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La adolescencia se define como un momento de transición que se

inicia con los primeros cambios de la pubertad y finaliza cuando el o


la joven siente que ha encontrado su lugar en el mundo de las
personas adultas.

Como sociedad, damos el doble mensaje: tienes que crecer y hacer tu


camino y a la vez les decimos que no se alejen demasiado del camino
conocido.
los adolescentes siguen teniendo la necesidad de vivir algún tipo de
ritual de paso para encontrarse en su nueva piel.
Algunos momentos iniciáticos que vive un chico o una chica
adolescente se dan entrando en contacto con la sexualidad adulta,
involucrándose en situaciones de riesgo o de violencia, o en contacto
con las drogas.
Nos parece fundamental que, como familias, establezcamos un
vínculo fuerte y una actitud de apertura mental y de curiosidad hacia
nuestros hijos e hijas, para dar apoyo a la persona adulta que está
por nacer y vive experiencias no siempre fáciles de compartir.

Conflictos generacionales
“A nosotros se nos pasó rápido la tontería. Enseguida nos poníamos
a trabajar y nos casábamos”
Hoy en día, encontrar “nuestro lugar en el mundo” es algo
extremadamente complejo, incluso para las personas adultas. Los
cambios sociales y tecnológicos son tan rápidos que nos obligan –a
jóvenes y adultos- a adaptarnos constantemente a situaciones
nuevas.

Frente a la crisis y también el desprestigio del mundo de las


personas adultas, muchos adolescentes preferirían no entrar en este
mundo. Y muchos de ellos se sienten perdidos y desorientados, y
acaban alargando su paso por la adolescencia acomodándose a tener
mucha libertad e independencia y poca responsabilidad.

El adolescente manifiesta la necesidad de afirmar su propia


personalidad y esta afirmación se produce negando los valores y la
personalidad de los adultos. En cierta manera es un proceso natura
de maduración en hacerse adulto. Negar los gustos , las opiniones, las
normas morales

La adolescencia urbana, con sus gustos, valores y comportamientos,


se ha estereotipado y ha pasado a ser idealizada y a ser incluso el
patrón por el cual se mide la belleza y el prestigio en toda nuestra
sociedad, como si siempre tuviéramos que ser jóvenes.
Esto también hace que los niños y niñas se apresuren a querer ser
adolescentes, y a los/las jóvenes les cueste dejarla atrás.
A la presión social que ya existe en relación al aspecto físico, la
economía de mercado ha visto en el/la adolescente una mina de oro,
y se ha apresurado a co-crear su imagen, proporcionándole una
cultura a su medida, al abasto para ser consumida: ropa,
complementos, música, dispositivos de última generación...
Está estudiado que la capacidad que tienen los chicos y chicas
adolescentes para decidir racionalmente es menor que la de las
personas adultas, y que por lo tanto son el perfecto consumidor
impulsivo...

En la vida de muchas adolescentes su cuerpo juega un papel


importante y negativo. El miedo al rechazo y a la no aceptació n que
tienen muchas adolescentes, lo viven de forma patoló gica. Invierten
tantas energías en aparecer aceptables para los demá s que se
pierden a sí mismas, y entran en una diná mica que tiene gran
dificultad para ser reales y ocuparse de otras cosas.

En la adolescencia hay unas urgencias a entrar en relació n con tu


cuerpo, de sentir tu cuerpo y expresarte con é l, de forma
constructiva, es decir, que sirva “para la madurez” y para el
crecimiento personal.

En la vida de muchas adolescentes su cuerpo juega un papel


importante y negativo. El miedo al rechazo y a la no aceptació n que
tienen muchas adolescentes, lo viven de forma patoló gica. Invierten
tantas energías en aparecer aceptables para los demá s que se
pierden a sí mismas, y entran en una diná mica que tiene gran
dificultad para ser reales y ocuparse de otras cosas.

En la adolescencia hay unas urgencias a entrar en relació n con tu


cuerpo, de sentir tu cuerpo y expresarte con é l, de forma
constructiva, es decir, que sirva “para la madurez” y para el
crecimiento personal.

La gran pregunta que debe hacerse todo líder de jóvenes antes de


pensar en las reuniones, los programas y las estrategias es ¿Qué
necesitan los jóvenes para llegar a ser adultos maduros? La
respuesta tiene 5 componentes:

1. Definir el sentido de identidad


2. Ganar independencia
3. Relaciones significativas
4. Cultivar valores sanos
5. Descubrir o renovar la vocación

Vayamos analizando cada una de ellas:

1. Definir el sentido de identidad

Avanzada la pubertad surge el gran interrogante ¿Quién


soy? Esta búsqueda de la identidad propia se efectúa con una
experimentación que suele resultar muy conflictiva en la
adolescencia. Muchos de los problemas que surgen en este proceso
se dan por la búsqueda constante de aprobación. Mientras los
jóvenes experimentan este tipo de dilemas es lógico que expresen
disgusto e inconformidad con casi todo y muchas veces utilicen
distintos mecanismos de adaptación para exteriorizar sus
sentimientos interiores:
· Agresión
· Compensación
· Identificación
· Racionalización
· Egocentrismo
· Evasión
Todos estos son recursos que los seres humanos utilizamos
durante la juventud para poder “encontrarnos”.
Un claro sentido de identidad es vital para un crecimiento y
una maduración sanos. Aquello que creemos de nosotros mismos
determina en gran manera lo que hacemos.
Como lideres de jóvenes, debemos ayudarlos a acercarse al
Creador para poder encontrar su identidad. La Biblia está llena de
información con respecto a lo que Dios cree de nosotros y el
propósito para el que nos creó. Deben saber que la respuesta
suprema a la gran necesidad humana es Cristo: su persona nos dice
cuánto nos ama Dios y sus enseñanzas nos demuestran cuál es el
plan maestro para que nuestros jóvenes sepan qué quiere Dios que
hagan y cómo.
. Ganar independencia

Si queremos jóvenes que lleguen a ser adultos maduros tienen


que aprender a ser cada vez más independientes. Los jóvenes
comienzan a desprenderse poco a poco de los padres y nuestra labor
como líderes es conducir ese proceso a buen puerto. La maduración
física conduce a la motriz, la intelectual a la espacial y la emocional a
sentirse seguros sin la mirada de nadie más. Se miran a sí mismos y
su cuerpo indica que ya son adultos, por lo que requieren todos los
derechos que los adultos tienen. La cuestión de los límites se
convierte en objeto de negociación y discusión constantes. para
poder ayudar a nuestros jóvenes en este proceso, debemos tener
claro que va a ser un asunto, en gran medida, de ensayo y error y que
nuestra tarea es ayudarlos a que ganen cada vez más independencia.
Otro aspecto de la independencia es la privacidad. Es normal que los
jóvenes se vuelvan un poco “místicos” con esto, pero eso es algo que
los líderes (y los padres) debemos respetar.
3. Relaciones significativas

Es normal que los jóvenes busquen ejemplos de lo que quieren


ser y es esencial que nosotros como líderes se los proporcionemos.
Necesitan personas con las que identificarse, columnas que los
sostengan en esta etapa de inseguridad. Por eso es habitual ver a los
jóvenes en grupos cerrados. Es más fácil enfrentarse al mundo en
grupo que solo y es esencial sentirse aceptado y tener una
comunidad a la que pertenecer. Debemos ser “modelos reales”,
personas en las cuales puedan ver las características de en quienes
se quieren convertir. Estos modelos reales deben competir con los
ficticios, proporcionados por los medios, que casi siempre son
adultos que viven vidas de adolescente (Tienen todos los derechos
sin que parezca que se hacen responsables de nada). Pero en esta
etapa los jóvenes son muy sensibles a las personas que se acerquen a
influenciarlos.
Después de los padres, los líderes de jóvenes tienen la
posibilidad de constituirse en la principal influencia en la vida de los
jóvenes con el potencial de poder subsanar o compensar debilidades
de la familia y convertirse en modelos mucho más relevantes que los
de los medios. Nos demos cuenta o no, los jóvenes están
constantemente sacando una radiografía a los adultos que tienen
cerca. Por eso los líderes efectivos comprenden que los jóvenes
necesitan modelos que les ayuden en la elaboración de sus
presupuestos morales y en la ejemplificación de cómo desempeñar
ciertos roles sociales y usan esa necesidad para ventaja del reino de
Dios.
Tener relaciones significativas sanas y estables les creará a los
jóvenes el ambiente propicio para ir reconociendo su personalidad,
moldear su carácter y encontrar su vocación.

4. Cultivar valores sanos


Los jóvenes necesitan tomar decisiones sobre lo bueno y lo
malo y elaborar opiniones que estén basadas en la convicción de
hacer lo correcto aunque nadie esté mirando.
Un valor es un principio de conducta con el cual se siente un
fuerte compromiso intelectual y emocional que provee de un criterio
para juzgar actos y metas específicas. Los valores son adquiridos en
un contexto. Mientras están en esta etapa, están decidiendo cuáles
son sus valores principales, desarrollando así su moralidad.
Las fuerzas que condicionan la formación de los valores de los
jóvenes:
· La familia
· Los medios masivos de comunicación
· El factor cultural y socioeconómico
· La escuela
· El grupo de amigos
· Las instituciones sociales

Para asegurarnos de que sus valores sean sanos, debemos


añadir a la iglesia a esa lista. Es nuestra misión pasar los valores de
Cristo a las nuevas generaciones.

5. Descubrir o reforzar la vocación

¿Qué quiero ser? ¿Qué talentos o habilidades poseo? ¿A qué me


voy a dedicar? Son preguntas habituales. Obtener la confianza y la
habilidad necesarias para desarrollar una carrera es una necesidad
fundamental desde que se comienza la adolescencia. ¿Cómo entra la
iglesia en esto? Es importante considerar que Dios nos creó con un
propósito que quiere llevar a cabo a través de cada uno de nosotros.
Tiene que ver con la extensión del reino de Dios y con el
sostenimiento de la obra de Cristo en la tierra.
Los jóvenes tienen preguntas respecto a sus roles sociales
futuros y nosotros debemos ayudarles. Nuestros jóvenes se
encuentran ante la necesidad de descubrir sus dones y talentos para
ponerlos al servicio de la iglesia.
Recuerda que el medio en el que un adolescente se
desenvuelve determinará la cantidad de posibilidades que
considerará para su futuro.

Estas cinco necesidades se mezclan y cruzan según las


circunstancias. Todas tienen que ver con la identidad, pero tienen
sus luces propias. Conocer estas necesidades nos ayuda a
identificarnos mejor con los jóvenes que queremos impactar y ser
más sensibles al lugar donde se encuentran en este momento.

Famila

Por otra parte, en lo que se refiere a la relació n de los adolescentes con su entorno,
observamos a unas/os adolescentes sobreprotegidas por la familia (los má s), otros/as
en medio de un alto nivel de vida abandonados emocionalmente por la propia familia,
y otros adolescentes que por circunstancias econó micas o por familias
desestructuradas navegan sin norte en el océ ano de la Enseñ anza. Estos/as
adolescentes se encuentran con una escuela en cuya diná mica actual la autoridad y el
valor del trabajo y la disciplina ya casi no son valores, lo cual dificulta un aspecto muy
importante del desarrollo de la Psicología de la adolescencia actual, entre otros
aspectos, cú al es el reconocimiento de los límites: Yo y los otros.

tro aspecto de la adolescencia actual que emerge de la sobreprotecció n y la inmensa


cantidad de recursos es que se les impide tener experiencias que mínimamente les
puedan frustrar, y pletó ricas de recursos y cubiertas sus necesidades, donde se hace
difícil DESEAR. El poder desear y expresar lo que quiere, se convierte ademá s en las
chicas en un problema mayor pues, culturalmente, se les ha transmitido que no
pueden o no deben expresar sus necesidades, y muchas viven esperando que otros lo
adivinen. Si estas no saben decir “yo quiero”, difícilmente van a decir ”yo soy”.
Tambié n en relació n con la escasa posibilidad, vivencia y experiencia está la escasa
tolerancia a la frustració n, que es otro caballo de batalla de los problemas de Salud y
de aprendizaje de los chicos y chicas de hoy.
Y en otro extremo está n chicos y chicas cuyas familias ignoran su responsabilidad
para con ellos y muchos chicos y chicas que disfrutan, por supuesto, de la vida. Y hay
otros que no desean nada porque nadie les hace caso a sus demandas.
LAVES PARA ENTENDER A TU HIJO/A ADOLESCENTE
Hay una clave psico-evolutiva que aclara con gran
precisión los procesos psicológicos que se dan durante
estos años. Paso a exponerla: “La adolescencia es un
proceso en búsqueda de “Ser” y, como tal, tiene un
principio y un final y durante este espacio-tiempo que
dura el proceso acontece “algo”. Este algo son dos
crisis:
Crisis de Identidad
2.- Crisis de Autoafirmación
Crisis de Identidad: Entiendo por crisis que se “rompe”
o se “abandona” algo y “emerge algo” nuevo. Dejan de
ser niños/as para ser “algo” todavía por definir,
descubrir y confirmar. Esto les crea mucha inseguridad
personal y por lo tanto mucha necesidad de aceptación
y de confirmación de que se les sigue queriendo tal cual
son, especialmente por parte de los amigos/as (de ahí
la necesidad de estar con ellos constantemente) y, en
un segundo lugar, por parte de los padres. En esta
etapa aún no saben quiénes son y qué pueden llegar a
ser, pero sí que tienen claro una cosa al respecto y es
que NO SON NIÑOS/AS, y por lo tanto no soportan que
se les trate como tales. Todo lo que, en el trato que se
les dé, les suene a ser tratados como antes, es decir,
como niños/as, no lo pueden soportar. De ahí, muchas
reacciones y desplantes ante las actuaciones de
muchos padres que se empeñan en seguir tratándoles
como los niños/as que habían sido hasta ahora.
Crisis de Autoafirmación: Es la crisis por la que el
adolescente ejerce su necesidad evolutiva de
manifestar su criterio, su opinión, sus gustos y ejecutar
sus decisiones. Y esto, además, sin contar con las
orientaciones de los padres y de los adultos en general,
lo cual les lleva a frecuentes enfrentamientos con sus
progenitores. Esta necesidad de afirmación les lleva a
una búsqueda de autonomía, manifestada en querer
decidir todo lo que afecta a su vida, y una búsqueda de
independencia, que les lleva a intentar ejecutar sus
decisiones sin contar con nadie y todavía menos si son
sus padres. Ni que deciros que esta búsqueda de
autonomía y de independencia provocan un estilo de
relación con los padres y con los que ejercen la
autoridad sobre ellos, que les lleva a estar desafiantes,
rebeldes, provocadores, irritables, distantes,
reservados/as, chulescos, autosuficientes, narcisistas,
egocéntricos, egoístas y escurridizos. Pero no por ello
dejan de necesitar el cariño y el amor de los padres. Tal
vez, por el grado de inseguridad personal y de
incertidumbre ante el futuro que se les abre delante de
ellos, es cuando más necesitan de la cercanía y del
afecto de los padres. Pero esto no se les puede ofrecer
como se hacía hasta ahora, sino de otro modo.
Necesitan que se les quiera, pero de otro modo, con
otras manifestaciones y trato que no les haga sentirse
niños/as. Esto es una de las grandes tareas que han de
aprender los padres en esta etapa: A tratar a sus
hijos/as de otro modo.
¿Qué hacer con un hijo/a adolescente en casa?
1º.- Cargarse de paciencia y de ánimo, sabiendo que
esto se termina.
2º.- Aprender a tratar a su hijo/a de otro modo. No se
trata de no prestarle atención, sino de hacerlo de otra
manera. Contando más con su opinión, respetando sus
gustos, sus opiniones, por muy peregrinas que le
parezcan.
3º.- Estar ahí ¡¡siempre!! No abdicar en la función de
padre/madre. Él/ella le necesitan, no deje de estar en
sus vidas.
4º.- Apreciar y valorar alguna de las cosas que a ellos
les gusta, aunque no sea de su agrado.
5º.- Negociar en la mayoría de las situaciones.
6º.- No dejar de decirles lo que usted considera
oportuno, pero no imponga su criterio en todas las
ocasiones. Exponga, proponga, negocie y en algunas
ocasiones tendrá que decir que esto es así y así se ha
de mantener.
7º.- Manifieste el cariño que le tiene a su hijo/a
adolescente, pero hágalo de un modo que no le haga
sentirse niño/a.
8º.- Si están ambos miembros de la pareja en casa,
mantenerse unidos a la hora de poner criterios
educativos.
9º.- Favorecer su autonomía, dejándole que él/ella
estructure su vida personal, permitiendo que elija,
decida y que en algunas ocasiones se equivoque,
ayudándole a que asuma las consecuencias.
10.- Favorecer su independencia, garantizándole su
propio espacio físico y emocional, respetando su
capacidad de aislamiento, favoreciendo su intimidad y
negociando sus propuestas.
E
Carles Capdevila que tuvo lugar en el
encuentro Gestionando Hijos en Barcelona. Capdevila
es director del diario Ara y colaborador del espacio Guía
de Padres del programa Hoy por Hoy de Cadena Ser.
También (y este es un detalle importante), es padre de
4 hijos, en edades muy distintas. Tiene dos
adolescentes y dos aún niños, con las dicotomías que
ello implica: como cuenta en esta charla, los pequeños
todavía le encuentran el ser más divertido del mundo,
mientras que los mayores se avergüenzan de
prácticamente todo lo que hace.
La ponencia no es muy larga y vale la pena escucharla
entera pero, si no tienen tiempo, recomiendo que vayan
hacia el minuto 10, donde introduce lo que él llama sus
cinco sentidos para educar. Capdevila nos recuerda que
existen “doscientos manuales sobre el embarazo”,
además de unos cincuenta manuales sobre el primer
año (“Que es apasionante pero hay que hacer poca
cosa”, señala acertadamente); pero que, a partir de ese
primer año, prácticamente se evaporan los libros hasta
que aparece algo tipo: “Socorro mi hijo es adolescente
y me pega”. El periodista señala que en ese intervalo
hay una especie de vacío que comprende de los dos a
los catorce años: “Que es cuando hay que educarles
pero [lo que hacemos] es dejarlos en la escuela y… ¡Ya
está!” Y cuando descubrimos que deberían estar
educados, nos preocupamos.
Sus cinco sentidos para llevar a cabo esta son los
siguientes: el primero, el sentido común (pone un
ejemplo fantástico: el niño bramando para que le
compren una piruleta, –no se lo pierdan–), seguido
del sentido del ridículo y del sentido del deber o la
responsabilidad. Este tercero se resume en que si no
quieres educar hijos, no los tengas, pero si los tienes:
hay que educarles… Capdevila tampoco entiende la
resistencia de algunos a no cambiar su estilo de vida al
tener hijos. Muchos padre primerizos le preguntan si
“tener hijos va a cambiar sus vidas” y él le responde
que, “claro que cambia”, pero es que “cambiar está
bien”. La verdad es que yo tampoco he entendido
mucho a esos padres que te comentan, orgullosos, que
“con hijos van a seguir viviendo exactamente como
antes de tenerlos”. Además de ser un autoengaño, no
me acaba de cuadrar: ¿para qué complicarse a tener
críos, entonces, si quieres que tu vida siga exactamente
como era sin ellos?
Y hablando de complicaciones. Me encanta también su
respuesta a aquellos que propugnan por una
“paternidad práctica”, como el padre que, cuenta, era
tan práctico que llevaba a la guardería a su hijo
dormido y en pijama, entregándolo de esta guisa a la
profesora (“Como práctico, práctico… No tenerlos”,
aconseja Capdevila, “porque cuando los
tienes, práctico no lo es”).
El cuarto sentido en su listado es el sentido moral: hay
que educar a los hijos en valores, para que ellos los
imiten. Pero esto, en tiempos de padres
hiperprotectores, no está pasando en ocasiones.
Capdevila da un ejemplo contundente: unos conocidos
que, en la primera fiesta de discoteca de su hijo, le
falsificaron el carnet de identidad para que el retoño
(pobrecito), pudiera entrar, ya que aún era mejor de
edad. “¡¿Te imaginas qué triste, que tus padres te
hagan la primera falsificación del dni?! Se están
confundiendo los roles, “Porque la misión de los hijos
es falsificar ellos el dni y la nuestra, cabrearnos”, dice.
Y para acabar, el quinto sentido: el del
humor. Capdevila reivindica el vivir una paternidad y
maternidad más relajadas, sin tantas angustias ni
preocupaciones y agobios. Abordarla, en definitiva, de
mejor humor: hay que estar alerta, sí, y controlar, pero
también hay que divertirse con la experiencia de criar
hijos porque, como concluye: “Si tenemos el sentido del
humor, a lo mejor nos sale bien”.

La autoridad es cosa de dos.


Según Eva Bach Cobacho (Adolescentes. "Qué maravilla".
Plataforma Actual), es urgentísimo que volvamos a tomar las
riendas las madres y padres, las personas adultas de la familia
(también extensiva), unas riendas que en muchos hogares están
en estos momentos en manos de los hijos porque los padres se
han rendido y han abdicado de sus funciones. ¿Por qué motivo?
Porque se sienten desbordados e incapaces, desde el momento en
que su autoridad no les es reconocida. Y es que la autoridad, como
la guerra o la fe, siempre es cosa de dos. No se puede ejercer una
autoridad positiva y eficaz si no contamos con el acuerdo y la
confianza de la otra persona.
Ante la ansiedad que se puede llegar a vivir en muchas familias,
es importante recordar que la adolescencia acostumbra a acabar
bien. Por muchos desastres que tengamos la impresión que están
(y estamos) cometiendo en un momento dado y sabotajes de su
propia vida, lo cierto es que, antes o después, las aguas suelen
volver a su cauce.

Todo el mundo a sus puestos.


En este enfrentamiento, lo que la mayoría de madres y padres
persiguen es, por una parte, que sus hijos e hijas acaben
convirtiéndose en personas adultas responsables y con recursos
personales para afrontar las dificultades de la vida, y por otra, que
en el proceso la convivencia sea lo más pacífica posible y que el
hogar no acabe convirtiéndose en un campo de batalla. Es
importante, para ello, poner a nuestr@s adolescentes en su lugar,
pero para ponerles a ellos en su lugar. Es imprescindible que antes
tomemos las personas adultas el nuestro.

No olvidar el amor.
En las situaciones más difíciles o en el goteo reiterado de conflictos
repetidos, puede ocurrir que tengamos momentos de
desfallecimiento, en los que aparecen reacciones de "hasta aquí
hemos llegado", "haz lo que quieras con tu vida", "paso de ti",
"dos años más y estás fuera de mi vida", etc. Pero no nos
engañemos, los hijos, las hijas, nunca estarán fuera de nuestra
vida, no importa la edad, y sus 18 años oficiales no te liberarán de
tu interés (y preocupación) por sus vidas. Según Eva Bach, con
frecuencia, somos tan o más adolescentes los padres que l@s
propi@s adolescentes. Por eso no vemos que, incluso en los
momentos aparentemente más retadores (o quizás en esos
momentos especialmente), nos están pidiendo a gritos que les
contengamos, que les pongamos límites y freno.
Ante todo y en el peor de los casos, siempre deberíamos recurrir a
la realidad más fundamental que dirige y ha dirigido siempre la
relación con nuestr@s hij@s, y es el amor. Les amamos, y eso
debe estar presente en todo momento, tanto en tus sentimientos
como en el hecho de transmitírselo. Intenta no olvidarlo nunca y,
sobre todo, intenta que no lo olvide tu hijo, tu hija. Y eso a veces
requiere hacer pequeñas concesiones. Según Eva Bach, si una
madre -o un padre- es consecuente siempre, pierde el amor. Así
pues, asume de buena gana que, a veces, tendrás que atentar
contra tus propios principios para conservar el amor. Rigidez y
amor no son compatibles, y cualquier pacto puede ser bueno si te
hace estar bien, resulta efectivo y te permite avanzar.
Palabras valientes, claras y con corazón.
Ante esta situación, Eva Bach Cobacho plantea una serie de pautas
y actitudes que pueden quedar reflejadas en una sola frase y
contundente, porque, como veremos, hay momentos, en las
confrontaciones con nuestr@s adolescentes, en que no se trata
tanto de razonar o argumentar como de ofrecer una solución
innegociable (con palabras "precisas, concisas y macizas") desde
una posición firme. Se trata, pues, de relacionarnos, y hablar, de
forma valiente, clara y con corazón.
Habla valiente, porque tienes que atreverte a tomar tu lugar de
madre o padre y a ejercer sin miedo.
Conciso y claro, porque andarte por las ramas y perderte en
discursos largos y confusos no te ayuda a comunicarte ni mucho
menos a transmitir firmeza.
Con corazón, con ternura, incluso cuando más irritada estés. Y si
crees que no lo conseguirás, expresa un "ya hablaremos luego" y
retírate, para retomar el tema y la conexión cuando te sientas
capacitada. Porque, recuerda: lo que te interesa, ante todo y por
detrás del problema o la anécdota del momento, es la reconexión
con tu adolescente, para abrir puertas que permitan que tu
influencia y tu autoridad vuelva a ser la que necesitas para realizar
tus funciones maternas.

Más claro y menos alto.


Habla más claro y menos alto. Habla menos o, si lo prefieres, sé
más breve. Evita la tentación de discursear y soltarles el rollo que,
en la práctica, les induce a dejar de escuchar una vez que han
conseguido su objetivo de ponerte fuera de tus casillas. Aparte de
reafirmar su idea de que estás hecha un lío y no tienes ninguna
autoridad.
La mayoría de los padres y madres damos demasiadas
explicaciones y nos justificamos en exceso, incluso en las
situaciones de comunicación claramente bloqueada.
Recuerda: lo que no es debatible no se debate. Y menos cuando la
situación está alterada y es de clara confrontación. Y si hay algo de
que hablar, se habla después, cuando se dé la disposición a
comunicarnos.

Cuando toca sufrir, se sufre.


Fuera sobreprotección. Si te empeñas en evitarle determinados
traumas, aparecerán irremediablemente otros. A menudo
(demasiado a menudo) no le hablas todo lo claro que deberías a tu
hij@ por miedo a traumatizarle, pero él o ella ha de aprender a
transitar el dolor y crecer interiormente con los descalabros de la
vida. No le haces un favor evitándoselo o proporcionándole
posibles alivios; mejor le ayudarías simplemente estando ahí y
acompañándole, sin perder de vista la certeza de que, como todo,
acabará pasando. Si algo duele, duele, y hay que permitirse
reconocerlo, nombrarlo y elaborarlo. Pero acompáñale. No te
vayas de su vida. Y que lo sepa.

Lejos o cerca, siempre estoy contigo.


Si te tienes que ir, si por cualquier circunstancia (laboral, personal,
etc.) tienes que estar fuera de casa, que sea sólo una distancia
física. Mantente presente en su vida a diario. Llámale cada
mañana para despertarle con tus buenos días o por la noche, para
intercambiar las pequeñas novedades cotidianas, especialmente si
está atravesando alguna época difícil. Con cinco minutos basta y él
o ella sabrá que estás ahí, presente y al corriente de su vida. Si la
estancia fuera de casa va a ser más larga de una semana, hazte
presente con cartas en su buzón, a la vieja usanza; envíale
revistas, recortes de noticias de su interés, detalles materiales que
le hagan saber que está presente en tu vida. No esperes que "se
remita a los hechos" para argumentar tu falta de amor e
interés por ella. Y, sobre todo, no esperes que sea ella quien tome
las iniciativas que tú deberías tomar, porque lo hará con mucho
dolor. Recuerda que tú eres el adulto. Tú eres el padre.

Te entiendo, a pesar de lo que me dices.


Casi nada es lo que parece con l@s adolescentes, y a veces dicen
lo contrario de lo que quieren decir y, sobre todo, lo contrario de lo
que necesitan. Sus continuas provocaciones tienen mucho que ver
con sus propias tensiones internas y su necesidad de ponerse a
prueba a sí mism@s, así como poner a prueba a la adulta y
medirse con ella. Haz que descubra que tú, como persona adulta,
eres más madura, sabes leer entre líneas y eres capaz de ponerle
freno sin perder la compostura, porque eso alimentará el respeto y
la confianza en ti.
No olvides que eres el adulto y compórtate como tal.
Tú y yo no nacimos el mismo día.
Tú eres la mayor y tu adolescente es menor; tú tienes más
experiencia y él menos; tú tienes tu vida montada y él o ella
depende de ti; tú eres la madre y él es el hijo. Tú tienes una
responsabilidad sobre él o ella. Hay unas cosas que le
corresponden a él o ella por su condición de hij@, y otras que te
corresponden a ti, por tu condición de madre; entre otras, tomar
las riendas de los asuntos importantes de su vida. Para que tu
hij@ lo asuma, tienes que haberlo asumido tú antes. No permitas
que el miedo te pueda. No olvides que eres el adulto y compórtate
como tal.
Recuérdate a menudo frases como éstas y, cuando sea necesario,
recuérdaselas a tu hij@:
• Soy mayor que tú en edad y madurez, y puedo con esto.
• Puedo con tu malhumor y con tus malos modos.
• Aunque me resulten desagradables, puedo soportarlos sin
derrumbarme.
• Y además, te sigo queriendo igual.
• Veo tu sufrimiento por detrás de tu agresión y haré todo lo que
pueda por comprenderte y ayudarte.
• Y (aunque a veces lo desee) no me voy de tu vida. Sigo contigo.
Física y emocionalmente.
• Y como no hay mal que cien años dure, volverá a salir el sol.

Sí, hijo, te estoy controlando.


En cierta ocasión, mi hijo me dijo que se quedaría a dormir en
casa de un amigo, y no estarían sus padres pero sí su hermano
mayor. Yo llamé a la casa del amigo para confirmarlo.
• ¿Me estás controlando? -me preguntó mi hijo, con cierta
suspicacia.
• Sí, hijo mío, te estoy controlando.
• ¿Es que no confías en mí?
• Claro que confío en ti, cariño, pero tengo que comprobarlo para
estar segura de que puedo confiar.
(Adolescentes. "Qué maravilla". Eva Bach.)

Reconcíliate con tu madre.


¿Tratas mal a tu madre o a tu padre? ¿Les hablas mal delante de
tus hij@s? ¿Les criticas, les menosprecias? Si es así, ¿cómo te
extrañas de que tus propi@s hij@s te traten así? Muestra respeto
por tus padres; demuestra que valoras su esfuerzo y que lo
hicieron bien (la prueba eres tú). No pierdas la ocasión de sacar a
relucir delante de tus hij@s cualquier cosa, por pequeña que sea,
que valores de ellos y de lo que hicieron y aún hacen -si es el
caso- por ti.
Cuando les muestras reiteradamente tu desacuerdo con lo que
hicieron tus padres, en cierta forma estás dando más alas a su
rebeldía contra ti. Le estás transmitiendo que lo propio de l@s
hij@s es no estar de acuerdo con los padres ni agradecer jamás lo
que hicieron por ell@s.

No te rallo yo, te ralla la vida.


Cuando dicen "no me ralles", se están estancando en el síndrome
de Peter Pan. Cuando dicen "no me ralles", están diciendo: No me
hagas pensar, no me hagas sentir, no me hagas mirar con
profundidad, no me hagas crecer.Es un mecanismo de defensa o
de autoprotección para seguir cobijados en el País de Nunca Jamás
y no pasarlo tan mal. En realidad, es la vida la que le ralla, y tú le
rallas intensamente cada vez que le recuerdas que el mundo está
ahí fuera esperándole y no va a poder demorarse demasiado en
entrar en él; que cada vez se acerca más, pasito a paso. Y en cada
paso ha de prepararse más y más.

Mi misión es rallarte.
La adolescencia es una etapa de paso, no un objetivo en sí misma
y tú, como madre o padre, a veces tienes que empujarle a que
haga el esfuerzo que se requiere para salir de ahí, crecer y
madurar. Aunque en el momento sienta el fastidio ("no me
ralles"), en el fondo le tranquiliza saber que, al estar pendiente de
él o ella, le estás acompañando en la aventura de crecer y puede
seguir contando contigo.

Mamá, rállame, por favor.


Eva Bach cuenta en su libro lo muy enfurecido que se puso su hijo
de 17 años en una ocasión, cuando le prohibió que se quedara a
dormir en casa de su amigo en un día laboral, tras la cena y fiesta
de cumpleaños. Se retiró a su habitación muy enfadado, mientras
su madre y su padre se quedaron comentando los pros y los
contras de que se quedara esa noche con su amigo: vivía muy
lejos de casa, al día siguiente podrían ir juntos al instituto, etc.
Cuando a la mañana siguiente le hizo saber a su hijo que podría
quedarse a dormir con su amigo, el chico le respondió: "Mamá,
porque yo me enfade y ponga mala cara, tú no tienes que cambiar
de idea y dejarme hacer lo que me dé la gana. Suda de mí y dime
lo que tú consideres".
Muchos adolescentes admiten abiertamente, cuando se les
presenta la ocasión, que prefieren que sus padres les digan un no
rotundo a que titubeen.

Cuando cumplas los 18, esto no va a ser Jauja.


A menudo utilizan el recurso-aviso de recordarte que pronto
tendrán 18 años y podrán hacer lo que les dé la gana sin que
tengas ningún derecho a meterte en su vida. Pero las cosas no son
así. Haz que tenga claro desde mucho antes, desde siempre, que
mientras siga en casa tiene que avenirse a unas normas mínimas
de organización y convivencia familiar, y éstas serán las que
madre y padre consideren oportunas.

¿Libre tú pagando yo? Va a ser que no.


A mayor autonomía y responsabilidad, una persona tiene mayor
libertad para decidir y actuar por sí misma. Y también para ver lo
que se puede permitir y lo que no. Déjaselo claro: hijo, hija, tú no
puedes ir por tu vida haciendo lo que te apetece y exigiendo que
te lo paguen tus padres. No es justo y además es indecente.
Es una falta de responsabilidad y de respeto que, como madre, no
debes consentir.

¡Tirandito p'adulto sin entretenerte!


La adolescencia puede ser un motivo y una causa que explique
determinadas conductas y reacciones, pero nunca deberías
consentir que sirva para justificar lo injustificable. Déjale claro que
no es una estación de vacaciones, ni una excusa o coartada para
eludir responsabilidades. Llegado el caso, puedes responderle: "Sí,
ya sé que eres adolescente, pero la vida te empuja, así que
¡tirandito para adulto y sin entretenerte por el camino!".

Tienes tres opciones: trabajar, trabajar o trabajar.


Después de la vida en la casa familiar le espera una vida en casa
propia, y eso hay que mantenerlo, también económicamente.
Después de la infancia y la adolescencia (la preparación para la
vida adulta), le espera la vida adulta, y puede decidir cómo
afrontarla.
Por ejemplo, puede decidir entre trabajar sin estar especialmente
cualificad@, recién acabada la escolaridad obligatoria; o bien
puede trabajar después de haber cursado algún ciclo formativo,
una formación profesional específica; o trabajar después de
terminar unos estudios superiores o licenciatura universitaria. En
cualquier caso, es poco probable que pueda vivir del cuento
(suponiendo que alguien aspire a llevar una vida tan insulsa).
Déjaselo claro. En cuanto te hagas mayor podrás decidir entre tres
opciones: trabajar, trabajar o trabajar.

En mi mesa siempre vas a tener un plato, pero mejor


que no te haga falta.
Uno de los indicios de haber madurado y haberte convertido en
persona adulta es abandonar la queja y el reclamo continuos y
comenzar a practicar la gratitud, así como hacerte cargo de tu
propia vida. Adquieres el compromiso de no aprovecharte de otras
personas, incluida tu familia, y de no recurrir a ella a no ser que
sea estrictamente necesario. De lo contrario, supone un no querer
crecer y un abuso inadmisible hacia tu madre y hacia tu padre.
Llega un momento en que l@s hij@s tienen que dejar de dar
preocupaciones a los padres y comenzar a darles la alegría y la
satisfacción de ver que, con lo que les han dado, son capaces de
salir adelante y sacarse las castañas del fuego.
Recuérdale que en tu mesa siempre va a tener un plato, pero
mejor que no le haga falta.
Anima a tu hijo, a tu hija, a que alce el vuelo y haga frente a las
dificultades de la vida por sí mism@.

Por ahí vas a salir perdiendo, fijo.


Cosas que no puedes permitir: que tu hij@ se crea con derechos
(vitalicios, además) sobre ti; que te pida explicaciones sobre
asuntos que no le corresponden; que te exija el máximo y no haga
siquiera lo mínimo; que, en lugar de darte las gracias por lo que le
das, proteste y se queje por lo que no le das.
Recuérdale que está perdiendo el sentido de la realidad: lo cierto
es que tu vida está prácticamente montada, a estas alturas, y él o
ella aún lo tiene todo por construir y, de momento, depende de ti.
Su sensación de "poder" en la vida (y de poder sobre ti) es
completamente ilusoria, falsa. Mientras que sea menor de edad, de
ti tendrá techo y comida asegurados, sí, pero lo demás se lo
tendrá que ganar; entre otras cosas, con respeto y apreciación. De
lo contrario, con exigencias, por ahí vas a salir perdiendo, fijo.

Si yo te hablo bien, tú me hablas bien.


Puedes recordárselo incluso antes de estallar el conflicto, cuando
preveas que puede exaltarse; recuérdaselo no sólo con tus
palabras y el tono de tu voz, sino también con tu actitud tranquila.
Tú pones de tu parte para hablarle con respeto y mantener la
calma y esperas que él o ella haga lo mismo para mantener una
conversación normal.
A menudo, su reacción alterada no es más que un mecanismo de
defensa para imbuirse de razón. Recuérdale que no funciona ("yo
nací antes que tú"): gritar más no te da la razón; de hecho, la
tranquilidad de tener razón te haría innecesario gritar.

El televisor y el sofá son míos.


¿Se cree que la casa le pertenece, que todo el espacio es suyo y
que la gente a su paso le entorpece? ¿Coge el mando de la tele y
decide lo que hay que ver, sin tener en cuenta a las demás
personas? Recuérdale que es un recién llegado (con más motivo si
es el menor de la familia, ya que es bastante habitual en hijos
únicos), que está provisionalmente en tu casa y que, en definitiva,
la casa, el televisor y el sofá son tuyos.
Recuerda que los derechos que te corresponden como madre,
como persona adulta, no te los tiene que conceder él, o ella, sino
que tienes que tomártelos tú misma.

Por el artículo 155.


Tal como explica el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud
("Reflexiones de un juez de menores". Ed. Dauro), la
sensibilización social sobre los derechos de la infancia no ha ido
paralela a la de sus deberes, lo cual, en la práctica, no ha
favorecido en nada a afianzar su sentido de la responsabilidad y su
formación como persona. De hecho, trabajar en interés del menor
consiste en darle garantía y satisfacción de sus derechos
exigiéndole, al mismo tiempo, sus obligaciones.
A veces, incluso, se da el caso de que un adolescente amenace a
su madre o padre porque les puede denunciar por abusos físicos o
psicológicos. No hay que llegar a ese punto para recordarle (y de
paso, para recordarlo tú misma) el artículo 155 del Código Civil
español, según el cual "los hijos deben obedecer a sus padres
mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarles siempre, así
como contribuir equitativamente, según sus posibilidades, a las
cargas familiares mientras convivan con ellos".
Recuérdale sus deberes legales: Obediencia mientras esté en tu
casa y respeto siempre. Y contribución a las cargas familiares en la
medida de sus posibilidades, tanto en la cooperación en el trabajo
doméstico como en la aportación económica.

Busca apoyos de adultos fuera.


Lo peor de sustituir los vínculos con la familia por los vínculos
hacia sus iguales (mayor proximidad emocional hacia las amigas y
amigos) es que depositan la autoridad y la influencia en otras
personas de su edad, igualmente inmaduras. Con el estrés
adicional que esto requiere, porque el vínculo familiar (el afecto, el
amor) es siempre incondicional, pero las relaciones con sus iguales
están llenas de altibajos y rechazos.
Busca modelos de personas adultas a su alrededor (su tutora en el
instituto, su tío, su entrenadora, su profesor de piano). Es
importante que pueda contar con algún adulto de confianza en
quien pueda confiar, especialmente en las cuestiones importantes
o que le preocupen especialmente. A veces, lo que estas personas
puedan decirles lo escuchan y asimilan más abiertamente que si se
lo dijeras tú.

Callar a tiempo.
Hablar más de la cuenta a veces hace no sólo que nos enredemos
más, sino -más peligroso todavía- que la situación se desborde y
rebasemos nuestros límites o los suyos. No pierdas de vista que tu
objetivo fundamental es mantener la relación, por encima incluso
de la resolución del conflicto momentáneo. Cuida tu relación y, si
es necesario, aprende a callar a tiempo. Si le pierdes
sistemáticamente (porque te excedes diciendo lo que no debes, y
lo conviertes en un hábito, o, peor, porque desapareces
físicamente de las situaciones conflictivas), acabarás perdiendo la
autoridad y, lo que es más importante, su confianza y su cariño.
Crece junto con ella.
Y sobre todo, recuerda que en esta época de crecimiento de tu
hij@ tú estás creciendo también; o al menos eso es lo que
deberías hacer, si lo aprovechas. Como Alicia en el país de las
maravillas, cuando toma el brebaje (de la adolescencia) crece
tanto que la casa-familia se le queda pequeña. Es el momento de
que la casa (tú mism@) crezca también porque, de no ser así, la
estructura de la casa acabará saltando en pedazos o, peor aún,
ella terminará ahogándose. Ponte en su piel, escucha lo que dice
por detrás de sus palabras y exigencias no verbalizadas, no la
abandones, sé receptivo y humilde, crece. Reconoce tus miedos y
si eres tú más adolescente que ella. Y no te lo permitas. No le
permitas que se ahogue, pero tampoco que se acabe
resquebrajando la estructura familiar. No te rompas ni te protejas
rompiendo el corazón de quienes te rodean. Crece. Y agradece la
oportunidad.

Quiéreme mucho.
A veces cuesta quererles, ¿verdad? A veces te sientes como una
madre o un padre desnaturalizado porque sientes tanto dolor, o
enfado o rabia, dentro, que tienes la impresión de que se te acabó
el amor. No te lo creas. Y tampoco te creas que se le ha acabado a
tu adolescente. ¿Qué hacer entonces? Aprende a ver en tu
adolescente el reflejo del niño o niña que fue y en el fondo sigue
siendo. No es necesario que te fuerces a decir algo bonito cuando
te come el enfado, pero sí puedes aprovechar para decirlo cuando
dice o hace algo hermoso, o cuando un gesto suyo te reconecta
con tu antigua ternura. Y si ves la oportunidad, tócale, abrázale.
Que no le quede ni la más mínima duda de tu amor, porque
cuando el camino se hace duro, el niño que hay en él o ella te
necesita.

"Por favor, tócame"


Si soy tu adolescente,
Tócame.
No creas que, porque sea casi adulto,
No necesito saber que aún me cuidas.
Necesito tus brazos cariñosos
Y tu voz llena de ternura.
Cuando el camino se vuelve duro,
El niño que hay en mí te necesita.

Phyllis K. Davis

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