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La crisis de la abogacía peruana

MARTIN SANTIVAÑEZ
23 DE MAYO DEL 2017

La abogacía es una profesión vinculada a dos grandes conceptos que el


maestro Álvaro d’Ors describió como la díada fundamental del derecho
romano: el concepto de autoridad y la realidad del
poder. Auctoritas y Potestas. Para nadie es un secreto que la abogacía
peruana está pasando por una crisis vinculada al escándalo de Odebrecht
y a la corrupción sistémica que atraviesa el orden de la vida pública. De
alguna forma, en vez de optar por el saber socialmente reconocido —es
decir, en lugar de buscar la autoridad—, algunos abogados han optado
por abrazar el poder sirviéndose de él, en lugar de servir al derecho y la
justicia. Mi maestro Rafael Domingo dice que el jurista tiene que ser un
hombre independiente del poder político, de lo contrario dejará de ser
“molesto” y pasará a ser “modesto”. Hay que controlar al poder, no
servirse de él. Un dependiente del poder político no tiene independencia
jurídica. Es preciso restaurar el equilibrio entre la autoridad y el poder
pues de ese equilibrio nace el derecho, y para restaurar este equilibrio
hace falta analizar las raíces de la crisis de la abogacía peruana.
La crisis está ligada a la ética profesional. Si hablamos de ética
profesional en el plano de la abogacía tenemos que preguntarnos por la
forma en que los abogados son percibidos por la población. Llegados a
este punto es preciso hacer un esfuerzo de autocrítica. Los peruanos no
están contentos con sus abogados. Y los abogados son los operadores que
luego se transforman en jueces, fiscales, catedráticos, etc. La calidad de
las instituciones está relacionada con la calidad del liderazgo de las
personas que trabajan en ellas. La crisis de la profesión repercute
directamente en la democracia, en el Estado, en la comunidad política, en
las empresas, en el orden público.
Pensemos, por ejemplo, en lo que está sucediendo con la corrupción en
nuestro país. Ciertamente, los abogados no somos los únicos responsables.
Los políticos y los empresarios algo tienen que ver. Pero ningún
observador imparcial puede negar que formamos parte del problema. Y
si somos parte del problema tenemos que hallar la solución. Los abogados
debemos generar soluciones para la crisis institucional que atraviesa el
país. La ética siempre tiene una dimensión performativa, una dimensión
efectiva; de lo contrario es poesía, una mera declaración de principios que
se pierden en la nada y provocan la desconfianza de los ciudadanos en las
instituciones. Por eso la ética tiene que apoyarse en el management, en la
gestión por resultados. El déficit de confianza, la inseguridad jurídica, los
altos índices de litigiosidad y la legislación motorizada que caracterizan al
Perú son el producto de la crisis ética que muestra su dimensión jurídica.
A veces los abogados olvidamos que el derecho está unido
indefectiblemente a la justicia. Como decía Ulpiano: “Iustitia est constans
et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi”. La justicia es la continua
y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo. “Lo suyo” implica
siempre un juicio de moralidad. La ética está unida al derecho, los límites
del derecho los fija la ética. Sin embargo, en la actualidad contemplamos
cómo el pensamiento posmoderno ha creado un derecho relativista, valga
el oxímoron, un derecho posmoderno en el que lo justo y lo injusto están
en función a la coyuntura, al interés político o, peor, a la penetración de
ideologías disolventes. El Perú no es ajeno a esta tendencia global del
derecho relativista, un derecho evanescente donde los principios son
mediatizados. La tarea del abogado de nuestro tiempo, la tarea del jurista
de hoy, consiste en discernir lo justo de lo injusto.
Por eso, hay que recuperar la relación de veracidad entre la abogacía y la
ética. Urge recuperar la autoridad de la profesión. Las facultades de
derecho tienen una gran responsabilidad en este tema. La calidad de los
abogados es el reflejo de la calidad de las facultades de derecho de un
país. San Agustín decía que los reinos sin justicia se transforman en
bandas de ladrones. Lo mismo es aplicable a las profesiones. Sin justicia,
la abogacía se transforma en una banda de ladrones. El derecho sin un
marco ético, el derecho sin principios absolutos, sin un marco moral de
referencia, se transforma en la herramienta de la corrupción y el
desgobierno.
El diagnóstico de la crisis es severo, pero no por eso debemos
desanimarnos. Al contrario, lo propio de la abogacía es transformar la
realidad del mundo donde actúa; el abogado siempre fue un operador de
principios jurídicos, un cooperador de la justicia. Para combatir la crisis
que padecemos tenemos que retornar a la aplicación de la justicia. La
abogacía, en este sentido, tiene que ser una cooperadora de la justicia y de
la misma forma en que los filósofos son cooperadores de la verdad
(cooperatores veritatis) los abogados peruanos debemos de ser
cooperadores de la justicia (cooperatores iustitiae). El marketing jurídico
tiene que reflejar la verdad y la justicia de la profesión. Después de todo,
cuando elegimos el derecho optamos por defender la mejor causa. La
nueva generación de abogados peruanos debe comprender que sin
autoridad, sin justicia, sin principios y valores, el derecho no pasa de ser
una triste ficción.
Martín Santiváñez Vivanco

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