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Literario

Número 7 - Año 1
Febrero 2010

Poemas

Cuentos

Ideas
Cooperación voluntaria. Costo de recuperación $5.00

Míriam Becerril
Misael Rosete
Elultimododo
Míriam Jamaica Alquicira
Cora Gracia
Arturo Texcahua
Precio:
SUMARIO
La literatura en tiempos de crisis 2
Editorial

Dos relatos de amor 3


Misael Rosete

Tres poemas 5
Míriam Jamaica Alquicira

Con un demonio 7
Elultimododo

Poemas 9
Míriam Becerril

Estampas breves del hombre solo 11


Arturo Texcahua

Poemas 16
Cora Gracia

DIRECTORIO
Editor
Arturo Texcahua

Consejo editorial
Arturo Texcahua
Elizabeth Llanos
Marlene Galicia

Arte, diseño y formación


Emil Texcahua

Ilustraciones
Sofía Itzel

colectivotrajin@gmail.com
www.trajineros.blogspot.com

Febrero 2010, Trajín literario, es una publicación mensual editada por


el Colectivo Trajín.
Todos los textos aquí publicados son propiedad de sus autores y están protegi-
dos por la Ley Federal de Derechos de Autor. Queda prohibida cualquier re-
producción total o parcial sin previo aviso de los autores y/o sin mención de la
fuente.

2010 Febrero

1
Editorial Opinión
La literatura en tiempos de crisis

H
oy la palabra de nuestros días es crisis. Nada
nuevo considerando que los hombres transi-
tan la historia entre crisis. Ahora es financie-
ra, mañana será ecológica o militar. Una
crisis siempre trae alarma porque detrás de todos sus sig-
nificados* hay, sin duda, efectos negativos y escenarios
adversos para quienes están en medio de ella. Ciertamen-
te, como acontecimiento social cualquier crisis y sus con-
secuencias producirán situaciones, anécdotas, historias,
preocupaciones e ideas que los escritores, seguramente,
registrarán en sus obras. Por supuesto que no las determi-
narán, es aún más compleja la relación entre la literatura
y la sociedad. Y mucho se ha dicho y escrito sobre ello.
Por ejemplo, Lukács afirmó, al hablar de la perspectiva y
la dialéctica histórica que podría aplicársele, que
“nuestros actuales problemas nacen de los problemas re-
sueltos y por resolver del pasado, y los resultados que
obtenemos hoy son el germen de los problemas a resolver
el día de mañana”.
La crisis económica que vivimos dejará algunos
rastros en nuestros textos, pero sobre todo, en este pre-
sente que atendemos todos los días, aprieta en temas bási-
cos como la comida y la salud, y limita los deleites pro-
pios del intelectual: los libros, los espectáculos artísticos
y los viajes, amén de otros cercanos a la sensualidad, la
frivolidad y los excesos. Igualmente, reduce ingresos,
vuelve más agresiva la competencia laboral, corta presu-
puestos y la producción de ediciones. La literatura no
sufre, pero sí sus autores. En esa lógica comercial y
pragmática, a la creación literaria se le considera produc-
to de segunda necesidad y por tanto se le relega de lo
prioritario. Menos libros, menos escritores, menos litera-
tura. Se olvida que la base de toda solución pasa, inevita-
blemente, por la formación de ciudadanos educados, cul-
tos y sensibles.

*De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española es una


situación dificultosa o complicada; es escasez, carestía; el momento decisivo,
grave y de consecuencias importantes, de un negocio; la situación de un asun-
to o proceso cuando está en duda su continuación, modificación o cese; es la
mutación importante en el desarrollo de otros procesos; o el cambio brusco en
el curso de una enfermedad.

Febrero 2010

2
Misael Rosete Cuento
Dos relatos de amor

L
a carta. Perla, no sé cómo puedes no sentir la
plenitud que creamos. Nos damos a bastedad y
no lo ves. Sí, mis palabras se han desdoblado
y qué. Mis palabras me descubren la espera y
qué; dime qué puedo hacer sino nada, y nadar esta hoja
como alguien nada al olvido. Mírame, entre más escribo
más se posa la noche en mí.
Esas palabras que tú encuentras sólo son breves
remolinos que me atrapan. Yo no monto mi ser en ellas,
esas palabras que lees no son mías. Yo te quiero, desde
hace tiempo lo hago, y también desde hace tiempo noté
que me hundí tanto en ello que empecé a amarte. Te amo
para no morir y morir siempre y no, y un poco más, ¿qué
puedo hacer con ello?; si pudiera hacer algo de todos mo-
dos (cambiar, girar mis palabras) no lo haría, pues ese no
sería yo, ese no sería yo, mujer.

Esas palabras que tú encuentras sólo


son breves remolinos que me atrapan.
Yo no monto mi ser en ellas, esas pala-
bras que lees no son mías.

Te escribo desde la una y media de la madrugada.


El sol ya no está y hace frío. Tú tampoco estás. En cam-
bio aparece la luna que se deshace en mis letras y se me
enreda en la lengua, como mordisqueando, como pegán-
dose al paladar, una luna en la garganta me mancha y me
ensucia todo de luz por dentro. Sinestesia, palabras esco-
gidas: “Hay que intentar vivir”, dice el poeta, pero el poe-
ta no está. Sólo estoy yo, solo.
Y a todo esto entran las repercusiones, las persecu-
ciones que libro y de las que escapo como colándome de
un cuadro a otro al mismo tiempo pero a diferente instan-
cia. Porque hoy, en vez de escribirte y meterme en una
carta, opté por crear esta historia a modo de que tú tam-
bién estés en ella; que te jale, que te encuentre y yo pueda
atrapar tu mirada. ¿Cuánto nos alcanzaremos si nos sepa-
ran ya estas letras? Algún día te tocaré como nadie más te
ha tocado, y nos seguirán las letanías, repartiéndose, mul-
tiplicándose cada vez que cerremos los ojos. Pues como
también dice el poeta, al final, el amor es esa palabra…

2010 Febrero

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Dos relatos de amor Misael Rosete

La narración
–¿Ya te vas? –se escuchó decir entre lo más hondo de las
sábanas–. Quédate un poco más, tan sólo un poco. Yo te
abrazaré fuerte y nos escaparemos de esa luz tenue que
busca entrar por la ventana, nosotros no la dejaremos en-
trar. Es que ésta es nuestra vida, éste es nuestro amor,
aquí y ahora. Todo se bastará cuando hagamos el amor.
Ven y hazme el amor, cariño, sólo un poco, sólo dame de
ti y no me sueltes. Yo te encontraré, te lo prometo, no
cerraré los ojos en busca de algo más, no me quedaré en
silencio. Yo te podré, yo te puedo, lo sé, sólo déjame
mostrarme.
De pronto parece que los labios de él se parten, se
abren como enormes puertas, pero en vez de palabras
salen gotas, agua, de su boca llueve, cae una tormenta
que mancha la cama y termina por mojarlo y deshacerlo
todo.
–Hace tanto frío. Tengo la piel temblando y tú sólo
te quieres ir porque necesitas trabajar y pagar las tarjetas
que he llenado de deudas y de cosas tan innecesarias –él
entonces deja de llover y sus palabras se cierran de tal
modo que ahora son un silencio tibio y calmado–.
¿Sabes?, a veces odio quedarme aquí en la casa todo el
día. Si tú me dejaras bien podría trabajar, yo podría traer
sustento a esta casa y a esta cama lo suficiente como para
que ahora no te fueras.
Pero él, que comenzaba a besarla y a ronronearle
su respiración tibia y cristalina, de pronto vio cómo un
rayo de luz trataba de entrar por la ventana. Arrancó sus
deseos (eso, los arrancó). Él tenía que marcharse y era tan
tarde; por eso corrió a arreglarse, comenzó a vestirse:
dejó la desnudez de ella magullándose de frío hasta que
en un intento por recatarlos a ambos, ella se arrodilló en
la cama y lo atrapó con la mirada; las sábanas que caían
de sus hombros asemejaron una capa de estambre gris,
entonces, la plenitud de su vientre desnudo y perfecto, la
suavidad de sus pechos rígidos y grandes, lo obligaron a
observarla, cautivo de ese instante, hipnotizado, como si
estuviese viendo a una diosa. Aventó la corbata al suelo y
de un solo golpe se fue a regar en ella con vehemencia y
ternura, ya con un beso sobre su cuello, ya ocultando sus
labios sobre sus pechos o en el lunar de su cintura, mor-
disqueándola, diluyéndola como una luz a punto de per-
derse en la oscuridad. Hicieron el amor, en ese momento
y por siempre. Al terminar ella se durmió. Para cuando la
marea de luz llegó a cubrir el cuarto y ella abrió los ojos,
notó que él ya no estaba. No supo distinguir si aquel
hombre de apariencia tan real era su esposo o, en deter-
minada instancia, era el mismo hombre que por cuatro
noches seguidas había soñado visitando la casa de su tía
abuela.
Febrero 2010

4
Míriam Jamaica Alquicira Poema
Tres poemas

I
No hay estrellas,
pasa la vida pausadamente
como un sueño.

Pasa la muerte
detenida
en un suspiro:
a veces es un ángel,
otras, el amor.

Angustia vana,
mortífera soledad,
parpadeo eterno:
tu foto en el buró.

Una noche estrellada,


Minessota en una postal,
mi voz se va quebrando.

Mi llanto se extravía,
no existes,
me siento vacía.

No existe la vida,
la noche,
no hay más otoño.

Sólo el dolor latente,


el latido de tu voz,
mi vida
baila con la muerte.

II
Canto de cenzontles:
La voz de la madre tierra
me llama y me convida
a adentrarme en su verde
corazón de esmeralda viva…

Canto de libertad,
de la mujer que ama,
del hombre que trabaja.
Amo la tierra, el cielo,
el universo entero.
2010 Febrero

5
Tres poemas Míriam Jamaica Alquicira

Pero amo más


el color de tus ojos infinitos,
el verde de tus pupilas.

No sé qué puedo amar más:


mis raíces ancestrales,
los dioses olvidados
que pueden ser recordados
en los códices.

Amo sus mandamientos


de libertad y alegría,
amo también los sueños y la vida,
el agua y el sol.

III
¿Puedo amarte?

Diré que me gusta tu cuerpo,


tu mirada furtiva,
los encuentros en la tarde,
los momentos de locura.

Tus manos
apaciguan mi tormenta.
El tono de tu piel contrastando
con aquello que anhelo:
Encajas en lo que añoro.

Me gusta el tatuaje
que adorna tu espalda,
Tu porte,
la forma en que encajas
a mis días de ansiedad.

Me gustaría aún más,


tener tu corazón,
que me pienses día y noche
y no te alejes

Extraño la nave de rebeldía


en la que viajaba,
que me alejaba
de la soledad perdurable…
Tener una nueva dirección,
volverme rosa de los vientos,
volver a ser luz y color,
con formas claras.
Febrero 2010

6
Elultimododo Cuento
Con un demonio

C
ualquiera podría desmentirme. Tal vez nadie
daría validez a mi aseveración e incluso yo
mismo no estaría del todo seguro, si no fuera
porque lo veo y constato de manera directa; y
es que el meollo del asunto radica en el difícil papel que
me toca representar: soy un demonio.

Antes de que usted, lector, inicie toda una retahíla


de argumentos a favor o en contra, debe escuchar los ar-
gumentos que avalan tal aseveración.
Sé muy bien que mi aspecto es tan natural como el
de cualquiera, es decir, aquello de los cuernos, las pezu-
ñas, el tridente, el olor a azufre y demás creencias popu-
lares no me aplican. Soy moreno, de estatura promedio,
2010 Febrero

7
Con un demonio Elultimododo

delgado, aunque más bien dicen que me veo flaco; no


ostento habilidades paranormales como las que se mues-
tran en las películas y producciones televisivas; de hecho,
las cualidades antes descritas me permiten deambular por
entre el resto de la población sin despertar sospecha algu-
na.
En las mencionadas películas y producciones se
muestran las capacidades demoníacas o diabólicas, con
una infinidad de posibilidades que no recuerdo haber vis-
to en mi curso de capacitación, allá en el averno, y que
me resultan la mar de increíbles (¿qué se meterán los es-
critores y guionistas para idear todo eso?).
Tampoco soy el personaje burlesco que se describe
en innumerables ficciones literarias, teatrales y cinema-
tográficas. Mi verdadero humor quizá sea más fino y mi
poder de seducción amorosa aún más enérgico que el de
esas manifestaciones baratas y ramplonas.
Igualmente niego ser un derroche de acciones des-
tructoras, villanescas, de elevado (¿o más bien descen-
dente?) grado de terror, cuyo culmen radica en privar de
la existencia a una víctima elegida. Al final de cuentas, sé
muy bien que todos han de morir ¿para qué malgasto mi
tiempo en banalidades?
No, nada de eso me define. Aunque parezca ridícu-
lo mis habilidades son muy diferentes pero igualmente
difíciles de entender: obligo a las personas a pensar, a
reflexionar y, por ende, mi forma predilecta de torturar es
orillar a la gente a dudar. Tal vez esto parezca poco o
nada creíble; más bien absurdo y definitivamente ridícu-
lo, pero créanme, lo que digo es cierto.
A lo largo de los siglos, conforme fui atestiguando
la evolución de la humanidad, me he regocijado enorme-
mente al verlos tratar de atender sus necesidades básicas,
enfrentar toda suerte de trabas y complicaciones que me
venían a la mente, y que ponía en su camino. Cuando
creían haber alcanzado la solución de un tema que les
atormentaba, surgía hábil y presuroso para generar algún
nuevo contratiempo, una variante o una mínima diferen-
cia que los obligara a retomar el camino. Incluso hoy, a
pesar del avance tecnológico tan deslumbrante, aún me
permito ponerles contratiempos a los hombres de ciencia,
pero ahora soy yo quien se encuentra con dificultades,
pues conocen muchos de mis trucos y artimañas.
Sin embargo, todo indica que seguiré conservando
mi trabajo, pues quedan muchos misterios y enigmas, en
el mundo y en el universo, como para mantener entreteni-
dos a los hombres por mucho tiempo. Bueno, en realidad
no será mucho tiempo: el mundo pronto dejará de existir
como se conoce. ¿Qué les puedo decir? Es uno de esos
imprevistos que cruzan por la mente de Dios. Si lo sabré
yo.
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Míriam Becerril Poema
Destino

Estoy en el barrio de los ángeles caídos,


acompañada de artistas iluminados de nostalgia
que me recuerdan mi soledad.
Escucho al trovador con su guitarra mágica.
Canta a Spnietta, Charly García.
La noche oculta mi inquietud,
aparece iluminando la plaza,
un cero sagrado nos une.
Te buscaré entre todos mis aliados.
El viento sideral toca mi corazón frío,
está el cielo estrellado,
bajo la ciudad de los ángeles.
En esta tierra airosa
por ti daré la vida entera.
Tú… que aún no llegas.
Espero ahora me des solo sueños
y me ames sin pedir nada a cambio.
A ti te escribo esta carta,
para que sepas: te espero.
El aire te abrazará cuando me leas.
Hoy prometí estar en silencio,
esperando que aparezcas,
anhelando que llegues.
Espero seas tú,
lo sabes, pero aún no me conoces.
Existo… estoy aquí.

2010 Febrero

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Poema Míriam Becerril

Axioma

Aún no puedo descifrarte,


tu camisa de flores naranjas
disimula tu soledad helada.

Eres la sombra fugaz de tu guitarra,


un acorde ha recorrido mi alma,
tu sombrero negro borra tu mirada.

Cierro una puerta tras otra,


un camino de pétalos blancos
me lleva a los vértices de tu figura.

Tu anhelo ha recorrido mi piel entera,


besas la orquídea de mi cuerpo blanco
que termina al final de un silencio.

Acaricio tus ondas ilusiones entre mis dedos,


tu perfil me llevó a tu música náutica,
eres el eco del lamento suave de las olas.

De sal fue la tarde


y mis lágrimas serán diamantes,
no oiré más tu aliento.

El sol nos escondió bajo la luna,


las paredes transparentes no miraron
nuestra humedad taciturna.

Por un instante…
en el infinito te besé.
Estarás en mi ausencia,
estaré en ti, en las cuerdas de tu mujer eterna.

Caminaré y miraré
bajo tu gabardina tu sombra,
los sueños exóticos nos guiarán
y girará el clavel rojo en mi boca.

Febrero 2010

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Arturo Texcahua Cuento
Estampas breves del hombre solo

A
ntes del trabajo. Quizá fue el cielo sin nubes
o la excelente temperatura ambiental de esa
tarde y la gente de sobra abarrotando la calle
como para mimetizarse a gusto ocultándose
entre ella; tal vez fueron los vehículos volcando al cielo
sin remordimientos su bióxido de carbono, y la necesidad
acumulada –que sí la había–, como una ansiedad insisten-
te, un apremio obsesivo enquistado en un punto de su
cabeza, o simplemente fue saber que contaba con mil
quinientos pesos en la bolsa –mucho más de lo requeri-
do– y algunos minutos disponibles, lo que lo movió a
tirarse un viajecito por el Eje Central antes del trabajo.

Caminó entusiasmado porque el ansia le ganaba.


El delirio lo hacía ver a la mujer sin nombre entre vende-
dores y transeúntes; la imaginaba por esta esquina o por
aquella, la acomodaba detrás de aquel puesto, la confun-
día entre las miles de personas que buscaban los comer-
cios, el trabajo y la oportunidad de esas horas. Sabía que
por ahí, sin objeciones, estaba la persona que le ofrecería
diversión, que tendría los labios listos para precisarle la
cifra de pesos y el lugar. Ándale, papacito –le diría–, aní-
mate, se te ven las ganas, un rapidín, para luego es tarde.
Después, concertado el negocio, lo arrastraría –de la ma-
2010 Febrero

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Estampas breves del hombre solo Arturo Texcahua

no como si fuera su novia– por unas escaleras viejas, lo


metería a una tienda medio escondida y lo animaría pri-
mero a fisgonear un rato y preguntar por precios y carac-
terísticas, funciones y materiales de los firmes, coloridos
y enorme instrumentos; a criticar las frías e inhibidoras
mujerzuelas de plástico; a preguntar cómo se acomoda-
ban los machos ese artificio que parece una víscera acu-
chillada; a sonreír ante los muñequitos mecánicos de bro-
ma; a sospechar el sabor del contenido de los frasquitos
brillantes y vistosos como refrescos para niños; a suponer
el castigo de esos objetos tan inofensivos y fascinantes;
para luego, por supuesto, empujarlo al fin a la zona de las
películas y de los videos, al rincón del fondo, al propósito
verdadero: el pasillo de conversaciones falsas, de lamen-
tos extraños, de gemidos insistentes, de gritos imperati-
vos y diálogos sin aliento que exigen más y más y sin
retrasos.
Cubierto el pago respectivo se acomodarían cómo
pudieran en los noventa centímetros cuadrados de aquel
microcuarto. Él miraría aunque sea un poquito del estelar
hardcore de hoy, leería subtítulos, entendería alguna de
las palabras corrientes con su inglés vulgar –roído de su
aventura en el país de los gringos–, al mismo tiempo que
aceptaría con alegría la boca jugosa y hábil, rebosante de
competencias amatorias. La vería lamer –esa era la parte
en la que más soñaba–, atrapar, jugar con su caramelo
como una niña tragona; después preferiría cerrar los ojos,
desatar su naturaleza masculina, salpicar aquella cara con
el disparo de la simiente espesa.
Al salir contento de la cabina del sex shop, musi-
taría un nos vemos y sentiría que estaba listo para traba-
jar. Ahora sí podría visitar a esa vieja que negaba su deu-
da. Por el pago de otros mil quinientos pesos le enseñaría
a no olvidar sus compromisos. Al pensar eso, palpó de
nuevo su vieja mochila y sintió el bulto; sí, confirmó,
estaba listo, tenía el objeto, el arma para el castigo.

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Estampas breves del hombre solo Arturo Texcahua

Pero no me engañes
Llegó a la ciudad para disfrutar del carnaval. Traía la ca-
beza llena de música, desenfrenos, alcohol, drogas y fan-
tasías sexuales con sabor a trópico y playa. Aún tenía
dinero del último trabajito que había hecho; algunos mi-
les que usaría con mesura para que le alcanzaran el tiem-
po justo que necesitaba para descansar y bajarle al estrés,
mientras lo olvidaban en el Norte.
Era sábado cuando se hospedó, como siempre, en
un hotel barato. Encontró en el malecón muchas personas
alegres como los carros alegóricos que desfilaban, ador-
nados con bisutería, con pasajeros ataviados de diversos
tops, peluches, plumas, máscaras, sombreros, telas colori-
das y tangas. En su opinión, matizada por la compañía
del alcohol, había muchas mujeres bellas entre tanta car-
ne y había también calor, no tanto como pensó y qué bue-
no: odiaba mojarse la ropa y la frente con su abundante
sudor. Había además promesas de enamorar alguna de
esas mujeres intercambiando miradas, lanzando ofertas
monetarias, propiciando diálogos sin rodeos.
Así encontró los ojos de ella y de inmediato supo
que terminarían en la cama. La persiguió entre los espec-
tadores, las comparsas y las batucadas; la rondó entre
parodias ridículas y bastoneras. Ella lo sabía pero simula-
ba desconocerlo. Jugaban al gato y al ratón, alentado él
por los vasos de cerveza y ella por el gusto de inspirar su
deseo. El acoso convenido terminó a ritmo de salsa y pa-
sito duranguense. Ella salió de la muchedumbre y se in-
ternó en una calle desierta. Él estaba a sólo unos metros,
cuando la vio entrar por un callejón y abrir una puerta. Él
también lo hizo sin pedir permiso. La encontró de pie
junto a una cama. La luz de una lamparita roja iluminaba
el encanto de sus piernas: los muslos y las caderas
cumplían sus mínimas exigencias. Aquel cuerpo disponi-
ble despertó su lascivia. Él la besó y hurgó en sus pechos
y en su cintura, la acarició y bajó su mano en busca del
escondite hospitalario. Pero en su lugar encontró un pene
como de niño.
Entonces él, sanguinario y acostumbrado a dar cas-
tigos, golpeó al ser andrógino con los puños y lo amor-
dazó, enseguida lo pateó y al final le hizo marquitas por
el cuerpo con el fuego de un cigarro. Las súplicas y los
gemidos no impidieron el castigo. De este modo quedó
un ser ensangrentado, sucio, mocoso y sollozante que
había recibido una lección. Una lección justificada, pensó
el verdugo viendo con satisfacción el resultado de su
obra. No le gustaba que lo engañaran, y menos en estos
asuntos: si el golpeado le hubiera advertido que era puto,
otra habría sido la historia.

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Estampas breves del hombre solo Arturo Texcahua

Ya te chingaste
Cuando él retiró su miembro flácido, la mujer lloraba con
gemiditos que parecían hipo y sorbía a ratos las secrecio-
nes de su nariz. Su rostro tenía heridas y sangre, su cuer-
po medio desnudo sufría por todas partes. Para él única-
mente restaba manejar hasta un sitio apropiado, abando-
nar la camioneta y olvidarse del suceso festejando la Na-
vidad con unas putas.
Guardaba el celular robado y los nueve mil pesos
que la mujer obtuvo del cajero automático, cuando sintió
el golpe del tacón en su cabeza. Con una mano detuvo el
ataque y con la otra sumió varias veces el cuchillo en el
abdomen y en el pecho de la agresora. Sólo se defendió,
concluyó cuando vio a la muerta. Era tan obstinada y ton-
ta.
Colocó el cadáver en el piso del auto, se limpió
todo lo que pudo, se peinó, arregló su ropa y, para escon-
der las manchas en la camisa, subió hasta arriba la crema-
llera de la chamarra.
Al escuchar el llanto recordó que el bebé aún esta-
ba en el auto. Cuando acomodó el biberón en su boca, la
cría guardo silencio. Sus manitas tomaron la de él. Se
regodeó del gesto atribuyéndolo a la Nochebuena.
Por un momento lamentó haberlo dejado sin ma-
dre. Sabía en carne propia qué representaba ser huérfano.
―Ya te chingaste ―dijo al bebé.
Después apagó el celular que sonaba y salió del
vehículo.

Cobijado por el suelo


Parece el final, pero aún espero que ocurra algo.
El teléfono está en la mesa, con la agenda y los
números de las urgencias, los anteojos, la cartera, algunos

Febrero 2010

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Estampas breves del hombre solo Arturo Texcahua

plátanos, dos saleros, varias servilletas, cinco libros, tres


cajas con medicinas, las cartas de mi hermana, el diario
de hoy y otros de fechas pasadas, una nota de amor, un
bolillo duro, cuatro vasos sucios, medio refresco de un
litro, un cuchillo, un plato, un tenedor y dos cucharas.
Inalcanzables objetos para satisfacer necesidades.
Percibo el burbujear de la bomba en la pecera, el
motor del refrigerador, el escándalo televisivo y el ronro-
neo dulce del gato cerca de mi oído. Minúsculas porcio-
nes de la calle y de la ciudad rebasan las ventanas. Una
mosca me ronda con un zumbido maleante.
Mis párpados gritan sueño y temo escucharlos.
Veo las patas de la silla, las telarañas polvorientas
del techo y parte del sofá con ojos de párvulo.
El libro que leía está cerca de mi mano.
La caricia áspera del minino en mi mejilla y su
mirada entornada no alejan las punzadas agudas en mi
pecho y el frío del piso.
Mis débiles piernas y los brazos también inútiles
no pueden contra el lastre de grasa, estoy anclado al suelo
con mis cien kilos.
Pero no estoy solo, me acompañan vividores –iró-
nica ayuda, inútil compañía– como el gato, el pez y los
insectos que comen todo lo que encuentran.
El dolor me ha domeñado una y otra vez, trato de
ahuyentarlo soezmente; pero sirve más inventar mentiras
para olvidarlo y soñar que lo remontaré a tiempo, aunque
parezca improbable: en el programa de visitas nadie vie-
ne hoy. Pero quizá uno de mis entenados –de los dos que
pueden entrar porque tienen llave de mi departamento–
abra la puerta y modifique el desenlace. Muerta su ma-
dre, sus visitas se han vuelto irregulares; paso muchos
días sin verlos: para los desagradecidos ya no existo.
La mosca zumbadora es atrapada por el felino, es
mi héroe con su hocico feroz y sus garras depredadoras.
La televisión sigue diciendo frases incomprensi-
bles que no descifro disminuido de mis capacidades.
He permanecido aquí un periodo corto pero muy
intenso. Si pudiera levantarme...
Lo peor es la esperanza; uno la tiene siempre, pare-
ce ser que hasta el último segundo, incluso yo que decla-
raba, con mis ochenta años y medio y putrefacto, mil ve-
ces lo retrasado de esta cita.
Pero ha llegado, inexorable, necesaria, dolorosa.
Está aquí, ahora lo entiendo, se acomoda a mi lado con su
gélido silencio, me abruma como el dolor que regresa y
me oprime igual que una tonelada de años y décadas.
El sueño, este sueño que me envuelve y me cobija
maternalmente, es una ola gigante que me encamina por
un nuevo sendero.

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Cora Gracia Poema
Sueño de vida

En la nada existe el todo de la vida


pero de algún modo se oculta,
evita sentir.
Vivir por vivir con cada lágrima que derrama el alma
agonizante.
Te fuiste,
no volverás.
Estaré recordando con melancolía la noche y el día,
hasta que la resignación llegue lentamente con el sol.
En la alborada desfalleceré cuando las marcas del tiempo
susurren a mi oído que las cosas pasan, pero que no se
olvidan.
Anhelo efímero de mi mente que vaga sin motivo
pensando que caminas a mi lado.
Un suspiro irrumpe el silencio de mi concentración,
en la habitación el canto de un ave hace eco,
abro los ojos,
miro la luz solar que indica "amaneció",
un sueño, sí, sólo eso.
Fue lindo soñar contigo.
Una brisa deja marcada en mis labios una sonrisa.

Juicio

Torbellino que inunda la mente,


que eleva, trastoca, conmociona, sacude,
cautiva, enloquece, golpea, desgarra,
rompe, lastima y roza tu rostro.
Es viento de dolor que equilibra.
A la deriva avanza hacia el anhelo,
el sueño, el deseo (que más da el nombre que se asigne)
que representa cruzar la puerta y llegar al fin.
Un frágil suspiro, algunos residuos,
aquí meditando sin prisa.
Cual criatura de Dios,
en la antesala del juicio divino,
espero el veredicto.
Entraré a la gran puerta de la gloria
o me quemaré en las llamas.

Febrero 2010

16

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