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Es dificil comprender Ia historia del siglo xx sin ee CN UR ae en més influyentes y de mayor agudeze intelectual PP CeCe Pn eC Luo co Pea c Peete ce Rea eee kao Poe etn ee eC a a eee ee Ue ae ee oa Ajmatova; y el analisis de la cultura en Rusia, Seek tL Oe POMOC eu eas acontecimientos de 1989 en el que, al tiempo eee ee a eee Ra ct ee Ses NER Cee NM eee te eee CR ee ee Peet ne eS ee una nueva barbarie, pero en el presente no Ree Oe aL ere ce eg ere eee ee) Pee Ce ea Pee eee eS et enna (iil 0 Ctreulo de Lectores il ica Muu mera a Ly 3 rae La mentalidad soviética La cultura rusa bajo el comunismo rer i Cireulo de Lectores Isaiah Berlin cy La mentalidad soviética La cultura rusa bajo el comunismo Edicién de Henry Hardy Prélogo de Stcobe Talbott Glosario de Helen Rappaport Traduccién de Gemma Deza Galaxia Gutenberg (Cireulo de Lectores Para Pat Utechin El eportero grafico estadounidense James Abbe se anot6 un éxi- to editorial en 1932 tras unas feetieras negosiaciones con el XKeemlin que le permitieron realizar una sesion forogeéfica con Stalin en privado. Entre los resultados figuraba esta insta ima- gen del dirigente sovitico, tomada en una época en la que st Vida tendia cada vez mas a la ceclusin. La labor del educador comunista consiste [...] ante todo fen ser un ingeniero de Stalin, es decir: en modelac al indi- viduo de modo que tan s6lo se plantee preguntas para las ‘que ya existen respuestas predeterminadas y crezca de tal modo que encaje de manera natural en la sociedad con las minimas fricciones. [...] La curiosidad gratuita, el afan de investigacién individual e independiente, el deseo de crear ‘© contemplar algo bello por mero placer, la basqueda de la verdad por simple iniciativa, y la persecucién de objeti- vvos por ser lo que son y satisfacer alguna inquietud perso- nal estén [...] castigados, porque pueden hacer aflorar di- ferencias entre las personas y entorpecer la evolucién armoniosa de una sociedad monolitica. TsaraH Bertin «Democracia, comunismo e individuo», conferencia impartida en el Mount Holyoke College, 1949 Indice Prélogo, de Strobe Talbott, Prefacio, de Henry Hardy « LA MENTALIDAD sovréTICA Las letras y of arte en la Rusia de Stalin... Visita a Leningrado .... Un gran escritor raso CConversaciones con Aimétova y Pasternak. Boris Pasternak . El porqué del aislamiento voluntario de la Unién Soviética. La dialéctica artifi EL generalisimo Stalin y el arte del gobierno Cuatro semanas en la Unién Soviética....... La cultura de la Rusia soviética La supervivencia de la inteliguéntsia rusa. ..... +++ Glosario, por Helen Rappaport Bibliografia recomendada .. oe Indice onomastico y de conceptos ......+++ B 3 55 89 105 19 159 175 203 217 263 269 345 3st Prélogo Isaiah Berlin concedia una gran importancia a las ideas, no sélo por ser productos del intelecto, sino también por su capacidad de generar sistemas, definir pautas y politi- ‘cas gubernamentales, y servir como inspiraciones cultura- les y motores hist6ricos. Ello lo convierte en una figura ic6nica para la Brookings Institution y otras instituciones de indole similar con sede en Washington. Al margen de sus distintas metas, todas estas organizaciones difunden Ja relevancia que las ideas poseen para la vida piblica. Abordan los problemas més arduos que airontan nuestra sociedad, nuestro pais y el mundo en general, y les buscan soluciones. Por ello se las conoce como gabinetes estraté- sicos, los famosos think tanks*. Probablemente a Berlin se le ocurrieia algéin sarcasmo acerca de estos equipos (y de su apelativo}, cuando menos porque contemplaba con escepticismo la tipica presun- cin yangui de que existe una respuesta para cada pregun- tay una solucién para cada problema. Pese a ello, Berlin habria disfrutado realizando alguna visita esporddica a muestra sede en el n.° 1775 de Massachusetts Avenue. Se hhabria sentido en casa; no en vano, entre 1942 y 1946 él +. La Brookings Institution es una organizacin privada sn smo de luo dedicada ala investgaci6n, Ia educacion y la difusiGn de aspecros importants de la politica interior y exterior. Su objet- ‘vo primordial es apoztar datos sobre problemas politicos actuales 0 Jatentes, Salvo indicacion contraria, todas las notas on del editor.) * Think tanks, literalmente stanques de pensar. (N. deta T,) 14 La mentalidad sovittca mismo trabajé unos portales més al norte de esta misma calle, en el n.® 3100, en la embajada britdnica. Siendo como era un conversador prodigioso y exuberante, es pro- able que la cafeteria de la primera planta le hubiera pare- cido un espacio particularmente acogedor. Cada dia, entre las doce y las dos del mediodia, el lugar se abarrota de eru- ditos de la Brookings y otras personas de las distintas es- calas de los gabineres estratégicos, quienes se reiinen para ‘comprobat sobre el terreno sus tiltimas ideas a la hora del almuerzo, Habria sido divertido contar con sir Isaiah en- ‘tre nosotros, entre otras cosas porque para él la diversion era un ingrediente més de la vida (y también de la vida del pensamiento), y lo dispensaba y apreciaba en los demés. Su yerno, Peter Halban, recuerda cémo Berlin lo instruy6 en la versién rusa del juego de las pulgas. Le encantaban los juegos de palabras, contar historias y cotillear, Sus opi- niones acerca de la condicién humana acostumbraban a ser audaces y Berlin también habrfa pasado tiempo en la biblioteca de la tercera planta. Creia que las ideas, como las civiliza- ciones, los estados y los individuos, deben mucho a sus an- tepasados. Esas ideas perviven en los libros. Sola descri- birse no como filésofo, sino como historiador de las ideas. Se concebfa a sf mismo no tanto como promulgador de ideas nuevas cuanto como estudioso, eritico, condensador y relator de viejas ideas. Otorgaba suma importancia a la ‘eradicién, al andlisis de las pruebas empiricas, a la refle- xin sobre la obra realizada previamente por otcas perso~ nas y a la evaluacién de las repercusiones que ésta habia tenido en su propio tiempo y en el nuestro. Una cualidad que todo aque! que conocié a Berlin, ya fuera en persona 0 a través de sus eseritos, le atribuye es su imparcialidad. No s6lo respetaba la opinin de los de~ més, sino que también percibfa la complejidad de Ia reali- dad... y de la moralidad. «Pluralismo» era uno de los ra- 10s términos con ese sufijo que en su vocabulario tenia connotaciones positivas. Por lo general emplazaba los is- 15 ‘mos en algsin punto intermedio entre la sospecha y el ana- tema, Defendia la apertura de espirita y la tolerancia, atributos que en una comunidad, ya se trate de un sal6n de actos universitario, una reunién de ciudadanos o una nacién, alientan la pluralidad y divergencia de ideas en ‘cuanto @ lo que debe considerarse bueno, verdadero y co- recto. La tiltima vez que vi a Berlin fue en 1994, aproximada- mente dos afios antes de su muerte. Por aqtel entonces yo trabajaba como funcionario del Departamento de Estado yy habia acudido a impartir una conferencia en Oxford so- bre la difusién de la democracia como objetivo de la poli- tica exterior estadounidense. Me desconcertaba verlo desde cl atril alli sentado, en primera fila, con su toga, la mirada fija en mf y las cejas enarcadas. Cuando hube concluido, se me acereé y, tras dedicarme varios halagos, me ofreci su consejo preferido, pronunciado por alguien que, sos- pecho, no era su estadista favorito: Talleyrand. «Surtout pas trop de zéleo*, me recomendé. No tuve la sensacién de que me estuviera recriminando nada, més bien me hacia participe de lo que él consideraba una verdad desa- gradable sobre las acciones de Estados Unidos en su pric- tica toralidad, y en especial en el ambito de la politica ex- terior. Lo que Berlin denominaba «la inevitabilidad de los fi nes conflictivos» era la «tinica verdad que he descubierto por mf mismo»', «Algunos de los Grandes Bienes no pue- den vivir juntos. (...] Estamos predestinados a escoger, y cada eleccién puede entrafiar una pérdida irreparable*.» Es el Lipo de conclusién propia de su visién del pluralismo y del liberalismo. + Sobre todo, no excederse en el celo.r (N. de la 7) x, Carta a Jean Floud, 5 de julio de 1968, ctada en Michael Ig- nate, Isaiah Berlin: una vida, Mads, Taurus, 1999. 2. sla persecucion del ideal», en Isaiah Berlin, El fuste torcido de la humanided, Barcelona, Peninsula, 2002 16 ‘La mentalidad sovittica Asi pues, desde la perspectiva de Berlin, todo tema in- teresante es un dilema. Lo tinico peor que cometer un error es pensar que no puede cometerse, Berlin opinaba ‘que debiamos afrontar la inevitabilidad de las consecuen- cias indeseables y potencialmente peligrosas de nuestros ‘actos, aunque estuviéramos convencidos de que eran los correctos. De haberse detenido ahi en su hipétesis, Berlin nos ha- bria dejado a todos, incluidos a aquellos de nosotros que formabamos parte de los gabinetes estratégicos, en una es- pecie de cul-de-sac, un estado de pardlisis ética e intelec- tual, por no decir de indecisi6n cronica. Pero no lo hizo, Postulé que la dificultad de la eleccién no nos exime de la necesidad de elegir. Y con ello recono- ié que el dilema no puede esgrimirse como excusa para el error, la indecision o la inaccién. Hay que sopesar los pros y los contras y, sobre ello, tomar una decisién. Si nosotros no lo hacemos, otros lo hardn, y quienes lo ha- gan podrian actuar perfectamente amparéndose en un ismo pernicioso u otro. A fin de cuentas, la adopcién de decisiones, sobre todo de las més arduas, es, en opinion de Berlin, una parte esencial de «lo que significa ser hu- mano». ‘Quizé la cita més célebre relacionada con la visi6n que Berlin tenia del mundo y de la humanidad sea el titulo de su ensayo El erizo y la zorva. Esté extrafdo de un fragmen- to de un poema del griego Arquiloco: «La zorra sabe mu- chas cosas, en cambio el erizo sélo una e importante», Berlin aplicaba este dicho @ los grandes protagonistas de la historia, pero al hacerlo no alababa un animal y condena- ba al otro, Todo el mundo posee una combinacién de am- bos, si bien en distintas proporciones e interacciones. En este sentido, el proverbio no funcionarfa como un eslogan de la vida, lo cual es sumamente apropiado, puesto que Berlin no era amigo de esl6ganes y panaceas. Ahora bien, sf tenfa una gran idea propia, su propio erizo, y, como es légico, era una idea paradéjica: «Des- confia de las grandes ideas, sobre todo cuando recaen en manos de Ideres politicos» El anténimo del pluralismo es el monismo, que sostie- ne que existe una respuesta predominante a quiénes so- ‘mos, c6mo deberfamos comportarnos y c6mo deberiamos gobernar y ser gobernados. Lo aplican los mandamases cuando afirman estar en posesi6n del monopolio del bien, de la verdad y de la capacidad de erradicar todos los ma~ les. El monismo es el denominador comin de otros ismos que han ocasionado una destrucci6n colosal a lo largo de Ja historia, incluidos los dos toralitarismos del siglo xx. Uno de ellos se asocia con el nombre de Hitler; el otro con elde Stalin, a quien en la fotografia de la pagina 8 vemos sentado bajo un retcato de ese otro difusor de Ia «Gran Idea», Karl Marx. Stalin ocupa el trasfondo, y en ocasio- nes también el primer plano, de todos los ensayos de Ber- lin sobre la politica y 1a cultura soviéticas, incluidos los es- critos tras la muerte del tirano en 1953. Tras leer con detenimiento el manuscrito de este libro, George Kennan comenté: Siempre he tenido a Isaiah, con quien mantuve una relacién bastante estrecha durante mis varios petiodos de residencis, en Oxford, no sélo como la mas sobresaliente y destacada inteligencia critica de su tiempo, sino como un santo patrén entre los comentaristas de la realidad rusa, en particular de la escena politica y literaria, En términos étnicos, Berlin no era ruso, sino judio (una distinci6n de enorme relevancia en la sociedad rusa); tam- poco habia nacido propiamente en Rusia, sino en Riga, en los mérgenes del Imperio; tenfa s6lo once afios cuando su familia emige6 de Petrogrado a Inglaterra, donde residié el resto de su larga vida, y regres6 a Rusia tan s6lo en tres ‘ocasiones. Pese a ello, en muchos sentidos ‘ue un observa- dor extraordinariamente perspicaz. de ese pais. De nifio se habfa sumergido en las ediciones encuademadas en cuero cy La mentalidad soviética de Tolstéi, Turguéniey y Pushkin que albergaba la biblio- teca de su padre y habia escuchado a Chaliapin interpretar el papel de Boris Godunov en el Teatro Mariinski. Y, por supuesto, conservaba su lengua materna, que le daba acce- 80 a todas esas mentes soviéticas, presoviéticas, postsovié- ticas, insoviéticas y antisoviéticas que modelaron su pen- samiento y el texto que el lector esta a punto de leer. ‘A lo largo de toda su vida, mientras con la mente sur- caba los siglos y el mundo al completo, Berlin continué pensando, leyendo, escuchando, hablando y escribiendo sobre Rusia, tanto en cuanto cuna de una magnifica cul- tura como laboratorio de un experimento de monismo atroz. En sus cavilaciones sobre las repercusiones de tal expe- rimento, Berlin rebusaba la idea de la inevitabilidad hist6- tica, ante todo porque ésta era ya monista en si misma. En su lugar, creia en lo que podria denominarse el pluralismo de las posibilidades. Una posibilidad era que Rusia, anda- do el tiempo, acabara por zafarse de los grilletes de su pro- pia historia. Expuso esa creencia en x945, inmediatamen- te después de su primer encuentro con la poeta Anna Ajmatova, narrada en «Visita a Leningrado» y «Conver- saciones con Ajmétova y Pasternak, A su regreso desde Leningrado a la embajada briténica en Moscé, donde a la saz6n trabajaba, escribié un visionario comunicado para la Oficina de Asuntos Exteriores de Londres. En él expre- saba su esperanza en que la vitalidad y la magnificencia de la cultura rasa soportaran, y con el tiempo incluso supera- ran, lo que él denominaba los «errores garrafales, los ab- surdos, delitos y desastres» perpettados por «el despotis- mo més detestable»; en otras palabras, que lo mejor del dualismo en Rusia acabaria por vencer a lo peor. En su «Poema sin héroer, Ajmdtova describié a Berlin como «el invitado del futuro». Pero en la vida real entre los poderes de Berlin no figuraba el de la profecia. No es- peraba sobrevivir a la Unidn Soviética. En r952, en un en- sayo incluido en este volumen, avanzaba ya el concepto de Prétogo 19 cla dialéctica artificial», la ingeniosa flexibilidad téctica del Partido Comunista en bloque que, segin él crefa, ja~ més permitiria que el sistema deviniera «demasiado ren- queante o ineficaz», pero tampoco que se sobrecargara y volviera autodestructivo. Era la «original invencién del generalisimo Stalin, su mayor contribucién al arte del go- bierno» y parte del manval de supervivencia de la tirania. Y Berlin temfa que funcionara: Por ello, mientras los dirigentes de la Unién Soviética sigan dominando la maquinaria del Gobierno y continien estan- do pertinentemente informados por la polica secreta, pare- ee poco probable que se produzce una implosin o siquiera una atrofia de la voluntad y el intelecto de dichos gobernan- tes como consecuencia de los efectos desmoralizantes del despotismo y la manipulacién sin escripulos de otros seres humanos. [...] Por muy acuciada por las dificultades y los peligros que esta maquinaria se encuentre, su éxito y eapa- idad de supervivencia no deben subestimarse. Su futuro puede ser incierto, incluso precatios puede cometer errores gatrafales y naufragar o cambiar de rumbo de manera gra- dual y cataste6fica, pero hasta que no cuaje una mejor na- turaleza entre los hombres, no esté necesariamente conde- nada al fracaso. Seguramente habré quien en este jticio halle indicios de que Berlin no supo interpretar las sefiales que habia es- critas en el muro, 0 al menos no con tanta anticipacién como Kennan, quien en 1947 habia percibido ya en la ‘URSS «tendencias que finalmente resultarian en la desinte~ gracién o suavizacién paulatina del poder soviéticon” 1. «The Sources of Soviet Conduct», Foreign Affairs 25, .° 4 {julio de 1047), pp. 366-582, en a p. 582. El aniculo se publico ajo el seudnimo «Xs, en lo que el editor describ a Belin como nuestra serie habitual de artculos enénimos firmados con una simple nical» (véanse pp. 46-47) 20 La mentalided coviétca Pero posiblemente haya una interpretacién mas correc- ta. ¥ es que el aspecto de ese muro era mucho més s6lido que nada de lo que durante el iltimo afio de mandato de Stalin se inscribiera en él. Ademés, «no esta necesariamen- te condenada» tal vez no fuera un diagndstico de enferme- dad terminal, pero tampoco era en ningtin caso un certi- ficado de buena salud. Y por siltimo, y tal vez lo més pertinente, Berlin no crefa en la certeza y mucho menos, parafraseando a Yogi Berra, en la certeza sobre el futuro. Entrevisté a Berlin en el verano de 1968, justo después de que los tanques soviéticos entraran en Checoslovaquia y aplastaran la Primavera de Praga. Me explicé a una ve- locidad de vértigo, de un modo barroco y erudito, pero con enorme claridad, que esa invasion demostraba la de- bilidad de un régimen que dependia sobremanera de la fuerza bruta y que ello revelaba la «decrepitud» del siste- ma soviético y de su ideologia. No obstante, Berlin, como yo mismo y précticamente todos mis conocidos, prevefa que el sistema se mantendria largo tiempo. A mediados de la década de 1980, Margaret ‘Thatcher taché a Berlin de pesimista cuando éste insinué aque haria falta una guerra para impulsar lo que hoy se de- nominaria «un cambio de régimen» en Moscé. Incluso en el «aiio de los milagros», 1989, cuando el Maro cayé (literalmente y en sentido figurado), mientras otros anticiparon un nuevo orden mundial, Berlin se abs- tuvo de anunciar el final de nada. En «La supervivencia de 1a inteliguéntsia rasa» aclama a los rusos por su papel en la revolucién pacifica que a la sazén se extendia por todo el bloque soviético. Son, segiin sus palabras, «un gran pueblo, ‘con una capacidad creativa inmensa, y una ver. sean libres, nadie sabe qué aportaran al mundo» Ahora bien, incluso en medio de lo que él describe como su «asombro, euforia y felicidad» por los aconteci- mientos registrados en Europa central, recuerda el comen- tario de madame Bonaparte cuando se congratulaba por ser madre de un emperador, tres reyes y una reina: «Oui, pourvu que ca dures*, Berlin se hace eco de esa precau- cién al final de su ensayo, que concluye como sigue: «Siempre es posible una nueva barbarie, peco en el presen- te no parece que se perfile ninguna en el horizonte. Al fin yal cabo, que los males pueden superarse y que el fin de la esclavitud esta en camino son cosas de las que el ser huma: no puede sentirse razonablemente orgulloso». Berlin crefa que la historia, incluida la historia de las ideas, se encuentra «en progreso» constante. En los mo- ‘mentos en que parece encauzado en una buena diecci6n, el progreso puede reconocerse ¢ incluso celebrarse, pero sin desplegar un celo o una certeza excesivos. Este libro, como précticamente todo Io que lleva el sello Brookings, es fruto de una colaboracién, Junto con Bob Faherty, director de Brookings Press, deseo manifestar mi gratitud a Henry Hardy, del Wolfson College de Oxford, por corregir los ensayos, las conferencias 7 otros escritos de Isaiah Berlin publicados en estas pginas. Henry aco- meti6 esta labor con un savoir faire y un esmero idénticos a los consagrados @ las catorce recopilaciones anteriores de la obra de Berlin, incluidos cinco posteriores a su dece- soen 1997. Me sumo a Henry para manifestar nuestra gratiud a ‘Aline Berlin por el apoyo brindado a lo largo de este pro- yyecto y por contribuir, junto con Peter Halban, a debatir ‘el manuscrito en una mesa redonda celebrada el 7 de julio de 2003 bajo los auspicios del St. Antony’s College, un acontecimiento que fue posible gracias a la amabilidad del rector, sir Marrack Goulding, y de Polly Friedhoff, la rela- cciones piblicas y encargada de desarrollo de fa instituci6n. Dicha sesién aplegé a eruditos, colegas y amistades de Berlin que compartieron con nosotros sus recuerdos per- sonales y el conocimiento de su obra. Los otros partici- * Sf, ojald dures» (N. de la T.) ae La mentalidad soviétca antes fueron: sir Rodric Braithwaite, el catedrético Ar- chie Brown, el catedrético Cao Yigiang, Larissa Haskell, Camilla Hornby, el catedrético Peter Oppenheimer, el doctor Alex Pravda, Helen Rappaport, el catedrético Robert Service, Brooke Shearer, el doctor Harry Shukman y Pat Utechin, Stross TALBOTT Prefacio Posefa una mirada inteligente, pero también cruel, y todo su serblanterefljaba la expresién de un fanstico aque firmaba sentencias de muerte sin pestaiear. Sulema ‘en Ia vida era «E! fin justifica los MEDIOS». Nada lo detenta de llevar a cabo sus planes. Isatatt BERLIN, «EE fin justifica los medios» (r921)* Hace tiempo que sé que este libro debfa ver la luz. Los es- critos diseminados de Isaiah Berlin sobre la politica y la cultura rusas bajo la era soviética tienen enjandia tanto en calidad como en cantidad, y ademés son tinicos en su es- pecie. En ry91, tras la exitosa publicacién de Bl fuste torcido de la bumanidad y en respuesta al desmoronamiento de! comunismo en Rusia y la Europa del Este, le insinué a Ber- lin que era el momento idéneo para publicar una recopila- cin de sus ensayos sobre la Unién Soviética, pero él ob- jet a mi sugerencia que la mayoria de los aspectos que abordaba en ellos eran aislados y superficiales y en cierto sentido estaban obsoletos. Volvi al ataque, esgrimiendo ‘mis argumentos a favor de mi propuesta. Y él me contest6 cn los siguientes términos: x. Ensu libro Dos conceptos de libertad y otros escritos el fin jus- tifea los medios, mi trayectora intelectual, Madrid, Alianza, 2008, 24 La mentalided soviética No conviene. Entiendo que todo lo que dices es perfecta- mente sensato, pero no es el momento oportuno, incluso aunque estos textos deban publicarse.[..] Cteo que en el presente, ahora que la Unién Soviética se ha desintegrado, afiadir obras que bailan sobre su tumba seria inapropiado (de hecho, ya se esté haciendo, y con exceso). No se requie~ zen més medios para demostrat la inadecuacién del marx mo, él comunismo, la organizacién sovitica, las eausas del liltimo golpe de Estado, la revolucién, etc. Y opino que, si tienen algin valor, cosa que, como bien sabes, dudo sincera- ‘mente, sera mucho més pertinente publicar estos ensayos en el plazo de diez 0 quince afios, quiz4 tras mi muerte, a modo dereflexiones interesantes, en el mejor de los casos, de c6mo percibiamos la coyuntura observadores como yo mismo en las décadas de 1950, 1960, x970, etc. Créeme, sengo ra26n, ‘Transcurrida mas de una década, y unos seis afios des- pués de la muerte de Berlin, parece oportuno dejar al mar- gen estas dudas, sobre todo si tenemos en cuenta que la evolucién de la antigua Unidn Soviética no ha seguido la sen- da rapida hacia la democracia liberal occidental que tan- tos (con la salvedad de Berlin) se precipitaron a augurar. Es bien sabido que buena parte de la mentalidad soviética ha sobrevivido al régimen que la engendré. En cuanto a las dudas de Berlin acerca del valor de su obra, y en particular de su valor permanente, estoy acostumbrado a descartar- las sin el menor cargo de conciencia, ¥ opino que su mo- desta frase «observadores como yo mismo» resta impor- tancia a la unicidad de su vision personal. La causa de que el proyecto salga a la luz en la presen te coyuntura cabe buscarla en la acertada sugerencia de mi amigo Strobe Talbott de que los articulos recopilados po- dian ser objeto de un seminario sobre la contribucién de Berlin a los estudios soviéticos y publicarse bajo el sello de la Brookings Institution Press, El prélogo de Strobe ubica per- fectamente el contenido del libro en el contexto de la obra global de Berlin Prefacio as ‘Todas las notas al pie de fos ensayos se han afiadido en la fase editorial, salvo aquellas en las que se anexan las si- las «N.del A» que pertenecen a Isaiah Berlin. A continua- ci6n se incluyen algunos comentarios complementarios acerca de las circunstancias que rodearon la escritura de Jos ensayos recogidos en este volumen, Las letras y el arte en la Rusia de Stalin En otofio de x945, Berlin, a la saz6n funcionario del Mi- nisterio de Exteriores briténico, visite la Unién Soviética por primera vez desde que emigrara en 1920, a la edad de once affos. Fue durante esa visita cuando tuvo lugar su cé Iebre encuentro con Anna Ajmétova y Boris Pasternak. Sin embargo, no glosé sus recuerdos de aquellas reuniones hasta treinta y cinco afios después" Con todo, en aquella época redacté dos informes ofi- ciales. Concluida su misién escribié tun memorandum par- ticularmente extenso sobre la situacién general de la cultu- ra usa, al cual otorg6, como era su costumbre, un titulo sin pretensiones: «Nota sobre la literatura y las artes en la Repiiblica Socialista Soviética Federada de Rusia en los &l- ‘timos meses de 1945». ‘También subestim6 el alcance de su informe. Adjunté una copia del mismo a una carta fechada el 23 de marzo de 1946 y remitida a Averell Harriman, el embajador esta- dounidense en la URSS, en la que lo felicitaba por su nom- bramiento como embajador en Gran Bretaia, En aquella carta, redactada desde la embajada briténica en Washing- ton, Berlin comentaba a Harriman: Incluyo un informe extenso y pobremente escrito sobre la literatura rusa, ete. que Frank Roberts’ me ha indicado que +. Este volumen incluye una versién abreviada de esas informes. 22. Ministro briténico en Mosed La mentelidad soviétca le remit. Dudo que contenga nada nuevo o interesante; aqui s6lo lo ha leido Jock Balfour", y sospecho que en el Mi- nisterio de Exteriores nadie lo hard. Es confidencial inica- mente por las archiconocidas repercusiones para las posi- bles fuentes de informacién que contiene, en caso de que alguna vez «éstas» tuvieran conocimiento de su existencia. Le agradecerfa enormemente que me lo devolviera a través de la saca de correo del Ministerio de Exteriores dirigida al New College de Oxford, en euyos sombrios recovecos re- cordaré con nostalgia, pero sin arrepentimiento, un mundo que tal vez deberia olvidar para siempre. E] modesto informe que Berlin envié en este despacho es, légicamente, harto engafioso. Tal como Michael Igna- tieff escribe en su biografia de Berlin: EI humilde titulo del informe traicionaba sus ambiciones: ra ni mas ni menos que una historia de la cultura rusa du- zante a primera mitad del siglo 20, una crénica de la aci ga generacién de Ajmétova. Probablemente fuera el primer informe occidental de la guerra de Stalin contra la cultura rusa. Cada pagina recogia pistas de lo que la poeta, ademas de Chukovski y Pasternak, le habfa narrado acerca de sus experiencias durante los aos de persecucién*. Visita a Leningrado El otro articulo escrito simulténeamente a los aconteci- micntos de 19.45 3 un relato mas personal de la histérica visita que realiz6 a Leningrado entre el 13 y el 20 de no- viembre, menos de dos afios después del levantamiento det sitio alemén, Berlin resta importancia ¢ incluso falsea de manera deliberada el encuentro que mantuvo con Ajmato- 1. Ministro briinico en Washington 2. Michael Ignatieff, op. cit. (p. £5, 9. 1 p. 255) Prefacio 27 va (probablemente} la noche det r5 al x6 de noviembre. En cambio, en una carta dirigida a Frank Roberts, el Chargé d’Affaires briténico en Moscd, en la cual le agra- dece su hospitalidad, afirma que, en la segunda visita que efectud a Ajmatova al final de su estancia, cuando se dis- ponfa ya a abandonar la Unién Soviética, ella le «dedic6 tun poema nuevo sobre nuestras conversaciones a media- noche, que es lo més emocionante que me ha ocurrido Un gran escritor uso El 28 de enero de 1998, la embajada britinica en Wash- ington dedie6 a Isaiah Berlin una conferencie titulada «Un recuerdo americano». Entre quienes lo homenajearon fi- guraba Robert Silvers’, coeditor del The New York Review of Books y amigo personal de Berlin desde hacia mas de treinta afios. En su discurso hablé de las circunstancias bajo las cuales se escribi6 el siguiente ensayo, asf como de su propia reaccién a las palabras de Berlin: Esta es Ia prosa de un narrador nato, aspacto que consi- dero esencial para entender la inmensa variedad de la obra de Isaiah. Asi lo pensé especialmente fen otofio de 1965], durante una estancia de éste en Nueva York que coincidi6 con la publicacién de a obra del poets ruso Osip Man- delshtam., Isaiah accedi6 a escribir una critica sobre ella. Los dias pasaban y me comunicé su partida inminente. Acordamos que acudiria a las oficinas del Keview una no- 1, Carta del 20 de febrero de 1946. Fl poema es el segundo del ciclo Cingue. 2. El homenaje aparece publicado bajo el titulo «Writing on Berlin» en The Isaizh Berlin Virtual Library (en lo sucesivo TBVL), Ja pigina web oficial de The Isaiah Berlin Literary Trust, beeps berlin.swolf ox.ac.ck/ 28 La mentalidad soviética Prefacio 29 che después de cenar y que me dictarfa el bortador de la resefia que acababa de finalizar. Mientras me dedicaba a mecanografiatlo caf en la cuenta de que Berlin era un apa- sionado de la poesia rusa de este siglo, la cual conocia al detalle.[..] Cuando concluyé y emergimos a la calle Cin- cuenta y siete, por donde transitaban unos enormes ca- miones de basura negros que causaban un gran estruendo, ‘ech un vistazo a su reloj y exclamé: «)Son las tres de la madrugada! (Mandelshtam! ;Quién sabe dénde andaré ahorals Conversaciones con Ajmatoya y Pasternak El célebre ensayo de Berlin «Reuniones con escritores ru- sos en 1945 y 1956» se publicé en su versi6n integra en el afio x980 en su Inspresiones personales. La clarividencia de su narracién es tal y del tal calado para el tema que nos ‘ocupa que he hecho una excepcién a mi préctica habitual de no publicar el mismo ensayo en ms de una recopilacion y me he decidido a incluir su versiOn abreviada, apareci- da en The Proper Study of Mankind. Ademés, el presente volumen difiere de mis anteriores antologias de la obra de Berlin por tratarse de un compendio de sus mejores ensa- yos, extraidos de todos los demis libros, y éste es el tnico ensayo que contiene que atin no se habia publicado (en esta forma) en ninguna otra coleccién. Desde su visita a Leningrado en 1945, Berlin tenia in- tencién de narrar las experiencias alli vividas. En r980, mientras su Impresiones personales se hallaba en fase de preparacién, se volcé al fin en esta largamente pospues- ta obra de amor, en respuesta a una invitacién del Wad- ham College, Oxford, para impartir la (iltima) conferen- cia Bowra. El texto que escribi6 era demasiado extenso para una charla de una hora de duracién, de manera que lo abrevid. El resultado es la versi6n aqui incluida, con Ja adicién de algin fragmento de material recuperado de Ja versi6n integea aparecida en The New York Review of Books. Boris Pasternak Es probable que esta critica se redactara en 1958. En sep- tiembre de ese mismo aiio se publicé en Inglaterra Doctor Zhivago y en octubre Pasternak gané el Nobel de Litera- tura. Berlin se habia opuesto férteamente a la candidatura de Pasternak, alegando que, si se le concedia tal galardén, sus problemas con las autoridades soviéticas serian atin mayores de los que su novela le habfa ya reportado. En efecto, Pasternak rechaz6 formalmente el premio, bajo tuna coaccién considerable. Anciano y enfermo, no tenfa la fortaleza ni la voluntad de enfrentarse a las autoridades soviéticas y le preocupaban los riesgos que aceptarlo en- trafiaria para su medio de vida {y el de su amante, Olga Ivinskaya); ademés, de haber abandonado la Unién Sovié- tica para acudir a recoger el galard6n, jamés se le habria permitido regresar a ella El hecho de que este ensayo se escribiera es en sf bas- tante sorprendente. Berlin habfa prometido con anteriori- dad al Manchester Guardian un articulo relacionado con la publicacién de Doctor Zhivago, pero luego «con todo el revuelo causado por el premio Nobel les dije que prefe- ria esperars', Es probable que también le solicitaran que escribiera algo con fines promocionales tras el anuncio del fallo de Ia Academia sueca. En cualquier caso, el tex- to estaba ya esbozado, pero si existi6 una version impre- sa, yo no he sido capaz de localizarla; tal vez se utilizara como borrador en lugar de imprimirse palabra por pala- bra. Cuando encontré por casualidad el texto mecanogra~ fiado, le ensefié una versi6n revisada a Berlin, quien la ley6 con detenimiento y rellené unas cuantas omisiones. x. Carta envi a David Astor ef 27 de octubre de 1958. 3e La mentalidad eoviética Prefacio at Ni siquiera 61 recordaba las circunstancias en las que lo redact6. Lo que se publicé a finales de 1958 fue la critica que Berlin realizé de Doctor Zhivago en su seleccién de «Li- bros del afio» para el Sunday Times: Doctor Zhivago, por Boris Pasternak, es a mi parecer una ‘obra genial y su publicacién constituye un acontecimiento literatio y moral sin parangén en nuestros dias. Las circuns- tancias extraordinarias en las que este libro se publicé en Italia y, en particular, su mala utilizaciOn, burda y denigran- te, con fines propagandisticos a ambos lados del Telon de Acero podria desviar la atencién del hecho trascendental de que se trata de una obra maestra poética magnifica, incri- ten la tradici6n central de la literatura rusa, quizé la Gltima en su género, a un tiempo creacién de un mundo natural y tuna sociedad de individuos anclados en la historia y la mora- lidad de su época, y confesiOn personal de una clatidad, no- bleza y profundidad sobrecogedoras. ‘Algunos criticos han tendido a atribuir el éxito excep- ional de esta novela a la curiosidad o al escéndalo que ro- dearon su publicacién. No veo motivo para secundar esta ‘opinidn. Su tematica principal es universal y cercana a las ‘vidas de la mayoria de las personas: la vida, la decadencia y la muerte de un hombre que, como los protagonistas de ‘Turguéniev, Tolstsi y Chéjoy, vive en los margenes de la so- ciedad, se ve arrastrado por la evolucidn y el destino de ésta ese a no identificarse con ella, y aun asi conserva su huma- nidad, su vida interior y su idea de la verdad bajo el manto de los acontecimientos violentos que pulverizan la sociedad {que lo rodea y embrutecen o destruyen en grandes ntimeros las vidas de otros seres humanos, Como en su poesia, Pasternak demuele las barreras que separan al hombre de la naturaleza, la vida animada de la inanimadas sus imégenes suelen ser metafisicas y religiosas; sin embargo, cualquier conato de clasificar sus ideas, 0 las de los personajes de la novela, sobre todo las sociales o psi- col6gicas, y adaptarlas para respaldar una filosofia o teolo- aa concretas, sera absurdo frente ala globalidad acapara- dora de su vision de la vida, EI autor narra esta concepcién global desplegando su don para la escritura evocadora, a un tiempo lirica e ir6ni a, descaradamente profética y rebosante de nostalgia del pasado raso, un don que yo considero tinice y de una fuer- 1a descriptiva sin rival en la actualidad. Es un libro irregular: su principio es confuso, el simbo- lismo resulta en ocasiones oscuro y el final es desconcertan- te. Los maravillosos poemas con los que concluye trans ten muy poco en inglés. Pero, en su conjunto, nos hallamos ante una de las mejores obras de nuestro tiempo". Berlin retomé Doctor Zhivago en 1995, cuando el mis- mo diario le solicité que escogiera un libro para su columna titulads «On the Shelf»*, Puesto que esta segunda critica amplia de manera significativa la publicada en «Conversa- ciones con Ajmétova y Pasternak», he tenido a bien repro- ducitla a renglén seguido: Un libro que me caus6 una profunda impresién y cuya me- ‘moria sigue conmoviéndome es Doctor Zhivago, de Boris Pasternak. Ea x956 me encontraba en Moscii con mi espo- sa, instalados en la embajada briténica, (Habia conocido a Pasternak durante mi servicio en dicha embajada en 1945, habia entablado amistad con él y desce entonces nos vefa- ‘mos con cierta asiduidad.) Acudi a visitarlo a la poblacién de escritores de Peredélkino, y entre las primeras cosas que me explied fue que hubia aculudu su novela (de la cual yo habia lefdo un capitulo en 7945) y que ésta conformaria su testamento, mucho més que ninguno de sus escritos ante- riores (algunos de los cuales eran obras de una genialidad incuestionable por mucho que él aludiera a ellos con des- 1, Sunday Times, 2x de diciembre de 1958, p. 6. © in la estanteria.» (N. de la T) 3 La mevtalidad soviética dén). Me comunic6 que habia enviado el manuscrito origi- nal de la novela el dia antes al editor italiano Feltrinelli, puesto que le habia quedado claro que no podria publicar- Ja en la Unién Soviética. Me entregs una copia de dicho ‘manuscrito. Pasé toda la noche en la cama leyéndolo y lo acabé a siltima hora de la mafiana. Me conmovié sobrema- nera, creo que més de lo que jams, ni antes ni después, lo hha hecho ningin libro, salvo tal vez. Guerra y paz (cuya lec- tura me llevé mas de una noche). ‘Ya entonces fui consciente de que, en tanto que novela, Doctor Zbivago era imperfecta: la historia no ests debida- mente estcucturada y contiene detalles vividos y agudos, pero también otros artficiales ¢ irrelevantes, en ocasiones redactados burdamente a la carrera. En cambio, la descrip- cién de cémo el pueblo acogié la Revolucién de Febrero es soberbia; yo me encontraba entonces en Petrogrado, tenia siete aBios de edad y recuerdo las reacciones de mis tias y primos, de las amistades de mis padres y de muchas otras personas, y Pasternak supo reflejarias con una genialidad descriptiva incomparable, Los patéticos esfuerzos de los moderados y liberales estén relatados con compasién ¢ iro- nia, La fuerza elemental y apabullante, tal como él la veia, de la toma del poder bolchevique esta narrada con un rea- lismo que supera todo lo que yo haya leido. Sin embargo, lo que mayor impresién me caus6, y nunca ha dejado de hacerlo, es la descripcién del héroe y la heroi- 1a, rodeados por los lobos aulladores en su casita siberiana sepultada bajo la nieve, una descripcién practicamente sin pacangén. Bl amor es el ema de infinidad de novelas. Pero la ma yoria de los grandes novelistas franceses acosturbran a tra- tarel encaprichamiento, un juego pasajero y a menudo con- tradictorio entre un hombre y una mujer. En la literatura usa, en Pushkin y Lérmontoy, el amor es un estallido ro- ‘méntico; en Dostoyevski, el amor es tormento y esta entre- tejido con sentimientos religiosos y de indole psicol6gica En Turguéniev, es una descripcién melancélica del amor pa- Prefacio 33 ssado que desemboca tristemente en fracaso y dolor. En la li- ‘eratura inglesa, en Austen, Dickens, Geoxge Eliot, Thack- ceray, Henry James, Hardy, D, H, Lawrence e incluso Emily Bronté, hay una bisqueda, an ankelo, un deseo satisfecho 0 frustrado, la tristeza de un amor infeliz, los celos posesivos, el amor hacia Dios, la naturaleza, las posesiones, la familia, Ia compafifa afectuosa, la devocién y el hechizo de vivir fe- lices y comer perdices. Pero el amor corzespondido, apasio- nado, sobrecogedor, absorbente y transformador, el olvido del mundo, el desvanecimiento, ese amor casi se da en Anna Karenina de Tolst6i {pero no en Guerra y pas y sus otras ‘obras maestras) y Iuego, al menos segiin mi experiencia, tinicamente en Doctor Zhivago. Esta novela capta la autén- tica experiencia del amor, a vivencia de quienes han estado verdaderamente enamorados, una vivencia que desde Shake~ speare nadie habia expresado de una manera tan completa, vivida, escrupalosa y directa, Me conmovié profundamente y, cuando al dia siguiente acudi a visitar al poeta, su esposa me rog6 que lo disuadie- 1a de publicar la novela en ef extranjero por temor a las re- presalias contra ella y sus hijos. Pasternak monté en célera y replicé que no me habia pedido opinién sobre qué hacer ‘ono hacer, que habia consultado a sus hijos vestaban pre- parados para lo peor. Me diseulpé. ¥ ahi acabé todo. La trayectoria posterior de la novela es conocida: incluso la pe- licula hollywoodiense transmitia parte de ella. Esta lectura ime acompaiiari hasta el final de mis dias. La novela es una descripci6n de una experiencia total, no de fregmentos 0 a5- pectos: gde qué otra obra de ficcién escrita en el siglo xx puede afismaise lo mismo"? 1. Sunday Times, 7 de noviembre de 1995, secci6n 7 («Li boos) p. 9. Existen ottas publicaciones més breves de cricas de Berlina Pasternak, entee elas: «The Energy of Pasternak, una re~ vision de Selected Writings de Pasternak aparecia en Partisan Review x7 (3950), pp. 748-7545 y feedtada en Victor Erlich (ed), ei La mentalidad soviétca El porqué del aislamiento voluntario de la Unién Soviética Transcurrido un mes de su regreso a Estados Unidos a principios de abril de 1946 y cumplida su misi6n en época de guerra, Berlin fue invitado a impartir una conferencia sobre el «aislamiento soviético» en el Royal Institute of In- temational Affairs en la Chatham House de Londres. Qui- so asegurarse muy bien de la composicién de su pitblico y de la confidencialidad de los procedimientos y pronuncié la charla el 27 de junio, bajo el titulo que encabeza este apartado, Este fragmento recoge su ponencia tal como se refleja en las actas de la reuni6n, si bien corregido para su inclusién en este volumen. He omitido los comentarios in- troductorios del presidente, sir Harry Haig, y el turno de preguntas, que pueden consultarse en la pégina web ofi- cial de Isaiah Berlin, bajo el epigrafe «Unpublished Work» («Obras inéditas»). Las actas originales se redactaron en tercera persona y en discurso indirecto. Para su inclusién en este volumen las he convertido a discurso directo en aras de hacerlo mas legible, si bien el resultado no deberia interpretarse como una transcripcién literal de las opinio- nes de Berlin. La dialéctica artificial Lo mejor para narrar la historia de los articulos del For- ‘ign Affairs publicados en estas paginas es recuttir a citas tomadas de las entretenidas cartas que el propio Berlin en- vvi6 al editor de dicho diario, Hamilton Fish Armstrong, a Pasternak A Collection of Gritical Essays (Englewood Cliffs, Nue- va Jersey, 1978); ademas existe una carta de Pasternak escrita en respuesta a un articulo de Gabriel Josipoviei en el Times Literary Supplement, 16-22 de febrero de 1990, 9. 17%. Prefacio 35 quien Jos lectores de Berlin hemos de estar sumamente agradecidos por la perseverancia que durante més de dos décadas despleg6 para extraer textos a este autor reticen- te, Lo consiguié en cuatro ocasiones, dos de las cuales se incluyen a continuacién. La estela que conduce hasta «La dialéctica artificial» arranca el 29 de junio de r95r, cuando Armstrong presi na a Berlin para que le redacte un nuevo articulo, a raiz de la enorme aclamaci6n con que la critica recibi6 un aifo an- tes «Ideas politicas en el siglo x». Berlin le responde que, de hecho, tiene ya escrito un «texto» que podria servir para tal fin y explica la génesis del mismo en una carta fe- chada el x6 de agosto de 95x: Las circunstancias som las siguientes: hace meses, meses y més meses, [Max] Ascoli me escribié, no una sino repeti- das veces, reprochéndome que escribiera para usted, para AN. Y. Times y para el Atlantic Monthly, peronunca para él. Debo confesar que no tengo en alta consideracién su Re- Porter, pero siento un gran aprecio personal hacia él. Co- ‘moguiera que fuera, presionado de este medo, me senté, redacté un articulo y se lo envié, explicéndole que tal vez fuera demasiado extenso para él, pero que, ental caso, pre- feritia que lo rechazara y no se publicara nunca a que se re- cortara o editara (habia criticado el texto que publiqué en Foreign Affairs por ser excesivamente largo 7 estar repleto de tépicos que podian haberse suprimido, etc). Su respues- ta fue laudatoria. Me envié un pavo por Navidad, luego cay6 enfermo y después se produjo un largo silencio. (Aun- que me avergitence decirlo) aproveché dicho silencio para cescribirle (sin ser del todo sincero) soliciténdole que me de- volviera el articulo, pues deseaba alargarlo un poco més, cosa que, sin duda, lo haria atin menos adecuado para su publicacién. Le agregué una o dos frases a boligrafo (véasc el manuscrito adjunto), Me solicité que le reintegrara el ar- ticulo en octubre, Pero entonces resolvi que de ninguna m: nera lo harfa. No me apetece publicar en el Reporter; mi 36 La memlidad soviétea obligacién hacia Ascoli ha quedado saldada y prefiero que sea usted oel N.Y.T. quien publique mi texto 0, en su defec- to, que quede inédito. Después de haber tenido el articulo en su mesa durante tres o cuatro meses (pese a asegurarme que su publicaci6n estaba prevista para agosto), Ascoli no estd en posicién de reclamarme nada. ] segundo punto es algo més peliagudo: puesto que ten- go (espero que todavia) parientes en la URSS y he visitado @ littérateurs inocentes alli, siempre he seguido la politica de no publicar nada sobre la Unin Sov. con mi nombre real, ‘ya que ello podria acarrear temibles represalias a mis con- tactos. No considero necesario extenderme en este punto. Si he de publicar algo sobre el Tio Joe [Stalin], debe ser (a) de ‘manera anénima o bajo un seudénimo y (b) la identidad del autor debe quedar de verdad en el nds estricto de los secte- tos, y no como ocurrié en el caso de George Kennan, que lo fue s6lo nominalmente. Inventé el nombre de John O. Utis para «La dialéctica artificial». OUTIS significa «nadie» en Briegos sin duda recordard alggin que otro ingenioso juego de palabras con este térinino en la Odisea, donde Ulises en- gaiia al ciclope sirviéndose de él. Ademés, también suena vagamente al nombre que podria tener un refugiado lituano ‘© incluso checo 0 esloveno, de modo que seria factible para un articulo de esta indole. Es posible que Ascoli y algdn me- canégrafo anénimo conozcan este secreto. Pero nadie més; y estoy convencido de que él lo guardaré con celo en su corazén, sean cuales sean sus sentimientos sobre dénde y cémo vea Ia luz al fin este articulo, 2Se publican en su dia- rio articulos andnimos? De no ser asi, lo entenderia perfec- tamente; sin embargo, presto que hay vidas que depencien de ello, preferitia olvidarme de él antes de comprometerlas, No me queda alternativa. Sélo existe otra persona més a quien le he mostrado el texto: Nicholas Nabokov, quien me suplicé que se lo facilitara para sus Preuves, una institu- ci6n parisina antisoviética, En caso de que a usted le intere- sara publicarlo, le agradeceria que me concedieca el permi- so para, tras su publicacién en Estados Unidos, traducirlo Prefacio 7 al alemén (The Monat), el francés, etc. Como es légico, nunca lo leeré en vor alta a nadie: mi autoria debe perma- necer en el més absoluto secreto, pero permitiria a Nabo- koy guardar una copia, puesto que él ha dado su palabra de no publicarlo en ningén sitio (hasta que usted nos dé una respuesta) y usarlo simplemente en un debate informal a modo de earta de una fuente desconocida en le que se exbo- zzan algunas ideas vagas. Mis disculpas de antemano por to- do este embrollo (por lo enredado de la sivuacién), por todo recital sobre el pasado, ete. Espero que le guste, pero, ‘como bien sabe, yo carezco de opinién sobre nada de lo que cscribo, y si prefiere prescindir del texto, le ruego que olvi- de esta carta, Armstrong responde el 30 de agosto. En su opinién, los lectores «verdn a través del disfraz», pero accede a publi- car el articulo de manera andnima. Poco después, un cole- galee el arciculo y opina que su estilo es complicado y sus . Profacio B ue la perspectiva de agitacién social y revuelta 0 algo por el estilo cuando M. Stalin (espero que conserve usted [a ‘, segiin la expresién empleada por un joven ruso en una estaci6n ferroviaria, donde no se sentia obser- vado). A pesar de ello, atin es posible encontrar a algunos de ellos en las universidades o entre los traductores de len- guas extranjeras y libretistas del ballet (de los que existe una gran demanda), pero es dificil aventurar si por sf solos podrén dar continuidad a la vigorosa vida intelectual que tanta relevancia tenia, par ejemplo, para Trotski y Luna- charski y por la que sus sucesores parecen preocuparse tan, poco. Los intelectuales de mayor edad, cuando hablan con franqueza, no se andan con tapujos con respecto al am- biente en el que viven inmersos; la mayoria siguen pertene- ciendo a la clase que se conoce como «los atemorizados», es decir: a aquellos que no se han recuperado por comple to de la pesadilla de las grandes purgas, si bien algunos dan signos de estar volviendo a emerger a la luz del dia. Sefialan que el control oficial, por mucho que no acometa ccazas de brujas con la fiereza de antafi, es tan absoluto en todas las esferas del arte y la vida, y la precauci6n ejercida por los timidos y en gran parte ignorantes burécratas que controlan el arte y la literatura tan extrema, que todo lo nuevo y original engendrado por Ia juventud tiende natu- ralmente a encauzarse por canales no artisticos, como las ciencias naturales o las disciplinas tecnol6gicas, donde so- plan los vientos del progreso y el miedo a lo inusitado es En lo tocante a las demés artes, la pintura rusa nunca hha dado mucho de qué hablar; y la que se expone en la ac- tualidad parece haber cafdo por debajo de los estandares mis bajos del naturalismo y el impresionismo rusos de- cimonénicos, que al menos poseian el mérito de ilustrar la vida, los conflictos sociales y politicos y los ideales de la época. Por lo que concierne a la modernidad pre y pos volucionaria que los sucedié y que florecié durante el pi mer periodo sovitico, no queda de ella ni rastro, al menos que yo haya podido encontrar. a situaci6n de la miisica no es muy distinta. Aparte de los complejos casos de Prokéfiev y Shosakévich (la pre- sién politica sobre el (imo no parece haber mejorado el estilo de su obra, aunque podria existir un encendido de- sacnerdo en este sentido, pues atin es joven), de nuevo o es en gran medida una reproducci6n académica e insulsa del tradicional modelo xeslavor 0 «dulce» de Chaikovs! Rajmdninoy, hoy tratado con mucha liviandad (como en el caso del increiblemente fértil Miaskovski y el académi co Glier), o ha sucumbido a una explotaci6n animada, su- perficial, esporddicamente habilidosa y en ocasiones inclu- so entretenida y brillante de la cancién popular de las repéblicas consticuyentes de la URSS siguiendo las lineas més simples, tal vez, por usar el rasero més bajo, con la idea en mente de que puedan interpretarlas orquestas de balalaicas. Incluso compositores moderadamente compe- 84 La mentalidad soviétca tentes como Shebalin y Kabalevski han adoptado esta It- nea de resistencia infima y, al igual que sus imitadores, se han convertido en proveedores mondtonos, productivos € infatigables de miisica rutinaria de una mediocridad espe- Iuznante. Por su parte, la arquitectura se ha empleado en un pro- eso admirable de restauracién de edificios antiguos y am- pliaciones ocasionales de éstos mediante un pastiche eje- cutado con gran competencia, o bien en la ereccién de inmensos edificios sombrios y lsbregos, repulsivos incluso a tenor de los peores esténdares occidentales. Sélo el cine dda muestras de vida original, si bien su época dorada en la, Unién Soviética, cuando la inspiraci6n revolucionaria era auténtica y se vivia como un experimento al que dar alas, parece, salvo con contadas y notables excepciones (como, Eisenstein y sus discfpulos, atin activos), haber cedido te- reno a historias més burdas y banales. En términos generales, los intelectuales parecen hosti- ¢gados atin por los recuerdos frescos del perfodo de las pur- as, al que siguieron los rumores de guerra, y luego la gue- rra, la hambruna y la devastacién; y por mucho que lamenten fa esterilidad del panorama, ta perspectiva de una nueva «situacién revolucionaria», por muy estimu- lante que fuera para el arte, resultarfa muy ardua de dige- rir para estos seres humanos que han padecido una cuota de sufrimiento fisico y moral superior a la del ciudadano ‘uso medio. En consecuencia, entre los intelectuales existe una especie de aceptacién placida y algo derrotista de la si- tuaci6n actual. Apenas se alzan ya voces disonantes ni en- tre lor mae rebeldes ¢ individualistass la realidad soviética ‘es demasiado recalcitrante, fa obligacién polttica demasia- do opresiva, los temas morales demasiado inciestos, y las ‘compensaciones por la conformidad, tanto materiales co- mo morales, demasiado irresistibles. Los intelectuales de mérito reconocido viven con seguridad material, disfrutan dela admiracién y la fidelidad de un amplio piiblico, ocu- pan una posicién digna en la sociedad y, aunque la mayo Las letras y l arte on la Rusa de Stalin 85 ria desea con una intensidad indescriptible visitar paises coccidentales (de cuya vida mental y espiritual a menudo. albergan ideas extravagantes y exageradas) y lamentan que «la situacién sea tan férrea en este pais», algunos, y no los menos distinguidos, tienden a afirmar que el con- trol estatal también posee su lado positivo. Pese a hostigar 2 los artistas ercativos en un grado desconocido incluso en Ia historia de la propia Rusia, dicho control, segsin me ase- guré un escritor de literatura infantil, imbuye al literato de Ia sensacidn de que el Estado y la comunidad en general sienten un vivo interés por su obra en todos los aspectos y lo considera una persona relevante cuyo comportamien- to tiene una gran repercusién y cuya evolucién por las Aineas adecuadas constituye una responsabilidad crucial tanto para si mismo como para sus tutores ideol6gicos, y que, pese a todo el terror, la esclavitud y la humillaci6n, esto le supone un estimulo mucho mayor que el olvido re- lativo al que estén relegados sus homélogos en los paises burgueses. Sin duda, tal afirmacién encierra algo de raz6n, pues es cierto que histéricamente el arte y la literatura han floreci- do bajo el despotismo. Sila gloria y la posicién que se oc pa ea la sociedad son las recompensas por e! éxito, seria tuna falacia moral e irrealista afirmar que ninguna forma de genialidad intelectual o artistica puede florecer en el aislamiento. La cultura soviética contemporinea no avan- za a su paso de antafio, firme, confiado ¢ incluso esperan- zador; existe una sensacién de vacfo, una ausencia total de vientos y corrientes, y uno de los sintomas de elo sel he- cho de que el talento creativo se desvia tan fécilmente ha- cia medios como la popularizacién y el estudio (a veces erudito ¢ imaginativo) de las culturas «nacionales» de las repablicas constituyentes y, en especial, de las situadas en Asia central. Podria tratarse de un valle entre dos cimas, de un lapso temporal de hastio y comportamiento mecani- co tras el esfuerzo ingente dedicado a aplastar a los enemi- gos internos y externos del régimen. Es posible. Pero es in- 36 La mentalidad sovitica negable que la superficie ideologica actual no muestra ni tuna sola ondulacién. Se exhorta a dejar de leer a los ale- manes, a cultivar el orgullo soviético nacional (no local ni regional) y, sobre todo, a ocultar los origenes no rusos de las instituciones rusas 0 las fuentes fordneas de las que bebe el pensamiento ruso, a regresar al leninismo-estali- nismo més ortodoxo y a abstenerse de los caprichos del patriotismo no marxista que proliferaron durante la gue- ra, pese a que no hay nada que recuerde ni remotamen- te a las acaloradas controversias ideol6gicas marxistas, a menudo burdas pero también sentidas de manera honda y apasionada de, pongamos por caso, la época en que vivi6 Bujarin. ‘Ahora bien, este informe resultaria engaiioso si no destacara el hecho de que, a pesar de la situacién dificil, casi desesperada, en Ia que se ven inmerses las personas de temperamento independiente y cultura en Rusia, lo cierto es que son capaces de sobrellevarla con cierta ale- gxla, intelectual y social, y que siguen sintiendo un interés entusiasta por los asuntos internos y externos, el cual combinan con un sentido del ridfculo extravagante y ra- yano en lo delicado que hace que su existencia no se les antoje simplemente llevadera, sino digna de ser vivida, y redunda en el despliegue de unos modales y una conver- sacién circunspectos y deliciosos a ojos del visitante ex- tranjero. El panorama de la escena intelectual y artistica soviéti- ca actual apunta a que el gran impulso inicial se ha desva- necido y a que podria transcurrir un tiempo considerable antes de que surja en la URSS algo novedoso o arrebata- dor en el campo de las ideas, opuesto a la comperencia constante y los logros s6lidos firmemente establecidos por las autoridades dentro del marco de la tradicién estableci- da. La vieja Rusia, cuya condicién preocupaba y lleg6 a obsesionar a sus escritores, era, obviamente, una sociedad ateniense en la que una reducida élite dotada de una com- binacién de aptitudes morales e intelectuales remarcables, ‘Las letras y el arte en la Rusia de Stalin 87 tun gusto extravagante y una imaginacién desbordante re- que habjan predominado antes de la guerra, si bien aclara- ban que era més fécil hacerlo en Leningrado que en Mos- i, debido a que la cifra de personas cultivadas fuera de Jas escuelas estatales continuaba superando a la de cual- quier otro lugar y que, por lo tanto, los nifios estaban so- ‘metidos a una influencia civilizada, cosa que evitaba que se convirtieran en expertos técnicos estandarizados (aun- ‘que fuera en literatura), riesgo que de otro modo corrian. Se hablaba mucho acerca de los «valores del humanismo» y de la cultura general en oposicién a la «influencia ame- ticana» y la sbarbarien, que se consideran los principales peligros del momento. De hecho, a tenor de las reuniones que mantuve con un joven miembro del Bjército Rojo, re- sgresado tardiamente de Berlin e hijo de una persona asesi- nada muchos aflos antes, estoy en posicién de corroborar que era al menos tan civilizado, leido, independiente e in- cluso exigente, casi hasta el punto de la excentricidad inte- lectual, como cualquiera de los mas admirados intelectuales universitarios de Oxford o Cambridge. No obstante, tengo entendido que se trataba de un caso excepcional, aunque quiza menos en Leningrado que en el resto de la Unién So- vigtica. Habida cuenta que el joven dio muestras de haber Iefdo tanto a Proust como a Joyce en sus lenguas origina- les (aunque jams habia abandonado los confines de la Unién Soviética), me inclino a pensar que se trata efectiva- mente de una salvedad y que no es posible extraer una ge- neralizacién de un ejemplo tan fascinante. En mis conversaciones con los escritores a quienes aca- baba de conocer abordé con precaucién el tema del grado de conformidad politica que observaban para no meterse en problemas. Sostenian que la diferencia entre los comunis- tas y los no comunistas segufa estando claramente defini- da, La principal ventaja de pertenecer al Partido era que se disfrutaba de mejores condiciones materiales, debido a la elevada proporcién de pedidos que las casas editoriales y las publicaciones literarias estatales realizaban a los hom- bres de confianza del Partido, mientras que la principal desventaja consistia en el deber de producir abundante propaganda gubernamental anodina a intervalos frecuen- tes y de una longitud atroz (esto se afirma de una manera suave y evasiva, pero el sentido es inequivoco). Cuando les progunté qué opini6n les merecia, por ejemplo, un miem- bro del Partido tan leal como el poeta Tijonov, presidente del Sindicato de Escritores, la respuesta fue que era «el jefe» (nachalstvo) y por tanto incuestionable. Me llevé la impresién general de que sigue existiendo una cierta ilu- sién auténtica con respecto a la calidad real de la obra de los esctitores soviéticos, y que se conversa abiertamente sobre el tema, pero que rara vez se publica por escrito. Asi por ejemplo, todo el mundo parece dar por sentado que Boris Pasternak fue un poeta genial y que Siménov fue poco més que un periodista insustancial. Las posibilidades de viajar estaban, segiin colegi, limi- tadas en cierta medida, de tal manera que ningiin escri- tor podia visitar, por ejemplo, Mose por voluntad pro- pia sin una invitacién formal por parte del presidente dei Sindicato de Escritores o de su secretario del Partido Co- ‘munista, y, aunque es cierto que en ocasiones podian agenciérselas por medios indirectos, era demasiado hu- millante, ademés de dificil, hacerlo con frecuencia. Los escritores inquirfan con el mayor entusiasmo acerca de sus homélogos en el extranjezo, sobre tedo Richard Al- ington y John Dos Passus. Hemingway era el mas leido de los novelistas serios en inglés y, entre los escritores br tnicos, ese honor correspondia al doctor Cronin, pese @ que los intelectuales lo tenfan por un autor comercial, pe- ro superior a los de su indole. El conocimiento de la lite- ratura inglesa depende evidentemente de lo que se acepta para ser traducido y, en menor medida, de lo que el VOKS permite proporcionar a los lectores de lenguas extran- sto, La mentalidad sovittica Visita a Leningrado 203 jeras. Los resultados son en ocasiones excéntricos: asf, en Leningrado, por ejemplo, los nombres de Virginia Woolf y E. M, Forster (mencionado en el articulo de Priestley) ‘eran desconocidos, pero todo el mundo habfa ofdo hablar de Mason, Greenwood y Aldridge. Los libros extranje- os se encontraban en Moscii, pero resultaban muy difi- ciles de obtener incluso allt y, si pudiera ingeniarse algéin método para suministrar a los moscovitas la literatura imaginativa de los paises anglosajones, estarfan sumamen- te agradecidos, Anna Ajmétova se mostr6 particular- ‘mente complacida por un articulo publicado en el Dublin Review sobre sus versos, as{ como por el hecho de que se hubiera aceptado una tesis doctoral sobre su obra en la Universidad de Bolonia. En ambos casos, los autores man- tenfan correspondencia con ella. Los escritores mas eminentes de Leningrado viven ro- deados de Iujo en el antiguo Palacio de la Fuente («Fon- tanny Dom») de los Sheremétev’, una especie de Holland House junto al Fontanke al que Pushkin realizaba frecuen- tes visitas (de hecho, el més famoso de sus retratos se pin- 6 en su sala matinal), un edificio de finales del siglo xvutt protegido por tna magnifica verja y unas puertas de hie- rro forjado construidas alrededor de un amplio cuadrén- gulo arbolado donde nace un tramo de angostas escaleras que ascienden a una serie de estancias bien iluminadas, de techos altos y construccién impecable. El problema de la alimentacin y la lefia sigue siendo bastante agudo, y seria falaz afirmar que los esctitores que habitaban en este edi- ficio lo hacian con comodidad; de hecho, vivian semiobse- 1, Se trata de una confusién. Bl Sindicato de Escritores Soviéti- «08 ocupaba el otro Palacio de los Sheremétev, situado pricticamen- te en frente del Bolshdi Dom en Liteini, los cuarteles generales del NKGB. Ajmérova vivi6 en el Foncanay Dom (bautizado en honor del canal de Fontanka) porque era la esposa del historiador de arte Y ctitico Nikoléi Punin (su rercer matido, de quien a la postre se di- Yorcié), que ocupaba un apactamento en aquella casa, Esta infor- macién ha sido facilitada por Anatoli Naiman, sionados por cubrir sus necesidades més bisicas. Espera- ban, pensé no sin compasion, que, cuando Leningrado se cconvirtiera en un puerto de comunicaciéa con el mundo exterior llegaria a la ciudad més informacién y un mayor nimero de turistas, y ello los pondria en contacto con el mundo, el aislamiento del cual parecia pesarles profunda- mente. Mis propias visitas, pese a estar organizadas de manera bastante abierta a través de uno de mis conocidos en la libreria, habian sido las primeras, literalmente las primeras, segiin me aseguraron, realizadas por un extran- jero desde x97, y tuve la impresiOn de que la situacién no cambiaria si yo no difundia ampliamente este hecho. Los escritores en cuesti6n afirmaban leer el Britanski soyiicnik con avidez y confesaban que cualquier referencia a los lo- gros de [a literatura rusa, como por ejemplo la inclusion de resefias de libros y cosas por el estilo, era recibida con la mayor calidez. ‘No encontré en Leningrado ni el mas minimo resquicio de la xenofobia discernible en el pensamiento de algunos de Jos intelectuales mas inteligentes de Mosci, por no hablar de los funcionarios gubernamentales y otros por el esti- lo. Leningrado se tiene por el corazén de la vida artistica ¢ intelectual proyectada hacia Occidente, y de hecho sigue siéndolo en cierta medida. Los articulistas de la prensa li- teraria, los actores de los teatros y los dependientes de la media ‘docena de librerias en las que adquirt libros, ast como los pasajeros de los tranvias y autobuses, parecen li- geramente mejor alimentados y educados que sus seme- jantes, mas agradables pero més primitivos, de Mosci. Cualquier semilla que se plante en este terreno germinaria mas agradecida, si me he llevado la impresién correcta, gue en cualquier otra parte de la Unién Soviética. Ahora bien, si ello seria préctico -si, por ejemplo, de establecerse tun Consulado britanico en Leningrado, el contacto segui- fa siendo relativamente tan facil y casi informal como lo es en Ja actualidad-, es una cuestién muy distinea. La li- bertad de circulacién en el presente tal vez se deba a la x04 La mentalidad soviética ausencia de representantes de instituciones y paises ex- tranjeros residentes, cosa que facilita la tarea de la vigilan- cia de quienes pasan por el ineludible (y sorprendentemen- ‘te cémodo) torniquete del hotel Astoria e inquieta menos a las autoridades. Un gran escritor ruso (1965) Osip Emilievich Mandelshtam naci6 en San Petersburgo en 1891 y fallecié en un campo de trabajo soviético. Perte- neci6 a una generaci6n de escritores rusos que se rebelaron contra el misticismo desenfrenado, los sueiios metafisicos que dramatizaban-la propia condicién y la «decadencia» consciente de los autores simbolistas rusos. Su maestro fue el sensacional y ain infravalorado poeta Innokenti An- nenski, ol maestro de escuela clésico, manitico y retraido «que impartia griego en el famoso Lycée de Tsarskoye Sel. Artesano absorto y paciente, alejado de las pasiones poli- ticas de su época, austero, estético y contemplativo, An- nenski era un conservador y un recreador de lo que, en ausencia de un término mejor, podria deseribirse como la tradicién clasica de la poesfa rusa, que desciende por lina~ je directo de la figura celestial a la que todos los escritores usos rinden tributo, de la que emanan todos y contra cuya autoridad ninguna rebelién consiguié salir airosa: Pushkin, En los afios precedentes a la Primera Guerra Mundial, estos poetas se autodenominaron acmeistas y, en ocasiones, adamistas. Se trataba de un colectivo de San Petersburgo, y no ¢ descabellado inferie que las lineas for- males de esa ciudad de belleza sélida ejercieran una gran in- fiuencia en su manera de escribir. Los pupilos mas dotados de Annenski: Nikoléi Gumiliov, Anna Ajmétova y Man- delshtam, fundaron el Taller de Poetas, cuyo titulo por sf solo communica que no solamente concebfan Ia poesia como un medio de vida y una fuente de revelacién, sino también como una artesania, el arte de colocar palabras constru- 206 La mentaidad soviéeiea yendo versos, la creaci6n de objetos pablicos independien- tes de las vides privadas de sus creadores. Su poesia de imagenes precisas y estructura firme y rigurosamente eje~ cutada estaba tan alejada de la poesfa social de los bardos del ala izquierdista del siglo x1x como de la literatura vi- sionaria, rematadamente personal y en ocasiones violenta- mente egoista de los simbolistas, del verso lirico ¢ intoxi- cado de ego de los poetas «campesinos» y de los gestos frenéticos de los egofuturistas, los cubofuturistas y otros, revolucionarios timidos. Mandelshtam no tard6 en ser re- conocido como lider y modelo a seguir. Su poesia, pese a tener un alcance deliberadamente confinado, posefa una pureza y una perfeccién formal jamés superada en Rusia. Hay poetas que son poetas sélo cuando escriben poe~ sfa, cuya prosa podria haberla escrito alguien que nunca hubiera compuesto un verso, y hay poetas (buenos y ma- los) que se expresan siempre como poetas, en ocasiones en detzimento del conjunto de su obra. Los relatos, historias y-cartas de Pushkin son modelos clésicos de prosa bella y liicida. Cuando no escribe poesia no es mas poeta de lo gue lo son Milton, Byron, Vigny, Valéry, Eliot o Auden en su prosa; a diferencia, por poner un ejemplo, de Yeats, D’Annunzio y, en su mayor parte, Aleksandr Blok. Todo. Jo que Mandelshtam escribié es obra de un poeta. Su pro- sa es la prosa de un poeta, cosa que tiene en comin con Pasternak. Pero ahf acaban las similitudes. Pasternak, su amigo, contemporéneo y rival (como escritores no sentfan ‘mucha simpatia mutua) era demasiado consciente de la historia de su tiempo y del lugar que ocupaba en ella, asi como de su papel en tanto que hombre, genio, portavoz y profeta, Era, 0 se convirtid en, un ser politico al margen de sus naivetés y aberraciones. Su relacién con Rusia y la his- toria rusa le angustiaba: desde el primero al diltimo, Msin- delshtam se ditige a sus ciudadanos, deja testimonio de su realidad y, en los tltimos afios, carga con todo el peso de una terrible responsabilidad piblica. Sélo los fanéticos ce- gados por el realismo socialista o por la linea del Partido, Un gram escrtor ruso 107 tanto dentro como fuera de la Unién Soviética, se atreven a negar este hecho y lo acusan de ser «parnasiano» y esté- tico, de estar alejado de la realidad rusa o soviética y de cosas por el estilo. No merece la pena entrar a discutir esta acusacién co- min, Mandelshtam es exactamente lo concrario. La poe- sfa era toda su vida, todo su mundo. Apenas tuvo una existencia al margen de ella. Se parece a sus contempord- neos occidentales, los imagistas y poeras neoclésicos; su disciplina autoimpuesta deriva en tiltima instancia de los modelos griego, romano, francés e italian. Sin embargo, no conviene dejarse llevar por la impresi6n errénea de que se trataba de una persona frfa y marmérea. La concer traciGn y la intensidad de la experiencia, la combinacién de una vida interior excepcionalmente intensa y nutrida por tuna inmensa cultura literaria con una visiém nitida de ta realidad, tan desesperada y realista como la de Leopardi, Io alejaba de sus cocténeos rusos, mas subjetivos y concen- trados en explicar sus vivencias personales. Por supuesto, Mandelshtam, como ellos, comenzé su singladuca a la sombra del simbolismo francés, pero se emancipé de éste en una fecha muy temprana. Quizé fue- ra su enfrentamiento frontal a todo lo vago e indetermina- do lo que lo impuls6 a erradicar con tal fiereza toda flo cura y afectacion de su verso y a constrefir sus imagenes con una crudeza rayana a veces en lo excesivo en un mar- co verbal exacto e implacable. La tendencia hacia la obje- tividad y su relaci6n fntima con los grandes poetas clésicos de Europa lo convirtieron en una figura original y ligera- ‘mente occidental en un pas educado en la literatura con- fesional y la insistencia (desmedida) en la responsabilidad social y moral del artista. Eso era lo que se definfa como falta de contacto con la realidad y distanciamiento volun- tario de la vida nacional y del puebio, y es por ello por lo que tanto Mandelshtam como los acmeistas han sido con- denados desde los primeros afios de la Revoluci6n. ‘Clarence Brown, en la introduccién a sus excelentes y 108 La mentalidad sovigtica Un gran escritor 1us0 109 precisas traducciones al inglés de las escasas pero fascinan- tes obras en prosa de Mandelshtam’, nos refiere gran par- te (aunque no todo) de lo que sabemos de la vida de Man- delshtam, Nacié en el seno de una familia judfa de clase media, recibio una educacién corriente en San Petersburgo, en la célebre escuela de Tenishev, estudi6 en la Universidad de San Petersburgo y viaj6 a Alemania, Suiza y Francia. Ya en su juventud temprana se convirtid en un apasiona- do defensor de la poesia frente a sus atacantes. El informe de Kaverin (citado pot Brown) donde explica las siplicas de ‘Mandelshtam para que no se convirtiera en poeta, su apa- sionada y vehemente insistencia en las atroces exigencias y los enormes, por no decir absolutos, derechos de la poc- sia lo presentan como un abogado fandtico de este arte frente a los presuntuosos y los no dotados para ejercerlo. Su primera recopilaci6n de poemas aparecié en 293 Y de nuevo en 1916 (por alguna razén desconocida no se lo reclut6 para el efército), bajo el titulo de La piedra. Creia en aescultura, en la arquitectura, en lo fijo, en lo estable, en todo aquello creado por las manos humanas siguiendo ‘pautas y formas: este enemigo del flujo ylo indeterminado, fen sus convicciones y en su préctica, presentaba claras afi- nidades con sus contemporéneos Pound, Bliot y Wyndham Lewis. No es de sorprender que la Revolucién de Octubre de- ‘mostrara ser letal para él. Reacio o, atin més, incapaz de amoldarse y adaptar su talento a las nuevas exigencias, ja- mis dio su brazo a torcer y colabor6 con tribunos, orga- nizadores y constructores de una nueva vida. Timido, fré- sil, afectuoso, enamoradize, infinitamente vulnerable, un personaiillo ligeramente absurdo pero elegante en compa- racién con sus amigos, era capaz de los actos més asom- brosos; aquel hombre retraido y asustadizo posefa una valentia demencial. Brown, cuya investigacién concienzu- 1, The Prose of Osip Mandelsbtam, Clarence Brown (tra), Prin- cxton, 1965. da y escrupulosa merece mi absoluta confianza, corrobora una anécdota memorable. Una noche de principios de la Revolucién, Mandelshtam estaba sentado en una cafeteria donde también se encontraba el célebre terrorista revo- ucionario socialista Bliumkin (que posteriormente asesi- 16 al embajador alemén, Mirbach). Bliumkin, a la saz6n oficial del Cheké, estaba garabateando borracho los nom- bres de los hombres y mujeres que debfan ser ejecutados en formularios en blanco firmados por el jefe ce la policia se- creta. De repente, Mandelshtam se abalanz6 sobre él, le arrancé6 aquellas hojas de la mano, las hizo pedazos ante la mirada estupefacta de los demds parroquianos y luego sa- 1i6 corriendo del local y desapareci6. En aquella ocasién lo salvé la hermana de Trotski. Pero era poco probable que un hombre asi sobreviviera largo tiempo en medio de una situacién profundamente irregular. Sabfa que estaba con- denado al exilio perpetuo. Su siguiente compilacién se ti- tula acertadamente Tristia. Era un exiliado interior, un Ovidio indefenso frente al dictador omnipotente. En 1934 escribi6 un epigrama en verso acerca de Stalin’, Se trata de tun poema magnifico, un poema que hiela la sangre y no re- quiere ningtin comentario adicionals y quizé sea la causa inmediata que desat6 la rabia del tirano contra el poeta. Lo persiguieron implacablemente hasta que muti6, victima de tun horror inenarrable, en un campo de prisioneros cerca de Vladivostok, se estima que en 1938. Las circunstancias que rodearon su muerte fueron tan atroces que ningdén 1, Robert Lowell ha realizado una teaduccién al inglés incom- parablemente mejor a la citada por Brown. (N. del A.) [Las traducciones realizadas por Lowell en colaboraciéa con (Olga Carlisle de éste y otros ocho poemas de Mandelshtam apare- ‘cen en las pp. 5-7 del mismo nimero de The New York Review of Books que contiene el ensayo de Berlin (véase p. 49, arciba), y se hhan reimpreso en Olga Carlisle (ed), Poets on Street Corners, Nue- va York, 1968, pp. 140-163, y en el volumen de Lowell Collected Poems, Frank Bidart y David Gewanter (eds), con la colaboraci6n especial de DeSales Harrison, Nueva York, 2003, pp. 906-9234] 110 La mentalidad sovidtica Los originales de las fotogratias descritas en el texto, que Nadezhda ‘Mandelshtam entregé a Clarence Brown (si bien es posible que una se lo facilitara Anna Ajmatova) se han extraviado. Estas Fotografias susticutorias narran fa misma historia. La primera se com6 en 1922, ‘mientras que las otras dos corresponden a as imagenes de los archi ‘vos policiales tomadas en los Lubianka (sede central dela NKGB) de “Moses tras el arcesto de Mandelshtam en 1938. amigo suyo que las conociera de primera mano hablaba de Jo ocurrido si podia evitarlo. En dos piginas sucesivas, Brown proporciona dos foto- grafias de Mandelshtam. Una se tomé en torno a 1936. La primera muestra el rostro infantil, ingenuo y encantador, con unas patillas a lo dandi ligeramente pretenciosas, de un joven intelectual prometedor de tan solo diecinueve afios; a ovta es la de un vagabundo viejo y moribundo, atormen- tado y roto, pese a que s6lo tenia cuarenta y cinco afios cuando se tomé, El contraste entre ellas es literalmente soportable y més explicito que los recuerdos de cualquiera de sus contemporaneos 0 amigos. Con frecuencia, las vi das de los poetas rusos han conocido un final tragico: Rylé- __yev murié en la horcas los poetas decembristas fallecicron 9 vivieron penurias en Siberia; Pushkin y Lérmontov perdie- ron la vida en duelos; Yesenin, Mayakovski y Tsvietdieva se suicidaron, y Blok y Pasternak perecieron inmersos en la Un gran eseritor ruso ur miseria y caidos en desgracia oficial. Con todo, el sino mas terrible fue el que encontré Mandelshtam, quien vivi6 toda Ja vida atormentado por la imagen de hombres inocentes e indefensos torturados y aplastads por sus enemigos. Qui- +4, como Pushkin en Eugenio Oneguin, Mandelshtam tuvo alguna premonici6n de su inevitable fin, ‘Algunas de las mejores paginas de Brown en su inva- Iuable ensayo introductorio trazan paralelismos entre el héroe del relato cuasi surrealista de Mandelshtam «El se- llo egipcio» y las otras victimas de la literatura rusa, como cel Eugenio de El jinete de bronce, el protagonista absurdo de «La nariz» de Gégol, la vietima de EI doble de Dosto- yevski y, sobre todo, el funcionario anodino de «El abri- ‘gor de Gégol, que Brown es el primero en atribuir como fuente del relato de Mandelshtam. La pesadilla se hizo rea- lidad y Mandelshtam se transformé en la figura del «al- pinista» del Kremlin, quien lenta y despiadadamente (y con la ayuda de al menos un escritor de pluma ilustre y una disposici6n vindicativa) lo acos6 hasta la muerte. Sin dduda seria mejor leer estos inquietantes relatos sin tener en cuenta el destino del autor (cosa que seguramente el poeta habria deseado}, pero no es facil mantenerse imparcial Sin embargo, por muy macabras que sean las fantasfas que ma La mentalidad sovitica Un gran escritor ruso 15 Mandelshtam escribié en su peculiar prosa, rezuman el so- siego del arte armonioso: el ideal helénico que el poeta he- redé de Annenski y, en iltima instancia, de los primeros roménticos alemanes. Algunos de sus poemas més irénicos ¥ civilizados los compuso durante las horas mas sombrias el exilio y la persecuci6n, Es indudable que los regimenes despéticos crean «emigcados internos», quienes, como sa- bios estoicos, consiguen desembarazarse del infierno del mundo y en medio de la materialidad de su exilio constra- yen un mundo propio donde reina la paz. Mandelshtam pag6 un precio casi inimaginable por conservar sus atri- butos humanos. Recibié con los brazos abiertos la Revo- luci6n, pero en la década de £930, por las noticias que se tienen, participé menos que nadie de sus inevitables con- secuencias. No se me ocurre ningiin otro caso de un poeta que se resistiera al enemigo con mayor fiereza. Mandelshtam no tenfa nada que ocultar ni se dej6 Ile- var por el pénico, salvo en lo tocante a su salud: hacia el final de su vida imaginaba que agentes de Stalin lo estaban envenenando. La vendetta comenzé en 1934. El episodio més conocido de ésta es una famosa llamada telefénica a medianoche que Pasternak recibié de Stalin. Circulan va- tias versiones. Brown, baséndose en lo que yo considero tuna fuente de autoridad dudosa, ofrece una version desna~ tada y pacifica de la que Stalin emerge como un déspota irénico pero no malévolo que se comporta de un modo en- comiable. Esta concuerda con el informe aportado por Robert Payne. Sin embargo, el relato que el propio Paster nak narr6 a un testigo de confianza afios después difiere geramente del facilitado por Brown’. Stalin pregunté a x, Betln se refer as mismo (véanse pp. 131-132). Desde aq ta fecha se ha publicado material adicional rlativo a este episod ‘Todas las versiones (iscordantes) fueron secogidas por la amante de Pasternak, Olga Ivinskaya en su libro A Captive of Time: My Years with Pasternak, The Memoirs of Olga Ivinskaya, Londres, 1978, fen concreto «The Telephone Call: 934%, Bp. 64-72. Pasternak si habfa presenciado la lectura del eélebre epi- grama. Pasternak eludié la pregunta y le explicé que era de vital importancia que se conocieran porque habia mu- chos problemas que debian discutir. Stalin repitié frfa- mente la pregunta y afladié: «Si yo hubiera sido amigo de Mandelshtam, habria sabido defenderlo mejor», y colg6 el auricular. Pasternak tuvo que vivir con aquel recuerdo (ya fuera preciso o modificado por su propia fantasia) el resto de sus dias, Se lo relat6 con un candor conmovedor y una ‘gran angustia al menos a un visitante, ‘Mandelshtam fue deportado a Vor6nezh, pero se le permitié regresar a Leningrado durante un breve lapso de tiempo. Alli discutié con Alekséi Tolstéi, un personaje politicamente influyente (si bien es posible que esto ocu- sriera antes, pues las fuentes difieren en las fechas). Aque- Ila rifia estuvo seguida por la expulsi6n de las ciudades capitales, un nuevo arresto, ef encarcelamiento en Mosci, Ja transferencia a campos en el Lejano Oriente, salvajes palizas por parte de los carceleros y otros presos (por r0- barles las raciones de comida presa del terror de que las suyas estuvieran envenenadas), hambre, escualidez, co- lapso fisico y mental, y muerte. El olvido oficial se cernié sobre él. Hasta muy recientemente parecfa no haber exis- tido, aunque ahora se rumorea (si bien los expertos difie- ren en el grado de probabilidad) que Mandelshtam, al igual que el otrora ignorado Yesenin, serd reconocido por su valia. Ninguna sociedad socialista tiene (ni deberfa te- ner) nada que temer a los poderes sin trabas de la crea- cién; 0 eso fue al menos lo que nos enseié Gorki, y su ‘opinién tiene més peso oficial en la Unién Soviética que la de Platén, Ello no es ébice para que actualmente este no- ble poeta clasico siga leyéndose en versiones manuscritas clandestinas a todo lo ancho y largo del pais. Quizé, como otros maitres cachés, algin dia también tendré Ja ‘oportunidad de emerger a la luz. Brown ha traducido las tres obras en prosa de Man- delshtam -El rumor del tiempo, Teodosia y El sello egip- m4 La montalidad sovistes cio- y las ha complementado con introdueciones criticas, esclarecedoras e informativas y notas breves que explican algunas de las alusiones més esotéricas de los textos. A mi modo de ver se trata de la critiea més iluminadora de ‘Mandelshtam existente en lengua inglesa en el momento actual. Es una obra de una erudicién impecable que arro- ja luz sobre puntos oscuros (y ningéin autor la precisa més que los escritores rusos del primer tercio del siglo xx: Beli, Jiébnikov, Mayakovski y, en particular en sus escritos en prosa tempranos, Pasternak, con quien Brown, adecuada- mente para este fin, clasifica a Mandelshtam) y el volumen en su conjunto est producido sin tacha, Sin embargo, es- tas piezas pueden describirse como prosa s6lo si conside- ramos prosa las novelas de Novalis 0 Las olas. El rumor del tiempo es un boceto pottico de una autobiograffas Teo- dosia es medio recuerdo medio fiecién, y El sello egipcio. es una fébula. Brown tiene un conocimiento formado y sensible de la época y del ambiente que imperaba en ella, ¥ tengo la sensacién de que no ha cometido ningéin error de percepcién. Sus traducciones son siempre precisas, a menudo habiles ¢ ingeniosas, resultado del maximo esmero y de un ofdo maravillosamente entrenado para captar los matices de la Kunsiprosa rusa. Pero ges posible traducir este tipo de textos? ¢Cémo puede uno trasladar la asom- brosamente intricada trama de referencias locales, hist6ri- as, literarias y, sobre todo, personales, las alusiones, los juegos de palabras y los juegos con los nombres? ¢Cémo se enfrentarfa un lector ruso contempordnco a Los oradores de Auden? La poesia de Auden podria trasladarse con mas acierto que sus eseritos en prosa de la década de 19305 y por motivos anélogos me parece que sucede lo mismo en el caso de Mandelshtam. Bn sus traducciones, Robert Lo- ‘well me parece haber conseguido lo que Pasternak logré con los poetas de Georgia: transformar la poesia de un Jenguaje completamente desconocido y realizar la tarea de expresarse por boca de otra persona con la mayor vehe- mencia y profundidad posibles. El hecho de que Lowell sian Un gran esritor ruso us compartiera con Mandelshtam el interés por los clésicos tal ver fuera el quid de la cuestién. Bl resultado es bello y conmovedor. La prosa de Mandelshtam es précticamente intraduci- ble. Su poesfa, con toda su temible complejidad y las capas superpuestas de significado embutidas en palabras mila- grosamente escogidas es, pese a todo, mas facil de repro- ducir en un medio ajeno que en su «prosa» descontrolada y excéntrica aunque rigurosa y disciplinada. Mandelshtam anhelaba escribir en lo que él mismo denominé «pard- bolas salvajes», y lo consiguié con bastante frecuencia y en un grado asombroso. «Un manuscrito es siempre una tormenta, escribi6. Pero el escritor no pierde la cabeza y domina el temporal. A veces fracasa: es entonces cuando encontramos pasajes de un virtuosismo brillante, los caba~ llos desbocados de una imaginacién poética exultante y desordenada. Pese a todo, Mandelshtam es también un ji- nete excelso, gracias a lo cual los saltos al vacio, incluso cuando parecen desvanecerse en el aire, resultan estimu- lantes y jamés degeneran en una mera exhibiciOn de su destreza o vitalidad. Notmalmente sus paginas obedecen a un patron estricto; considero que Brown esta en lo cierto al oponerse en este aspecto al erudito soviético Berkovski, 4 quien cita en su libro con una aprobacién merecida. Las cascadas de imagenes deslumbrantes 0 tranquilas de Man- delshtam se precipitan una tras otra, y las alusiones hist6- ricas, psicol6gicas, sintécticas y verbales, les contrastes y las colisiones se arremolinan 2 una velocidad de vértigo, confunden la imaginacién y el intelecto, pero no como una cabalgata surrealista o impresionista de elementos aza- ros0s contrastados de manera violenta, ni como un caos magnifico, sino como una composicién, como un todo ar- monioso y noble. Brown habla de la «seleccién reglamen- tada de imagenes incongruentes» de Mandelshtam. Pero a ‘mf no me parecen incongruentes. Son osadas y violentas, pero se funden en una unidad desconcertante, a menudo agonica y también demostrablemente coherente configu- 6 La mentalidad soviética rando un mundo complejo, retorcido y civilizado en exce- 80 (que requiere a un observador sofisticado y lefdo) en el, ‘que no quedan cabos sueltos. Todas las cintas estan entre- tejidas, a menudo dibujando patrones grotescos, pero todo. se hace eco de otra cosa, y los colores, sonidos, sabores y propiedades tactiles estn relacionados no mediante corres- pondencias simbélicas, sino literales (sensitivas y psicolé- gicas). Todo es producto de una mente implacablemente organizadora, Cuando los criticos rusos describieron a Mandelshtam como una persona «arquitecténica» dieron enel clavo. En el epicentro de la historia siempre hay un protago- niista que padece: el martir perseguido por la mafia, un descendiente no sélo de las victimas humildes de Gégol y Dostoyevski sino (ya sea de manera consciente 0 in- ‘consciente) también del Woyzeck de Biichner (y del Woz- zeck de Berg). El héroe sufridor de El sello egipcio os un judio tuso. Su prosa esté poblada de figuras ¢ imégenes de su entorno judio, que no trata ni con condescenden- cia ni con ironia ni con una identificacién personal agre- siva; es mas, no las trata desde un prisma personal en ab- soluto. Este continué siendo su entorno natural hasta el final de sus dias. Dos motivos impregnan de manera persistente estas in- quietantes obras: el primero, el de un judio nostalgico y ti- ‘morato victima de los hombres y las circunstancias, Segu- ramente algén dia la historia de la literatura consagre capitulos o incluso voltimenes a esta figura tipica de nues- to tiempo y trace su evoluci6n desde sus gentiles antepa- sados, desde Peter Schlemihl hasta las criaturas aterroriza- das de Hoffmann, desde Dostoyevski hasta Andrea, hasta llegar al Parnok de Mandelshtam, un oscuro ancestro del Herzog de Bellow. Mandelshtam se identifica con el pobre Parnok al tiempo que reza con fervor por zafarse de sus atributos y su destino. Pasternak se adentr6 por una senda muy distinta y mucho més sélida hacia la salvacién en Doctor Zhivago. Un gran escrtor ruso 7 El segundo motivo es el de la misica y los composito- res: Bach, Mozart, Beethoven, Schubert y, en otzo nivel, Chaikovski y Skriabin, las caracterfsticas de cayo arte aco- saron a Mandelshtam tanto como a Pasternak y lo lleva- rom a recurrir a ellas constantemente para describir otras cosas. Son s{miles de la naturaleza, de vidas y seres huma- nos: la comparacién entre la tempestuosa retérica politica de Aleksandr Herzen y una sonata de Beethoven en El ru- mor del tiempo es uno de los ejemplos més prototipicos y brillantes de este aspecto. Los dos temas convergen en la proverbial descripcién del contraste entre dos centros va- cacionales en el litoral baltico: un balneario alemédn en el ‘que se interpreta a Richard Strauss ante un piblico entre el que no figuraba ningin judfo, y un balneario judfo don- de resuenan Chaikovski y sus violines; y aiin confluyen mas en su poesfa mas emotiva, si no la mejor: el poema acerca del ligubre mtisico judio Herzevich (donde realiza uun juego con las palabras Herz y serdtse, xcoraz6n» en uso, y scherzo, cuya traduccién es peliaguda). Se trata de un texto conmovedor y profundamente inquietante, como Ja tinica sonata de Schubert que el miisico interpreta una y otra vez. (Vladimir Wendell ha escrito sabias palabras so- bre este tema.) En El sello egipcio, el enemigo del protagonista, su l- ter ego descendiente de Hoffmann y Chemise, un soldado bravucén, apuesto ¢ insolente, un miles gloriosus que se divierte robéndole las camisas a su rival, persiguiéndolo y arrebaténdole aquello que més anhela, goza de la admira- ci6n de la sociedad, mientras que el protagenista es obje- to de ou desprecio. Ee el terrible «doble», el Doppelgtinger, de Ia imaginacién paranoica de los primeros romédnticos alemanes, el Tambor Mayor de Wozzeck, simbolo de la fortaleza y el éxito detestables, el rechazo burlén de toda forma de vida interior. EI rumor del tiempo, eufemistico a su propio modo, vuelve la mirada hacia un mundo burgués judio en decli- ve, el despacho del padre de Mandelshtam, el mercader de 18 La mentalidad soviética pieles, una sucesién de tutores, judios y gentiles, la compli- cidad de fa intelectualidad liberal de San Petersburgo con los conspiradores socialistas y el caldo de cultivo del que emané la Revolucién. Recuerda con gran viveza el mundo no tan alejado de la juventud de Pasternak en Mosct, si bien al el elemento judio es mucho mas remoto. En cuanto a El sello egipcio, aunque la fantasia deriva del romanticismo decimonénico, tiene puntos de similitud tanto con la fantasmagoria del Petersburgo de Beli como con la Logica de El castillo de Kafka. No es ninguna sor- presa que este libro, como gran parte de la literatura rusa imaginativa de su época, no se considerara favorable para las medidas sociopoliticas del Estado soviético de finales dela década de 1920 y principios de la de 2930. Los dos primeros Planes Quinguenales arrasaron con todo esto. ¥ también acabaron con el Mandelshtam escri- tor. Llegard un dia, tal vez no muy lejano, en el que una nueva generacién de rusos podra conocer el mundo fértil y marayilloso que existié en medio de la hambruna y la desolacién de los primeros afios de la Reptiblica Soviética y descubrira que no perecié de muerte natural, sino que si- gue llorando por su consagracién y, por consiguiente, no hha quedado enterrado en un pasado irrevocable. Conversaciones con Ajmatova y Pasternak (2980) Enel verano de 1945, la embajada briténica en Moscé in- formé de que no disponia de personal suficiente, sobre todo de funcionarios que conocieran bien el idioma ruso, y se sugirié que yo ocupara un cargo durante cuatro 0 cinco meses. Acepté la oferta con entusiasmo, sobre todo, debo confesar, movido por mi enorme deseo de conocer en profundidad la situacién de la literatura y el arte ra- 05, de los cuales en aquel entonces apenas s¢ tenfa noti cia en Occidente. Légicamente, yo tenfa una ligera idea de lo que les habia ocurrido a los escritores y artistas ru- sos de las décadas de 1920 y 1930. La Revoluci6n habia estimulado una gran oleada de energia creativa en Rusia ‘en todos los campos; la experimentaci6n osada se alenta- ba por doquier: los nuevos controladores de la cultura no interferfan en nada que pudiera considerarse un «bofetén cen la cara» al gusto burgués, fuera marxista o no. El nue- vo movimiento en las artes visuales -la obra de pintores como Kandinski, Chagall, Soutine, Malevich, Klin y Tat- ling de eseulrores camo Arjipenlea, Pevsner, Gabo, Lipchitz y Zadkine, o de directores de cine y teatro como Meyer- hold, Vajtingov, Tairov, Bisenstein y Pudovkin~ produ- jo obras maestras que tuvieron una enorme repercusién en Occidente; también se registré una curva ascendente similar en el campo de la literatura y la critica literaria, Pese a la violencia y la devastacién provocadas por la gue- tra civil, y la ruina y el caos que la acompafiaron, el arte a 20 La mentalided soviética Conversaciones con Ajmdtova y Pasternak rar revolucionario continué proliferando con una yitalidad extraordinaria. Recuerdo que conocf a Serguéi Eisenstein en 1945; se hallaba sumido en una profunda depresién, provocada por el hecho de que Stalin hubiera condenado la version original de su largometraje Iudn el Terrible, porque aquel despiadado gobernante, con el que Stalin se identificaba, enfrentado a la necesidad de reprimir la traicién de los bo. yardos, habia sido, y ahf radicaba la queja de Stalin, repre- sentado erréneamente como un hombre atormentado has- ta el punto de la neurosis. Le pregunté a Eisenstein cudles hhabian sido fos mejores afios de su vida. Y me contest6 sin titubear: «Los primeros afios de la década de 5920. Aquéllos s{ que fueron buenos tiempos. Eramos j6venes hhicimos cosas maravillosas en el teatro. Recuerdo que en tuna ocasién soltamos cerdos engrasados entre el piblico, ‘que se subi6 a las butacas y se lid a gritos, Fue sensacio- nal. {Nos divertiamos tanto!». Pero aquello era demasiado bueno para durar. La pri- mera arremetida contra tal bonanza la protagonizaron los. zelotes izquierdistas, que abogaban por un arte proletario colectivo. Stalin decidié poner fin a todas aquellas rifias politicoliterarias que le parecian un dezroche de energia, si bien no del tipo que se necesitaba para alimentar los Planes Quinquenales. Se habian acabado las discusiones, habia que tener el pensamiento tranguilo. Se impuso el conformismo. Y luego vino el horror definitivo: la Gran Parga, los juicios-escaparate politicos, Ia escalada del te- 10r de los afios 1937 y 1938, el acribillamiento salvaje e indiscriminado de individuos y grupos y, posteriormente, de pueblos enteros. No hay necesidad de escarbar en el recuerdo de aquel tiempo asesino, que no fue el primero y probablemente no sea el titimo de la historia de Ru- sia, Pueden leerse relatos veridicos de la vida de la intelec- tualidad de la época en las memorias de, por ejemplo, Nadezhda Mandelshtam, Lidia Chukévskaya y, en. un sentido distinto, en el poema de Ajmatova «Réquiem». ase diplomatico de Berlin, expedido en Mosci el 1s de septiem- be de 1945 y firmado por el ministro de Exteriores ruso’V. M. Mélotov.. En 1959, Stalin puso fin a las proscripeiones. La literatu- a, el arte y el pensamiento rusos emergieron como una zona que habia estado sometida a bombardeos, con algu- nos edificios nobles atin relativamente intactos, pero que se alzaban solos y desnudos en medio de un paisaje de ca- lles arruinadas y desérticas. Ocurrié entonces la invasi6n alemana, y algo extraor- dinario, La necesidad de lograr una unidad nacional fren- te al enemigo desembocé en una relativa relajacién de los controles politicos. En la gran marea de sensimiento pa- tri6tico ruso, escritores viejos y j6venes, en particular los poetas, en cuya vox sus lectores se veian reflajados, pues expresaban sus mismos sentimientos y creencias, fueron idolatrados como nunca antes. Poetas cuya obra habia sido contemplada con recelo por las autoridades y, por consiguiente, apenas (con suerte) habfan publicado algo, de sibito recibian cartas de soldados que luchaban en ef frente en las que con frecuencia se citaban sus Ifneas me- nos politicas y mas personales. Boris Pasternak y Anna Aj- x22 La mentalidad sovitica Conversaciones con Aimdtova y Pasternak 133 métova, que durante largo tiempo habfan vivido en una suerte de exilio interior, empezaron a recibir un alud de cartas de soldados en las que glosaban tanto sus poemas publicados como inéditos y, ademés, les solicitaban aut6- grafos, confirmacién de la autenticidad de algunos textos, y su opinién con respecto a tal o cual asunto. Andado el tiempo, este encumbramiento hizo mella en las mentes de algunos lideres del Partido. ¥ consiguientemente, cl esta- tus y la seguridad personal de estos poetas de quienes an- tes se desconfiaba mejoraron. Los recitales paiblicos reali- zados por los bardos, asi como el recitado de memoria de poesfas en reuniones privadas, habfan sido una préctica comin en la Rusia prerrevolucionaria. La novedad era que cuando Pasternak y Ajmétova lefan sus poemas y de vez en cuando se detenian para recordar una palabra, siem- pre habia entre el amplio piiblico reunido en torno a ellos ‘mumerosos oyentes que les hacfan de apuntador, tanto de sus versos publicados como de los inéditos, pese a que nin guno de ellos estaba disponible. Ningin escritor podia evi tar sentirse conmovido y revitalizado por esta forma ge- uina de homenaje. El estatus del puitado de poetas que claramente se ele- vaba por encima del resto era, a mi parecer, tinico. Ni los pintores, ni los compositores, ni los escritores en prosa, ni siquiera los actores més populares ni los periodistas més elocuentes y patriotas eran amados y admirados de una ‘manera tan sincera y universal, sobre todo por la clase de personas con las que charlé en tranvias, trenes y el metro, algunas de las cuales admitian que nunca habfan leido ni uno solo de sus versos. El poeta ruso mas famoso y ado- rado era Boris Pasternak. Bra el ser humano de la Unién Soviética al que més me apetecia conocer. Me habfan ad- vertido de que era sumamente dificil acceder a aquellas personas a quienes las autoridades no permitian aparecer ‘en recepciones oficiales, donde los extranjeros s6lo podfan relacionarse con ciudadanos soviéticos minuciosamente seleccionados (los demas habfan aprendido a la fuerza que no era ni deseable ni seguro para ellos conocer a extranje- +08, sobre todo en privado). Tuve suerte. Por una concate- naci6n fortuita de circunstancias, logré, casi al comienzo de mi estancia, visitar a Pasternak en su casita de campo, emplazada en la poblacién de escritores de Peredélkino, cerea de Moseti. 1 ‘Acuai a visitario una tarde célida y soleada de septiembre de 1945. El poeta, su esposa y su hijo, Leonid, estaban sentados en torno a una mesa de madera tosca en el patio trasero de la dacha. Pasternak me salud6 célidamente. En tuna ocasién, su amiga la poeta Marina Tsvitéieva habia dicho de él que pareefa un drabe con su caballo; tenfa un rostro tosco, melancélico, expresivo y muy racé, un rostro que me resultaba muy familiar, tanto por las muchas foto- grafias que habfa visto como por las pinturas de su padre. Hablaba pausadamente, en un tono bajo y monétono como de tenor, con una cadencia continua, algo a medio camino entre un tarareo y un zumbido que siempre sor- prendia a quienes lo conocian por primera vez: alargaba las vocales como si entonara un aria lastimera de una 6pe- ra de Chaikovski, pero con una fuerza y une tensi6n mu- cho mas concentradas. Pasternak me recibi6 con un: «Viene usted de Inglate~ tra. Yo estuve en Londres en los afios treinta, en 1935, en mi viaje de regreso del Congreso Antifascista de Paris». A zenglén seguido explied que durante el verano de aquel afio habia recibido una llamada telef6nica inesperada de las autoridades, quienes le comunicaron que se estaba ce- Iebrando un simposio literario en Paris y debia partir para el mismo sin demora. Pasternak habfa alegado que no te- nia ropa adecuada. «Nosotros nos encargamos de eso», lo tranquilizaron los funcionarios. Le proporcionaron un abrigo de dia formal y unos pantalones a rayas, una cami- [ a4 La mentalidad soviétca sa con los pufios almidonados y cuello de esmoquin y unas botas de piel negras, que eran exactamente de su talla. Pero al final le permitieron ir vestido de calle. Mas tarde le explicaron que André Malraux, el organizador del congre- 0, habia insistido en que lo invitaran; Malraux habia ad- vertido a las autoridades soviéticas que, aunque compren- fa su reticencia a hacerlo, no enviar a Pasternak y a Babel a Paris podria originar especulaciones innecesarias, pues eran dos escritores soviéticos muy conocidos, y no eran tantos los que por entonces suscitaban el interés de los li- berales europeos. «No se imagina la cantidad de gente fa mosa que habja alli -continué Pasternak-. Estaban Drei. ser, Gide, Malraux, Aragon, Auden, Forster, Rosamond Lehmann e infinidad de celebridades excelsas. Pronuncié un discurso. Les dije: “Entiendo que ésta es una reunién de escritores para organizar la resistencia al fascismo, S6lo tengo una cosa que decirles: no se organicen. La organiza- ci6n es la muerte de la literatura, La independencia perso- rales lo tinico que importa. En 1789, 1848 y 1917, los es- ctitores no se organizaron ni a favor ni en contra de nada, Se lo imptoro, no se organicen”. »Se mostracon sorprendidos, pero gqué otra cosa po- dia decirles? Pensé que tendria problemas al regresar a Ru- sia por haber dicho aquello, pero nadie me ha recrimina- do nada hasta el momento. Luego viajé a Londres y desde alli regresé en uno de nuestros botes, donde comparti cama- rote con Shcherbakov, que a la saz6n era el secretario del Sindicato de Escritores, tremendamente influyente, y mas adelante fue miembro del Politbur6. Hablé sin cesar, dia y noche. Llegé a rogarme que me callara y le dejara dormir. Pero yo segui hablando. Paris y Londres me habian des- pertado. No podia parar. Me imploré misericordia, pero fui implacable. Debi6 de pensar que estaba trastocado, y es posible que eso me fuera de ayuda tiempo después.» Se referia, me da la impresi6n, a que parecer un poco chifla- do, o al menos terriblemente excéntrico, tal vez lo ayud6 a salvarse de la Gran Purga. icone: Conversaciones con Ajmétova y Pasternak ws Pasternak me pregunt6 si habia leido su prosa, en con- creto La infancia de Liuvers. «Veo por su expresi6n ~afiadi6 injustamente- que usted considera estos textos artificio- 05, torturados, egoistas y horriblemente modernos; no, no se moleste en negarlo, ast lo cree, y estd en lo cierto, Me avergiienzo de ellos. No de mi poesia, pero si de mi pro- sa. Est influida por el que fuera el movimiento simbo- lista més débil y confuso, tan de moda en. aquellos tiem- os, lleno de caos mistico (aunque, por supuesto, André Beli era un genio: San Petersburgo y Kotik Letdyeu son obras maravillosas). Lo sé, no necesita decirmelo, pero su influjo fue terrible (Joyce es otra cuestién). Todo lo que es- cribf entonces eran textos obsesivos, forzados, quebrados, attificiales, imiitles {negodno]; pero ahora escribo algo completamente distinto: algo nuevo, novedoso, luminoso, elegante, bien proporcionado /séroinoe}, de una pureza y simplicidad clisicas, lo que buscaba Winckelmann, si, y también Goethe; y éste sera mi legado al mundo. Es asi como deseo que se me recuerde, y consagraré el resto de mi vida a ello.» No respondo de la precisiGn absoluta de estas pala- bras, pero asf las recuerdo. Esta obra proyectada se con- vertiria con el tiempo en Doctor Zhivago. Hacia 1945, Pasternak habia completado el borrador de los primeros capitulos, me solicieé que lo leyera y luego se lo enviara a sus hermanas, que residfan en Oxfords y eso fue lo que hice, si bien no tuve noticia de sus planes de escribir toda la novela hasta mucho después. Tras aquello, Pasternak guard6 silencio durante un tiempo; ninguno de nosotros pronuncié palabra. Luego manifest6 cudnta le gustaban Georgia, los escritores georgianos Yashvili y Tabidze, y el vino georgiano, y lo bienvenido que era siempre en aque- lla regién. Se inveres6 por los tltimos acontecimientos en Occidente, y me pregunt6 si conocia a Herbert Read y su doctrina del personalismo. Me explicé que su creencia en la libertad personal se derivaba del individualismo kantia~ no y afiadié que Blok habia malinterpretado por comple- 16 La mentalidad soviética to al fil6sofo en su poema «Kant». No habfa nada en Rusia de lo que pudiera hablarme. Me inst6 a percatarme de que en Rusia (ni él ni ninguno de los otros escritores a quienes conoct utilizaban jamAs las palabras «Unién Soviética») el reloj se habfa detenido alrededor de 1928, cuando las re- laciones con el mundo exterior habfan quedado sesgadas; sin ir mAs lejos, la descripcién de él y de su obra en la En- ciclopedia Soviética omitia toda referencia a su vida o es- critos posteriores a esa fecha. ‘A media explicacién lo interrampié Lidia Seifillina, una escritora anciana y reconocida: «Mi destino es exact tamente el mismo ~intervino-. Las iltimas Iineas del arti- culo de la Enciclopedia sobre mi rezan: “Seifillina atravie- sa actualmente una crisis psicolégica y artistica”. No han modificado el articulo en fos tiltimos veinte afios. Para el lector soviético, continio anclada en un estado de crisis 0 animaci6n suspendida. Somos como el pueblo de Pompe- ya; t6, yo y Boris Leonidovich hemos quedado sepultados bajo las cenizas a media frase. Y sabemos tan poco: sabe- mos que Maeterlinck y Kipling estén muertos, pero gy Wells, Sinclair Lewis, Joyce, Bunin y Jodasévich? ¢Conti- nian vivos?». Pasternak pareci6 abochornado y cambié de tema, Haba estado leyendo a Proust; sus amigos comu- nistas franceses le habfan enviado la obra maestra del galo al completo; ya la conocia, dijo, y la releyé més tarde, Ain no habia ofdo hablar de Sartre ni de Camus, y tenia a Hem- ingway en baja estima («No entiendo por qué Anna An- dréyevna [Ajmétova] lo considera un buen escritor», la- menté). Hablaba pansadamente, con frases elaboradas, que in- tercalaba con réfagas esporidicas de palabras. Su discurso a menudo desbordaba las orillas de la estructura gramati- cal; hilvanaba pasajes ltcidos con imégenes salvajes, pero siempre maravillosamente vividas y concretas, las cuales podfan estar seguidas por sombrfas palabras que resulta- ban dificiles de seguir, y acto seguido recomaba una narra- cién inteligible. En ocasiones, su discurso era el de un Conversaciones con Ajmdtoua y Pasternak 27 poeta, como sus escritos. Alguien dijo una vez que existen ppoetas que son poetas cuando escriben poesfa y escritores de prosa cuando escriben prosa, y otros que soa poetas es- criban lo que escriban, Pasternak era un poeta genial, en su literatura y en su vida. En cuanto a su conversacién, era de una calidad inenarrable. La tinica persona que he cono- cido que hablara como él es Virginia Woolf, quien con- segufa espolear el pensamiento del interlocutor al igual que él y nublaba la visiGn que uno tenia de la realidad de tun modo igualmente estimulante y, en ocasiones, también aterrador. Empleo el calificativo «genial» de manera deliberada. ‘A veces me han solicitado a qué me refiero exactamente con este término tan evocador al tiempo que impreciso. Y¥ lo tinico que puedo responder es: al bailarin Nijinski le preguntaron en una ocasi6n cémo consegufe alejarse tan- to del suelo al saltar. Se rumorea que respondié que no vefa dénde estaba lo extraordinario en ello. La mayorfa de las personas saltan y caen al suelo répidamente. «Por qué hay que bajar de inmediato? Es mucho mejor permanecer enel aire un rato antes de caer», dicen que contest6. Uno de los criterios de la genialidad, a mi parecer, es precisa- mente éste: la capacidad de hacer algo facilisimo a simple vista que el comtin de los mortales es incapaz de hacer, sabe que es incapaz de hacer y no sabe cémo hacerlo ni por qué no puede hacerlo. A veces Pasternak hablaba dando agrandes saltos; su uso de las palabras era el més imagina- tivo que he conocido jamés: era salvaje y estremecedor. Existen muchas tipologtas de genios: Eliot, Joyce, Yeats, Auden y Russell no hablaban (segiin mi experiencia perso” nal) de este modo. No quise abusar de la hespitalidad de Pasternak. Dejé al poeta, emocionado y sokeecogido por sus palabras y por su personalidad. Después de su retorno a Moscé, lo visité casi semanal- ‘mente y llegué a conocerlo bien. No pretendo poder des- cribir el poder transformador de su presencia, de su vox y sus gestos. Hablaba sobre escritores y libros; le entusias- ns La mentalidad soviétca maba Proust, cuyos textos conocia en profundidad, Tam- bién le gustaba el Ulises, si bien por entonces no habia lei- do atin nada de la obra posterior de Joyce. Hablaba de los simbolistas franceses, de Verhaeren y Rilke, a quienes ha- bia conocido en persona; sentia una honda admiracién por Rilke como hombre y como escritor. Estaba imbuido de Shakespeare y no le satisfacian sus propias traduccio- nes del inglés: «He intentado hacer la obra de Shakespeare mia ~aseguraba-, pero he fracasado». Habia crecido, se- tin él mismo confes6, a la sombra de Tolst6i, a quien con- sideraba un genio incomparable, muy superior a Dickens © Dostoyevski, un escritor a la altura de Shakespeare, Goethe y Pushkin. Su padre, el célebre pintor, lo habia lle- vado a ver a Tolstéi en su lecho de muerte, en 1970, en Astapovo. Le resultaba imposible ser critico con las pala- bras de Tolst6i: para él, Tolstéi y Rusia conformaban un. todo indivisible. En cuanto a los poetas rusos, Blok era evidentemente el genio dominante de su tiempo, pero no sentia simpatia por él. Beli le parecia mas préximo; era un hombre con unos conocimientos insélitos, un hombre mé- gico y un apasionado de la tradicién ortodoxa rusa. Briti- soy se le antojaba un hombre hecho a sf mismo, una caja de misica mecénica e ingeniosa, un operador inteligente y caleulador, pero en absoluto un poeta. No mencioné a Mandelshtam. Sentia la mayor de las ternuras hacia Mari- 1na Tsvietaieva, a quien lo ligaban largos afios de amistad. Sus sentimientos hacia Mayakovski eran més ambiva- lentes: habia llegado a conocerlo bien, habian sido amigos fntimos y habfa aprendido mucho de i; lo consideraba un destructor titsnico de las viejas formas, pero, aiadi6, a di: ferencia de otros comunistas, siempre fue un ser humano, aunque no un gran poeta ni un dios inmorcal como Tit. chev y Blok, ni tan siquiera un semidiés como Fet o Beli. Con el paso del tiempo habia perdido valor. En su época fue justo lo que se necesitaba, Hay poetas, aseguraba, que tienen su momento, como Aséyev, el pobre Kliiiyev (liqui- dado), Selvinski o incluso Yesenin. Satisfacen una necesi- Convercaciones com Aimazova y Pasternak na dad urgente de su época, sus dones poseen una importan- cia crucial para la evolucién de la poesia en su pais, pero desaparecen sin dejar rastro. Mayakovski era el principal exponent de ello; La nube en pantalones tenia relevancia histérica, pero el vocerio era insoportable: inflamaba su talento y lo torturaba hasta hacerlo estallar. Los tristes guifiapos del zepelin multicolor seguian obstaculizando la senda personal, si uno era ruso. Tenfa talento y era impor- tante, pero también burdo e inmaduro, y acabé siendo un artista de cartel. Los asuntos amorosos de Mayakovski ha~ ban tenido consecuencias desastrosas para él tanto como hombre cuanto como poeta. Pasternak adoraba a Maya- kovski como ser humano, y el dia en que se suicidé fue uno de los més sombrios de su vida, Pasternak era un patriota ruso; sentia una profunda conexién hist6rica con su pafs. Me repitié una y otra vez lo feliz que lo hacia veranear en la poblacién de escritores de Peredélkino, que antafio haba formado parte de la fin- ca del gran eslavéfilo Yuri Samarin. El verdadero linaje de la teadicién conducia desde el legendario Sadké hasta los Stréganoy y Kochubéi, Derzhavin, Zhukovski, Tititchev, Pushkin, Baratinski, Lérmontov, Fet, Annerski, los Aksé- kov, Tolst6i, Bunin y los eslavofilos; no en cambio asf hasta {os intelectuales liberales, quienes, segiin mantenia Tolst6i, no sabfan de qué vivian los hombres. Este deseo apasiona- do, casi obsesivo, de ser considerado un escritor ruso con profundas raices en suelo ruso, resultaba especialmente evidente en la repudia de sus orfgenes judios. Se mostraba reacio a discutir sobre esta cuestidn: no se avergonzaba de ello, pero le desageadaba; deseaba la desaparicion de los judfos como pueblo. ‘Su gusto artistco se habia perfilado en su javentud y se mantuvo fiel a los maestros de aquella época. Su recuerdo de Skriabin (€1 mismo habia pensado en convertirse en compositor) era sagrado. No olvidaré facilmente el canto de alabanza entonado por Pasternak y Neubaus (el famo- so mtisico y ex marido de la esposa de Pasternak, Zinaida) 130 La mentalidad soviltien ‘a Skriabin y al pintor simbolista Vribel, a quien, junto ‘con Nicholas Roerich, valoraban por encima de todos los ppintores contemporéneos. Picasso y Matisse, Braque y Bonnard, Klee y Mondrian parecfan tener para ellos tan poca relevancia como Kandinski o Malévich. En cierto sentido, Ajmdtova y sus contempordneos Gu- miliov y Marina Tsvietdieva son las iltimas grandes voces del siglo xrx, mientras que Pasternak se sitda en el umbral entre ambos siglos, acompafiado quiza por Mandelshtam. Fueron los Gltimos representantes de lo que podria deno- minarse el segundo renacimiento ruso, que en su esencia se mantuvo al margen del movimiento moderno, de Picasso, Stravinski, Eliot, Joyce y Schoenberg, por mucho que se los admirara; y es que el movimiento moderno en Rusia se vio abortado por los acontecimientos politicos (la poesia de Mandelshtam es otra historia). Pasternak amaba Rusia. Estaba dispuesto a perdonar a su pais todos sus defectos, todos, salvo la barbarie del gobierno de Stalin, si bien in- cluso eso, en 1954, se le antojaba como la oscuridad que precedia al amanecer que tanto se esforzaba en vislum- brar, esperanza que expresa en los siltimos capitulos de Doctor Zhivago. Crefa estar en comunién con la vida in- terior del pueblo ruso, compartir sus esperanzas, temores Y sueiios, ser su voz al igual que anteriormente lo habian sido, si bien de otro modo, Tititchev, Tolst6i, Dostoyevs- ki, Chéjov y Blok (para cuando yo lo conoci no concedia ingrin mérito a Nekrasov). En las conversaciones que mantuvimos durante mi es- tancia en Mosc, siempre cara a cara, ante una mesa escri- torio de madera pulida sobre la que no habia ni rastro de libro o pedazo de papel, reiteré su conviccién en hallarse en sintonia con el espiritu de su pais y neg6 tozuda y repe- tidamente dicho papel a Gorki y Mayakovski, sobre todo al primero, Crefa, ademés, que tenfa algo que decir a los gobernantes de Rusia, algo de una importancia capital que s6lo él podia transmitir, si ben sus ideas, pese a la frecuen- cia con que hablaba de ellas, 2 mi se me antojaban inson- | Conversaciones con Ajmétova 9 Pasterak 131 dables e incoherentes. Tal vez ello se debiera a una falta de entendimiento por mi parte, pese a que Anna Ajmétova ‘me confes6 que cuando Pasternak comenzaba a hablar en esta vena profética tampoco ella lo comprendia. Durante uno de aquellos trances extaticos me hablé de su conversacién telefOnica con Stalin acerca del arresto de Mandelshtam, la famosa conversacién dela que circula- ban y siguen circulando distintas versiones. Reproduzco el relato tal como recuerdo que me lo conté en 1945. Segtin su versi6n, se hallaba en su apartamento de Moscii con su cesposa y st hijo cuando soné el teléfono y una vor le co- municé que lo llamaban del Kremlin y que el camarada Stalin queria hablar con él. Pens6 que se trataba de una broma pesada y colg6 el auricular. El teléfono volvié a so- nar y la voz consiguié al fin convencerlo de que la llama- da era auténtica. Stalin pregunté si hablaba con Boris Leo- nidovich Pasternak. Pasternak contest6 que si Stalin quiso saber si estaba presente cuando Mandelshtam habia recita- do una satira sobre su persona. Pasternak respondié que le parecia icrelevante si estaba o no presente, pero que se sen- tia enormemente feliz. de hablar con Stalin, que siempre habia sabido que ocurriria algiin dia y que debian reunirse y tratar asuntos de vital importancia. Stalin le pregunt6 entonces si Mandelshtam era un maestro, Pasternak replicé que como poetas eran muy distintos, que admiraba la poe- sia de Mandelshtar, pero que no sentia afinidad con ella, si bien, en cualquier caso, ello no tenia la menor trascen dencia. Llegados a este punto, en su relato de aquel episodio, Pasternak volvi6 a sumirse en uno de sus grandes vuelos metafisicos acerca de los momentos decisivos césmicos en la historia mundial; era eso lo que querfa abordar con Sta- lin, y era de vital importancia hacerlo. Imagino que su conversacién con el dictador también se edentraria por ‘e505 derroteros. En cualquier caso, Stalin le pregunté una vez més si estaba 0 no presente cuando Mandelshtara ley6 la sétira. Pasternak respondié que lo més importante era 32 La mentalidad soviétca Conversaciones com jmétova y Pasternak su encuentro indispensable con Stalin, que debfan reunic- se en breve, que todo dependia de ello, que tenfan que abordar temas de importancia capital, como la vida y la muerte. «Si yo fuera amigo de Mandelshtam, habria sa do defenderlo mejor», atajé Stalin y colgé el auricular. Pasternak intent6 devolverle Ja Hlamada pero, como es de suponer, no consiguié que lo pusieran en comunicacién con el dirigente. Aquel episodio, como es lgico, lo ator- mentaba profundamente. Me repitié la versién que acabo de narrar en al menos otras dos ocasiones, y conté la anéc- dota también a otros visitantes, aunque segiin parece de distinta forma. Es probable que sus esfuerzos por rescatar a Mandelshtam, en particular su siplica a Bujarin, lo ayu- daran a seguir con vida durante un tiempo (Mandelshtam fue ejecutado afios después), pero es evidente que Paster- nak pensaba, tal vez sin motivo real, pero como le habrfa ccurtido a cualquiera que no estuviera cegado por la ufa- nfa.o la estupidez, que cualquier otra respuesta habria sido de mas ayuda para el poeta condenado'. Prosigui6 narrando el destino de otras victimas, como Pilniak, que aguard6 ansiosamente («miraba sin cesar por Ja ventana») la llegada de un emisario que le solicitara fir- mar una denuncia contra uno de los hombres acusados de traici6n en 1936 y, al no aparecer ninguno, cayé en la cuenta de que él también estaba condenado. Hablé de las circunstancias que rodearon el suicidio de Tsvietdieva en 1941, el cual segtin él podta haberse evitado si los buré- cratas literarios no se hubieran compostado de un modo tan desalmado y atroz con ella. Relaté la anéedota de un hombre que le pidié que firmara una carta abierta de con- dena al mariscal Tujachevski. Cuando Pasternak se nego y explicé los motives de su negativa, el hombre estall6 en Ianto y exclamé que el poeta era el ser humano mas noble y santo que haba conocido nunca y lo abraz6 con fervor, 1. Ajmatova y Nadezhda Mandelshtam le concedieron un cua~ tro sobre cinco por su comporcamiento en este asunto. (N. del A.) Kipe & tras lo cual se dirigié sin tardanza a la policfa ed denuncié.. Pasternak afiadié que, pese al papel positive que el Par- tido Comunista habfa desempefiado durante la guerra, y 1no s6lo en Rusia, encontraba cada vez més repugnante la idea de mantener cualquier tipo de relacién con él: Rusia era una galera, un barco de esclavos, y los hombres del Partido eran los capataces que azotaban a los remeros. ePor qué un diplomético de la Commonwealth briténica ue a la saz6n se encontraba en Mosedi y « quien segura- mente yo conocfa, un hombre que sabia algo de ruso, se definia como poeta y lo visitaba siempre que se presenta- ba la ocasi6n, por qué esta persona insistia por activa y or pasiva en que él, Pasternak, se aproximara al Partido? ‘No necesitaba caballecos venidos de la otra parte del mun- do a decirle lo que debia hacer. Me pregunté si podia co- ‘municarle a aquel hombre que sus visitas no eran bien re- cibidas. Le prometi hacerlo, pero no lo hice, en parte por temor a que la situacién ya de por sf insegura de Pasternak deviniera atin més precaria, Pasternak tampoco se abstuvo de hacerme reproches a ‘mi, aunque no por intentar imponerle mis opiniones, poli- ticas 0 de otra indole, sino por algo que a é! le parecia casi igual de deleznable. Alli nos encontrébamos ambos, en Ru- sia, y mirasemos donde mirdsemos, todo era nauseabun- do, espantoso, una pocilga abominable, y, sin embargo, yo parecfa entusiasmado con ello: «Vas por abi miréndo- 4o todo con ojos de desconcierto», me recrimin6. Yo no era mejor (segiin declaré Pasternak) que cualquier otro turis- ta que no vela nada y albergaba ideas absurdas y deliran- tes que enfurecfan a la pobre poblacién nativa. Pasternak era extremadamente sensible a la carga de tener que acomodarse a las exigencias del Partido o del Es- tados parecfa temeroso de que su mera supervivencia pu- iera atribuirse a algiin esfuerzo impropio por apaciguar a las autoridades o a alggin compromiso escudlido de su in- tegridad por escapar de la persecuci6n. Voivia una y otra m4 La mentalidad sovigtica vex. sobre este punto, y llegaba a limites insospechados para negar que era capaz de conductas de las que nadie que lo conociera habria osado considerarlo culpable. En tuna ocasién me pregunté si habja ofdo a alguien calificar su volumen de poemas sobre la guerra En trenes de la ma- ana como un guifio de conformidad con la ortodoxia prevaleciente, Le contesté sinceramente que jamés habia ido nada por el estilo y que se trataba de una sugerencia absurda, ‘Anna Ajmdtova, que estaba unida a él por los més s- trechos lazos de la amistad y la admiracién, me confesé que al final de la guerra, cuando regresaba de Taskent, donde habia sido evacuada desde Leningrado, se detavo en Mosety visité Peredélkino. Al cabo de unas horas de su Ilegada recibié un mensaje de Pasternak diciéndole que no podia verla porque tenia fiebre y estaba en cama, que era imposible. Al dia siguiente le llegé un mensaje idéntico. Y al tercer dia Pasternak aparecié ante ella con un aspec- to envidiable, sin rastro de enfermedad. Lo primero que hizo fue preguntarle si habia lefdo su tiltimo libro de poe- mas. Le planteé la cuestién con una expresién tan plafide- ra en el rostro que Ajmétova contest6 con tacto que no, que atin no; entonces a Pasternak se le ilumin6 la cara, pa~ recié enormemente aliviado y ambos se enzarzaron en una animada conversacién. Era evidente que se sentia aver- gonzado (sin causa) de aquellos poemas. Le parecfan una especie de esfuerzo desganado por escribir poesta social, y nada despreciaba més que ese género. Pese a todo, en 1945 segufa albergando esperanzas de una gran renovaci6n de la vida rusa tras la tempestad de limpieza que para él habia sido la guerra, una tempestad tan teansformadora, a su propio y terrible modo, como la propia Revolucién, un cataclismo de unas proporciones superiores a cualquiera de nuestras enclenques categorfas ‘morales. Las mutaciones de tal calibre, en su opinién, eran imposibles de juzgar. Habfa que pensarlas y repensarlas, ¢ intentar entenderlas en la medida de lo posible a lo largo Conversaciones com Ajmétova y Pasternak 15 de toda la vida; estn mas alld del bien y del mal, de la aceptacién o el rechazo, de la duda o la aquiescencia; de- ben aceptarse como cambios elementales, como terremo- tos, maremotos 0 acontecimientos transformadores que desbordan toda categoria ética o histérica. Y de la misma manera, la tenebrosa pesadilla de las traiciones, purgas y masacres de inocentes, seguidas por la atror guerra, le pa- recian un preludio necesario a una victoria inevitable y sin precedentes de la espisitualidad. ‘Transcurrieron once afios antes de nuestro siguiente encuentro. En torno a 1954 su alejamiento del establish- ‘ment politico de su pais era absoluto. Era incapaz de ha- blar de él 0 de sus representantes sin estremecerse. Para entonces su amiga Olga Ivinskaya habia sido arrestada, interrogada, torturada y deportada a un campo de traba- jo durante cinco afios. «Tu Boris ~le habia espetado a Ivinskaya el ministro de Seguridad Estatal, Abakamov-, tu Boris nos detesta, zno es cierto?» «Tenian raz6n -con- firmé Pastornak-. Olga no podia negarlo, y no lo negé.r Yo habia viajado a Peredélkino con Neuhaus y uno de sus. hijos de su primera mujer, que ahora estaba casada con Pasternak. Newhaus repitié hasta la saciedad que Paster- nak era un santo, que era demasiado idealisea (su esperan- za de que las autoridades soviéticas le permitieran publi- ‘car Doctor Zhivago era absurda) y que parecia probable que acabara convirtiéndose en un marti. Pasternak fue el mayor escritor que Rusia dio en décadas y seria destruido, como tantos otros, por el Estado, Era una herencia del ré- gimen zarista, Al margen de las diferencias entre la vieja y Ja nueva Rusia, el recelo hacia los escritores y artistas y su persecucién eran comunes a ambas. Su ex esposa y actual mujer de Pasternak le habia explicado que éste estaba de-

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