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Número 7 - Año 1
Febrero 2010
Poemas
Cuentos
Ideas
Cooperación voluntaria. Costo de recuperación $5.00
Míriam Becerril
Misael Rosete
Elultimododo
Míriam Jamaica Alquicira
Cora Gracia
Arturo Texcahua
Precio:
SUMARIO
La literatura en tiempos de crisis 2
Editorial
Tres poemas 5
Míriam Jamaica Alquicira
Con un demonio 7
Elultimododo
Poemas 9
Míriam Becerril
Poemas 16
Cora Gracia
DIRECTORIO
Editor
Arturo Texcahua
Consejo editorial
Arturo Texcahua
Elizabeth Llanos
Marlene Galicia
Ilustraciones
Sofía Itzel
colectivotrajin@gmail.com
www.trajineros.blogspot.com
2010 Febrero
1
Editorial Opinión
La literatura en tiempos de crisis
H
oy la palabra de nuestros días es crisis. Nada
nuevo considerando que los hombres transi-
tan la historia entre crisis. Ahora es financie-
ra, mañana será ecológica o militar. Una
crisis siempre trae alarma porque detrás de todos sus sig-
nificados* hay, sin duda, efectos negativos y escenarios
adversos para quienes están en medio de ella. Ciertamen-
te, como acontecimiento social cualquier crisis y sus con-
secuencias producirán situaciones, anécdotas, historias,
preocupaciones e ideas que los escritores, seguramente,
registrarán en sus obras. Por supuesto que no las determi-
narán, es aún más compleja la relación entre la literatura
y la sociedad. Y mucho se ha dicho y escrito sobre ello.
Por ejemplo, Lukács afirmó, al hablar de la perspectiva y
la dialéctica histórica que podría aplicársele, que
“nuestros actuales problemas nacen de los problemas re-
sueltos y por resolver del pasado, y los resultados que
obtenemos hoy son el germen de los problemas a resolver
el día de mañana”.
La crisis económica que vivimos dejará algunos
rastros en nuestros textos, pero sobre todo, en este pre-
sente que atendemos todos los días, aprieta en temas bási-
cos como la comida y la salud, y limita los deleites pro-
pios del intelectual: los libros, los espectáculos artísticos
y los viajes, amén de otros cercanos a la sensualidad, la
frivolidad y los excesos. Igualmente, reduce ingresos,
vuelve más agresiva la competencia laboral, corta presu-
puestos y la producción de ediciones. La literatura no
sufre, pero sí sus autores. En esa lógica comercial y
pragmática, a la creación literaria se le considera produc-
to de segunda necesidad y por tanto se le relega de lo
prioritario. Menos libros, menos escritores, menos litera-
tura. Se olvida que la base de toda solución pasa, inevita-
blemente, por la formación de ciudadanos educados, cul-
tos y sensibles.
Febrero 2010
2
Misael Rosete Cuento
Dos relatos de amor
L
a carta. Perla, no sé cómo puedes no sentir la
plenitud que creamos. Nos damos a bastedad y
no lo ves. Sí, mis palabras se han desdoblado
y qué. Mis palabras me descubren la espera y
qué; dime qué puedo hacer sino nada, y nadar esta hoja
como alguien nada al olvido. Mírame, entre más escribo
más se posa la noche en mí.
Esas palabras que tú encuentras sólo son breves
remolinos que me atrapan. Yo no monto mi ser en ellas,
esas palabras que lees no son mías. Yo te quiero, desde
hace tiempo lo hago, y también desde hace tiempo noté
que me hundí tanto en ello que empecé a amarte. Te amo
para no morir y morir siempre y no, y un poco más, ¿qué
puedo hacer con ello?; si pudiera hacer algo de todos mo-
dos (cambiar, girar mis palabras) no lo haría, pues ese no
sería yo, ese no sería yo, mujer.
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Dos relatos de amor Misael Rosete
La narración
–¿Ya te vas? –se escuchó decir entre lo más hondo de las
sábanas–. Quédate un poco más, tan sólo un poco. Yo te
abrazaré fuerte y nos escaparemos de esa luz tenue que
busca entrar por la ventana, nosotros no la dejaremos en-
trar. Es que ésta es nuestra vida, éste es nuestro amor,
aquí y ahora. Todo se bastará cuando hagamos el amor.
Ven y hazme el amor, cariño, sólo un poco, sólo dame de
ti y no me sueltes. Yo te encontraré, te lo prometo, no
cerraré los ojos en busca de algo más, no me quedaré en
silencio. Yo te podré, yo te puedo, lo sé, sólo déjame
mostrarme.
De pronto parece que los labios de él se parten, se
abren como enormes puertas, pero en vez de palabras
salen gotas, agua, de su boca llueve, cae una tormenta
que mancha la cama y termina por mojarlo y deshacerlo
todo.
–Hace tanto frío. Tengo la piel temblando y tú sólo
te quieres ir porque necesitas trabajar y pagar las tarjetas
que he llenado de deudas y de cosas tan innecesarias –él
entonces deja de llover y sus palabras se cierran de tal
modo que ahora son un silencio tibio y calmado–.
¿Sabes?, a veces odio quedarme aquí en la casa todo el
día. Si tú me dejaras bien podría trabajar, yo podría traer
sustento a esta casa y a esta cama lo suficiente como para
que ahora no te fueras.
Pero él, que comenzaba a besarla y a ronronearle
su respiración tibia y cristalina, de pronto vio cómo un
rayo de luz trataba de entrar por la ventana. Arrancó sus
deseos (eso, los arrancó). Él tenía que marcharse y era tan
tarde; por eso corrió a arreglarse, comenzó a vestirse:
dejó la desnudez de ella magullándose de frío hasta que
en un intento por recatarlos a ambos, ella se arrodilló en
la cama y lo atrapó con la mirada; las sábanas que caían
de sus hombros asemejaron una capa de estambre gris,
entonces, la plenitud de su vientre desnudo y perfecto, la
suavidad de sus pechos rígidos y grandes, lo obligaron a
observarla, cautivo de ese instante, hipnotizado, como si
estuviese viendo a una diosa. Aventó la corbata al suelo y
de un solo golpe se fue a regar en ella con vehemencia y
ternura, ya con un beso sobre su cuello, ya ocultando sus
labios sobre sus pechos o en el lunar de su cintura, mor-
disqueándola, diluyéndola como una luz a punto de per-
derse en la oscuridad. Hicieron el amor, en ese momento
y por siempre. Al terminar ella se durmió. Para cuando la
marea de luz llegó a cubrir el cuarto y ella abrió los ojos,
notó que él ya no estaba. No supo distinguir si aquel
hombre de apariencia tan real era su esposo o, en deter-
minada instancia, era el mismo hombre que por cuatro
noches seguidas había soñado visitando la casa de su tía
abuela.
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Míriam Jamaica Alquicira Poema
Tres poemas
I
No hay estrellas,
pasa la vida pausadamente
como un sueño.
Pasa la muerte
detenida
en un suspiro:
a veces es un ángel,
otras, el amor.
Angustia vana,
mortífera soledad,
parpadeo eterno:
tu foto en el buró.
Mi llanto se extravía,
no existes,
me siento vacía.
No existe la vida,
la noche,
no hay más otoño.
II
Canto de cenzontles:
La voz de la madre tierra
me llama y me convida
a adentrarme en su verde
corazón de esmeralda viva…
Canto de libertad,
de la mujer que ama,
del hombre que trabaja.
Amo la tierra, el cielo,
el universo entero.
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5
Tres poemas Míriam Jamaica Alquicira
III
¿Puedo amarte?
Tus manos
apaciguan mi tormenta.
El tono de tu piel contrastando
con aquello que anhelo:
Encajas en lo que añoro.
Me gusta el tatuaje
que adorna tu espalda,
Tu porte,
la forma en que encajas
a mis días de ansiedad.
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Elultimododo Cuento
Con un demonio
C
ualquiera podría desmentirme. Tal vez nadie
daría validez a mi aseveración e incluso yo
mismo no estaría del todo seguro, si no fuera
porque lo veo y constato de manera directa; y
es que el meollo del asunto radica en el difícil papel que
me toca representar: soy un demonio.
7
Con un demonio Elultimododo
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Míriam Becerril Poema
Destino
2010 Febrero
9
Poema Míriam Becerril
Axioma
Por un instante…
en el infinito te besé.
Estarás en mi ausencia,
estaré en ti, en las cuerdas de tu mujer eterna.
Caminaré y miraré
bajo tu gabardina tu sombra,
los sueños exóticos nos guiarán
y girará el clavel rojo en mi boca.
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Arturo Texcahua Cuento
Estampas breves del hombre solo
A
ntes del trabajo. Quizá fue el cielo sin nubes
o la excelente temperatura ambiental de esa
tarde y la gente de sobra abarrotando la calle
como para mimetizarse a gusto ocultándose
entre ella; tal vez fueron los vehículos volcando al cielo
sin remordimientos su bióxido de carbono, y la necesidad
acumulada –que sí la había–, como una ansiedad insisten-
te, un apremio obsesivo enquistado en un punto de su
cabeza, o simplemente fue saber que contaba con mil
quinientos pesos en la bolsa –mucho más de lo requeri-
do– y algunos minutos disponibles, lo que lo movió a
tirarse un viajecito por el Eje Central antes del trabajo.
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Estampas breves del hombre solo Arturo Texcahua
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Estampas breves del hombre solo Arturo Texcahua
Pero no me engañes
Llegó a la ciudad para disfrutar del carnaval. Traía la ca-
beza llena de música, desenfrenos, alcohol, drogas y fan-
tasías sexuales con sabor a trópico y playa. Aún tenía
dinero del último trabajito que había hecho; algunos mi-
les que usaría con mesura para que le alcanzaran el tiem-
po justo que necesitaba para descansar y bajarle al estrés,
mientras lo olvidaban en el Norte.
Era sábado cuando se hospedó, como siempre, en
un hotel barato. Encontró en el malecón muchas personas
alegres como los carros alegóricos que desfilaban, ador-
nados con bisutería, con pasajeros ataviados de diversos
tops, peluches, plumas, máscaras, sombreros, telas colori-
das y tangas. En su opinión, matizada por la compañía
del alcohol, había muchas mujeres bellas entre tanta car-
ne y había también calor, no tanto como pensó y qué bue-
no: odiaba mojarse la ropa y la frente con su abundante
sudor. Había además promesas de enamorar alguna de
esas mujeres intercambiando miradas, lanzando ofertas
monetarias, propiciando diálogos sin rodeos.
Así encontró los ojos de ella y de inmediato supo
que terminarían en la cama. La persiguió entre los espec-
tadores, las comparsas y las batucadas; la rondó entre
parodias ridículas y bastoneras. Ella lo sabía pero simula-
ba desconocerlo. Jugaban al gato y al ratón, alentado él
por los vasos de cerveza y ella por el gusto de inspirar su
deseo. El acoso convenido terminó a ritmo de salsa y pa-
sito duranguense. Ella salió de la muchedumbre y se in-
ternó en una calle desierta. Él estaba a sólo unos metros,
cuando la vio entrar por un callejón y abrir una puerta. Él
también lo hizo sin pedir permiso. La encontró de pie
junto a una cama. La luz de una lamparita roja iluminaba
el encanto de sus piernas: los muslos y las caderas
cumplían sus mínimas exigencias. Aquel cuerpo disponi-
ble despertó su lascivia. Él la besó y hurgó en sus pechos
y en su cintura, la acarició y bajó su mano en busca del
escondite hospitalario. Pero en su lugar encontró un pene
como de niño.
Entonces él, sanguinario y acostumbrado a dar cas-
tigos, golpeó al ser andrógino con los puños y lo amor-
dazó, enseguida lo pateó y al final le hizo marquitas por
el cuerpo con el fuego de un cigarro. Las súplicas y los
gemidos no impidieron el castigo. De este modo quedó
un ser ensangrentado, sucio, mocoso y sollozante que
había recibido una lección. Una lección justificada, pensó
el verdugo viendo con satisfacción el resultado de su
obra. No le gustaba que lo engañaran, y menos en estos
asuntos: si el golpeado le hubiera advertido que era puto,
otra habría sido la historia.
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Estampas breves del hombre solo Arturo Texcahua
Ya te chingaste
Cuando él retiró su miembro flácido, la mujer lloraba con
gemiditos que parecían hipo y sorbía a ratos las secrecio-
nes de su nariz. Su rostro tenía heridas y sangre, su cuer-
po medio desnudo sufría por todas partes. Para él única-
mente restaba manejar hasta un sitio apropiado, abando-
nar la camioneta y olvidarse del suceso festejando la Na-
vidad con unas putas.
Guardaba el celular robado y los nueve mil pesos
que la mujer obtuvo del cajero automático, cuando sintió
el golpe del tacón en su cabeza. Con una mano detuvo el
ataque y con la otra sumió varias veces el cuchillo en el
abdomen y en el pecho de la agresora. Sólo se defendió,
concluyó cuando vio a la muerta. Era tan obstinada y ton-
ta.
Colocó el cadáver en el piso del auto, se limpió
todo lo que pudo, se peinó, arregló su ropa y, para escon-
der las manchas en la camisa, subió hasta arriba la crema-
llera de la chamarra.
Al escuchar el llanto recordó que el bebé aún esta-
ba en el auto. Cuando acomodó el biberón en su boca, la
cría guardo silencio. Sus manitas tomaron la de él. Se
regodeó del gesto atribuyéndolo a la Nochebuena.
Por un momento lamentó haberlo dejado sin ma-
dre. Sabía en carne propia qué representaba ser huérfano.
―Ya te chingaste ―dijo al bebé.
Después apagó el celular que sonaba y salió del
vehículo.
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Estampas breves del hombre solo Arturo Texcahua
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Cora Gracia Poema
Sueño de vida
Juicio
Febrero 2010
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