You are on page 1of 4

Avivamiento 504.

«JESHIMON»
(Números 21:18–20; Deuteronomio 34:1–3)
INTRODUCCIÓN: los textos que acabamos de leer nos procuran
una lección viva, terrible, por el contraste que ponen ante nosotros
entre dos miradas, iguales pero distintas, del pueblo de Israel y su
noble guiador, Moisés, en los días de su peregrinación hacia la tierra
prometida. Consideremos, primero, al pueblo mirando desde su
altura del monte a la tierra que se extiende ante sus ojos. Han
descansado por un tiempo en el hermoso oasis del Pozo del Vidente,
gozando las perspectivas de un paisaje al fin del cual, en la línea del
horizonte se perfila el monte Pisga, al otro lado del cual, ya cerca, se
halla la patria que Dios les destinó de antiguo: una tierra que fluye
leche y miel, por sus rebaños y sus abejas. La bandera del
campamento se ha puesto en marcha en ansias de altura. Todo el
pueblo la sigue. Es penosa la ascensión, pero al fin de la escalada
verán sus ojos la gloria de una mañana feliz, y con esfuerzo y sudor
ascienden llenos de esperanza. Han llegado a la cumbre y miran.
Más, ¿qué ven? Jeshimon, es decir, el desierto de nuevo, la triste
estepa otra vez.
Olvidémosles por un minuto para pensar en Moisés, ayudados por
los textos leídos en segundo lugar. Obediente a la llamada de su
Señor, el siervo escala con trabajo la alta montaña. Ya llegó. Ya está
mirando. Y, ¿qué ve? Las glorias soñadas, esperadas, deseadas por
cuarenta largos y penosos años. ¿Cuál será la razón de la distinta
visión? ¿Por qué Israel vio el desierto y Moisés las hermosas vegas?
Porque el pueblo miró cerca y bajo, mientras su legislador miraba
lejos y alto, simplemente por eso. Israel sin fe, Moisés con fe y he
ahí la lección en esencia para nosotros. Pero, pasemos a estudiarla
más atentamente y al detalle ...
1. Mirando sin fe a las promesas de Dios: así miraron los pueblos de
la Tierra y miran hoy las naciones a Dios, a su Palabra colmada de
amonestación y promesa. Por esto, cuando desean alegrar sus ojos
con la visión de la Paz, ven ante si de nuevo, como ayer, como
siempre, el desierto sin promesas de descanso y progreso verdadero.
Los pueblos miran bajo, a sus posesiones, sus ejércitos, sus sabios, y
miran cerca, a sus pies, a su día presente, no hacia la altura de Dios y
al mañana con Él. «Sin visión, el pueblo perece», dice la Santa
Escritura. Y no hay más visión que el paisaje falaz del desierto para
los pueblos que no alzan su mirada al Cielo. Por esto, precisamente,
al fin de una terrible guerra como la Segunda Guerra Mundial, los
estadistas sueñan como si fuese la última, para resultar en la
preparación de otra. Solamente la fe en Dios traspasará la horrible
montaña, pero el hombre mira ante sí, no hacia el Todopoderoso.
2. El mirar sin fe de los cristianos, sin verdadera comunión con
Dios: es vivir una experiencia triste. «Yo pensaba—dicen—que
aceptar a Cristo sería la paz perpetua, el gozo continuado y la
victoria para siempre. En vez de esto veo que la prueba me rodea de
continuo y al enemigo acorralando a mi alma». De ahí las vidas
desmayadas, las manos inactivas y las congregaciones sin progreso.
Mirar bajo y cerca es ver a Jeshimon. Cuando se mira alto, a las
promesas de Dios, puede verse la línea de plata del Jordán y cerca
ya, la Ciudad de las Palmas, es decir, el gozo de la victoria segura un
día. Porque no miramos lejos, al triunfo del Reino de los Cielos, no
podemos gozar la visión de las almas salvas redimidas por la
potencia de Dios, el Señor que ha de ganar la última batalla.
3. La mirada que ve la paz: Moisés pudo ver el cumplimiento de las
promesas de Dios y durmió en los brazos de su Señor, gozoso por
haber conducido a Israel hasta la frontera de la tierra prometida.
Porque no miró con la mente, sino con la mirada del espíritu en el
Espíritu de Dios. Cuando Cristo desde lo alto de su cruz lanzó su
grito de victoria: «¡Consumado es!», fue su exclamación como si
hubiese dicho: «¡Veo la victoria en Dios!». Mirando como él, los
cristianos veríamos a los millones salvos por la promesa y el poder
del que lo ha prometido (anécdota: en el libro de El Peregrino,
Prudencia pregunta a Cristiano:
—¿Qué te libró de desmayar en el camino hacia la Casa Hermosa?
Y él le responde:
—Lo que vi en la Cruz, lo que vi en mi túnica hermosa y lo que leí
en el rollo escrito que guardo en mi pecho.
Cuando Cristiano y Esperanza llegan a las Montañas de Delicias,
tras las pasadas dificultades, gozan la visión de las Puertas de Oro de
la Celestial Sión, pero no antes. Primero la lucha, luego la corona;
sin cruz no hay corona, ni para Cristo).
Tras los días de guerra se gozan los días de la paz. La primavera es
tan hermosa porque viene después del invierno. Los conflictos, las
pruebas, son invitaciones a la escalada por la providencia divina,
para que, luego gocemos de la radiante visión de la paz de mañana.
CONCLUSIÓN: hoy, ante nosotros, está el deber de la siembra y de
la lucha, del trabajo duro y la ruda batalla de fe. Pero si alzamos los
ojos, si los fijamos más allá ... lejos ... fiando en Dios, veremos que
su índice señala a la cosecha de doradas espigas y a los laureles de
una gloriosa victoria. El desierto está, sí, todavía, ante nosotros; pero
ya cerca, un poquito más allá, ¿no vemos brillar el hilo de plata del
Jordán, tipo de nuestra consagración a Dios; y más allá, la ciudad de
las palmas cuyos muros caerán a nuestro grito de fe, y más allá a los
cananeos vencidos? ¿No es ésta la promesa de Dios? ¿O es que él
puede equivocarse cuando nos promete la victoria si solamente le
permitimos que dirija nuestras batallas? ¡Adelante!, pues que «los
carros del Señor son veinte mil, y más millares de ángeles; el Señor
en medio de ellos. como en el Sinaí», como dice en su Palabra
Santa. No miremos cerca, a nosotros y a lo que ven los ojos del
hombre: veamos más alto y más lejos, a Jehová de los Ejércitos, al
Señor sentado sobre un trono alto y sublime, alabado por los
querubines que le celebran con su «¡Santo, Santo, Santo, Jehová de
los Ejércitos. Toda la Tierra está llena de su gloria!». Esta visión fue
para Isaías la seguridad de la victoria y el grito de llamada a seguir
luchando y testificando. Su «¡Heme aquí; envíame a mí!» sean
hechos nuestros en este día. Amén.

You might also like