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lecho, allí estás tú. 9 Si tomo las alas del alba, y si habito en lo más
remoto del mar, 10 aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra.
11 Si digo: Ciertamente las tinieblas me envolverán[f], y la luz en torno
mío será noche; 12 ni aun las tinieblas son oscuras para[g] ti, y la noche
brilla como el día. Las tinieblas y la luz son iguales para ti.
Dos retratos
… ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y
nadie os quitará vuestro gozo (Juan 16:22).
La orgullosa abuela sostenía con fuerza dos fotografías mientras las mostraba
a sus amigos en la iglesia. Una era de su hija, en Burundi, África. La otra, de
su nieto recién nacido. Sin embargo, la hija no sostenía al bebé, ya que había
muerto al dar a luz.
Una amiga se acercó y miró las fotos. Tomó entre sus manos el rostro
de aquella querida abuela… y lo único que pudo decir entre lágrimas fue: «Te
entiendo, te entiendo».
Y, sí, la entendía. Hacía dos meses, había sepultado a su hijo.
Hay algo especial en el consuelo de quienes han experimentado el mismo
dolor. Entienden. Antes de ser arrestado, Jesús advirtió a sus discípulos: «De
cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará».
Pero, de inmediato, los consoló: «pero […] vuestra tristeza se convertirá
en gozo» (Juan 16:20). Horas más tarde, los discípulos quedarían devastados,
pero, poco después, su agobiante tristeza se transformó en un gozo
inimaginable cuando lo vieron vivo de nuevo.
Isaías profetizó sobre el Mesías: «Ciertamente llevó él nuestras enfermedades,
y sufrió nuestros dolores» (53:4). Tenemos un Salvador que no solo entiende
sobre nuestro dolor; lo vivió. Jesús entiende y le interesa cómo nos sentimos.
Un día, nuestra tristeza se convertirá en gozo.
Señor, cuando te veamos, la tristeza se convertirá en gozo.
Cuando ponemos nuestras preocupaciones en sus manos, Dios pone paz
en nuestro corazón.
Uno de nosotros
Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a
los que son tentados (Juan 2:18).
Acepta tu asignación
Fuiste puesto en la tierra con un propósito: para servir a Dios y a los demás.
Este es el cuarto propósito de Dios para tu vida. Siempre que sirves a otros de
cualquier manera, verdaderamente estás sirviendo a Dios y cumpliendo uno de
tus propósitos. No estamos en la tierra solo para respirar, comer, ocupar un
espacio y divertirnos. Dios nos formó individualmente para que hiciéramos un
aporte singular con nuestras vidas.
Dios te redimió para que hicieras su obra santa. Tú no eres salvo por buenas
obras, sino para hacer buenas obras. En el reino de Dios, tienes un lugar, un
propósito, un rol y una función que cumplir. Esto le da a tu vida un gran valor
y significado. Una vez que has sido salvado, Dios intenta usarte en sus planes.
Él te tiene un ministerio en su iglesia y una misión en el mundo.
“Él es quién nos salvó y escogió para su obra santa, no porque lo
merecíamos sino porque estaba en su plan”
2 TIMOTEO 1:9 (BAD)
Jesús dijo: “Tu actitud debe ser igual a la mía, porque yo, el Mesías, no
vine a ser servido sino a servir y a dar mi vida”
MATEO 20:27-28 (BAD)
Para los cristianos, el servicio no es opcional, algo que debe incluirse en
nuestros horarios si disponemos de tiempo. Es el corazón de la vida cristiana.
Jesús vino a servir y a dar, y esos dos verbos también pueden definir tu vida
en la tierra. Servir y dar, en resumen, son el cuarto propósito de Dios para tu
vida.