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El despertar de la primavera en la cultura digital. Adolescentes que se cortan.

El cuerpo es una superficie sobre la que se pueden practicar inscripciones. La pregunta es por qué
está privilegiado el cuerpo en esas prácticas, en un contexto cultural diverso, que podríamos
llamar cultura digital.

Pero cortarse el cuerpo, no es un trazo débil. No es un trazo sobre un lienzo que convoca la mirada
del otro desde el placer estético. Se trata de otro tipo de trazo, cuya esencia es el sufrimiento y el
desamparo.

El adolescente que se corta se encuentra en situación de desamparo.

En principio, es importante aclarar que la palabra "adolescencia" no existía en la época de Freud.


Peter Blos explica que la palabra que nombraba esos cambios era "pubertad", palabra que
también usaba Freud. Blos indica que era el nombre que “…se refería tanto a la etapa de
maduración física como a las características psicológicas concomitantes” (1)

Freud indica que Tres ensayos para una teoría sexual, en el tratado dedicado a la pubertad: “Con
el advenimiento de la pubertad se introducen los cambios que llevan la vida sexual infantil a su
conformación normal definitiva.” (2)

La entrada a la pubertad implica una proliferación de formidables cambios, la subordinación de las


pulsiones parciales a la pulsión genital concomitante. Estos cambios implican una tensión en los
lazos edípicos que implican un gradual desasimiento de la autoridad de los padres.

Tanto Freud como Lacan, hablaban de este período como “el despertar de la primavera”, en la
medida que la metáfora alude al florecimiento de la sexualidad en los jóvenes.

Lacan entiende que este proceso de construcción de la pubertad, implica la irrupción de lo real del
cuerpo y la función sumamente importante de la fantasía para abordar la sexualidad y el contacto
con el otro sexo, con el cuerpo del otro.

El Lic. José Barrionuevo, psicoanalista argentino especialista en adolescencia, subraya que este
proceso de desasimiento es crítico para los jóvenes:

“En tanto el sujeto se encuentra atravesado por lo histórico-socio-cultural que lo determina a


través de procesos identificatorios que se inician en el vínculo con el Otro familiar, la compleja
tarea que supone construir y asumir un proyecto propio plantea doble trabajo: desasirse del deseo
del otro (…) y enfrentar una realidad del mercado o sistema productivo con escasas o mezquinas
posibilidades para la juventud y para un cada vez mayor número de desempleados o despedidos”

Es un proceso de enorme incertidumbre. Se trata de la inducción cultural a sostener un proyecto


propio, a insertarse en el mundo laboral e institucional más allá del lazo familiar, el apronte de la
pulsión sexual que les exige un trabajo psíquico inédito. En ese sentido el rol de los padres adviene
absolutamente esencial. Su función es velar por el desarrollo de este proceso de desasimiento,
muy complejo para muchos jóvenes, en el contexto de una sociedad cada vez más hostil y en el
marco del capitalismo salvaje y con el mandato extremo del consumo, lo cual desata todo tipo de
mecanismos de exclusión. Los adolescentes son una franja social muy vulnerable en ese sentido. Y
no muchos, no le encuentran la vuelta a la inserción en un mundo sumamente complejo,
masivamente tecnificado, con standares de vida que no son para todos.

Estos procesos se expresan de modos diversos.

Internet, el uso de redes sociales, celulares, tablets, ha introducido modalidades inéditas. Se trata
de subjetividades digitales. El lazo social que se crea con estas subjetividades está atravesado por
la cultura digital. Por ahí, por ese lazo digitalizado, pasa todo, una vía fallida que suple la relación
con los padres en los adolescentes.

En una cultura de la imagen, es paradójico que los hijos no se sientan mirados por sus padres.

Pero, hay algo que la tecnología digital no suple, no metaforiza, no reemplaza. Y cuando algo en
ese complejo de construcción del abordaje al otro cuerpo, al cuerpo del otro falla, queda el
recurso del cuerpo propio. De eso se trata, de usar el cuerpo como rehén de una demanda dirigida
a los adultos y del cual que esperan un signo de amor. Si eso no ocurre, el sabotaje es hacia el
cuerpo propio. Es un atentado cuya función es despertar al otro de su letargo, de su indiferencia.
El adolescente dice: “estoy acá, mirá lo que me hice, hacé algo”.

Acciones en el lugar que deja vacante la palabra.

Desde Freud, pasando por diversas corrientes del psicoanálisis, se pudo situar la importancia de la
mirada del otro adulto en la conformación de la subjetividad del niño. Esta mirada es el soporte de
la lengua, el del cuidado, el del suministro de lo necesario para la vida. Para eso, la condición es la
existencia de padres deseantes que deseen y amen a sus hijos. Esa mirada, a su vez llena de
palabras, es un puente hacia la construcción de un mundo, mirada que opera como condición para
que el joven pueda diseñar su propio recorrido vital en la comunidad. Si eso falla, luego todo se
conmueve, se viene abajo, eclosiona.

Cortarse, tajearse, es el grito silencioso de un sujeto saturado, harto de la indiferencia del otro. No
es moda. La moda sería algo que está en la serie de las identificaciones. El tajo en el cuerpo es un
grito sin voz, un llamado desesperado que convoca urgentemente la repuesta del otro.

El tajo en el cuerpo es la metáfora desesperada del llamado fracasado al otro. Es una intervención
desde la angustia, pero en lo real del cuerpo.

La mirada adulta que se sustrae, a veces de modo permanente, impulsa el pasaje al acto del corte.
No es la única respuesta, pero la nota de Miriam Maidana indica eso: se cortan los adolescentes
que no son mirados, escuchados, cuidados por sus padres. Ellos, los adultos reciben así su propio
mensaje en forma invertida, respuesta que implica el cuerpo de su hijo lastimado. Esos pasajes al
acto son una invocación de la muerte, no quieren, no buscan la muerte, buscan ser amados,
escuchados, atendidos. Marcar el cuerpo, cortarse, es anticiparle al otro la posibilidad de la propia
desaparición. Son señales, signos (indican algo). Toda la dimensión ética del cuidado parental
consiste en si se leen esos signos adecuadamente. Pueden despertar a un padre o hacer que sigan
durmiendo, sin querer saber.
En ese sentido, más allá de la producción de una marca en el cuerpo para identificarse a un grupo,
se trata de algo más complejo que una mera voluntad de pertenencia. Responde la mayoría de las
veces a problemáticas que implican un extremo sufrimiento.

La vida se les complica, no pueden con ella y sus padres no los miran, no los tocan, no les hablan.
Ellos deciden hacerse escuchar, de manera muda, con cortes, pero despertando siempre la
urgencia del otro. Y luego la cicatriz, la marca que el adolescente deja en su propio cuerpo pero
cuyo origen es el desamor, un ejercicio poco sutil del mal. Porque en el lazo entre padres e hijos el
mal también puede anidar.

Notas

(1) La metamorfosis de la pubertad y el despertar de la primavera, Dra. Mabel Belçaguy. Lic.


Juliana Gómez, Lic. Alejandra Menis, Facultad de Psicología UBA,
http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/obligatoria
s/055_adolescencia1/material/archivo/metamorfosis_pubertad.pdf

(2) FREUD, S. OC, T VII, Tres ensayos de teoría sexual – Punto II - Amorrortu Editores 5ª
reimpresión - Buenos Aires – 1993

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