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Amado siglo XX
ePub r1.0
Titivillus 04.03.16
Título original: Amado siglo XX
Francisco Umbral, 2007
FRANCISCO UMBRAL
1. UNOS HOMBRES
EXTRAÑOS
Yo nací,
respetadme, con el
cine.
RAFAEL
ALBERTI
Verdaderamente, el siglo XX nace con el
cine y balbucea en Europa antes de ser
el cine crecido y espectacular de Nueva
York, que es la ciudad donde se inician
las grandes mitologías del cine.
El cine tiene un olor a invento del
XIX que todavía no ha perdido. Es el
olor de los laboratorios, de los talleres,
de los obreros que manejan
forzosamente realidades nada forzosas,
como la voz humana, la voz loca de las
grandes ciudades y la voz silenciosa del
cine mudo. Los poetas supieron ver
antes que nadie la trascendencia del
cine, y ahí están los versos de Alberti
que trascendentalizan el cinematógrafo.
Todos los inventos de la época se
parecían entre sí, pese a lo cual nunca se
ha escrito, que yo sepa, una historia del
cine bien ordenada y posible de
estudiar. Truffaut tiene una biografía
magistral de Hitchcock que es un libro
perfecto, sí, pero solitario, aislado y
discipular, pero ignora lo que le
conviene para no perder la pista a su
gran maestro Hitchcock, discípulo a su
vez de Kubrick.
La importancia del cine como arte
narrativo no tiene mucho que ver con la
trascendencia del cine como
planteamiento total de la vida. La
posibilidad de que el hombre se vea a sí
mismo y se vea en movimiento es una
alucinación que la Humanidad sólo
había experimentado de forma primitiva
utilizando las aguas de un río o de una
fuente, la magia de un espejo y poco
más.
El cine, pues, es un segundo
nacimiento de las cosas y, en este
sentido, un Renacimiento. Desde los
filósofos griegos, el hombre se había
captado y descrito a sí mismo
mentalmente, o aprendiendo de otros
hombres. Pero esa verdad trascendental
de toda una vida captada día a día, o de
un día completo captado detenidamente,
sólo se expresa con una palabra que ya
hemos utilizado antes: alucinación.
El cine es la mayor alucinación que
ha padecido el hombre en la Tierra, pero
también es el reflejo más realista que
pueda darle su propia vida. Todos
hemos aprendido mucho del cine, pero
lo hemos aprendido de otros hombres
que nos imitan sin conocernos.
Este juego de espejos es lo que
profundiza el cine y profundiza la vida.
Vivimos sin saber cómo somos hasta que
nos vemos en una película. Hoy, el cine
informativo permite que cualquier
hombre pueda aparecer en la pantalla
sin fingir su imagen. Pero, también, la
propia imagen convierte a otro en yo y
me convierte a mí en intérprete de mí
mismo. Insistimos en esto porque aquí
está, más que en cualquier divagación
técnica, el secreto del cine, su
aportación fáctica a la filosofía.
El cine comienza por ser mudo,
como el hombre, pero luego habla en
cualquier idioma y pervierte sus
lenguajes. Todas las artes se han
pervertido para bien o para mal y esto
no tiene mayor importancia, salvo la que
queramos darle. En el cine es
fundamental la facilidad plástica no sólo
porque añade otro elemento realista a su
narrativa, sino porque los instrumentos
de trabajo son equivalentes en este arte.
Un director con buen estilo es el
equivalente de un director con buenas
imágenes. El esteticismo narrativo del
director puede equivaler al del
novelista, con mucha más soltura que el
primero para convertir las cosas en
palabras o las palabras en imágenes.
Alguien dijo esa vulgaridad de que «una
imagen vale más que mil palabras»,
siempre que la imagen sea de
Baudelaire. La capacidad de crear
imágenes interiores a partir de las que
capta el ojo es una capacidad no sólo
humana, sino seguramente de algunos
animales.
Todo este juego es el cine, que se ha
venido consagrando durante todo el
siglo y en muchos casos ha sustituido el
carácter narrativo de una película. Claro
que el cine ha mostrado una tendencia
narrativa de origen puramente comercial
y ya todo el invento le ha seguido por
ahí. Las películas no narrativas, y
olvidemos los documentales, son las
verdaderas películas.
El nombre, película o pielecita,
alude exclusivamente a una materia leve
y sensible a la luz hasta el infinito, que
es con la que se hacen las películas. Hay
que decir que la película sin argumento,
o con argumento levísimo, es el estado
puro del cine, pues ya sabemos que su
tendencia narrativa tiene un origen
comercial. Sin embargo, el cine no
narrativo nunca ha sido muy popular,
sobre todo en Estados Unidos. Ese cine
es cine europeo y tiene como modelo El
perro andaluz, de Buñuel y Jean
Cocteau, que responde a una estética
disparatada y surrealista.
Pero la gran creación del cine es el
ser humano. Queremos decir que a las
figuras de la pintura se les agrega el
movimiento o la música, la voz humana,
el ruido en general. Aquí es donde la
fabulosa invención del cine —una
máquina no demasiado complicada—
remata su obra con un invento que no ha
tenido rival hasta llegada la clonación.
El cine ha creado seres humanos
memorables: el mudo que hay en
Charlot, los bañistas de Mark Sennet, el
hermetismo de Buster Keaton, etc. A su
vez, el actor ha respondido a la máquina
que le retrata creando psicologías
completas y profundas: Orson Welles,
Greta Garbo, Marlene, Woody Alien,
John Wayne, los hermanos Marx,
Marilyn, etc. Esta creación y
fecundación de personajes fue
vertiginosa y populosa al principio. Con
el tiempo, naturalmente, el caudal se ha
sosegado, los personajes se repiten,
empiezan a parecerse unos a otros y son
sustituidos por las series: country,
gangsters, serie negra, etc. Los
personajes creados por el cine suelen
ser la proyección absoluta de la imagen
y el relato sobre determinada figura.
Así, la belleza idolátrica de Greta
Garbo, el dandismo de Cary Grant, el
humorismo de Groucho, ya citado, más
los muñecos dibujados de Disney y de
otros.
Con esta correspondencia entre la
máquina y el creador se cierra el círculo
mágico de la cinematografía, quizá la
creación poética y épica más completa
de este arte. En cuanto al poderío
mecánico y matemático del cine, ahí está
la retransmisión del viaje de Aldrin a la
Luna.
Pero los hombres del cine siguen
fotografiando el pasado, el vacío
espacial, la luz que no sabemos de
dónde viene. Quiere decirse, en fin, que
el hombre ha creado un espejo, el cine,
donde no sólo se refleja él, sino que va
siendo capaz de reflejar el Universo e
incluso lo que ya ni siquiera es
Universo. Seguramente no hay eso que
llamamos Dios, porque si lo hubiere, ya
lo tendríamos en fotos.
Puede diagnosticarse, incluso, el
cansancio del cine y el nuevo auge del
teatro, vuelto otra vez a la música y la
textura humana. Llevamos años
acariciando mentalmente la fruta
acalorada de Marilyn, que no es más que
una imagen de sombras. El hombre
empieza a añorar la vuelta a la
temperatura cálida y verídica de la tal
Marilyn.
Si un día nos faltase el cine, nos
sentiríamos solos, porque en esa
familiar penumbra cinematográfica
hemos ido manuscribiendo día a día, de
seis a ocho, la continuidad de nuestra
vida, y todavía hay películas que nos la
recuerdan bien o mal, porque el cine es
cine aunque sea malo o se reduzca a su
mínimo espacio, el que pudiera ocupar
un tazón pintado por Zurbarán, con todas
sus calidades y cualidades, que son las
del cine.
El cine de Hollywood se caracteriza
por su penetración y rapidez en el
diagnóstico de personas y personajes
que constituyen hoy la realidad del
pueblo americano. El banquero de Wall
Street, el vaquero de Texas, la bailarina
de Broadway, el campeón de béisbol, el
sabio atómico, el paseante de la Quinta
Avenida, el vendedor de joyas en su
escaparate madrugador, la dama de
Filadelfia que encuentra Nueva York un
poco paleto, la gente libérrima de Los
Ángeles, el hombre de Atlanta, que
empezó con una baraja y tiene un casino,
etc.
Los personajes del cine americano
responden absolutamente a la realidad
de la calle, y el peligro es que tanto
realismo cae en el arquetipo. Y siempre
aparece el actor adecuado para ese
papel y lo consagra. Mae West
descubrió a Cary Grant cuando era un
operario de los estudios que iba con
mono y andaba de una manera que…
—Ese electricista anda de una
manera que…
El productor que tenía a Mae en su
despacho no encontró otro remedio que
llamar al electricista porque su estrella
rubia entraba en un ataque de pasión. El
secreto de todo esto es que en
Hollywood no se escribe un personaje y
luego se busca un actor para él. Por el
contrario, cuando aparece un actor o un
electricista que le inspira algo al
guionista, entonces se escribe la
película.
Toda la humanidad de Estados
Unidos cabe en Hollywood, y en su cine
tenemos la sinopsis de lo americano y
de los americanos. A América no se va a
ser esto o lo otro, guardia o boxeador. A
América se va, ante todo, a ser
americano, a aprender el difícil oficio
de comer macarrones, masticar
cualquier cosa, llenarse la sangre de
whisky, a hacerse a la idea de que los
dólares son de todos y coger un puñado
donde cae, como si fuese la nieve de
Santa Claus. La humanidad de
Hollywood es la humanidad del
siglo XX. No es que los americanos
vayan por delante de todo, sino que son
consecuencia de un monstruoso
experimento que le ha costado a USA un
siglo y varias generaciones.
Así, el cine americano tiene un valor
sociológico que no tiene ningún otro.
Ese cine, sí, es una sociología. No
olvidemos que la sociología es la
filosofía de América y de ahí no han
pasado. Cuando Freud llegaba a
Norteamérica con Lacan, le dijo: «No
saben que les traemos el veneno.»
Y el veneno era el psicoanálisis.
Sociología y psicoanálisis son las dos
grandes corrientes que pueblan la
opinión americana. Incluso hay
novelistas que hacen novela psicológica
y novelistas que hacen novela
sociológica. Con estos dos instrumentos
trata América de entender el mundo y de
entenderse a sí misma.
Naturalmente, se han quedado muy
lejos de las culturas orientales y se
limitan a mimetizarlas estéticamente.
Rashomon es el título de una película
que aborda el problema psicológico de
los puntos de vista, pero dentro del
problema sociológico de las diversas
fuentes sociales. Todo con mucha
belleza, pero al final de tanta belleza
hay que irse a casa sin haber entendido
la película en pura sociología japonesa.
Con el adiós al siglo XX tenemos
que decir adiós a un cine que nos
acercaba el mundo, y no sólo por sus
audaces travellings. Las
cinematografías europeas tienden a
conseguir la obra maestra aislada, como
Muerte en Venecia, pero ninguna se
propone contarnos la peripecia íntima y
social, histórica y real del país
correspondiente. Por eso Europa nunca
alcanzará la misma fuerza en su cine,
mientras que el cine americano, que
ahora vive de las rentas y las
repeticiones, llegará un día a encontrar
la fórmula para seguir siendo
progresista en un país que también, entre
otras muchas cosas, inventó el progreso.
4. LUNA DE LAS
VANGUARDIAS
3 de julio
Salamanca, Salamanca,
renaciente maravilla,
académica palanca
de mi visión de Castilla.
A la inmensa
minoría.
JUAN RAMÓN
JIMÉNEZ
Yo he sido transparente
viajando en bicicleta,
con brisa en los pedales
y trigo en la chaqueta.
Tuve amor
y tengo honor;
esto es cuanto
sé de mí.
CALDERÓN