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Fundación Itaú

Antología de Cuento Digital 2016


Categoría Escritores

SEGUNDO PREMIO

Enemigo
del pueblo
Álvaro Luna Podestá
N
Enemigo o puedo perder contra un ucraniano judío hijo
del pueblo de un enemigo del pueblo. No puede ser que
tenga que pasar por esa humillación. Yo, un
Álvaro auténtico héroe soviético según palabras del
Luna Podestá propio Stalin, yo, un científico del ajedrez, yo,
que le gané a Capablanca, a Aliojin, a todos, perder contra
este campesino. Las caras de los miembros del Politburó en
la primera fila lo dicen todo, aunque no entiendan
completamente lo que está pasando. Ven la inminencia de
la derrota en mi cara, en mi gesto de crispación, que trato
de disimular sin éxito, en los ríos de transpiración que me
bajan por la cara manchándome el cuello de la camisa. Si
no logro meter mi caballo en cinco rey voy a ser pasto de la
desgracia y del olvido. Tres jugadas, tres tiempos son los
que me faltan para poner las cosas en orden, tres jugadas
para seguir construyendo mi leyenda o para verla
desmoronarse. No puedo ver mi cara pero debe ser un
desastre. Si hubiera un espejo cerca. La cara de Bronstein
es una pantera en la noche. Sabe que no puede perder.
También sabe que no puede ganar. Sería incómodo para el
partido, ni siquiera está afiliado. Qué va a estar, hijo de un
kulak contrarrevolucionario. No puede ganar, no se trata
solamente del campeonato del mundo, se trata de una
muestra de la superioridad intelectual del proletariado, de
la vanguardia de la revolución tomando por asalto un
mundo de sesenta y cuatro casillas blanquinegras que es
metáfora y espejo de este otro. No puede ganar, pero va a
ganar. Debería haberle hecho caso a Molotov cuando me

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Enemigo habló en aquella cena, cuando me dijo que él podía
del pueblo encargarse de todo. Como si yo no supiera. Pero no. No
puede ser así. Yo debo ganar porque soy el mejor, porque
Álvaro tengo que ganarle a Bronstein ahora y siempre. No me sirve
Luna Podestá ganarle porque recibió la visita de un comisario político en
la madrugada ordenándole perder. Jamás me perdonaría
ganar así. Veinticinco años de carrera, veinticinco años de
trabajo, noches agotadoras estudiando variantes,
estudiando las partidas de mis predecesores y de mis
contemporáneos, todo para llegar a esto. Si solo fuera
alguien más aceptable, si me tocara perder contra alguien
que no avergonzara al partido: Smyslov, Boleslasvky, yo qué
sé. Deliro, voy a perder con Bronstein y a terminar mis días
enseñando ajedrez en una escuela rural. Le dije a Molotov
que de ninguna manera, que me ofendía, que no quería
volver a escuchar algo así. Bueno, por lo menos mi
dignidad..., ya movió, el rey, no creo que sea la mejor jugada,
pero eso no cambia nada, sigo estando perdido. A esta
altura lo único que me puede salvar es algún truco barato.
Triste necesidad, las jugadas lógicas son piedras que
construyen el camino de mi derrota. Las jugadas lógicas.
Todo el concepto de mi ajedrez científico se basa en la
lógica. Y este Bronstein, este farsante con sus trucos de
feria, con sus celadas psicológicas, con sus fuegos
artificiales que deslumbran a los idiotas. Sí, querido David,
secretamente todos te admiran, y te quieren más que a mí.

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Enemigo Secretamente dicen que mi ajedrez es aburrido. Tu ajedrez
del pueblo es arte, sorpresa, paradoja deslumbrante. El mío es apenas
ciencia. La ciencia siempre es más aburrida que el arte. Pero
Álvaro la ciencia es la verdad, la única verdad, y yo quiero estar de
Luna Podestá ese lado, del lado de la negra, cruda y fría verdad. Pero
ahora estoy desesperado y tengo que apelar a recursos
desesperados. Torre por alfil. Sí. Si come con la dama juego
la intermedia peón cuatro dama, jaque, tiene que tapar de
caballo porque si no meto mi dama en ocho torre y mate en
dos, entonces sí puedo llevar mi caballo a tres alfil y no
puede parar caballo cinco rey. Pero claro, si come de peón
estoy frito. Tengo torre uno caballo jaque que puede
asustarlo, pero después de rey dos alfil se escapa y ya no
tengo nada que hacer. Pero es mi única chance, le quedan
diez minutos enel reloj, puede llegar a equivocarse, aunque
no, un niño podría ver fácilmente ese truco barato. No
importa, es mi única chance. Ya está hecho. No puedo
quedarme a ver qué mueve, necesito levantarme de la
mesa y caminar para calmar los nervios. Levanto la cabeza
y miro al público, a las caras adustas que proclaman mi
sentencia. No tengo que arrepentirme de nada. He sido un
buen campeón, he hecho historia, millones de soviéticos se
interesaron por el ajedrez gracias a mí. La historia lo dirá,
aunque termine mis días olvidado en un pueblo de Siberia.
Tatiana, ¿con qué cara voy a mirarte después de esta
derrota? Ya movió. Antes de sentarme ya veo que comió
con la dama. Ni siquiera me siento, juego peón cuatro dama

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Enemigo sin pensar. La mano me tiembla al mover y me maldigo
del pueblo interiormente por permitir que mis emociones me
traicionen. Un murmullo crece a mi espalda y miro la cara
Álvaro de Bronstein. Está blanca, como si le hubieran chupado la
Luna Podestá sangre de golpe. Abre los ojos hasta que casi se le salen de
las órbitas. Se lleva las manos a las sienes e inclina la
cabeza sobre el tablero. Aprieto los dientes, giro un poco la
cabeza y veo que algunos espectadores se pusieron de pie,
miran el tablero mural donde se reproduce la partida y
hablan entre ellos. Algunos no pueden dominar la
excitación y hablan en voz alta. Los miembros del Politburó
también están parados, tratando de entender lo que pasa.
Pobres idiotas, no tienen idea. Me siento y vuelvo a mirar a
Bronstein, fijo mis ojos en sus dedos crispados sobre la
cabeza y casi siento lástima por él. Piensa durante unos
minutos, parecería que ni siquiera respira. Miro su reloj y veo
que solo le quedan tres minutos. Entonces baja las manos a
la mesa, menea la cabeza y me mira, antes de tenderme la
mano. Una ovación atronadora baja de las gradas, el himno
soviético empieza a sonar por los altoparlantes, superpuesto
con la voz del locutor que proclama que yo, Mikhail
Botvinnik, acabo de retener el título de campeón mundial
de ajedrez. Me levanto, dispuesto a esperar el saludo de las
autoridades y la proclamación oficial. En medio de la
barahúnda, un hombrecillo dehombros caídos por el peso
de la derrota se me acerca. Bronstein me estrecha una
mano sudorosa y me felicita. En su cara flamea la bandera

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Enemigo de la desolación, pero también creo percibir un atisbo de
del pueblo alivio.

Álvaro Se da media vuelta y camina hacia la salida. Justo un


Luna Podestá instante antes de que la multitud que ha invadido la sala de
juego me levante en andas veo que pasa ante Molotov,
quien lo mira y mueve la cabeza haciendo un gesto
afirmativo.

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