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El fuego bajo los fragmentos

Daniel Villegas.

Vivimos en los tiempos de la sobrexposición a la imagen. No resulta extraña la desconfianza


que se ha ido instalando hacia la misma, alimentada por la sensación de distancia de los
acontecimientos, de la experiencia, constitutiva de un tipo de realidad, la nuestra, que adopta
un carácter permanentemente mediado por las imágenes. Tal parece ser el efecto de su
multiplicación, la sospecha que tras este fenómeno se encuentra un perverso mecanismo de
control y alienación anestésica articulado por los dueños del mundo. Cierto es que la
utilización, en la construcción de la realidad, de las imágenes por parte de los poderes
dominantes es, a estas alturas, un asunto difícilmente discutible. Otra cuestión distinta es si
la imagen, en el momento actual, sólo obedece a esa lógica. Es decir, si para quien busca en
ellas no sólo la confirmación de un engaño sino las trazas de lo acontecido existe, a pesar de
todo, la posibilidad de establecer una relación otra con las imágenes.
Arde la imagen, nos dice Georges Didi-Huberman, y lo hace en el momento en el que
soplamos con suavidad sobre su superficie para que, debajo de su apariencia cenicienta, se
reactive su calor, su resplandor, su peligro. Su supervivencia queda garantizada por el hecho de
haberse expuesto, en algún momento, a lo real. En este punto, cabría preguntarse qué queda
de ese fuego en las imágenes de un acontecimiento que movilizó una extraordinaria energía
social como el 15 M, independientemente de la valoración crítica que pueda suscitar sus
modos de concreción y su devenir posterior. Esta resulta una cuestión compleja y lo es más
si atendemos a la instrumentalización que, desde posiciones distintas e incluso
contradictorias, se produjo de las mismas, llegándose a utilizar como prueba de la vitalidad
de los madrileños por parte del Ayuntamiento en su promoción de la ciudad en términos de
marca.
La dificultad no estriba, sin embargo, sólo en este tipo de uso de la imagen sino también, y
esto resulta crucial, en el intento de consolidación totalizante del acontecimiento que, como
tal, no puede ser abarcado de una vez y para siempre en una imagen, como tampoco, en lo
estrictamente político, un partido como Podemos ha logrado catalizar su energía. Lo
fragmentario y la discontinuidad expresan la condición de la experiencia, que se resiste a ser
fijada en una totalidad propia de las narraciones históricas que pretenden establecerse
hegemónicamente. Existe otro modo de tratarse con la memoria a través de las imágenes,
donde la visión panorámica queda excluida en favor de un acercamiento a lo experiencial
desde los fragmentos como espacios donde se puede producir el encuentro con la
singularidad de los acontecimientos. Es de esta manera, teniendo como referencia el discurso
histórico de Walter Benjamin, en la que la presencia del pasado, como ruinas, puede aparecer
en el presente con una potencialidad constructiva de modos de vida otros, que fueron
ensayados pero que no pudieron realizarse de manera completa. Arde la imagen en esas
brillantes discontinuidades que, cuando trazan constelaciones, nos trasmiten el calor de la
posibilidad de otro presente.

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