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INTRODUCCIÓN

¿Ocurrirme
Eso a Mí?
¡Nunca!

E s una de las peores pesadillas. Infunde tal temor que hasta nega­
mos toda posibilidad de que pueda ocurrir. Nos decimos que
es sencillamente imposible que algo así nos ocurra a nosotros y le
damos la espalda. No queremos ni pensar en eso.
Y aun así, tal vez recemos y pidamos que nunca nos toque pasar
por eso—o que desaparezca ya mismo si por casualidad la vida de
alguien a quien amamos se ve irrevocablemente afectada por un
accidente cerebrovascular.
Sean cuales sean las emociones, la ira, el dolor, la desesperación
y la angustia, cuando un miembro de nuestra familia sufre un acci­
dente cerebrovascular, una cosa se impone como absolutamente
cierta: nuestras vidas nunca serán las mismas.

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Algunas impresionantes estadísticas:

Más de 600.000 accidentes cerebrovasculares ocurren cada


año.
El accidente cerebrovascular ocupa actualmente el tercer

lugar entre las principales causas de muertes en Estados


Unidos, y es una de las principales causas de la incapacidad
a largo plazo en los adultos.
Aproximadamente 160.000 personas mueren cada año

como consecuencia de un accidente cerebrovascular y 4,5


millones de sobrevivientes continúan sufriendo sus efectos
después de sufrir un ataque.
Una de cada diez familias se ve afectada por un accidente

cerebrovascular.

Pero no todas las noticias son malas. Con el cuidado apropiado


y una rehabilitación competente la mayoría de los sobrevivientes de
un accidente cerebrovascular pueden regresar al hogar y reanudar
su vida.
Como esperamos demostrar en estas páginas, hay vida después
de un accidente cerebrovascular.

Historia de una Mujer de Éxito


“Desde que abrí la boutique, siempre me había ido muy bien. Me
especialicé en estilos clásicos y modas que podrían ser del interés
tanto de las adolescentes como de las mujeres más maduras.
Vestidos,  trajes, abrigos, accesorios . . . hasta zapatos y botas.
Siempre me ha encantado mi trabajo. Cuando me divorcié de mi
esposo, mi trabajo comenzó a absorber más y más de mi tiempo, y
trabajaba sin descanso. Supongo que hoy me podrían llamar “la
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abuelita que trabaja”, pero confieso que, aunque adoro a mis nietos,
aceptar que ya soy abuela no siempre me deleita.
Cuando un centro comercial cercano amenazó robarme a algu­
nas de mis clientas, trabajé más duro que antes, muchas más horas.
Hasta los domingos. No me iba a dejar robar a mis clientas así
como así. Una tarde estaba en el almacén de atrás, sacando de las
cajas los vestidos que acababan de llegar. Comenzaba a poner uno
de ellos en el colgador—recuerdo que era un vestido negro de cóc­
tel bordado con lentejuelas—y de repente la mano izquierda se me
quedó paralizada. Tenía el colgador en la derecha, pero no pude
sostener el vestido en la izquierda. Cayó al piso. No me podía
mover. No tenía sensación ninguna. Sentía todo el lado izquierdo
del cuerpo entumecido, pesado como un plomo.
Grité. Mi propia voz me sonaba como si viniera de muy lejos,
como si estuviera hablando por teléfono y la línea tuviera demasia­-
da estática. No podía mover bien los labios. Volví a gritar, aunque me
parecía tonto. Tuve que gritar. Mi asistente estaba en el piso, atendi­
endo a una clienta. Echó a correr hacia donde yo estaba y vio que
estaba de pie en medio de un mar de lentejuelas negras. Me aferra­
ba al escritorio con la mano derecha. Si la hubiese soltado, hubiese
caído al piso. No tenía control ninguno de mis movimientos.
Fue la sensación más extraña que he tenido en mi vida. No
tenía dolor, sólo entumecimiento.Y podía pensar. Quiero decir que
sabía quién era y que algo me estaba sucediendo. Tampoco sentía
temor, por lo menos a un nivel. Todo lo que deseaba era irme a mi
casa y acostarme a dormir. Me sentía totalmente exhausta.
En algún lugar de mi conciencia sabía que había tenido un
accidente cerebrovascular”.
Esta mujer de negocios y abuela navegó con suerte. Sufrió un
accidente cerebrovascular, pero su efecto fue sólo temporal. Por
fortuna prestó atención a la señal de alarma e hizo lo necesario para
manejar mejor el estrés. Contrató a otra persona para que la ayu­-
dara en la boutique. Fue al médico y se sometió a una evaluación
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completa y prometió hacerse reconocimientos regulares. Comenzó


a tomar un medicamento para controlar la presión todos los días,
sin falta. Comenzó a hacer ejercicio regularmente.
En unas cuantas semanas ya estaba ayudando a su hija con la
fiesta de cumpleaños del nieto. Se había reincorporado al trabajo a
jornada parcial.
El hecho es que no todos los accidentes cerebrovasculares
tienen efectos devastadores. Como sucedió en el caso de esta mujer
de negocios, la historia puede tener un final feliz. Pero es necesario
prestar atención a las señales, porque un accidente cerebrovascular
no es cosa del destino, ni una cuestión de mala suerte. Aunque su
nombre podría implicar otra cosa, el accidente cerebrovascular no
es algo que ocurre súbitamente.
Es el clímax de una historia que se ha estado desarrollando
durante mucho tiempo, fraguándose silenciosa pero constante­
mente entre bambalinas.
El accidente cerebrovascular no ocurre de repente, del día a la
noche.

El Telón de Fondo
La definición de la American Stroke Association nos lo dice todo:
“El accidente cerebrovascular ocurre cuando el flujo de sangre al
cerebro se ve interrumpido por un bloqueo en un vaso sanguíneo
o por la ruptura de un vaso sanguíneo”.
Punto. Pero esta interrupción del flujo de sangre, aparente­
mente súbita puede fraguarse a través de varios años. Puede ser
consecuencia de oclusiones en los vasos sanguíneos del cerebro, de
la acumulación gradual de depósitos de colesterol que produce la
aterosclerosis.
La interrupción en el flujo normal de la sangre también puede
producirse como consecuencia de un coágulo que se desplaza hacia
el cerebro desde otro lugar del cuerpo, un coágulo que puede alo­
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jarse en el vaso sanguíneo y actuar a modo de represa, impidiendo


que la sangre llegue a las células que la necesitan para alimentarse.
Menos comúnmente el accidente cerebrovascular surge como
consecuencia de una debilidad en las paredes de los vasos sanguí­
neos. Esta vulnerabilidad, que puede ser congénita o presentarse a
causa del descontrol en la presión arterial, puede llegar a causar que
el vaso sanguíneo literalmente reviente. Se produce entonces la
hemorragia y la sangre puede filtrarse al cerebro.
Sea cual sea la causa, el resultado es el mismo: el área situada más
allá del vaso sanguíneo bloqueado, coágulo o hemorragia, no recibe
el suministro de sangre que necesita. Al igual que un césped que no
se irriga cuando hay sequía, esta área del cerebro comienza a secarse
y a “marchitarse”. Las células cerebrales que no se están irrigando
mueren rápidamente.
Y la función que realiza esa área del cerebro también cesa; es
decir, muere. Puede ser una función tan básica como la habilidad
de mover el cuerpo o tragar—o tan compleja como la forma de
percibir el mundo o elegir una pieza musical.

Atendiendo a las Señales de Peligro


No podemos cambiar la forma en que nacimos, ni nuestros genes.
Ni tampoco, en muchos casos, podemos eliminar los motivos de
estrés que tenemos en nuestra vida, sus penas y adversidades. Pero
sí podemos hacer algunas cosas para prevenir un accidente cere­
brovascular, entre ellas:

■ tomarnos la presión arterial, como mínimo, dos veces al


año y tomar los medicamentos necesarios para controlarla,
sin falta
■ mantener un peso saludable, alimentarnos en forma ade­
cuada y hacer ejercicio regularmente
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hacernos un reconocimiento médico regularmente para


detectar el accidente cerebrovascular antes que ocurra. El


médico le dirá si tiene la presión arterial alta, si el nivel de
azúcar en la sangre está demasiado elevado, si le está subien­
do el colesterol, o si el corazón late con un ritmo anormal.

Lo que es más, el médico puede ayudarle a reconocer el indi­


cador más importante de todos . . .

El Ataque Isquémico Transitorio


Este es un nombre que debe recordar, pues puede salvar su vida. Si
de súbito siente la vista nublada, entumecimiento o debilidad, o
dificultad al hablar que dura sólo unos minutos o menos de vein­
ticuatro horas, esa puede ser una señal de que algo no anda bien—
y ese es el momento de tomar las medidas para atenderse
inmediatamente. De hecho, si usted experimenta estos síntomas
transitorios, debe llamar inmediatamente al servicio de emergencia,
acudir a la sala de emergencia del hospital y, esperemos, prevenir un
accidente cerebrovascular.
Pero una cosa es experimentar estos síntomas, y otra, muy dis­
tinta, es un accidente cerebrovascular debilitante. En el último caso
la rehabilitación puede significar la diferencia entre la dependencia
y la independencia, la depresión y la aceptación, la desesperación y
la esperanza.

Cuando un Ser Querido Sufre un


Accidente Cerebrovascular
Tenemos mucha experiencia en el tratamiento de accidentes cere­
brovasculares. Hemos visto sus debilitantes resultados, pero con
mucha más frecuencia hemos visto resultados positivos y de éxito.
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Hemos visto a los familiares enfrentarse a innumerables conflictos a


causa de este problema y terminar uniéndose más y adaptándose a
su nuevo papel.
Hemos visto, muy de cerca, los resultados que trae el éxito en
la rehabilitación en paciente tras paciente.
Hemos visto ese éxito en acción.
Hemos visto que la esperanza puede convertirse en realidad.
No obstante, para las personas que sufren un accidente cere­
brovascular, para los que conviven con esa persona que de repente
se convierte en alguien diferente, esa esperanza puede ser difícil de
imaginar.
La Vida después de un Accidente Cerebrovascular: Guía para la
Familia le ayudará a determinar cuán probable es esa esperanza. Le
ayudará a enfrentarse a los efectos de un accidente cerebrovascular.

Un Libro de Referencia y Guía


La primera parte de La Vida después de un Accidente Cerebrovascular se
centra en la comprensión. En forma muy detallada, le explicaremos
exactamente qué es un accidente cerebrovascular, las distintas for­
mas que adopta, sus causas y los factores de riesgo. Esperamos poder
ayudarle a prevenir este tipo de accidente, o a evitar que recurra.
La segunda parte de este libro detalla los síntomas que pueden
manifestarse cuando ocurre el accidente cerebrovascular. También
describe las herramientas que se utilizan para establecer el diagnós­
tico y formular un plan de tratamiento.
La tercera sección de La Vida después de un Accidente
Cerebrovascular trata sobre la rehabilitación y los tratamientos físicos,
del comportamiento y de lo cognoscitivo que funcionan y que
ayudarán al paciente a reanudar su vida: a poder levantarse, caminar,
comunicarse y actuar en formas claras y apropiadas.
Aquí también descubrirá cuáles medicamentos funcionan tanto
en lo concerniente a la prevención como en el tratamiento en sí.
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Le diremos lo que puede esperar de un hospital de rehabilitación y


el grado de asistencia que puede recibir.
Por último, la cuarta parte del libro trata un tema no menos
importante: el papel de la familia. Aquí le diremos lo que puede
hacer para lidiar con sus propias y abrumadoras emociones. Como
seguramente ya sabe el accidente cerebrovascular no afecta sola­
mente a la persona que lo sufre, sino a toda su familia.
Concentrándose en usted y en el resto de la familia, esta sec-
ción explica los diversos problemas que pueden surgir cuando el
paciente está listo para regresar a la vida en el hogar—desde negarse
a hacer la terapia hasta la pérdida del impulso sexual, desde la ira y
la depresión hasta la adaptación a una nueva carrera, oficio o pro­
fesión, desde poder vestirse en la mañana hasta modificar la casa
para que todo sea lo más accesible posible.
A través de todas estas páginas encontrará palabras, intuiciones,
investigaciones, ideas y hechos cuyo propósito es ayudarle a seguir
andando y a mantenerse fuerte.

Guía para la Familia


El apoyo familiar es esencial. Hemos comprobado que una buena
estructura de apoyo—del cónyuge, de un familiar, de un círculo de
amistades, de la persona con quien uno convive—es vital para la
recuperación.
Volver a la vida no es algo que uno pueda lograr solo.
Hay vida después de un accidente cerebrovascular, pero se
necesita ayuda.
Antes de comenzar nuestra jornada a través de los aspectos
médicos de este problema de salud, recordemos brevemente las
inspiradoras palabras de Helen Keller:
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Nunca aprenderíamos a ser valientes y pacientes


si en el mundo encontráramos solamente alegría.
Más allá de ese imposible que nunca pensamos que nos pueda
llegar a suceder y sin embargo tememos hay mucho más que esper­
anza. Hay vida.

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