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VIDA
Una revisión aplicada para América Latina desde la sosteniblidad
RESUMEN
“La familia que saca su coche malva y cereza con aire acondicionado […] para dar
una vuelta, atraviesa ciudades mal pavimentadas, afeadas por la basura, edificios
en ruinas, carteleras de anuncios por doquier […] Siguen adelante y atraviesan
una campiña que los carteles publicitarios han vuelto en gran parte invisible […]
Meriendan con alimentos exquisitamente empaquetados, sacados de una nevera
portátil, junto a un riachuelo contaminado, y prosiguen para pasar la noche en un
camping que es un peligro para la salud pública […] Inmediatamente antes de
quedarse adormilados en un colchón de aire, bajo una tienda de plástico, entre el
hedor de la basura que se está pudriendo, tal vez reflexionen vagamente sobre la
accidentada irregularidad de los beneficios que disfrutan.
Desde la década de los setenta se han teñido de verde las inclinaciones del hombre para
madurar unas relaciones más armoniosas con el entorno. La degradación generalizada
del planeta se constituyó en un asunto de competencia no solo de las ciencias cientifico-
naturales, sino en un problema de envergadura social, política, económica, ética, jurídica
y cultural. Es interesante la manera en la cual el ambientalismo se condensa en
movimientos sociales y corrientes políticas, y, por otro lado, estructurando y componiendo
toda índole de discursos que, de alguna u otra manera, son familiares a los habitantes de
todo el planeta; así no se constituya precisamente, salvo contadas excepciones, en un
compromiso vitae gracias a los patrones de vida y de consumo que detenta la sociedad
moderna.
Desde luego, dicho discurso ha tomado tal apogeo que en la mayoría de casos se emplea
de manera acrítica, mecánica y repetida; el ambientalismo también es presa del boom de
lo que está de moda. Es más, coexisten “grupos ecologistas, que parecen más
interesados en conservar el término de Desarrollo Sostenible que la propia naturaleza.”[1]
De manera embrionaria, la economía clásica del siglo XIX, dedicó algunas líneas al
ambivalente asunto de la felicidad como expresión de la posibilidad de consumir y de
contar con comodidades algo suntuarias, lo cual llegó a permear, en términos generales,
la esencia de la economía de bienestar. El boceto y los incipientes elementos de lo que se
entiende como calidad de vida son oriundos de la modernidad burguesa en su apogeo, de
carácter liberal, y se circunscriben al modus vivendi típico de entornos básicamente
urbanos.
Las políticas de desarrollo económico y social jalonadas desde los países desarrollados
pretendieron cubrir el abanico de necesidades básicas de la población (salud, alimento,
vestido, educación, vivienda, empleo y seguridad social) en virtud de mejorar un nivel de
vida entendido como poder adquisitivo, modernización, apertura a mercados
internacionales y mundialización de la economía. América Latina introdujo dichos modelos
de desarrollo como moda, con cierto entusiasmo progresista, también por imposición de
países con ímpetu colonizador que condicionaban economías fluctuantes, a merced de
los intereses de las burguesías nacionales o de los monopolios de capital extranjero. Ésta
fue, en términos gruesos, la pauta de los países latinoamericanos, donde crecientes
sectores de población, a la vez que se incrementaban, se distanciaban del cabal
bienestar.
A su vez, el imperativo era trazar un patrón para medir el crecimiento económico, del cual
equivocadamente se deducía las condiciones de vida de la población en general. En
análisis macroeconómicos y homogenizantes tanteaban el desarrollo por relativas cifras
per capita. Hasta hace poco los países indagaban el bienestar tomando como base el
comportamiento de variables como el PNB, cantidad de automóviles, consumo de
cemento o de hierro. En dicha visión, entre otras flaquezas, la variable ambiental está
abiertamente excenta. Pese a las limitantes conceptuales y metodológicas, el bienestar (o
la felicidad, como se denomina en Japón) se ha medido a través de dichos indicadores,
frente a los cuales es necesario agregar un sinnúmero de salvedades y advertencias, con
lo cual, en repetidas ocasiones, no dejan de ser arbitrarios. A lo sumo se acercaban a la
distinción de las diferencias de la riqueza entre un país y otro, y al interior de cada uno de
estos, entre los sectores menos favorecidos y los no muchos privilegiados. En todo el
parcial análisis de los gabinetes gubernamentales de desarrollo se desconocía,
maquillaba y disimulaba la magnitud de la sentida realidad de una población deprimida
que aumentaba aceleradamente en espacios residuales, que acogieron asentamientos
periféricos, en la ilegalidad, a manera de cinturones de miseria. A su vez, el medio
ambiente se deterioraba, en algunas partes, de manera irreversible
En este panorama no coincidían los ideales del desarrollo con el auténtico bienestar, ni
con los propósitos de un medio ambiente sano. En vano, y a gran distancia, la calidad de
vida se correlacionaba con el bienestar y la justicia social. América latina se urbanizó
abruptamente en casi tres décadas, la población se subsumió en situaciones difíciles, y no
faltaron asistencialistas y esporádicos paliativos gubernamentales carentes de ejes que
articularan políticas coherentes de desarrollo y bienestar acordes a cada particular
contexto. En dicho momento la calidad de vida, como termino de referencia a nivel teórico,
no era precisamente la estrella polar hasta bien entrados los ochenta.
El “Club de Roma” —Los limites del crecimiento (1972) y Más allá de los limites del
Crecimiento (1992)— revela una sociedad moderna opulenta cuya dinámica está regida
por el principio mayor consumo-mayor bienestar, donde el soporte en el cual descansa la
biota está seriamente desequilibrado. Se advierte que si no se reconfiguran los topes
demográficos junto con las formas de producción y de consumo, el planeta no toleraría los
cambios, corriéndose el riesgo de poner en entredicho las mínimas condiciones para la
permanencia de la vida. Aunque dicha obra ha sido seriamente cuestionada en sus
aspectos metodológicos e interpretativos de carácter Malthusiano, el llamado de atención
y la alerta que genera conserva vigencia.
Con todo ello, por mas avances que esbocen las medidas conservacionistas que intentan
regular la relación con el medio, la problemática en sí, no se superará en el plazo
inmediato. Es iluso aspirar a que la sociedad incorpore completamente, a corto y mediano
plazo, patrones de vida sustentables, dado el arraigo de modos de vida ecológicamente
contraproducentes, cuya solución exigiría recrear particulares e intrincados tejidos y
dinámicas socioeconómicas, políticas y culturales que parten de ámbitos locales hasta
llegar a los transnacionales.
2.1 De la calidad de vida en la administración pública
El problema que atañe a la calidad de vida es, indiscutiblemente, de orden político. Los
tropiezos de la vida digna revelan, en su amplia magnitud, las falencias del ámbito
gubernamental. En este orden de ideas, es habitual que para acceder a una aparente
calidad de vida es necesario circunscribirse en las redes clientelistas y prevendatarias en
las que se sustentan los partidos políticos, los cuales garantizan minúsculos beneficios a
potenciales sufragantes, siempre y cuando estos favores sean retribuibles en la urna, por
lo tanto, traducibles en votos. Realidad evidente que está bien enraizada tanto en el
sistema electoral, como en la burocratización de las instituciones estatales.
La gestión pública no se encuentra mediada por el núcleo articulador de la sustentabilidad
en el tiempo, es irregular e ineficiente, por ende, reactivo más no preventivo. Las políticas
públicas son segmentarias, casi existe una relación inversamente proporcional entre
cobertura y calidad. Si hay un aceptable grado de cobertura va en desmendro de la
calidad; y si se localiza la calidad en lo óptimo, exiguamente alcanza para un lugar
determinado, descuidando así el fin en cuanto cobertura. Por otro lado, si se cuenta con
recursos suficientes, no pueden dirigirse a una solución integral de las demandas en su
conjunto. Si se dota el sector salud, no queda dinero para el educativo, para
infraestructura deportiva o la red vial. El reordenamiento frecuente y coyuntural de las
prioridades por orden de urgencia genera la improvisación en la ejecución de los
presupuestos, con lo cual pierden consistencia los paquetes de medidas y planes
estratégicos que conforman las políticas oficiales.
2. Así mismo el término “vida” requiere hacer referencia a una forma de existencia
superior a la meramente física que incluiría al ámbito de relaciones sociales del individuo,
sus posibilidades de acceso a los bienes culturales, su entorno ecológico-ambiental, los
riesgos a que se encuentra sometida su salud física y psíquica, etc.”[10]
Se asiste entonces a una idea más societal que singular e impersonal, excluyéndose el
marcado individualismo que matiza al sujeto de la sociedad de consumo. Prima el ethos
colectivo sobre el individual. Desde esta arista, el hombre se reafirma como un complejo
bagaje de cosmovisiones y representaciones colectivas, interactuante tanto con sus
congéneres, como con el entorno natural y construido. De ésta interrelación se abona el
terreno para que la teoría de los sistemas proporcione los fundamentos de la
ecosistemica, paradigma interpretativo nieto de la teoría de la complejidad.
De otro lado, la medición y valoración de la calidad de vida está regida, en gran medida,
por apreciaciones subjetivas e ideológicas correspondientes al particular contexto donde
se desenvuelven las colectividades. Así, pues, para medir un determinado tipo de calidad
de vida es necesario contar con otros referentes que nos sirvan de contraste. Es preciso
diferenciar los diversos modos de vida, aspiraciones e ideales, éticas e idiosincrasias de
los conjuntos sociales, para distinguir los diferentes eslabones y magnitudes, pudiendo así
dimensionar mejor las respectivas variaciones entre unos y otros sectores de la población.
Explicado de otra manera, es presuntuoso aspirar a unificar un único criterio de calidad de
vida. Los valores, apetencias e idearios varían notoriamente en el tiempo y al interior de
las esferas y estratos que conforman las estructuras sociales.[11] La calidad de vida (el
bienestar) es un construido histórico y cultural de valores sujeto a las variables de tiempo,
espacio e imaginarios, con los singulares grados y alcances de desarrollo de cada época
y sociedad.
Estamos frente al meollo simbólico y figurado de detentar algunos bienes y servicios que
proporcionan status, que se asumen como indicadores positivos en cuanto calidad de
vida. No obstante, tener lo que popularmente se conoce como lujo y abundancia, no
necesariamente es contar con lo óptimo en referencia a la calidad en el vivir. “El otro
sagaz recurso es la idolatría de lo efímero, de la moda, de lo que tiene que caer en rápido
descrédito para dejar paso a algo distinto, aunque sea igualmente antiestético y poco más
o menos duradero que lo suplantado.”[13]
No todo modelo establecido de buen nivel de vida lleva tácitamente intrínseco la calidad
de vida en su correcto sentido. Tomemos, por ejemplo, el prototipo de buen nivel de vida
que conlleva el hecho de poseer un automóvil. Es una idea, casi un dictamen cultural, que
gozar de vehículo es distintivo de bienestar, poder, importancia y comodidad; modelo
foráneo correspondiente a la cultura del consumo (“soberanía del consumidor”) de los
países industrializados; “... es probable que la América Latina en su conjunto en los
últimos veinte o treinta años haya estado adquiriendo un estilo de vida en que el automóvil
constituye para algunos la piedra angular de la existencia y para otros una aspiración que
debe cumplirse aunque signifique un alto costo personal. En los primeros años de
posguerra, el cine y luego la televisión probablemente tuvieron un fuerte efecto sobre
muchos latinoamericanos para conformar su visión del estilo de vida que preferían.
Muchos de los programas transmitidos por esos medios de comunicación fueron
preparados en los Estados Unidos de Norteamérica. Con ellos se importó, en un grado
discutible, un estilo de vida que se centra en torno del automóvil privado.”[14]
Pero, sustancialmente, ¿puede sostenerse que el coche mejora la calidad de vida? Sin
lugar a dudas, colocados en su óptica más global y compleja, y de acuerdo a la precisión
retomada (cita 10), no. Circunstancias como la contaminación atmosférica (compuesta por
polución acústica, gases y partículas en suspensión), la saturación del flujo vehicular, el
derroche de agua empleada en su limpieza, sus componentes y repuestos no
biodegradables, hacen que se desmejore la calidad de vida en las ciudades.
“El crecimiento del acervo de automóviles en la América Latina ha tenido un efecto
profundo sobre aspectos tan diversos de la vida de la población como la forma de
las ciudades que habita, la calidad del aire que respira, la naturaleza de la
ocupación en que se gana la vida y los lugares en que pasa sus vacaciones. El
efecto del automóvil lo han sentido tanto quienes lo tienen como quienes no lo
poseen, y si pudiera aventurarse una burda generalización al respecto cabría
afirmar que todo el mundo siente los efectos del automóvil, pero solo quienes lo
poseen gozan los beneficios derivados de su utilización. Como en la América
Latina contemporánea hay una alta correlación, salvo contadas excepciones, entre
la posesión de un automóvil y lo que podría describirse como el estrato privilegiado
de una estructura social muy diferenciada, podría deducirse que el vehículo ha
tenido un efecto favorable sobre quienes ya estaban en buena situación y que ha
perjudicado a todos los demás. Probablemente, los primeros no han sido obligados
a compensar adecuadamente a los últimos.”[15]
Sin embargo, no puede desconocerse las fortalezas teóricas y conceptuales del Indice de
Desarrollo Humano (IDH), dado que es un punto de vista alternativo que replantea los
estilos de progreso y la forma convencional de medirlo. Se trasciende la valoración
ortodoxa de desarrollo como crecimiento (acumulación), industrialización, auge de
mercados y, en general, avances macroeconómicos. Las gentes no son entidades
anónimas y abstractas para que sean ignoradas en su sentir y percepción subjetiva e
intersubjetiva de bienestar. “Los índices de calidad de vida o del desarrollo humano que
están siendo diseñadas por las Naciones Unidas y algunas universidades y gobiernos,
esperan integrar diferentes variables que han sido identificadas como objetivos posibles
de la humanidad. Algunas de las variables recientemente agregadas tratan de involucrar
lo que los cinco sentidos le dan al bienestar humano: visión, gusto, tacto, olor, sonidos;
otros incluyen visiones platónicas de la felicidad como la belleza, justicia y verdad. De
esta forma la ética, el poder, el conocimiento y el placer están reemplazando el PIB.
Tratando de cuantificar la calidad algunas instituciones han diseñado índices de calidad
de vida conectados a anteriores índices que están siendo medidos. (...) Conceptos de
sociología, sicología, y antropología han sido usados para construir índices utilizables en
los cuales las variables están agrupadas como en el ejemplo de Flanagan, en el cual las
categorías son: comodidad material, recreación activa, experiencia laboral agradable,
seguridad personal y de salud, aprendizaje, adquisición de conocimientos, relaciones de
pareja, socialización y expresión personal.”[25]
Los indicadores oficiales de progreso y calidad de vida deben ser complementados con
otros que evidencien la real trascendencia de las políticas públicas y de desarrollo.
Usualmente se aplaude victoriosamente los progresos cuando los gobiernos exponen
cifras positivas de incrementos exponenciales, de las cuales infieren beneficios
extensibles a todo un país. Sin embargo, es escaso que se equiparen los avances
macroeconómicos con asuntos como la distribución del ingreso y la riqueza, o la posesión
y grado de concentración de la propiedad del suelo. Un cuestionamiento concienzudo de
ello conlleva a conjeturas y dilemas éticos y morales que confrontan las economías y los
ordenes establecidos. Replantear la calidad y las formas de vida es revaluar también el
modelo de sociedad. Por su parte, la economía no es ajena a la lupa de las eticidades y la
moral política y civil como garantes de la equidad: principio supremo en que se sustenta la
calidad de vida como vida digna, apelando, en esencia, a la justicia social como valor
sublime.
Desde ello “...es igualmente claro que algunos estilos de desarrollo, producción y
consumo son intrínsecamente incompatibles con la preservación de la calidad ambiental e
incluso de la calidad de la vida. La meta final del desarrollo socioeconómico es, o debería
ser, el mejoramiento sostenido de la calidad de la vida de los seres humanos. El proceso
de desarrollo entraña utilizar, modificar y recrear el medio ambiente humano. Al mismo
tiempo, la calidad de este último es un componente fundamental de la calidad de la vida y,
por lo tanto, resulta necesario y apremiante explorar marcos conceptuales que hagan
hincapié en la plena integridad del desarrollo y el medio ambiente socioeconómicos, ya
que estos serían aspectos complementarios del mismo proceso. Estos marcos
conceptuales deberían permitir examinar una gama lo mas amplia posible de formas y
caminos de desarrollo alternativos y, más importante que las opciones de aplicación, hay
que recalcar que la generación de objetivos o metas, distintos de los tradicionales,
constituyen un proceso fundamental”.[28]
La calidad de vida no puede contrastarse con nada que se llame cantidad de vida. Todas
las consideraciones expuestas redundan en la aspiración de una sociedad
equitativamente bien ordenada al interior de sí misma y con el contexto geográfico en el
cual persiste. Realidad distante, utópica y ajena a la realidad de las megalópolis de hoy
día, con sus respectivas huellas ecológicas que se prolongan más allá de la frontera de lo
construido y de lo que concierne a lo meramente urbano. “La ciudad es hoy el escenario
de casi todo, pero sobre todo del consumo. El cambio de tendencia en la distribución
sobre el territorio de las poblaciones tiene consecuencias de primer orden para el derredor
y para quienes en él viven, así como para los masificados. Prácticamente todo lo que de
destructivista sucede fuera de los limites de lo estrictamente ciudadano resulta aceptable
por que implica más espacio, recursos y energía para la urbe, y además desde ésta ya no
se percibe directamente. Como toda ciudad es centro de poder, y la cultura y el mundo
rural olvidables, poco extraña que poco o nada se enfrente el acaparamiento.” [34]
Una y tantas formas de calidad de vida y bienestar abarca todas y cada una de las
decisiones diarias, de nuestras emociones respecto a ciertas situaciones, del ideal de
futuro, de la alimentación y del normal transcurrir de la existencia de las personas, la cual
responde a un especifico momento de la civilización. Rodriguez Villazante esboza la
experiencia del hombre cosmopolita: “La mayoría de nosotros, en el mejor de los casos,
aumentamos en un nivel de vida (tenemos más cosas), pero retrocedemos en la calidad
de vida, pues lo mejor, lo más adecuado a cada situación concreta, hecho a propósito,
sólo se reserva para algunos privilegiados. La calidad del hábitat, de la alimentación, de la
salud, de la educación, etc., no es tener más coches para meterse en atascos de trafico,
ni consumir más fármacos por que hay nuevas dolencias, ni consumir más carne sin
saber de qué se alimentaron esos animales, ni tener muchos electrodomésticos sin tener
tiempo para oír música, ni tener muchos títulos sin saber qué nos está pasando. Además,
otra gran parte de la población ni siquiera tiene acceso a muchos de estos bienes
materiales de dudosa calidad. Mientras, se están perdiendo recursos naturales y sociales
de cada lugar que permitirían otras formas de vida.” [35]
En los últimos años la noción calidad de vida ha sido enriquecida con contenidos algo
novedosos. De cierta manera es el acercamiento más pragmático y cotidiano que
podamos tener con un imaginario que ha transitado a vertientes bien interesantes para
pensar. A continuación se enumeraran algunos rumbos, los cuales son origen de otros
tantos que servirán para tipificar acepciones de calidad de vida, los cuales, lógicamente,
no agotan otras tantas alternativas de estudio y crítica.
ii) Si escrutamos el hecho de lo que es vivir en una sociedad de masas, nos encontramos
repetidamente con sujetos enajenados cuyo espacio vital está congestionado de
artefactos que le ha brindado la tecné. La posesión y disfrute de bienes no garantiza la
plena conformidad del hombre. A ello se dirige cierta corriente naturalista que,
persiguiendo nivelar y solidarizar al sujeto con el medio, pretende modos de vida sencillos
y naturales donde las necesidades primarias se compensan de manera simple, no
opulenta. Sí hoy pensamos que tener calidad de vida es contar con teléfono celular, nada
raro que el día de mañana calidad de vida sea la posibilidad de apagarlo para evadir el
estrés de la vida diaria.
iii) Una alternativa metodológica para ahondar en la lógica del concepto objeto de análisis
es diferenciando equidistantemente las categorías componentes de la triada nivel, forma y
calidad de vida, sorteando los obstáculos a la hora de confeccionar matrices de análisis e
indicadores íntegros que reúnan las multicriteriales visiones de todas las áreas del
conocimiento, a la par de las cosmovisiones de los estudiados, es decir, de las
comunidades en los componentes estructurales en que se fundamentan. En
consecuencia, como se acaba de detallar, la calidad de vida se resiste a interpretaciones
sesgadas y parceladas.
iv) Las colectividades pueden conllevar pobreza no solo en lo económico. Asimismo existe
carencia de medios y erosión en lo político, cultural y social, de lo cual no escapan
siquiera los sectores de altos ingresos. De ahí el desafío de esfuerzos dirigidos a mejorar
formas de vida a partir de la recreación de tejidos sociales, la cabida a herramientas
participativas y el rescate de valores a todo nivel. Es decir, a través de la posibilidad de
cultivar otros ámbitos del individuo y el entramado social. En ello se matriculan idearios de
convivencia, gobernabilidad, capacitación y autogestión; lúdica, economías solidarias
(cooperativismo), sistemas sostenibles de producción, sentidos de pertenencia,
reivindicaciones de género, civismo y cooperación. Dichos ámbitos han tenido luz verde
con propiedad desde las ONGs, o desde iniciativas de organizaciones de base donde los
ciudadanos consensuan y asumen responsabilidades en realidades y situaciones que
exigen diligencia. En parte, por las grietas que los gobiernos van dejando en relación con
el ejercicio de sus deberes, las cuales se difieren como cometido a todo aquel bagaje de
competencias que se concretan en la denominada sociedad civil.
Por otro lado hay que tener en cuenta que la “vida humana es un continuo de evolución y,
por tanto, es equivocado pensar que el desarrollo de las personas comienza al nacer y
termina en la adolescencia. La verdad es que empieza en el momento de la concepción y
finaliza con la muerte. Evolucionamos a lo largo de la vida, como niños, como adultos,
como ancianos. De ahí la necesidad de entender el concepto de calidad de vida en un
contexto evolutivo.”[42] Lo cual hace que sea un continuum, un fin en permanente
construcción, tanto a nivel individual como colectivo, y sin relegar, como especie, el papel
transformador y desequilibrador del medio. Se expone un sujeto extremadamente sensible
e interactuante con el entorno social, el natural y el construido. Si la economía ambiental
valora notablemente el paisaje desde lo cualitativo a lo cuantitativo, la sicología, por su
parte, retoma éste eslabón interpretándolo a la manera del medio ambiente perceptual, e,
igualmente, de acuerdo a su calidad, le otorga una gran significancia como origen de
salud mental. Se ha presentado someramente la visión sicologista de la calidad de vida, la
cual, en conjunto, ha tenido acogida en sociedades de todo el mundo.
Réquiem
Todo lo tratado hasta ahora no está agotado, por el contrario es una reflexión inconclusa
gracias a su complejidad, puntos de vista divergentes u opiniones pueda generar el
tratamiento acá brindado. Para finalizar, es tarea urgente reflexionar consistentemente el
tema tratado, para lo cual es necesario trastocar y revertir hasta la médula ciertos
aspectos de una modernidad que en sus orígenes se pensó prepotentemente como un
culmen terminado de civilización. Continuaremos hilando la filigrana del compromiso de
pensar maneras acordes para convivir en un planeta finito; proyecto al cual se interpone el
hambre, la segregación, la guerra, la enfermedad, y la sensación milenarista de estar
extraviados en laberínticos fatalismos que aclimatan nichos de incertidumbre.
BIBLIOGRAFIA
MAX-NEFF, Manfred. Desarrollo a escala humana: una opción para el futuro. S.N.
BUBOLZ, George C.: Buscando una mejor calidad de vida. En PHP Ideas para un
mundo mejor. Volumen 3, número 7, julio de 1.982. Pagina 18-29.
* E mail: espinosahenao@hotmail.com
[2] PALACIO, German A. La gallina de los huevos de oro: debate sobre el concepto de
desarrollo sostenible. Santafé de Bogotá. CEREC – ECOFONDO, 1996. Pagina 11
(Presentación).
[3] Es importante anotar que aquí no se citan los importantes ensayos magistralmente
compilados por Martha C. Nussbaum y Amartya Sen en la obra La Calidad de Vida,
reimpresa en 1998 por The United Nations University y el Fondo de Cultura Económica en
México.
[6] RODRIGUEZ VILLASANTE, Tomas: Del caos al efecto mariposa. En Utopía Siglo XXI,
Revista de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquía.
Volumen 1, número 1, junio-agosto de 1997. Medellín (Colombia). Pagina 43.
[7] GARCIA CANCLINI, Néstor. Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de
la globalización. México, Gedisa, 1995.
[8] ARAÚJO, Joaquín. XXI: Siglo de la Ecología: para una cultura de la hospitalidad.
Madrid, Espasa-Calpe, 1996. Pagina 98.
[11] Idem.
[12] GALLOPIN, Gilberto C.: El medio ambiente humano. En Estilos desarrollo y medio
ambiente en la América Latina. Osvaldo Sunkel y Nicolo Giglo (compiladores). México,
Fondo de Cultura Económica, 1980. Volumen I, pagina 215-216.
[13] ARAÚJO, Joaquín. XXI: Siglo de la Ecología: para una cultura de la hospitalidad.
Madrid, Espasa-Calpe, 1996. Pagina 117.
[14] THOMSON, Ian: Investigacion sobre algunos aspectos de la influencia que ejerce el
automóvil privado en la sociedad latinoamericana. En Estilos desarrollo y medio ambiente
en la América Latina. Osvaldo Sunkel y Nicolo Giglo (compiladores). México, Fondo de
Cultura Económica, 1981. Volumen II, pagina 125.
[19] JACOBS, Michael. Economía verde: medio ambiente y desarrollo sostenible. Bogotá,
Tercer Mundo Editores, 1991. Capitulo 19: Estándar de vida y calidad de vida, paginas
449-467.
[22] Tomada de: RIOS CARMENADO, Ignacio de los; IGLESIAS GOMEZ, Laura: Las
consideraciones ecologicas locales. En Sociedad y medio ambiente. Jesús Ballesteros y
José Pérez Adán (editores). Madrid, Trotta, 1997. Pagina 372.
[28] GALLOPIN, Gilberto C.: El medio ambiente humano. En Estilos desarrollo y medio
ambiente en la América Latina. Osvaldo Sunkel y Nicolo Giglo (compiladores). México,
Fondo de Cultura Económica, 1980. Volumen I, pagina 224.
[29] ARDILA ARDILA, Ruben. Psicología y calidad de vida. Santa Fé de Bogotá. CINCEL.
Pagina 9.
[32] ARAÚJO, Joaquín. XXI: Siglo de la Ecología: para una cultura de la hospitalidad.
Madrid, Espasa-Calpe, 1996. Pagina 124.
[33] SOSA, Nicolás M.: Ética ecológica y movimientos sociales. En Sociedad y medio
ambiente. Jesús Ballesteros y José Pérez Adán (editores). Madrid, Trotta, 1997. Pagina
275-276.
[35] RODRIGUEZ VILLASANTE, Tomas: Del caos al efecto mariposa. En Utopía Siglo
XXI, Revista de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de
Antioquía. Volumen 1, número 1, junio-agosto de 1997. Medellín (Colombia). Pagina 42.
- GRUEN, Lori: Los animales. En Compendio de ética. Peter SINGER (editor). Madrid,
Alianza editorial, 1995. Paginas 496-481.
[37] MAX-NEFF, Manfred. Desarrollo a escala humana: una opción para el futuro. S.N.
Pagina 51
[38] CAMINO V., Ronnie de. Sostenibilidad de la agricultura y los recursos naturales:
bases para establecer indicadores. San José de Costa Rica, Instituto Interamericano de
Cooperación para la Agricultura. 1993. p. 15.
Citado por ESPINOSA HENAO, Oscar Mauricio: ¿Crisis ecológica? El quehacer de las
ciencias sociales en lo ambiental. En Utopía siglo XXI, Revista de la facultad de Ciencias
Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquía. Medellín, volumen 1, número 2.
Paginas 61-72, noviembre – diciembre de 1997.
[40] MAX-NEFF, Manfred. Desarrollo a escala humana: una opción para el futuro. S.N.
Pagina 62.