuro, al resplandor del ho- gar-encendido, se . sorprende el triste cuadro. La ma- AMOR Y RAZA Pablo Kutiri distinguiase entre los maestros in- s que recibieron su preparacién en la primera ‘es- lela normal adventista, por su clara inteligencia y decidida vocacién apostolar. Los jefes de la misién blaban siempre con elogio de Kutiri; en menos de afio habia dominado el inglés, con igual facilidad be el espajiol, el aymara y el uru. Era un poliglota va que prestaba importantisimos servicios ala a educativa del indio. Mr. Goldsmith le tomé para secretario suyo, y en we tiempo Kutiri habia conquistado un afecto pro- do en el caballeroso jefe adventista. Goldsmith 90 LUIS E. ’ VALCARCEL deposité su absoluta confianza en el joven secretario aborigen, y cuando se presenté la ocasién de un viaje a los Estados Unidos, Kutiri fue acompafiando al su- perintendente de la Misién de los Adventistas del Sé- timo Dia. En Illinois, Mr. Goldsmith llevé a su casa y pre- sentd a su familia al joven maestro, descendiente de la dinastia solar del Pert. Pocos meses después, los Gold- smith —Ms. Fanny y sus hijos Mss. Edith y Peter— llegaban a Puno. . La rubia Goldsmith, con sus diecisiete alegres primaveras, habia trastornado el alma un poco inver- nal del joven Kutiri. Primero, bidiarias partidas de tenis; después, largas regatas en el lago; recuerdos del viaje; algunas labores comunes en la oficina de la su- perintendencia, habian aproximado por encima de todo obstaculo a Mis Edith y Pablo. . Una noche, cuando Mr. Goldsmith, solo en su es- critorio se entregaba al reposo, mientras las volutas de humo de su pipa ascendian lentamente, Pablo Kutiri llamé6 a la puerta. Fue breve la entrevista. El secretario se retiré a sus habitaciones, y aque- lla noche no pudo dormir Mr. Goldsmith. De madru- gada, los esposos de Illinois celebraron secreta confe- rencia. . En las oficinas del Superintendente, Kutiri encon- tré unas instrucciones escritas par él. Urgia consti- tuirse en Huancané, donde la sublevacién india y la subsecuente represion sangrienta habian creado un gravisimo estado de cosas, La Misién reclamaba de la sagacidad y discreto’ don de gentes del habil secretario que se dirigiese en el dia a la zona amagada a salvar la obra adventista. Kutiri tomé su motocicleta, y antes de marcharse, fue a ver a Mr. Goldsmith en su chalet particular. [PESTAD EN LOS ANDES 91 il jefe le recibié con la afabilidad de siempre; asi co- io Ms. Fanny y el pequefio Peter; sélo Mss. Edith no hallaba presente; la pobrecita padecia de jaquecas. Pocas horas después de la partida de Kutiri, la milia Goldsmith se embarcaba en un autocarril rum- al puerto de Mollendo. Todavia Miss. Edith escribe desde Illinois al jo- en secretario indio. Sélo Mr. Goldsmith se daba perfectamente cuen- ahora en su pequefia oficina de la Washington treet, y mientras las volutas de humo de su pipa as- jenden lentamente, que la solucién del problema de zas planteado por su secretario el indiecito peruano ‘ablo Kuriri no podia obtenerse sino por la fuga... EL INDIO A CABALLO La civilizacién americana —observé Sarmiento— una civilizacién de peatones, de indios a pie. El ca- Io traido por el conquistador incorpérose a la cas- dominante, de los opresores. Fueron los caballos tias temidas; arrollaron bajo sus cascos y entre bé- cos relinchos a las masas inermes de Cajamarca. Los lacos piafantes que mascaban hierro, cuanto auxilia- n a los invasores. Buena parte del éxito feliz de la mquista debe ser atribuida a los rocines de Castilla. a ley espafiola se cuidé muy bien de prohibir al indio unto con el uso de las armas el del cabatto. El indio 0 os6 cabalgar en los pegasos vencedores. Largas istancias recorrialas a pie; ni en los viajes de la “mi- ” usaron del caballo para trasladarse de Cajamarca Potosi... Por las abras y los valles profundos, por las pam- s y las cresterias, el indio, calzado de la usuta, al pa- del caballo, traga las leguas, acorta las distancias pando hacia las cumbres, infatigablemente. 92 LUIS E. VALCARCEL Pero, he aqui, de pronto, se indianiza el equino. El soberbio potro de sangre arabe se convierte en el “repe” chumbivileano, bajito, lanudo, feo, pero fuerte y veloz. Se aproxima el caballo al hombre de los An- des, y el indio se hace jinete, y surge el “gaucho” de nuestras pampas, laceador insigne, aventurero de a caballo, capaz de todas las hazafias de la doma y las acrobacias de la equitacién. El indio a caballo corre por la pampa como una exhalacién: se diria un tarta- ro en plena estepa. El caballejo se lanza cuesta abajo, firme sobre sus patas contractiles de felino. La mas encrespada serrania es campo libre para el baquiano de Chumbivilcas 0 Cotabambas. Pronto las yeguadas de Kolkemarka o Livitaca han crecido enormemente. Son las haras del caballo indigena. Salen de alli los “pencos” a las ferias del altiplano, y los indios del Kollau se apresuran a adqui- rirlos. Cerriles atin, los ensillan y con simples boza- les cabalgan en ellos con un frenesi extraordinario. El caballejo arranca de estampida y nadie puede conte- nerlo, dos, tres leguas. Cémo goza el kolla en esta ca- rrera desenfrenada, si logra llegar salvo hasta el fi- nal. Es frecuente que el caballero indio sea lanzado de la silla y se inicie a golpes la posesién de la bestezuela. Cuando el tren cruza por la meseta se ve a cada paso al indio jinete; es ya sefior de a caballo. El mis- “mo fabricé todos los aperos de montar; ha tenido tam- bién que introducir notables cambios en su propia in- dumentaria. Las botas o las polainas, el poncho corto, la bufanda, los guantes de lana de vicufia, el sombre- ro alén, y los arreos hipicos: el fuete, el tapaojos, la boleadora, el pelloncito, la baticola, las alforjas que tornan siempre henchidas del viaje al poblado. EI indio a caballo es un nuevo indio, altivo, libre, propietario, orgulloso de su raza que desdefia al blan- co y al mestizo. Alli donde el indio ha roto la prohibicién espafio- la de cabalgar, ha roto también las cadenas. Las pro- (PESTAD EN LOS ANDES 938 i te son ias donde la Raza se defiende mas bravament possedoras de hatos caballares numerosos. . En Chumbivilcas, el indio es un aliado, un amigo, ificilmente un siervo. Su caballo lo defiende. Ilo movié al tartaro a invadir a Europa. 1 tate ataaee libre al arabe, junto con el one . La llama ha sido cémplice por su debilidad en la izacién del indio. | ants Facundo Quiroga saldran del gauchis- ivileano! . 7 Sale recogera un dia en el Pert las aventu- s de los “ch’uchus” ladrones. Entonces se van a que- r atr4s los filmes del Far West. Vengan. los opera- res de William Fox a recoger los episodios invero- jles de la vida de un indio a caballo. ; Y vengan los sociélogos a explicarnos la influen- equina en el hombre. EL INDIO A SOLDADO 0) herramienta, el arma también la he- OS Ae suo del indigena. Trabaja nuestros pos y es la base de nuestra economia su labor; cone rva el orden piblico, y es el fundamento del Estado fidelidad. . -f j El dia que nos falte el brazo viril que maneja e he Oe fa que no obedezca el autémata que dispara . Habra cesado de producir la tierra. Habra con- luido la sociedad politica que se denomina la Rept- i 1 Pert. on indios hostiles que vuelvan el arma pccaty cos y mestizos; con indios indiferentes que se al- de hombros ante la cosecha proxima, uqué podra er el Estado?, cémo se defendera la orgullosa mi- ia de momentdneos vencedores? 94 Es de aborigenes el noventinueve por ciento del ejército, la gendarmeria y la policia. Son indios, indios de pura sangre, los que forman el integro de la fuer- za armada. Elude el blanco la obligacién del servicio militar; la elude también el mestizo que no pasa de movilizable. El unico que ingresa a los cuarteles, se disciplina militarmente, se adiestra a conciencia en el manejo de las armas, es el habitante de las serranias, el sobrio, resistente, valeroso indio peruano, soldado por excelencia, soldado vocacional, capaz de todos los sacrificios, modelo de virtudes militares, el tnico que hizo todas las campafias, desde las conquistadoras de medio mundo bajo sus propios jefes, los Inkas inven- cibles, hasta las de emancipacién al mando de los gran- des capitanes “realistas” y “patriotas”. El indio hizo todas las guerras; ino le vemos tan pronto en las fal- das del Pichincha con Santa Cruz vencedor, como en los desiertos de Tarapaca, desnudo, famélico, inerme, entregado por la traicion a las balas del ejército arau- cano? El indio, siempre el indio, luché por y no contra Sus opresores, y disparé su arma contra sus hermanos de raza. En las revoluciones y_en las guerras exterio- res, el indio es “la carne de cafién”. Derramé su san- gre por defender a sus amos. El heroismo multdnime del ejército indio nadie lo ha cantado; silencigronlo las trompas de la fama. Co- pistas ridiculos, erigimos el monumento al Soldado Desconocido, en vez de consagrar el heroismo anéni- mo del Soldado Indio. Una raza que dio de su seno tipos de leyenda co- mo Kawiti, José Olaya, Mariano de los Santos y milla- res mas, posee excelsas virtudes guerreras. El brazo de hierro y la mirada de Aguila, la fir- meza de espiritu y el menosprecio de la muerte; qué Sorpresa nos reservan en un porvenir quién sabe de- masiado proéximo. Desde Tupaj Amaru y Pumakawa, el indio no ha disparado el fusil en servicio de su propia causa. Fue el autémata. LUIS E. VALCARCEL 95 [PESTAD EN LOS ANDES Ahora, este nifio grande que tiene en sus manos | Arma, este gigante infantil que es la raza, poseedo- del fuego, cuyo poder efectivo ya adivina, gseguira isparando inconscientemente? El fusil —puesto en s manos para defender la vida y la propiedad del lanco— es el Arbitro futuro. LA GRAN PARADA — ,Son quince mil hombres? —Quid, pasan de veinte mil. | evan dable! Todos visten sus flamantes uni- ormes de “‘boy-scouts”. —Que ellos mismos han fabricado, desde la tela 108 er repeerve usted la marcialidad, la increible esenvoltura; no parecen los mismos indios hunnildes y gachados a quienes tantas veces dio usted de punta- _— sted también, amigo mio. ‘’Quién, entre Bic, desde nifio, no ha tratado asi, al pongo, y espués al yanacona? . a Es verdad. Mire usted, esto es grave: los in- ios de este ejército fuera del ejército marchan con psolencia. Fijese en aquel que manda esa compatiia ué arrogancia. Parece mentira lo que estamos viendo. —Si, es un despertar increible. En pocos afios, e esclavo el indio pasa violentamente a hombre libre. — Cuidado! Hay mucho que temer de este brusco mbio. Pueden tomarse un desquite tragico. ' . —Calle usted, por Dios. Qué seria de noso rod si s millares de hombres se dan cuenta de todos los 2 ios recibidos. , aero, no sea usted ingenuo, ise le ocurre we as gentes viven en la inconciencia? No, sehen an vido hasta aqui inermes, impotentes, devorando s 96 LUIS E. VALCARCEL ‘AD EN LOS ANDES 97 uro socialismo, comunismo, bolcheviquismo. Es- al borde de una sima. Y no habra salvacién. Apure usted el paso. Lo ‘emos todo. Los bienes que nos dejaron nuestros , que nos cuestan nuestro dinero, que hemos célera, su odio al blanco. Mas, en cuanto puedan, cuan- do dispongan de la fuerza... —1Oiga! Se rigen los escuadrones por toques de corneta. Mire bien, como hay uniformidad admirable en todos los movimientos. Se quedan muy atrds nues- tros soldados. zCémo se explica usted este fenémeno, lado toda la vida. si nuestros soldados son también indios? Eso es lo de menos. Si pudiéramos salvar el —Muy sencillamente. El ejército nacional se lo. constituye por coaccién. Sigue siendo el reclutamiento la forma usual de llenar los cuarteles; una verdadera caceria de indios. Este ejército netamente indio se es- t& creando por conviccién. Vea la diferencia. Bueno. Ha terminado el desfile; ,distingue usted?. En el atrio de la plaza se ha destacado un grupo, de ese grupo sa- le un indio, ,lo ve usted? —Sji, parece que va a hablar a sus huestes. Va- mos alla. . los toques de corneta, se ha puesto en marcha, ecto orden, el nur-eroso ejército indio. Al lle- las afueras de la ciudad, se ha dividido en bata- y cada uno tom6 el rumbo de sus ayllus. Se m ya en la planicie inmensa. COocA, ALCOHOL, CARNE La plaza mayor de Puno y las calles que .a ella desembocan estan totalmente ocupadas por veinticinco mil indigenas de Chucuito y provincias vecinas que, bajo estricta disciplina militar, constituyen las briga- das de exploradores indios, en buena cuenta un verda- dero ejército, con su estado mayor, sus jefes y oficia- les, todos de la raza. Al finalizar la parada y el desfile, el comandante general de las divisiones de boy-scouts lanzé su pro- clama, s Nuevos Indios son abstemios. sarraigaron su inclinacién a los t6xicos; ya no faniza el vicio alcoholista, poderoso aliado del opresor. Retornan a su viejo régimen vegeta- a sus fuertes potajes a base de cereales y cal vi- iprimen la carne. No se anestesian mas con la sagrada del trépico; el alcaloide desaparece de diario. Las hojas de coca se emplean sélo para itos magicos, para sus aplicaciones farmacépeas. 1 atiborramiento bestial, caracteristico de los s religiosos, fue desterrado con las creencias de dole. El indio abstemio es un ejemplo. s la primera victoria del indio vencedor de si . Superdndose en esta lucha contra el monstruo , contra la hidra alcoholista, el hombre de los da la medida de su Voluntad de Poder. Como emancip6 de sus vicios tiranicos, majiana se li-' del yugo blanco. —jHa oido usted? —Grave, grave. Esto va terminar en saqueo. Va- monos. Yo temo por mi familia. Puede haber algo. Seamos prudentes. —1iQué atrocidad! No of jamas tantas insolencias. Con qué desprecio nos ha tratado a los blancos. ; Qué ya no hay amos ni esclavos! Que la propiedad es de to- 98 LUIS E. VALCARCHEMEPESTAD EN LOS ANDES . 99 Insensibilizabale el alcaloide. La raza se anes' sié con cinco siglos de excesos cocainistas. El explo dor pudo maniobrar a su antojo; qué resistencia iba encontrar en el cuerpo laxo y en el espiritu aletarg do del hombre de las sierras. El cultivo de la coca su venta en gran escala fueron la sistematica neut lizacién de la conciencia india. El alcohol completé la obra. Puestos los vene! en la mano del aborigen oprimido, éste buscé su lib racion en los paraisos artificiales. Huyé de la realid dolorosa por los caminos del embotamiento y la idiol zacion. Cinco siglos que el blanco persiguiéd tenazme el suicidio esperitual de esta gran raza, No triunfa perdurablemente el mal. De la no tenebrosa de la inconciencia emergen a la luz los Ni vos Indios abstemios. LOS INDIOS ARTISTAS Milenaria aptitud la de los indios artistas. De sus nos demiurgas salieron la maravilla de su arquitec- a y el milagro de sus tejidos. Con el mismo genio domin6é la dureza granftica, fabricaron la malla isible de sus kumpis. El oro y la plata, las piedras las, tomaron las mas caprichosas y bellas formas, ‘ias a la destreza de orfebres y glipticos. Poderosos intuitivos, plAsticos insustituibles, ala- s unicos, a ellos debié su ser el arte virreinal es- ndoroso. Desde las altas naves catedralicias y los tos y pllpitos de cedro tallado, hasta las custodias amadas de pedreria y finos esmaltes y la vajilla gnifica del culto catélico, las esculturas policroma- y los grandes lienzos murales, el buril, el pincel, el illo, el cincel fueron manejados diestramente por indios artistas. Hermosearon los palacios y los iplos con sus manos privilegiadas, y la fama de sus s pased por las colonias y la metrépoli. Después, el decaimiento, la muerte de los indios tas, para que surgieran sdlo los indios labradores, dios cargueros, los indios sirvientes. Renazca la milenaria aptitud. Vuelvan a florecer es populares: otra vez el indio artista produzca elleza e indianice cuanto a sus manos tocan. INDIOS ELECTOR Los indios de Moho y Plateria que saben leer escribir, que estan inscritos en el registro militar, q son, en una palabra, ciudadanos, tienen en sus mai Ja victoria del sufragio en la capital de Puno. Pueden elegir su diputado por inmensa mayo Un diputado netamente indio. De modo que, bajo la garantia de una ley ele ral verdadera, un candidato “caballero” seria derrd do por un candidato “sirviente”. La proporcién de electores indios es de mas doble del total de votantes blancos y mestizos. Pronto, en otras provincias de la meseta, cree considerablemente el porcentaje de “ciudadanos” i: genas. En una organizacién minimalista, por el sufra universal, a la vuelta de veinte afios, podria constit se la Democracia India. Hacia esa meta evoluciona: Sélo que el renacimiento inkano se da prisa. LA REBELDIA ORTOGRAFICA Basta ya de sujecién al yugo de la gramatica es- a se han dicho los idiomas verndculos. ‘Si, guerra a las letras opresoras: a la b y a la v, dy a la z, que no usaron jamds; afuera la c a y la x exotica y la g decadente y femenina, q@ equivoca, ambigua. 100 LUIS E, VALCARy Vengan la K varonil y la W de las selvas gern, nicas y los desiertos egipcios y las llanuras tartary, Usemos la j de los arabes analogos. . Inscribamos Inka y no inca: la nueva grafia Surg el simbolo de la emancipacién. El keswa libre del tue telaje escriturario que le impusieron. sus dominadoyg.. El keswa en la simpatica amistad y vinculacién foe nografica de los idiomas similes. Reaprendamos a escribir los nombres adulteraq las teponimias corrompidas. Kosko y no Cuzco, Wiva. kocha y no Viracocha, Paukartampu y no Paucarta,, bo, Kochapampa y no Cochabamba, Kawiti y no huide, Atau Wallpa y no Atahualpa, Kunturi y no Coy, dori, Kespe y no Quispe, mitmajkuna y no mitimag, yunkas y no yungas... Limpiemos el keswa de escrecencias hispAnix purifiquemos la lengua de nuestros padres inmarcygi, bles los Hijos del Sol: que brille su aurea, pulida mazén, recubierta por cinco siglos de mugre esclayj ta. Impongamos el léxico andino: que el orgully, usurpador adopte las voces sin equivalencia. Que vieja Academia de Madrid reconozca, vencida, la fug, za del andinismo filolégico. aRanpaanse2' uiltine vaideir ub de vardiig aU giman los nostdlgicos del yugo, los espafiolistas a tranza que suspiran por el Siglo de Oro Castellang rinden fandtico culto a Calderén de la Barca, Tirso Molina, Lope de Vega, con la reverente actitud de siervos coloniales. Ideario IDEARIO De los Andes irradiard otra vez la cultura. El andinismo es mucho mas que una bandera po- ; es, sobre todo, una doctrina plena de mistica m. Sélo con la fe de los iniciados, con el ardor de rosélitos, el andinismo surgira para encerrar en bita todo lo que los Andes dominan desde su al- majestuosa. De los Andes tienen que nacer, como nacen los Jas corrientes de renovacién que transformen al E] indio es el inico trabajador en el Pert, desde diez mil afios. Levanté con sus manos la fortale- ntesca de Sajsawaman, la ciudad sagrada del templos y los palacios inkaicos, los grandes ca- continentales, la canalizacién de los rios, la cap- de las aguas, los colosales acueductos, las terra- wameras, las subterraneas galerias, las urbes co- con sus moles catedralicias y sus conventos de icos claustros, los puentes, las fabricas, los fe- riles, las obras portuarias, las instalaciones in- s de las minas profundas y multimillonarias. 1 indio lo hizo todo, mientras holgaba el mestizo lanco entregabase a los placeres. 104 LUIS E. VALCAI ESTAD EN LOS ANDES 105 En la sangre india estén atin todas sus virtu . : mn. contra la podredumbre de todos los vicios que van milenarias. rdiendo a nuestro pais, Proclama el andinismo su vuelta a la pureza pri- itiva, al candor de las almas campesinas. Andinismo agrarismo: es retorno de los hijos prédigos al tra- jo honesto y bendito bajo el gran cielo: es la purifi- i6n por el contacto con la tierra que labraron con manos nuestros viejos abuelos los Incas. Sélo una gran virtud personal; un titanico esfuer- de moralidad puede salvarnos. Somos duefios de una de las mds hermosas re; nes del globo; la sierra y la montafia prodigan su b za, como si no fuese bastante con la utilidad de sus cos y multiples productos, de todos los climas. Podemos vivir en abundancia y bienestar. No torturan abismantes inquietudes. La tierra exc prolifica y maternal, a nuestras necesidades presen y futuras. Sabemos ya por la sociologia relativista, que en mundo se han desarrollado, como grandes organis- s, las culturas sometidas a las leyes generales de la : nacimiento, desarrollo y muerte. Son las culturas seres especificos plasmados con ‘acteres propios e inconfundibles. Como los astros el cosmos, las culturas en el mundo espiritual son creaciones maximas de cuya energia se nutren pue- s e individuos. Cada personalidad, cada grupo, nace dentro de cultura y sdlo puede vivir dentro de ella, como el en el agua. Esta relacién universal entre el ser vi- y la naturaleza que le rodea se resuelve con el pro- a de la cultura. Vamos por la tierra con nuestro ~ ypio mundo a cuestas; conocemos, pensamos, senti- segtin el conocer, el pensar y el sentir de la pro- cultura. No existe el Hombre abstracto, no ha vi- nunca el ente de razén que ha creado el absolutis- filosdfico. Somos hijos, es decir, herederos de un ser que la turaleza y la Cultura han formado. La generacién ntanea, la mutacién, la vida sin historia repugnan, , a nuestra mente. El virus moderno del parasitismo elegante p tra al Pert por la puerta abierta de su capital et peizada. . Hay que oponer a la suicida tendencia de la muelle la ley universal del trabajo, instituida como de los fundamentos de la grandeza inkaica. El andinismo es el amor.a la tierra, al sol, al a la montafia. Es el puro sentimiento de la natu! za. Es la gloria del trabajo que todo lo vence. Ew derecho a la vida sosegada y sencilla. Es la obligac de hacer el bien, de partir el pan con el hermano. la comunidad en la riqueza y el bienestar. Es la santa fraternidad de todos los hombres, desigualdades, sin injusticias. El andinismo es la promesa de la moralidad lectiva y personal, la poderosa, la omnipotente r 106 LUIS E. VALCARCEL ESTAD EN LOS ANDES 107 mquilos terratenientes, sefiores encomenderos. Todavia ha de requerir la espada su espiritu in- ieto en las correrias y batallas de las guerras civiles Almagros y Pizarros; pero han detenido ya su ini- 1 impulso. Cuelga la lanza el caballero, y el astu- mo o el vasco se arma del arado y ensefia a roturar tierra purificadora por los métodos de otra cultura. al buey. El caballo de combate tira del carro. mto al maiz vernacular, luce sus doradas espigas el 0. Del espadén y la armadura férreos se ha hecho herramienta. Evangeliza el encomendero. El sacerdote catélico ela a Dios. Siembra la simiente de la nueva fe en el a sencilla del idédlatra solar. Los dogmas y el san- 1 se superponen al animismo de estos campesinos adoran la cumbre. La cultura inkaica es un organismo original. Apa- rece en el mundo precolombino con todos los caracte- res de los sublimes productos de este connubio perpe- tuamente renovado entre la Tierra y el Hombre. Alsiada de jos otros continentes, se aesenvolvid por un proceso autogenético, nutriéndose por si sola, sin recibir influencias de otras razas o grupos. Llegé al esplendor y la grandeza, can una vitalidad y loza- nia de que sdlo son capaces las culturas que no han ro- to el cordén umbilical que las une a la Tierra. Los Andes son la inagotable fuente de vitalidad para la cultura del Peri. No perdieron los inkas ni los indios de hoy han perdido su engarce telirico. Con- viven con la montafia y con el rio, prolongan su socia- bilidad a lo infrahumano y se confunden, en la nebu- losa pantefsta, con cuanto les rodea. La raza del Cid y don Pelayo mezcla su sangre a sangre americana. A la violencia del asalto de los ‘icos invasores, sucede la tranquila posesién de la jer india. Se han mezclado las culturas. Nace del vientre de América un nuevo ser hibrido: hereda las virtudes ancestrales sino los vicios y las . El mestizaje de las culturas no produce sino de- idades. Los hombres que rasgaron el misterio del océano, rompiendo los limites del mundo conocido, al descu- brir el pais de las doradas leyendas, irrumpieron por entre la multitud aténita de Cajamarca y el Cuzco im- pelidos por la hidrépica sed de las riquezas metalicas. Centauros veloces transmontaron la cordillera, va- dearon el rio, se perdieron en la inmensidad del desier- to o en el laberinto de la selva, poseidos de una fiebre devoradora de enriquecimiento. Eran los hampones, los arruinados hidalgos harapientos, los capitanes am- biciosos arrojados de Espafia empobrecida hacia las rutas tentadoras de El Dorado y Cipango. Pizarro tra- z6 su destino y sintetiz6 el mdévil de su empresa en la linea que marcara con su espada. Marchaban al Pert a ser ricos. La raza madre en los Andes supervive. Siguen entdndola como nodrizas gigantescas. Apagado el inar tawantinsuyu, brillan ain sus resplandores el despojo humano, como brillan los ultimos rayos sol en las altas cumbres. En la meseta andina, en sierra del Peri,:no ha muerto la gran cultura abo- mn. Pese a nuestra ingratitud, la madre amorosa, ne- la por humilde, en el silencio y en el dolor de su in- Los audaces aventureros que se arriesgan por jas encrucijadas o se juegan el sol por salir, térnanse . diar ni aprender de otras gentes ‘AD EN LOS ANDES 109 108 LUIS E. VALCARCEL raigar una cultura. Nuestra historia es la trage- tte esta lucha. El hombre de ultramar y el abori- , en este duelo gigantesco, no cejan en su empefio afirmar su ser, sin doblegarse a la fatalidad del sino. iere el conquistador, en su loca presuncién, borrar lo el pasado de diez mil afios de cultura indigena. jo la piqueta del destructor van cayendo, una a una, instituciones del viejo imperio. Los suntuosos pa- ios, las estupendas fortalezas, los magnificos | tem- levantados por el Inka, en un glorioso afén de rnidad, son derribados por el barbaro vencedor. Con Ultimos sefiores de Vilcabamba concluye la estirpe r de los emperadores. Rueda del patibulo Ja ino- te cabeza del postrero principe del Tawantinsuyu. s, es en vano, del alma india no puede ser arran- la la esencia de su cultura! ferioridad vergonzante, sigue arrull4ndonos, como a hijos de sus entrafias, con la cantinela que entonaron todas las madres desde que vive el hombre en estos: riscos. Nacié de vientre americano el hombre nuevo. To- da la influencia maternal de la cultura inkaica vive en nosotros. Discurre misteriosamente en nuestro espiri- tu como la sangre que irriga nuestro cuerpo. Nos de- bemos a la Raza. El aventurero presuntuoso nos ensefid a despre- ciar al indio. La mujer que le daba los hijos era su sierva. El representaba la civilizacién: la cultura oc- cidental, la Espafia de los Reyes Catélicos, de los caba- lleros de cota y tizona. Para él, trashumante hidalgiie- lo quizds analfabeto, la cultura de la rueda, de las le- tras, del caballo y de la holganza, del trigo y de la vid, de la moneda de oro y del comercio, de la guerra san- grienta y del sombrio misticismo, no podia ser igual sino superior a esta cultura de las casas de enormes monolitos, del llama, del mafz, del Inka paternal y magnifico, del agrarismo pldcido, de la heliolatria jo cunda, de las conquistas civilizadoras y humanas y de la vida comunitaria sin ricos ni pobres. Quinientos afios son necesarios —y quizds atin mAs— para que el hombre de la cultura occidental se dé cuenta de que el mindo no es su sélo mundo; de que mas alla de las Columnas de Hércules o' del archipié lago helénico, miles de afios antes que el orgulloso euro- peo hubo hombres y pueblos capaces de un perfeccio- namiento tan original, dentro de su medio telurico, que se bastaron a si mismos sin tener nada que envi- En la torpe desviacién republicana, incapaces de prender la realidad historica, hemos ido mas alla opresor espafiol. Los ultimos vislumbres de auto- ja, el simulacro de las autoridades indias, la. con- acién de la propiedad comunitaria, el refugio en ornamental de las fiestas en que reaparecian aun insignias del Inka vistiendo a algunos de sus des- dientes como un recordatorio de su grandeza, todo, lo ha desaparecido en nombre de una burlesca, som- ente irénica igualdad. Mas ciegos, mas ignoran- que los colonizadores, borramos de una plumada sabias leyes protectoras del regnicola que en aque- lejanos tiempos se dieron con un gran conocimien- de la virtualidad juridica. No ha habido emancipa- mn para la raza americana. El divorcio nacional en que vivimos, que acentia Cuatro siglos de implacable destruccién de una dia en dia la incomprensién de la sede del gobier- raza. Cuatro siglos que pugna el invasor blanco por 110 , LUIS E. VALCARCEL MN ZEMPESTAD EN LOS ANDES 111 hasta Nueva York se deslizan las ondas sonoras del Himno del Sol. an . E] dia que todas las conciencias sientan nacer el orgullo de ser de esta madre sublime —la Raza— que aguarda largos siglos la hora de su rehabilitacién, ha- br desaparecido el problema indigena. Los indios, sefiores de la tierra, elevados a nues- tros ojos por la vivificacién de la vieja cultura, volve- ran al hogar comin como el hermano injustamente despreciado y preterido que reocupa su sitio, impues- to su derecho de vastago legitimo. no, impide afrontar la solucién de los grandes proble- mas vitales como el problema de la raza indiana. Los Andes constituyen una muralla infranqueable para el legislador y el gobernante de la Capital. De otro lado, son tan diversas las modalidades de serranos y coste- fios que éstos no podrén darse cuenta nunca de lo que es la vida en las serranias y de lo que significan los ideales de cuantos de ella participamos. Esta dispari- dad sociolégica viene desde muy atrés. El Cuzco y Li- ma son, por la naturaleza de las cosas, dos focos opues- tos de la nacionalidad. El Cuzco representa la cultura madre, la heredada de los inkas milenarios. Lima es el anhelo de adaptacién a la cultura europea. Y es que el Cuzco preexistia cuando llegé el Conquistador y Lima fue creada por él, ex-nihilo. 4Cémo desde la capital va a comprenderse el con- flicto secular de las dos razas y las dos culturas que no ha perdido su virulencia desde el dia que el invasor puso sus plantas en los riscos andinos? éSera capaz el espiritu europeizado, sin raigam. bre en la tierra maternal, de enorgullecerse de una cultura que no le alcanza? 4 Podria vivir en el mestizaje de otras razas exd- ticas el gran amor que slo nutre y mantiene la sangre de los hijos del sol? Sélo al Cuzco esta reservado redimir al indio. Ilusién perniciosa, engafio interesado pensar que el indio puede redimirse por una ley o unos cuantos decretos. No es la obra de un hombre ni de una ge- neracién. . Sélo un gran amor fraternal, comprensivo, uno de esos amores que arrancan de la génesis de la especie v son el grito de la sangre, tendra el poder de Salvar al Pert, dignificando al indio. EL PERU, PUEBLO DE INDIOS Un periodista yanqui ha afirmado, ante el escan- dalo de muchos, que el Pert es un pueblo de indios y que esa consideracién ha influido en el A4nimo del pre- sidente Coolidge para negarle justicia en su controver- jia.con Chile. . y vv ha dicho bien el periodista yanqui. El Pert es un pueblo de indios. El Pert es el Inkario, cuatro- cientos afios después de la conquista espafiola. Dos tercios de su poblacién pertenecen a las razas regni- olas; siguen hablando los idiomas vernaculares. . Para esos cuatro millones de peruanos, sigue sien- do el Hombre Blanco un usurpador, un opresor, un en- extrafio y extravagante. La intelectualidad de las sierras ha emprendido la gran cruzada indianizante. Bajan de los Andes los arroyos purificadores que mafiana serdn los Amazo- nas soberbios de la Nueva Edad Americana. Crece el orgullo de sentirnos herederos de una gran cultura ori- ginal, y de un extremo a otro del continente se mueven los precursores para proclamar la emancipacién del Espiritu Colombino. En Buenos Aires se saluda con el fervor de los fanaticos prosélitos de un culto vital el advenimiento del Arte Inkaico. Y desde Montevideo 112 LUIS E. VALCARCEL El Hombre Blanco, en buena cuenta, no ha susti- tuido al indigena sino a una clase social inkaica. A los que mandaban, a los que dominaban. El Monarca Es- pafiol heredé al Monarca Indio, le sucedié en el dere- en el de la propiedad de las tierras “del Inka”. La Iglesia se apoderé de las tierras “del sol”, De muchas tierras ptblicas y privadas salié el cho de gobernar y repartimiento. Al curaca reemplaz6é el encomendero, el terranetiente, el gamonal. El Hombre Blanco susti. tuy6, Pues, a los inkas, es decir, a la nobleza del im- perio. El pueblo siguis siendo netamente americano. El Hombre Blanco construy6 la Ciudad a la espa- fiola, unas veces sobre las ruinas de la urbe inkaica, como el Cuzco, otras veces no: la ciudad salié de la nada, aunque la “mano de obra” fuera siempre india. Lima, Arequipa, Trujillo, Piura, fueron surgiendo por mandato del espafiol dominador, pero por esfuerzo del regnicola. Mas, el Pert esencial, el Pert invariable no fue, no pudo ser nunca sino indio. De un cabo a otro del territorio, erizado est4 el mapa de toponimias keswas, aymaras, mochicas, pukinas. Ciudades, aldeas, vento- rros, haciendas, heredades, simples parcelas, montajfias, Trios, valles, lagunas, todo esta bautizado por la Raza. En vano el esfuerzo de llamar Grau a Cotabambas o Espinar a los distritos altos de Kanas 0 Melgar a Aya- viri. En vano suavizar la ruda fonética de los asperos apellidos o, absurdo descastamiento, traducirlos algu- nas veces al espajiol. Los Kispes y los Waman, los Kon- dori y los Changanaki, los Ch’ekas y los Chok’ewanka estan denunciando la verdad inmarcesible: el Perti es indio y lo ser4 mientras haya cuatro millones de hom- bres que asi lo sientan, y mientras haya una brizna de ambiente andino, saturado de las leyendas de cien si- glos... El Pert es indio! . Precisan cudntos siglos para darse cuenta de este hecho primordial. Ha sido necesaria una evolucion ESTAD EN LOS . ANDES 118 el pensamiento para que haya quien se i ‘a proclamarie asi. Que esta verdad como un fo andino fuera capaz de rasgar la Aspera atmésfe- ngafio en que viviamos. . aeeaee contribuyeron al galeotismo de apellidar al. G pueblo moderno, pueblo blanco, pueblo europeo. lusive los indios que lograban redimirse de su infe- ‘idad social, negando su origen, aunque el rostro los intiera. Se tenia vergiienza de ser indio, como se vergiienza de ser esclavo. “Bra ‘Tegitimo el anhelo del agricultor 0 del pastor figena: que sus hijos adquirieran la posibilidad le ser esclavos. Habia que enriquecerlos, habia que carlos a la espafiola, habia que vestirlos como cate s. Gutiérrez, Rodriguez o Meléndez apellidaria el lo de Juan Waman y Petrona Kispe. Seria doctor ’: riviria en la ciudad, duefio de una casa y de una ha- da. Llegaria a diputado, a ministro, a vocal. Mal- si se acordaria mds de J uan Waman y Petrona jpe. Si algunas veces los infelices intentaran llamar- “su hijo”, qué ofensa para “el doctor” eee He aqui la tremenda tragedia silenciosa de que sido teatro el Perd durante cuatrocientos afios, s6- r negar esta verdad cardinal: que el Pert es un indios. ee m2 aclamada la gran verdad, dignificado El Tn- senior de la tierra, creacién del Ande, gran{ftico bolo de una cultura inmortal, los Kispe y, los Wa- tendran a orgullo firmar asi, ya no sera un bal- para el doctor Crisanto Condori que sus viejos pa- —que por él se sacrificaron— _le sigan amando io a retofio de la raza, con el mismo candor que do Crisantucha pastaba las ovejitas en el cerro lu. | oa que medir y sopesar la trascendencia de este ubrimiento sensacional, de esta invencién feliz de el Pert es un pueblo de indios. Significa este hecho abilitacién de la mayorfa de los pobladores del . Significa su emancipacién verdadera de la escla- 114 ,LUIS E. VALCARCI PESTAD EN LOS ANDES 115 vitud en que yace. Significa —sobre todo y ante todo — que ha nacido la conciencia nacional, que ya el Pert no es un pueblo cadtico y sin rumbo. Sabiéndose el Peri un pueblo de indios, esta tra zada la ruta que debe seguir. La gran luz que proyec« ta su propia verdad no ha de menester de extrafias débiles linternas. San Martin se adormecié en sus brazos con laxi- d capuana, en tanto que Bolivar se vigorizaba en los ios climas de los campos serraniegos. En el Cuzco, Libertador se postré ante el solio de los Inkas: en jima,; el Libertador era servido de rodillas. Lima fue os veces violada por el invasor extranjero, y su femi- fidad se exacerbé siempre en su diplomacia versatil;. fingiin vencedor os6 acercarse al Cuzco, y su masculi- fidad se dej6 sentir en la enhiesta actitud bélica que hizo —todo tiempo— temible. ‘ * Lima y la costa representan el aduar convertido m urbe, frente a la soledad pardmica de sus arenales. 1 Cuzco y la sierra son la naturaleza, el ruralismo, lo erenne, lo indesarraigable. Nada extrafio que Lima ea extranjerista —jhispandéfila!— imitadora de los xotismos, europeizada, y el Cuzco, vernaculo, nacio- alista, castizo, con un rancio orgullo de legitima pro- jpia americana. Lima se regocija cuando el huésped hiperboliza su eminidad: “(No hay mujer mas bella en el mundo que limefia”. Al Cuzco le es grato el reconocimiento de u virilidad y de su altivez. Lima tiene la nostalgia e sus virreyes donjuanescos, y el Cuzco la de sus aus- eros reyes, los Hijos del Sol. Qué extrafio que en Li- a se pronuncie a cada instante el ditirambo a la Ma- e Espafia, con tierna emocién filial —servil—, y en Cuzco no haya amenguado la hispanofobia de cuatro los, viéndose en cada peninsular al verdugo de la COSTA Y SIERRA En una sociologia freudiana, estas dos regiones del Pert representarian dos sexos. Feminidad la cos ta, masculinismo la sierra. Ya en el tiempo precolom- bino se habian marcado los contrastes: gentes amigas de la holganza, de la vida muelle, de los placeres vicio« sos, eran las del litoral, en tanto que las andinas se distinguian por la rudeza de sus costumbres, su fru- galidad y su espiritu bélico. Bien lo hacia notar el frai- le Las Casas, en su apologética historia. En el periodo de la conquista, las hazafias de loa bravos aventureros se realizaban entre los riscos y log pefiascales de las tierras altas; del Cuzco salian todas las expediciones, ya al Tucuman, ya a los desiertos de Atacama. Existieron dos coloniajes: el coloniaje de Lima, pleno de sibaritismos y refinamientos, con un acentua- do perfume versallesco —la Perricholi su simbolo— y el coloniaje del Cuzco, austero hasta la adustez, varo- nil y laborioso. La colonia costera tiene su tradicionis- ta y la crénica cortesana de Ricardo Palma. La colo« nia serrana no esta historiada. El peninsular absorbié el barroquismo chimi-nas- ka: tras de las montafias fue americanizado virilmen- te el hijo de Castilla. En las sierras, lo indio se impo: ne: a las orillas del mar, lo espajiol. . Este “eterno femenino” de Lima tiene sus mejo- res paginas en la historia republicana, desde los albo- res de la vida libre. a. Teatro de la historia incaica es la sierra. En ca- a vallecito, en cada repliegue andino, en las planicies ordilleranas, alli se desenvuelve el proceso histérico 1 Pera. La sierra es la nacionalidad. El Pert vive fuera de si, extrafio a su ser intimo verdadero, porque la sierra esté supeditada por la sta, uncida a Lima. Sélo de este modo se explica que aya Republica Unitaria Central, que predomine lo e no es autéctono, que gobierne y dicte las leyes una 116 LUIS E. VALCARCEL minoria extravagante sin ningin vinculo ni afinidad con el Pueblo del Pert, con la raza que creé la cultura por el esfuerzo milenario. La monstruosa planta urbana crecera en el lito- ral; extenderd sus tentaculos hasta el mar. Otra vez quien sabe Chan Chan y Cajamarquilla reuniran en su seno millones de ciudadanos. Y la civilizacién produ- cir sus frutos podridos, y su flor de decadencia lucira con los mas lindos colores y el perverso aroma exquisi- to embriagara. Pero un dia bajaran los hombres andinos como huestes tamerlanicas. Los barbaros —para este Bajo Imperio— estd4n al otro lado de la cordillera. Ellos practicaran la necesaria evulsion. El Problema Indigena onferencia leida en la Universidad de Arequipa el 22 de Enero de 1927 Tras de las cuchillas del Ande, en pleno desierto, ‘on los inkas este oasis. Ved la campifia: todo es ria, andenes, campos de cultivo que el hombre 6. Aqui, como al otro lado de las montajias, se mpla la obra titanica de Ios Hijos del Sol. Y des- nombres de sus montes nevados, Misti, Pichupi- Chachani, hasta los de sus rfos y lugares de re- ién, Chile, Uchumayo, Yanahuara, Tingo, Pau- ata, el keswa dejdé en sus voces la huella que los no borran. | Arequipa es una avanzada del espiritu andino so- e] mar. El] inka insufl6é su aliento a Ja tierra; fe- éronla los Andes con el cristalino caudal de sus . . y, mientras ffegan hasta aqu{ fas quemantes de la ocednica playa, bajan de las cumbres las brisas. . Arequipa es e] eslabén de costa y sierra. E} Misti ta por igual los riscos y las dunas. El mestizo arequipefio es un tipo racial de exce- cia. En esta region del pais dio la sangre mezclada conquistadores e indios el fruto escogido, aqui; en espacio privilegiado que la montafa disputa al jerto. El hombre de la Pampa posee cualidades prima- : une a su fortaleza fisica grande sanidad espiri- 120 LUIS E. VALCARG (PESTAD EN LOS ANDES 121 jicha parte, por que ignora su procedencia. (jOh el Fejuicio, oh la repugnancia indiéfobas) . _Vida ver- ula, pegada a la tierra, con matrices originales, la la sociedad arequipefia. Sus llamados defectos re- sultan virtudes. . A los ojos del europeizante, la resistencia miso- neista, los habitos y las costumbres inmemoriales de este pueblo, aparecen reprensibles. Para quienes que- remos un Peri muy peruano, ese apego a lo propio que es alta moralidad en la vida privada, amor de fa- milia, practica de los usos inveterados, posee un valor excepcional, es la legitima defensa de la personalidad - contra el avasallamiento progresista, civilizado, euro- peo. Defendemos nuestra vitalidad de la inoculacién del virus de decadencia que se importa del occidente. (Ya lo dijo Ortega y Gasset, toda civilizacién recibida es fAcilmente mortal para quien la recibe, porque la civilizacién —a diferencia de la cultura— es un con- junto de técnicas mecanizadas, de excitaciones artifi- Ciales, de lujos o luxuria que se va formando por de- cantacion en la vida de un pueblo) . . Participe Arequipa de la grandeza andina —ahi tenéis sus cumbres nevadas, los Apus y los Aukis cen- tinelas— vive con los caminos abiertos al mar. Inter- fiere, recibe y trasmite el clamor del océano y de la montafia, la voz de las tierras lejanas, la voz de las tierras nuestras. Arequipa tiende los brazos al firme apoyo de la cordillera, porque sabe que es inseguro el desierto. El papel ambivalente que tocaré a Arequipa en el futuro debe hacerse conciencia profunda en la ju- ventud que eseucha. En Sudperit, en esta hora de com- 'pulsacién de fuerzas, correspéndele una accién princi- pal. Bajo la égida del Misti simbdlico, a plena luz, hard posible, con su intervencién conciliadora, un mtendimiento entre los hombres de la costa y de la sierra. En Arequipa se firmarda el “Covenat” que con- solide la unidgd politica, la convivencia de armonia_de Sobrio y resistente como el inka, enérgico tro’ mundos como el aventurero espafiol, su inquietud | lleva a todas las latitudes; se adapta a los medios h tiles y, por su disciplina en el trabajo, por su Animt optimista, por su firme resolucién, triunfa y domi en las rudas labores manuales, en el comercio y la i dustria.. La estrecha campijia le ensefié a ser pragm: tico. Le grabé también indeleblemente su inkaismo. En el humilde rancho —igual en todo a la chujll cordillerina— el mestizo arequipefio, después del ya tar tradicional— el uchu y el ajka de los viejos peru nos— expresan en su musica la saudade inefable, dulce ansia nostdlgica por los vallecitos serraniego: de los que salieron sus antepasados, los primeros p\ bladores tan remotos. Las cuerdas de la guitarra vibran quedamente; es el mensaje milenario del mitmak (el mitimae), el doliente eco de los ayllus trasportados del paisaje m terno a las tierras nuevas. No sacrifica su modo de ser, este mestizo, ante las exigencias del medio extrafio: en la pampa salitre ra, en la mina glacial, en el “puesto amazénico”, lo impondra enérgicamente. Desde el detalle culinaria del rokoto hasta el yaravi de las veladas intimas. Y Ilevé el impulso asociativo, el sinequismo que ea ejemplar en las colectividades arequipefias fuera del terrufio. ¢No lo identifican con el hombre de comuni+ dad que es el hombre del inkanato? - En la fabla popular tan sabrosa, cudntos térmi. nos keswas involucrados, kechuismos ahora con titulo propio en el léxico espafiol. Supersticiones, magia (he chiceria, brujeria), medicina casera, leyendas y con sejas, cantos y cuentos, arte de guisar, todo lo qué Keyserling halla intransferible, es de raiz india. Por encima de la mixtificacién, bajo la c4scara europea, civilizada, el genius loci, genio de la montafia, es todo. poderoso en los vastos dominios de la subconciencia. El mestizo arequipefio ha heredado las sobresa: lientes cualidades indigenas y las conserva mejor aj 122 LUIS E. VALCARCEL Jos elementos disimiles de estas dos grandes regiones del pais. Arequipa deberé ser un oasis espiritual, un re- manso de las encontradas corrientes indianista y euro- peizante, y un refugio a donde vengamos a buscar quietud y paz. Posee atractivos fisicos insuperables —oh sortilegio de belleza y salud. Dotadla, jévenes maestros y estudiantes, del ambiente cultural que a su caracter corresponde. Mientras en las ciudades vivimos entregados a las pequefias luchas por el interés y el predominio indi- viduales, en la Sierra del Perti se incuba un nuevo es- tado social. En Puno y Cuzco la masa indigena antropopiteca readquiere espiritu. Un vivo anhelo de educacién par- te de los ayllus. Los padres llevan a sus hijos a la es- caela, y los huidizos pastorzuelos se han transformado en puntuales alumnos. De largas distancias —no im- porta los cerros que hay que trepar ni los rios y obs- taculos que vencer—, vienen a instruirse los jévenes indios. Hay avidez. éObedece al plan de hacer tam- bién suyos los instrumentos de esclavizacién que hoy monopolizan blancos y mestizos? Si, quieren ellos li- pertarss de la ignorancia que los mantiene en inferio- ridad. La avalancha ha comenzado. Rebasan las casas- escuelas de discipulos y el preceptor se malhumora acostumbrado como estaba a llenar el expediente con media docena de mesticillos sus alumnos. Los latifundios se arruinan. Atraviesa por gra- ve crisis el feudalismo cuzquefio. A la gesta tragica de las mutuas violencias —masacres y vendetas horri- bles— ha seguido una sorda y tenaz lucha. El indio no ataca. Se cruza de brazos. Adopt6 la tactica hindu de la no-cooperacién. Gan- dhi trasmite su mensaje desde el Himalaya y en las cresterfas andinas halla su receptor altoparlante. Las tierras yermas, sin cultivo; los rebafios, dis- Persos, abandonados; los acueductos, sin agua, des- ’ a ee PESTAD EN LOS ANDES 128 é ; derribadas las cercas. Sobre planicies y ES arisilenias —las que ayer verdeaban sonrel- por el Agua y el a Radve Sol— pasa una som- de muerte y de misterio. . a. F genea de se remonté a las punas; herboriza aac ente. No trabaja. Prefiere el hambre a la explo- ién de que piensa pera: acienda no produce. . . e i huelga general del proletariado ands &Qué hacer? Se exaspera el opresor vesanico. Ca- e ahora del pretexto del levantamiento, de laa ie cidn indigena. Nadie asoma por el caserio. , A de las multitudes enfurecidas se pierde en la leja- a. — . , Se Tie que el cacique busca al indio en su war sosegado y distante. La fuerza puesta 4 80 er io invade los ayllus con impetu de Gengis Khan. a de las pobres moradas, violacién de las mujere lefensas, maltrato cruel de los nifios, pression ‘0 vejacidén de los ancianos, deportacién en masa le a5 lultos al infierno de las selvas, triste sepultura itado. . . in, de tas condiciones de maxima opresién, cane frremediable de evangelizadores y humanita- tas, de Patronatos y Proindigenas, que aparece on altiplano la secta religiosa llamada el Adven ismo Sétimo Dia (ignoro su credo y no me interesa oH prende la catequizacion de nuestros highlan- s por metodos nuevos. El indio de la eset amparado de Dios— encuentra en el preciso ins n- un amigo cordial en el rubio misionero de Yanqui- dia. Supieron los adventistas —por caminos gegu acercarsele derechamente al corazén. 4Cual fue secreto? Igualdad. No le hablaron como amos gino simples camaradas. (‘Hermano Johnson. ‘er- ri”), : a ai gentinientos fraternos —sinceros 0 no— exteriorizan en formas palpables: asistencia, coope-

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