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TRATADO DE LIBRE COMERCIO DE AMERICA DEL NORTE (TLCAN)

El Tratado de Libre Comercio (TLC) se ha convertido en un factor trascendental


de la economía mexicana. Gracias al TLC la economía ha logrado que las
exportaciones mexicanas crezcan de manera prodigiosa, el TLC ha hecho
posible que el crecimiento de las exportaciones no sólo compense la
contracción que ha caracterizado al mercado interno, sino que le ha dado un
nuevo horizonte al desarrollo industrial del país.

El Tratado de Libre Comercio en México en lo personal es interesante debido a


que debemos tener conocimiento de en qué consiste, qué resultados se ven
reflejados en la sociedad, así como los avances y retrocesos que ha
ocasionado.

El propósito de este ensayo es tener una amplia visión, y un mayor dominio del
tema tomando en consideración a algunos aspectos relevantes.

En este tema se dan a conocer los propósitos del Tratado de Libre Comercio,
cómo se ha ido desarrollando y los efectos que ha ocasionado en el país.

Como es bien sabido en México desde mediados de los años ochenta ha


hecho una serie de reformas económicas con el fin de aumentar la eficacia, el
crecimiento económico y el bienestar social llevando consigo un proceso de
privatización y liberación financiera. Es por esto que en el año de 1994 entró en
vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), por medio
de éste, las exportaciones mexicanas se verían beneficiadas con un mayor
acceso al mercado de los EU. y Canadá y las importaciones continuaron con su
proceso de apertura.

El Tratado de Libre Comercio o North American Free Trade Agreement


(NAFTA), es un conjunto de reglas que los tres países acuerdan para vender y
comprar productos y servicios en América del Norte.

Se llama “zona de libre comercio”, porque las reglas que se disponen definen
cómo y cuándo se eliminarán las barreras arancelarias para conseguir el libre
paso de los productos y servicios entre las tres naciones participantes; esto es,
cómo y cuándo se eliminarán los permisos, las cuotas y las licencias, y
particularmente las tarifas y los aranceles, siendo éste uno de los principales
objetivos del Tratado. Además el TLC propugna la existencia de “condiciones
de justa competencia” entre las naciones participantes y ofrece no sólo
proteger sino también velar por el cumplimiento de los derechos de propiedad
intelectual.

El Tratado de Libre Comercio nos permite el intercambiar y conocer no solo


productos para consumo humano, sino que para ser parte de un mundo
tenemos que estar al nivel de los países con mayor desarrollo.

Se observa el avance de la tecnología, se han creado nuevas vías de


comunicación, ha crecido la posibilidad de acceder a otros mercados, se
cuenta con telefonía celular e Internet, con los cuales en años atrás era
inimaginable contar.

Por otra parte, el nivel de comercio es mayor ya que abarca un espectro más
amplio de bienes y servicios. La mayor diferencia está en el nivel de flujos
financieros y de capitales, ya que diariamente se ve reflejada la circulación de
dinero en gran cantidad tanto en efectivo como por medio electrónico.

Así mismo los mercados y la producción en los diversos países entran cada
vez más en una dependencia recíproca a causa de un comercio transnacional
con bienes, servicios, fuerzas de trabajo, el movimiento del capital y de la
tecnología.

Cualquier país al intentar un cambio está corriendo el riesgo de que no se


cumpla con lo estimado, antes de entrar en vigor el Tratado de Libre Comercio
se tenía la visión del progreso, el conocimiento a otros medios, una mejor
calidad de vida en todos los sentidos, pero a lo largo de estos años se han visto
reflejadas las contrariedades ya que estamos inmersos en una desesperación
porque fue un cambio arriesgado que nos traído consecuencias en mayor parte
negativas.

Fue arriesgado para nuestro país ya que somos un país en vías de desarrollo
ya que el libre comercio no es una ganancia absoluta, ya que mina una
economía local de subsistencia y al hacernos dependientes de productos
vendidos en mercados mundiales ocurre un desequilibrio en los precios y al
cambio tecnológico.

La propuesta que se tiene en base a estos hechos es que el gobierno debe


impulsar y promover empleos y mejorar los salarios. En cuanto al sector
agrícola se deberían crear programas o si ya se tienen impulsar a los
agricultores a que tengan la oportunidad de comercializar sus productos a los
mercados, que generen fuentes de empleo en los lugares rurales, además de
invertir para una mejor educación a fin de que la población esté preparada y
tenga una mayor calidad de vida.

Desde que entró en vigor el Tratado, ha tenido un brutal efecto sobre la


economía mexicana. El efecto principal del TLC ha sido el de forzar a que las
empresas mexicanas se dediquen a elevar la productividad, a aprovechar las
ventajas comparativas con que cuenta el país y a desarrollar ventajas
competitivas propias, a negociar asociaciones estratégicas con empresas
extranjeras clave para su actividad y a asumir riesgos empresariales dentro de
un entorno institucional y legal previamente inexistente. El resultado general es
obvio para todos: las empresas que han adoptado la lógica inherente a la
globalización de la economía que anima al TLC se han transformado, en tanto
que el resto de las empresas mexicanas decaen, esperando alguna solución
milagrosa que evidentemente nunca aparecerá. El ajuste inherente a este
proceso ha sido sustancial, como lo muestra el imponente crecimiento
económico que experimentan regiones que nunca habían sido
significativamente manufactureras, en tanto que aquellas que tradicionalmente
lo habían sido, han experimentado una inevitable contracción.

El TLC constituye una de las mayores ventajas competitivas con que cuenta el
país pero, lamentablemente, hacemos poco por aprovecharla al máximo. No
hay la menor duda de que un creciente número de empresas mexicanas, que
emplean a millones de trabajadores, no sólo ha convertido al TLC en su
vehículo hacia el éxito económico, sino que han aprendido a explotarlo en
todas sus vertientes. Sin embargo, como sociedad, hemos desaprovechado la
extraordinaria (y única) oportunidad que entraña ese tratado. No se puede
descartar la posibilidad de que, en el curso de la próxima década, otros países
acaben gozando de ese mismo acceso privilegiado a los Estados Unidos y
Canadá. De no construir una verdadera base de competitividad, habremos
desperdiciado, una vez más, una oportunidad única de consolidar nuestro
desarrollo.

El TLC es un instrumento central para el desarrollo del país. Ha permitido


comenzar a despolitizar al menos una parte de las decisiones empresariales,
contribuyendo al desarrollo de empresas e industrias de clase y competitividad
internacionales. Aunque está todavía lejos de beneficiar a todos los mexicanos,
su éxito es tan abrumador que sus limitaciones acaban siendo intrascendentes
en términos relativos. Pero el TLC no es, ni puede ser, un objetivo en sí mismo.
El país requiere de una estrategia del desarrollo que lo tome como uno de sus
pilares fundamentales, pero que vaya más allá: a la educación, a la
infraestructura, a la competitividad integral de la economía y de la población.
En suma, a elevar la productividad general de la economía del país. En
ausencia de una estrategia de esa naturaleza acabaremos siendo un país
perpetuamente dependiente de bajos salarios.

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